(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 9 de agosto del 2017.)
Y la profecía del crítico
ibérico Juan Manuel Freire, enunciada entre fines del siglo XX y principios del
XXI, se hizo realidad nomás.
Más que el nuevo
milenio (falta muchísimo para atribuirle semejante categorización a un período
de tiempo tan enorme), el nuevo siglo es el del “subgénero infinito” para el Pop.
Muertas y enterradas las vanguardias, éste sobrevive no ya reinventándose a
través de procesos de creación heroica, sino a través de hibridajes. El
resultado: nuevos subgéneros/microgéneros que, auscultados de cerca, sólo
ofrecen paliativos a la sequía de ideas que padece la música pop desde el bluff
del Y2K. Paliativos brillantes y curiosísimos, eso sí, pero paliativos al fin y
al cabo: electrocläsh, sea punk, witch house, vaporwave, mall soft, future funk...
Exceptuando alguno que otro aporte, todos susceptibles de ser completamente desmontados
en una dialéctica y erudita disección quirúrgica.
Hace un par de
meses, apareció el nuevo disco de Washed Out, proyecto portaestandarte del
chillwave y padre del mismo casi en primera persona (el mismo peritaje de ADN
pueden reclamar igualmente Neon Indian, Memory Tapes, Ariel Pink y Ducktails). Unipersonal
de Ernest Greene, estadounidense de 35 abriles, Washed Out hace gala de una
exquisita rapiña sampladélica en éste más que en ningún otro capítulo de su andadura
discográfica -iniciada en el 2009 con High
Times (no incluye, por siaca, el hitazo tempranero “Feel It All Around”).
Mister Mellow, que bordea la media hora de duración, es un sorprendente tour de force a la usanza de los viejos discos conceptuales pertenecientes a épocas ya pretéritas. Todos sus temas se entrelazan -lo que, lejos de sindicar uniformidad, facilita la asimilación de giros de registro a veces demasiado imprevistos o audaces. La placa puede, en efecto, saltar de la exótica tropicalia más estilizada (“Burn Out Blues”) al hip hop rítmico hueverazo (“Floating By”), del easy listening (“Hard To Say Goodbye”) al borroso spleen digital (“Down And Out”), del avant lounge (“Get Lost”) al downtempo de supermercado (“Million Miles Away”). La brevedad de la jornada hace posible afirmar que también está habilitada la opción “y viceversa”. De hecho, Mister Mellow es más diletante y hedonista que su predecesor, Paracosm; esférico donde Greene lucía más introspectivo -el álbum fue calificado por algunos medios especializados como de bliss pop sónico (¿?)-.
Y en medio de este carnaval
de “categorías”, te preguntarás, ¿cuál es la que le da forma a la de chillwave?
Todas. Originalmente bautizado como “dream beat” e “hypnagogic pop”, el
chillwave se define en función de un fondo sonoro esencialmente retro, cuyas
texturas son de baja fidelidad pero orladas de efectos reverberantes proporcionados
por sintetizadores vintage. De ahí que asimismo se emplee la ingeniosa etiqueta
de “glo-fi” cuando se habla de chillwave. Bedroom pop copado de nostalgia
escapista -otro logro de la estirpe de los músicos de dormitorio fundada
durante la segunda mitad de los 90s, que ya debe andar por la sexta o séptima
generación.
Gran disco, que
tiene su contraparte visual en una edición doble -CD + DVD- a la que no he
podido acceder por aquello que algunos camaradas y yo denominamos “el drama del
penique”. Aunque no llegue a ser competencia para Jlin, merece mucha más
atención que la dispensada a zopencos como Ed Sheeran.
Hákim de Merv
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