viernes, 15 de junio de 2018

Dopplereffekt: Celular Automata // Fading Language: Vessels Of Time // Droid Bishop: End Of Aquarius

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 6 de junio del 2018.)

Uno de los hallazgos asociados al 2014 que siempre tendré presente es el de Dopplereffekt. No es que editase nada ese año, sino que recién para esas fechas escuché su Tetrahymena EP (2013), creyéndolo además primera referencia. Nada más equivocado.

Dopplereffekt ve la luz pública en 1995, a través de varios singles que precediesen por años a su primer largo (Linear Accelerator, 2003). Hablan éstos de una historia anterior, en la que Gerald Donald y James Stinson se habían asociado como Drexciya, dúo underground de Detroit techno prácticamente desconocido más allá de los límites de Michigan y perteneciente a las filas del legendario colectivo Underground Resistance. Decidido Donald a probar fortuna en solitario, los 45s aurorales de Dopplereffekt todavía suenan mucho a Drexciya. Tuvo que discurrir casi una década para cumplimentar con Linear... el ascenso a la palestra IDM, pero para entonces ésta ya vivía sus últimos días como música de vanguardia.

Han transcurrido tres lustros desde Linear..., y el nativo de la legendaria Ciudad Motor sólo ha publicado dos álbums completos más, Calabi Yau Space (2007) y el que motiva estas palabras. Serísimo candidato a disco del ejercicio 2017, Cellular Automata puede acomodarse ciertamente en las cubetas IDM/post IDM, aunque tiene peculiaridades que lo muestran bastante diferente de otros compañeros de casilla.

Si convenimos en que el proyecto solista de Donald es IDM, pues hay que añadir que en un sentido fantasmal. CA tiene mucho más de ambient que de sonido Detroit. Auscultado de cerca, o el disco tiene los beats registrados en estratos infrasonoros, o simplemente ha prescindido de ellos -que no del ritmo: éste gana cuerpo gracias a los arreglos de teclados y sintetizadores. Como consecuencia directa, Cellular... imprime una emoción evocadora en sus melodías abstractas. Cortes espaciosos como “Isotropy” o “Mandelbrot Set” permiten aflojar/deshacerse de la tensión urbana que a diario recabamos, y lo hacen sin recurrir a la dureza o a la oscuridad. Todo lo contrario, se integran al decorado del lugar donde su escucha se lleva a cabo, causando un sedante efecto cimático en la percepción del oyente. Fantástico.


Igual de admirable, pero en un plano totalmente distinto, es el debut en 33 rpm de Fading Language. Aunque Anthony LoPrete es natural de New Jersey, parece que se le ha adscrito a la escena ambient de Washington D.C., movida caracterizada por el uso de recursos como el drone y de instrumentos infrecuentes como el piano -pero en entornos de atmósferas apacibles, que rozan una estética chill. El maridaje, al menos en su caso, es devastador.

FL probablemente nace en el 2016. Antes del Vessels Of Time (2018), acredita un EP bautizado 2016-17 (julio del 2017) y el sencillo “Lightwall” (octubre del mismo año). Ninguno de estos títulos tiene lo que Vessels... a mares. Lejos de ser llorona, es una obra crepuscular. Mejor aún, post-crepuscular. Su minimalismo es líquido, al punto de que intermitentemente advertimos el golpeteo de una lluvia sin fin a partir de “Errance For A Flame”. Es éste el estímulo físico-sonoro que hace las veces de necesario cable a tierra para una iluminada sesión de terapia ambient. Bliss cadencioso montado a partir de estructuras ingrávidas, ideal para atardeceres invernales, para noches en las que sienta mejor perderse tras reflexiones existenciales que trasciendan tiempo, espacio y lenguaje.

Vessels Of Time maneja, en distintos niveles, conceptos de fondo sólidamente hermanados. La portada es la imagen de una noche límpida a cielo abierto, en medio de la foresta. En el track list, nombres como “Tomorrow; Never”, “Yesterday; Always”, “Today; Ever”, “Micros” y “Macros”; hablan de la ambigüedad en el alias escogido por LoPrete. ¿Se trata de un lenguaje fundido/difuminado/evanescente que va a materializarse? ¿O que va a desaparecer? ¿Y siempre sí será un lenguaje? ¿No podría ser un color -azul, como se sugería en la película Artificial Intelligence (“El azul es el color de los orga”, se confiaban entre ellos los mecha)-? Una cosa o la otra, VOT resulta igual de elogiable.


Termino este texto con la grata revelación de Droid Bishop, individual australiano instalado en Los Angeles que desde el seudónimo deja en evidencia su integérrima filia ochentera. Bishop es el androide, interpretado por el gran Lance Henriksen, que coprotagonizase Aliens (1986). El paisano de INXS y de The Go-Betweens escondido tras DB es James Bowen Falson. Su hermano Samuel es un cantante muy famoso en tierras del Canguro, bajo la identidad de Sam Sparro.

Droid Bishop inicia operaciones en el 2013 con el single “Galaxy: Unknown”, el Electric Love EP y el mini-álbum The Irrelevance Of Space & Time. A juzgar por lo que le he oído, es decir toda su obra posterior, al buen James le gustaría disponer de una máquina del tiempo con que regresar a los 80s. A confesión de parte, relevo de pruebas: casi la totalidad del arte de sus discos tiene esos colores en neón relumbrante, casi pastel, que poblasen mucha de la arquitectura de la época; desde los moteles baratos hasta los célebres Arcade. Su estética visual remite inmediatamente a los videojuegos y a las presentaciones computarizadas de ese ayer.

En el anterior Lost In Symmetry (2016), que incluía su particular homenaje al best seller de Ernest Cline (2011) cuya adaptación cinematográfica se estrenó en este 2018, Ready Player One; ya se percibía bastante del logro por el que difícilmente olvidaré a Droid Bishop. End Of Aquarius (2017), nuevo mini-álbum y última producción a la fecha, no es sino la confirmación que esperaba: a punta de trabajar en el formato del medio tempo que proveía el muzak ochentero, pero hibridándolo con los sonidos chirriantes, fríos y maquinales del mismo período; el Androide Bishop ha creado un subgénero que redunda en el pastiche sin dejar por ello de ser interesante -el vaporcläsh. Pequeñas maravillas de nostalgia kitsch como “She Don’t” o “Dead Before Dawn” ilustran esta rara y a la vez fascinante concepción, en la que las texturas inmateriales del vaporwave obtienen figura, peso y consistencia; mientras que los saltarines sonidos baratos pero subversivos de la new wave, que el electrocläsh insuflase de nueva vida con la dancelectrónica de los 90s, se muestran menos chillones que en los 80s. Era cuestión de tiempo que a alguien se le ocurriese.


Hákim de Merv

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