(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 26 de mayo del 2016.)
Cuando llegué a
Chile, hace catorce meses, tenía entre ceja y ceja tres nombres indispensables:
Shogún, Yajaira y Congelador. Conseguir la mayor cantidad de material posible
relacionado era, ciertamente, uno de los objetivos de mi viaje. Verdad que
mucho de ello está disponible en Internet, pero yo siempre le doy preferencia
al formato físico por encima del MP3: no sólo debido al booklet y a la info
contenida allí, sino también por apoyar a los grupos latinoamericanos. El
Destino tuvo otro parecer: de Congelador, no encontré nunca nada. Y de Shogún,
apenas el doble que comenté en días ya idos, La Rata (2004).
El caso de Yajaira
es igual al de los anteriores, aunque las circunstancias fueron distintas. El
día anterior a mi regreso pude ganarme con el directo que celebraba sus 20 años
de existencia, en El Bar De René. Para la ocasión los triates dispusieron una
mesa donde podían adquirirse sus trabajos, amén de los de Hielo Negro, banda
hermana magallánica casi tan longeva como los propios Yajaira -faltó, sin
embargo, muestrear a los sorprendentes teloneros, Vago Sagrado. Para esas
fechas, no obstante, mucha de la bolsa de viaje ya había sido invertida; así
que sólo tuve opción a compra de un disco. Los albums de Yajaira los he
descargado poco a poco desde Internet, lo que me decidió por el disco
recopilatorio de rigor orquestado para abrillantar el aniversario: 20 Años (2016).
Hablar de esta
rodaja lumínica implica, por fuerza, referirse menos al menú seleccionado -al
que los fans siempre le encontrarán reparos- que a la trayectoria de Yajaira.
Una banda que nace a fines de 1995, de las cenizas de Jusolis, y que estuvo
integrada durante los primeros años por el baterista Sebastián Arce (Pánico),
el guitarrista Samuel Maquieira y el bajista/vocalista Miguel Montenegro a.k.a.
“Comegato” -cuya presencia incorpora al grupo a la saga de proyectos
descendientes en mayor o menor grado de los míticos Supersordo. Hoy, con el
reemplazo de Héctor Latapiat en bombo y baquetas desde fines del 2002, la terna
continúa su ya dilatada carrera tras el paréntesis de 4 años (acaecido entre el
2006 y el 2010).
Recibí más de una
lección aquella noche de sábado en Santiago. No sólo lo digo porque lo del
portaestandarte del stoner chileno fue apabullante: la feroz gravidez y áspera
iracundia de sus composiciones no devenían en canciones aburridas e inanes,
sino en mazazos de rock enloquecedoramente enérgico, producto de un elemento
catalizador decisivo -el punk. Lo digo también por la actitud respetuosa del
público chileno para con el prójimo. Ya me lo había advertido Claudia Trejos:
cuando le dije que quería meterme en medio de la concurrencia para entrarle al
slam o al pogo, me miró como si no supiera de qué le estaba hablando,
asegurándome que “la gente acá, en tocatas de este tipo, es tranquila”. “Ver
para creer”, dije yo. Y creí: apenas empuñó Yajaira los instrumentos, el
headbanging se hizo viral, pero cada asistente guardaba su distancia para no
incordiar al de al lado. Es más, en medio del público se distinguía nítidamente
un camino vacío que llevaba hasta el baño, en caso alguien necesitara usarlo.
Me quedé gratamente sorprendido por esta experiencia, pensando además cuánto de
este sentido común para con el otro nos falta en el Perú, donde todos se
apretujan contra todos quiéralo uno o no.
La sorpresa se
eclipsó con prontitud ante el airado mäelstrom casi feral de stoner doom que
bajó desde la palestra. Pese a los lustros recorridos, aún puede rastrearse en
los lives del trío ese feeling rocker
improvisacional al que apelaban en sus inicios, hoy convertido en una red de
conexiones telepáticas. Maridando metal, space rock, psicodelia sesentera,
punk; Yajaira desplegó sobre el respetable un repertorio en líneas generales
equivalente al prodigado en el 20 Años.
Las atmósferas lisérgicas y opresivas se sucedieron dinamizadas por ese género
cosecha 77 al que generaciones enteras le debemos todo, y la Realidad comenzó a
agrietarse...
Lamentablemente, no
pude quedarme hasta el final de la presentación. El sábado había sido agotador,
y Claudia ya estaba quemando petróleo para acompañarme a la distancia. No
correspondía sino regresar a la base de operaciones para reparar fuerzas -pues
el día siguiente, último de mi estadía en Chile, aún tenía que aprovecharse al
máximo. Con todo, haber estado en un concierto del terceto fue una vivencia sin
parangón. Qué Natas ni ocho cuartos, carajo: Yajaira le hace la cagada a todos
sus pares latinoamericanos. Un grupo chileno de talla mundial -y ya van...
Hákim de Merv
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