En medio de la
psicorrágica explosión que nos revelase durante la primera mitad de los 90s la
existencia del post rock, arrancaba con Mesmerised
(1994) la tercera vida de Sonic Boom, tras Spacemen 3 y en paralelo a Spectrum:
Experimental Audio Research. Lo que muchos no supieron entonces es que Beyond The Pale, editado recién en 1996,
fue grabado en 1992; y merece reivindicársele como el primer aliento de la banda
en la que alguna vez militasen colosos de la talla de Kevin Martin (Techno
Animal), Delia Derbyshire, Lawrence Chandler (Bowery Electric), Thomas Köner y
Kevin Shields (My Bloody Valentine).
Movidas de esta
laya, aunque no lleguen a ser de conocimiento público, son más frecuentes de lo
que podrías imaginarte. De hecho, y obviamente salvando las distancias, Puna se
vistió de largo en el 2014 con Au Dial
y sólo después de tres años le dio luz verde a Rare Tracks -compilación de temas que, en su mayoría, anteceden a
los del debut. De ahí que sea más pertinente hablar de todo lo acaecido entre Au Dial y el novel episodio del colectivo
bandera de Chip Musik.
En su condición de
proyecto abierto fundado por José Rodríguez (Aloysius Acker) y Jorge Rivas
O’Connor (Ionaxs, Philkophillips), la única constante en la identidad de Puna ha
sido ciertamente el continuo recambio/relevo de diversidad de músicos, cuyos
aportes se han ido sedimentando tras el alias grupal. Empero, ya hace tres
almanaques maneja Puna una formación más o menos fija: Rivas (guitarra, bajo,
controladores y efectos varios), Alexander Fabián (Ozono, Siam Liam,
Alcalöide, Miyagi Station, Ban And Flap, Lima Centro Project; efectos, teclados
y voz) y Alfonso Noriega (El Otro Infinito, Prados Perfectos, teclados y efectos).
Para Sukha (2019), se ha sumado a
esta terna en batería y sintetizadores Leko López (Cabezas Descalzas, Prados
Perfectos), quien ya viene acompañándoles por espacio de un bienio. A la fecha,
su participación es crucial para la metamorfosis que viene sobrellevando Puna.
Nada tiene de
gratuito el presente progresivo que remata el párrafo anterior, por cierto. La
metamorfosis del trío aún asoma inacabada, toda vez que el nuevo registro sólo
perfila grosso modo sus (nuevos) rasgos más saltantes. En ese sentido, Sukha es un verduguillo a medio afilar, una
batalla indecisa llegada al cenit, una tormenta en sus ápices más altos. Un
lienzo, en suma, que atestigua la transformación suspendida que a Puna le falta
finiquitar. Percibido así, Sukha
puede llegar a ser un album “incómodo”, como se verá a continuación.
Rompe los fuegos
“Intro/Despierto - Anoche”, donde escucho sampleado/tratado al mismísimo Jorge Eduardo Eielson recitando “Albergo Del Sole II” y “Cuerpo En Exilio”, mientras
comienza a insinuarse en las baquetas un pulso sui generis por insólitamente
conectado a la improvisación de matriz jazzera. Esta presencia/adición genera
un clima de tensión sonora, entre el aluvión eléctrico/electrónico de efectos y
filtros mil, y la estimulante percusión de López -quien roza la categoría de
squicker-; de modo que la apertura prologa la oscilación que ha de presidir el
desarrollo de la rodaja.
Por un lado,
adueñándose esencialmente de la primera mitad de Sukha, ese contraste entre la rítmica de revulsiva síncopa y las
secuencias elaboradas a partir de efecteras, sintes y teclados dispares
-principal (pero no único) pantone con que Puna colorea sus cuadros. Es un
contrapunto pertinaz, que debe haber hecho hilar muy fino en el estudio Absenta
al veterano en estas lides Neto “Ankalli” Pérez, productor de algunos de los números.
No son pocos los rounds que gana ese duelo inconcluso: “Substancia”,
“Delsolgris”, “Unanulaluna”, “Ultramar”... Este último se hace merecedor de un
comentario aparte: con claridad y sincronía encomiables, Leko López gira la
rueda del samsara y consigue ponerse las pieles de Richard Thomas, los hermanos
Dave y Alan Curtis, y Gary Bromley; para sonar, en timing y ejecución, a lo más
jazz que pudo salir de Dif Juz. Concretamente, y sin que esto signifique que lo
plagie, a “No Motion” -el corte de 1987 con que el cuarteto post punk londinense
cierra su brillante carrera, y que supo condensar el momento histórico culmen
de los 80s en sus casi cinco minutos. Resumen PER-FEC-TO de los mayores logros artísticos
de una década.
Por otro lado, la angélica
borrachera en clave reberv de sonidos trastocados gracias a la tecnología remite
al shoegazing desde el que creciera Puna, pero desplegándose con soltura y
flexibilidad hacia horizontes abarrotados de ambient y noise. Pese a que esta
estética de errabundos osciladores e ionizadas capas gaseosas no es para nada ajena
a las pistas ya mencionadas, se entroniza sobre todo en la segunda parte del esférico:
la pieza epónima de Sukha (que en
quechua significa “atardecer” y en sánscrito se traduce como “felicidad
permanente y duradera”), “Abies Alba”, “Labriegos De Nubes” (ambas adelantadas
en Lego 12: Yoru No Tori, en la
segunda trajina el bajo de Rolando Apolo, miembro de la primera alineación de
Puna), “Ivvi” (donde las secuencias finalmente obliteran a la voluntariosa
batería)... En todas ellas, vencen las atmósferas enfermas de volátil dub.
Por méritos propios, “Niebla” y “Outro/Shanay - Timpishka” se ganan el rótulo de “singularidades” en esta jornada. La primera es una composición de neta raigambre noventera, muy cercana al post rock más abordable posible, aquel que tolera ser descrito como humus del que se nutriese la mancha de Crisálida Sónica y también como relectura copiosamente frugal del slowcore de Low. La segunda, que baja el telón, es un impromptu que rebasa los catorce minutos de duración; sólo que el lugar del piano es invadido por enérgicos estallidos de feedback abstracto, de ésos que sólo te dejan la opción de sentarte a resistir y contemplar. Sukha tiene ese par de excepciones en cuanto a cristalización de sus postulados, pero no en cuanto a concepto.
Sí, me atrevo a
hablar de concepto. Quizá no abrazado conscientemente, pero concepto al fin y
al cabo. Esta bisoña versión de Puna ha decidido renunciar a la gradación de
cálidos rojos a la que usualmente era tan afecto el colectivo. No más
arreboles, no más granates, no más bermejos. No más sunbathing, al menos por
ahora. Gracias a Sukha, hoy el
proyecto se mueve entre azules, literalmente como pez en el agua: entre sus
primeras notas y sus últimos acordes, a despecho de la disciplinada
persistencia de la teba por salirse del libreto, el album remite a cerúleos
líquidos de salientes tan barrocas como letales, a índigos húmedos y rocosos, a
añiles de estanques hundidos en ciegas oquedades terráqueas. Aquí se vuelve
imperioso mencionar otra vez a “Sukha”, seis minutos y medio de puro
submarinismo de cavernas, acaso el surco que mejor habla de un sobrecogedor disco
de espeleología pop.
Sólo un reproche:
temas entrelazados hubieran reforzado el hechizo, y habrían dado con (no sólo)
mis huesos en un tanque de privación sensorial, pegadazo a mis audífonos. Por
suerte, ya se han avanzado las conversaciones para una segunda edición digital
a la par de una eventual vinílica, ambas en plan tour de force.
Primer candidato nacional
serio del año, de cara a los balances de diciembre.
Hákim de Merv