Uno de los hallazgos
asociados al 2014 que siempre tendré presente es el de Dopplereffekt. No es que
editase nada ese año, sino que recién para esas fechas escuché su Tetrahymena EP (2013), creyéndolo además
primera referencia. Nada más equivocado.
Dopplereffekt ve la
luz pública en 1995, a través de varios singles que precediesen por años a su
primer largo (Linear Accelerator, 2003).
Hablan éstos de una historia anterior, en la que Gerald Donald y James Stinson
se habían asociado como Drexciya, dúo underground de Detroit techno prácticamente
desconocido más allá de los límites de Michigan y perteneciente a las filas del legendario colectivo Underground Resistance. Decidido Donald a probar
fortuna en solitario, los 45s aurorales de Dopplereffekt todavía suenan mucho a
Drexciya. Tuvo que discurrir casi una década para cumplimentar con Linear... el ascenso a la palestra IDM,
pero para entonces ésta ya vivía sus últimos días como música de vanguardia.
Han transcurrido
tres lustros desde Linear..., y el
nativo de la legendaria Ciudad Motor sólo ha publicado dos álbums completos
más, Calabi Yau Space (2007) y el que
motiva estas palabras. Serísimo candidato a disco del ejercicio 2017, Cellular Automata puede acomodarse
ciertamente en las cubetas IDM/post IDM, aunque tiene peculiaridades que lo
muestran bastante diferente de otros compañeros de casilla.
Si convenimos en
que el proyecto solista de Donald es IDM, pues hay que añadir que en un sentido
fantasmal. CA tiene mucho más de
ambient que de sonido Detroit. Auscultado de cerca, o el disco tiene los beats registrados
en estratos infrasonoros, o simplemente ha prescindido de ellos -que no del
ritmo: éste gana cuerpo gracias a los arreglos de teclados y sintetizadores.
Como consecuencia directa, Cellular...
imprime una emoción evocadora en sus melodías abstractas. Cortes espaciosos
como “Isotropy” o “Mandelbrot Set” permiten aflojar/deshacerse de la tensión
urbana que a diario recabamos, y lo hacen sin recurrir a la dureza o a la
oscuridad. Todo lo contrario, se integran al decorado del lugar donde su
escucha se lleva a cabo, causando un sedante efecto cimático en la percepción
del oyente. Fantástico.
Igual de admirable,
pero en un plano totalmente distinto, es el debut en 33 rpm de Fading Language.
Aunque Anthony LoPrete es natural de New Jersey, parece que se le ha adscrito a
la escena ambient de Washington D.C., movida caracterizada por el uso de
recursos como el drone y de instrumentos infrecuentes como el piano -pero en
entornos de atmósferas apacibles, que rozan una estética chill. El maridaje, al
menos en su caso, es devastador.
FL probablemente
nace en el 2016. Antes del Vessels Of
Time (2018), acredita un EP bautizado 2016-17
(julio del 2017) y el sencillo “Lightwall” (octubre del mismo año). Ninguno de
estos títulos tiene lo que Vessels...
a mares. Lejos de ser llorona, es una obra crepuscular. Mejor aún,
post-crepuscular. Su minimalismo es líquido, al punto de que intermitentemente advertimos
el golpeteo de una lluvia sin fin a partir de “Errance For A Flame”. Es éste el
estímulo físico-sonoro que hace las veces de necesario cable a tierra para una
iluminada sesión de terapia ambient. Bliss cadencioso montado a partir de estructuras
ingrávidas, ideal para atardeceres invernales, para noches en las que sienta mejor
perderse tras reflexiones existenciales que trasciendan tiempo, espacio y lenguaje.
Vessels Of Time maneja, en distintos niveles, conceptos de
fondo sólidamente hermanados. La portada es la imagen de una noche límpida a
cielo abierto, en medio de la foresta. En el track list, nombres como
“Tomorrow; Never”, “Yesterday; Always”, “Today; Ever”, “Micros” y “Macros”;
hablan de la ambigüedad en el alias escogido por LoPrete. ¿Se trata de un
lenguaje fundido/difuminado/evanescente que va a materializarse? ¿O que va a
desaparecer? ¿Y siempre sí será un lenguaje? ¿No podría ser un color -azul, como
se sugería en la película Artificial Intelligence
(“El azul es el color de los orga”, se confiaban entre ellos los mecha)-? Una cosa o la otra, VOT resulta igual de elogiable.
Termino este texto
con la grata revelación de Droid Bishop, individual australiano instalado en
Los Angeles que desde el seudónimo deja en evidencia su integérrima filia
ochentera. Bishop es el androide, interpretado por el gran Lance Henriksen, que
coprotagonizase Aliens (1986). El
paisano de INXS y de The Go-Betweens escondido tras DB es James Bowen Falson. Su
hermano Samuel es un cantante muy famoso en tierras del Canguro, bajo la
identidad de Sam Sparro.
Droid Bishop inicia
operaciones en el 2013 con el single “Galaxy: Unknown”, el Electric Love EP y el mini-álbum The Irrelevance Of Space & Time. A juzgar por lo que le he oído,
es decir toda su obra posterior, al buen James le gustaría disponer de una
máquina del tiempo con que regresar a los 80s. A confesión de parte, relevo de
pruebas: casi la totalidad del arte de sus discos tiene esos colores en neón relumbrante,
casi pastel, que poblasen mucha de la arquitectura de la época; desde los
moteles baratos hasta los célebres Arcade. Su estética visual remite
inmediatamente a los videojuegos y a las presentaciones computarizadas de ese
ayer.
En el anterior Lost In Symmetry (2016), que incluía su
particular homenaje al best seller de Ernest Cline (2011) cuya adaptación
cinematográfica se estrenó en este 2018, Ready
Player One; ya se percibía bastante del logro por el que difícilmente
olvidaré a Droid Bishop. End Of Aquarius
(2017), nuevo mini-álbum y última producción a la fecha, no es sino la
confirmación que esperaba: a punta de trabajar en el formato del medio tempo
que proveía el muzak ochentero, pero hibridándolo con los sonidos chirriantes,
fríos y maquinales del mismo período; el Androide Bishop ha creado un subgénero
que redunda en el pastiche sin dejar por ello de ser interesante -el
vaporcläsh. Pequeñas maravillas de nostalgia kitsch como “She Don’t” o “Dead
Before Dawn” ilustran esta rara y a la vez fascinante concepción, en la que las
texturas inmateriales del vaporwave obtienen figura, peso y consistencia;
mientras que los saltarines sonidos baratos pero subversivos de la new wave,
que el electrocläsh insuflase de nueva vida con la dancelectrónica de los 90s,
se muestran menos chillones que en los 80s. Era cuestión de tiempo que a
alguien se le ocurriese.
Hákim de Merv
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