No me extraña hoy
que un trabajo como Violonchelo Solo
(2016) eludiese el sonar en que se han convertido mis oídos y mi cabeza desde
hace lustros. Es ésta la obra de un músico que bastante pronto se desentendió
de cualquier formación dictaminada desde el conservatorio, pero que no pudo
renunciar ni a su amor por la música barroca -Vivaldi, Prætorius, Bach, Händel-
ni a su pasión apabullante por la experimentación sónica.
Fil Uno es el alias
tras el que se esconde un artista que abrazó el violonchelo apenas terminase los
estudios secundarios y que se ha dedicado a interrogar las resonantes posibilidades
melódicas y acústicas del instrumento. Formado por Annika Petrozzi, FU ¿intuyó?/¿comprendió?
que el violonchelo disponía de una enorme riqueza timbral como para quedar
limitado a los prejuicios académicos de la música mal llamada clásica.
Revisando información web sobre Violonchelo Solo, descubro que fue engendrado después de una larga y solitaria estadía
en el Valle Sagrado, concretamente en Ollantaytambo -tras la cual, el músico
procede a grabarle en una excepcionalmente alta calidad sonora sobre cinta
magnética.
Son seis piezas
instrumentales, cuya media alcanza los nueve minutos, marcadas por un monocorde
sentido del minimalismo; y que, quién sabe precisamente por ello, parecen
tender al serialismo del siglo XX. Otro rasgo a resaltar de este Violonchelo Solo es su naturaleza “física”,
acaso porque el registro acústico exige una escucha con todos los sentidos concentrados
a tal fin, pero también porque la composición misma no parte de melodías o
ideas preconcebidas, sino que es el propio instrumento el que dirige la
exploración propuesta a través de cada track. Y es en ese sentido que existe
una cercanía con la música electrónica de sesgo experimental -dejo a libre
elección la pertinencia de la comparación entre Fil Uno y Pauchi Sasaki, la gran
referente nacional de la experimentación electroacústica que lleva meses como
alumna del maestro Philip Glass.
Grabada en sistema
analógico por Frank Cebreros y remasterizada nada menos que por Mario Brewer
(Charly García, el “Flaco” Spinetta), la puesta de largo de FU tiene una
contraparte documental de poco más de siete minutos de extensión, realizada por
Sergio Vásquez, Carolina Cardich y Adrián Portugal. El cortometraje está
disponible para su descarga gratuita en Vimeo.
Con un nombre como
el suyo, por otro lado, era difícil que Pututus Eléctricos tuviese la misma
suerte que Fil Uno al sortear el radar. Aún no tengo claro si se trata de un
proyecto individual o de una banda. Cual fuere el caso, el mini-álbum debut El Doc (2017) es el resultado de un
esfuerzo grupal -allí han intervenido Álex Michelsen, Bruno Ramos, Óscar
González, Sarid Challco y Emilio Vucetich; siendo este último el sindicado
cabecilla de PE.
Este
¿proyecto?/¿grupo? es originario de Cuzco, si bien actualmente ha fijado
residencia en Lima. El método improvisacional fue el escogido para la creación
de un cúmulo de temas, del que se extraerían/surgirían/se condensarían los
elementos presentes en las tomas definitivas que moldearían a El Doc. No obstante, los siete surcos
acreditan carices tan diversos, que en el balance se hace imposible hablar de
disco y ¿banda? como instancias unitarias e incluso coherentes.
La base rítmica de El Doc, por ejemplo, remite alternativa
y simultáneamente a la tradición vernacular de nuestro país (“El Why Not” como la
mayor prueba tangible) y a colores provenientes de la paleta de las músicas pop
de raíces negras -funk y soul, esencial pero no exclusivamente.
La cosa no queda
allí, sin embargo. En guitarra, bajo, secuencias y saxo, tomando este último el
lugar de las vocales en cinco de los números; se perciben decenas de guiños al
jazz y al prog rock. Sobre todo al progre. Estaría tentado a clasificar a
Pututus Eléctricos bajo esta etiqueta, si no fuese por dos cosas. Una es la
exagerada concisión que presenta el álbum: en menos de media hora, ya dijo hola
y chau, lo que contraviene tremendamente los cánones del género. Para bien.
La otra cosa que me
impide catalogarle(s) de prog es que el esférico se las arregla para imponer
por encima de esta mescolanza de influencias un groove callejero, achorado,
barriobajero; que lo convierte en mundano antes que en “celestial” o
“metafísico”. Este groove define la personalidad de PE, a pesar de la
multiplicidad de sus raíces: lo torna macizo, psicodélico y popular, cálido,
elegante y urgente. Probablemente sea ésta la cualidad original que
acerca/reconcilia dos formas tan distintas de entender, sentir y hacer música;
en éste y/o en cualquier lugar del mundo.
Hákim de Merv
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