(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 21 de mayo de 2025.)
Me queda sin despejar una gran incógnita a
propósito de R181, nuevo proyecto de Miguel Ángel Elescano, quien hace poco
también se ha estrenado como Un Día En Venus. En relación a este último alias, tengo
claros el dominio y el rango que cubre, haciéndoseme por ende sencillo
asignarle una identidad más o menos delineada. No ocurre otro tanto con R181:
lo mostrado en su primera referencia es, por un lado, demasiado disperso; y por
otro, casi enteramente repasado al amparo de algunos de sus muchos marbetes.
霧 Niebla es un artefacto de
minutaje recortado (17 minutos y monedas), editado por Dorog Records en la
quincena de enero de este año. Consta de cinco canciones, todas ellas producto
de cruzas entre sonoridades como el industrial, el trip hop y sobre todo el
techno; hibridajes realizados usando un enfoque experimental de abrasiva
flexibilidad. O al menos ésa es la intención, manifiesta en las notas de
BandCamp. El detalle es que todos esos códigos, como decía, ya han sido
revisitados por Elescano usando preexistentes noms de guerre. ¿Para qué,
entonces, uno más?
El único de estos lenguajes sónicos que no ha
sido fagocitado anteriormente por el individualista es el mashup. Esta coartada
estilística podría conferirle fisionomía a R181, si no encarnase sólo en “Latin
Kraftwerk (Featuring José José)” y en “Black Star (Featuring Victoria Santa
Cruz)”. Mientras que el primero cuaja en un techno de sabor latinoide, muestreando
a capella la voz del dipsómano número 1 del México cebollón, el segundo se
sirve de la voz de la cantante afroperuana para dar curso a una extraña pieza dub
carente de ritmo mas no de compás, hasta que traspuesto el minuto y cuarenta
segundos muta en un round de tech house.
La pieza epónima también consigna un
“featuring”, el de la habitual nipona Coppé, pero en este caso se trata de una
participación que va más allá del sampleo. “霧 Niebla” luce como un
canal new beat hipervitaminizado o engrosado, aunque finalmente desnudo. Caso
distinto al de “Godzilla En Mi Corazón (D.M.R.)”, armado a partir de
ruidos/texturas/fragmentos que acaecen como implosionando debido a rayos láser,
y en el que recién hacia el epílogo escuchamos el rugido del kaiju más famoso
de la Historia -sólo exportado, sin llegar a ser mashup. “Woman”, por su parte,
califica como un trip hop poco ortodoxo.
¿Entonces? No encuentro una manera fácil de
catalogar el output de R181. Suena a muchas cosas, y esas muchas cosas bien
podrían haberse acreditado a Lima Centro Project, Lutero o incluso a Maria Reiche. Lo justo que tiene de distinto no alcanza para acreditar tal o cual
cariz, por lo que se hace imperioso esperar más lanzamientos y de mayor
extensión, a fin de arriesgar una hipótesis más concreta sobre la constitución
del nuevo rostro de Elescano.
Muchos años después de su debut bautizado Vacío
(‘19), el terceto Lesión regresa con un álbum cientos de yardas más elaborado y
maduro, que desde el nombre anuncia la singular experiencia que envolverá al/a
la oyente durante más de cuarenta minutos. No es nada sencillo imaginar y luego
expresar a través del arte cómo sería el apocalipsis último de la raza humana,
creencias religiosas de por medio o no, pero es bastante más complicado
describir lo que sucedería después -el agua corrompida precipitándose sobre los
restos inertes de la civilización, en medio de una noche interminable, recordando
con cada pluvioso golpe que cualquier esperanza de escape que se abrigue no
pasa de ser sólo otra utopía irrealizable más...
Originarios del recóndito distrito chalaco de
Mi Perú, Alfredo García (bajo), Renato Rosado (guitarra, voz) y Joao Orosco
(batería) habían dado forma en Vacío a un volumen aceptable que no
rebasaba estándares ni promedios ya testeados por grupos similares y/o afines
de la escena local. Lesión edifica su puesta de largo desde la estética
meta-stoner peruana, incidiendo repetidamente en el sludge y en el doom, y ya
más ocasionalmente en el black metal. Sin ser mala o reiterativa, sólo le
distinguía una cierta inclinación por evoluciones instrumentales más largas de
lo acostumbrado -y esto únicamente en apertura (“Vacío”) y cierre (“Hasta Que
Llegue La Muerte”). Quizá a ello se deba que el trío consignase como
influencias el post rock o el shoegazing, aunque es menester enfatizar que no he
encontrado el más mínimo indicio de ninguno de esos géneros.
Pese a habérsele concebido utilizando los
mismos genomas, Más Allá Del Fin es notoriamente distinto de su
antecesor, al que saca enorme ventaja. Sea por la experiencia ganada en esta
media docena de años, sea por estar dotada de un fascinante concepto de fondo
enraizado hasta la médula, la placa trasciende la rabiosa turbiedad de Vacío
sin desentenderse del sludge. Menos del doom o del black. Lesión forja sus nuevos
surcos subrayándoles el carácter instrumental con vocales (casi) imposibles de
descifrar, extendiéndoles más allá de la decena de minutos, apelando a
polifonías de acordes graves para preñarlas de melodías que evidencien
decadencia y desaliento. A despecho de no hallarse Más Allá... exenta de
violencia, ésta no es fragorosa, sino cultivada: aunque presta a abrillantar el
dantesco escenario revelado, obedece las riendas antes que desbocarse.
La rodaja se compone de cinco actos
catalogados así, como si se tratase de una épica obra de dramaturgia entrópica.
Estos actos no son iguales unos a otros. “Acto I: Olokhaustos” acaso sea el
único de ellos en que la fiereza y la brutalidad logran desbordarse, como para
situar a quien se aventure en este fin del mundo en que somos ya un recuerdo, o
estamos a punto de serlo. “Acto II: Abismo De Los Lamentos”, en cambio, tiene
aires muy líricos a tenor de la monstruosa sinfonía stoner pletórica en
imágenes de deterioro y ocaso -tornándose apagado/ahogado su registro tras casi
ocho minutos. “Acto III: El Viejo Daño”, único tema de letra audible, es un
breve suspiro de reposo ante tanta eléctrica mórbidamente distorsionada y tanto
fatigar de un bajo cubierto por engrudo negro -sin declinar su hálito
crepuscular.
Es con “Acto IV: Éxodo” y “Acto V: Más Allá
Del Fin”, sin embargo, que llegamos al clímax de la trama. Las ambientaciones
que evocan recuerdos marchitos, que suscitan alucinaciones horrendas y visiones
tormentosas, que auguran la extinción absoluta de toda vida en el planeta;
alcanzan niveles de acuciosidad encomiables, permitiéndole refulgir en todo su
terrorífico esplendor a esa suerte de oscura energía mística que parece
inspirar a la banda y guiar su viaje (cuando menos en la presente jornada).
Tras de ello, no queda sino el vacío, la ausencia, el dolor, la muerte. Nada.
Pedazo de disco que no se merece menos que verse cristalizado en vinilo. Repite
el plato Renato Rosado en el arte de portada.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 25 de diciembre de 2024.)
Cosa hará de unos tres años, volví a tener
noticias sobre Kiko Monzón, ex integrante de Nudo De Espejos. Reportándose
desde Bilbao (España), el sanmiguelino acababa de lanzar Huitlacoche,
debut de Visoki Napon junto a Jon Fernández -acompañados en la jornada por el
baterista mexica Esau Nava. Un estreno de inquieta versatilidad, cuya reseña
puedes leer aquí. El último 15 de octubre, Monzón publicó material inédito bajo
el bisoño rótulo de LoProfundo (sic). Lo curioso es que también aquí milita su
partner de Visoki Napon.
¿Cambios? Sí, muchos, todos en directa
relación con la(s) música(s) abordada(s) utilizando la nueva identidad. En
cuanto a ésta, LoProfundo ¿fue?/¿es? una suerte de alineación temporal, que
debe su ¿fugaz? existencia a las circunstancias. En octubre del ‘22, abrió puertas
la asociación cultural Obrador, en la capital de Vizcaya. Semanas antes de la
apertura, ambos músicos fueron comisionados para la presentación de aquella
tarde/noche. Después del respectivo brainstorming, Fernández y Monzón optaron
por la confección de una única pista epónima de 32 minutos, que mutase sin
sosiego.
La sobriedad antes que la solemnidad. El acto
de repentizar antes que el de “florear”. LoProfundo inicia su ¿unigénito? viaje
echando mano de un audio de trazos ambientales, donde ruidos pedestres como el
de la lluvia, el de las campanas o el del zumbido del servicio eléctrico son
menos notorios que sus correspondientes ecos. Al ingreso de la primera
guitarra, emerge una música de incómoda opacidad, como la del post punk de
corte clásico. Al de la voz, cierto dramatismo de ribetes post rock, masajeado
por percusiones minimales. Éstas se irán apagando al aproximarnos a los 8
minutos.
Una ominosa, adictiva fusión de dark rock y reverberación
dub asienta sus reales hasta que, sin aviso, el uppercut de una insólita
marejada neopsicodélica le manda a la lona. Lejos de desbocarse, el agitado
oleaje va deconstruyéndose con mesura hasta transformarse “LoProfundo” en un cocktail
de trip hop sublimado, orlado otra vez de dub. Traspuesta la barrera de los 25
minutos, el registro salta hacia la electrónica de fisionomía rave -levemente
frenética, sí, aunque a cientos de kilómetros del hedonismo trance o goa. Pocos
minutos después, sampleos de ladridos reconducen el track hacia la calma, esta
vez en clave pseudo litúrgica; para finalmente acabar mordiéndose la cola.
Escaso, pues, es el detritus sonoro que tienen
en común LoProfundo y Visoki Napon. Esta última entidad prefería/prefiere el
space rock y los tintes psicodélicos de vieja escuela, además de una
inocultable tendencia hacia el noise rock. Acaso sea el post de Labradford o de
Windsor For The Derby lo único de lo que ambos integrantes apertrechan una y
otra faceta. Por otro lado, y más allá del acentuado rush final, no encuentro
mayor parecido entre lo etiquetado como LoProfundo -tremenda proteicidad susceptible
de encomio- y lo que se entiende por “evento rave” (quizá en algunos puntos
determinados, nunca duraderamente). Produce el vizcaíno Unai Mimenza, quien ya
había hecho lo propio con Huitlacoche.
Tantos calendarios se han quemado desde Panza De Burro Thunder Blues (‘13), de La Garúa, que ya se había dejado de esperar
sucesor. El entusiasmo por la continuidad de grupo y obra se fue diluyendo con
el discurrir del tiempo, no así el recuerdo de su elogiado e inmenso debut. Pero
está visto que, en la escena independiente peruana, todavía las cosas se dan
cuando lo dictan los condicionantes antes que cuando éstas son planificadas.
Para ejemplo, el reciente Motor De Sombras (Mönte Paganö/Tóxico Records): grabados/mezclados/masterizados sus ocho surcos en el ‘18, tuvo que
esperar 72 meses para verse por fin editado en físico, añadiéndose para la
ocasión dos piezas más -que por ello son descritas como “bonus tracks”.
Si hay que resumir las razones por las que Panza
De Burro... es aplaudido hasta ahora, éstas se abroquelan alrededor de dos
frentes, el técnico y el sónico. Con respecto al primero, sobran mayores
comentarios ante el background de los músicos: Marcos Coifman (Reino Ermitaño,
El Cuy, Necromongo), Miguel Ángel Burga (3AM, Espira, Ácidos Acme, Culto Al Qondor, tropecientas mil referencias más) y Alonso Guerrero Camuzzo (Argul).
Todos ellos duchos en lo concerniente a géneros pesados entre los que se pueden
contar la psicodelia, el heavy psych, el doom metal o el stoner.
Con respecto al segundo frente, PDBTB
enhebraba discursos de la misma manera que lo hace Motor De Sombras,
casi todos enumerados en el párrafo anterior: secciones enteras de lisergia sesentera/setentera se trenzan con un blues que es simultáneamente pericia y aconchasumadramiento.
Tercia un stoner de alta densidad y de construcción monolítica, e incluso
ramalazos de un subversivo psych punk garagero. Constreñidos a un mismo espacio
bajo presiones dignas del núcleo interno sólido de la Tierra, en Motor...
estos ingredientes dan forma a un magma sónico que no sólo reedita los picos de
su predecesor, sino que además supera la valla impuesta por éste.
Aún no consigo mapear la geografía completa
de la placa. Durante sus primeros 24 minutos y sencillo, describe ésta una
cierta estructura cíclica: del callejero y achuchado blues psicodélico
no-hendrixiano, la terna salta a terrenos que casan heavy en fase psicótica y
punk rock contundente, para luego entregarse a acrisoladas y báquicas sesiones donde
son aún más favorecidas las improntas desértica y de carretera inherentes a tal
amancebamiento de estilos. Siendo “Conductor Oscuro” y “El Gusano” exponentes del
primer tramo de esa estructura, lo son del segundo “Llévame” y “Ciudad Motor”,
y del tercero “El Mar” Y “Comebrea”. El ciclo se rompe con “Acelerador”:
exceptuándole, es el blues enteógeno en mayor o menor variante el que se
posesiona de la restante “El Viaje”, así como de los “bonus tracks” (“Quiero
Más” y “Veredas”).
Considerando tanto Panza De Burro Thunder
Blues como este Motor De Sombras, creo que ya me puedo arriesgar a
afirmar que la íntima razón por la que me engancha La Garúa es su magnífica
reinvención de la totalidad del legado de La Ira De Dios. Otro de los proyectos
de Burga, LIDD pasó por diferentes etapas entre Hacia El Sol Rojo (‘03)
y Perú No Existe (‘12), como testimonian los EPs editados extemporáneamente en el ‘20. Decir que LG las condensa todas es una opinión
subjetiva y absolutamente discutible. Como fuere, lo que queda claro es que
quienes disfrutaron del primer álbum quedarán ahítos/as con el segundo. Y que,
donde esté, al viejo Kowalski le arrancará más de una sonrisa escuchar a estos
granujas.
Me ha dejado pensando el último largo en
estudio de Ionaxs. Precedido por NUBSTAR: Selecciones Vol. 1, esférico
que inaugura nueva línea de lanzamientos Chip Musik consistente en panorámicos
de nombres que acreditan amplio prontuario editorial, Jorge Rivas O’Connor parece
haber sobrellevado una drástica metamorfosis; más que cualquier otra sufrida
durante sus 21 años de labor artística -pero acaso no del todo inesperada.
Acrónimo imperfecto de “out of place artifact”
(¡ajá!), Oopart (22/11) abandona casi por completo esas zonas francas
que el individualista visitase continuamente desde que saltara al ruedo con 0.05 MG (‘03), y que han sido exploradas sin cesar por la escudería Chip a lo
largo de sus 17 años de vida: a saber, las electrónicas post IDM y post rave.
Que el álbum inicie con “Hipernova”, gaseoso ambient de 60 segundos de
extensión, es revelador a este respecto. Durante los siguientes nueve surcos
menudearán los intros aquietados de similar ascendencia, rasgo que asoma largamente
meditado.
Por supuesto, ello no quiere decir que Ionaxs
haya dado luz verde a un disco rebosante de ambient. Lo que sí ocurre es que
esa estética se convierte en el compacto estrato sobre el cual cada número es levantado.
Tras la obertura, “Anticitera” se ve recargado de programaciones y decorados
que guiñan al primer Seefeel (el más volátil), dirección que no llega hasta el
final del canal -vira éste hacia un post rock más corpóreo, en sintonía con
Sigur Rós o Explosions In The Sky. Los motivos melodiosos e intimistas que
libera “Ecopoiesis” en su tramo postrer ven extendida esa estela en la robusta “Numen”,
pero ni aquí ni en su precedente son éstos los que dominan las subacuáticas
atmósferas, pues ambas composiciones se hallan montadas sobre endoesqueletos de
pulcras secuencias downtempo.
Podría afirmar también que la segunda variedad
más cultivada en Oopart es la del post rock, y que tanto ésta como la
del ambient suben sus bonos cuando más se echan de menos las programaciones. Si
bien lo segundo es corroborable, no necesariamente lo primero. Aunque
“Inmarcesible” incide de nuevo en las tersuras hídricas y se prodiga en
ornamentación, y “Flor Lunar” posee una naturaleza oceánica/abisal/azul,
“Panspermia” luce atributos jazzy de refrescante asincronía. De modo que no es
una regla estricta. La epilogal y deliciosa “Desde El Cielo Más Pálido”, por su
parte, debe ser lo más ambient synth/lo más 80s-en-clave-sci-fi/lo más
dreampunk que alguna vez haya firmado Rivas O’Connor.
Sólo en la dupla de temas “Aetherium” y
“Paralaje Estelar”, siento todavía vivito y coleando al viejo Ionaxs -el de armazones
brillosos, el de ángulos y rebotes imposibles, el de pulsiones digitales copiosas
en color. Si fue un guiño de despedida o no, sólo Jorge puede esclarecerlo. De
cualquier modo, el binomio -que debiera tal vez haber quedado en un único tema
equivalente a la extensión de ambos- sólo matiza/contrasta este extraño LP de
Ionaxs (¡qué manera de exprimir el diccionario a la hora de los bautizos!).
Ignoro si es una excepción, y tampoco sé si será a partir de ahora la regla en el
universo creativo del limeño. No es mal CD, pero acusa ausencia de una mayor firmeza,
o bien de una mayor fermentación. Muchas de las dudas que Oopart planta,
se despejarán con la siguiente entrega.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 11 de diciembre de 2024.)
Ha sido un calendario jodidamente prolífico
para Trampaluz. En abril, mayo y agosto, el unipersonal de Fernando Arce liberó
a través de la peruana Chip Musik los LPs La Memoria Inerte, La
Rutina Inversa - Remezclas y El Espíritu De Un Momento. En
simultáneo, el mapocho se sirvió de los bytes de su BandCamp para lanzamientos
de minutaje recortado: Sin Nombre EP (enero), La Sombra En La Ola
EP (junio) y Secuencia Temporal EP (octubre). Todos atenidos a esa vieja
máxima del post rock que apunta a retratar para la posteridad sorpresivos picos
de estamina, latigazos de iluminación zen, inopinadas
conjunciones/combinaciones de disposición emocional y circunstancias vitales.
Por supuesto, el proceso de “documentar la
inspiración” no garantiza per se la calidad de la obra de arte -sea que
hablemos de un disco, de un libro, de una pintura, de un film. La tropa post
rock no era inmune a resbalones o pasos en falso, ni durante los 90s ni
después. Corresponde a cada quien asignar un juicio de valor según los propios
parámetros, así como fundamentarse en ellos al escoger para sí la jornada más cara
de un/a artista determinado/a. Ésa es la razón por la que elijo Un Espacio
Sin Sol, que Fernando editase vía Chip en septiembre.
Lenguaje afín al del post, los cincuenta y
tres minutos más monedas de Un Espacio... son dominados por el bliss
pop. Su fisionomía oscila, por ende, entre el éter y el harsh noise. Más allá
de la fluctuación, el sonido se desborda como si se tratase de un río carente
de orillas -visibles, al menos. A veces, el anegamiento se percibe como riada
inmensa (“Antiguo Espacio Aéreo”). A veces, se intuye como estuario de
proporciones titánicas (“Un Océano Sin Luz”). Sea una imagen o la otra, la
crecida de Trampaluz avanza caudalosa sin ser por necesidad perjudicial. En
ello tienen que ver sus atmósferas disciplinadamente caóticas (“A Través De La
Superficie”), sus programaciones sencillas más no minimales (“Tormenta En
Cámara Lenta”, “Alcance A La Deriva”), sus eléctricas que funcionan como
crochés (“Continuos Ascensos Y Descensos”).
Cierra Un Espacio Sin Sol la versión
de un tal proyecto Óxido de “Un Momento De Daño Profundo”, y un remix que éste acomete
de “Llevado Sobre Las Olas”. Me quedo con la primigenia toma de “Llevado...”,
incluida en el CD, al ser la primera vez que escucho a Trampaluz rozar la
rítmica del jungle: no un acercamiento frontal, sino tenue, lo que confiere
cierto cariz exótico al bliss que aquí iza Arce. Es la variedad de Windy &
Carl, con todo, el input que prefigura los cauces surcados por la rodaja -uno
que hace pensar por igual en Lovesliescrushing y en Flying Saucer Attack, uno
que habla de geografías inmateriales, dejadas atrás en riberas que estas aguas
no volverán a bañar.
13 meses se han desgajado desde la aparición
de Puntarenazo, el último testimonio de Lluvia Ácida, cuyo concepto de
fondo es precisamente la primera manifestación anti-pinochetista realizada en
territorio chileno -y más concretamente, motivo de orgullo para los/as
magallánicos/as, en Punta Arenas. Con Pinochet in situ. Me hubiera gustado
comentarle en su momento o a poco de eyectarse, pero todavía no terminaba de
asimilar las dos antologías que la dupla subiese a YouTube Music en modalidad
playlist. Siendo el suyo un nom de guerre que lleva tres décadas a
cuestas, siempre es un placer repasar su extensa discografía a través de
sustanciosas recopilaciones, y vaya que tanto Antología I (1996 - 2007)
como Antología II (2007 - 2021) lo son (equivalentes cada una a un tríptico).
La demora de mi parte ha tenido sus ventajas,
no obstante. Además de cumplirse en febrero de este año cuatro décadas del acontecimiento,
decisivo en el camino de la reconquista de la democracia, Puntarenazo ha
hecho las veces de revulsivo en sectores de la población chilena partidarios de
la dictadura militar 1973-1990. Sectores que han reaccionado acorde,
convirtiéndose en significativo indicador, pues uno/a creería que éstos debieran
haber visto disminuir sus mesnadas con el tiempo. Aquí aporto algo de mi
cosecha personal: de todos los/as amigos/as y conocidos/as que he hecho en el
hermano país, por redes o visitándoles, he conectado con el 100% de ellos/as
gracias a la Música. Y el 99.99% son, sino simpatizantes de izquierda,
decididamente anti-pinochetistas. Pese a ello, lejos de traducirse estas cifras
en su mengua, la derecha facha no ha decrecido; entorpeciendo el avance de la nación
sureña.
Colgado a fines de octubre del ‘23 y
apuntalado por la Fundación Cultural de Punta Arenas, Puntarenazo (Pueblo Nuevo) narra los hechos acaecidos antes/durante/después del singular episodio
histórico, en orden cronológico y de primera mano. Para validar lo primero,
basta conocer el desarrollo del incidente, fácil de googlear y de corroborar.
Para lo segundo, Héctor Aguilar y Rafael Cheuquelaf han compilado multitud de
declaraciones de los protagonistas puntarenenses del suceso, así como
grabaciones radiales y televisivas de aquel entonces. De este modo, la placa inicia
situando al/a la escucha en la XII Región de Chile, la más austral no sólo de la
república, sino también de Sudamérica. Amén del color de la ciudad y de la
época, “Magallanes 1984” ofrece una muestra de la música que cultivará LlA en
este trabajo, acaso el más dilatado de toda su trayectoria: forjado sobre las
bases de una electrónica naturalista que el binomio cincela desde hace por lo
menos tres lustros, el synth templado y austero del esférico se acomoda de tal
forma que conecta sin sobresaltos con un ambient polimórfico, si bien existe
cierta recurrencia comprensible hacia climas oscuros. Eventualmente otros visos
se harán presentes -como el trip hop (“Resistencia”) o el proto industrial (“El
Cabildo”).
Fragmentos de emisiones radiofónicas
propaladas durante esas horas de zozobra se intercalan así con declaraciones
que muchos años después, y tras el regreso al orden democrático, brindasen
algunas de las personas que integraron la a todas luces espontánea
manifestación contra la Junta Militar presidida por Pinochet. Espontánea, sí,
en la medida en que involucró a ciudadanos/as de diferentes preferencias
políticas, profesantes de distintos credos, militantes en diversos sindicatos y
movimientos estudiantiles, provenientes de todos los estratos sociales. Los
nombres de Marcos Buvinic, Omar Lavín, Carlos Mladinic, Manuel Rodríguez y Jorge
Murillo se suman a otros tal vez menos patentes, pero que asimismo dan fe del estado de cosas -compartido en las demás regiones de Chile- que impulsó al
pueblo de Magallanes a plantar cara al fallecido dictador, culpable de
innumerables casos de violación de derechos humanos.
De esta guisa, Lluvia Ácida teje un relato del
Puntarenazo revisitado desde una cuidada perspectiva histórica, que también
contempla -cómo no- las reacciones en su contra por parte de simpatizantes
locales del régimen (“Refugiados En La Catedral”). Relato esforzadamente
matizado por un synth casi nunca pop -el dark ambient al que se acerca el
tándem Aguilar-Cheuquelaf aflora sutilmente en “Gritos En La Plaza”, coronado
por segmentos de una pulsante thrilltrónica que recuerda el score de la presagiosa
Contagion (‘11), y detona en toda su lúgubre densidad en “El Bombazo”.
“La TIFA”, que alude a la tarjeta identificatoria del personal perteneciente a
las fuerzas armadas, atenúa el impacto del número anterior proponiendo una
larga suite de ambient semi acústico; como mullendo la ruta de la solemne
melodía de “Requiem Por Fátima”, compuesta en memoria del atentado contra la
parroquia Nuestra Señora de Fátima, en Punta Arenas (e inspirada parcialmente
en el tema central de la película Schindler’s List).
Puntarenazo termina diciendo
“Nunca Más”, guiñando casi imperceptiblemente a la chacarera sin abandonar su
codificación synth, que aquí se halla más cerca que nunca de acceder a la
categoría pop. Otro capítulo indispensable en el luengo andar de Rafael y
Héctor, quienes no sólo se comprometen con su medio ambiente, sino además con
su historia (cf. el documental El Camino De La Memoria, de Cheuquelaf).
Bajo ningún concepto ya, debe considerárseles sólo músicos, y con esto no creo
estar diciendo nada nuevo.
No corrió mucho tiempo antes de que Brown Sur
entregara sucesor de su versátil debut, Histeria Del Mundo (‘23),
replegando el abanico de éste para avigorar las resonancias del siguiente paso.
Nada Es Imposible es un mini-álbum donde Francisco Lillo Ortega y
Claudio Lavin vierten ideas de manera más puntual respecto del estreno, cuya
envoltura psicodélica admitía sonoridades de variopinta raíz: big music,
pop/rock, indie... Precisamente es esta última aquella por la que el dueto ha decidido
decantarse, al menos circunstancialmente.
No es una elección excluyente, obvio, aunque
sí son notorias las cribas que permiten acceso a estilos que no se estrellen
contra ese cajón de sastre en que ha devenido el indie rock de los 10s en
adelante. Para muestra, la apertura “Relato”, cuyo robusto registro de paso
suave concede libre albedrío a una guitarra de volátil incandescencia y a unas
baquetas de laxa serenidad, mientras el spoken word divaga en medio de
landscapes desérticos y algo surreales.
De similar acabado imponente también
participan el cierre “Elixir”, “Aguacero” y “Nada Es Imposible”, si bien en estos
dos últimos canales Brown Sur asoma mucho más sincronizado con un rock agreste
y achorado. En tanto el track epónimo abre con un airado riff de grecas metálicas,
bajando las lecturas de adrenalina pero no las de intensidad, a la par del
incremento de sampleos varios; “Aguacero” tiene una mayor constancia en ese
sentido, preocupándose de mantener el flirteo entre la mancuerna santiaguina y
el folk.
No siendo Nada Es Imposible un
plástico de muchas entradas (7), sólo queda pasar revista a aquellas en que es
justamente el folk el actor principal. “Artefacto”, “Cerco” y “Pajarillo Verde”
comparten dicha característica. El intro acústico de la primera declara esa
predilección, sostenida incluso después de enchufarse, y otro tanto ocurre con
“Cerco”. Previsiblemente, la expresión más acabada del contubernio entre indie
y folk es “Pajarillo Verde”, todo un ejercicio de timing folkie muy en la onda
del fantástico rock mestizo que inundase la región en los 90s -ayuda, claro,
que se trate de una canción ajena (Cecilia Todd), extraída del repertorio de
música autóctona de Venezuela.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 9 de octubre de 2024.)
De tres a cuatro calendarios median entre EP
(‘20) y Lamentum, primer álbum del unipersonal Schmerz. Débese el lapso
al desfase existente entre la aparición online del 33 rpm (marzo del ‘23) y su
confección en físico (a la que, según se ha anunciado, nos hallamos ad portas).
Dado que el acto se mueve en circuitos que los músicos independientes
nacionales mismos considerarían independientes, aún apegándonos a la primera
fecha puede el debut en largo considerarse todavía novedad.
Destaca otra diferencia importante, esta vez
atenida a las dos producciones que Khrome Hitam Laga lanzase a través de
InfraVox Records -una tercera se ha colgado únicamente en BandCamp propio, a
mediados del presente: Ghost Tapes (Lost Demos)-. El extended de estreno
pregonaba una cierta policromía que le salvaba de caer en los lugares comunes
afectos al principal ingrediente de la retórica Schmerz. Éste era el gothic,
matizado por el minimal synth y la coldwave, etiquetas ambas de relativa consanguinidad.
Pese a que dicho protagonismo no ha cambiado, sí lo han hecho sus cotas de
hegemonía.
Muy poco en Lamentum se posiciona más
allá de las fronteras del dark fabulado durante los 90s desde factorías como
las estadounidenses Cleopatra, Metropolis o Pendragon; o ya en los albores del
nuevo siglo desde las holandesas Neophyte o Enzyme. Quizá por ahí las animosas
armonías de ascendencia Xymox circa “7th Time” o “No Words”, que recupera
“Eliza”. Quizá también el impulso de pop ambiental que cientos de bandas
duplicaron en la segunda mitad de los 80s, plasmado en “Frozen Heart”. No mucho
más. El color que abarrota la rodaja es el del gothic en simbiosis con la electrónica
afín a gradaciones metálicas -de Evil Toys a Haujobb, de Pressurehed a
Nosferatu.
A despecho de su notoria extensión, el CD no
termina aburriéndote. Escuchando “Hex”, pensé que ése sería el caso. Por
suerte, Schmerz demuestra suficiente talento como para alivianar el tempo en el
instante justo, amén de dosificar el cariz de sus canciones evitando atosigar
al/a la escucha. Mientras temas como “Thanatosis”, “Sanguis Rose” o “Chrysalis”
despliegan motivos de intenciones épicas, canales como “Dance Macabre”, “A La
Luné” o “Memento Mori” ilustran el lado más oscuro del electro-gothic. Los tiempos
más elongados suelen ir adosados a estos últimos, y los más rápidos a los
primeros, aunque no es una regla estricta.
Es evidente que el de Lamentum se corresponde
con perfiles de muy específicas tribus urbanas nacidas en el seno de la cultura
pop contemporánea. Hará las delicias de darkies y góticos, y probablemente
sucederá otro tanto con los head hunters de la EBM y del industrial -no en
vano, Hitam Laga toca asimismo en Monöchrome. Si bien he aludido a algunos
segmentos en que pululan iridiscencias menos gravosas, lo que cohesiona el
repertorio de cabo a rabo es la entonación de Khrome: distanciándose de EP,
su fúnebre cavernosidad es completamente mórbida, sepulcral (a veces no
funciona, cf. “Frozen Heart”, tan forzado como escuchar a Van Morrison cantando
en un grupo tontipop español). Atenúa con sus jaspeadas vocales Casiopea Amore.
El mismo día de su salida (3/8), fui
noticiado por Miguel Ángel Elescano de la aparición de éste, el último opus del
más conocido de sus múltiples alias. Por su intermedio, DJ Locopro se despide
de toda actividad, pasando a engrosar el catálogo de nombres a evocar como
parte del legado histórico de la música pop originaria de estas tierras. En
adelante, Elescano conducirá toda su creatividad artística utilizando
seudónimos como los de Teiza Raizi, Lutero, Lima Centro Project, Maria Reiche...
Es una naturaleza bastante disociada la de
este epilogal Locopro Is Dead. De un lado, es necesario enfatizar que si
bien el menú completo se acredita a la autoría del músico capitalino, ésta se
plasma empleando algunas de las diversas identidades que maneja. De otro lado,
DJ Locopro ha querido poner punto final a su andadura con un artefacto
recopilatorio, que empero reserva algunas plazas para material nuevo. Así
sucede cuando concurre Lima Centro Project, portándose con “Otros Planetas” y
“Gray Is Turning Blue”. Su sino es esquizoide: mientras que el primero luce un
big beat desestructurado, vencido por la propia gravedad, el segundo se ampara
en la IDM de los primeros años, ésa que no necesitaba del menor pálpito
percusivo para alzar vuelo. Completa la terna “Lejos De Londres”, ambient trip
al alimón con Afrosky MF.
En lo concerniente a discordancia
estilística, algo similar ocurre con Lutero y Teiza Raizi. Bajo el chaplín luterano,
tan pronto hace implosionar Elescano un tech house de repiques vítreos (“Play”)
como coser voluptuosas programaciones technoides a sampleos algo siniestros
(“Seven”), creando atmósferas de ciberdélico horror folk. En cuanto a TR, no
cabe esperar mayor congruencia: el armazón rítmico de “Jazzy Jungle” pondera su
prosapia rebosante de swing, surcado por sampleos de inequívoca raigambre sacra
en clave SD, al tiempo que “Time (Lucha Reyes Vs. Portishead)” hace honor a su denominación
recreando la estética bristoliana mientras mixtura “Roads” de los genios británicos
y “Regresa” de la fenecida cantante criolla.
El resto del track list es ocupado por DJ
Locopro, asistido de algunos invitados y premunido de algunos muestreos en plan
admirativo. Entre estos últimos quedan fijados los respectivos números techno y
house de “Ride Me” y “Mily Star”, sendos tributos a Voz Propia (de quienes
recicla “Llévame”, de su maqueta del ‘90, El Sueño) y a la artista
folklórica conocida como Princesita Mily, lo mismo que el poliédrico remix de
“Dudas”, de Vrianch. Entre los primeros, la vaporosa/quebradiza “Invisible”
junto a Coppé, la cadenciosamente rocktrónica “In The Light” al lado de Raúl
Santiago a.k.a. Rara Avis, el house anabolizado de “New Creature” en
sociedad con la nipona 34423.
De esta forma contradictoria y plausible, dicen
adiós DJ Locopro y el potente crisol de house y techno que lo acompañara en sus
días de esplendor. Es posible que algo de ello se reencause empleando Miguel
Ángel a tal fin cualquier otro de sus noms de guerre. Sospecho, sin
embargo, que no será lo mismo. Extrañaré su invencible constancia, su
comprometida prolificidad, la solidez de las convicciones vertidas en sus
discos -podía discrepar de su curso de acción, pero no de su entrega. Hasta una
próxima vida, Locopro.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 31 de julio de 2024.)
Giancarlo Samamé ha resuelto no sólo blindar
el status con que coronase a su unipersonal Polvos AzulesLa Máquina Astral
(‘23), sino además renovarle modernizándolo con una apertura a patrones
tímbricos hasta ahora inéditos en lo que a éste se refiere. No recuerdo un plástico
suyo que tocase aún de manera leve aristas como la del trip hop, la del
drum’n’bass o la del shoegazing. De esta aserción, nótese, no se deriva que el
proyecto haya renunciado a las claves dictaminadas por su ADN; sino que busca
afianzar su desarrollo intentando asimilar herramientas de harto distintas
procedencias.
Segunda colaboración al hilo con su ¿ex partner?
en Gelatina Magma, Ángela Ruesta, en modo alguno puede abordarse Lisergias
como otra cosa que no sea un disco de Polvos Azules. Incluso en las pistas en
que la presencia de Ruesta juega papel importante -cuatro de diez-, queda claro
que la batuta en composición sonora se halla en manos de Samamé. El ambient pop
de atmósferas relajantes y melodiosas se encuentra a la base del CD, pese a que
éstas logren permearse del breakbeat nervioso del jungle (“En La Colmena”), de
las texturas resonantes del shoegazing (“Corazones De Papel”), de la
electrónica anterior a Kraftwerk (despliegue vocálico aparte, “Cariño Malo” saca
chapa de vigoroso update de lo que hiciese Jarre hijo casi medio siglo atrás).
Sigue jugándosela Giancarlo por registros de
minutaje moderado, por tracks de extensión recortada. Esa apuesta siempre le ha
reportado buenos dividendos al individualista, trátese de sus mejores jornadas
o de las más discretas. El plus adicional en Lisergias está determinado
por lo bien que se lleva dicho manejo criterioso del tempo con la sofisticación
dub del sonido Bristol. Que éste abunda en la placa, dosificado antes que
hegemónico, lo confirman “Marañón”, “In The Mouth Of Madness” (¿algo que ver
con el homónimo film lovecraftiano de John Carpenter?) y en menor medida la
modernosa afroperuanidad de “A Puerta Cerrada”. Sintomáticamente, en los dos
últimos asaltos tiene el cajón peruano participación estelar.
Es en la sección epilogal de Lisergias
donde más pueden apreciarse las intenciones decorativas del pop que fabrica
Polvos Azules. Sin ignorar sus correspondientes matices, “Olas De Tedio”,
“Corazones De Papel” o “Recuerdos” son sumergidos en una electrónica
indefinida, incorpórea, fantasmal. Es como si de las marañas más tupidas, este
segmento fluyera hacia cálidas riberas de impactante minimalismo, y luego
hiciese exactamente lo contrario en notorio movimiento pendular. Agrade o no,
esa capacidad de metamorfosis es encomiable -de paso, revela un modus operandi
desconcertante que mañana podría convertirse en norma. Más allá de preferir el
neto acabado pop del resto del programa, aquí se exponen con más desparpajo los
recursos con que cuenta el proyecto en esta etapa de su existencia.
Hermana casi gemela de InfraVox Records,
InClub Records está por publicar en formato físico Love Is Dead de
Eviterna. Es éste un line up fundado en 1989, según la info proporcionada por
el propio grupo, pero del que honestamente nunca he escuchado antes ni siquiera
el nombre. En todo caso, el título colgado online durante el presente año
parece fungir como debut absoluto -diferido en el Tiempo nada menos que 35 almanaques.
Posibilidades de que esto ocurra, las hay: Cashiari ya lleva tiempo tocando en
diversos eventos, y hasta ahora no ha grabado sino cortes sueltos, incluidos en
diversas compilaciones. Otros paradigmas, si bien del pasado: Azules Moros,
Perú No Existe...
Lo de Eviterna se alza desde las
cavernosidades de ese dark-gothic nacional que viene resucitando sin mucho
aspaviento hace su buen número de meses. Como sus pares de latitudes similares,
solía éste participar del reciclaje que de actos como Bauhaus o The Sisters Of
Mercy hacían presa sus correspondientes epígonos noventeros -considérese, antes
que nada, la nómina de la usamericana Cleopatra Records. Por desgracia, esa
reutilización pasó prontísimamente del reaprovechamiento al abuso, convirtiendo
nombres como los mencionados en clichés insufribles -cuando, en sus días,
habían sido todo lo contrario.
Afortunadamente, el dark-gothic que ahora se engendra
ha dejado en el camino muchos de los defectos que lastraban estas toscas
(re)concepciones. En lo concerniente a Eviterna, el quinteto prefiere elaborar
un sonido nacido de la confluencia del synth más oscuro y del dark-gothic
clásico del lustro ‘85-‘89. No faltará quien diga, tras escuchar Love Is Dead, que esto no es otra cosa que un recalentado de ese “electro-gothic”
que los tributos darkies de los 90s popularizasen tanto -combos que sólo
existían para versionear, sin vida propia. Pienso distinto. Aún cuando es
evidente que LID no está inventando la pólvora, no es menos cierto que
su intención está lejos de querer caricaturizar grupos como los antes señalados.
Existe un molde, sin embargo, y proviene de
Países Bajos. Canciones lúgubres como “Melancholy” o “My Death” traen a la
memoria al (Clan Of) Xymox de Twist Of Shadows. Divergente de la poesía
etéreo-lóbrega de Medusa (‘87) y del epónimo estreno (‘85), cuando
todavía militaba en sus filas el crucial Pieter Nooten, pero igualmente
estupendo. Esa impronta no es constante, ya que detecto otros tonos de gris -como
Décima Víctima en “Perdido” o The Cure en “Funeral”, lo que ayuda a quebrar la
uniformidad de estilo que comportan los cincuenta y tantos minutos del
esférico.
Éste, no obstante su homogeneidad, no es
parejo. En temas como “Midnight” y “Espergesia”, Eviterna incurre en los
fementidos clichés góticos. En otros, como “Aislamiento” y “A Prayer For Me”,
cotiza a la baja sin siquiera tropezar con la misma piedra. Ello se debe a que
su estilo tiende a sobrecargarse y a exagerar justamente por no saber la banda
cuándo detenerse. Love Is Dead luciría más si prescindiera de esos capítulos,
lo que de paso ayudaría a mitigar la extensión y elevar perceptiblemente sus
réditos. Menos mal que de esa sensación, sobre todo palpable durante la segunda
mitad de la placa, se libran grupo y obra con un estoque sólido y bien
ensamblado como “Tormento”. Recomendable que, en lo sucesivo, cuenten con un
productor artístico que sepa orientarles, porque potencial no falta.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 24 de abril de 2024.)
Fundada durante la segunda mitad -o en todo
caso, hacia finales- de los 80s, si la subescena synth pop forjada en el Perú gozó
de momentos estelares, éstos se dieron en el curso de la siguiente década. Ello
no obsta para afirmar que, si bien escasos, nuevos e interesantes nombres se
han sumado al rubro tras el cambio de siglo. De entre los que nacieron en los
90s y se desarrollaron sobre todo al trasponer la barrera del milenio, destaca Xplora,
cuarteto que inició actividades hacia 1997 y que entró en receso permanente en
2011 -luego de entregar tres documentos de largo aliento, cuyas versiones extendidas puedes audicionar en YouTube.
Tras paréntesis bastante prolongado, de las
cenizas de Xplora nace Café De Las Almas, proyecto con que Javier Vera (a)
Jacko recupera un puñado de composiciones que estuvieron gestándose desde el
final mismo de su anterior banda. De ésta también sobrevive Iván Peralta
(tecladista entre el ‘06 y el ‘11), completando el terceto Melannie Bartolo en
coros y guitarras. Paciente y dilatado período de producción de por medio, el epónimo estreno de CDLA aparece el 21 de este mes, previo lanzamiento de los sencillos
virtuales “Perseguirte” y “Ángeles Malos”. Precisamente es con el primero de
ellos que se abre esta rodaja.
Y vaya que fue un susto. Aunque en términos
generales Café De Las Almas no se aparta gran cosa de la ruta que recorriese
Xplora, “Perseguirte” me sonó demasiado a aburrido pop empalagoso, amable en
exceso y terriblemente cansino. En algunos pasajes, incluso, me recordó a los
siempre aguachentos Mar De Copas y demás prole que le sucedió/imitó -sólo que
con extra de sintes. Afortunadamente, el resto del disco diluye la
sobreabundancia de sacarosa y reconduce la jornada por senderos de un synth
cada vez más contenido, sin alejarse de los armoniosos paradigmas de un género
de por sí inclinado a la melodía.
Entre “Día De Sueño” y “Morfeo”, pues, la firma
synth de actos como Camouflage, Red Flag, Cause & Effect, Anything Box y
Cetu Javu palpita bajo eurítmicas líneas de glacial confección; distanciadas
del rarefacto idealismo de unos O(rchestral) M(anoeuvres in the) D(ark). El
recurso dosificado de la guitarra en pistas como “Despertar” o “Strawberry”
introduce elementos del electropop más interesante compostado al calor del
mainstream noventero. De hecho, “Strawberry” es lo más cercano al pop
pasteurizado de los 00s, si bien no llega a equiparar el mal paso que supuso la
apertura: por el contrario, añade versatilidad a un registro que es necesario
evaluar con ciertas atención y severidad, al considerársele la segunda vida de Peralta
y Vera.
Ajustados cambios de ritmo (“Ángeles Malos” tienta
al trip hop y se queda a media caña), minimales baladas (“Malabares”), álgida
vitalidad en secuencias y teclados -el grueso del repertorio sin enumerar hasta
ahora: “Apareceré”, “Tu Canción”, “Fe”, la epilogal “Morfeo” (recuperada de la
primera placa de Xplora, Intro)... Tratándose de un estilo ya con
lustros a cuestas, no habría estado mal que pusieran un poco más de empeño en las
letras. El nivel de éstas es fluctuante: a veces lucen ok, a veces por debajo
de eso. Es loable, en todo caso, el tesón en persistir en feudos synth pop con esmero
y convicción -el mismo que podíamos encontrar en Cuerpos Del Deseo, Noche
Futura o La Esencia, por encima de intentos fallidos como los de Avatar o
Andrógenes. Ello, sin obviar las consabidas pinceladas de variedad -como la de
“Niña Vampiro (R&R Version)”, el canal más rockero de la puesta de largo.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 22 de noviembre de 2023.)
Cuando en julio del ‘21 comenté X, rodaja
de remixes con que el acto ecuatoriano Sexores conmemoró su primera década de existencia,
ya había pasado más de medio año de su liberación para descarga gratuita
(diciembre del ‘20). Han transcurrido, pues, casi tres almanaques de su hasta
hace poco última referencia -pero sólo 26 meses del anuncio de su separación
temporal, efectiva a poco de publicarse la antedicha reseña y para desaliento
de este escriba. Por eso la sorpresa, cuando al promediar octubre se concreta
el retorno de la dupla compuesta por David Yepes (a) 606 y Emilia Bahamonde (a)
2046, gracias al mini-álbum Mar Del Sur.
Un reentré que, aunque de primera impresión puede
presentársenos bastante extraño, en el fondo no hace sino confirmar la sutil
parabólica que venía trazando ¿cuán conscientemente? el dúo norteño afincado tiempo
ha en México. Recuérdese que Salamanca (6/20) repescaba cierta
fascinación por la electrónica de matices lóbregos y por el dark de los 80s -y sobre
todo de los 90s-, fascinación que tomaba cuerpo en la historia temprana del
binomio a través del downtempo. Luego de una brillante fase shoegazing iniciada
con su clásico Historias De Frío (‘13) y empezada a jaspear con el doble
East / West (‘18), esa curva apunta a un regreso a los orígenes.
¿Temporal o permanente? En realidad, es difícil aseverar lo uno o lo otro.
La portada de Mar Del Sur muestra a
dos bioluminiscentes celentéreos vagando en aguas profundas, a donde no llega
la luz solar, como si estuviera adelantándose así su contenido. Lo confirma “Magallanes”,
tema gravosamente acompasado que cobija influencias dark, encendidas por el
lustre tecnológico de Garbage -otra impronta restituida. El apagado clamor de
un solitario trombón (Rómulo Gallegos) y los tintes de trip hop abstracto
subrayan el ¿giro? ¿regreso a la semilla? que implementa el dueto. Dotado de un
mayor impulso rítmico, “Aequorea” y su dream pop binario como armado por
Shirley Manson y compañía proporciona suficiente fundamento para considerar en
serio esa insinuación dance de que provee la sumilla de BandCamp.
En los siguientes tracks y hasta el colofón (el
lascivamente cadencioso “Albatros”), las vocales de Bahamonde ya no abandonarán
el registro de ambrosía pop. En cuanto al género que acabo de aludir, puede ser
inequívocamente cálido, pese a estar sujeto a programaciones glaciales y a
percusiones electrónicas (“Las Aguas En Los Bordes De Fuego” y su murriosa
trompeta, cortesía de Brenda Monge). O terciar, sin consumirse, en el pleito
estilístico que libran en una misma pista las flamígeras capas baggy de la guitarra
y la redoblante secuenciación bristoliana (“Lagos De Lirios”). O amancebarse a la
enfática, potente síncopa que identifica al plástico sonido del mainstream
noventero, mientras el fraseo quechua de DRK sucede al cantar de Emilia y
viceversa (“Biolumínica”).
Pienso que Mar Del Sur y el dream pop
de orientación dance electro que postula le funcionan a Sexores como correcto reingreso.
Sin superar la media hora, sin obtener el mismo grado “summa cum laude” de anteriores
y más perfectas jornadas, la cinta tiene los kilates justos/necesarios como
para reconocer la vigencia del talento antaño desplegado por el tándem
Yepes-Bahamonde. Se concreta así, entonces, la vuelta al ruedo de una de las
agrupaciones más queridas en la escena independiente de la región. Ahora se
supone que debe venir lo verdaderamente bueno.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 24 de mayo del 2023.)
Antes de sentarme a tipear estas palabras,
fui hasta la gaveta donde guardo las cintas que todavía integran mi colección
de música para verificar la fecha en que se lanzó la unigénita maqueta de
Kyleran. Ésta ha sido por fin colgada en Internet, apertrechada de abundante
material inédito con ocasión de sus veinticinco años. El detalle es que el k-set,
de fosforescente portada entre amarilla y verde, cumple en este 2023 sólo veinticuatro.
Es el ‘99, ciertamente, el calendario en que
recordaba haberle adquirido. Entonces chambeaba en Monterrico, y todavía me
daba mis vueltas por Quilca con infalible frecuencia. Si bien puede alegarse
que la memoria es frágil, recurro a los interiores del demo, donde se
especifica que sus temas fueron compuestos entre junio del ‘97 y agosto del ‘98;
consignándose en la última línea de los créditos 1999 como el almanaque de su datación.
Podría ser, claro, que el cassette estuviera listo para venderse en el ‘98, y
que circunstancias imprevistas retrasasen su salida hasta (¿mucho?) después del
día de año nuevo -pero la funda subraya el ‘99 allende toda duda posible.
Hablar de esta recuperación arqueológica, que
ve la luz gracias a la plataforma SuperSpace Records del siempre militante
Wilder Gonzales Agreda, implica por fuerza pasar revista a sus prolegómenos.
Felizmente, es algo que ya hice hacia fines del ‘22, por lo que el
interesado/la interesada debe remitirse al artículo sobre el primer tape
colectivo (1998) que fue bautizado Electroshock -para lo cual ha de clickear
aquí o aquí. Baste resumir que Kyleran, en un inicio DJ Kyleran, es la
identidad sónica de Javier Fernández. Sus primeros años como (inquieto) músico
están ligados a la revolución a cámara lenta que se gestó en Lima con el arribo
de Internet y de la tecnología digital, procesos que fueron cogiendo mayor viada
recién al trasponer el umbral del nuevo milenio. El shot de inicio lo
constituyen los cuatro tracks correspondientes a su participación en el aludido
Electroshock. El siguiente paso sería, justamente, el estreno por cuenta
propia -Habitat.
Habitat (25th Anniversary) se ha premunido de
18 canales, reservándose los siete primeros para el track list primigenio, escrupulosamente
respetado. Puede ensayarse sobre el reissue de SuperSpace, pues, un análisis segmentado
-al menos en dos partes: para el inicio, el demo tal cual, y luego los extras agregados.
Respecto del tramo de arranque, era en Habitat más que evidente y
desconcertante el puente que tendía Kyleran entre predios distintos mas no
opuestos, atravesándolo sin descanso e inyectando esporádicamente sonoridades que
en definitiva se alejaban de aquello que se hacía al interior de las subescenas
electrónicas limeñas old school durante esas épocas. Y si antes el pobre
audio de la maqueta le jugaba en contra, la remasterización que el propio autor
ha realizado saca toda la ventaja posible en contraste con ese precedente.
De los cuatro cortes de Electroshock, para
Habitat tres de ellos son rescatados en tomas relativamente
actualizadas. De ellas, “V/F (Mentiras) (...Que Creas Eso...)” -ahora “V/F
Mentiras”- marida la constante Bristol montándola sobre una secuencia de linaje
breakbeat, precedida de una densa intro a lo Leæther Strip. “Conspiracy
(...Resolución, Introspección, Conspiración...)”, ahora sólo “Conspiracy”, me sugiere
la imagen de unos Robotiko Rejekto volcados en dirección del acid techno. La
oscilante cadencia maníaca de Squarepusher asoma domeñada por la estética
Detroit en “Meridiano Cero (...El Centro Del Mundo...)”, actualmente “Meridiano
Cero”, de los mayores aciertos en la vena alucinada y viajera que desarrolla la
cinta.
En cuanto a los números nuevos que acogía entonces
Habitat, “Piano (...Dónde Hay Un DJ??...)” a.k.a. “Piano” es de los
menos recordables, quizá por el típico gancho techno que decenas de grupos ya habían
convertido antes en lugar común. Mucho mejor ensamblados lucen “Altamira
(...Esta Vez Has Ido Demasiado Lejos...)” (a) “Altamira” y “Fade Away (...Pero
Nunca Cometer un Crimen...)” (a) “Fade Away”. El primero samplea ruidos de
máquinas que aún no se inventaban sobre la cíclica programación percusiva de
ascendencia entre trippera y ácida, mientras que el segundo se apegaba a pulsos
similares a los del “Teardrop” de Massive Attack, injertando guitarras
sampleadas y un galopante industrial tipo Ministry -sólo para regresar hacia el
final a dársenas bristolianas. La muestra más representativa de lo conseguido
por Fernández en el cassette es, sin embargo, “Urbano 8:30 (...Cada Mañana En La
Ciudad...)”/“Urbano 8:30”; cuyas texturosas capas de teclado se entrelazan a la
ultravelocidad de Tom Jenkinson y se contrastan marcadamente con la aquietada
línea general de la pieza.
¿Y qué era lo alcanzado por el capitalino en
una jornada como Habitat? Todo lo antes referido, construido sobre una
fascinación por el electrofunk futurista de bombo lacónico herencia de la
Ciudad Motor, y que presagiaba una prometedora cuesta ascendente para su
carrera. Digo, ello ya estaba insinuado en Electroshock, que le había reportado
la imagen de un tipo empilado e ingenioso para ayudar a empujar las vacilantes
subescenas electrónicas peruanas hacia el mañana. Porque, mientras creadores
coetáneos suyos adscritos al planeta electro se abalanzaban hacia los discursos
más avezados de la vanguardia digital -post rock, ruidismo, clicks’n’cuts,
glitch, harsh noise-, Fernández se disparaba hacia encarnaciones menos ariscas
pero igualmente contemporáneas a los 90s. En cualquier caso, lo suyo dejaba
atrás ese synth pop del que no salía la mayoría de nuestros créditos nacionales
aventurada a probar suerte con la música electrónica.
Por esas cosas que a veces tiene la Vida, empero,
Kyleran prácticamente desapareció de la palestra. Entre Habitat y Amarillo
EP (‘16, también eyectado desde SuperSpace), es decir en el lapso de diecisiete
años, sólo volvió a aparecer a través de compilaciones -¿Realmente Amas A
Sandra Bullock? Compilatorio De Música Electrónica (‘03) y UnderPop: PopRock En Perú Vol 2.2 (‘15). Tras el extended, se coló una vez más en la saga
del colectivo UnderPop (...Vol 3.2, ‘17), antes de volver a primeros planos
con la reedición que motiva este texto. Sí ha habido en diversos panorámicos, por
el contrario, una presencia pertinaz de Subtoniq; nuevo seudónimo que el músico,
desde hace algunos años radicado con su familia en Canadá, se ha sacado de la
manga; y que en el ‘21 se puso de largo con Spaceship To The North Star.
Hace un rato, postulaba que Habitat (25th
Anniversary) podía dividirse al menos en dos secciones. Podrían ser incluso
tres, si tenemos en cuenta la info del demo del ‘99 -que menciona cuatro
remezclas correspondientes a “V/F Mentiras”, “Conspiracy”, “Piano” y “Fade Away”;
disponibles sólo contactando a Kyleran por correo electrónico. De las
composiciones mentadas, el update del ‘23 incluye sendos remixes de “Fade Away”
y de “Conspiracy”, mientras que de “Piano” se aditan dos. No obstante, no hay
ninguna certeza de que estas remezclas sean las antaño ofrecidas vía e-mail.
Debemos, entonces, ceñirnos a la división del disco en dos porciones.
Coincidentemente, es “Altamar (Kitten Mix)”
el primero de un puñado de bonus que bien podría haberse incluido en el
lanzamiento del ‘99. La reversión posee una intro que guiña a la bossa nova, para
luego de una drástica transformación en convulso drum’n’bass a lo No U-Turn
unificar ambas aristas en un remix mutante de exótico easy listening jungle. “Fade
Away (Full Moon Mix)” tiene la misma vocación hibridante, sólo que aplicada al
trance y al trip hop. De otro lado, asaltos como “7 AM” y “Piano (Headache Mix)”
lucen más convencionales, si bien su manufactura es impecable -artcore de pro a
medio andar entre Ram Trilogy y Omni Trio el primero, techno duro y acerado el
segundo. En tanto, el saldo faltante de adicionales no destaca mucho, acaso por
su excesivo apego al sonsonete trance -que, afortunadamente, nunca se convierte
en goa. “Asunto Personal”, “GPU”, “Conspiracy 303 Mix”, “Portal (Wari Mix)”, “Piano
(Virus Mix)”... Con una mejor producción, tal vez los dos primeros puedan reivindicarse,
atendiendo a sus variopintos matices.
Finaliza este repackage “Starting Point”, punto
de retorno a los días de la maqueta original por su mixtura de casi todas las
estéticas de que ésta se valió, salvo la del drum’n’bass. Queda así codificado Habitat
como lo que en realidad siempre fue -un documento sonoro que pudo abrir con
mayor celeridad la cancha para actos electrónicos peruchos interesados en los
nuevos discursos digitales de los 90s ajenos a la experimentación, si hubiera
contado con más difusión y apoyo. Casi un cuarto de siglo después, el rescate y
su merecida reivindicación son una realidad tangible.