jueves, 28 de marzo de 2019

Puna: Sukha

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 20 de marzo del 2019.)

En medio de la psicorrágica explosión que nos revelase durante la primera mitad de los 90s la existencia del post rock, arrancaba con Mesmerised (1994) la tercera vida de Sonic Boom, tras Spacemen 3 y en paralelo a Spectrum: Experimental Audio Research. Lo que muchos no supieron entonces es que Beyond The Pale, editado recién en 1996, fue grabado en 1992; y merece reivindicársele como el primer aliento de la banda en la que alguna vez militasen colosos de la talla de Kevin Martin (Techno Animal), Delia Derbyshire, Lawrence Chandler (Bowery Electric), Thomas Köner y Kevin Shields (My Bloody Valentine).

Movidas de esta laya, aunque no lleguen a ser de conocimiento público, son más frecuentes de lo que podrías imaginarte. De hecho, y obviamente salvando las distancias, Puna se vistió de largo en el 2014 con Au Dial y sólo después de tres años le dio luz verde a Rare Tracks -compilación de temas que, en su mayoría, anteceden a los del debut. De ahí que sea más pertinente hablar de todo lo acaecido entre Au Dial y el novel episodio del colectivo bandera de Chip Musik.

En su condición de proyecto abierto fundado por José Rodríguez (Aloysius Acker) y Jorge Rivas O’Connor (Ionaxs, Philkophillips), la única constante en la identidad de Puna ha sido ciertamente el continuo recambio/relevo de diversidad de músicos, cuyos aportes se han ido sedimentando tras el alias grupal. Empero, ya hace tres almanaques maneja Puna una formación más o menos fija: Rivas (guitarra, bajo, controladores y efectos varios), Alexander Fabián (Ozono, Siam Liam, Alcalöide, Miyagi Station, Ban And Flap, Lima Centro Project; efectos, teclados y voz) y Alfonso Noriega (El Otro Infinito, Prados Perfectos, teclados y efectos). Para Sukha (2019), se ha sumado a esta terna en batería y sintetizadores Leko López (Cabezas Descalzas, Prados Perfectos), quien ya viene acompañándoles por espacio de un bienio. A la fecha, su participación es crucial para la metamorfosis que viene sobrellevando Puna.

Nada tiene de gratuito el presente progresivo que remata el párrafo anterior, por cierto. La metamorfosis del trío aún asoma inacabada, toda vez que el nuevo registro sólo perfila grosso modo sus (nuevos) rasgos más saltantes. En ese sentido, Sukha es un verduguillo a medio afilar, una batalla indecisa llegada al cenit, una tormenta en sus ápices más altos. Un lienzo, en suma, que atestigua la transformación suspendida que a Puna le falta finiquitar. Percibido así, Sukha puede llegar a ser un album “incómodo”, como se verá a continuación.

Rompe los fuegos “Intro/Despierto - Anoche”, donde escucho sampleado/tratado al mismísimo Jorge Eduardo Eielson recitando “Albergo Del Sole II” y “Cuerpo En Exilio”, mientras comienza a insinuarse en las baquetas un pulso sui generis por insólitamente conectado a la improvisación de matriz jazzera. Esta presencia/adición genera un clima de tensión sonora, entre el aluvión eléctrico/electrónico de efectos y filtros mil, y la estimulante percusión de López -quien roza la categoría de squicker-; de modo que la apertura prologa la oscilación que ha de presidir el desarrollo de la rodaja.

Por un lado, adueñándose esencialmente de la primera mitad de Sukha, ese contraste entre la rítmica de revulsiva síncopa y las secuencias elaboradas a partir de efecteras, sintes y teclados dispares -principal (pero no único) pantone con que Puna colorea sus cuadros. Es un contrapunto pertinaz, que debe haber hecho hilar muy fino en el estudio Absenta al veterano en estas lides Neto “Ankalli” Pérez, productor de algunos de los números. No son pocos los rounds que gana ese duelo inconcluso: “Substancia”, “Delsolgris”, “Unanulaluna”, “Ultramar”... Este último se hace merecedor de un comentario aparte: con claridad y sincronía encomiables, Leko López gira la rueda del samsara y consigue ponerse las pieles de Richard Thomas, los hermanos Dave y Alan Curtis, y Gary Bromley; para sonar, en timing y ejecución, a lo más jazz que pudo salir de Dif Juz. Concretamente, y sin que esto signifique que lo plagie, a “No Motion” -el corte de 1987 con que el cuarteto post punk londinense cierra su brillante carrera, y que supo condensar el momento histórico culmen de los 80s en sus casi cinco minutos. Resumen PER-FEC-TO de los mayores logros artísticos de una década.

Por otro lado, la angélica borrachera en clave reberv de sonidos trastocados gracias a la tecnología remite al shoegazing desde el que creciera Puna, pero desplegándose con soltura y flexibilidad hacia horizontes abarrotados de ambient y noise. Pese a que esta estética de errabundos osciladores e ionizadas capas gaseosas no es para nada ajena a las pistas ya mencionadas, se entroniza sobre todo en la segunda parte del esférico: la pieza epónima de Sukha (que en quechua significa “atardecer” y en sánscrito se traduce como “felicidad permanente y duradera”), “Abies Alba”, “Labriegos De Nubes” (ambas adelantadas en Lego 12: Yoru No Tori, en la segunda trajina el bajo de Rolando Apolo, miembro de la primera alineación de Puna), “Ivvi” (donde las secuencias finalmente obliteran a la voluntariosa batería)... En todas ellas, vencen las atmósferas enfermas de volátil dub.


Por méritos propios, “Niebla” y “Outro/Shanay - Timpishka” se ganan el rótulo de “singularidades” en esta jornada. La primera es una composición de neta raigambre noventera, muy cercana al post rock más abordable posible, aquel que tolera ser descrito como humus del que se nutriese la mancha de Crisálida Sónica y también como relectura copiosamente frugal del slowcore de Low. La segunda, que baja el telón, es un impromptu que rebasa los catorce minutos de duración; sólo que el lugar del piano es invadido por enérgicos estallidos de feedback abstracto, de ésos que sólo te dejan la opción de sentarte a resistir y contemplar. Sukha tiene ese par de excepciones en cuanto a cristalización de sus postulados, pero no en cuanto a concepto.

Sí, me atrevo a hablar de concepto. Quizá no abrazado conscientemente, pero concepto al fin y al cabo. Esta bisoña versión de Puna ha decidido renunciar a la gradación de cálidos rojos a la que usualmente era tan afecto el colectivo. No más arreboles, no más granates, no más bermejos. No más sunbathing, al menos por ahora. Gracias a Sukha, hoy el proyecto se mueve entre azules, literalmente como pez en el agua: entre sus primeras notas y sus últimos acordes, a despecho de la disciplinada persistencia de la teba por salirse del libreto, el album remite a cerúleos líquidos de salientes tan barrocas como letales, a índigos húmedos y rocosos, a añiles de estanques hundidos en ciegas oquedades terráqueas. Aquí se vuelve imperioso mencionar otra vez a “Sukha”, seis minutos y medio de puro submarinismo de cavernas, acaso el surco que mejor habla de un sobrecogedor disco de espeleología pop.

Sólo un reproche: temas entrelazados hubieran reforzado el hechizo, y habrían dado con (no sólo) mis huesos en un tanque de privación sensorial, pegadazo a mis audífonos. Por suerte, ya se han avanzado las conversaciones para una segunda edición digital a la par de una eventual vinílica, ambas en plan tour de force.

Primer candidato nacional serio del año, de cara a los balances de diciembre.


Hákim de Merv 

jueves, 21 de marzo de 2019

Wilder Gonzales Agreda: Los Olivos EP // Los Niños Vudú: Ultravioleta EP

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 13 de marzo del 2019.)

Como calentando el ambiente para la próxima salida de su nuevo largo, Wilder Gonzales Agreda no sólo ha puesto en modo descarga gratuita Paraísos, Revoluciones Y Tú (2017), sino que de igual modo ha liberado un brevísimo EP que encuentro razonablemente accesible al oyente promedio. En mi opinión, pinta más para single dados sus dos únicos surcos y su cortedad, pero la denominación oficial es la de extended y a ella me atengo.

Pese a que el título podría resultar ambiguo, la referencia es inequívoca. Los Olivos EP (2019) guiña a aquella zona de la ciudad donde Gonzales ha vivido gran parte de su vida, si no es que toda. ¿En plan admirativo o en plan desencantado? Aunque suene contradictorio, una intención no necesariamente se anula al lado de la otra, así que quizás pudiera ser ambas cosas. Sospecho que es más lo primero, o al menos así parece indicarlo el track homónimo, que visita parcelas no muy frecuentadas en la trayectoria del norconeño.

En efecto, la peculiarísima síncopa que puede mapearse en “Los Olivos” evoca bien a lo lejos el hip/trip hop instrumental de un universo paralelo -o, en última instancia, el sonido transmutado de los proyectos afines que firmasen por Warp durante el cambio de siglo/milenio. Esta especie de rítmica a la que aludo es discontinua: se desvanece para que el tema se metamorfosee en un ejercicio de ruido digital, que algunos minutos después tolera bien la reaparición del elemento extraño a la habitual estética WGA gracias a su reentré más bien tímido. Una composición casi insular en el repertorio del olivense.

Los réditos de este extended son desiguales, sin embargo. “Volviendo A Casa” es una suerte de lado B que cumple con el canon del no-músico surgido en la era binaria: el artista como cracker, la PC como mellotrón de los días post-rave, el minimalismo como enfoque clave para devenir en hacedor de sonidos antes que en escritor de canciones. Sólo que, a diferencia de “Los Olivos”, de “Volviendo...” no se puede escribir mucho más que eso: habida cuenta del cuarto de siglo que lleva Wilder en carrera, el surco en cuestión suena ya genérico.

Crédito intacto.


De Los Olivos a Pueblo Libre, un viaje puede llegar a sobrepasar la hora de duración. Décadas atrás era igual, porque forzosamente debías tomar dos e incluso tres conexiones antes de arribar al distrito colindante con Magdalena y Jesús María. Hoy, la inversión de tiempo es equivalente “gracias” a la excesiva oferta de transporte y el subsecuente tráfico endemoniado que copa calles y avenidas principales de la capital.

Aunque el debut de Los Niños Vudú, Pueblo Libre EP (2017), pertenezca al pasado y no al presente; mencionarle viene a propósito no sólo de dedicatorias dirigidas a espacios limenses con semejanzas y diferencias consonantes, que convergen en este texto. Vale, asimismo, para contrastar el nuevo trabajo de los “pueblerinos”.

Pueblo Libre EP dejaba clarísima desde el vamos la filiación bedroom del quinteto que,  cursando el último grado de secundaria, formasen Andoni Granda (guitarra), Inti Arteaga (voz, guitarra), Adrián Muñoz (bajo), César Horruitiner (batería) y Rodrigo Urbiola (voz, teclados). Rasgo curioso, ya que la banda toma su alias del icónico “Voodoo Child” de Jimi Hendrix, y el Señor Guitarra es lo menos bedroom que se me puede ocurrir mientras tipeo estas palabras.

Muchas veces, la estética bedroom tiene de casual como de voluntaria. Es la alternativa a seguir cuando el bolsillo no puede costear un estudio profesional de grabación, y también la elección más empática con el indie. En el caso de LNV, cuya producción entera ha sido grabada en la habitación de Granda, confluyen ambas coyunturas.

Ultravioleta EP (2019) apenas se distingue de Pueblo Libre EP en lenguaje y matices. Ambos respiran las mismas variables, ambos revisan los mismos cajones. Sea indie pop (“La Apuesta”, “Multicolor”) o su par rock (“Índigos”, “Por Las Azoteas”), el grupo ensalza a toda hora la sencillez de la cotidianeidad y de la cercanía. Yo La Tengo es un nombre que me viene a los labios al escucharles, más por forma de encarar el proceso compositivo que por indicios reales de influencia en el sonido.

Las principales diferencias radican en piezas como “Infrarrojo”, “Ultravioleta” o “Índigos”; en las que brota una tesitura synth digital. También en los espíritus que han iluminado sendos alumbramientos. Si en el debut primó el color, el candor, el entusiasmo de quienes sabiendo que no inventan la Coca Cola pisan la arena sin mirar atrás; este segundo paso ha sido copado por la ironía indulgente y la nostalgia, nacidas cuando un amor llega a su fin. Si en la jornada previa esos estados de ánimo sólo habían aparecido en “Por Las Azoteas”, aquí hacen presa de casi todas las canciones con una destreza para el gancho melódico de sorprendente y agradable madurez.

Pulcro acabado instrumental de un esfuerzo que promete de cara al futuro, y les posiciona al lado de poppers de dormitorio como Gente Cangrejo, Somontano y Peatón. El EP sirve además para el estreno de Colores Perfectos, su propio sello discográfico.


Hákim de Merv

jueves, 14 de marzo de 2019

Santo Suicida: Realismo Trágico

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 6 de marzo del 2019.)

Nuevas desde Coquimbo, tierra de Luminar y Seatemples, de la mano de Santo Suicida. Se trata del bisoño avatar de un grupo que funcionó hasta el año pasado escudado tras el alias de Camilo Correa. Información sobre esa primera encarnación, no hay mucha disponible en Internet: probablemente nucleado en esta década, al cuarteto de Mario Castro (batería), Camilo Correa (voz y guitarra), Alan Cortéz (bajo y coros) y Felipe Aburto (guitarra) le alcanzó el aliento del nombre anterior para publicar dos registros de corta extensión que desde su página en Facebook se pueden descargar gratuitamente -Sin Sentido EP (2013) y Tramando EP (2015). El de Camilo Correa (la banda) era un sonido pop/rock de contornos indies, si bien había numerosos momentos en que se ponía encima la piel del folk.

Algunos de los temas consignados en el 'insensato' debut sacro se estrenaron en el 2018 como parte del repertorio de CC. El dato da para especular sobre las razones del cambio de denominación. Una de ellas es, definitivamente, la nueva dirección que trashuma la agrupación. Otra de ellas, no tan concluyente pero de todos modos a tomar en cuenta, es el reemplazo de Cortéz por Carlos Bello Rivera. De cualquier forma, a estas alturas Santo Suicida ya se ha puesto de largo, facturando un tiraje modesto del que quedan muy pocos ejemplares -el combo se trae entre ceja y ceja una segunda edición.

Realismo Trágico ha servido de transición entre el viejo sonido de los coquimbanos y el actualmente abrazado. Aunque el credo que ahora pregonan los cuatro con entusiasmo y delirio es el post hardcore, éste se materializa esencialmente en el primer tercio del álbum. En efecto, Santo Suicida te recibe con adrenalínicas descargas de tempos veloces y enfático despliegue de riffs propensos a la iteración, como en “Miradas De Luto”, “Invierno” y la feroz “Te Dejo Pa’ Que Me Dejes” (sus intempestivas mutaciones de ritmo siguen resonando en mis yunques).

No obstante, “Estamos” marca un punto de inflexión en el track list: a partir de allí, el post hardcore se desvanece, dejando paso a canciones que no se deciden entre números pop/rock de medios tiempos y semi-baladas -si bien la propensión a este último formato es bastante menor. Tales son los casos de “Perdido”, “Volando En El Living”, “Visitando El Miedo” o “Pasa El Tiempo”. En todos aquellos surcos, palpita aún el hálito de Camilo Correa (la banda), sólo que despojado de cualquier aditamento folk y encausado con tesón hacia un indie que siempre recibe alborozado a la Distorsión. Debido a ello, los dos tercios finales de RT me han hecho recordar un poco a formaciones como Rival Schools o los fabulosos Jawbox, sobre todo cuando la eléctrica des-engrosa el Ruido y se descose en solos (“Puerto Utopía”).

La voz se sacia por igual en el desencanto, la adversidad y la furia. Esto podría indicar que en el futuro los chilenos sumarán todos sus esfuerzos por completar la transformación grupal volcada hacia el post hardcore, lo que es una opción válida y respetable. Como lo es también dirigirse hacia esa meta desde las comarcas del indie rock. La próxima jugada será indiciaria a este respecto. No está mal, aunque pudo salir algo mejor.


Hákim de Merv