(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 20 de diciembre de 2023.)
Tras la impresionante entrada que le
significó Neofhyte Miscellanea, coronándose en mi opinión como mejor
largo nacional de 2021, le ha tomado un par de años a Mongo No Stars
reintegrarse a la carrera en que participan las agrupaciones independientes de
nuestro siempre vilipendiado Perú. No a esa carrera por competir entre sí para ver
quién llega primero a diciembre, ciertamente, sino a una de mucho más largo
aliento y complejidad -aquella en pos de la constancia y de la sostenibilidad
estéticas. No se trata ahora, pues, de cortar nuevamente rabo y orejas.

Así las cosas, ¿qué ha pretendido hacer el
anónimo músico parapetado tras las siglas MNS con Lowlitio? Lo primero
que podría argüir es que ha pugnado por implementar una deconstrucción del
propio debut. ¿Con qué propósito? Ni idea. Tal cual sucediese en ...Miscellanea,
el prologal “Endless Fray” falla como antesala de aquello de lo que se ocupa este
segundo capítulo: techno beat, ambient, avant garde en clave de new glitch, piano
de inspiración clásica... No todos esos sonidos lograrán continuación en el resto
del trip, y los que sí, verán constantemente trastocadas sus proporciones.
En consecuencia, Mongo No Stars vuelve a entonarse
con una segunda pista. El acid house de “The Brain Of Our Species”, próximo a
convertirse en IDM cristalino gracias a hardware de barroquismo Hi-NRG,
recupera el output primigenio del proyecto (al cual todos/as éramos afectos/as).
Este ímpetu, empero, se da de narices con el de “Untitled A”; construido sobre
bases synth próximas a mutar en proto new beat o EBM, e inoculadas de house y de
techno. No son extrañas al alias estas sonoridades, pero aquí lucen excesivamente
esquematizadas, sin el protagonismo de las variables presentes durante Neofhyte...
-y que hacían de éste un exquisito cóctel báquico.
A partir de “Shark”, Lowlitio encuentra
un poco más de orden. Bifronte, qué remedio. En una esquina, canales que se
apegan más a la EBM que a la IDM, sin adaptarse del todo a la consabida tímbrica
distópica de la primera: el notorio acento tribal de “Shark”, el reverso que le
supone el cerebral “La Mente Es Un Cubo”, el ulterior “Sad Ocean Song”, el
ominoso maquinalismo de “Untitled 23”. En otra esquina, creaciones que se
sienten más cómodas a la vera de la IDM que a la de la EBM, sin renunciar a la
permisividad respecto de la segunda: la dionisíaca “Pill Time For Locos II
Remix” (que emula los “riffs sintéticos” del soundtrack de The Terminator),
la heterodoxia Warp de “Let Rat Eat Each Other” (con extra de sutil ¿techno
trax?), la ya mencionada “The Brain...”.
Los dos vértices restantes del cuadrilátero
se reservan para sendos surcos que no se ajustan a ninguno de los perfiles antes
explicitados. El más atípico resulta siendo el de programaciones y tesitura
claramente rocktrónicas, big beat en regla que ya podría haber firmado Theremyn_4:
“Tigh Rope”. No menos sorprendente es el otro, el único de toda la travesía que
obtiene plausible equilibrio oponiendo su herencia new beat a su contraparte
intelligent techno: “Essen”, el híbrido soñado.
Artefacto extraño este Lowlitio. Aunque
se robustece de los mismos nutrientes que NM, se le siente... No, ES más
disperso y desordenado que su antecesor, del que se echa de menos la primorosa
cohesión exhibida y el sentido del timing. Si le alcanza, débese principalmente
a dos peculiaridades: la colección de sampleos que acredita Mongo No Stars (Reservoir
Dogs en “Untitled 23” y Scarface en “Pill Time...” los más
reconocibles, ambos curiosamente gansteriles referencias cinéfilas) y el hecho
de tener todos los tracks un desenlace apresuradamente brumoso.

Era un reto tomado de manera muy personal por
Raúl Begazo publicar, antes de que acabe el ‘23, un tercer episodio de su
unipersonal
Alunaki. Contra viento y marea, éste aparece disponible online el
11 de noviembre, exponiendo algunos puntos flacos en cuanto a forma y a
contenido. De lo último puede dar fe la performance del arequipeño como
cantante: siendo “Flores De Cáctus” (sic) el prototipo más acabado de la modulación
vocal a que debe aspirar, en el resto de sus pares no-instrumentales la voz
trasgrede el canon que a ella reserva el shoegazing.
Y en lo que atañe a la forma, la fotografía
del álbum luce un tanto opaca. No es éste, impecable, el que presenta
problemas, sino su aspecto: por mucho que los números hayan sido esmeradamente
construidos, e insuflados de un brillo augusto, no puedo evitar sentir un tamiz
entre ellos y yo -como si se hubiese añadido interpuesta una capa de jaspe, que
impide a la epónima rodaja refulgir como debiera.
Finalicé el penúltimo párrafo aludiendo al
género de Slowdive y de Medicine. Formulados ya mis reparos para con Alunaki,
debo añadir que éste se zurra en todas las predicciones habidas y por haber. A
inicios del año, en comentario algo tardío dedicado a Sueño Ameba,
descartaba cualquier posible vuelta en U para esta faceta de Raúl. Nueve meses
después, el mistiano me cierra la boca regresando a las cuencas que recorriese
en su primerísimo Telescopio. O mejor dicho, a la principal de ellas.
Queda de lado, entonces, el tripgaze que momentáneamente rozó SA.
Plus: es en el dream pop donde al pundonoroso
guitarrista se le siente como pez en el agua. Abre la carrera “Misantropía”, con
una eléctrica incandescente y ululante que inequívocamente remite al baggy
clásico -y en muchísima menor medida al post punk. Aunque otros rounds del CD
van en la misma senda, en ninguno de ellos reeditan las seis cuerdas la brutal
intensidad del arranque, si bien consiguen éstos emulsionar apropiadamente la
fórmula ruido + melodía. Uno de ellos es “WiGa”, de tesitura bastante más
reposada debido a la implementación de dosis precisas de templanza y de melancolía:
sus facciones cogitabundas me hacen pensar en Half String y el arte que éstos cultivaron
gracias a la cualidad espectral que emanaba de sus puentes. Otro arquetipo de aplicado
apego al ruido angélico de arte y ensayo es “Tu Luz”, viñeta de resplandecientes
crepúsculos ensangrentados. Y una tercera muestra es “Flores De Cáctus”,
apacible euritmia de calculados vendavales distorsivos.
Bajo estos patrones “modélicos”, se encuadran
los demás temas de
Alunaki. A veces, forzando los límites hacia capas
atmosféricas dominadas por el bliss (el seráfico “1978”), a veces priorizando
las artificiales secuencias sintetizadas (“Puertas Cerradas”), a veces burilando
faenas perfectas en ejecución y método (“Recuerdos Olvidados”). Pese a poder
equipararse el recorrido en-constante-cambio de este trabajo al de los quiebres
de ángulo que ofrece una montaña rusa, lo concreto es que no abandona ni un
minuto el formato ethereal noise -apelando en tal sentido a las vertientes de
sus diferentes avatares: Seely, Pale Saints, Kitchens Of Distinction, Mellonta
Tauta, Chimera, Guitar...
Como no podía ser de otro modo, el colofón lo
rubrica un corte plácido, nostálgico, de percusiones mínimas. En “Calma”, la
eléctrica se desliza elegante, sobria, taciturna. Ello no impide que su epílogo
suba decibeles hasta convertirle en iterativo arrebato noise de intempestivo KO.
Instrumental, para más señas.
A título de adelanto a lo que sería su nuevo plástico,
sexto en una andadura que ya ha cumplido las dos décadas, el 28 de septiembre
pasado Ionaxs edita el
Antotipia EP. Empacados para descarga gratuita, sus
cuatro asaltos pueden tomarse ahora como zona ecuatorial entre la obra solista anterior
de Jorge Rivas O’Connor y la más reciente placa. ¿Acercándose o alejándose de
ésta? Muy buena pregunta, ya que existen argumentos tanto para afirmar una cosa
como la otra.
El propio extended describe una suerte de
loop, ya que el telón arriba que supone “Estamos Jugando En El Jardín” y la
postrera luz de “Antotipia” despliegan sendas manifestaciones de una ars electronica
suspendida entre el ambient encrespado de ruido y el drone digital desgajado a
partes iguales por la abstracción y la eufonía. Uno y otro por igual me dejan
pensando cuánto pesa todavía sobre las huestes de avanzada la influencia del
que fuera considerado el mejor disco electrónico de los 90s gestado en España: Naves Sin Puertos (‘98), de nuestros amados Silvania.

No hay loop, por supuesto, sin movimiento orbicular;
y éste corre por cuenta de “Con Los Restos De La Lumbrera” y “Mientras Florece
En El Invierno”. Sin evitar participar de la génesis descrita en líneas
anteriores, toman cierta distancia para acercarse al multicolor electrogaze de
estos tiempos: mucho ludismo, reflejado en el aliento entrecortado de sus
patrones texturales, abriendo las puertas de la distorsión sin renunciar a los
bpms. El agraciado efecto conjura rizadas/onduladas imágenes teñidas de tonos burdeos,
como desenfocadas a través de algún filtro líquido.
¿Sería otra mi perspectiva si hubiera
escuchado antes el EP y semanas después el novísimo Portrait In The Postcard?
Imposible adivinarlo ya. De ahí la necesidad de recurrir a la figura de un “territorio
neutral” para esbozar la anatomía de este Antotipia. Funciona, eso sí,
como apropiado entremés de cara al siguiente paso en la carrera de Ionaxs; con
el literario guiño extra del breve cuarteto poético que proponen los nombres
del menú si se les lee juntos: “Estamos Jugando En El Jardín”, “Con Los Restos
De La Lumbrera”, “Mientras Florece En El Invierno", “Antotipia” -o la técnica
fotográfica fundamentada en la capacidad fotosensible de algunos pigmentos
vegetales, responsables de la coloración de las plantas.
Y hete aquí que un día volvió Rivas a tamaño 33
rpm. La última movida similar había sido Amuki (‘20), inasible y compleja
dado su leitmoiv fúnebre y conmemorativo. Tras pausa de tres años y muchas
colaboraciones estelares, Ionaxs da un paso adelante en su devenir como acto
individualista, lo que no necesariamente le posiciona en nivel inédito. Al menos
no en un 100%.
Me explico. Con el antecedente inmediato de Antotipia
aún fresco, estaba listo para que Portrait In The Postcard sacara lote
en cualquiera de tres escenarios posibles: el similar al del extended, el que
ahondase en lo que éste prometía, el que virase en redondo de vuelta al clásico
Ionaxs. Pero mentiría si dijera que no estaba predispuesto a esperar que
aconteciera lo segundo -una consolidación/profundización en la ruta sindicada
por el EP. Eso fue lo que finalmente encontré (¿o quise encontrar?).
Con denominación tan indiciaria como la suya,
desde el primer minuto “Arrebol” me hizo recordar la acuosa serenidad de Sukha,
el mejor disco del colectivo Puna -que Rivas integra- y uno de los hitos
independientes de 2019. En el mismo sino que el segundo esfuerzo conceptual de
la mancha “puneña”, su enyunte de sintetizadores, efectos y software anuncia
mezclas más volátiles y copiosas de paradigmas como los representados por Main
y My Bloody Valentine. Subraya asimismo “Arrebol” las obvias diferencias con Sukha:
la falta del pulso percusivo inconfundible que confiere un baterista real (Leko
López) y su pigmentación de otro orden. Ambas características se ven
confirmadas por “Nublar”, de espaciosas/oceánicas atmósferas que optan por tintes
granates y cuya distendida programación soslaya medianamente esa ausencia. También
“Aquí Quedan Tus Postales” confirma dicha apuesta, con su calmosa aura 50/50
electrogaze y ethereal glitch, y su invocación de matices enraizados en el
rojo.
Sin obviar el talante general del volumen, entre
“Bromo” y “Líquido Digital” se ensimisma Jorge en viajes más arduos,
desprovistos de la deliciosa miel bermeja/bermellón que colmaba la primera
parte. Aquí ganan el pulseo la electrónica contemplativa, el ambient aguzado,
los beats menguantes (o la falta de ellos). Una terna en que las calologías se
dispersan/disocian, dando paso a resonantes pasajes senescentes que así y todo
cuentan historias de arroyos y de escarlatas, de puquios y de carmesíes. Posteriormente,
llegamos a “Donde Nace Brillo”, que podría catalogarse como el lunar pero
también como el “área de descanso” del acetato; por cuanto implica un regreso
del Ionaxs netamente digital, IDM, post rave, rep(l)icante -con todo, conectado
a la nueva aventura.
Para “Cueva De Ánimas”, retornan renovados a
escena esos beats del primer segmento que se esforzaban en reemplazar a las
baquetas “orgánicas”, por lo que se trata de la parada más jazzy de Portrait In The Postcard. Finaliza éste regresando a sus primeros estadios, donde el
shoegazing “binario” y el glitcheo de celestial bienaventuranza convivían en
líquida y sosegada comunión. Primero, con la perenne declinación del fugaz “Perfecto
Error”. Luego, con la imponente “Infusa”, de épicos ribetes: secuencias invencibles
de rossos tiznes, salpicadas de guitarras etereoespaciales, invadidas de ruido
hecho glitch y de distorsión domeñada a propósitos afiligranados. El corolario
idóneo para un opus que reinterpreta los descubrimientos del Puna más
interesante a través de cárdenas lumbres, el último candidato a mejor larga
duración del ‘23.
Hákim de Merv