(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 04 de octubre del 2017.)
Me resisto a ampararme
en la palabra “psicodelia” para referirme a Liquidarlo Celuloide. Sé que Juan
Diego Capurro, miembro fundador del proyecto y su principal animador, la invoca
dejando en claro que es su carga semántica la que mejor describe aquello que
actualmente expele el trastornado combo. “Psicodelia”, empero, maneja ya un
significado muy definido y muy fuerte -que admite matices según la época (posterior)
que le ha resucitado, sin salirse de esos (ejem) lisérgicos confines.
Cotejándoles, no creo que ninguno de estos matices se pueda adherir a LC.
Equivocado o no,
que yo descalifique el uso de este vocablo es una cosa, y mi admiración por el
alias más conocido de Capurro es otra -¿para el recuerdo? quedarán sus
experiencias como Molusco Estroboscópico, como Hipnos Médula y como parte de la
mancha Retrasados De Hojalata. Siempre he sentido una perniciosa fascinación
por ese sonido que, no dejando de encajar en el formato rock, a fin de cuentas se
metamorfosea en algo más. Qué puede ser ello, cada vez ha sido más y más
difícil definirlo. En el principio, cuando sólo Juan Diego dirigía los destinos
de Liquidarlo Celuloide, ese sonido iba del non-sense al naif más concomitante;
tal vez al estilo de unos Residents en sus días de mayor hecatombe hebefrénica.
Luego, “cabellos y uñas recortados”, dicho sonido atravesó una fase menos
confrontacional en el aspecto formal de las composiciones -pero harto más
subversiva en los detalles, para quien sabe escuchar. Eventualmente, el sonido
de LC se haría convencional, relativamente digerible para el escucha promedio;
sin por ello rendir las armas. Vértigo Magnético (2014) fue un trabajo bastante potente, accesible conforme a sus
propias condiciones.
Superfricción (2017) recupera eso que Liquidarlo
Celuloide relegase en VM. No me estoy
refiriendo al hibridaje de múltiples sonoridades afines entre sí -no wave,
noise rock, ornamentación pig fuck, hasta white noise travestido... (¿?)-. Me
estoy refiriendo a esa bestialidad vesánica que el grupo siempre ostentase, un apocalipsis
sin fin de libertad/liberación y éxtasis/arrebatamiento que te freía el cerebro
si no tenías la menor idea de lo que ibas a enchufarte a través de los
auriculares.
La apertura de
“Pastiche De Horario Estelar” me sorprendió, por recordarme al viejo post punk
de, digamos, P.I.L.; y similar estupor me causó “Sin Piel Por No Fabricar
Pegamento”, con sus varios ecos luctuosos de kraut rock. Son, en verdad,
coartadas que LC pocas veces ha visitado en su ya larga producción sonora. El
resto del conjunto, un total de nueve temas, se ajusta a lo que cabe esperar estéticamente del cuarteto -Efrén
Castillo (guitarra eléctrica), Capurro (voz, teclado, procesamiento
electrónico), Alfonso Vargas (batería), Giancarlo Rebagliatti (bajo eléctrico).
En grado superlativo, claro: las guitarras de este Superfricción deben colarse entre las más punzo-cortantes que
alguna vez hayan encontrado cabida en un disco de Liquidarlo Celuloide -aunque,
sí, reconozco que no los he escuchado todos-.
“Psicodelia” es,
entonces, una unidad léxica que me sigue siendo difícil usar cuando escribo
sobre Liquidarlo Celuloide. Prefiero escribir sobre ellos subrayando el caos
como método en su colectiva enajenación sónica, antes que señalar un
(inexistente) discurso codificado. Escojo escribir sobre la cualidad proteica,
maleable, dúctil; que ha regresado al line up con esta décima entrega. Elijo escribir
sobre el Superfricción recordando sus
35 minutos de palpitantes pesadillas, que exorcizan -¿cuán conscientemente?- la
material oscuridad que reina en los recovecos aún inexplorados del cerebro
humano, plagada de horrores sin nombre. Horrores arrastrados hacia la luz desde
las orillas del mundo onírico...
Hákim de Merv
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