miércoles, 27 de febrero de 2019

Grabar Y Coagular - A History Of Audio Pieces By Peruvian Artists (1972-2018)

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 20 de febrero del 2019.)

Lo segundo que se me viene a la mente tras audicionar Grabar Y Coagular - A History Of Audio Pieces By Peruvian Artists (1972-2018), primera de las referencias con que Buh Records se estrena en este 2019, es lo (poco) que sé de Fluxus. Par de horas mediante, hoy cualquiera puede documentarse a profundidad sobre lo que significó ese histórico movimiento artístico multidisciplinario. Y está bien que sea así. Pero en los 90s, al menos en el Perú conseguir el más modesto pedazo de información a propósito equivalía a dar con la Piedra Filosofal. Sólo después de la democratización del acceso al conocimiento a través de Internet, muchos pudimos pasar de ecos/rumores/líneas sueltas sobre el vanguardista colectivo sociológico europeo-norteamericano, a certezas en torno a su derrotero y herencia.

Por ende, lo primero que se me viene a la mente tras audicionar Grabar Y Coagular... es el osado “Input Output”, cierre de la inmensa segunda placa homónima (1993) de Orbital: las frases “Input Translation” y “Output Rotation” (¿entonadas por la misma persona?), convertidas en loops que se disparan primero al unísono y luego se des-sincronizan en una suerte de disfuncional canon con delay, terminan lo suficientemente desfasadas como para volver a unificarse en una suerte de eterno retorno -“Where Time Becomes A Loop”, reiteran sin cesar los hermanos Hartnoll en el corte inaugural del así llamado “brown album”.

Antes de reproducirle online, sin embargo, el disco me causaba la impresión de haber surgido de idénticas coordenadas a las de títulos como Señales De Síntesis - Música Electroacústica Peruana (1991-2000) (2016) o el Im​-​Pulsos: Música Instrumental Y Electroacústica (1989​-​2000) (2017) de José Sosaya, sendas muestras de los senderos arqueológico-académicos que también recorre parte sustancial de la producción Buh. De facto, esa conexión no existe, aunque sea indirectamente sugerida por el nombre del novísimo lanzamiento.

Grabar Y Coagular... es un trabajo insular aún para los parámetros del catálogo del sello. Las composiciones aquí recogidas investigan las posibilidades de lecturas capaces de trascender a/en varias disciplinas artísticas -lo mismo que examinan las oportunidades de interacción entre las tecnologías de arqueo de sonido pre-analógicas y analógicas del pasado, con los recursos infinitos del soporte digital de nuestros días. Como el ‘subtitulo’ resume, el disco es una colección de material generado en un arco de tiempo bastante dilatado, tanto por creadores que pertenecen al ámbito culto como por sus pares en el contexto pop -en el que hace buen rato Fluxus se ha sedimentado. Son abrumadoramente más los segundos que los primeros, por cierto, lo cual termina relativizando azas los 46 años que cubre la recopilación.

Abren el documento sus dos pistas más antiguas, “Colores (Excerpt)” (1972) y “Chullachaqui Inteligencia Artificial Parlo?” (1987), firmadas respectivamente por el polímata Jorge Eduardo Eielson y Francisco Mariotti; siendo el primero, según mi pobremente informada opinión al respecto, el mejor poeta que haya nacido en el Perú. “Colores...” es una recitación dispar de casi setenta segundos, que ensaya repeticiones en modo random de cuatro colores, recibiendo cada palabra enunciante de color una entonación distinta del resto y equivalente a una tonalidad -automatismo pictórico y verbal, cuyo visionario autor 22 años antes ya había publicado en su libro Temas Y Variaciones el caligrama “Poesía En Forma De Pájaro”. “Chullachaqui...”, por otra parte, es una escultura oral construida utilizando permutaciones de diversos escritos y pausas aleatorias; proferidas por una voz computarizada. El propio ejecutor desarrolló el software, en sociedad con Manuel Rodríguez.

Habiendo trazado el camino que seguirá casi la totalidad del resto de la rodaja, esos ‘temas’ se encuentran imbuidos del mismo espíritu inquieto del manchón apadrinado por John Cage, que consideraba todas las cosas cotidianas de la vida humana como expresiones puras de estética -no última entre ellas, la oralidad misma. El 90% del disco tiene en común esa cualidad que le permite ser clasificado como “poesía sonora” -un empleo por decir lo menos original de registros orales y de la tecnología para intervenirlos hasta deconstruirles. Sean una encuesta metatextual como en “Proyecto Sonoro Sin Título Y Con Final Inesperado” (Casari & PPPP), las juramentaciones de nuestros “padres de la Patria” electos para los periodos 2006-2011 y 2011-2016 regurgitadas en “Pleno” (José Luis Martinat), las fechas mutiladas en su pronunciación de “Me Tiemblan Mis Labios” (Luz María Bedoya, su milimétrico cut-and-paste y la participación del locutor radial de RPP Hugo Almanza me hacen recordar aquello de “Un programa de radio es la fase superior a la de generar música, al poderla combinar con voces y otros sonidos” que dijese Mike Ibáñez, del legendario proyecto lovecraftiano DIAL), o la dinámica entre caos y orden subyacente a los textos escuchados en la borrosa “Secret Anthem For A World Of Values” (Juan Diego Tobalina); el motivo central del LP es la palabra hablada, el modo en que ésta refleja las ideas plásticas que el cerebro fabrica, su capacidad de síntesis amplificada según se le sustraiga o adicione.

Grabar Y Coagular... se dejó oír el pasado 7 de febrero en Madrid, en el marco de la muestra Hablar Piedras, curada por Violeta Janeiro, Jorge Villacorta y Mauricio Freyre. Su presentación oficial está programada para este lunes 25, pero ya se puede escuchar en el BandCamp de la disquera. De entre sus trece surcos, escojo “Con P De...”, de Eliana Otta. Pese a que siempre he sospechado de su arte, este polifónico track sintoniza de plácemes con un lúdico juego que tenemos en familia -el de elegir una letra y exprimir el diccionario mental soltando palabras que empiecen con ella. Se juega, y sobre todo se aprende: la RAE consigna 88 mil palabras, y un hispanohablante promedio apenas si utiliza mil.


Hákim de Merv

jueves, 21 de febrero de 2019

Novalima: Ch'usay // Tribu: Círculo // El Otro Infinito: El Abismo En Cada Objeto EP // Rhor: MCMXCIX

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 13 de febrero del 2019.)

LOS DISCOS PERUANOS DEL 2018 QUE NO ALCANCÉ A RESEÑAR (III)

En su tremebundo More Brilliant Than The Sun: Adventures In Sonic Fiction (1998), el teórico afroinglés de ascendencia ghanesa Kodwo Eshun sostiene una buena cantidad de tesis harto audaces. Sin duda, la más atrevida de ellas se refiere a la filiación cultural alienígena y/o superhumana gestada durante siglos por los hijos de los africanos cuyos padres y madres fuesen violentamente arrancados de sus pueblos originarios. Obligadas a adoptar la civilización de sus “amos”, que les era por completo ajena, millones de personas fermentaron una identidad sincrética dentro de la que han nacido y se han formado nietos, bisnietos y demás. El autor valida su proposición pasando revista a los grandes cambios aportados por afrodescendientes en las esferas de la música popular: Sun Ra, Grandmaster Flash, Miles Davis, Public Enemy, Herbie Hancock, Ultramagnetic MC’s, James Brown, Goldie, Funkadelic... Listarles se hace inacabable.

En el Perú, el citadino promedio es una mezcolanza de muchas razas y muchas culturas. De modo que en Novalima, la inclinación por reacomodar las raíces de la música tradicional afroperuana entre beats, reverbs y dub, tiene tanto de intencional como de natural. Máxime si se recuerda que en sus años aurorales el grupo sólo existía de modo virtual -se trataba de peruanos desperdigados por el planeta, que armaron sus dos primeros episodios discográficos interactuando cada uno desde su propia esquina del mundo utilizando el correo e Internet. En efecto, la primera formación acredita a Carlos Li Carrillo (en Hong Kong), Ramón Pérez Prieto (en Lima), Rafael Morales (en Londres) y Pier Paolo De Bernardi (en Lima). Todos ellos coincidieron a lo largo de los 90s en la entente psicodélico-progresiva Avispón Verde.

Se suele sindicar al Afro (2005) como la mejor jornada de Novalima. Es la más visiblemente reconocida, no la mejor. Ese sitial lo disputan Coba Coba (2008) y Karimba (2011). El mérito del Afro es haber sido muy efectivo al mixturar la electrónica con las sonoridades típicamente negras de nuestra nación, al punto de abrir cancha para un viaje comunitario que ya lleva seis discos a cuestas. Novalima es, ciertamente, la única agrupación local de aquello que hoy abarca la genérica denominación “global bass” -electrónica mestiza, en buen cristiano-; y que ha logrado trascender en el Tiempo enhebrando una carrera consistente. Ha hecho mucho más que el indigenismo resultón del Café Inkaterra (2004) de Miki Gonzáles, la mendicidad efectista del Peruvian Electronic Chicha (2009) de Lima Tropical Beats, el descalabrado chill criollo del Cholo Soy (2006) de Jaime Cuadra, y los interesantes pero sumariales alias de cumbia digital Ucayali Maestro y Sonidos Profundos.

Mas, como reza el dicho, nadie es profeta en su propia tierra. Aunque Novalima ha sido invitado de lujo en numerosos festivales internacionales y en célebres programas radiales (la sesión para KEXP - FM de Washington fue apoteósica), en su hogar apenas si cosecha laudos. Ello no amilana al combo en el que actualmente militan Pérez Prieto, Morales, Grimaldo Del Solar, Milagros Guerrero, Alfonso Montesinos y Constantino Álvarez; que en septiembre pasado editó Ch’usay.

Algunos momentos del Planetario (2015) como que dejaban entrever un viraje in extremis tímido hacia la cepa altoandina de nuestro folklore -“Tinkalamina” era muy revelador en ese sentido. En este Ch’usay, se siente exactamente lo mismo. La epónima apertura se atreve acaso un poco más con respecto de “Tinkalamina”. Eso es todo, empero. A partir de “Herencia”, el resto del repertorio corre embebido del sello afroperuano característico en Novalima tras Afro. La percusión de estirpe ‘mulata’ es dueña y señora, y sobre ella se erige una electrónica que devora lo que necesite de las demás tradiciones nacidas merced a la Diáspora Negra: hip hop, salsa, afrobeat, reggae -el ahora sexteto ya ha dado muestras de fantástico acoplamiento con el sonido bandera de Jamaica, como el dancehall de “Ruperta/Puede Ser” (al lado de los cubanos Obsesión) y el demoledor roots dub de “Malivio Son”.

Si bien el disco tiene sandunga, nunca se desboca, siempre se le percibe contenido. Me aventuro a explicarlo en estos términos: con Planetario, la reinvención electrónico-afroperuana que ensaya Novalima ha minimizado el empleo de samples. Aunque “Herencia” muestrea un fragmento del clásico festejo “A Mí No Me Cumbén”, su uso ha bajado drástica y valientemente después de Karimba. Tal vez el grupo se halle en una encrucijada: enrielarse definitivamente hacia el afro, acometiendo para ello un importante salto evolutivo que le(s) transforme, o hacerlo mutar a través del componente electrónico. Mientras no abandonen este último, escojan lo que escojan, seguirán contando para mí.


Al primer golpe de vista, poco o nada guardan en común los nombres de Matus y Pastizal. El primero, emparentado desde el principio con una psicodelia densa y dura, de eventuales accesos space, stoner y heavy; apela mucho a la oscuridad alucinógena. El segundo está inserto en el pelotón de identidades neopsicodélicas limeñas que ya acreditan un kilometraje prolongado (Hipnoascención, Leche Plus, Transparente, Sounds Of Salomón Jedidías And Space Rock), sin haberse renovado más allá de avatares y advocaciones.

La vida siempre se las arregla para dejarte patitieso/a. Una de esas oportunidades es la alianza establecida entre Richard Nossar de Matus y Yazmín Cuadros (a) Yazmín Danza Fuego de Pastizal. Además de en Matus, Nossar ha dejado huella en otros dos proyectos menos conocidos: Quemos y Aura Tornasol. Cuadros, por otro lado, estuvo en las filas de Pastizal cuando éste daba sus primeros pasos en un primigenio registro kraut rock, allá por el 2000. Su unigénito Indiferente (2007), pues, no la incluye. Tras participar en actos como Aborigen y Mitos Raíces, ella armó en el 2012 el individual Diáfana Bermellón, del que puedes escuchar un puñado de piezas de gran manufactura colgado en su cuenta SoundCloud -pero que, insólitamente, la propia autora considera más bocetos que temas. Alguien debería animarla a empaquetar estos archivos en un disco-carpeta con nombre propio y portada: no se merece menos una inquietante experiencia solista que hibrida el espectral ruido fulgente de la 4AD más interesante de los 90s y la minimal artesanía post rock que produjese la escudería Too Pure en ese mismo período.

En el 2016, ambos músicos se conocen gracias a amigos compartidos. Y en diciembre de ese mismo año, viajan a Chavín de Huántar para recibir el Solsticio de Verano, periplo que los aupó a crear un disco juntos.

Así nacen Tribu y las bases para su primera rodaja, Círculo. Se agita en ella una sensación de permanente mesmerismo regresivo. Quizás “regresivo” no sea el vocablo que estoy precisando, porque ello implica que motivos epifánicos como la embriagadora instrumentación étnica -crotales del Tibet, silbatos cerámicos, shakapas y sikus, un tambor de agua, un didgeridoo-, animistas votos a los númenes de la tierra y de la selva, o imágenes del bosque bajo el ensangrentado crepúsculo; han quedado circunscritos al Pasado. No es así, es sólo que en la ciudad hemos preferido olvidarnos de todo ello.

En fin, puedes tachar “regresivo” y colocar “báquico”. Hasta “selenita”. Tribu trashuma una sacralidad pop que pica en corto entre el space más volado (“Llegando Al Sol”), el tribalismo a lo Dead Can Dance (“Todos Los Jaguares (Canto Para Yana)”, de los primeros surcos compuestos y uno de los más trippies) y el gancho de unos Cranes en sus instantes más accesibles. De hecho, números como “After Dark” (el único donde se escucha la voz de Richard) y “Nube Roja” parecen haberse escapado de un Wings Of Joy de acabado pop, venido de otra dimensión.

A destacar el nutrido concurso de músicos invitados, entre quienes figura Camilo Uriarte, que impulsan el misticismo post chamánico para tribus urbanitas nativas del nuevo milenio que envuelve a Círculo. Disco generoso en texturas dramáticas y ominosas, espero revele definitivamente a uno de los secretos mejor guardados en lo que a privilegiadas voces femeninas de la escena independiente se refiere -oculto bajo el manto de la modestia por muchos años. La edición en físico estará a cargo de las independientes Luna Pagana y Catrina Records.


2018 inusualmente activo, el de Alfonso Noriega. Como El Otro Infinito, ha publicado El Abismo En Cada Objeto EP (junio) vía Chip Musik, Un Antiguo Enemigo EP (octubre) vía Bifronte Records, y Pequeños Métodos EP (noviembre) vía SuperSpace Records. Escojo El Abismo... EP porque tengo entendido que UAE es el primer tomo de un díptico llamado ‘Irrupciones’, cuyo segundo tomo también saldrá a través del sello mexicano, y Pequeños... EP es un “ejercicio suelto”.

El nombre de El Abismo... EP remite al debut infinito del 2014, Buscando Un Abismo En Cada Objeto Y Puertas​.​.​., pero no hay nada que les relacione más allá de esa directa alusión. En cuanto a la música aquí dispuesta, encuentro útil recordar que el mini-album 21 fue pasto de algunos desbalances del febril intelligent techno que Noriega abrazase desde que echara a andar en estas lides: había allí mucho más de intelligent que de techno, lo que se notaba por contraste sobre todo en “Los Dioses De Arena”, suerte de válvula de escape para los bpms relegados a un costado en el resto del round.

El Abismo En Cada Objeto EP enmienda el desajuste en parte. Aunque los ritmos programados y las secuencias recuperan su lugar, el introspectivo y casi inmaculado ambient post-rave permanece subrepticio, manante en su tranquilidad, encapotado en su aislada vigilia nocturnal. El resultado de esta tirantez es un IDM nerviosón que no llega a estallar, acaso arrullado por un notorio incremento cuantitativo de las guitarras procesadas, como en “Saigón”, "White City, Black City” y “DJMP” (que contiene un sample de “Itazurana Neko”, track de Miyagi Pitcher que aparece en Okuraseru, su esfuerzo del 2017). “Las Mareas Traen Tu Nombre” purga los beats de sus cuatro minutos y pico, para endosárselos a “Los Fantasmas Del Rocío”, con lo que éste se convierte en el corte más animado y menos acuoso del extended.

Pese a la tensión descrita, este EP aparenta haber sido engendrado como el cierre de una etapa y el inicio de otra a tanto más personal; donde se prefiere el perfil bajo y el andar constante, la noche sin reflectores ni estrellas, la sobriedad incesante y la contemplación impertérrita. Publica, como ya se dijo, Chip Musik -(no sólo) bóveda de la reserva nacional del mejor IDM/post IDM.


Tranquilamente, I – IV (Demo) fue la revelación más impresionante del 2015 en predios nacionales. El mini-album, tour de force de gran nivel instrumental, deconstruía el clásico sonido Seattle para transmutarlo en un post grunge que hizo parar las orejas aún a quienes nunca han sido muy hinchas de Nirvana y compañía. De este modo se daba a conocer Rhor -no confundir con el fugaz experimento L-Ror, antologado en el heterodoxo triple colectivo Mixtape (2004)-, cuya primera etapa pondera como principal la influencia de los Alice In Chains que cultivasen gloriosa pericia para la ejecución de una veta acústica en Sap EP (1992) y en Jar Of Flies EP (1994), que luego trasladarían electrificada al epónimo largo de 1995.

Tres años después, Rhor entrega su debut, MCMXCIX (2018). Los integrantes son los mismos -Adrian Pastorelli en voz y guitarra, su hermano Diego en la otra guitarra, José Jordán a las baquetas y Daniel Delgado en el bajo. No obstante, el abanico sonoro del grupo se ha ampliado: en éste, ahora cruzan sables el post grunge y el indie más estoico y contenido, terciando ocasionalmente el post rock de nostálgicas guitarras quebradizas a lo Mogwai. De grunge químicamente puro, muy poco.

Casi cuarenta minutos de un sonido magnífico, producto de trenzar las características genéticas más compatibles de cada género -haciéndoles complementarse en un único output donde la melancolía y la dicha convergen sobre atmósferas de desértica aridez, de soledad urbana, de melodiosa otredad... Huelga decir que la performance del cuarteto para este registro se ha volado la barda: su elaboración compositiva es mucho más compleja, como cabe esperar de la unión en-primera-instancia imposible de tres discursos sónicos diferentes unos de otros, y la creatividad de concepto y arreglos salta al tímpano. Una obra maestra organizada en espiral ascendente, que solita se tumba mil veces por minuto cualquier aspaviento proveniente del migrañoso y exánime pop/rock mainstream -que todavía se resiste a morir y ceder su lugar en medios masivos de este país de pacotilla.

Ah, me olvidaba. Rhor ahora tiene voz.



Hákim de Merv

jueves, 14 de febrero de 2019

MF1914: Todo Es Parte De Todo Y Todo Se Desvanece En El Aire // 16 Bits: El Mundo Acaba Contigo // Lego 12: Yoru No Tori // Miguel Uza: Miguel Uza

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 6 de febrero del 2019.)

LOS DISCOS PERUANOS DEL 2018 QUE NO ALCANCÉ A RESEÑAR (II)

En una realidad divergente, con un país bastante más civilizado, que honrase la corajuda y talentosa escena independiente que abriga; el esquivo alias de Jean Bastian estaría protagonizando una polémica de sesgo taxonómico a raíz de su segunda entrega, Todo Es Parte De Todo Y Todo Se Desvanece En El Aire (2018). ¿Es vaporwave? ¿Ambient synth? ¿Vaporsynth? ¿Vaporpunk -nunca lo mismo que steampunk-? ¿Qué es?

A Propósito De Flores, ¿Y Dónde Están Los Poetas? (2016), que anunciaba un giro hacia la estética creada por Macintosh Plus en su crucial Floral Shoppe (2011), no (me) bastó para calificar a MF1914 como abanderado nacional del vaporwave. Todavía se validaba allí mucho de lo que el limeño articulase en los días synth de su entré absoluto, Canciones Cortas Para El Próximo Verano EP (2015). A Propósito..., además, fisuraba ocasionalmente esas hegemonías injertando implosivas digresiones de drum’n’bass y house trap (¡...!).

Aunque los tiros parecían dirigidos a profundizar la novedad del album del ’16, avalados por la participación de Bastian en el Lego 11: Vaporwave (2018) de Chip Musik, lo concreto es que MF1914 ha perseverado en sostener la equidad de su primer round -depurada y radicalizada, por cierto. Todo Es Parte De Todo... viene antecedido por una declaración de intenciones de la que no gozó su antecesor. Escribe el capitalino: “...es un disco conceptual inspirado en la cultura cyberpunk (Blade Runner, Ghost In The Shell, Animatrix, Akira, Lain, etc). Disco donde trato de encontrar mi propio significado de lo que llamo VIDA. Un viaje sonoro con diferentes caminos pero con un solo final. Fundirme con todos los que son y han sido”.

Tal cual dos años antes, el vaporwave y el synth siguen dividiéndose el protagonismo en la música de MF1914. Canales como “72826”, “Segundo Acto”, “Actualización” o el breve “Sólo Después Será Lo Que Es” desencajan su ensamblaje synth para asimilar fogonazos vaporwave. El reverso de esta mecánica adviene en cortes como “Sint-Ética”, “Todo Es Parte De Todo”, “Materia En Movimiento”, “Todo Se Desvanece En El Aire” o “Cierre”; prologada esta última por el diálogo entre Eldon Tyrell y Roy Batty, personajes de la inmortal Blade Runner. Ya que el film de Ridley Scott es aludido nuevamente, conviene precisar que casi todos los referentes citados en el párrafo anterior cuentan con al menos dos décadas de antigüedad. El cyberpunk está, por ende, lo suficientemente integrado a la cultura pop contemporánea como para permearse a nuevas invenciones de la misma laya que la del vaporwave. Menos mal.

“Vaporsynth” es el término que mejor resume a MF1914. A ello suma una circunstancia que aún no subrayo. Tú, que ya has escuchado el disco, ¿te has dado cuenta de lo vaporwave que suena Bastian sin recurrir a los samples marca 80s de rigor, salvo por el que acabo de acotar?


Las diversas coyunturas de fin de año, que comienzan a erupcionar desde fines de octubre, tienden a jugar contra algunos lanzamientos independientes invisibilizándoles. Así sucedió en noviembre del 2018 con El Mundo Acaba Contigo, estreno formal de los trujillanos de 16 Bits. Digo “formal” porque los norteños tienen un split single virtual con Kill Amigo, lanzado en febrero del 2017, en el que acomodan “Rebecca Sugar” (nada disimulado tributo a la creadora de la serie animada Steven Universe) y “Gameboy RIP”.

16 Bits es un nombre que confunde. Apenas lo escuchas mentar, piensas en un proyecto electrónico. Nada más falso. El quinteto compuesto por Kevin Pantoja (guitarra), Mateo Novoa (guitarra), Giancarlo Díaz (voz), Alonso Castillo (batería) y André “Y Punto” (bajo); se ha condensado bajo los mismos parámetros de nombres como Mundaka y Almirante Ackbar. En el imposible árbol genealógico de la movida peruana, esa afinidad les sitúa al interior del pop/rock de dominio indie.

Las canciones de El Mundo Acaba Contigo se sienten cómodas pisando el acelerador (“Ónix”) o prescindiendo de hacerlo (“Súpermariosunshine”). Sobre todo las primeras son alegadas por el grupo para hablar de una ascendencia pop punk, pero honestamente poco o nada me suena 16 Bits a Billy Talent y similares. Sí devienen en flagrantes, en cambio, las influencias del manga/anime y de la gamer culture; tanto en las letras de las canciones como en la mayoría de sus títulos. A los ejemplos indirectamente dados, pueden agregarse “Perdóname Yoshi”, “Toriel” (“Contemplar Cómo Caes, Te Encuentro En El Momento/Se Siente Que Esto Va A Ser Eterno”), “Nueva Partida”, “Rebecca Sugar” (“Estuve En Una Guerra Mucho Tiempo/Ya No Quiero Estar Acá”), “Multiplayer”, “Cadena De Memorias” (“Me Despierto Con Fantasmas En Mi Mente/Son Los Recuerdos De Un Pasado Diferente”) o “Starfox”.

Tres estrellas de cinco posibles para este esfuerzo adecuadamente balanceado, salvo y para bien por el rush final, ése que arranca con “DK Bajo La Lluvia”.


Pese a haber sido significativa porción constitutiva de su identidad desde un inicio, es cierto que de un tiempo a esta parte Chip Musik había dejado un tanto de lado la publicación de material en la senda del shoegazing (y de su estado larval, el dream pop). La discográfica salda esa deuda con un díptico del que selecciono para la disección su segunda mitad, en el marco de su ya célebre serie de compilaciones.

La norma en Lego 12: Yoru No Tori (2018) es, pues, el shoegazing. Como estila hacer ChM, la prioridad la tienen los tracks nuevos, o en todo caso inéditos -criterio no excluyente: los hermanos chilenos de Seatemples colaboran con “Seaweed”, pauteado en su puesta de largo Down Memory Lane (2017). Lego 12..., ergo, tampoco redunda en la autarquía. Hay gente de Japón (In Another North y Collapse), de Inglaterra (Light That Change), de Rusia (Shoe Shine Six). Incluso hay agrupaciones binacionales, como los greco-canadienses The Pink Elephants y los suizo-usamericanos The Churchhill Garden. Antaño inconcebibles, gracias a que Internet empequeñeció las distancias las colaboraciones entre antípodas hoy son cosa común.

Peculiaridad a remarcar: los créditos peruanos, que sólo participan con pistas inéditas/nuevas, en más de una oportunidad se asocian entre ellos para tal fin. Soma es el caso más notorio, estampando su rúbrica en “Despertar”, “Tus Sombras” y “Desde La Lluvia”; al lado de Norvasc, Absi y Ionaxs, respectivamente. Ionaxs, por otro lado, no figura en solitario -pero su impulsor, Jorge Rivas, lo hace como Puna a través de “Abies Alba” y de la infinita “Labriegos De Ensueños”.

Es el de ...Yoru No Tori un registro muy bonito y ensoñador, de cabo a rabo. Hasta no habituales del género, como el individual ambient pop Polvos Azules de Giancarlo Samamé (fugaz “Hinku”), no desentonan con el espíritu del plástico. Esto, porque el shoegazing de ...YNT, tributario de Airiel, Fleeting Joys, Air Formation y sucedáneos; no excluye tenues coloraciones digitales. Si este verano no fuese tan lacra, el díptico, y más aún su segunda mitad; sería el soundtrack a escuchar mientras el sol termina de zambullirse en el océano (lástima que el gringo esté tan ladilla).

No veo la hora de reproducir a renglón seguido el Lego 13: Tsuitachi No Tori.



Con el debut homónimo de Miguel Uza (octubre del 2018), por fin puede afirmarse que todos los integrantes de la formación clásica de Rayobac al menos tuvieron un episodio ligado a la Música tras el deceso del recordado combo. El de Valentín Yoshimoto fue su perdido Mañana EP (2010). Carlos García a.k.a. Carlangas a.k.a. Zetangas tiene ya cuatro trabajos editados, sin contar una recopilación de melodías fechadas entre el 2000 y el 2002 (disponible en SoundCloud), y se halla en preparación del quinto. Y Ernesto “Neto” Pérez ha sido por luengas temporadas el baterista más rankeado/solicitado del circuito underground perucho.

¿Y qué era exactamente Rayobac? Más allá de la discusión sobre si es válido o no considerarle seminal, fue una buena banda a la que aún hoy se echa de menos. Tomó forma a fines del 2000, siendo su primer line-up Zetangas (quien venía de Electro-Z, guitarra y osciladores)/Uza (guitarra)/Yoshimoto (guitarra)/Francisco Melgar Wong (batería y voz; nótese la ausencia escrupulosa del bajo). A mediados del 2001, Melgar es reemplazado por Neto Pérez en la teba y por Uza frente al micrófono, dando lugar a la alineación más perdurable.

Como también pasó con Las Vacas De Wisconsin, el Destino fue ingrato para Rayobac, que después de quedar reducido a trío por la partida de Uza a España a principios del 2004 se desintegra al finalizar ese mismo año. Su legado se reduce al EP casero de temas originalmente intitulados, que documenta una primera etapa con la voz de Melgar en que predominan tonadas a lo Mogwai (post rock) o Yo La Tengo (indie); al epónimo debut y despedida de resuelta semejanza con el Sonic Youth más osado (noise rock) y la malograda saga Pussy Galore; y a una gavilla de números cedidos a múltiples compilaciones. Increíblemente, éstos son los únicos que en vida difundiese el conjunto: tanto el Verano 2001 (Ensayo) EP como Rayobac fueron publicados de manera póstuma (2005 y 2007, sucesivamente).

Uza grabó en el Perú, en el 2017. El guitarrista contó con la complicidad de todos sus ex compinches (la eléctrica de Zetangas en la kilométrica divagación de “Soundcheck #2”, las secuencias de Neto en “La Teoría De La Omisión”, la labia de Yoshimoto en “Dan y Nancy”), y aún de habitantes del entorno de Rayobac (Pablo “Kaboogie” Gotto en bajo, guitarra acústica, guitarra eléctrica, mini moog y coros; Santiago Pillado-Matheu de El Hombre Misterioso en batería). Después de volver a España, a Barcelona para ser exactos, lanza el disco vía BandCamp -precediéndolo de los singles “Latidos En La Sien” y “Dan Y Nancy” (ambos recogidos en el estreno).

Miguel Uza se asemeja más a lo hecho en la segunda etapa de su banda máter, pero de un modo bastante más accesible. Es como si lo que de caótico e impredecible se había traído consigo la experiencia Rayobac de su estadía en los abismos profundos del Ruido, se hubiera sedimentado del todo. Las ondas sonoras que rebotan en el disco lucen sobrias, como enfatizando casi sangrantemente la falta de ese ingrediente/elemento/componente que enciende la pradera. Quizá sea que no se trata de una composición work in progress, como pasaba en Rayobac.

No me malentiendas. Éste es un correcto pitazo inicial. Tiene minutos que te levantan al menos una ceja, como “Lo Más Cerca De La Paz”, la intensa “Todo Sigue Igual”, “CI-7499” (pinta de out-take de la primera etapa de Rayobac) o las gemelares “Latidos En La Sien” y “Días De Radio”. El músico ha conjurado el espíritu, pero en el proceso y quizá debido a la prolongada para ha extraviado el sentimiento, ése que convertía a la música de Rayobac siempre en la pesadilla de otros -y que consiguiese estabilizar/contrapesar cosmos, caos, creación, destrucción, belleza y horror feísta en el CD del 2007. Muy probablemente, será cosa de esperar a que los motores largo tiempo apagados alcancen otra vez temperatura de fundición.


Hákim de Merv

jueves, 7 de febrero de 2019

Fukuyama: Fukuyama EP // Laikamorí: Persōna // Los Protones: Misión OA4 // Gelatina Magma: Una Nueva Era

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 30 de enero del 2019.)

LOS DISCOS PERUANOS DEL 2018 QUE NO ALCANCÉ A RESEÑAR (I)

Que tres muchachones de Villa El Salvador (cono sur de Lima), declarados admiradores de Einstürzende Neubauten, del hip hop -del bueno, espero-, del amado Nick Cave y del Ruido sobre todo asociado a la distorsión; hayan escogido como alias el apellido del servil politólogo estadounidense de ascendencia nipona funcional a los designios del malévolo George H. W. Bush, es para mí a simple vista un misterio, que supongo algún día me será develado. Mientras llega la hora, toca hacer la disección del urgente EP homónimo con que se presentasen en sociedad a fines de diciembre último Kenny (guitarra), Juan Pablo (también guitarra) y Gonzalo (batería). El bajo en las sesiones de grabación estuvo a cargo de un tal Dr. Benway. Secuencias, producción, mezcla y demás florituras; consignan la firma de otro tal Martín.

La de Fukuyama es una vehemente apuesta por el rock ruidoso e instrumental. En la medida en que éste pertenece a una tradición de larga data, se hace imperativo precisar que la filia de la terna luce bien 90s. Como corresponde al tránsito histórico de esa década, el detritus sonoro del que se alimenta Fukuyama yace entre el college (rock alternativo+grunge) y el indie usamericanos. Sonic Youth del Experimental Jet Set, Trash And No Star (1994) en adelante, los Sebadoh del Harmacy (1996, depurando cualquier indicio de Baja Fidelidad) y Fugazi en su mejor momento (el de Red Medicine, 1995); son asimismo algunas de las veladoras que me esperaría encontrar ardiendo en el santoral del terceto.

Este EP de largada se desparrama anegado de fragor. Aunque cuadraditos para la ejecución de un post-grunge que ilusiona enfilando -todavía tímidamente- hacia el audioextremismo, a estos desparpajados chicos les gana la soltura, la angurria decibélica y la sinvergüencería típicas de quienes debutan sin temor a la noviciada -finalmente, nada tienen que perder, y sí mucho que ganar. Es lo mínimo que siempre espero de quienes saltan a la cancha dispuestos a fatigarla de punta a punta.


En el primer larga duración firmado por Laikamorí se ha producido un cambio drástico respecto de lo ofrecido por el enigmático dúo en su vitoreado °°°°°°° EP (2014). Este último podía comportar un reto para oídos vírgenes, dadas sus composiciones nebulosamente lo-fi, por momentos irrespirables para tímpanos acostumbrados al pop. El momento actual de la dupla ha quiñado ese “tosco” acabado del extended, resquebrajándolo cual crisálida (sónica). Lo que ha emergido de allí, conforme a la idea de metamorfosis deslizada en la oración anterior, es algo ¿muy? distinto.

El único resabio sobreviviente del EP se relega a los turbios filtros que se ceban en las voces. La música de Laikamorí suena ahora límpida, numinosa, con un acercamiento pop que convierte cada parada en un salto de agua; sea éste largo o minúsculo, tumultuoso o pacífico. Preciosista y ensoñador, no sé decidir si Persōna (2018) brilla o palpita. O ambas cosas intercalándose. O al mismo tiempo.

Pese a no ser muy vasto, el disco constela una galaxia en la que se equilibran las dos facetas que los limeños han elegido priorizar: por un lado (el digital), la electrónica de beats subsumidos al ambient y ligada al folk; por el otro (el analógico), las fantasmagóricas guitarras melódicas del shoegazing en su primigenia fase dream pop. No es equivocado pensar que algunos de estos nuevos minutos evocan a Sigur Rós, pero la estela de los islandeses no agota las posibilidades que explora Laikamorí en su debut en largo: dream pop en “Saudade”, chillwave en “1957”, ambient synth pop en “Anonyma”, gospel futurista en “M111”...

Precisamente “Anonyma” entroniza junto a “100110” el lado electrónico sobre el que montan en gran medida los temas de este volumen, y empuja los niveles de velocidad/contundencia; si bien este viraje hacia el final no desdibuja en absoluto las inmaculadas cúspides que el dueto ha conquistado. Sobre todo cuando éste baja el telón con el cósmico “Endlos”, cuyo entramado de sintetizadores remembra a los Padres de la electrónica en la era pop -Kraftwerk.

Grabado en Lima y masterizado en Buenos Aires, Persōna ha sido producido por el gran Mario Silvania, quien ha cerrado un año inolvidable en estas lides -también se ocupó de producir el sensacional In Event Of Moon Disaster, de Blue Velvet, y anda voceado para hacer lo mismo con lo nuevo de los pasqueños Felyno.


Un breve sumario, una anécdota y una precisión acerca de Los Protones. Empiezo por esta última.

¡Maravilla! (2013) fue hasta hace poco lo último que editase el quinteto capitalino. Me refiero a material de estudio. Aún no me he agenciado la recopilación 20 Monstruos! 2007-2015 (2015), curada por el sello griego Green Cookie Records, y por ende no estoy seguro sobre si cobija algún inédito (como en ocasiones se estila hacer).

Ahora el breve sumario. Los Protones emergen de las cenizas de los recordadísimos Manganzoides, banda que encendió en tierras peruanas la flama del revival garage surf a fines del siglo pasado, premunida de ínfulas psicodélicas que encumbraron a un desmadrado vocalista picapedrero como Rafo Komodo. En sus días de gloria, Manganzoides llegó a cosechar los mayores elogios de la prensa independiente internacional -hasta ahora se recuerda que la Rolling Stone les recomendó en su sección web “MP3 Del Día”. Cuando en el 2007 Manganzoides se separa tras 11 años de agitada existencia, todos sus integrantes salvo Komodo se reagruparon como Los Protones, iniciando un nuevo capítulo en los anales del revival líneas atrás señalado.

Turno de la anécdota, para ir entrando ya en materia. Armando una megacompilación de rock y electrónica peruanos, extrapolé dos pistas del epónimo debut de Los Protones en el segmento dedicado a la primera generación de la fundacional escena rockera peruana, promoción dominada por el instro-garage-surf-beat. Más de una persona que vivió esas épocas escuchó el segmento, y nunca ninguna de ellas se dio cuenta de la extrapolación. De ello puede concluirse que la música de Los Protones nació en esencia revivalista, al punto de lograr una mímesis perfecta con sus pares sesenteros, salvo por la calidad de la grabación. Esa situación comenzó a cambiar con Hijas Del Diablo (2011). El número clave de la placa es “Chichasurf”, que me hubiera gustado incluir en la antedicha megacompilación -conseguí Hijas... recién dos años después-, porque su bipartita naturaleza queda en evidencia desde el nombre con que se arropa.

El título de Misión OA4 (2018) guiña a ciertos códigos usados por radioaficionados para identificarse. Lo más interesante viene acomodado en la primera mitad, donde ese swing latino y sabrosón insinuado en “Chichasurf” se hace un tanto más visible: “Infiernillo”, “Cráckula”, “Punta Pánico”, “La Mancada”... Incluso en “Sal De Mi Huaca”, los ex-Manganzoides se atreven un poco a incursionar en el mestizaje, incorporando para ello instrumentos autóctonos como el charango.

El punto de inflexión llega de la mano de la sorprendentemente melancólica “Presagio”. A partir de allí, y con la excepción del cierre, que también participa de ese calenturiento saborcillo antes descrito (“Olas Anómalas”); el resto de Misión OA4 se ubica en las mismas coordenadas que ya han visitado Los Protones en esfuerzos precedentes. Frenético -pero ya levemente extemporáneo- surf rock instrumental con debilidad por acabados vintage, siempre persiguiendo ese paraíso (perdido) que fue la capital peruana a mediados/fines de los 60s.


Apenas estrenado noviembre pasado, salió el segundo episodio de Gelatina Magma. Algunos camaradas podrán discutir sobre si en realidad es su segundo episodio, ya que el primero tiene más de demo que de LP propiamente dicho. Algo de razón les asiste. Así De Simple (2015) es un primer esfuerzo menos de canciones plenamente definidas que de bocetos. Más que en resultados, el talento reside allí en potencia.

No tardarían, sin embargo, Giancarlo Samamé y Ángela Ruesta en invertir aquella polaridad. Triada EP, lanzado en el 2017, otorga carta blanca para hablar del excelente dominio de un electropop bailable lo bastante elástico para asimilar arreglos que aparentan ir en sentido contrario; lo mismo que de un clarísimo crecimiento de Ruesta en técnica y protagonismo -se le siente mucho más cómoda en el extended.

Una Nueva Era (2018) es el notable paso hacia adelante que le hacía falta a la mancuerna. A diferencia del Así De Simple, éste es un disco Ruesta/Samamé. La apertura “Comas” arranca afianzando su estilo y haciéndole socializar/departir/interactuar con el post pop y sobre todo la fusión. La bossa nova estilizada de “Caminante Nocturno” y el candombé carioca anfetaminizado de “Oda A Malanga” son sendas certezas de ello. Pero también hay lugar para efectivos medios tiempos como “Diadema” (single virtual eyectado días después de publicado el album), canales electropicales bajos en serotonina como el ‘original mix’ de “Reflejos” (repescado del Triada EP), experimentos psico-indies como “Epitafio En El Parque” o “La Piedra Alada” (que samplea la voz del desaparecido poeta José Watanabe leyendo el texto que le bautiza), y ejercicios herederos del ludismo del Así De Simple (“Tome Aire”).

Opus a la altura de una Lætitia Sadier o de un Tim Gane nacidos en Latinoamérica, Una Nueva Era cierra con el remix de “Reflejos” en clave drum’n’bass, a cargo del infaltable Luján (recuperado del 3R3MIX3S EP, 2018).


Hákim de Merv