(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 26 de julio del 2017.)
Cuando niño,
siempre me sentí más atraído hacia las culturas preincaicas que a la originaria
del Cuzco. Me refiero a las mayores y a las que entonces se enseñaban en los
colegios, claro: Chavín, Mochica, Chimú, Tiahuanaco, Nasca, Paracas... Todavía
Caral permanecía olvidada, en el valle de Supe. A todas ellas las percibía envueltas
en un halo de misterio que conducía a la fascinación, a diferencia de la
civilización inca, que era más y mejor conocida. No es que esta última me
disgustase, ojo: se trataba de un tema de gustos o preferencias. Lo mismo
podría alegar alguien encantado con el Hombre de Toquepala, el de Kotosh o el
de Guitarreros; antes que con las cultura pertenecientes al período formativo
de la historia peruana.
Consecuentemente,
visitar por primera vez el viejo Museo De Arqueología, Antropología E Historia
Del Perú; en el distrito de Pueblo Libre, fue una experiencia que me marcó de
por vida. Mitad por iniciativa de papá, mitad por tarea para el curso de
Historia Del Perú, fuimos en familia un domingo de 1986. Aparte de los tesoros
arqueológicos invaluables que allí se conservaban, el edificio estaba
organizado de tal manera que evocaba pudorosamente a los laberintos. Yo, que
siempre les he amado, terminé de caer fulminado ante esta constatación. Al
culminar el recorrido guiado, le pedí a mi viejo que comprara el libro Las Culturas Prehispánicas Del Perú, de
Justo Cáceres Macedo. Subtitulado “Guía Para Exhibiciones De Museos De
Arqueología Peruana”, todavía lo conservo muy a la mano entre mis pertenencias
-por suerte, ya que el libro funciona de maravillas con aquel vetusto circuito
de salas de Pueblo Libre.
“El conocimiento
que se interioriza a través de la emoción, jamás se olvida”. Nunca en este espacio
mejor evocada la frase que ahora. Entre las muchas cosas que aprendí ese día,
se me quedó en la retina/materia gris un enorme tambor ceremonial de la cultura
Nasca. Fabricado
en cerámica, el instrumento percusivo fue encontrado en los recintos
ceremoniales de Cahuachi (Ica). “El extremo inferior es angosto y redondeado”, explicó
el guía de 1986, “para empotrarlo en el piso durante su uso”. Pero el motivo por
el que atesoro el recuerdo de esa ocasión radica en el decorado: de la boca de
un ser mitológico emerge una lengua o corriente que desemboca en una cabeza más
pequeña, digamos que simiesca (aunque difícilmente los nascas podrían haber
conocido a un mono), de cuya boca a su vez sale otra lengua o corriente que
desemboca en otra cabeza aún más pequeña. Así representaban los nascas el Eco. Aunque
no creo en destinos predeterminados, la coincidencia es inquietante: acaso era
ya una señal dirigida a mi subconsciente, signo del único amor que con toda
seguridad me acompañará hasta la tumba -la Música.
Más de tres décadas
después, el Museo De Arte de Lima abre al público una exhibición dedicada a la
cultura Nasca. Es una cuidadosa selección de 300 piezas, entre ceramios,
tejidos y objetos de metal; muchas de ellas rescatadas del dédalo burocrático
que las había condenado a juntar polvo y moho en depósitos oscuros y
semi-abandonados. Hoy recuperado, este valioso patrimonio cultural puede ser
visitado hasta el primero de octubre del año en curso -acompañado de harta
multimedia in situ (mapping/simulación en 3D, animaciones) y de una publicación
homónima curada por los mismos responsables de la exhibición, Cecilia Pardo y
Peter Fux.
La muestra cuenta asimismo
con música de fondo, creada ex profeso. Y, como no podía ser de otra manera,
Ronald Sánchez está metido en el embrollo. Para quienes se han dado sus buenas
vueltas por el blog debería seguir siendo el suyo un nombre conocido: hace casi
seis meses reseñé el más reciente disco de Altiplano, Sueños Saparas, centrado en el legado sonoro de la etnia amazónica del
mismo nombre; y hace un año comenté el ¿EP? Vestigios,
compuesto colectivamente en un taller de sonido dictado por Sánchez en Ecuador.
Para Sonidos De Nasca: Ofrenda, el output que
acompaña a la fantástica exposición, el experimentado músico se ha asociado a
Fred Clarke, quien estuviese a cargo de los vientos en el último disco altiplánico.
La amistad entre ambos nace de un gran amigo en común: el fallecido compositor
electroacústico César Bolaños.
Ha escrito Fernando
Berckemeyer en el diario El Comercio,
sobre la exhibición nasca: “Los arqueólogos también desentierran pensamientos:
lo que pensaban sobre la vida y lo que ella plantea quienes nos precedieron en
la experiencia de vivirla -en circunstancias muy diferentes a las nuestras pero
con la misma humanidad-. Pensamientos en los que encontramos esperanzas,
temores, impulsos y emociones que son muchas veces sorprendentemente cercanos a
nosotros, habitantes del siglo XXI, y que dan sentido a que pueda hablarse de
algo así como un ‘inconsciente colectivo’ de la humanidad”. Fred y Ronald reviven
las voces de nuestro pasado prehispánico, algo a lo que están habituados tanto
el miembro fundador de Altiplano como el incorporado poco ha -Clarke es un
investigador de las distintas manifestaciones del chamanismo desde 1998, que tiene
ya dos trabajos en su haber: Pacha Paqariy: Ambient Works I (2006) y Paqarina: Healing Sounds Of Peru (2011).
De hecho,
algo/bastante de chamánico tiene Sonidos De Nasca: Ofrenda. Al no disponer de muchas referencias históricas conservadas
relativas al Sonido (las culturas preincaicas no conocían la escritura tal y
como la concibe Occidente, o simplemente no la conocían), en casos como éste los
músicos suelen apelar a reinterpretar desde nuestro presente aquello que fue
sonido en el pasado. Pese a no tener registros de las melodías nascas, antaras,
quenas y tambores de esa cultura tienen un nivel sorprendente de complejidad -lo
que subraya el importante papel que la música jugaba en la vida cotidiana de un
pueblo rodeado por los abrazadores desiertos de la costa sudamericana que da al
Pacífico. Basta googlear estas reliquias para comprobarlo -quedó ya insinuado
en la ornamentación del tambor del que hablé, y confirmado en las polícromas
imágenes que de las antaras pueden ubicarse en Internet.
Antaras de una
afinación distinta a la convencionalmente enseñada en nuestros tiempos. Música
no preeminentemente pentatónica, como sí lo era la de los incas. Uso frecuente
de escalas diatónicas, fórmulas cromáticas, intervalos inferiores y/o levemente
superiores al semitono (chequea el maravilloso texto de Andrés Sas, Ensayo Sobre La Música Nasca, escrito en 1938 y rescatado por la publicación virtual Runa Yachachiy); todo ello
puede escucharse en el disco firmado por Sánchez y Clarke, quienes complementan
lo obtenido usando réplicas exactas de antaras nascas con los sonidos y
procesos electrónicos que posibilita la tecnología contemporánea. Un álbum rebosante
de espiritualidad y misticismo, que nos habla, con la solvencia característica
de la obra entera de Sánchez; de un mundo remoto y perdido -el de una cultura
que se cuenta entre los mayores enigmas de las civilizaciones mesoamericanas
anteriores a la Conquista Española.
Hákim de Merv
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