martes, 11 de julio de 2017

Divagaciones En Vigilia (III)

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 24 de febrero del 2017.)

A principios de este 2017, una insólita coincidencia entre el anuncio de la NASA -referente al descubrimiento de todo un sistema solar con siete planetas potencialmente habitables para nuestra especie a 40 años-luz de distancia- y el visionado de la magnífica Arrival (2016), creó el momento propicio para algunas reflexiones a propósito de esta última.

Durante la segunda mitad de 1989, se emitió la tercera temporada de Star Trek: The Next Generation. Para entonces, la saga de los liderados por Jean Luc Pickard había sobrepasado a la monse serie original de Kirk y Spock, proponiendo historias y situaciones que incorporaban los vericuetos de la mejor ciencia-ficción -vale decir, la más especulativa y a la vez apegada a las posibilidades reales en el progresivo desarrollo de la ciencia. A esta temporada corresponde el episodio The Ensigns Of Command: allí se produce el siguiente diálogo entre la consejera Deanna Troi y el capitán de la Enterprise. Habla primero la metazoide:

“- En nuestras relaciones con otras razas no humanoides, siempre ha existido algún punto de referencia. Pero no es así con los sheliak.
- Pero seguro que hay algo en común. Nos comunicamos.
- Escasamente. Ellos han aprendido varios idiomas de la Federación, pero el suyo se nos sigue escapando.
- ¿Telepatía?
- No da resultado. A decir verdad, que una raza alienígena se comunique con otra resulta sorprendente. (Supongamos que) estamos abandonados en un planeta. No hablamos el mismo idioma pero quiero enseñarle el mío. “S'marith” (dice Troi, levantando una taza transparente de café). ¿Qué acabo de decir?
- Taza.
- ...
- ¿Vaso?
- ¿Está seguro? Puedo haber dicho “líquido”, “claro”, “marrón”, “caliente”. Concebimos el universo relativamente de la misma manera (y en esa medida, usted ha elegido “taza”).
- Comprendo.
- En todo lo que diga, debe ser usted muy preciso. El tratado contiene 500,000 palabras. Se hizo así para contentar a los sheliak. Consideran que nuestro idioma es irracional y exigieron ese nivel de complejidad para evitar futuros malentendidos”.

(Los paréntesis en el diálogo los he puesto para hacer más comprensible la situación.)


Casi 2500 años atrás, Protágoras de Abdera, el más famoso de los sofistas; enunció su célebre principio filosófico según el cual el Hombre es la medida de todas las cosas. ¿Realmente lo es? Me refiero, por supuesto, a la cualidad de “principio filosófico”, no al Hombre -es evidente que NO somos, ni de lejos, la medida de todas las cosas-. La frase se ha interpretado tradicionalmente como “el ser humano es la norma de lo que es verdad para sí mismo, lo que también implicaría que la verdad es relativa a cada quien”. En ningún momento, el pensador griego relativiza al Hombre mismo... según la exégesis convencional.

¿Y si lo hace? Casi 25 siglos después, seguimos creyéndonos “el centro del universo”, seguimos creyéndonos “los hijos predilectos de Dios” (¿¿¿???). Conviene preguntarse, entonces (y seguramente una vez más), si es que lo de Protágoras era un principio filosófico o sólo una mera descripción que definía el antropocentrismo para eventualmente liquidarlo. En nuestro planeta, quizá todavía pueda sustentarse un enfoque tan miope. Quizá. Fuera de él, como lo ilustran Arrival y la reflexión extraída de Star Trek..., ha quedado obsoleto.

Solemos imaginarnos a los extraterrestres cuando menos vagamente antropoides, o si se prefiere humanoides. Solemos pensar en formas de vida basadas en el elemento químico que llamamos carbono. Solemos suponer que una eventual comunicación con ellos tendrá cierto grado de dificultad, cuando en realidad las probabilidades de entendimiento están abrumadoramente en contra. Todo esto demuestra lo enraizado que está aún en nuestra especie el principio antropocéntrico.


Arrival se tira abajo y de un sopapo todos los presupuestos de una situación semejante. Las enormes criaturas que aparecen en el film se hallan más cerca del pulpo que del Hombre. Su lenguaje -hasta donde se ve unitario- es más elaborado e intuitivo que cualquiera de los nuestros. Categorías de pensamiento que consideramos imprescindibles, formas gramaticales elementales, no existen en ese idioma. Allí radica el brutal acierto de la película, en cuestionar todos nuestros presupuestos, incluso los inherentes a lo que entendemos por “especie” -¿qué ocurriría si los extraterrestres que encontremos no comprenden lo que es la individualidad? Mejor aún, ¿qué tal si funcionan como colectivo, o “peor” aún, como un continuum?


Por estadística, creo que no estamos solos en el universo. Por convicción, creo en la ciencia antes que en cualquier forma de religiosidad -sobre todo si ésta sigue siendo tan aberrante ahora como lo fue en el pasado-. Por sentido común, creo que sólo se puede afirmar una cosa con respecto a los xenomorfos con que nos topemos en la exploración espacial: o son más avanzados que nosotros, o son más atrasados, o están en el mismo nivel que nuestra civilización. En cualquiera de estos tres casos, las posibilidades subsecuentes son I-N-F-I-N-I-T-A-S. Convendría, entonces, ahora que la ciencia está poniendo sus esfuerzos en lograr un modo seguro y práctico de alcanzar estos así bautizados “exoplanetas”; arrancar de cuajo esa visión arcaica construida -voluntaria o involuntariamente- a partir de la vieja sentencia protagórica. A pesar de la de barbaridades que insiste en perpetrar, fe en la Humanidad todavía me queda (tantito nomás).

Hákim de Merv

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