Que son días poco favorables
para la Creación Heroica, es una afirmación que va convirtiéndose en axioma con
cada nuevo almanaque desde el cenit de los 00s. Igualmente vero es que estas
fechas se prestan más para deconstruir/revolver/desafiar las etiquetas que el pop
contemporáneo forjase en periodos más felices de su generoso devenir. En lo que
no hay acuerdo ni concierto es en si esa competencia para disolverlas y jugar
con ellas tiene mérito intrínseco o no. Naturalmente, estoy convencido de que
sí -o hace rato habría colgado la pluma. Encuentro esperanzador que a la
taxonomía sonora le cueste horrores acuñar los sintagmas lingüísticos necesarios
para describir aquellas inopinadas aleaciones hoy abundantes en las escenas independientes,
y recurra a la yuxtaposición/mutilación de preexistentes categorías para salvar
la situación.
Buena parte de los
diecisiete, acaso dieciocho calendarios que lleva recorridos, Liquidarlo Celuloide los ha dedicado a refinar una zumbante sonoridad que cabe aquilatar
vagamente como noise rock frankensteiniano. Ambient degradado, no wave, ruido
blanco patas arriba, automatismos surrealistas varios, insania pig fuck,
non-sense experimental, feedback atonal... Éstas y otras etiquetas pariguales
han sido depositadas incontables veces en crisoles embadurnados de petróleo
crudo, dando lugar a un output bramante que recuperase terreno gracias a Superfricción, rodaja del 2017. Ahora
que los capitalinos se hallan próximos a las dos décadas de existencia, optan
por estrenar su decimoprimera referencia en largo con nada menos que Jaz
Coleman en las perillas.
La presencia del frontman
de Killing Joke en labores de producción no es a priori influencial. Para Superfricción, LC mostró por primera vez
elementos que lo conectaban directamente con el post punk original, matriz de
géneros en que se forjase la Broma Asesina. Sin embargo, los créditos que le
arroga Anamnesis (2020) al británico sí
son indiciarios. Habiendo decidido la banda reorientar el maelström de disonante
entropía espiral y pantanosas frecuencias arácnidas que galopa de continuo,
hacia esas comarcas de convulsa/oscura angularidad eléctrico-epiléptica surgidas
tras el estallido punk de 1977, quiso el Destino que el concierto de KJ en Lima
(2018) lo abriesen los dirigidos por Juan Diego Capurro. “El flechazo fue
instantáneo”, como dice una canción de Mecano -acaso porque, de la
impresionante galería de Héroes que ofrendó el post punk a la mitología
pop/rock, Coleman es el que mejor descifra el apocalíptico descerraje voltaico
de los limeños.
Son apenas seis
temas. No se necesitan más. La agrupación, mismo line up del capítulo previo -Giancarlo
Rebagliatti (bajo), Capurro (voz y teclados), Efrén Castillo (guitarra), Alfonso
Vargas (batería)-, a la que siempre me resistí a tildar de “psicodélica”; incorpora
finalmente ADN lisérgico en modo “psych”. En efecto, el avatar celuloide que
abraza y se funde con el post punk ha sido abducido por esa perturbadora
demencia furibunda que arropó al grupo desde las fechas en que era el proyecto
solista de Capurro, y que en Superfricción
amenazaba con reconquistar lo que al principio fue suyo. Esa desequilibrante
chifladura que gusta de sodomizar cualquier embrión de pensamiento lógico, que
es más agresión que vuelazo, le salta a la carótida al viejo Coleman -y éste le
recibe con los brazos abiertos, sabiendo lo que va a provocar ese encontrón.
El resultado es estremecedor.
A los aceitados engranajes de Liquidarlo Celuloide les aditan ampollas
concentradas de violencia neurótica, les disparan numerosas salvas de esquirlas
de un industrial más mecánico que metálico, les invaden microorganismos
fungiformes de torva densidad fangosa. Aquello que se levanta de esa fosa de
tormento y agobio infinitos es una entidad emponzoñada, venenosa. El cuarteto
es ahora una cofradía de cenobitas prófugos del Hades, devota del Lado Oscuro.
Una célula subversiva de mantras infernales (debe ser el primer disco de la
saga en que todas las pistas encajan voz), capaz de hacerse delgada como papel para
atravesar defensas y bruscamente adquirir atroz consistencia/volumen (“Saliva”).
En Anamnesis -término que alude al estado mental susceptible de recuperar recuerdos inconscientes-, el combo puede soliviantar ominosas borrascas en torno a un riff GIGANTESCO que asume el rol de nota pedal (“Asfixia”). Puede epatar bilis y vileza en proporciones exactas (el single de adelanto “Lluvia Negra”). Puede arrastrar al productor a una colaboración estelar (“Perversión”, con vocales y sintetizadores de Coleman), por en medio de una trocha infestada de fétido/félido limo verde. Aquí se impone remarcar la laboriosa jornada acometida por el baterista. Mazazo tras mazazo, Alfonso Vargas gana todos los rounds de esta disputa. El punche con que va al choque y su precisión, digna de un pulsar, dan contigo invariablemente en el suelo y sangrando -incluso en “Bajo El Río De Neón”, track insuflado de dub, amansado por el expansivo groove que impone Vargas desde las baquetas. Los diez minutazos de “Bajo El Río...” dan reposo y sosiego al/a la escucha luego de haber sido vejado/a casi media hora, y cumplen además con el canon que observa buena parte de la tropa post punk clásica -el viaje de John Lydon a Jamaica no sólo fue determinante para Public Image Ltd.
La prueba palmaria
de lo propicia que ha sido para Liquidarlo Celuloide la posición de las
estrellas en Anamnesis es la brutal
“Erupción”. La milimétrica interacción entre guitarra, bajo y batería, aupados sus
ejecutantes a un frenético ritmo de hambrienta malignidad, de enajenante protervia;
alcanza ese paroxismo pánico que estigmatiza el espíritu con arañazos de
claustrofobia -algo así como el acojonante miedo ciego que te nubla cuando ves The Blair Witch Project (1999). Una alusión/ilusión
inducida por la espantosa melopea “Alguien
Dijo Que Ese Niño Nunca Estuvo Entre Los Cinco/Luego De Ellos Fueron Otros Los Que Desaparecieron”. Me he provocado
una frikeada brava escuchando una y otra vez “Erupción” en plena madrugada, y
me la seguiré procurando una temporada más, pues uso exponerme a aquello que me
espeluzna hasta que ya no lo haga. Lo más cercano a un ave satani pop que se
haya hecho aquí.
Hákim de Merv