(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 23 de diciembre del 2020.)
A Rita Allard, en
la esperanza de que volveremos a caminar juntos a los pies del Pacífico, más
pronto de lo previsible.
No importa cuántas
veces nos hayan dicho que la muerte es indisoluble de la vida, ni cuántas veces
más lo hayamos corroborado. El deceso de un ser querido siempre abate, contusiona,
es razón de desasosiego y aflicción. En torno a la muerte, ésa es la única
verdad: todo lo demás es variable -de las reacciones con que la encaramos a la
duración del duelo y el orden de sus fases.
Quinta parada de
largo aliento en la andadura de Ionaxs, Amuki
me ha exigido mucho, antes de poder digerirle. Su nombre, que en aymara y
quechua se traduce como “silencio”, bautiza un disco al que se siente conmovido
desde cimientos y portada. Cierto que Jorge Rivas lo había proyectado parcialmente
pensando en su difunta madre, Alicia O’Connor, pero poco antes de la fecha
planeada para colgarlo en el BandCamp de Chip Musik fallece su padre. El
luctuoso acontecimiento retrasó el upload, y de todas maneras incidió en el
track list previsto, tanto en contenido como en disposición. Esta última es la
instancia que quizá más ha precisado reformularse en los reajustes finales.
Y es que, más allá
de las circunstancias que rodeasen el alumbramiento, son muchos los Ionaxs que
encuentran cabida un tanto desordenada en el nuevo repertorio. Está el clásico,
por supuesto, de recónditos tañidos marinos, pathos shoegazing e IDM atiborrado
de efectos/texturas mil; como lo certifican la efímera “Llueven” o la intensa
“No Mortal” (pre-estrenada en Transmisores).
Está además el Ionaxs que, a punta de su sola vitalidad, encama sintes y drum
machines (“Allí”, puede servir de grandiosa obertura para ejercicios
similares), construye alrededor de un sui generis leitmotiv cíclico (el
“acordeón electrónico” de “Ruqyay”), se contrae sobre sí mismo al mudar de piel
(“Amadeo”, de quedito ambient nostálgico a glitcheo meditativo). Otro Ionaxs es
aquel que, a través de programaciones/secuencias, guiña sutil al trip hop sin abdicar
su status post rave, utilizando sonoridades catódicas que le dan un leve airecillo
a Boards Of Canada (“Bosques”, “Mi Bonsái Es Un Robot”, “Flux” o “Musgo Del
Tiempo” -cedida a priori a Underground Junín Vol. 1-). Y no podía estar ausente el Ionaxs deudo/pesaroso, que
parece lacrimógeno en su evocación (“Amuki”), sepulta sus líneas rectas de
teclado sobre otras apenas más oblicuas (“En Mis Huesos”) o simplemente se exterioriza
fúnebre (“Candor De Neblinas”).

Son varias, pues,
las personalidades a las que el músico da carta blanca para manifestarse en Amuki. Y eso comporta un problema. No
por la diversidad, de la cual esta trinchera siempre ha sido abanderada -opino
que es un acierto total reservar para el colofón “El Regalo De Las Nubes”,
compendio perfecto de un esférico de nervioso sístole IDM, saudade, lobreguez; que ya apareciese en Lego 13...
Lo digo porque equilibrar rostros harto disímiles unos de otros plantea un
laberinto de opciones lleno de ventajas y hándicaps, del que es muy difícil
salir airoso/a. “Cabida un tanto desordenada”, escribí en el párrafo anterior:
es en este punto que falla el ajedrez del plástico, no su contenido. A favor de
Ionaxs, se podría alegar que sobran los dedos que tenemos en las manos para contabilizar
a aquellos/as capaces de librar bien el reto (y no hablo sólo de Perú, por
siaca).
Reflexión, solemnidad,
permutación. Landscaping de rugosidad casi táctil. El réquiem por los padres de
Rivas es un cumplidor cenotafio sonoro con que otros/as huérfanos/as -si se es
melómano/a, mejor- podemos identificarnos, saber que no estamos solos/as. Esta
vez no cuadraron del todo las matemáticas que sustentan la arquitectura del CD,
pero la fe en la obra de Ionaxs y la confianza en su talento permanecen inmaculadas.
Miguel Ángel Burga
no tiene cuándo parar. Felizmente.
El hombre de las
mil caras en la movida nacional (La Garúa, Los Últimos Días del Dr. Zaius, Necromongo,
Espira, Black Saqras, Obskuria, Ácidos Acme, Morte Kulto, The Underground Parties, siguen nombres...), algunas de las cuales han sido protagonistas de
estos bytes -La Ira De Dios, Culto Al Qondor, 3AM-, finalmente debuta en largo como
Ande (septiembre) meses después de hacerlo bajo nombre civil (mayo). Este
peculiar alias suyo, que data del 2014, se dio a conocer con el asombroso single
“We Rise”. Instantáneamente se empezó a hablar de folk neopagano, de psicodelia
lo fi, de drone embrujado... No obstante, más allá del notable video de Giacomo Cochella y de sus cuatro minutos y monedas, el Ande permaneció impertérrito.
Por eso recibí
calurosamente las nuevas sobre este Echoes
Of The Mountain, editado en tape por la flamante Inti Records, escudería
que ha relanzado en cinta los dos acetatos de El Jefazo, el último de Ancestro,
los dos capítulos de 3AM (compilados en The
UFO Transmissions Tape) y el Espectros E Imaginarios De Posguerra de Odumodneurtse; entre otros. El cassette renueva
aires y cualidades que “We Rise” había aportado años atrás a la primeriza imagen
de Ande -y qué mejor que recuperar ese adelanto haciéndole encabezar la marcha.
De pe a pa, Echoes... se halla empantanado de una
religiosidad solar -y por ende pagana (o neopagana). El tosco diseño de sonido
que le envuelve cual casulla ceremonial ha sido elección notoriamente voluntaria,
que realza el embriagado(r) sortilegio de sus ritualistas/mí(s)ticas atmósferas.
Las constantes más evidentes son las guitarras, pero sobre todo las vocales de
Burga: unas y otras embotadas de espumoso reverb, es la de Miguel Ángel la voz
de un chamán alcoholizado, que canta/invoca/teme a la Naturaleza en estado
salvaje y a sus fuerzas indomeñables. Abrigado por el poncho de la Baja
Fidelidad, el aguardentoso registro del guitarrista posiciona su borroso
psicodelismo de miniaturas drone y paisajismo rural en plan lado Z de esa pálida
etiqueta que el mainstream se sacó de la manga para hablar de gente como Terry
Allen, Townes Van Zandt o Merle Haggard -el así llamado outlaw country. Con ese
tufo entre descastado, malandro y achorado del lado montaraz del country
estadounidense; glorificado a la n, quedan pringadas genialidades como “The
Ascension”, “Father Sun”, “The Time Has Come” o “As The Sun Sets”.

Existe otra
peculiaridad a destacar, que calificaría asimismo como constante si no fuera
porque hay un par de cortes en que es puesta a un lado: del set completo de
batería, Echoes Of The Mountain
apenas usa algo más que el bombo. Su cavernoso y minimal golpe constituye el
principal sustento rítmico de canciones como las aludidas, o también de
“Penance” y de la propia “We Rise”. Escapan al influjo de su pertinaz y espartano
pulsar “March To The Top Of The Mountain” y “Qolla”, en las que se redobla la
percusión y las eléctricas se adueñan de la palestra.
Espléndido debut de
Ande. Aunque no me esperaba menos, ni del chaplín ni de su gestor, confieso que
definitivamente acabó dejándome en offside el dipsómano animismo al que accede
desde su laconismo y complexión. Golazo.
Tres años, tres títulos.
Volcado el nombre de su unipersonal al inglés, Óscar Cirineo ha sostenido laudable
periodicidad editorial. Dadas las características de un acto independiente como
Galactic Seed, consagrado a la electrónica de fines del milenio y que ya se
acerca a la década de autárquica existencia, ello no califica como logro menor.
A Sonidos Del Sol (2018) y Nazca (2019), pues, se une ahora Rame (noviembre). Aquello que tímidamente
sucedía en Sonidos... y desaparecía
en Nazca (en esencia, una compilación
de inéditos que auguraba el regreso a las raíces ambient-techno e IDM), cobra
nuevo impulso en este puñado de diez temas. Como nunca antes, Cirineo se ha prosternado
a los pies del braindance y sus neurales dígitos binarios -o la venganza del
geek noventero: beats caóticamente desarticulados, que sin embargo fluyen a la
par de una estética de ensueño, en cuyo seno el ambient informe de vivaz pigmentación
lleva las enseñas de mando.
Es justamente ese
ambient de geometría onírica el que abunda en la primera parte del disco, pese
al estructuralmente desaliñado arranque con “Five Station”. Números como “Ajimez”,
“Bias 5.1” o “3 A.M.” dan la impresión de ser uno mismo -o mejor, fragmentos
(des)montables de una suite tripartita. A través suyo, Rame se convierte en una oda a la laxitud, a la distensión
sensorial, a la surreal placidez de inducción química; prescindiendo
momentáneamente del arsenal de ritmos en constante colisión.
La batalla que
libra el braindance contra el ambient apolíneo ocurre en la segunda mitad de la
rodaja, sin aviso. Su objetivo, empero, no es desterrarle; sino hacerse de la
supremacía de Rame. Si bien el éxito
no es inmediato, sí rotundo: aunque en “Filter Mode” vence una vez más el
ambient, queda herido de gravedad por su oponente. Gradualmente, “KR IFX” y
“Non” serán asaltos ganados por el subgénero que inventó la discográfica
Rephlex, hasta que “Kalon” transforma la victoria en inapelable. Para cuando
termina la jornada (“Isagoge”), el ambient se ha sujeccionado al mandato de los
“cerebros con patas” (que, es imperioso especificarlo, nunca izan completamente
las velas).

A pesar de ser disputada
por dos grandes antagonistas, o tal vez por ello mismo, la borrascosa
complejidad basilar de Rame no carece
de una cierta belleza extraterrestre. Las secuencias que descifras cuando vas
por la tercera/cuarta escucha se mezclan naturalmente con la energía sinusoidal
que emana de ese ambient de vibraciones cósmicas que tantos réditos generó en
la primera mitad. En ese balance que aparenta no ser tal radica, probablemente,
su extraño encanto.
Hákim de Merv