(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 17 de mayo del 2017. Pauteado en el blog
tal cual fue escrito.)
SLOWDIVE: EL SUEÑO
INALCANZABLE HECHO REALIDAD
Si hemos de
apegarnos a la verdad, el concierto de mañana acaba con una espera cuantitativamente
corta. Mal haríamos en hablar de los proclamados 22 años de los que medio mundo
ha venido haciéndose eco. No. Hasta el 2014, ver en vivo a Slowdive en el Perú
era una fantasía por la que se suspiraba sabiéndosela imposible. La banda se
había disuelto entre 1995 y 1996, tras la salida del Pygmalion, e inmediatamente después Neil Halstead y Rachel Goswell
formaron Mojave 3. A su tiempo -2007, probablemente-, M3 también había dicho
adiós. Los miembros de la agrupación bandera del shoegazing andaban desperdigados
y no había reconciliación a la vista.
Cuando Slowdive concreta
su reunión en el 2014, la fantasía se condensa en una posibilidad remota. Quienes
fuimos sus fans en los 90s hemos padecido taquicardia crónica desde entonces,
ante la eventualidad no sólo de nuevo material, sino también la de una
presentación aquí. No exagero: tres años atrás, se corrió el rumor de que
empresarios locales planeaban juntar en un mismo concierto a Slowdive y a
Pixies -estos últimos sí llegarían a tocar en el Perú, aunque sin Tanya
Donelli. Por supuesto, hubieron voces que protestaron contra el cotilleo (“no
se jueguen así con el corazón de la gente”).
Durante este
trienio, nos han estado llegando noticias a granel sobre el resucitado
quinteto: declaraciones, fotos y videos de sus lives, teasers, la
aparición estelar en el documentalazo Beautiful Noise (2015)... Por lejos, la primera gran noticia llegó hace más o menos
un año, cuando los ingleses revelaron que entrarían al estudio a grabar nuevo álbum,
el primero en 22 años. La segunda: Rachel Goswell, diosa entre diosas,
protagonizó el que para mí es el mejor disco del ejercicio 2016, el epónimo
debut del “supergrupo” Minor Victories -al lado de músicos experimentados como James
Lockey (Hand Held Cine Club), Stuart Braithwaite (Mogwai) y Justin Lockey (The
Editors).
En marzo de este 2017,
nuestros ojos y oídos se enteraron de que Slowdive tocaría en Santiago, sueño
que se hizo realidad para los hermanos sureños el pasado sábado 13. Se supo
entonces que Slowdive giraría por la región. A la par, el grupo programó la
salida del nuevo trabajo discográfico para el 5 de mayo. Muchos pedimos que se
aprovechara la coyuntura a fin de negociar su llegada a Lima. Pedimos,
insistimos y, finalmente, exhortamos. No era para menos: fresca está aún en el
recuerdo la desastrosa falta de reflejos de los organizadores nacionales para
traer a Dead Can Dance, un dúo literalmente de otro planeta, que se presentó
DOS VECES en Chile.
Esta vez, hubo humo
blanco. La espera, por consiguiente, no ha sido muy larga que digamos. Si acaso
tres años. Pero la emoción de poder tenerlos aquí, ésa sí que hizo sufrir
horrores a la feligresía local, dolorosa duda que se desvaneció al confirmarse
la buena nueva en la veintena de abril último. Hoy, ya sólo falta un día.
AMOR DE SEGUNDA
JUVENTUD
En Kaze Tachinu (Se Levanta El Viento, 2013), de Hayao Miyazaki, Jiro conversa a través
de sus sueños muchas veces con el diseñador italiano Giovanni Battista Caproni.
En la penúltima de esas veces, Caproni le dice a Jiro: “Los artistas sólo son
creativos por diez años. Los ingenieros no somos diferentes. Vive tus diez años
al máximo”.
Desde que Slowdive
se juntase otra vez, mucho se ha especulado sobre si sus capacidades, que los
convirtieran en el máximo exponente del dream pop; se mantenían intactas. No
han faltado quienes vean en este regreso sólo una oportunidad para exprimir su
celebridad y hacer dinero. En tal sentido, el segundo testimonio homónimo de la
banda -el primero fue el EP de debut absoluto, allá por 1990- parecía llamado a
disipar esas dudas.
Pero no olvides la
sentencia de Caproni. ¿Realmente era correcto esperar una obra maestra de
músicos que han estado separados tanto tiempo? ¿Era imperioso que volviesen con
una obra maestra completa quienes han empezado a dejar atrás la mitad de sus
cuarentas? Extendiendo aún más el radio de la interrogante, ¿es conditio sine
qua non que cualquier grupo o artista invente la sopa de ajo con cada nuevo
disco que publica? Ciertamente, creo que eso deseábamos todos los fans.
No es una
obligación, sin embargo. Alguna vez, el gran Eduardo Lenti escribió sobre
“Let’s Go To Bed” de The Cure unas líneas que también son válidas para todo el
período del Japanese Whispers (1983):
“una canción tan conmovedora como los primeros pasos de un enfermo tras una
larga convalecencia”. Slowdive es eso,
el regreso de una agrupación como no ha existido otra al interior del
shoegazing, el primer paso en la segunda vida de quienes serían el
combo-escuela del género si éste no hubiera sido perfilado antes por el Loveless (1991) de My Bloody Valentine -Eduardo
Lecca, de hecho, les considera el segundo nombre más grande de la nómina Creation
Records, sólo por detrás de MBV (lástima que se equivoque en escoger al Pygmalion como su legado definitivo).
Sin olvidar los
resultados artísticos, cualesquiera creas que éstos son, lo que puede decirse a
priori del nuevo álbum es que poco le falta para ahogarse/ahogarte en emotividad.
Los cinco de Reading, Berkshire, han tenido las emociones a flor de piel durante
todo el proceso de creación y registro; como corresponde al hecho de
experimentar una segunda (¿y también bisoña?) juventud. Bien es cierto que este
factor no basta por sí solo para levantar un disco, pero tengámoslo siempre
presente al momento de evaluar la recién estrenada placa -que se filtrase casi dos
semanas antes de la fecha oficial de lanzamiento (en su cuenta Facebook,
Rachell Goswell deploró amargamente el hecho).
En parte, pienso
que esa desbordada emotividad le ha jugado un par de veces en contra a
Slowdive. Cuando comienza a cantar en “Slomo”, la voz de Halstead le pone cabe
a lo que debería haber sido un reentré glorioso. Y la Goswell lo hace apenas
mejor al tomarle el relevo en este número de apertura. Por otro lado, y al
final del plástico, “Falling Ashes” se queda a escasos milímetros de erigirse
como gran cierre de jornada a-lo-Pygmalion,
debido a que las vocales no consiguen elevar el tema a las alturas que la
contraparte sonora reclamaba -se puede alegar, cómo no, el inevitable paso de
los años.
Acabo de aludir a
la música, ésa que era intensa experimentación y melodía pop irresistible a
partes iguales, en la primera vida de Slowdive. Aquí, otra pregunta, no tan
ligada al disco; encuentra espacio. Dentro de los hoy sincréticos lindes de la
música pop/rock, ¿no es un poco ingenuo esperar algo nuevo, tras el cambio de
milenio? Ojo, no inquiero por algo bien hecho, fresco, con gancho melódico que
mate -sino por algo completamente nuevo, inédito. Se acusa a Slowdive de
haberse convertido en otro grupo indie más del montón, sin tomarse en cuenta no
sólo la cuestión que acaba de ser planteada, sino también el hecho de que casi
la totalidad de actos shoegazing que se adueñó del relevo generacional entre
1996 y el año del Jubileo optó por derivar casi naturalmente hacia el indie.
Los mismos sobrevivientes de Slowdive esculpieron desarmantes viñetas
corta-venas bajo el alias de Mojave 3, y el propio Chris Saville siguió ese
camino con Monster Movie. Por lo demás, a las mismas voces que sindican este golpe
de timón como un desatino total, y que son abiertamente críticas con el indie
de nuestros días; podría replicárseles si los argumentos les alcanzan para
hacer lo mismo con el indie de los 90s (Flaming Lips, Pavement, Mercury Rev,
Red House Painters y un inacabable etcétera).
Por donde los mire,
estos juicios me parecen exagerados. “Star Roving”, primer single del nuevo Slowdive,
se afana en recuperar su sonido característico, que diera todo de sí en obras
tan paporreteadas por mis neuronas como el Souvlaki
(1993) y los EPs ad látere. Muy al margen de la polémica que pueda armarse en
torno a la performance vocal de “Slomo” y “Falling Skies”, Slowdive es un disco dinámicamente balanceado. Se tiende a
intercalar un tema de medio tempo con otro algo más acelerado y ruidoso, pero
esa pauta no es inmutable. Así, mientras “Star Roving” debe tener el tempo más
veloz en toda la discografía de los ingleses, y “Don’t Know Why” baja a niveles
“normales” ese pulso; “Sugar For The Pill”, segundo single del disco, es en la
práctica una semibalada.
No es muy evidente, pero hasta aquí se llega a percibir visos de una disputa entre lo que el grupo fue y lo que quiere ser ahora, una suerte de dialéctica entre la hora actual de Slowdive y su prontuario histórico. Convertido gracias a tres LPs maravillosos en una estupenda banda de culto -Just For A Day (1991), Souvlaki y Pygmalion-, el quinteto quiere romper un poco su propio molde. Lo consigue a medias. Porque a partir de “Everyone Knows”, Slowdive regresa a ese pasado con que más se le identifica. Lo que sí cambia es la participación de cada integrante en la ejecución colectiva. En todo el esférico, por ejemplo, juega importantísimo papel la sección rítmica: Nick Chaplin en el bajo y Simon Scott en la batería soportan el peso principal de las canciones. Es menester subrayar sobre todo al primero, que descolla por lo sorprendente de su técnica (mucho oído a lo suyo).
Otro tanto puede
decirse de la voz cantante. Rachel se retira a un segundo plano para dejar a
Neil cumplir el rol de vocalista principal, revelándose sólo en los momentos
clave, cuando Halstead necesita una mano para hacer que el combo despegue.
Ello, a pesar de las dos reservas puntuales que ya acoté en párrafos
anteriores. Para más inri, la impresión global, grosso modo; es la de un disco
in crescendo aupado por las voces.
De las ocho
canciones incluidas en el álbum (nueve en la edición japonesa: el hermoso bonus
track “30th June”), la única que no he mencionado en estas líneas es “No Longer
Making Time”. En cierta forma, esta composición resume no sólo las virtudes del
disco, sino todo aquello que ha estado detrás del regreso de Slowdive.
Shoegazing en estado puro (“dulce como un caramelo aural, amargo como el
recuerdo de la felicidad perdida”, escribí en el 2001): sin elevar demasiado el
volumen, “No Longer...” revive los días del Souvlaki,
cuando las voces hechas susurros nos acariciaban mientras la tormenta de sonido
nos jaloneaba con violencia para llevarnos hacia atardeceres inalcanzables,
interminables. Recuerda también lo mucho que se les ama (Slowdive es, de todas
maneras, la banda más querida del baggy), lo mucho que se les extrañaba, lo
emocionados que nos sentimos todos cuando supimos que volvían, y lo felices que
nos pusimos cuando confirmaron su presencia en el Perú -ante la sola
posibilidad, cuando todo eran rumores y ninguna certeza se tenía, me eché a
llorar a lágrima viva de sólo pensar que podría escuchar en vivo genialidades
como “Catch The Breeze”, “Alison”, “Crazy For Yoy”, “Dagger”, “Machine Gun” y
“When The Sun Hits”.
El domingo pasado, en horas de la noche, Slowdive tocó en Brasil. Ayer ocurrió otro tanto en Argentina. Los muchos set lists que han estado circulando, pertenecientes a las tocadas realizadas durante las últimas semanas, esbozan un menú de más o menos diez a doce canciones fijas. Un tercio de ellas está centrado en el nuevo disco, mientras que el porcentaje restante pasa revista a toda su producción, con especial énfasis en el Souvlaki -pero también con sorpresas repescadas de los EPs, como “Avalyn” y “Golden Hair”, el cover de Syd Barrett que usan para cerrar (al menos de primera intención) las presentaciones. El encore es otra cosa.
Sound And Vision,
el magnífico site mexicano especializado en músicas independientes, y que fuera
de los primeros medios latinoamericanos en anunciar este retorno (hace dos días
notició sobre Every Country’s Sun, nueva
rodaja en ciernes de Mogwai, por siaca); ha advertido sobre lo difícil que es
para cualquier fan de Slowdive no irse a ningún extremo. Slowdive no es una maravilla, ni tiene la obligación de serlo: es
sólo el regreso de músicos legendarios tras una pausa de 22 años; que, sin
querer ser exactamente los de antes, sí anhelan rejuvenecer para esta segunda
vida que han decidido compartir con nosotros. Vamos, no peques de exigente, su
obra anterior les otorga suficiente margen para que les perdonemos cualquier
desfase en su vuelta al ruedo.
Como con Yo La Tengo, como con Los Planetas, como con !!! (Chk Chk Chk); mañana mato para
estar en primera fila, a escasos metros de ellos, dispuesto a saltar como
cualquier chibolo pulpín y a soltar moco contenido como cualquier viejo
dencorub. Dispuesto a renovar el ritual.
Mañana, el Destino
es nuestro aliado.
;)
PD: A la
organización del evento, por favor, tengan al menos un par de ambulancias
listas para cualquier emergencia, incluyendo sendos desfibriladores cardíacos. Vale
más prevenir.
Hákim de Merv
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 19 de mayo del 2017. Pauteado en el blog
tal cual fue escrito.)
Dicen que una
imagen vale más que mil palabras. Pero si aquella va acompañada de unas cuantas
líneas, queda todavía mejor.
Cuando te atragantas de emotividad hasta sentir que vas a reventar a partes iguales de tristeza y felicidad, todo lo que te rodea tiende a tornarse difuso. Las emociones empañan el juicio, y éste cede a los impulsos primarios que aún gobiernan la especie.
Slowdive, el grupo
shoegazing que más amo y amaré toda mi vida, me llevó a una epifanía la noche
del pasado jueves. Salté, lloré y grité las letras hasta quedarme afónico; como
nunca antes lo he hecho. En circunstancias así, no tienes de otra sino de
gritarlas, salvo que a medio camino te agarre “Dagger” y sólo te quede la
opción de apenas balbucear, mientras un nudo se te forma en la garganta y otro
se te deshace en el corazón -lo que hubiera dado por la mirada cómplice que en
esta canción le echó la Goswell a Halstead.
A la porra la espera de horas, a la porra el cansancio y los gallos que en otras circunstancias causarían más de un rubor. Slowdive estaba ahí, tocando frente a mí, Rachel, Nick, Neil, Christian, Simon; mientras la envolvente correntada de noise y pop que salía desde los gigantescos parlantes hacía que se me remecieran hasta los calzoncillos -lo que va contra todas las leyes conocidas de la física, a menos que los causantes sean los cinco de Reading.
Fernando Rivera, Diego Ballón, Jaime Alfaro (mil disculpas, maestro, me ganó la emoción de abrazarme con mi causa Walter Rojas), Pedro Reyes, Marcelo Villanueva, Abdel De La Cruz, Raúl Begazo, Wilbert Estrada, Antonio Zelada, Jorge Rivas O’Connor y tantos otros que no alcancé a ver... Todos nos fundimos en la bruma de un concierto que en realidad no fue tal cosa -sino una excepcional experiencia ritual, de ésas que sanan las heridas del alma y que te reconcilian con la vida.
Adivina quién sale
haciendo headbanging en 3.50, cuando la cámara gira a la derecha, en primera
fila.
:')
Hákim de Merv
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