A diferencia de la
misma tarea cuando se trata de otros gigantes que han ingresado al Shangri-La
del pop contemporáneo, resumir en pocos renglones las proezas de Brian Eno es faena
condenada al fracaso prematuro. Estás avisado/a, entonces: tienes el deber
moral de leer con desconfianza por lo menos los dos próximos párrafos.
Nacido en Suffolk
el 15 de mayo de 1948, Brian Peter George St. John Le Baptiste De La Salle Eno
cobró prontamente fama y notoriedad como tecladista durante la etapa auroral de
Roxy Music. Sus teclados y sintetizadores resplandecen tanto en el debut
epónimo (1972) como en el For Your
Pleasure (marzo de 1973), pero ya para el Stranded (noviembre del mismo año) se había despedido de la célebre
banda art rock por diferencias insalvables con su cantante y líder Brian Ferry.
Sin pérdida de tiempo, Eno abre dos frentes: el de insólitamente curtido
explorador del Sonido que se asocia con otros experimentadores igual de marcianos
(el debut en esa dirección fue (No Pussyfooting), al lado de Robert Fripp, cerebro de King Crimson), y el de
solitario artesano de un pop oblicuo -cuatro entregas FABULOSAS- cuyas
lecciones aún seguían asimilándose tres lustros después.
Por eso resultó
doblemente sorprendente su renuncia digamos ‘formal’ a la música pop en 1978,
cuando acomete la hazaña de conferir certificado de nacimiento/carta de
ciudadanía/mayoría de edad a una estética que ya contaba con antecedentes entre
los estetas del kraut rock alemán, con quienes había colaborado (Cluster,
Harmonia); pero que sólo después de Eno se metamorfosea en un omnívoro simbiote
-el ambient. Aunque, evidentemente, esa abdicación no fue ni mucho menos total.
Hacia los párrafos
finales del inquietante relato de horror cósmico “El Color Que Cayó Del Cielo”
(del maestro H.P. Lovecraft), el anónimo narrador en primera persona consigna
el testimonio del viejo Ammi Pierce, según el que la entidad extraterrena que
había llegado en el meteorito -definible sólo como un color y quién sabe
proveniente de qué remotos abismos estelares- salió expelida cual rayo de
vuelta al insondable lugar del que provenía. “Mientras el resto de los
espectadores en aquella tempestuosa colina había vuelto estólidamente sus
rostros al camino, Ammi había mirado hacia atrás por un instante para
contemplar el sombrío valle de desolación al que tantas veces había acudido. Y
había visto algo que se alzaba débilmente para hundirse de nuevo en el lugar
desde el cual el informe horror había salido disparado hacia el firmamento. Era
solamente un color... aunque no era ningún color de nuestra tierra ni de sus
cielos”.
Como la pavorosa criatura
¿incorpórea? imaginada por el genio usamericano, Eno nunca abandonó completamente
el pop tras Before And After The Science
(1977). Su objetivo ¿consciente? era dotar a las innovaciones que consideraba
las más interesantes entre las realizadas por el academicismo de avanzada
-tratamiento del ruido, modulación de frecuencias, exploraciones de timbres,
iteración como leit motiv-, de una frescura que en ese campo mermaba a pasos
agigantados y que en la música pop crecía al mismo ritmo y a la par de nuevas
sensibilidades. La serie de volúmenes que Eno rotuló con la palabra ‘Ambient’ (1978-1982)
y su rol de productor de muchos de los mejores grupos de la Historia constituyen
prueba palmaria de ello.
Con ocasión de
conmemorarse el quincuagésimo aniversario de la llegada del Hombre a la Luna,
el 19 de julio se puso a la venta la reedición remasterizada y extendida de uno
de los más hermosos capítulos que el ex Roxy Music firmase en la primera mitad de
los 80s. Me refiero al Apollo -
Atmospheres & Soundtracks (1983), co-creado en comandita con su hermano
Roger y el canadiense Daniel Lanois. Vale remarcar que estas (felices)
asociaciones fueron costumbre frecuente pero no excluyente del británico hasta
el año 2001 (Drawn From Life, a dúo
con el germano Peter Schwalm), haciéndose proverbiales tanto con la colección
conceptual ‘Obscure Records’ que orquestó para el sello EG (1975-1978), como
con los subsecuentes After The Heat (Hans-Joachim
Roedelius y Dieter Moebius, 1978), Fourth World Vol. 1 - Possible Musics (John Hassell, 1980), Hybrid (Michael Brook, 1985) o The Pearl (Harold Budd, 1984). Precisamente este último eclipsó en sus días los
logros alcanzados apenas el año anterior.
Habiéndosele
concebido originalmente como la banda sonora de un proyecto que recién
plasmaría en 1989 -For All Mankind,
documental de Al Reinert sobre la onceava misión espacial homónima-, Apollo... fue la primera vez que Eno
sobrepasó de largo la altura del Everest en modo ambient. Productor de
categoría excepcional, fundador de la estirpe de los no-músicos en el planeta
pop, visionario poseedor de un olfato mítico; Eno consideró al ambient como la
forma de hacer música que mejor calzaba con las enseñanzas que el proceso de
autoinvestigación -léase exploración y desarrollo de potencialidades innatas-
extrajo de otra de sus grandes pasiones: la pintura. En ...Music For Airports, en ...Day
Of Radiance, en ...The Plateaux Of Mirror, en ...On Land, la música
de este súbdito de la corona inglesa adquiere progresivamente el volumen y la
perspectiva típicos de la composición pictórica. Apollo... multiplica las texturas amasadas con tales técnicas visuales
hasta convertirlas en la sustancia capital de la que se nutre la música de Eno.
No sólo es eso, sin
embargo. Imbricadas con sonidos de baja frecuencia, estas texturas, que ya habían
devenido en holográficas; son insufladas de un baño de reverb que enrarece los
armónicos, dotándolas de cualidades cinematográficas. Despojados de cualquier
elemento que permita anudarles al desenvolvimiento normal del Tiempo, a los
temas del CD no les queda sino lidiar con esa extraña mezcla de nostalgia,
serenidad y asombro que debe haber copado las neuronas de aquellos astronautas
que descendieron por la escalinata del módulo selenita del Apollo XI. De este forma,
el corpus de Eno/Eno/Lanois termina de mutar, siendo ahora capaz de retratar
con insuperable maestría la acústica de la psique humana sometida a una
experiencia semejante -el acojonante sonido de una soledad colectiva: “Matta”,
“The Secret Place”, el aislamiento extremo de “Drift”, las sobrecogedoras e
imponentes “Always Returning” y “Stars”... Se puede debatir ampliamente si cada
track del Apollo... no es la semilla
a partir de la que nacerán decenas de subgéneros, tanto en el pop como en el
rock y la electrónica; y no agotar durante meses la discusión.
La reedición de hace unas semanas ha mejorado la nitidez, mas no el volumen de la placa. Dada la
efemérides, pudieron haberse invertido más recursos. El caso es que la
remasterización 2019 no toma la posta de aquella del 2009, hecha por
Astralwerks y que potenció/“visibilizó” los graves. De otro lado, la principal novedad
se centra en la rodaja extra que acompaña a Apollo
- Atmospheres & Soundtracks. La primera recibe el nombre de ‘Apollo
Remastered’, mientras que la segunda se apropia del título del documental que
en un principio iba a acompañar: ‘For All Mankind’. Son once surcos inscritos
en los mismos lineamientos del Apollo...
clásico, pero a la vez distintos. Casi todas las cualidades del Apollo... se ven parcialmente empañadas
en más del 50% de estos inéditos, que en su momento fueran descartados. Los cortes
se comportan de una manera menos abstracta, su cariz es mucho más melódico o
simplemente bonito -incluso generan una sensación de “optimismo”, impensable
viniendo de un creador de la talla de Eno.
Tales son los casos
de “Strange Quiet”, la apertura “The End Of A Thin Cord”, “Fine-Graned”,
“Capsule”, el cierre “Like I Was A Spectator” o “Last Step From The Surface”.
La nota de prensa que ha acompañado el relanzamiento habla de una reinvención
de la banda sonora, pero lo cierto es que ésta sólo logra equiparar los niveles
del Apollo... original en dos
ocasiones puntuales: “Over The Canaries” y “Under The Moon”. Existe un segmento
que declina su capacidad de arrobamiento paisajista en favor de una visión más
resignada sobre la insignificancia de la Humanidad frente a lo que hay más allá
de la estratósfera, formado por “At The Foot Of A Ladder”, “Waking Up” y “Clear
Desert Night”. Aunque el tramo se condice con el espíritu que presidió el
alumbramiento de la obra en 1983, no basta para cambiar la impresión general de
que la mayoría de estos out-takes, que mantienen la proporción de autoría
correspondiente a cada uno de los tres músicos conjurados en el Apollo...; se ganaron su choteo con
justicia hace 36 años.
No obstante, la
jugada no enturbia esta joya suprema de la discografía de Brian Eno, ese viejo
no-músico que hasta hoy ha sabido sacarse muchos ases debajo de la manga que lo
mantienen vigente; con aliados -Wrong Way Up con John Cale (1990), Everything That Happens Will Happen Today con David Byrne (2008)- o sin ellos -The Shutov Assembly (1992), Nerve Net (1992), The Drop (1997), Another Day On Earth (2005), The Ship (2016)-,
bien en feudos pop, bien en terrenos ambient.
Hákim de Merv
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