(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 22 de mayo de 2024.)
Chiclayana hoy afincada en la costa oeste de
la Unión Americana, Micaela Martínez a.k.a.Ela Zul lanza oficialmente a
fines de enero su segunda entrega de largo aliento, Spine. La primera, World
As A Magnet, data de noviembre del ‘22 -y aunque no paseo todavía lo
suficiente por entre sus surcos, los rastros apuntan a que orbita alrededor del
indie pop. De confirmarlo próximas escuchas, el golpe de timón que ha sido
impuesto por la joven norteña en su nuevo disco es más que palpable.
Para empezar, si bien el piano ya estaba
presente en World..., en Spine su protagonismo se acrecienta al
punto de tornarse identitario de la obra. Amén de dotar al nuevo repertorio de intimistas
aires tradicionales, las teclas acercan a Ela Zul a esas viejas vetas de new
age que entre fines de los 80s y principios de los 90s refulgían revestidas de
sesgos juglares (cf. Enya, Loreena McKennitt o Malinda Kathleen Reese). Esa estela, por lo demás ya
asimilada al pop pedestre durante el nuevo siglo, se entroniza al menos en 7 de
las 9 canciones compendiadas aquí.
Es, pues, parejo el cromatismo de Spine.
Bien matizada por quenas y contrapuntos vocales (“El Niño Espacial”), bien
apuntalada por insinuadas/sutiles líneas de teclados (“Noche De Algunas
Lágrimas”), la paleta de Martínez colorea de continuo las nuevas viñetas
recurriendo a la misma franja espectral. Etéreo en “Estampa”, bucólico en
“Soñé”, balsámico -“con v de vals”- en “Mariola”; el emotivo pop de la
cantautora discurre sin otros sobresaltos que aquellos que proporcionan las
letras. Y es que, a diferencia de la música recién facturada, los textos se
mueven en planos algo más mundanos -cuando no carnales, como es el caso de la
aludida “Estampa”. Otro ejemplo es la excelente “Nada”, donde Ela se nos
descubre presa de anhelos frustrados.
Más cerca de World As A Magnet, “Sueño
De Un Genio” y “Virgen De Guadalupe” constituyen los momentos discordantes de
la placa. No por entero, desde luego, pero de todas maneras percibo en ellos un
uso más extensivo de instrumentación basada en circuitería. Sobre todo en
“Virgen De...”: con un tropical/tapatío acompañamiento coludido a la guitarra
de palo, queda claro tras los primeros acordes que se trata de un homenaje a la
que es tal vez la advocación más célebre de María al sur de Estados Unidos.
Ecos residuales de Julieta Venegas y aún de
Maldita Vecindad Y Los Hijos Del Quinto Patio impregnan, así, los instantes
finales de un opus embebido de espiritualidad. No de una cualquiera: la de Ela
Zul lleva marcado el sino de la soledad, de la duermevela, de la melancolía. Variedad
no precisamente abundante en nuestro medio, rubricada por una voz que si bien
no es sobresaliente, sí se revela bastante cumplidora.
(Publicado originalmente a través de tres
posteos en Facebook, el 9 de abril de 2024.)
A priori, me imagino que la interrogante con
que encabezo esta nota sacará ronchas al por mayor, habida cuenta de la
ambición e incluso soberbia que se le podría achacar. ¿Por qué Sudamérica en
vez de Latinoamérica? ¿En qué situación está España, como para no
considerársele? ¿Tiene la región una escena pop, independiente y/o mainstream,
lo bastante representativa y sobre todo visible como para jactarse de una cosa
así? Más importante aún, ¿el nivel de la pluma en esta parte del continente
soporta la implícita aseveración?
La respuesta a la última pregunta esbozada es
afirmativa, si bien debe tomársele de manera menos literal que figurativa. Al
menos en este país (Perú), la prensa escrita especializada hace rato que
agoniza. Los últimos medios serios resignaron posiciones a fines de los 00s. De
allí en más, salvo experiencias aisladas -vg. el esfuerzo loable de la
arequipeña Tesoros Mundanos, el fanzine Frecuencias (que de paso
resucita el formato)-, los colectivos cedieron lugares a proyectos cuasi
unipersonales cada vez más insulares. Ello, sin embargo, no supone la extinción
de la crítica especializada; que ha encontrado otras maneras de seguir en la
brega. Ahí están, para muestra, los programas radiales online, los videoblogs,
los podcasts y los canales de YouTube.
El tema pasa entonces no sólo por la manera
de encarar la labor, sino por lo rigurosamente documentados/as que deben
mantenerse los/as responsables de éstas y otras tantas plataformas. Últimamente,
he estado revisando muchos canales de YouTube enfocados en los diversos géneros
del pop contemporáneo. La absoluta mayoría de ellos lo hace bastante bien
cuando se trata de grupos y esféricos nuevos. Es en las revisiones del pasado,
empero, donde localizo groseras fallas.
Verbigracia, el breve especial de tres partes
que dedica Music Radar Clan a la añosa no wave neoyorquina. Me cae el
conductor, basta escucharle algunos minutos y contemplar la variedad de estilos
que audiciona -traducida en un menú harto variado de videos- para saber que el
man la vive. No obstante, en el primer video que dedica al ¿estilo? antedicho
patina rochosamente. Sitúa la génesis de la no wave a inicios de los 70s,
cuando los estetas de New York iniciaron su cruzada impelidos por la revolución
punk a partir del ‘77 -la idea era hacerle quedar como un manojo de riffs de
Chuck Berry recalentados (en palabras de la histórica Lydia Lunch). Se alude a
los primeros álbums de Sonic Youth y de Swans como las referencias no wavers
más tempraneras (1983), cuando a principios de los 80s ese apocalipsis ya había
pasado a mejor vida. En esa misma línea, se contradice mencionando el No New
York (1978), carta de presentación curada/producida por Brian Eno. Y obvia
detallar la discografía, en 33 y en 45, que sí pudo editarse en la época e
inmediatamente después.
Antaño, uno/a podía esgrimir la disculpa de
la falta de fuentes de información. Hoy, eso ya no es excusa. Pero aún en el
hipotético caso de que no contásemos con Internet, en 1996 la revista Factory
publicó un dossier sobre la no wave con info mucho más pormenorizada que la que
puede extractarse del video señalado. Y la Factory fue una publicación
española. Si yo, que estoy al otro lado del charco, he podido acceder a estas
páginas a fines del siglo pasado; ¿cómo es posible que el conductor de MRC no?
Otro ejemplo del declive pronunciado que vive
la prensa especializada ibérica lo ofrece el mismo canal de YouTube. Recuerdo
que en su momento muchos medios latinoamericanos se rindieron ante las bondades
de un disco como el Bocanada (1999), segundo en la trayectoria solista
de Gustavo Cerati. No es mal trabajo en absoluto. De hecho, al menos en dos
ocasiones he declarado que la carrera de Cerati me resulta bastante más
atractiva que la de su grupo madre, Soda Stereo. La vaina es que, con los años
y la creación de la biblioteca/meloteca/videoteca/pinacoteca global que es la
Red, se ha ido descubriendo que -como dije hace poco- Cerati era en realidad un
artista del muestreo.
Aprecio la sincera opinión del responsable de
Music Radar Clan, quien sentencia que el Bocanada le parece uno de los
mejores largos concebidos en lengua castellana. Que lo diga un español cuenta
mucho, sin duda. El bemol es que ya existe buena cantidad de videos que se han
tomado pacientemente la molestia de desbrozar las DECENAS de sampleos de que se
valió el fallecido músico argentino para componer sus dos primeros trabajos
-sobre todo el Bocanada. Que se haya servido de ellos, por supuesto,
nada tiene de censurable. Lo malo, lo que es recontra cuestionable, es que no
los acredita: salvo el sampleo de Focus (“Eruption”) en “Bocanada” y el de Los
Jaivas (“Del Aire Al Aire”) en “Raíz”, que eran vox populi, Cerati ningunea a
todos los demás. Y son legión: el brasileño Deodato, The Spencer Davis Group,
el maestro John Barry, XTC, Porter Ricks... ¡Incluso la Steve Miller Band, The
Electric Light Orchestra, Thomas Dolby!
Y, como ya te imaginarás, el choche de MRC ni
enterado. En la casilla de acuciosidad, este brother no va a sacar nota
aprobatoria. Cierto, es un caso puntual, pero lo suficientemente representativo
como para poner en entredicho la meticulosidad de los medios españoles mejor
documentados. Concordados ya en que la cosa anda de capa caída en la Madre
Patria -después de todo, que Rock De Lux haya rendido la bandera fue un
golpe doloroso cuyas consecuencias han trascendido allende la península ibérica-,
¿por qué decir “Sudamérica” y no “Latinoamérica”?
Podría aquí apelar a testimonios personales
-como que, en un viaje a Argentina, el músico/no-músico Wilder Gonzales Agreda
comprobó que Loop, el viejo grupo de Robert Hampson; era más conocido en
Perusalem que a orillas del Río De La Plata. O que, después de reseñar al acto
mapocho Descargo Y Maleficio, desde el hermano país al sur de Tacna me
escribieron “Haces más investigación sobre las bandas de acá que los propios
periodistas musicales chilenos. Aguante”. O que pocos pares en la zona tienen
la erudición de Fidel Gutiérrez, el mayor crítico de música pop que ha nacido
bajo estos cielos.
Usemos argumentos más objetivos. Semanas
atrás, encontré el canal de YouTube llamado Lado B. Lo dirige un mexicano. Al
primer golpe de vista, asoma tan enciclopédico como Music Radar Clan. Y el
conductor es igual de carismático. Le doy click a un video que lleva por título
el curioso subject de “5 Bandas Con Discografías Perfectas”... y empiezan los
problemas.
El carnal escoge para la ocasión a The
Chameleons, Portishead, Slowdive, The Smiths y Talk Talk. Nada que objetar.
Quiero decir, ya sabes de sobra que no me llevo bien con los/as fans del combo
de Morrissey y Marr, pero no alegaré para no empezar discusiones a estas
alturas estériles. Las discografías de Talk Talk, Slowdive y Portishead me
parecen brillantísimas. En cuanto a The Chameleons, no he escuchado el disco
del ‘01, Why Call Anything; por lo que no puedo decir si se trata de una
trayectoria impoluta. Lo que sí puedo decir, en cambio, es que el cuate se ha
salteado LPs de los de Middleton. Debo asumir, pues, que no conoce de su
existencia -o los habría considerado, dado el tema del video. Se menciona el Script
Of The Bridge (1983), el What Does Anything Mean? Basically (1985) y
el Strange Times (1986). Hasta ahí todo conforme. El paso en falso se
produce cuando se dispara hasta el Why..., obviando tanto el Dali's
Picture (1993) como el Strip (2000).
Que The Chameleons tenga o no una discografía
inmaculada, no es lo que se discute. No es una apreciación subjetiva lo que se
pone en entredicho, sino un dato fáctico. Si en los casos de Portishead, The
Smiths, Talk Talk y Slowdive has revisado y defendido tu opinión enumerando
todos sus discos en estudio; ¿por qué no ocurre lo mismo con The Chameleons? La
única explicación lógica es que no los conoces. Por lo demás, es un acierto
mayúsculo la opinión vertida y reivindicativa en torno a Talk Talk, banda injustamente
infravalorada que en los 80s dio pie a un pop redondo e imprescindible. Si por
mí fuera, le daría un Nobel póstumo de literatura a Mark Hollis -de los pocos
cantautores que amo de manera incondicional.
Una última muestra de la ausencia de
perspectiva. Lado B decide elaborar un top 50 con los mejores discos de los
80s. Ok. Hay cosas que no me cierran, pero bueno, es finalmente su criterio.
Con lo que estoy en abierto desacuerdo es con el número 1 de su lista: el
homónimo debut de The Stone Roses. ¿Por qué? No porque el plástico sea malo. Es
todo lo contrario. Con todo, su sonido es mucho más 90s que 80s, como sucede
asimismo con otros precursores como Pixies, Jane's Addiction, Sonic Youth, Big
Black o Butthole Surfers. ¿Qué tan atinado es escoger para el primer lugar un
álbum que no es tan representativo de la década en cuestión como sí heraldo del
sonido de la que viene?
El largo de los Roses sale a la venta en
1989. Remarco la fecha para traer a colación algo que aprendí en una clase de
Historia Del Arte durante los días universitarios, y que se puede sintetizar
más o menos así: “los últimos años de una década ya no son esa década, sino la
siguiente”. Después de 1987, acaso 1988, los 80s son una transición hacia los
90s.
No son pocas las personas (de éste y del otro
lado del mundo), ni han sido pocas las ocasiones, en que se ha reconocido la
calidad de la prensa especializada sudamericana; ésa que integra la perucha.
Triste destino el de esta última, que vanamente redobla esfuerzos en pro de una
excelente escena independiente marginada casi por entero de los medios masivos
-y cuyo radio de acción/difusión se halla por ende imposibilitado de acceder a
grandes audiencias. Sin pretenderlo, la escena independiente nacional vive
aprisionada en una burbuja que la obturada mass media mantiene herméticamente sellada.
Y ya sabemos lo que, tarde o temprano, sucede con las burbujas.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 1ero de mayo de 2024.)
Tras la desintegración de Sonic Youth -vamos,
eso del “hiato indefinido” es un subterfugio-, los ex integrantes no han dejado
marchitar sus respectivos trajines solistas, salvo Steve Shelley; único de los
cuatro que carece de andadura individual propiamente dicha. Por desgracia,
aunque han entregado algunos cumplidores discos sin mayores pretensiones, ni
Lee Ranaldo ni Thurston Moore logran enhebrar propuestas con la misma capacidad
de impacto que la acreditada por la Juventud Sónica en pleno: tanto Screen Time
(‘22) del larguirucho Thurston como Electric Tim (‘17) del guitarrorist
Lee fueron ignorados en los respectivos recuentos anuales por la prensa especializada.
Quien sigue dando la hora con sus
lanzamientos es Kim Gordon, bajista del cuarteto y ex esposa de Moore -fue la disolución
del matrimonio lo que precipitó el final del legendario combo usamericano, luego
de cuatro décadas de existencia. Amén de la vitoreada autobiografía Girl In
A Band: A Memoir (‘15), la crítica internacional celebró su No Home Record (‘19) con las mismas energía y pasión puestas en saludar la
aparición de un álbum tan esperado como The Collective, publicado en la
significativa fecha pasada del 8 de marzo. Se ha dicho, en efecto, que es “un
maelström de pensamientos mundanos”, en cuyo interior “las turbulentas
guitarras de Gordon son despedazadas por sintetizadores aserrados y crujientes
beats masivos”.
Tal cual. Producido por Justin Raisen y
Anthony Paul López, que hicieron lo propio con No Home... y que también
coescriben junto a Kim buena parte del nuevo repertorio, The Collective es
un profundo foso de oscuridad casi material cuyas paredes han sido levantadas fundándose
en un invencible/irritante murallón de sonido. Sea que experimente con medios
tiempos o con síncopas algo más aceleradas (“The Believers”, “Dream Dollar”), sea
que prescinda de puentes o del más elemental apoyo coral, la neoyorkina ha sumergido
sus eléctricas en procesos desarrollados a partir de beats digitales. La
transustanciación ha guiado al plástico hacia periferias de géneros normalmente
ajenos a la polímata y a su instrumento estelar, como el industrial o el
illbient, cuando no el trap (puajjjjjj). En el caso de este último, cuyo
espectro sobrevuela amenazante los cuarenta y tantos minutos de TC, menos
mal su impronta sólo se hace evidente en “The Candy House”.
No puedo decir que hay protagonismos en The
Collective. Con excepción del bajo, y ello sólo en contadas ocasiones (el
tirón gravitacional de “Shelf Warmer” equivale a por lo menos 50 veces la
fuerza G del gigante de nuestro Sistema Solar, Júpiter), ninguno de los
instrumentos que seas capaz de reconocer y aislar escapa a la zumbante turbiedad/a
la densa ominosidad que recorre de punta a punta la placa. Mejor aún, el único
protagonismo que permite la vigorosa septuagenaria es el del sonido mismo: el
volumen de éste te clava en el asiento, literalmente te aplasta a través de siniestros
y aciagos latidos sin fin, te tumba antes de conducirte/arrastrarte por
pasillos anegados de electricidad de ineluctable carga negativa. En esa
dirección, hasta podría afirmarse que la división del CD en canciones es
ficticia, apenas nominal, pues su inherente opacidad no permite distinguir
claramente cuándo termina una y comienza la otra -ese entrelazamiento termina
por desdibujar cualquier intento de identificar con certeza cada tema,
descontando el rush final, cuando el tempo se agiliza.
Podría afirmarse ello, pero no lo haré.
Hacerlo implica ignorar una parte importante del alma misma de las
composiciones, las letras. Gordon las utiliza para verbalizar su cotidianeidad
-una en que reflexiona sobre el aislamiento y la soledad imperantes en un mundo
paradójicamente interconectado hasta la náusea (“I Won't Join The Collective/But
I Want To See You” en “The Candy House”), sobre el eterno dilema de elegir
entre el mainstream y los circuitos (cada vez más miniaturizados) de música
independiente, sobre el sexo en segmentos poblacionales pertenecientes a la
tercera edad (“Stick Your Fingers In The Holes, Mmm/Gotta Have 'em On
My Set/My Set/These Are My Trophies/My Bowling Trophies”
en “Trophies”), sobre el revisionismo contemporáneo ante la orfandad de una
dialéctica que dinamice la cultura pop nacida-desarrollada-y-estancada-hace
lustros. Discazo de la Kim, la ex Sonic Youth que más ventajas ha capitalizado
de la desaparición de su mítica banda matriz.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 24 de abril de 2024.)
Fundada durante la segunda mitad -o en todo
caso, hacia finales- de los 80s, si la subescena synth pop forjada en el Perú gozó
de momentos estelares, éstos se dieron en el curso de la siguiente década. Ello
no obsta para afirmar que, si bien escasos, nuevos e interesantes nombres se
han sumado al rubro tras el cambio de siglo. De entre los que nacieron en los
90s y se desarrollaron sobre todo al trasponer la barrera del milenio, destaca Xplora,
cuarteto que inició actividades hacia 1997 y que entró en receso permanente en
2011 -luego de entregar tres documentos de largo aliento, cuyas versiones extendidas puedes audicionar en YouTube.
Tras paréntesis bastante prolongado, de las
cenizas de Xplora nace Café De Las Almas, proyecto con que Javier Vera (a)
Jacko recupera un puñado de composiciones que estuvieron gestándose desde el
final mismo de su anterior banda. De ésta también sobrevive Iván Peralta
(tecladista entre el ‘06 y el ‘11), completando el terceto Melannie Bartolo en
coros y guitarras. Paciente y dilatado período de producción de por medio, el epónimo estreno de CDLA aparece el 21 de este mes, previo lanzamiento de los sencillos
virtuales “Perseguirte” y “Ángeles Malos”. Precisamente es con el primero de
ellos que se abre esta rodaja.
Y vaya que fue un susto. Aunque en términos
generales Café De Las Almas no se aparta gran cosa de la ruta que recorriese
Xplora, “Perseguirte” me sonó demasiado a aburrido pop empalagoso, amable en
exceso y terriblemente cansino. En algunos pasajes, incluso, me recordó a los
siempre aguachentos Mar De Copas y demás prole que le sucedió/imitó -sólo que
con extra de sintes. Afortunadamente, el resto del disco diluye la
sobreabundancia de sacarosa y reconduce la jornada por senderos de un synth
cada vez más contenido, sin alejarse de los armoniosos paradigmas de un género
de por sí inclinado a la melodía.
Entre “Día De Sueño” y “Morfeo”, pues, la firma
synth de actos como Camouflage, Red Flag, Cause & Effect, Anything Box y
Cetu Javu palpita bajo eurítmicas líneas de glacial confección; distanciadas
del rarefacto idealismo de unos O(rchestral) M(anoeuvres in the) D(ark). El
recurso dosificado de la guitarra en pistas como “Despertar” o “Strawberry”
introduce elementos del electropop más interesante compostado al calor del
mainstream noventero. De hecho, “Strawberry” es lo más cercano al pop
pasteurizado de los 00s, si bien no llega a equiparar el mal paso que supuso la
apertura: por el contrario, añade versatilidad a un registro que es necesario
evaluar con ciertas atención y severidad, al considerársele la segunda vida de Peralta
y Vera.
Ajustados cambios de ritmo (“Ángeles Malos” tienta
al trip hop y se queda a media caña), minimales baladas (“Malabares”), álgida
vitalidad en secuencias y teclados -el grueso del repertorio sin enumerar hasta
ahora: “Apareceré”, “Tu Canción”, “Fe”, la epilogal “Morfeo” (recuperada de la
primera placa de Xplora, Intro)... Tratándose de un estilo ya con
lustros a cuestas, no habría estado mal que pusieran un poco más de empeño en las
letras. El nivel de éstas es fluctuante: a veces lucen ok, a veces por debajo
de eso. Es loable, en todo caso, el tesón en persistir en feudos synth pop con esmero
y convicción -el mismo que podíamos encontrar en Cuerpos Del Deseo, Noche
Futura o La Esencia, por encima de intentos fallidos como los de Avatar o
Andrógenes. Ello, sin obviar las consabidas pinceladas de variedad -como la de
“Niña Vampiro (R&R Version)”, el canal más rockero de la puesta de largo.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 17 de abril de 2024.)
Gracias al compa Elvis López Aroni, natural
de Huancayo que formara en Ayacucho el trío Post Galazer y que a principios de
mes regresó a la añorada querencia, me entero de la salida en marzo de Iris.
Se trata del disco debut de Zorzal, cuarteto juninense del que apenas sé ya cuenta
seis años de existencia. Dada la identificación de las escenas independientes centroandinas
con determinados géneros como el dark-gothic o la EBM, el heterodoxo output de
la banda me habría agarrado desprevenido, si no fuera por las compilaciones Underground Junín que produjese el colectivo Arte Sonoro -y que han revelado más de una
veta a cultivarse en los circuitos pop de esa determinada región.
No es Iris un álbum inaprensible. La
escucha se hace fluida y afectuosa toda vez que casi el íntegro de su menú se
halla tenuemente entrelazado, pero sobre todo debido a que éste irradia a
través de su musicalidad unas ciertas energía y espiritualidad, albas ambas. Es
en el terreno de las improntas que la cosa se vuelve imprecisa. Porque, pese a
lo escrito hace unos momentos, no he encontrado rastro de las connotaciones
psicotrópicas que reivindica el grupo -algún fan ha aludido incluso al alcaloide
triptamínico de la psilocibina, en sesgado e in extremis críptico comentario.
Aunque algunas letras parecen hacerse eco de los issues lisérgicos que eran
moneda corriente durante los días de esplendor de la psicodelia, la música de
Zorzal fatiga coordenadas muy distintas.
La primera parte del largo, que va de
“Somnolencia” a “Octubre Eterno”, está dominada por el lado más ortodoxamente
rock de los huancaínos. Tan es así, que transcurrido el primer minuto ya se
evidencia el magma que pinta hegemónico en esta jornada -el de la añosa big
music ochentera. Temas como “Aún No Dejes De Respirar”, “Octubre...”, el
instrumental semiacústico “Alba” o “Mariposas Blancas” lucen genéricos en
grados próximos al superlativo, si bien ello no oblitera su enraizada fibra
emocional ni impide disfrutarles. Sucede así porque las capacidades expresivas
de Zorzal son lo bastante recias como para sobreponerse a los clichés con que a
veces esta gente trastabilla -sampleos canoros pseudo new age en “Alba”, por
ejemplo-, al punto de relativizar el matiz rockero mismo (convirtiéndole en prácticamente
incidental).
Destaca un lunar en este primer segmento, y
ése es “Éter”. Llamó mucho mi atención la coda de inicio, cuando repiqueteó lo
que pregona ser un cajón afroperuano durante dos cincuentenas de segundos,
antes de mutar alternando el pop/rock de rounds precedentes con el diapasón
identitario del reggae y muy ocasionales reentrés del antedicho instrumento de
percusión. El mismo ejercicio de rítmica se manifiesta, sin plasmarse del todo,
en “Octubre Eterno”; lo que ya indica el cambio de dirección en el segundo tramo
de Iris. Allí encuentra mucho más espacio el mestizaje que también proclama
Zorzal, en melodías de aires tanto menos solemnes. De entrada nomás, los climas
festivos del track epónimo dan la bienvenida al charango, que imprime rasgos
altoandinos multiplicados hacia el ocaso de sus siete minutos mientras la voz
femenina le entra brevemente al spoken word. Una colorida y más reposada
prolongación del fervor de “Iris” toma forma en “Cedrón” y más especialmente en
“Mantita Multicolor”, rematada con una briosa y alegrona fuga de huaylarsh. El
pop/rock se inmiscuye en “Petricor”, prefiriendo llevar la fiesta en paz,
eclipsando progresiva y sólo parcialmente las tonalidades vernaculares que
prioriza durante estos episodios el combo.
Remata Zorzal su primer esfuerzo con
“Tranquila Mente”, que es cuando regresa a la palestra la big music del
arranque, sólo que ahora sin huella alguna de baquetas (o de síncopa, más allá
de la que proporciona el bajo). Dos guitarras, si no me equivoco, entretejen el
arrullo de cuna en que deviene el cierre de Iris. Como dije hace un
rato, CD algo complicado de resumir en pocas palabras, ya que su cromática pop
es harto indefinida -como lo es asimismo la de una etiqueta de cualidades tan indeterminadas
como la de “big music”. La emotividad puesta en juego mitiga en buena cuenta
algunos defectos -un trascendentalismo medio trucho, entre ellos-, y
probablemente contribuye a hacer más fácil de asimilar el repertorio con que se
estrenan Paola, Anderson, Antony y el esotérico Espectro Fractal. Para la
próxima, el grado de exigencia será mayor.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 10 de abril de 2024.)
Constituida durante la segunda mitad del ‘16,
Medio Oriente es una discográfica algo autárquica con la que recién tomo
contacto. La sede social queda en Santiago de Chile, si bien su radio de acción
asoma extendido por todo el país, como lo demuestra la edición en julio pasado de
5avory, debut del viñamarino C3ntell4. Tampoco parece haber fronteras
estilísticas (pese a definirse como “sello independiente de música
experimental”), ya que la escudería acaba de publicar Plan Obsesivo de
Arboretum, en las antípodas de lo que mostrase el individualista afincado en
Gran Valparaíso.
La única referencia disponible sobre el
background de C3ntell4 alude a un tal Team Yingo, colectivo del que no he
podido encontrar la menor seña. Ni falta que hace, ya que 5avory habla
por sí solo. Es éste un opus fundado en bpms de velocidades entre maníacas y
furibundas, con cuyos efectos “nocivos” Medio Oriente ha deslindado cualquier
responsabilidad. La sobreexposición de/a tales zarabandas rítmicas revela casi
de inmediato las tradiciones digitales de las que el porteño se alimenta, todas
ellas noventeras: el drum’n’bass, su variante caricaturesca conocida como happy
hardcore, una relectura demencialmente galopante de lo que se difundió en la
región como techno trax centroeuropeo (“909db”), e incluso el gabber tremendista
de Angerfist o de Rotterdam Terror Cops.
La abrumadora mayoría del repertorio que
dispone aquí C3ntell4 habla de una obsesión enfermiza por la celeridad, no
importando si para ello tiene que echar mano de sampleos cotizados a la baja
-“Mr. Vain” en “I N33d You”, “Gangnam Style” en “Jorge Wants To Be Hardcore But
His Own Mom Won't Let Him!!”- o servirse de
subgéneros de dudosa reputación como el eurobeat. Eso, por un lado. Por el
otro, el unipersonal satura frecuencias y estrangula pistas vocales para
redondear el pathos festivo de su música. Bien en concentraciones de frikis y/o
gamers, bien en discotecas retro de electrónica mainstream, 5avory cae
como pedrada en ojo tuerto -aunque niveles de ruido y distorsión sean demasiado
para oídos sin curtir.
En atención al concepto ofrecido por Nicolás Prado, se me ocurre que lo de C3ntell4 no se planta lejos del webcore. Temas
como “Jumping Between Cl00uds” o “City Of Nothing” podrían reclamar la etiqueta
sin sonrojos. Hay otras composiciones, sin embargo, que no se adhieren al
marbete; indicando tránsitos diametralmente opuestos. Una de ellas es
“Etherd034”, bastante más pausada que sus pares aunque igual de acerada. La
otra es “Night Of Cumbia Dreams”, suerte de cumbia ¿perreada? contundida por
astillas de chirriante noise digital. Digresiones que subrayan una saludable
ausencia de prejuicios cuando de testear caudales sonoros se trata. Otra cosa,
eso sí, es que me cuadre el material escogido -al menos no en el segundo caso
mencionado.
El contrapunto perfecto para “Night Of Cumbia
Dreams”, propuesto por el propio ex TY: “Sometimes You Just Have To Drink
Bolifruta And Keep Going”, que samplea el “drip drip drip drip drip drip” de
The Cure en “10.15 Saturday Night” (¿o metasamplea el muestreo super
deformed que de éstos hace Massive Attack en “Man Next Door”?).
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 27 de marzo de 2024.)
Por inusual, es bastante sorprendente que
haya decidido Anja Huwe debutar en solitario más de tres décadas después de Devils
(‘89), cierre discreto in extremis de la carrera que tan prometedoramente comenzase
nueve años atrás X-Mal Deutschland. Una de las bandas dark-gothic más
personales de la Historia, el quinteto se completaba con Fiona Sangster (teclados),
Wolfgang Ellerbrock (bajo), Manuela Zwingmann (batería) y Manuela Rickers (guitarra);
y en sus buenos tiempos firmó álbums memorables, provistos de enérgico soporte
rítmico y llenos de potencia y fibra imbricadas en guitarras poco menos que
lancinantes.
Finiquitada la existencia de los de Hamburgo,
la vocalista ni siquiera se planteó prolongar la aventura de haber participado por
cuenta propia en el larga duración colectivo The Idea Compendium 1988,
donde colase “The Girl In The Iron Mask”. Al parecer no estaba en sus planes
hacerlo a pie juntillas del desbande, o tras tomarse un sabático razonablemente
holgado. Se concentró entonces Huwe en su trabajo como editora y productora del
canal alemán Viva TV. Más recientemente, en exhibiciones de artes visuales que
la llevaron a Londres y a la Gran Manzana, lugar donde probablemente le picó el
bichito que resucitó su faceta sónica.
Significativamente lanzado el 8 de marzo a
través de la neoyorkina Sacred Bones Records, no estaba por ende Codes en
los cálculos de nadie, excepto en los de la ex Deutschland y su círculo más
cercano. Porque este nuevo estreno habla a las claras de un retorno que venía
gestándose desde hace tiempo atrás, como retomando el hilo interrumpido de una
vida y queriendo cobrarse la revancha del descalabro post Viva (‘87) -luego
de editado, Sangster, Rickers y Peter Bellendir (reemplazo de Zwingmann en las
baquetas) dijeron adiós para siempre; obligando a Anja y a Ellerbrock a
convocar alineación de emergencia para el descaminado Devils.
La apertura “Skuggornas” es una suerte de guiño
a los mejores días de X-Mal Deutschland -los siniestros, obvio-. Solemne,
sorteando difícilmente el despeñadero de la melancolía, de luctuosa tesitura
que jamás desciende a las absolutas penumbras de los primeros 80s; el track es un
anuncio de las bondades por venir. Porque la idea no es repescar el sonido
clásico del mítico acto, que fuera durante los inicios una all-girl band en
regla, sino continuar la ruta grupal allí donde ésta quedara trunca. Con el
update de rigor, por supuesto.
Uno es el molde bajo el que se forja el vinilo.
Tres, sus resultados. La música que compone Anja Huwe corresponde a los cánones
del rock anglosajón, surtido de compartimentos diseñados ex profeso para
almacenar materia negra de alta concentración. Ésta unas pocas veces se diluye
(“Living In The Forest”, “Pariah”), las más asoma reconcentrada (“Zwischenwelt”,
el single “Rabenschwarz”), moviéndose siempre protegida por la liviana pero
resistente coraza de una electrónica que le tonifica/plastifica sobriamente.
Allí están la ominosidad de “Exit”, el pálpito urgente de “Sleep With One Eye
Open” o la densidad synth de “O Wand”; corroborando esto último.
Ya que la continuidad estilística de Codes
carece de fisuras del primer número al penúltimo -lo que convierte al postrer
“Hideaway” (“...Y Millas Que Recorrer/Antes De Dormir...”) en la
moderadamente luminosa excepción-, el factor que determina la diferenciación entre
los tres resultados a que aludía es el tempo. Cuando Anja contempla, se arropa
de melodías senescentes tipo “Skuggornas” o “Hideaway”. Cuando pasea, se
acompaña de solventes medios tiempos como “Exit” o “Zwischenwelt”. Cuando se
apura, lo hace al compás de “Rabenschwarz” o “Living In The Forest”. El tino de
la germana, que se vale por igual del inglés y de su lengua madre, radica en
saber cuándo hacer una cosa o la otra -a resguardo de sus compinches Sabine
Bredy (a) Mona Mur (alguna vez integrante de Einstürzende Neubauten) y Manuela
Rickers (cuya guitarra inconfundible irisa el prieto mate de la placa, como
ocurrió en sus días en X-Mal Deutschland). Veterano en lides similares para los
Neubauten, el androide Gary Numan y los legendarios Joy Division; la ampara asimismo
Jon Caffery en mezcla y masterización.
Bienvenida de vuelta, Anja. No éramos
conscientes de lo tanto que te extrañábamos.