Justo hace seis
meses, el chileno Alejandro Zahler dio a conocer por fin su segundo esfuerzo a
título personal, sucesor de la epónima puesta de largo que sorprendiese
gratamente en el 2015. Cierto que a medio andar había liberado el sencillo
virtual Pararrayos (2017) para
descarga gratuita, pero éste se hizo insuficiente de cara a saldar las
expectativas generadas.
Nacido en Santiago
De Chile hace 43 abriles, Zahler cuenta entre sus antecedentes previos al debut
haber producido el volumen Intoxicado,
epílogo (2008) del cuarteto Ramires!; así como la musicalización de una serie
de audiolibros en el 2013. Humanista que ha hecho carrera como ingeniero civil,
y vinculado a diversas plataformas tecnológicas digitales, el capitalino ha
sido alumno del compositor clásico irlandés Donnacha Dennehy y ha tocado con el
músico y director de la longeva Radio Beethoven Adolfo Flores -con quien
grabase, utilizando un sampler y el alias de Binarios la placa Rapsodia SCL (2017, una extraña lectura de
la música de cámara desde las posibilidades que ofrece la electrónica del siglo
XXI).
Sin descartar
algunas de las variables proporcionadas por el neotonalismo, que es la
corriente que más lo conecta al clásico contemporáneo, con Kassa se interna Zahler en las espesuras de aquella música
electrónica que no requiere de voz. Incluso tomándosele como “incidental”, el
cariz instrumental de disco y artista contribuye a refrendar un saludable
desapego por cualquier subgénero: mal haría en hablar exclusivamente de “new
age”, “ambient”, “proto house” o cualquier etiqueta; porque el individualista
pica de aquí y allá sin traslucir prejuicios -de hecho, en tracks como
“Seña” o “Prešov” advierto ecos distantes del Jarre más iluminado.
A propósito de Kassa, su creador ha declarado que éste
recibe inspiración esencialmente de la historia de sus antepasados, quienes
habitaron lo que hoy se conoce como Eslovaquia en tiempos del Imperio Austro-Húngaro.
Ellos emigraron a Chile por causa de la Segunda Guerra Mundial, entre fines de
los 30s y principios de los 40s. Zahler pudo visitar aquellas regiones lejanas
en el 2018, experiencia que vivifica y da tonicidad a la evocación que estos 28
minutos trashuman -en lo que será una constante indesligable de su output:
afirma el santiaguino que no se siente inclinado a elaborar esféricos más
extensos de lo que está dispuesto a escuchar.
La tesitura de este
episodio -que parece guiñar en su nombre a la segunda ciudad más populosa de la actual Eslovaquia- es delicada, sosegada. Su energía se desdobla elegante,
serenamente. No pocos de sus arreglos son de una exquisitez geórgica, y la
temperatura emocional promedio en ningún caso baja de los 36 grados. Perfectos
representantes de los climas introspectivos que emanan de este contemplativo Kassa, escuchar en la FM temas como
“Telefon 454” y “J7 For All Sections” sería un auténtico milagro, que honestamente
no esperamos ver realizado nunca: no es ése el medio más idóneo para difundir
un arte de público y nicho claramente delimitados.
Braceando siempre
en las aguas de la electrónica, Zahler remata la jornada aproximándose al
clásico en “Podhorany” y “Cintorín”. Algo que ya se había anticipado en “J7...”,
el tramo postrer del CD se arrellana en la tradición culta mucho más de lo que
jamás el músico se había permitido antes. Este giro no resiente el balance
final, pues todas las cualidades que más allá de las formas posee Kassa se ven adecuadamente trasladadas a
las nuevas coordenadas. Acompañamiento inmejorable para rematar un largo
feriado de meditación sin tener que marcharse de la ciudad.
Todavía más ha
discurrido -un año- desde que reseñé en este mismo espacio O, magnífico estreno de los igualmente santiaguinos Sistemas Inestables, quienes llegaran a presentarse en Lima en marzo pasado para la décima
edición de la Feria De Discos Y Sellos Independientes. Deploro no haber podido
asistir, porque el trío es tremendo exponente de la escena de bandas mapochas
contemporáneas que se nutren del math rock y del segundo post rock. Más aún por
desatender la oportunidad de conocer en persona a José Tomás Molina,
guitarrista excepcional y toda una figura en los predios independientes de la
movida chilena.
Si bien se ocupa de
la guitarra en SI, las habilidades de José Tomás no se limitan a un solo
instrumento o a un único género (por híbrido que éste sea), del mismo modo en
que su nombre se ha vuelto frecuente en los proyectos más incógnitos que
pululan al sur de Tacna. Empuñando por igual el bajo, los sintetizadores, las baquetas,
los teclados o el piano; se prestigia asimismo con una faceta como productor, que
desconozco cuándo empieza y que sólo he admirado a partir de sus aventuras
solistas. Todo ello eleva a Molina, sin temor a exagerar, a la categoría de un Jim
O’Rourke del Pacífico más austral.
Colaboraciones para
la serie sobre deportes extremos Malos
Pasos, para el videojuego de rol Long Gone Days, para la excelente serie de
cortos documentales Manufactura (que
reivindica el diseño artesanal artístico-funcional y de oficios manuales en
Chile)... Bandas sonoras creadas para obras de teatro (La Muerte Del Príncipe, En
Lugar De Nada, El Crimen De Layo)
o de danza contemporánea (Vortex, Amasijo), para documentales (Pastene, El Último Cinema), o guiones de
films por realizar (La Increíble Metamorfosis De Juan Pérez, 2016)... Éstas son sólo algunas de las
participaciones firmadas por el músico, referencias que no agotan ni su
fertilidad creativa ni los caminos por donde ella se conduce -en el plano
estrictamente sonoro, falta enumerar sus trabajos junto a Presente Inexacto,
Santropía, Nueva Noventa, Inverness (con quienes grabó sendos soundtracks para
las películas La Vida De Los Peces y La Memoria Del Agua), Macrosónica...
Tamaña feracidad impele
a dirigir la mirada, por ahora, únicamente hacia las incursiones en solitario
del multi-instrumentista. La Orquesta Errante, debut en estas lides que aparece en el 2014, es el inicio de una
carrera ascendente estelarizada por sonidos neoclásicos a granel. Los mantos
que hila el chileno con esta pima sonora de ascendente inspiración académica
ocasionalmente son rasgados por coqueteos jazzy y la aún más eventual irrupción
de bases secuenciadas -adiciones que, lejos de alterarla, abrillantan cualidad
primordial y fuente principal de su música: el neoclasicismo. Esto, susceptible
de tomar cuerpo en dañino hándicap en otros casos, se convierte a través de registros
como Bilanciare (2018), Manufactura Soundtrack (2015) o el
mini-LP Hijos De... (2018) en el
mármol con que labrar impecables esculturas de bucólico ambient -o en los
carboncillo y paleta pictórica con que respectivamente dibujar y teñir las misteriosas
atmósferas de experimentación y dramatismo abundantes en el repertorio del
compositor.
Mérito tan suyo,
por lo demás, como de los músicos de sesión que han llegado a serle habituales
en la andadura solista y en varias de las colaboraciones audiovisuales y para
performances: Carmen Rodríguez en clarinete, Andrés Moreno en violín, Claudio
Corvalán en cello, Sebastián Lizana en corno francés... Resultante de esta sumatoria
de pericias y técnicas, cohesionada por el enorme talento del autor, la música de
Molina puede lucir un sonido enjundioso o seco, plácido o doloroso. Mayormente
acústica, sus certeras dosis de electricidad le proveen de lánguidos armónicos
transversales. El carácter fragmentario de la mayoría de piezas es consecuencia
de un desenvolvimiento intuitivo/no-narrativo de las mismas, virtud que le hace
acreedor al calificativo de sound-maker tremendamente orgánico.
Lo último que JTM
ha publicado por cuenta propia es el mini-álbum El Hombre De La Multitud (2019), hace ya algunos meses. Aunque no el
primero en ese formato, sí es el primero cuya desaparición se ha forzado por
decisión del capitalino. En su lugar, ya figuran cual singles tres de los
cuatro surcos que originalmente fueron empacados bajo ese título, acaso con la
intención de replantear su extensión y a la vez dotarle de un
concepto -como sucedió en La Orquesta
Errante (la historia del inquietante romance entre un profesor en sus
cincuentas y su estudiante adolescente) o en Bilanciare (el estudio de las emociones crudas y primitivas que nos
gobiernan, dividido en los lados ‘Fecondo’ y ‘Deserto’ de un eventual vinilo).
Sea que reciba luz verde vía corto o largo aliento, los adelantos de este nuevo
opus ya lo sitúan a la altura de lo hecho por Molina, otro de los secretos (por
ahora) mejor guardados de la escena sureña.
Hákim de Merv
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