(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 3 de agosto del 2022.)
Cotejando información para las presentes
líneas, caigo recién en la cuenta de que, entre mayo del ‘21 y mayo del ‘22, se
ha diluido un año íntegro sin haber recibido nuevas de un opus de Miguel Ángel
Burga. El primer año en mutis casi perfecto del ¿ex?
3AM, después de mucho tiempo.
Y digo “casi” porque sí existe referencia que le malogra parcialmente el récord,
sólo que ésta no califica como aventura en solitario -estoy hablando de
Panamerican Sonic Prayers, split entre el dueto canadiense Anunnaki y nuestro inquieto connacional.
Si bien el vinilo es puesto a la venta el pasado 22 de mayo por la georgiana
Echodelick Records, Miguel Ángel cuelga
su parte del 50/50 horas antes de la
última navidad.
Doce meses -y algunos días- han transcurrido
entonces tras el recomendable Invokaciones. Una vuelta alrededor del
Sol, hasta que el material de que se compone Aero / Ouro se hiciera
público, añadiendo así un peldaño más en la ascendiente del experimentado músico.
La disposición de la placa estrenada me hace pensar en Letanías (2020). El
contenido, por otra parte, difiere no pocos grados.
Sí. Porque pese a tratarse de dos laaaaaaargos
temas, que ocuparían sendas caras de un LP, éste es otro Burga. Sin calibraciones
ni escalas específicas, el frontman de Culto Al Qondor se prodiga en el uso de
loops, de recursos drónicos, de ornamentaciones tejidas a partir del Eco.
Estilísticamente hablando, se podría decir que el limeño prefiere situarse
ahora equidistante entre el ambient cuya principal fuente de combustión es el
drone, la kosmische musik y el post rock. La diferencia estriba en que MAB
encara su quehacer sonoro con muchas más seriedad y disciplina que antes, utilizándole
como reconcentrado medio abstracto de expresión artística. A despecho de la
austeridad reinante en su interior, el álbum consigue transmitir la misma
energía emotiva que destilan las influencias que le presiden. Tanto “Ouro” como
“Aero” ofrecen abundantes pruebas de ello.
Los fade-in y fade-out en las pistas, no
obstante, para nada son gratuitos o arbitrarios. Cada una de ellas tiene su
propia personalidad. Y si “Aero” es el viaje interestelar, prescindiendo de cualquier
viso de andamiaje rítmico, conteniendo sin sobresaltos las eventuales ¿explosiones?
decibélicas de la eléctrica empuñada por el guitarrista principal de
La Ira De Dios; “Ouro” es el tour a través de guarderías de estrellas -las pulsaciones
cósmicas, que al promediar el track asumen el rol de oleajes galácticos, mecen con
pudor y cada tanto al viajero/escucha, sosegando su espíritu e invitándole a
resignar la propia personalidad para fundirse con el entorno/el ideario/la
alucinación que le circunda.
Distintos y a la vez parecidos, los números
que bajo nuevo rótulo ha estrenado Burga este 2022. El mismo Burga de siempre y
a la vez uno sutilmente nuevo. “The devil is in the details”, como se suele decir
en lengua inglesa.
Parando mientes sobre la edición cassette de Sol De Hiel, extended play con que debutó un día de 1998, y retrocediendo un
par de años más conforme al testimonio de amigos y terceros; sin mucha alharaca
se halla Resplandor rumbo a las tres décadas de existencia. Considerable lapso
de tiempo que no se ha visto adecuadamente reflejado en su producción
discográfica: en efecto, la etapa más fructífera del combo se da entre la
salida del antedicho EP y la irrupción de Ámbar (2002), siendo su
siguiente paso lanzado en el ’08 (Pleamar). Desde entonces, sólo se supo del proyecto de Antonio Zelada a través de contadas presentaciones -las más de
ellas teloneando a las bandas extranjeras que traía Automatic Entertainment al
Perú (así como abriendo junto a Kinder el concierto para The Cure en Lima, aunque
aquella vez se le anunciase como Stereonoiz).
Median pues 14 años entre el ya lejano Pleamar,
reeditado en vinilo hace un lustro por Saint Marie Records, y la nueva
entrega del grupo -de formación abierta: Zelada, Tatiana Balaburkina, Darko
Saric, Naama Bengtsson, Joeri Gydé, Christopher Farfán, Henry Gates, Arianna
Hume...-. Precedida de los singles digitales “Bocanada”, “Sensitive”/“Until She Comes” y “Adore (Robin Guthrie Mix)”; todos subidos durante el ’20, Tristeza
trae de vuelta a unos Resplandor sumergidos en el mismo dilema en que les
mostrase su episodio anterior. Sumergidos, que no es lo mismo que decir empantanados.
Me explico. La naturaleza primordial del acto es y-sospecho-que-siempre-será la
del shoegazing, aserción evidente para quienes han escuchado los esfuerzos de
su primera época. Y aunque Ámbar todavía mostraba un fuerte enraizamiento
en el baggy, también exhibía algunas señales de pretender evolucionar más allá
del género (“Desolación”), sin por eso abandonarle. Con los lustros, la
hesitación nunca absuelta por Zelada -único miembro original de Resplandor, hoy
establecido en Holanda- se ha convertido en su principal rasgo identitario,
para bien y para mal.
“Ser un autor purista es lo más difícil”, escribía
el intelectual Sebastián Pimentel a fines de los 90s. Se refería al aluvión de
fusiones/mixturas que se venía con el cambio de milenio, como también a la fidelidad
principista que debe arriesgarse al abrazar un modelo o ideal estético. Un
cuarto de siglo después, y mucho más que riesgos, todo purismo comporta desafíos
y retos. Enormes. No creo que actualmente sobrevivan puristas absolutos, pero
sí creadores/as guarecidos/as bajo normas que han tomado de una o dos fuentes, observadas
inflexiblemente.
Ése es el caso de
Resplandor. En un sentido
similar al del postpunkgaze de escuela danesa (
Catch The Breeze,
Me &
Munich), la agrupación enhebra la vivacidad de los colores festivos que pueblan
ahora su catálogo timbral con la sobria base rítmica de un bajo herencia del vetusto
post punk ‘77-‘84. Bastante menos abstracta que su contraparte en el mástil de
cuatro cuerdas, la batería también aprehende las enseñanzas de esas eras, sólo
que traduciendo los pulsos con una ductibilidad de la que antes Resplandor carecía.
El grueso del repertorio de
Tristeza está formado por canciones ágiles (“Rêverie”,
“Blue”), no doblegadas por la adustez ni del shoegazing más bala, ni del post
punk más ensimismado. Cuando tienen que desacelerar para cambiar el tempo, las
baquetas no se hacen el menor problema (la excelente “Feel”, el corte epónimo
del disco). Y si es imperioso entregarle la hegemonía al Ruido hasta que la
medición de los armónicos se salga de las gráficas, como en “Océano”, “Adore” y
“Silencio”; pues se hace sin chistar.
Hay en Tristeza una persistente
evocación al Disintegration de The Cure. ¿Inconsciente? ¿Voluntaria?
Sería interesante convertir esa interrogante en una certeza. Como me encuentro
falto de ella, lo asumo un side-effect producto de buscar el equilibrio en la
ecuación que vertebra el plástico. Otras prominencias sónicas, como la coda de travestido
bliss pop hacia la declinación de “Feel”, parecen darme la razón. Así se
mantiene en la brega Resplandor. Sumergido en un dilema permanente, pero intacto,
escudado en una impenetrable pared de melódicas guitarras ahogadas en feedback.
Hákim de Merv