(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 16 de noviembre del 2016.)
-¡¡¡BRAVO!!!
¡¡¡BRAVO!!!
-(¡¡¡¡YA BÁJATE,
OE!!!)”
Tristemente, los
peruanos aún mantenemos taras que, en otras latitudes, pertenecen a un pasado ya
enterrado. Todavía no entendemos que el/los telonero/s merece(n) tanto respeto
como los headliners, así éstos se hayan hecho esperar siglos por su aterrizaje
en las comarcas de Perusalém. A Kinder, le tocó en suerte abrir para nada menos
que The Cure, en abril del 2013. Se sabe que Robert Smith le dio el visto bueno
tanto a ellos como a Resplandor (que fue reemplazado por Stereonoiz), pero
igual el público que acudió al concierto de los británicos quería que Kinder
acabase su presentación de inmediato. Las tres líneas que abren este delirio
escrito, si bien aplicables a situaciones similares, se escucharon casi a coro
aquella noche -lo que es una lástima, pues con seguridad debe haber sido la
mayor audiencia que ha tenido Kinder hasta ahora, la mayor oportunidad de
hacerse escuchar de forma masiva. Tontamente desperdiciada por el mismísimo
público.
(Aunque no todos,
claro. Conozco a seguidores históricos de The Cure que felicitaron a los
peruanos a través de las redes -Juan Carlos Santayana, por ejemplo.)
A lo nuestro.
Kinder aparece en el 2004, en el seno de la recordada movida Internerds Recors.
Después de un inicio del que quizá aún hoy se abochornan (su EP debut los
muestra metidos de cabeza en el indie rock tontolón, de letras infantiloides y
actitud calculadamente naif), el grupo se somete a una draconiana metamorfosis,
cuyo primer resultado es el largo homónimo del 2010. Punto de partida para el
nuevo Kinder, el disco está premunido de temas instrumentales con un sonido más
maduro, más adulto, sin eliminar el aroma a desprolijidad consustancial al
indie. Math rock de patrones rítmicos cuadrados al milímetro, tan cohesionados
que no pocas veces remiten a la circularidad del drum'n'bass. Música luminosa,
que sabe ser contemplativa y trepidante según sea el deseo de los miembros de
la banda: los guitarristas Nicolas Gjivanovic, Esteban Rodríguez, Mariano La
Torre; el baterista Rubén Guzmán y el bajista Danny Wilson.
En el 2012, Kinder
publica el EP Archipiélago en formato
vinílico, a través de Automatic Entertainment. Se trata de un registro pulido
hasta dejar en evidencia la devoción que el quinteto le tiene a Sam Prekop y
The Sea And Cake. Paisajismo ambient al que se ha llegado después de
literalmente “pedalear” muchísimo. Melodías despreocupadas, relajadas en su
ensamble -pero vigorosas y hasta trashumantes cuando es necesario.
Kinder volvió en
septiembre del 2016 con Migraciones,
un trabajo menos evidente en sus raíces, cuyas virtudes lucen abrillantadas,
hasta se diría que afiladas. Jammings incesantes, pilerazos, que esta vez ponen
en primera fila tanto la ornamentación electrónica a la que recurre el grupo
(clarísima en la apertura “El Exilio De Godomar”), como sus colaboraciones con
otros músicos de la escena: Cristina Valentina en “Regresar”, Santiago Pillado
en “Ballenas”, Sergio Saba en “Oakland”. La encantadora parsimonia de tracks
como “La Bonita” o el track epónimo matiza la vitalidad y energía de las
texturas pop con que se arropan la mayoría de pistas -“La Caída De Los Once”,
la saltarina “Teruel”, la enérgica “Irukandji”, el bateo circular de “Simple 7”.
Los números, pues,
vuelven a quedar en azul. El equilibrio entre el indie y el post rock al que ha
arribado Kinder lo coloca en un lugar expectante una vez más. El salto
definitivo debería caerse de maduro.
Hákim de Merv
No hay comentarios.:
Publicar un comentario