(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 28 de agosto de 2024.)
Tampoco entonces me hallaba al tanto del epónimo debut (‘14), lanzado online de manera independiente por la propia terna, lo que desbarata todo intento de ponderar a La Náusea como estreno. Cierto que, normalmente, una banda salda diez años de vida con al menos dos largos y algunos sencillos, pero también es verdad que las excepciones a la regla no son precisamente contadas. Lo interesante, en cualquier caso, es haber podido constatar a posteriori la notable evolución concienzudamente direccionada de un paso al otro. En Burdo podía hablarse de post hardcore y hasta de garage stoner, según uno u otro asalto. En el nuevo álbum, estos ingredientes o bien quedan relegados a estratos muy inferiores, o bien desaparecen del todo -como pasa con el segundo.
A partir de discos como La Náusea, podría reconstruirse una época -en este caso, la del after punk, a ambos lados del Atlántico. Burdo no pretende ensayar fórmulas revivalistas, sino que asombrosamente logra calzarse ese exacto par de chuzos. Pese a posicionarse lo más lejos posible de una categorización análoga a la de “stainless steel”, la eléctrica literalmente rebana el ambiente en que los tracks sean reproducidos, y cuando tiene que moverse en llamas, se inflama sin la menor dilación (“Isla Decepción (El Peso)”). El minimal accionar de un bajo mugiente y apisonador (“Timo”) establece inequívocos vasos comunicantes con la contundencia y aspereza del post punk disparado por gente de la talla de This Heat, Mission Of Burma o Killing Joke -la corrosiva brutalidad decibélica de éste, la marcianaza visceralidad caótica de ése y la inasequible obsesión iterativa de aquel aparecen aquí recreadas. Ello, sumado al cúmulo de descargas percusivas que se hace eco de las aristas más crispantemente cacofónicas escu(l)pidas por el punk (“Bajo Cero”), sitúa a Burdo en una suerte de limbo asaz incómodo para las taxonomías -pero desafiantemente fascinante.
Autoeditado tal cual su homónimo predecesor, La Náusea ha pasado a engrosar el catálogo de Poxi Records, dándole de paso una formidable pincelada de variedad a la nómina. Insurrecta y sorpresiva estocada la de Vayolence, Ignacio Mejías (bajo, voz) y Gastón Sánchez (guitarra, voz). Exactamente como nos gusta.
Hákim de Merv
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