(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 12 de julio del 2016.)
Pese a su imbricada
propuesta sonora, que sacaba la mayor ventaja posible de incorporar
instrumentación heterodoxa y nuevas tecnologías a la formación clásica del
típico ensamble rockero, una de las características del primer post rock era su
inagotable y emotiva vitalidad. Podías escuchar horas y horas de composiciones
abstractas, provenientes de las mentes más avispadas del ¿género? -no se
equivoca quien cuestiona la validez del término, ya que por post rock se
entendía el space folk de Flying Saucer Attack y el garage sampling de Disco
Inferno, el shoegazing electrónico de Seefeel y la vena pop de Bark Psychosis-;
pero siempre encontrabas detrás la ética idealista, el efecto emocional sin el
que la experimentación en cualquier campo del Arte se convierte en tedioso
ejercicio inane.
Ronald Sánchez sabe
todo esto. Sabe, además, que el sonido de una célula post nunca es el mismo que
el de sus compañeras de batallón. Ni antes ni ahora. Ni aquí ni en China. Con
la sabiduría que sólo da la experiencia, alguna vez Katharine Gifford de
Moonshake declaró que ese sonido “depende de la colección de discos de cada uno”.
La de Sánchez debe estar nutrida de venerable kraut rock, pues ésa es la constante
que corre a través de sus trabajos como Altiplano.
Lo que quizá no
sepas es que, al margen de esta veta, el músico ha firmado instalaciones
sónicas para museos y exposiciones culturales (dentro y fuera del país).
Además, Sánchez dicta talleres financiados por universidades y centros
culturales, talleres incluidos en los respectivos planes curriculares bajo el
epígrafe de “clases maestras”. El último de estos talleres -Arquitectura
Sonora- ha sido costeado por la Facultad Latinoamericana De Ciencias Sociales,
en su sede de Ecuador (para más señas, es ésta una entidad educativa y cultural
patrocinada por la UNESCO). Como resultado del taller, los alumnos
participantes elaboraron un tema que a la postre se convirtió en la contraparte
sonora para la exposición Vestigios, del artista David Celi -de donde dicho
tema recibe idéntico nombre.
“Vestigios” ha sido
colgado en SoundCloud para su escucha. No está habilitada la opción de descarga
gratuita, y tampoco se pondrán ejemplares físicos a la venta. Todos los
participantes en su concepción han sido acreditados bajo el nombre repescado
del taller, Arquitectura Sonora (efímero colectivo fantasmal en el buen sentido
de la palabra, pensemos en This Mortal Coil o en Black Tape For A Blue Girl).
Si se acepta que el Clear Skin EP de
Insides o el Scum EP de Bark
Psychosis califican como jornadas drone, habría que convenir en que Vestigios ¿EP? también lo es. Mejor
dicho, éste y aquellos son registros de metadrone: “Vestigios” puede mutar en
tanto escultura sónica no lineal, pero conserva los tonos, los colores, la
degradación cromática -del drone, sólo quedan trazos de obsesividad abstracta,
sumergidos en mares de expresividad pura, de capas de texturas cuyas
dimensiones son poco menos que continentales.
El cariz de “Vestigios”,
por otra parte, retumba familiar en los tímpanos de quienes hemos escuchado la
discografía de Altiplano. Es un tour de force al pasado, como mirando a través
del filtro del presente épocas pretéritas de la América precolombina. Acaso no
empate mucho con la obra de Celi, autodidacta visual interesado en interrogar
los por qués de los espacios y del comportamiento social, pero sí cuando éste
pregunta por sus orígenes y filosofía. Instrumentalmente vaporoso y
tridimensional, oceánico sin ser (necesariamente) acuático, “Vestigios” es una
inquieta reflexión del Sonido que podría dar pie a nuevos subgéneros. Con la
continuidad y el trabajo necesarios, eso sí.
Hákim de Merv
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