(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 4 de diciembre del 2015.)
Hace ya algún
tiempo, la escudería local Necio Records lanzó el unigénito disco de Shambhala.
Se trató de un proyecto formado por Daniel Valderrama (bajo), Felipe Benavides
(saxo), José Marco Aguilar (batería) y Raúl Santiago (guitarra y “gritos”); que
tuvo, por razones que no conozco, una vida muy breve. De buena fuente sé, no
obstante, que no era un grupo huevero el liderado por Benavides -aunque su
legado pareciese afirmar lo contrario.
Agyptiaká (2015) tiene la estructura de un tour de
force. Todos sus temas -seis, en poco más de 35 minutos- están entrelazados,
probablemente porque es mucho lo que comparten. Definirlo es un poco más
complicado: podría decir que es una experiencia sonora a tres bandas, entre el
free jazz, el post más oscuro y sórdido, y el kraut que moldeó Popol Vuh en sus
primeros discos. El basamento común es, pues, la falta de composición en el
sentido tradicional del término -parece más la jornada de improvisación de
músicos en un muy mal viaje.
Y eso se nota desde
los primeros acordes de “Montaña De Arena”. Algo se retuerce sin que puedas
descifrarlo. Tal vez es el poder de sugestión tanto de lo que se oye en Agyptiaká -climas monumentalmente
pesados impelidos desde las baquetas, ecos de ruidos que sabes que están allí
pero que no puedes escuchar, los estallidos del saxo (poco le falta para
ulular), el casi nulo protagonismo de las cuerdas (reptan más que brillar)-,
como de su decorado -me parece recordar que “Shambhala” es la maligna deidad
que invoca Chucky el Muñeco Diabólico para cambiar su alma de cuerpo, y el
nombre “Agyptiaká” remite no al Antiguo Egipto inculcado en la secundaria, sino
al Egipto Faraónico repleto de tenebrosos misterios y reverencial miedo que
también puede apreciarse en, por ejemplo, el segundo disco de Los Iniciados (La Marca De Anubis, 1982) o “Under The
Pyramids” del amado Lovecraft.
Desgraciadamente,
si bien se trata de un disco con cosas interesantes y harto llamativas, la
impresión final se desdibuja bastante debido a la pobreza extrema del registro.
Me explico: los temas no fueron adecuadamente registrados, lo que es evidente
desde los varios drops, ahogamientos por uno u otro canal, y fallos en la
masterización (si es que la hubo). Lo que pudo haber quedado como un
interesante ejercicio de experimentación non-sense, termina convertido en un
disco cuya calidad de registro es menesterosa. Puesto que Shambhala ya fue, no
parece haber forma de remediar el entuerto. Quién sabe cómo hubiera quedado
este Agyptiaká con algo más de
esmero.
Hákim de Merv
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