(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 9 de julio de 2025.)
Cuando hace casi dos meses tomé conocimiento
de ∞ EP, nueva entrega de Alcaloidë, acababa de retornar de unas breves vacaciones
en las alturas de Huaraz. Lo primero que se me ocurrió es que había ingresado
inadvertidamente en una realidad alternativa. Supuse después que me había
equivocado al momento de seleccionar la descarga, facilitada gentilmente por el
músico y co-fundador de Chip Musik. En última instancia, pensé que al
descomprimir el .rar inadvertidamente debía haber abierto otro archivo.
Vanas conjeturas. El extended, valgan
verdades, dista mucho de las composiciones más recientes que publicase el autor
oroíno. El golpe de timón que propina es más bien un martillazo, en modo alguno
ubicable próximo a su último largo Wichq’ana Ch’askancha (‘21) o a su
tumultuosamente ruidosa colaboración en Paradigmas Frecuenciales II
(‘23). Tampoco “Tesla”, cedida para el lado B de Philodina (‘25) y donde
Alcaloidë se acerca tangencialmente al shoegazing, guarda mucho en común con el
EP subido a inicios de mayo pasado.
Se desgajan los primeros sonidos de
“Frecuencias De Kénosis” y la metamorfosis se evidencia. Aunque la música de
Alexander Fabián bajo esta faceta proporciona con el paso de los minutos las dosis
de peculiar rugosidad y de esos glitcheos que dan consistencia a sus fondos
sonoros, ahora su preeminencia es menor ante la adopción de una línea melódica de
conducción ambient que no necesita descollar para modificar sustancialmente el
cariz del alias. Mantener el perfil discreto le basta.
Mientras empieza a declinar “Frecuencias...”,
fantaseo con un Brian Eno que hubiese empezado carrera solista en este siglo en
vez del anterior. La quimera se evapora al arrancar “XTO” acentuando ritmo y
melodía, transformándose de a pocos en una jungla simétrica de pulsos. Aunque
proliferan los autechrismos, sus reverberaciones y un sublimado exotismo étnico
me hacen sentirle más a gusto en los predios de The Future Sound Of London que
en los de la dupla formada por Sean Booth y Rob Brown. No acontece otro tanto
con “Godwave V_1.1”, que subraya la multiplicación de secuencias pero no la
tonalidad eurítmica. Pese a que “Godwave...” se ceba en los límites del
drum’n’bass, su impronta digital está lo suficientemente borroneada para impedirle
cruzar esas lindes.
Sorprendente giro el de ∞ EP,
entonces, con sólo tres canales y menos de un cuarto de hora. Como se usa decir
en estos bytes, queda la incógnita sobre si es una transformación pasajera o si
será algo más permanente, que modificará por completo la naturaleza misma de
Alcaloidë.
Descubrí hace poco las bondades -por así
decirlo- de Contusión Cerebral. Se trata de un seudónimo aparentemente
individual tras el que se acomoda el huancaíno Harold Heinz. Su labor artística
despega en el Año de la Pandemia a través del álbum La Doble Singularidad,
y continúa en el siguiente con Variación Cuántica. Pistas en este último
como “Navegando Por Una Galaxia Holográfica” o “Reiniciando El Simulador De
Sonidos Monogravitacionales” me inclinaban a especular sobre una electrónica
deudora de la tradición sci-fi.
Nada más lejos de la realidad. Luego de una
buena cantidad de singles y algunos EPs, el tercer volumen de Contusión
Cerebral aparece a fines de febrero. Con Pensamiento Programado, Heinz
finalmente se decide por géneros más delineados que el nebuloso esteticismo post
punk del debut. El darkwave, la coldwave, el synth punk e incluso la electronic
body music trashuman este disco de melodías inmutables y oscuras, de ritmos
cortantes y angulares, de febriles arrebatos y vocales tan escasas como lúgubres
-que esconden de este modo sus limitaciones, todo sea dicho.
El genoma mitocondrial de CC guarda una enorme
herencia materna de dark rock. Ello es más que notorio al escuchar canciones
como “La Muerte Me Espera”, “El Planeta De Los Genocidas” (acreditado como
cover de unos tales Rüe Morgue 131) o “Las Flores Del Mal” (bien Lima 13).
Ocasionalmente, es el darkwave inclinado hacia el synth punk el que se pasea en
“Madre, He Probado La Muerte” o en “Nativos Digitales”. Algunas esquirlas de
esta aleación expanden el output hacia desarrollos cobijados por la proverbial
frialdad de la coldwave, caso “Frío Destino ♡”, la ágil “Presagio
Fúnebre” (aquí la voz emula la de Javier Benavente, de los legendarios
Parálisis Permanente) o la aún más virulenta “Baila Como Ian Curtis” (original
de unos aún más ignotos Octubre).
Angustia nihilista envasada en alienantes
programaciones de hierática gelidez. Sí. El problema es que, salvo “Suicidio
Moral”, que arriesga un poco más empujando a Harold hacia maquinaciones filo-EBM;
no encuentro muchos intentos por trascender o superar el manual de estilo, y sí
bastante complacencia genérica. Aún cuando no tengo ningún reparo en torno a
las etiquetas utilizadas, no me he sentido especialmente movido por Contusión Cerebral. Su agitación synth, su quejumbrosa calígine a lo Seventeen Seconds
circa “At Night” o “In Your House”, su paso correlón y rabioso; todo ello me
gusta y entretiene, sin lograr calarme de veras.
Todavía se le siente crudo, pues, al acto
altoandino. Paciencia, me digo, que el muchacho no ha hecho sino empezar. Mi
espíritu se serena ante esa perspectiva.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 28 de mayo de 2025.)
No bien le bajase la persiana al año pasado
con Mas(a)Océano (Primaveras Digitales), José María Málaga cedió a la
chilena ETCS Records un registro que recopilaba fragmentos de la gira ‘Loopermantrautoviolencia’,
que llevara a Fiorella16 a presentarse en dieciséis ciudades entre Perú,
Argentina, Chile y Uruguay; de junio del ‘23 a enero del ‘24. Inusualmente
largo para un proyecto peruano independiente consagrado a la experimentación
sonora sin concesiones, el tour diseminó por doquier performances que atestiguan
el actual momento que viene atravesando el acto arequipeño, irisadas de brillos
radioactivos y ruido arisco/insociable.
Publicados hacia fines de enero, los 47
minutos de Pathetic Live Recordings se dividen en tres suites y el “extracto”
de una improvisación que ya había sido revelada por entero en el precedente Mas(a)Océano
(“Montevideo 2 Tatami Registros - Uruguay”). Aquella vez era la norma en la
segunda mitad de la jornada, mientras que ahora se erige como la excepción a la
regla. De aquí se deduce que esos tres números con que hace mancha le son
marcadamente distintos. En efecto, apenas hay algo más que asomo de voces en
estos sueños informes, de atmósferas espectrales e inquietante sacralidad. Las
envolventes masas de noise crujiente evocan la imagen de un bliss out atezado,
que sin embargo relampaguea cada tanto.
Da la bienvenida “La Plata - Alihuen Espacio
Cultural”, impro efectuada en el marco del ciclo “Ruidismo De Barrio”,
organizado por el colectivo Circuito Expreso. El ambient facetado, inscrito en
la tradición de dronismo ritualista que F16 observa desde hace tiempo atrás,
remite a las compactas formaciones megalíticas del meta metal de Khanate o de
los célebres Sunn O))). En ese exacto filón también puede ubicarse “Arica -
Casa Túpac”, canal lleno de contaminación sónica cuyo ruidismo atronador y
omnipresente parece engullirte sin masticar. Es el único tramo de la cinta en
que nos es dado escuchar los murmullos de la asistencia (mapocha), prontamente
invisibilizados por el bullicio de pedaleras loopeadas.
Solitario ocupante del lado B, “Buenos Aires
- Mun Discos” enciende motores ensayando una suerte de génesis del Ruido,
guiada por una solitaria vocalización de ultratumba que hace levitar los
guijarros con que Málaga construye macabros e ignotos accesos. ¿Hacia dónde?
Hacia el interior de este dolmen preternatural dedicado a dioses de quienes no
sabemos nada, ni siquiera su apariencia. La ciclópea sillería del conjunto
acaba erosionada tras más de 23 minutos de ininterrumpida tormenta noisica, sin
derrumbarse. Así concluye Pathetic Live Recordings. Difícil que pueda
considerársele un directo de Fiorella16 a la antigua usanza de los
discos-concierto, ya que no repasa temas señeros o de hinchada numerosa. Tampoco
es ésa su intención, pero si lo fuera, ¿a fin de cuentas importa eso?
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 30 de abril de 2025.)
Segundo volumen que recupera porciones del
trabajo registrado entre inicios de los 80s y mediados de los 90s, con Travesías
la ucraniana-venezolana Oksana Linde se ha visto -felizmente- libre de la
reventadera de cohetes que supuso el precedente Aquatic And Other Worlds,
así como de una polémica en la que ella no tomó parte alguna. Esto último, a
raíz de ciertos comentarios que menudearon desde la prensa independiente
especializada, que desatinadamente la parangonaron a figuras de la talla de
Ursula Bogner o White Noise. Al menos ahora, por ende, podemos centrarnos sin
más en el contenido del acetato y en su específico contexto.
El período concreto en que se grabaron los números
seleccionados para este testimonial Travesías va de 1986 a 1994. Tres de
ellos fueron creados por la artista para su participación en el Tercer
Encuentro De La Nueva Música Electrónica, realizado en 1991: “Arrecifes Del
Espacio”, “Mundos Flotantes” y “Horizontes Lejanos” (nombres todos que apuntan
a un imaginario muy Roger Dean). Otros cuatro fechan su forja en los 80s,
pensados para sesiones reiki de curación alternativa, a las que Linde se
aficionó entonces: “Estrellas I”, “Kerepakupai Vena”, “Luciérnagas En Los
Manglares” y “Estrellas II”. “Sahara”, que igualmente debe inscribirse en el
intervalo señalado, completa el repertorio de una rodaja más pareja y armoniosa
que su diligente antecesora.
Esto porque Luis Alvarado de Buh Records,
sello nuevamente encargado de la edición, ha aplicado un criterio compilador
más uniforme y cohesionado. De la escuela berlinesa que también cultivase la
autora en las pistas de Aquatic..., muy poco sobrevive en Travesías
(denominación parcialmente reciclada de la que recibiera su presentación en el
evento mentado, ‘Travesía Acuastral’). Menos aún del prog electrónico. Aquí el
énfasis ha sido puesto en las líneas de teclado de fisionomías serena,
dramática y algo nostálgica. Los colores se revelan de idéntica variedad: vivaces,
apagados, encendidos, solemnes. Lo interesante es que pese al notorio grosor de
algunos de estos trazos (“Mundos Flotantes”), ellos siempre se muestran
quebradizos, como para no olvidar su cristalina morfología.
Guían manos y mente de la compositora una new
age de sesgo electrónico analógico, lo bastante volátil como para transformarse
en dungeon synth cuando aborda ambientes tenues en iluminación (“Horizontes
Lejanos”, la breve “Arrecifes Del Espacio”). Súmese a lo enumerado el hecho
evidente de haber sido estos temas cocidos a fuego lento, característica
perceptible desde la performance distendida y relajada (la apolínea “Sahara” es
casi una melodía de cuna), producto del sobrio equilibrio anímico y espiritual
de quien ejecuta -sólo se desborda en la melodramática “Luciérnagas En Los
Manglares”, así y todo bonita. Ídem desde la vibrante y florida decoración
(“Estrellas I”).
Masterizado por Alberto Cendra en Garden Lab
Audio, toda vez que sea mesuradamente, por donde se le juzgue es Travesías
un artefacto que ilustra con más justicia talento y talante de la joven Oksana.
La foto que adorna la carátula está firmada por Elisa Ochoa Linde, y diseño y arte
son de Gonzalo De Montreuil.
¿Has escuchado ese viejo adagio según el cual
todos/as los/as weirdos y weirdas/frikis/outsiders/locos y locas de una ciudad acaban
tarde o temprano conociéndose y compartiendo bando (cuando no banda)? Pues lo
mismo vale para las regiones y aún los continentes. Si ello era ya una perogrullada
en el siglo pasado, en éste se ha vuelto casi una ley inmutable universal, con
redes sociales, plataformas, videochats y salas virtuales.
Hace semanas, el músico chileno Tomás
Salvatierra compartió en su muro de Facebook el link hacia el epónimo debut en
largo del colectivo El Jardín De Las Matemáticas. He preferido atenerme a la
palabra “colectivo” porque, dadas sus peculiaridades en la alineación, no sé si
obtenga la continuidad que me facultaría a hablar de “grupo”. Si lo es, EJDLM
tiene el insólito mérito de haber juntado en un mismo tiempo y/o espacio
(virtual) a descastados que trashuman el espectro de extrañas frecuencias circundantes
a lo que alguna vez se definiera como “pop de vanguardia”. Para comprobarlo,
basta con una revisión a vuelo de pájaro de los antecedentes con que cuenta
cada conjurado.
Salvatierra y su coterráneo Álvaro Daguer
vienen de Glorias Navales, asociación oriunda de Viña Del Mar que se mantuvo
activa durante el segundo lustro de la década pasada, tocando en vivo una muy
particular aleación de polifonías devocionales y algo así como el lado B del
pellejo de la música de cámara. Daguer, además, ha estado/está en la celebrada
mancha avant psicodélica A Full Cosmic Sound y forma parte de ETCS Records. El
tercer integrante es el argentino Pablo Picco. Natural de Córdoba, el salsipuedino
acredita ya decenas de lanzamientos pese a haber empezado en el ‘16, utilizando
nombre civil, el de Valle De Galgos y el de Bardo Todol. Sus improvisaciones se
derivan de una estética fundada sobre el drone, grabaciones de campo, la tape
music y un folk de código abierto. Cuarto pero no por ello último, el
londinense Mark Harwood también es relativamente nuevo en esto de componer y
editar, aunque acaso sea el más avezado de los cuatro. En Offering
(‘22), siembra los mismos campos que sus compañeros, con el añadido de recurrir
mucho a una técnica cut and paste que genera desarrollos inquietantes.
¿Qué podría resultar, entonces, de la unión
de estos cuatro investigadores del Sonido? Pues un disco extrañísimo como El Jardín De Las Matemáticas (‘24), que recorre terrenos de música concreta,
parajes dibujados por la psicodelia más minimal que puedas alucinar,
soundscapes donde se vulnera a cada paso el concepto contemporáneo de lo que entendemos
por “música”, atmósferas de inspiración pretérita, geografías fagocitadas por
el zumbido del drone... Todo envuelto en una magnética aura de exotismo pagano,
de ritualismo que no sería del todo descaminado calificar de prehispánico, si
no fuera porque de aquello raramente posee uno que otro vestigio.
De ”Las Palabras Fueron Sonido” a “Pastoreo
De Cabras”, asistimos a una jornada que cualquier fenomenología no vacilaría en
tipificar como extraterrestre. Empleando instrumentación poco convencional como
el tambor chino, la ocarina o la flauta de búho; pero también gongs, sonajas, cintas
y un Korg MS-20; el cuarteto esculpe episodios de un agostamiento abrasivo, donde
pululan ruidos eyectados al azar, a veces sobre una tribal percusión
embrionaria -y a veces ni eso. En el corte homónimo la percusión aparece cuando
su mitad ha quedado bien atrás, por ejemplo, sosteniéndose éste desde el
principio gracias a un bajo que tampoco es fácil de etiquetar. Hay canales que
comienzan como una mera adición de sonoridades (“Luces De Montaña”), para sólo
bastante después perfilarse como música.
El trino monocorde de los pájaros (“El Golem
Gordo”), el canto inconfundible del agua (“Pastoreo De Cabras”), incluso una
solitaria y tímida voz casi inaudible (“El Problema De Suslin”); reciben tratamientos
distintos a los que se acostumbra dárseles, de la misma manera en que instrumentos
de cuerda son usados como si lo fueran de percusión, y herramientas como
silbatos y cornetillas parecen acabar libradas al azote del viento. Es gracias
a esta insular fusión de albur premeditado y metodología improvisacional que El
Jardín... se devela como asomándose desde los albores de la civilización
humana. Pocos documentos sonoros de reciente data pueden jactarse de ello -cf.
la fantástica labor conjunta de nuestros paisanos Ronald Sánchez y Fred Clarke.
Se porta Penultimate Press.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 16 de mayo de 2025.)
Aparecieron entre fines de febrero y
principios de marzo las dos caras de Philodina, nuevo lanzamiento
bifronte de Chip Musik destinado a prolongar la saga inaugurada durante el ‘23
por Seven 7’’. Esta vez no se ha adosado la nomenclatura “single” a la
denominación, si bien una de las faces (A) encaja perfectamente dentro de ese concepto.
De todas formas, tampoco es que los dos lados de Seven 7’’ se ciñesen a
la estricta definición de lo que es un 45 rpm. En lo sí que coinciden ambos
títulos es en la figura del 6-way split, al menos formalmente.
En el side A de Philodina (24/2) corre
el telón Trampaluz, remixeado en esta oportunidad por Óxido, unipersonales santiaguinos
ambos. En “Pulsar - PSR B1919+21”, se hibridan pelágico post rock y picoteante electrónica,
aunque para discernir qué tramos corresponden a qué manos es menester pelarle oreja
al apenas estrenado Pulsar (18/3) de Fernando Arce. En caso contrario,
sin más puedes disfrutar de sus correntadas subterráneas de fluidos binarios,
tamizadas por laxas ambientaciones propias del primer post. Le sigue “Patas De
Perro”, del también chileno Pande-Dios. Lo de Mauro Rojas va a la vera de un
folk de compleja taxonomía, muchas veces emparentado con la veta usamericana
más arisca del post original. La concisión no resiente su feeling neopagano de
dimensión paralela, ni su coletilla de embrionario ruido blanco.
Baja la persiana de la cara A “Montuno”,
composición de Norvasc. Llaman la atención la tromba de noise polucionante y la
aleatoriedad de su estética glitchera, ya que Gerardo Flores normalmente boceta
viñetas mucho más calmadas y melodiosas. Tras 3 minutos y medio de enturbiada
¿deconstrucción? ¿destrucción?, se elevan desde simas crackeadas el bliss pop y
el baggy a que el individualista siempre ha sido afecto. La corrosión, sin
embargo, no se desvanece.
Philodina reserva a Ionaxs la apertura de su side B (10/3). Con el sugerente marbete de “Geopolímero”, Jorge
Rivas postula una performance de post IDM sobregirado de software y hardware
incluso a niveles microscópicos, pese a que las primeras acometidas me hacían
pensar en Puna antes que en Ionaxs. A renglón seguido, Alcaloidë presenta
“Tesla”, conformada por dos capas de sonido muy distintas entre sí que
colisionan para producir azarosas formas de noise camelado divergentes del
shoegazing. Una de estas capas se prodiga en la vorágine de un ruidismo digital
áspero en exceso, mientras que la otra -prácticamente sepultada por la primera-
erupciona a cuentagotas para dar paso al éter mayúsculo del bliss out. Cinco
minutos y monedas de insólita convivencia después, matizados por cacofonías
binarias que emulan la voz humana, emerge un amago de programación.
Finaliza el lado B “Teletransportador”, de Óxido
y Trampaluz. Se propone aquí, siempre y cuando accedas a audicionarle con los
ojos cerrados, una experiencia hasta cierto punto inmersiva que despega de
manera un tanto confusa. El cúmulo de impresiones metasónicas que reviste los
primeros minutos del corte afloja luego de buen rato ante divisiones abrumadas de volátil cosmicidad, lo que deja una impresión final de permanente transición
-del caos al orden, del desconcierto a la avenencia, del primer chispazo de impulsiva
creación al último de veterana precisión.
Me quedo aún con ambos lados de Seven
7’’, que lograban una mejor representación de la nómina Chip, tanto en cantidad
(seis participantes claramente diferenciados, en vez de los cinco de Philodina)
como en diversidad (¿y el shoegazing dónde recaló?).
A poco de iniciado el año, pudo sondearse en
redes un pulso de gran actividad por parte de Miguel Ángel Elescano. Bien con
seudónimos nuevos, bien con otros ya conocidos, el músico no ha permanecido
quieto; al punto de acreditar a día de hoy suficiente material nuevo para al
menos un par de reseñas. Aquí va la primera de ellas.
Elescano debuta bajo el alias de Un Día En
Venus el 17 de enero, inaugurando de refilón su propia label discográfica,
Nuclear Pop Records. De entrada, el individualista explicita intenciones de
volcar la recién bruñida chapa hacia sonidos no antes hollados por su mano,
declaración rubricada gracias al título que confiere a la primera producción de
UDEV: Darkwave EP. En efecto, en el extended hay un tufo a lo que
actualmente se entiende por darkwave -pero también a géneros cercanos, como el
dark-gothic, el minimal synth, la coldwave e incluso la electronic body music.
Si ello responde a una jugada vintage, retro o de cualquier otra laya, que cada
quien lo decida.
Cuatro temas en menos de un cuarto de hora.
Comienza el EP con “Elefantes En Mi Habitación”, darkwave al alza de medio
tiempo, que a lo primero que me recuerda es a esa bandaza que fue Décima
Víctima. Oscuridad que puede sobrellevarse merced a su tesitura pop, a su sencilla
estructura lírica, a su dinamismo en el límite de lo tolerable para un estilo
tan cargado como lo fuera en su edad dorada el dark rock. A este cumplidor
inicio le sigue “La Cocaína Mata A Mis Amigos”, bastante más próximo al
electro-gothic de fines de los 80s, ése que naciese del contubernio entre el
gothic y la EBM. Aunque reconozco que sobre “La Cocaína...” flota un aura mucho
más amenazante, también debo decir que es un surco muy cliché.
“Las Estrellas” se inserta de lleno en la
dialéctica de la coldwave francesa, a modo de punto medio entre los extremos
que supondrían las dos piezas que le anteceden. Coadyuva en la tarea no sólo su
vecindad con grupos como Police Des Moeurs o Martial Canterel, sino el
protagonismo concedido a unas glaciales vocales femeninas que no se consignan
acreditadas por ningún lado. Salvo por ese detalle, “Por La Cordillera De Los
Andes” fatiga idéntico carril. Mohína y evocativa, la voz de Elescano acompaña
una melodía de cansinos ardores, de fervorosa gelidez maquinal, de apagados
resplandores boreales; mientras erra como alma en pena buscando en andinas serranías
a su incógnita musa.
Novísima faceta, la que abarca aquí el limeño.
Nada mal para empezar, en el futuro inmediato se ha de exigir un poco más, a
fin de renovar el interés por la mixturada propuesta que le atribuye a Un Día
En Venus.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 12 de marzo de 2025.)
No había querido escribir sobre Elisa Tokeshi
hasta ahora. Principalmente, porque me era imposible sintonizar con su
desmadejado pop de hábitos coprolálicos, menos aún con esas vocales
equilibristas entre volcánicas y desapasionadas. Quiero decir, la comprendía y
sabía que era talentosa. Pero no conseguía sentirla, establecer una conexión fuerte
y segura con la música que liberaba al éter. Cuando aparece Hipersensible
(hubiera quedado mejor con los signos de admiración consignados en portada),
pensé que acaso podía ser una cuestión generacional, ya que la peruana es
bastante joven. Hoy sé que los tiros no van por ahí, sino por otro lado -el de
las horas más oscuras, sentenciaría Dave Mustaine.
De padre aficionado al piano y a la guitarra,
la cantautora empieza siendo una niña. No tengo claro si su proyecto solista
Julieta Azul data de aquella época y se reactivó tras extinguirse el grupo de
covers que integró en quinto de secundaria, o si Julieta Azul -que acredita un
EP subido a SoundCloud en el ‘16, Artificial- arranca al decidirse a
hacer camino sola. Como fuere, es recién en el ‘23 que aparece la primera
referencia a título personal -el mencionado Hipersensible. Allí se hacen
presentes in extenso las características del pop facturado por la muchacha:
sencillo, honesto hasta decir basta, próximo al folk y al indie,
contraproducentemente severo, muy pocas veces rockero, tan tributario de su
frugal par anglosajón como de su mexicana contraparte mainstream.
Abre Tokeshi este 2025 por medio de Mi Peor Accidente EP. En la práctica, el extended es una prolongación de Hipersensible,
salvo por la ruta escogida -excluyentemente acústica, o a lo sumo
electroacústica. Pop desnudo cuyas raíces pueden rastrearse hasta los glasgüenses
Camera Obscura por un lado, mientras que por el otro ganan la orilla de los
bristolianos The Sundays, pasando a mitad de camino por Julieta Venegas o los
finteros de Belanova. Lo mismo que las del debut, “intensidad” es un vocablo
que define muy apropiadamente las cuatro pistas de la rodaja: “Hay Un Hombre En
Mi Cabeza” (estrenada el año anterior), “Toxic”, “EX” y “Mi Peor Accidente”.
Ninguna siquiera se aproxima al “rhythm’n’blues nigeriano” o al “afropop” cacareados
en algunos comentarios online con pana y concha.
La voz de Tokeshi es aterciopelada. Claramente,
Elisa es bien consciente de sus límites, y debido a ello se mantiene en los
cauces de uso frecuente. Por eso es que no defrauda nunca. Esto último enmarca
esa irresistible empatía con que la autora, de pronunciada tendencia a la
coprolalia, nimba el abanico de emociones -mayormente negativas- que atraviesan
sus canciones. Sólo en el surco epónimo, que arranca con efecto “vinílico” y
ella al piano, las vocales llegan a desbordarse, consecuencia de la furia que les
domina. No es para menos: Mi Peor Accidente EP parece consagrarse por
entero a ajustar cuentas con un ex de la limeña -gruesa o leve, cada palabra
tiene implícito destinatario de señas particulares, en medio de alusiones a
likes y a bloqueos de WhatsApp. Lástima que hubo de mediar el final de la
relación con mi enamorada para internarme en su agridulce aura. A nosotros también nos dejan, y no duele menos.
Novísimo mazazo que sucede al escuezante Manual De Ornitología (‘20), en Micromapas Del Subsuelo da pie José A.
Rodríguez a una perfecta performance imbuida de esa profusa estética del Ruido
a que se consagrase usando nombre propio. De esta forma, consolida el
capitalino su faceta como cultor del noise, una bien distinta de las que
acreditase a otras identidades (Aloysius Acker, los primeros años de Puna). En
comparación con su antecesor, el mini-álbum consigue apenas ser catalogado como
tal, si bien se da maña para transformar los conceptos subyacentes a su
resonante título en significativas y estrepitosas sonoridades -que recorren la
gradación ruidista sorteando hitos de algunos alias célebres como, digamos, los
finlandeses PanSonic o el japonés Merzbow. El mérito es, ergo, doble.
Por espacio de escasos 16 minutos y monedas, Micromapas...
incursiona en hostiles dimensiones en las que el Ruido es cal y canto, no
importa sea éste digital o analógico. Rodríguez se rinde en cuerpo y espíritu ante
la posesión casi sobrenatural de un estado bersek informático, de ésos que
abundaban en los viejos 90s y que ya le habían sobrepasado en Manual De
Ornitología. Como en aquella ocasión, el músico se apertrecha de variables
aleatorias para consolidar la hegemonía de atmósferas fragmentarias -que, por
sus broncos/dramáticos golpes de timón, recuerdan a la distancia las cuarteadas
postales post apocalípticas de la seminal pandilla de Blixa Bargeld en sus mejores tiempos. El tratamiento es, pues, consonante con el del poluto ersatz
erosivo/corrupto que reinase soberano en MDO.
¿Alguna diferencia sustantiva, entonces? Sí.
Ésta se halla en relación directa con la austeridad draconianamente minimal que
encorseta prácticamente la totalidad del mini-LP. “Prácticamente” porque,
siendo verdad que determinados segmentos de MDS coquetean con las obras
de los fineses o del nipón mentados, no es menos cierto que no todo en el disco
es ruido desestructurado de instinto asesino. Es como si la indómita naturaleza
airada y la necesidad de constante fractura hubieran sido subsumidas por el
libreño a un ruidismo azaroso de moderadas frecuencias y copiosos ambientes
vacíos. Ahí están las fugaces “Yacimiento Mineral” y “Osario De Hexágonos”, o “Hidrografía
Subterránea”, para demostrarlo. Refuerza asimismo dicha impresión la impronta
consignada en los bautizos de los tracks, más afines a carreras ligadas a la
ingeniería de minas o a la topografía.
En algunos números, el Ruido cede lugar a
insólitos colchones de palios armónicos, de ondas hertzianas de pulsión sobria.
En “Sub Estación 79”, por ejemplo, la herrumbre descargada sobre lo más
parecido que puede tener este Micromapas... a una secuencia se difumina
al paso de pulsos ordenados que no tienen inconveniente en convivir a la par de
cacofonías mil. Aunque de forma menos evidente, en “Análisis De Sedimento”
sucede algo similar. Sin embargo, Micromapas Del Subsuelo cierra con
“Hélices En Reversa”, cuyo óxido me trajo a la memoria esa obra de
expresionismo cyberpunk que es Tetsuo The Ironman (1989). La ilusión
dura lo justo, pues tras la avalancha de saturación analógica va ni-tan-de-fondo
ese ruidismo empleado por el polímata, hasta colgarse y dispararle el tiro de
gracia a la jornada. Auspiciosa manera de empezar el año. Publica la chilena
Rata Sorda Rec.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 19 de febrero de 2025.)
LOS DISCOS PERUANOS DE 2024 QUE NO ALCANCÉ A
RESEÑAR (IV)
Colgado en plataformas un mes antes de que finalice
el ‘24, dudé prácticamente hasta el último segundo en escuchar o no Zambo Urbano, ¿compilación? que reúne nuevamente a Rolo Gallardo y a Tribilín Sound para homenajear al desaparecido Arturo Cavero, santo patrono en la
hagiografía de las músicas afroperuana y criolla. Primero, porque mi afición a
las sonoridades de raíces negras no se lleva con mi desprecio hacia el arte
decadente de los herederos de la casta “blanca” que ha dominado el país desde
su nacimiento y que siempre hipoteca el bienestar general al suyo propio. Y segundo,
porque si bien me parece divertida la subversión mashup de Tribilín Sound (pese
a que rato ha ya no lo sigo), a Rolo Gallardo en su faceta de hip hoper casi no
lo manyo. De sus días en los horripilantes Bareto, mejor no hablar.
A la postre pesaron no sólo el cachondesco
sentido del humor de Tribilín Sound, sino también el pull de colaboradores/as invitados/as
por la mancuerna, así como un precedente que podía echar luces sobre lo que
mostraría Zambo Urbano. Ese precedente es Proyecto Zambo,
publicado en el ‘19 y acompañado del artefacto de remixes de ley recién en la
víspera de las últimas fiestas patrias. En ambas rodajas, acompañan al tándem
nombres como Novalima, Dengue Dengue Dengue, Quechuaboi y Vudufa.
Para mi mala suerte, Zambo Urbano dista
mucho de lo que sus antecedentes me hacían pensar. Aunque existen intervenciones
sustanciales tanto de Gallardo como de TS, éstas son equivalentes a las de los/as
artistas convocados/as para la ocasión. La mayoría de ellos pertenece a predios
hip hop, a excepción de uno o dos que se esconden en la tramposa etiqueta
“urbano”. “Bueno, lo dice el título del largo. ¿Qué esperabas?”. Esperaba que
menudeasen los sampleos de Cavero y que se deconstruyesen con hartos punche e
ingenio sus clásicos. Pasa lo primero, no lo segundo.
Jirones del inconfundible vozarrón del
“Zambo” aparecen por todo el esférico, recontextualizados según lo destine tal
o cual participante. Sin embargo, con la solitaria excepción de “La Abeja” (donde
el sampleado finado es protagonista excluyente de una inteligente reversión en dialecto
jamaiquino), las letras de sus canciones apenas son entonadas por los/as
vocalistas de turno. Éstas, de hecho, son sólo tomadas como breves puntos de
partida para lanzar fraseos de inspiración propia. No se trata de
modificaciones parciales, sino de líricas -limericks, en este caso- nuevas en
un 95% o más.
Definitivamente no es lo que había previsto.
La inclusión de Tribilín Sound, que prometía algo varios cuerpos más loco,
resulta en el balance engañosa. Zambo Urbano es una colección de piezas hip
hop que podría ser piolera/ tomada más en serio si se hubiera explicitado su
verdadera naturaleza al presentársele. “Olga” (con DJ Prax y Pounda &
Nomodico), “Nuestro Secreto” (Chinono), “Callejón De Un Solo Caño” (Ali
Lampoa), “Se Acabó Y Punto” (Psiko-Delia, MC Bomgo & King Buaat)... Ninguna,
ni siquiera “La Abeja”, me parece especialmente extraordinaria. Mucho menos
esos números en que dicen “aquí estoy” esperpentos como el trap (“Y Se Llama
Perú” con Chispa Rap, “Ésta Es Mi Tierra” con Maco) o involuciones peores (el
vomitivo reggaetón de Mostradamuz y “Rebeca”).
Siempre campechano, el “Zambo” se lo habría
tomado olímpicamente. Yo, nones.
Mentiría si dijese que era consciente del
lustro transcurrido entre Simbiosis y Colisión Brutal, nuevo
álbum que El Jefazo editó en junio último. Sabía que el trío andaba buen rato
sin despachar nada sustantivo, pero no cuán extenso era este hiato. Quizá ello respondía
tanto a la salida del directo Tormenta Mental - Live At Woodstaco 2019
en mayo del ‘22 como a los pálidos réditos que éste ofreció. Siendo EJ uno de
los combos más interesantes de la escena independiente, puntal indiscutible de
la asonada stoner junto a Ancestro, Tormenta Mental... no capturaba ni
las dimensiones épicas ni la colosal fortaleza, aún menos el nervio ignífero que
anima la música de la sociedad Sánchez/French/Monzón.
Lo primero que cabe decir respecto de Colisión Brutal es que el regreso le ha costado un poco a El Jefazo. Su baterista de
toda la vida, Renán Monzón, abandonó la alineación y fue sustituido por Adrián
Hinojosa, que también es acreditado como percusionista. Fundamentadas muchas de
las virtudes del grupo en el soporte rítmico, Hinojosa no lo hace mal, a
despecho de lo cual es claro que requiere de mayor rodaje antes de calzarse los
zapatos del ex. Y lo segundo que debe manifestarse es que los sencillos aparecidos
-ninguno de los cuales ha sido recuperado en Colisión...- datan del ‘20,
y el live fecha en el ‘19, por lo que cuando menos un trienio se ha
desvanecido sin que el conjunto produzca ni anuncie nuevo material. Acuartelarse
en invierno siempre pasa factura, incluso a los más pintados.
Colisión Brutal da la largada con
guiñazo al documental holandés sobre taxistas peruchos, Metaal En Melancholie (1993). Utilizando efectos como el delay o el reverb, “Metal Y
Melancolía” rescata las palabras de Jorge Rodríguez Paz, quien cita el poema “A Carmela, La Peruana” de Federico García Lorca para explicar la terrible
realidad que le había obligado a mutar de actor a chofer de taxi. El inicio es asaz
solemne en medio de sus fastos de vieja escuela, como para que la eléctrica de
Bruno Sánchez protagonice una acometida de psychedelic blues ahogada en
wah-wah. Más allá de su primera mitad, “Metal...” empieza a calentar motores,
sin salirse nunca de los cauces ocupados tras el arranque.
De allí en más, asistimos a una jornada cuya
masa muscular han trabajado principalmente el heavy psych y el rock de
connotaciones desérticas, y a la que el stoner rock perla pero apenas permea.
Salvo “Zarpazo” y algunos momentos en “Colisión Brutal” o en “Delta Acuárida”, Colisión...
ostenta un acabado más bien “clásico”: aunque no tienen la tesitura apolínea de
unos Deep Jimi And The Zep Creams, a los surcos les cuesta bastante trascender
el status de “epigonales”, sin menoscabo de su estupenda factura. Echo en falta
el entendimiento espontáneo, el achoramiento rabioso, la combustión liberadora;
que hacían de obras precedentes auténticos tratados de rock pesado/stoneado y
de pegada soberbia -y que les convertían en un fascinante mal viaje a cual más
que el otro.
No es que no haya disfrutado del tercer
esfuerzo de El Jefazo. Indiscernible, el bajo de Carlos French se ha prodigado
en su papel de indispensable contrapunto tanto a las baquetas de Adrián como a
las cuerdas de Sánchez. Brutalidad y dureza no le faltan al volumen, tampoco.
El problema es que, pienso, le hubiera disfrutado mucho más de no haber
coincidido las circunstancias descritas hace tres párrafos -si hubiese sino una
u otra, en lugar de ambas... Asumo es cuestión de que vuelvan a alinearse las
estrellas, como aconteciera en la briosa “Zarpazo” y en la primera mitad de
“Colisión Brutal”. Confiar más en la intuición que en la razón, para no tener
que soplarnos discretos solos a lo Satriani como en “Perro Seco”. Sí, fácil ésa
es una máxima a tener como axioma al encarar el próximo proceso creativo. Disco
modestamente transicional.
Para Fiorella16, José María Málaga cerró el
‘24 eyectando Mas(a)Océano desde los bytes de la novel escudería
cuzqueña Primaveras Digitales, hace poco más de dos meses. Se sostiene así un
período inventivo inusualmente dilatado que el arequipeño todavía se encuentra atravesando, a la par de una redefinición de conceptos al interior de su alias
más reconocible -o, por último, de una traumática sustitución de esas variables
que ha manipulado durante gran parte de su trayectoria.
Si en Suni A Través Del Espejo, al
alimón con Asteroide, ya se notaba cuán creciente era la relevancia que la
influencia de la obra de Sunn O))) ha cobrado durante los últimos tiempos para
Fiorella16; en Mas(a)Océano esa relevancia llega a modificar el perfil
mismo del proyecto, a saber si temporal o permanentemente. Es cierto que el
registro evidencia dos segmentos no opuestos mas sí distintos. Es cierto además
que el primero de ellos se compone de tracks bautizados como “Parte 1”, “Parte
2”, etc; acaso subrayando un concepto sólo válido en esta oportunidad. Pero
también es cierto que el discurso de Málaga bajo esta faceta sufre una
transformación mayúscula, no compartida por las improvisaciones en vivo que
vertebran la segunda sección del LP.
Efectivamente, las formas de Fiorella16 son
ahora pétreas y negruzcas. Sus atmósferas quedan hechas añicos debido a las subsónicas
frecuencias saturadísimas que descerraja, y en su lugar quedan instaurados
opresivos climas de oscuridad perpetua. Las espartanas melodías a las que
ocasionalmente da pie se eclipsan pronto (“Parte 1”, “Nulle Part”,
“Mas(a)Océano”), mientras esotéricos filtros surcan el encrespado mar de
texturas distorsivas. El escaso resplandor visible corresponde a violentados
destellos de luz que a lo que más se asemejan es a fuegos fatuos (“Parte 2”). Y
la voz del mistiano tiende a replicar los gruñidos e inflexiones guturales de
los de Seattle. Ése es el estado de cosas ¿actual?/¿de fines del ‘24? que se
agita en el universo de F16.
Poco o nada de ese ritualismo drónico florece
en la segunda parte de Mas(a)Océano. En ella se asientan tres ejecuciones
en directo, a cuyas coordenadas geográficas hacen alusión sus correspondientes nombres.
Psicofónicas intervenciones sonoras todas, tienden a parecerse bastante entre
sí, descontando el pulso secuencial de cada una. “Montevideo 2 Tatami Registros
- Uruguay” es comparativamente más relajada, por ejemplo. “Zárate CasaMou -
Argentina”, más extrema. Todas ellas, finalmente, pertenecen al pasado
inmediato del unipersonal. En beneficio de una experiencia más llevadera y
menos incómoda, habría sido atinado prescindir de al menos una -que de tal modo
se recortaba el minutaje a menos de una hora. Aunque, claro, Fiorella16 no
necesita hacérselo más sencillo a sus habituales escuchas.
Actualmente desbandados y sin posibilidades
de reunión a la vista, no sé cuánto tiempo duró la travesía de Haiti Bon Aire.
Agradezco, eso sí, que no hayan dado de baja su cuenta en SoundCloud -hasta
donde entiendo y junto a una exigua cuenta BandCamp, único lugar en el que puedes escuchar el que es su debut y
despedida, aparte de en Spotify: 9 Amenidades (अनमास्टर्ड). Trátase de un
puñado de mocosos airados que ni siquiera corre urgido de autoproclamarse
heredero del legado del fallecido Leonardo Bacteria, a quien dedican “Leonardo
Del Castillo AKA Leo Bacteria Miserito Jungle Conscious Break 11 Caleta”. Basta
y sobra con presionar play para corroborar a prima facie ese ascendente.
La de Haiti Bon Aire es una genealogía
gabber, como la que consolidase Insumisión entre los años 2000 y 2003. La
apertura “Eaf 27sept1969” se dispara a una velocidad inhumana de bpms, tan
imposible de descifrar al primer golpe de oído como efímero es su recorrido. De
unos cuantos segundos más de extensión es la subsiguiente “‘77 Up”, que añade
dosis de drum’n’bass desenfrenado cosecha Atari Teenage Riot (“Deutschland (Has
Gotta Die)”) al insoportable digital hardcore que el grupo unge como la médula
de su input. Ese huayco de bulla atronadora y demencial no hace sino
potenciarse en “La Rubia Tarada . Noche De Karaoke” y en “Pare Y Dolia”.
Recién con “Koupe Tèt Funk”, la casi
terrorífica celeridad de HBA consiente en ceder un poco. Es el canal más largo
en lo que va de reproducido 9 Amenidades (अनमास्टर्ड). No obstante, su
funk ensopado de ruido maniático y de onomatopeyas metálicas a granel nunca
termina de metamorfosear la piel. Tampoco lo hace ese banco de pruebas para
progresiones rítmicas varias y sampleos a destajo que es “Yo Vago”. Pese a su
brevedad (no llega ni al minuto y medio), el auténtico cambio se produce con la
enigmáticamente titulada “,”, cuyo reposo a golpe de falsa bossa nova es el
primer asalto del repertorio en ponerle el cascabel al gato.
Penúltimo round de la placa, “Leonardo Del
Castillo...” sube nuevamente el hebefrénico nivel de contaminación sonora, en
tributo que debe haberle arrancado una sonrisa a Leo Bacteria donde se
encuentre. Pienso que el plástico debió terminar aquí, redondeado en poco más
de 18 minutos. Por desgracia, Haiti Bon Aire añade una última creación, “Bater
Perna”, que eleva la duración global hasta superar los 25 minutos. Esto habla
de un corte que por sí solo roza los 7 minutos de propagación. Dado que es un ejercicio
infestado de grind noise en onda electrónica, como que acaba restándole algunos
puntos a 9 Amenidades (अनमास्टर्ड) más que sumárselos.
De todas formas, HBA ha sido una de las
sorpresas del año que pasó. A pesar de sostener desde sus respectivas
trincheras tanto el hardcore punk como el metal sendas cruzadas de músicas
agresivas y airadas, se extrañan propuestas así de tóxicas desde terreno
electrónico. Me hubiera gustado verles en vivo, aunque quién sabe, por ahí
regresan. De cualquier modo, aprecio la oportunidad de haberme vuelto a sacudir
con ese bullicio abarrotado de drum’n’bass, grindcore, techno industrial,
hardcore digital y gabber. Si su esencia aún persiste, un Bacteria harto
satisfecho tendría que haber experimentado lo mismo.
Acabando noviembre del ‘24, el ex Rayobac Miguel Uza lanzó su segundo disco a título personal. Coyunturas curiosas
rodearon la aparición de 20|22: entras en el BandCamp del músico y te das
de narices con abundante material colgado sobre todo en las postrimerías del ‘21
-dos compilaciones de demos y un álbum entero denominado iPadMorita, que
muy probablemente sea el legado inédito del acto del mismo nombre con que Uza editó
un sencillo allá por el ‘14 (“Pomabamba 393”). Empero, estos testimonios han
sido pauteados tanto antes de su homónimo debut (‘18) como de los singles que a
éste preceden, enfatizando un carácter “accesorio” respecto de ellos.
Con 20|22, queda claro que la
intención en la anterior jornada no era la de insuflar nueva vida al sonido de
los extintos Rayobac. Si bien algunos instrumentales están dotados de bajo y
batería (“Sin Título #14”, “Booster Rocker”), la mayoría de ellos no tiene sino
tempos sugeridos. El ejemplo de la obertura “Lo Que Hacía Mientras El Mundo Se
Estaba Muriendo” es sintomático: las guitarras de Uza no se perciben limitadas
por ataduras formales, ni se apegan a género alguno. Carecen de voces que (les)
dictaminen los tiempos, a excepción quizá de unas plumillas casi inaudibles.
Salvo los casos ya especificados, el resto de viñetas sigue el mismo sino.
Es entonces un disco de estética ambient, el
del limeño radicado en la Ciudad Condal. En 20|22, las eléctricas
permanecen todo el rato enchufadas, prestas a florecer improvisando secciones profusas en decoración minimal (“Sachi & Masao”, “Valentín San” -¿dedicada a su ex
partner en Rayobac, de apellido Yoshimoto?-). No siempre consiguen navegar en
medio de espesos cúmulos de albo vapor, ya que por muy ambientales que suenen,
las de seis cuerdas van premunidas de timbres grosos/pesados -como ocurre en “20|22”,
que parece las tuviera grabadas al revés, o en “Luz De La Mañana”. Así y todo,
el estilo que mejor le define es el que se acuñase a partir de los álbums en
que abandonó el pop Brian Eno.
Quedaba dicho que las excepciones de 20|22
son “Booster Rocker” y “Sin Título #14”. No son las únicas. A ellas hay que
sumar “Terrores Nocturnos”, para completar la terna de composiciones con que
Uza impone una interesante digresión hacia el pasado de su ex banda. A su modo,
cada una asume la tarea de reinterpretarle. Las adustas y rígidas eléctricas de
“Sin Título #14” enfilan hacia estratos más experimentales, sin llegar a los niveles
crípticos de otras experiencias. “Booster...” merodea entre el indie, el punk,
el slowcore. La más cacofónica de las tres, “Terrores Nocturnos” y sus cíclicos
intervalos de ruido y onirismo se aproximan mejor a las performances a veces
insoportables que en directo disparaba Rayobac.
Uza no es Archer Prewitt ni Vini Reilly.
Mucho menos David Grubbs o Jim O’ Rourke. Con todo, extrañamente suena a
inquietante híbrido de esos cuatro tótems. No es lo bastante árido como para
entrar en la categoría post rock, si bien sí le evoca. No levita suficientes
metros por encima del suelo como para mirarse en el espejo de The Durutti Column, aunque sí le insinúa. Y sus ocasionales ramalazos pop y/o rock no alcanzan para conjurar la maestría de un Prewitt o de unos The Sea And Cake. Pero
-jódete, otra vez- sí puede pasar por muy aficionado suyo.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 5 de febrero de 2025.)
LOS DISCOS PERUANOS DE 2024 QUE NO ALCANCÉ A
RESEÑAR (II)
Admito que hace mucho no pensaba en
Asteroide, la sociedad de David y Marco Rivarola que rompiese fuegos a fines de
2008. Tanto en ese entonces (Laberinto Y Despedida) como a través de su
sucesor (Venganza, 2016), los hermanos dejaban en claro que lo suyo era
el pop alternativo con inflexiones a metamorfosearse según el momento -noisy o
shoegazing al inicio, luego indie. El mini-LP de remixes El Abismo Contenido
(‘18) persiste como deuda pendiente -con remezclas firmadas por Mario Silvania,
Theremyn_4 y el argentino Zigo Rayopineal.
Cuatro bienios después de Venganza,
encuentro a Asteroide adicionando fuerzas a las de un habitual en estos bytes,
José María Málaga. En su faceta de Fiorella16, el arequipeño atravesó en el
tercio final del ‘24 un rush muy agitado, concerniente a presentaciones y
producciones. Entre las últimas se debe contar el registro co-firmado junto a
los Rivarola, Suni A Través Del Espejo (Cruel Nature Records, julio). Aunque a priori esta
movida luzca un poco desconcertante, ya que ambas ententes discurren por
caminos muy distintos, más allá de la camaradería que les une existe un factor
en común -la Distorsión.
En formato mini-álbum, Suni... consta
de cuatro estaciones. Todas ellas participan de los aportes estilísticos de
Marco, José María y David, pero la conjunción no les inscribe cerca del background
de Fiorella16. O del de Asteroide. Lo primero que me viene a la cabeza
escuchándoles es el dark ambient, en esencia el de la escudería itálica
Unexplained Sounds y derivaciones. Incorpóreas, las melopeas que moldean se ven
suspendidas por ventarrones drónicos, nutridos éstos de las atmósferas glitcheadas
que escupen osciladores muy probablemente intervenidos. Esa batahola iterativa
trashuma cribada por los teclados de David Rivarola y la guitarra ¿de palo? del
mayor de los Málaga.
Muy difícil de rastrear indicios que le
delaten, el bajo de Marco asciende ocasional a la superficie. Más ocasional es
la voz frikeante y quejumbrosa de José María, que coadyuba a redondear las
tonalidades oscuras y concentradas de “Agua”, “Cielo” o “Cerro”. Esta característica
hace surgir espontáneamente el otro vitral que emplea el terceto para expandir
su impacto auditivo, uno que además los involucrados han reconocido en la
sumilla de BandCamp: Sunn O))). Obviamente, Suni A Través Del Espejo no
asimila ni la tensión macabra ni el devocionario pagano del tándem Greg
Anderson-Stephen O’Malley, si bien llega a sobresaturar de malas vibras las
neuronas que no conserven la guardia en alto -en un sentido análogo al de
Bauhaus en, digamos, “Hollow Hills”.
SATDE se clausura con
“Primavera”, donde coinciden todas las variables antedichas, excepto la de la
voz. El resultado se transfigura a cada paso: triste, pánico, ruidoso, etéreo,
grave.
Peregrina decisión la de hacer público un trabajo
sonoro -ídem un libro, una película, etc- el último día del año, sea cual fuere
su condición. Si razones pueden enumerarse muchas, dos son las insoslayables.
Primero, no queda el menor margen de tiempo para oírle suficientes veces a fin
de escribir algunas palabras al respecto antes de medianoche. Segundo, pasa
completamente desapercibido para todo el mundo. Como que eso es lo último que
debería buscarse, ¿no?
Nada disuadió a los muchachos de Mantarraya,
oriundos de Nuevo Chimbote, de tomar ese curso de acción. Volumen II fue
colgado en Internet el 31 de diciembre, y recién muchos días después algunos pudimos
enterarnos. Otros no han tenido esa suerte hasta ahora. Quizá el principal
acicate para semejante apremio han sido los cuatro años de silencio discográfico
tras el epónimo debut, eyectado en 2020, y los correctivos hoy implementados. Mantarraya,
en efecto, traspasaba el dintel de los 67 minutos y se ahogaba/diluía
parcialmente en los desbordes inherentes a la novatada.
En dirección opuesta, Volumen II se
expone mucho más sobrio -también 11 episodios, sólo que en una cincuentena de
minutos. No bien comienza a sonar “Espíritu De Fuego”, queda evidenciado que este
power trio (recientemente cuarteto) no se lanza a inventar la pólvora. Tampoco es ése su objetivo.
Mantarraya remite a los días en que el merseybeat había abandonado ya su
crisálida para convertirse en un robusto blues ácido. Consecuentemente, sus
influencias mayúsculas son el Señor Guitarra Jimi Hendrix y Led Zeppelin -esto,
entre otras varias. En modalidad The Jimi Hendrix Experience, del primero
hereda la base rítmica esmerada, rabiosas eléctricas llenas de psicodelia, compactos
arreglos algo complicados. Del segundo, la dureza, la pesadez, la corpulencia.
¿Una única etiqueta que condense estos tres rasgos? La del hard rock.
Mantarraya, por ende, es rock de vieja
escuela. Puede agradar a metaleros y a feligreses del stoner, a tenor de no
alimentarse ni de un género ni del otro en toda la rodaja. Más pulido, libre de
los excesos y las grandilocuencias que demeritaban su primer esfuerzo (“La
Sombra De La Nube”), con Volumen II se hace mucho más sencillo disfrutar
de su propuesta. Una de perfil esforzado (“Abraza Tu Dolor”), que reposa
controlada mas nunca adormecida (“Diablos Al Amanecer”, “Bajo Los Focos Rojos”,
“Un Café En El Sol”), y cuyo mástil de cuatro cuerdas resquebraja la formación
encabritándose cada dos por tres.
Rubrican la segunda entrega de Paulo Manrique (bajo),
Alex Vivar (guitarra, voz) y Kelvin Sifuentes (batería, percusión, vientos, voz)
los desarrollos instrumentales. Nada mal, pese a que para los altos estándares
que emulan todavía les falta buen trecho. Nuevo grupo a degustar proveniente de
la misma localidad que Desert Gang -otro power trio, éste sí manifiestamente
stoner.
¿Mutatis mutandis en el continuum
espacio-tiempo que atraviesa El Otro Infinito? Tranquilamente sí. Aunque no
atestigüemos un corte de mangas radical, es innegable que la música del
individualista surcano ha experimentado una profunda transformación, que le catapulta
hacia las periferias más exteriores de ese dédalo de alcorces en que ha devenido
la electrónica contemporánea. Y si bien esto le pone a tiro de piedra de comarcas
inexploradas apertrechado con ese alias, es imperioso enfatizar que un
importante porcentaje de su genoma todavía permanece electrónico.
Siempre Hay Mar EP leva anclas gracias
a “Kokteau”, cuyo nombre evoca espontáneamente reminiscencias dream pop. Y
aunque la apertura está lejos de esas cuadras, su pareja naturaleza indie y
electro se refracta en ellas durante más de 210 segundos: mientras glitches y
secuencias son la madera, clavos y pernos de su embarcación, las
electroacústicas son los paños, el viento y su tripulación. Ninguna de las
siguientes paradas le hace justicia a esa alucinada carátula. “Naufragar Y
Flotar”, de otro lado, no calza exactamente en esas coordenadas, sí en ese modus
operandi. O, al menos, en uno muy similar: beats y percusiones sintéticas
postulan ambientaciones abstractas, que la de seis cuerdas colma de colorida
pigmentación. Algo así como un Lunik en clave pop.
La otra hoja de este amplio ventanal costero
es cosa exclusiva de la electrónica usual en el proyecto de Alfonso Noriega
-ésa que parte casi excluyentemente de la IDM noventera. Difícil que sea de
otro modo, cuando el primer mazazo a posicionar allí es “Natasha Meets
Autechre”: un crescendo de programaciones enérgicas y tajantes, desbordadas y
eventualmente nulificadas por ostinatos de teclado que incendian los cielos.
Égida de distinto modelo pero de convergente gradación empuña “Mar Otra Vez”. Sea
o no el título un guiño a los recordados madrileños que en los 80s poseían
idéntico nombre, sus secuenciaciones se construyen sobre los mismos ecos, las
mismas reverberaciones, los mismos puntillazos inherentes al intelligent
techno. “Mar...” me recordaría algunos remixes de Global Communication si no
fuera por la textura analógica del Sintetizador DX10 que erupciona hacia el
colofón -fantástico cierre.
Subido el primer día de la última primavera, Siempre
Hay Mar EP es un enorme paso hacia adelante en el siempre difícil camino de
la reinvención como artista, tenga esa cuestión Noriega en agenda o no. Ahora
le falta superar el otro reto -el de un largo tras muchos años en los que sólo
han menudeado EPs. Mario Silvania -de actuación estelar en “Mar Otra Vez”- produce
este último. Las vocales femeninas en “Natasha Meets...” y en “Naufragar Y
Flotar” son de la artista interdisciplinaria María Laura Vélez.
Más allá de disquisiciones generacionales, toda
persona que haya visto durante largas temporadas los viejos cartoons de Looney
Tunes y/o Merry Melodies debería acordarse automáticamente del personaje del
Lento Rodríguez. Exacto opuesto de su primo Speedy Gonzales, aunque “el ratón
más cansado en todo México” no debe haber aparecido en pantalla sino tres o
cuatro veces, ello no impidió que se hiciera de inmediata recordación. Quién
sabe fuera su nombre o su flemática pinta, lo cierto es que se convirtió en inadvertido
icono de esos vetustos dibujos animados.
¿Por qué una nueva banda peruana adoptaría el
chaplín de Lento Rodríguez? No imagino ningún buen motivo, y a la vez me parece
tamaña jugadaza. Los muchachos tienen un EP editado en el ‘23 (Felicidad En
Dosis Exactas), que no he podido escuchar porque desgraciadamente sólo se
encuentra disponible en Spotify. Algunas voces apuntan a un shoegazing de
humores oníricos. Ese mismo coro habla de una sorprendente reorientación en su
puesta de largo, New New Wave, acaecida en septiembre del ‘24. Mérito
extra si se tiene en cuenta que Gustavo Rizo Patrón, guitarrista, tecladista y autor
principal del combo; se ha afincado en New York, donde ha dado los toques
finales a su nueva criatura asociándose a Howie Weinberg y a Pablo Moreyra.
El grupo, que completan Javier Espinosa
(guitarra), Carlos Freyre (batería), Susana Fátima (voz) y José Luis Contardo
(bajo); se ha abroquelado en derredor del pop. No de uno burdo, sino capital,
que acredita ensoñador linaje indie de las líneas española e inglesa. Rarísimo
es el pasaje en que puedan detectarse atisbos de sobrecarga, vestigios de
distorsión. Más raro todavía el segmento en que la música produzca sobresaltos.
Todo en Lento Rodríguez atesora una factura muy cuidada -adornos de teclado de
bonita orfebrería, batería de buen pie y siempre pronta, eléctrica que encanta
y arropa antes que sedar y arrebujar, bajo que calza y acuña sin hacerse notar...
Que New New Wave sea un ejercicio de
pop estoicamente contenido y ejemplar no sólo se nota en esos detalles. También
en la férrea determinación de prevalecer a salvo tras cánones de ese pop que
nunca ha sido sinónimo de accesibilidad gratuita -es decir, perfecto (o casi).
En “Palermo”, por ejemplo, me hicieron pensar en los olvidados The Magic
Numbers; drenados de la excesiva cantidad de polisacáridos de carbono a que
eran tan proclives esos ingleses. En la semi-balada “The Rite Of Ipanema”, el
quinteto parece sentirse tentado a subir a altitudes similares a las de los
primeros Red House Painters. No ocurre tal, sino que se mantiene en sus trece,
y esa mesura es también parte de su encanto.
Tan decisiva como la disciplina instrumental
es la que exhibe Susana Fátima frente al micrófono. La limeña tiende a cantar
como sus pares lo hacían en los viejos 80s, otorgando así mayores brillos al esférico.
En éste, y pese a lo que sugiera su peculiar bautizo, Lento Rodríguez no se asemeja
a The Housemartins o a Aztec Camera. Otra cosa es que exista una comunión
fundamentada en la pulcritud de un pop mesurado (“Tortoise Sunglasses”),
sofisticado (“Substitute Connections”), que no teme ni medio segundo abrazar
una melancolía sugerida, dosificada, exquisita. Cualidad que agradezco mucho en
estos aciagos días.
No es “confusión” la primera palabra que
acude a mi mente cuando escucho la obra de Piero Limaco. Tampoco “pereza”. Sin
embargo, el ayacuchano se acoge a la definición que ésta sostiene para no sólo
definirse como artista (en entrevista concedida al blog Vanguardia Peruana Y Sonidos Contemporáneos), sino asimismo describir a su debut en estas lides.
Algo de razón debe asistirle, porque Eclipse 2022-2024 destaca en la
propia denominación su carácter recopilatorio dentro de un período de tiempo
delimitado. Infrecuente es en estos días, ciertamente, la oportunidad en que un
músico o grupo se estrene con opus de esta naturaleza, por lo menos de manera
tan evidente.
No creo que Eclipse... haya sido
concebido bajo otras premisas que las de la exploración, del ensayo, de la
experimentación. Su norte nunca fue la magnificencia. Todo lo contrario.
Algunas de sus dieciocho piezas poseen el acabado de composiciones completas,
pero la mayoría abriga una estética sin bruñir, tosca, no procesada -son más
fragmentos de canciones, antes que canciones propiamente dichas. Es probable
que ello responda a la urgencia de Limaco por inmortalizar el momento, y con
ello tal o cual estado de ánimo, por lo que cabría hablar de una suerte de
metodismo polaroid. Capturar en cierto modo el aquí y el ahora, antes de que éstos
se desvanezcan, es por lo demás un curso de acción que discursos como el jazz o
el post rock han priorizado.
Lo del músico surandino va de otros sabores.
Canales como “Te Disocias Contigo Mismo”, “Sarajevo” o “Para Ti Todos Quieren
Morir” están signados por una electrónica que puede llegar a ser recia cuando
se enterca en ello (“Palacios”). Otros, como “Ucrania”, “Suenho”, “Anallemeinefreunde”,
“Nubes” o “Heimweh”; van del pop paisajista al refinado. Algunos más prefieren
adentrarse en una indietrónica que parece hecha al guerrazo, como “Cuántos Días
Han Pasado” y la barbitúrica “Buscando Vidrio En El Mar”. En los hechos, pues,
asoma razonable elegir el rótulo de “bedroom indie” para tratar de abarcar este
capítulo de cabo a rabo -aunque siempre logran escurrirse algunos asaltos de
posología incomprensible.
Ahí están los casos de “El Lado B De Tu
Rostro” o de “Detrás De Ti”. En giro para mí inexplicable, Piero Limaco le da
tribuna al trap, subproducto a-cultural en el que no merecería gastar su
talento ni medio minuto. Asumo es la clásica diferencia insalvable entre una
generación y otra, y para el man hacer trap es tan válido como esculpir pop,
electrónica o indie. Sus razones esgrimirá (y yo las mías).
Me quedo con la imagen, ergo, de
edificaciones sonoras a medio concluir. De masterizaciones cojas. De fallas
involuntarias e igualmente bienvenidas. De mezclas finiquitadas a la prepo.
Como ya han enseñado notables antecesores suyos, dentro y fuera del país, acaso
no haya mejores condiciones para desplegar con tino y tacto visiones personales
sobre amores inacabados, penas insondables, las propias sombras que no se
suelen compartir con nadie, los demonios del pasado que aún resta exorcizar,
las puertas que debes definitivamente cerrar. Eclipse 2022-2024 no será
la clave determinante, pero ayuda su poco.