(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 14 de abril del 2021.)
Especulo en estos momentos, al escribir sobre
lo nuevo de Sajjra. No he conversado al respecto con quien maneja las riendas del
unipersonal, Christian Galarreta, y en consecuencia no estoy al tanto de las
circunstancias que signaron la (dilatada) concepción del reciente Uchuraccay.
Normalmente, la obra debería hablar/contar por sí misma, pero no estoy disertando
sobre un músico promedio de nuestra estupenda escena independiente -sino sobre
uno de nuestros créditos más aventajados y talentosos.
¿Y por qué tanto rollo? Porque Uchuraccay
petardea el bellamente ruidoso ersatz que Sajjra ha cincelado a través de una discografía
ejemplar como pocas -integrada por el epónimo debut (2013), The҉ Śun ͟Rem̷ai̸ns ̛T̀he S͘am̀e̵ (2015) y Synthexcess
(2019). Todas ellas, jornadas dignas de coronarse como las mejores de sus
correspondientes años en el plano nacional, que pueden presentar más que suficiente
batalla a nivel latinoamericano. De ahí mis dudas sobre si el nuevo álbum comporta
un súbito cambio de dirección o si se trata de un exabrupto, digamos,
coyuntural (debiendo evaluársele acorde).
Desde el nombre, de profundas repercusiones para
la historia de la guerra interna de baja intensidad entre las organizaciones
terroristas y el Estado peruano durante los 80s, Galarreta ya adelanta de qué
va a ir esto. En enero de 1983, tuvo lugar en el pueblo homónimo -sito en Ayacucho,
el departamento más castigado por la subversión armada- la masacre de Uchuraccay:
previamente instruidos por los comandos sinchis de la Guardia Civil, de
asesinar a cualquier persona sospechosa que llegase a sus linderos a pie, los
campesinos de la localidad dieron muerte a ocho periodistas, su guía y el
lugareño que salió en defensa de este último. Meses después, los terroristas de
Sendero Luminoso erradicaron la comunidad, empujando a los sobrevivientes al
éxodo en 1984. El pueblo no se refundaría sino hasta el ‘93.
En comparación con el conjunto de su obra
previamente publicada, Sajjra ha practicado una drástica reconvención de su habitual
pureza textural. No obstante el uso de grabaciones de archivo/de campo como
materia prima es un recurso frecuente en la metodología compositiva del limeño,
éstas se han acoplado en Uchuraccay a la usanza del primer industrial y
su incordiante criticismo surrealistoide. De hecho, sorprendentemente el disco
no golpea demasiado lejos de la tradición industrial que inaugurase la noventera
subescena local de Sadomasters, Maximum Terrorem, Sangama, Error Genético y compañía.
Armado entre el 2015 y el 2017 con muestras que
van del ‘04 al ‘16, el corte titular es una impecable alegoría sonora de la
impotencia y desesperación internas que padeciesen los asesinados ante la
inminencia de una muerte tan violenta como inexorable. Los austeramente
opresivos climas de pesadilla que siguen a cada agudo alarido digital de angustia,
secretados a través de un zumbante sintetizador en modalidad minimal, logran
mimetizarse con los relevantes silencios con que se intercalan -el último de
los cuales cae fugaz al transcurrir una decena de minutos. Tras desvanecerse, el
dantesco sonido de la agonía en medio de la nada es todo lo que nos acompañará
hasta el último de sus 1321 segundos.
La cacofónica “Sirinu Wayra Tanqanakuy
(Otoacoustic Emissions From The Wind)” recupera algo del aire que había perdido
“Uchuraccay” a muy poco de terminar. No renuncia al Ruido, sino que le modela a
través de contornos más reconocibles, si bien no menos fantasmagóricos/tensionales.
La mayor parte del surco, que el propio Galarreta define como “una experiencia
psicoacústica”, carece de médula, o por lo menos de un componente que haga las
veces de catalizador. ¿Catalizador de qué? Pues de los indispensables y
deformes overtones con que verter al puro expresionismo auditivo la mirada de
piedras, vegetación y nieves que a la distancia atestiguaron el sangriento
suceso en Uchuraccay -overtones que la ecualización y posterior chamba de
edición hicieron nacer del rumor de lo que parecen ollas y cacerolas azotadas
sin cesar por el viento montañoso, acaso abandonadas al huir sus dueños. Cierto,
hay cambios a lo largo del cuarto de hora que “Sirinu...” perdura, pero éstos
son infinitesimales; como los de las olas que vienen a morir en cada costa o
farallón.
Finalizo el comentario sin descifrar el lugar
que ocupa Uchuraccay en el devenir de Sajjra. Por un lado, no creo que anuncie
un giro en ese andar. Por el otro, no me termina de convencer que se trate de
una excepción. Tal vez sea, después de todo, esto último: el volumen no figura
en el BandCamp de Sajjra, sino en otro que su autor ha abierto bajo la
denominación Sajjra Xhrs Galarreta (y donde se puede visionar un breve video de
imágenes tratadas/intervenidas). Un trabajo harto interesante, de cualquier modo,
plasmado en cassette por la discográfica húngara Blindblindblind y envuelto en un
pequeño saco de paja -como los que usaron los pobladores de Uchuraccay cuando
se produjo su diáspora.
Hákim de Merv