(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 22 de mayo de 2024.)
Para empezar, si bien el piano ya estaba presente en World..., en Spine su protagonismo se acrecienta al punto de tornarse identitario de la obra. Amén de dotar al nuevo repertorio de intimistas aires tradicionales, las teclas acercan a Ela Zul a esas viejas vetas de new age que entre fines de los 80s y principios de los 90s refulgían revestidas de sesgos juglares (cf. Enya, Loreena McKennitt o Malinda Kathleen Reese). Esa estela, por lo demás ya asimilada al pop pedestre durante el nuevo siglo, se entroniza al menos en 7 de las 9 canciones compendiadas aquí.
Es, pues, parejo el cromatismo de Spine. Bien matizada por quenas y contrapuntos vocales (“El Niño Espacial”), bien apuntalada por insinuadas/sutiles líneas de teclados (“Noche De Algunas Lágrimas”), la paleta de Martínez colorea de continuo las nuevas viñetas recurriendo a la misma franja espectral. Etéreo en “Estampa”, bucólico en “Soñé”, balsámico -“con v de vals”- en “Mariola”; el emotivo pop de la cantautora discurre sin otros sobresaltos que aquellos que proporcionan las letras. Y es que, a diferencia de la música recién facturada, los textos se mueven en planos algo más mundanos -cuando no carnales, como es el caso de la aludida “Estampa”. Otro ejemplo es la excelente “Nada”, donde Ela se nos descubre presa de anhelos frustrados.
Ecos residuales de Julieta Venegas y aún de Maldita Vecindad Y Los Hijos Del Quinto Patio impregnan, así, los instantes finales de un opus embebido de espiritualidad. No de una cualquiera: la de Ela Zul lleva marcado el sino de la soledad, de la duermevela, de la melancolía. Variedad no precisamente abundante en nuestro medio, rubricada por una voz que si bien no es sobresaliente, sí se revela bastante cumplidora.
Hákim de Merv
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