(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 2 de julio de 2025.)
Luego de un tiempo relativamente alejado de
su faceta como músico, estrenó Fernando Pinzás durante el último trimestre del ‘24
Ballet Mecánico, proyecto donde él tiene la última palabra y en el que las colaboraciones
son más que bienvenidas. Se establece así una diferencia clave respecto de
grupos anteriores en los que participó, como Specto Caligo y los recordados
Varsovia. A posteriori de los singles de adelanto “No Cederé” (10/24) y
“Testamento” (1/25), BM libera su debut en marzo del presente a través de la
discográfica Buh Records.
Mencioné hace un momento las colaboraciones.
En esencia, éstas han tenido lugar a la fecha en el rubro de la voz, dándose el
caso de tantas vocalistas invitadas -sí, todas ellas mujeres- como de episodios
provee el largo, exceptuando la epilogal remezcla de “No Cederé”. La suerte es,
en consecuencia, variopinta.
Pinzás ha erigido un opus de synth pop
ochentero clásico con debilidad por la decoración Hi-NGR e italo-disco. No
siempre es así, por cierto. En canciones como “Fábricas Del Miedo” y “La
Memoria Es Un Acto Político”, Ballet Mecánico se enfunda en la piel de la ochentosa
electronic body music. Monocordes, cortantes, airadas; las voces escogidas para
ambos números -Anabhell y Kat Kathia, respectivamente- calzan de plácemes con
la contundencia cuasi industrial y el agresivo synth punk para caderas que ellos
encarnan. No es tan simple abordar el resto de Primera Secuencia, sin
embargo.
Cuando las programaciones se adelantan un
poco a la fecha de origen de su matriz (menos próximas a los 80s que a los 90s),
las melodías se hacen más recordables, el delay se aposenta en los lugares
correctos, las atmósferas se empañan de melancolía y los teclados se vitrifican
hasta traslucirse. Ésa es la mejor performance para las vocales de Luz Cáceres (a) Luxsie (“Mascarilla”), Luminiscencia (“Testamento”) o Noelia Cabrera (“Como
La Última Vez”). Emergen efluvios de O.M.D., de Yazoo, de Soft Cell e incluso del
primer New Order. Cuando no ocurre tal cosa, sino que se prioriza el
esteticismo/efectismo Hi-NRG/italo-disco, aunque los arrestos suenen bien
elaborados, carecen de la chispa emotiva de sus pares -y en ese contexto, hacen
lo mejor que pueden gentes como Susana Fátima (“No Cederé”) o Laura Rosales (“Rosa
Era Inocente”). Por fortuna, esas oportunidades son las menos -para más inri,
ubicadas al inicio de la jornada.
El grueso del álbum está, pues, a la altura
de las circunstancias. Synth pop contenido de ingente carga emocional tratando simultáneamente
de sonar lo más minimal que se pueda, bebiendo a veces del output de El Aviador
Dro Y Sus Obreros Especializados (pero no de su divertida retórica). Cuando no,
new beat de ecos a lo Front 242 o Neon Judgement, y hasta de unos Nitzer Ebb
con las secuencias desmontadas.
El único rato en que se funden todas las
variables puestas en juego a lo largo de poco más de 36 minutos es “La Ciudad
De Los Incendios”. Su conjunción de Hi-NRG, marcialidad proto-EBM, teclados
veleidosos como ellos solos y una voz que se afantasma sin disolverse (Angélica
Carlos a.k.a. Elva Cío, camarada de Pinzás en Specto Caligo); le hace
merecedor de un espacio insular. No digo que sea la mejor canción del vinilo,
sino que es la de sonido como no tiene otra en éste.
Correcto primer paso. Muy artístico y entrañable,
también. Para sortear hándicaps y superarse a sí mismo, Fernando debería: 1) equilibrar
la balanza en cuanto a estilos de los que se nutre, y 2) pensar en una cantante
estable, de registro amplio. Sólo así sacará todo el partido posible de sus
potencialidades y conseguirá puntaje perfecto. El de Primera Secuencia va
bien para un bergantín que recién zarpa.
Aún no tengo el gusto de conocer a Valentín
Causillas. A riesgo de equivocarme, lo alucino alguien todavía con el pellejo
verde, coetáneo de Nicolás Prado, de la tropa Haiti Bon Aire o de la mancha de
Antibióticos. De todos ellos algo tiene su escueta primera entrega Dendritas
Oscilantes, de apenas 26 minutos más sencillo, embebida en desparpajada
conchudez con la cual rondar tendencias aglutinadas alrededor de dos cepas
entrelazadas: el ruido fecundado por la actitud punk y la fascinación por la
distorsión ominosa.
Comienza a sonar “XXX Rated Speed Grindcore”
y piensas automáticamente en Leonardo Bacteria, fallecido frontman de
Insumisión. No porque Ayarwhaska -alias de Causillas- sea un facsímil del u-ni-per-so-nal
de Leo, sino porque la inspiración es clarísima. Mezcla de grindcore y gabber a
velocidad supersónica, “XXX...” navega los mismos mares encrespados que el
digital hardcore de Insumisión a partir de La Frustración Lo Cubre Todo
(2000). Como éste hay varios surcos en la decena que integra el repertorio del
cassette, si bien dotados de intros diversas: “Torturados Serán Los Alzados”
(cuyo pistoletazo de salida parodia los viejos programas de variedades
setenteros), “El Harsh Es Lo Único Que Me Excita” (que de harsh no tiene nada,
con sus bpms fuera de control), “Desasosiego” (su engañoso preludio de rock
grave y solemne experimenta un quiebre para aplastarte despachando avalanchas
de drum’n’bass deforme), “Matas El Pueblo Por El Que Luchas” (sampleos de La
Boca Del Lobo y del cleptócrata oriental Fujimori, colándose por en medio
de frecuencias que colapsan ante la voluminosa carga que soportan).
Por contraste, hay otros tantos cortes que asoman
bastante más convencionales, pese a que Ayarwhaska se las arregla para
preñarles de elementos bizarros con que tender vasos comunicantes hacia sus similares
del párrafo anterior. El primer ejemplo de ello es “En Colono”, que suena a
punk noise de sucio ruido ascendente. Por la misma trocha se desplazan “Memorias
Gwiyomi Nyan Cat”, egg punk de desprolijidad absoluta que muta hacia el final
en webcore (y cuyo bajo modélico es lo único que sostiene su caótica naturaleza),
el inusualmente dilatado “Tres Gallos” (noise rock desestructurado de guitarra
aporreada), el cierre “Psykodemia!! (Asko)” (que más parece una unión a la mala
de distintos retazos).
Punk + noise + distorsión + gabber, entonces.
Tal es la consigna hecha lema por el joven Valentín. Lema que, como suele
suceder, no tiende a la uniformidad -y que tiene en Dendritas Oscilantes
una excepción para confirmar la regla. Ésta es “Puti Jazz”, pista diminuta que
así y todo se da maña para hacer sonar saxos ¿andinos? ¿afroperuanos?, por
entre masas asesinas de abyecto noise. La exceptuación -a duras penas- de una
experiencia frikeante que pone a prueba, una vez más, tu capacidad de aguante en
relación a formas no convencionales de crear música/no-música. Como sucede con
Ballet Mecánico, se porta asimismo Buh con la manufactura de la cinta.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 19 de febrero de 2025.)
LOS DISCOS PERUANOS DE 2024 QUE NO ALCANCÉ A
RESEÑAR (IV)
Colgado en plataformas un mes antes de que finalice
el ‘24, dudé prácticamente hasta el último segundo en escuchar o no Zambo Urbano, ¿compilación? que reúne nuevamente a Rolo Gallardo y a Tribilín Sound para homenajear al desaparecido Arturo Cavero, santo patrono en la
hagiografía de las músicas afroperuana y criolla. Primero, porque mi afición a
las sonoridades de raíces negras no se lleva con mi desprecio hacia el arte
decadente de los herederos de la casta “blanca” que ha dominado el país desde
su nacimiento y que siempre hipoteca el bienestar general al suyo propio. Y segundo,
porque si bien me parece divertida la subversión mashup de Tribilín Sound (pese
a que rato ha ya no lo sigo), a Rolo Gallardo en su faceta de hip hoper casi no
lo manyo. De sus días en los horripilantes Bareto, mejor no hablar.
A la postre pesaron no sólo el cachondesco
sentido del humor de Tribilín Sound, sino también el pull de colaboradores/as invitados/as
por la mancuerna, así como un precedente que podía echar luces sobre lo que
mostraría Zambo Urbano. Ese precedente es Proyecto Zambo,
publicado en el ‘19 y acompañado del artefacto de remixes de ley recién en la
víspera de las últimas fiestas patrias. En ambas rodajas, acompañan al tándem
nombres como Novalima, Dengue Dengue Dengue, Quechuaboi y Vudufa.
Para mi mala suerte, Zambo Urbano dista
mucho de lo que sus antecedentes me hacían pensar. Aunque existen intervenciones
sustanciales tanto de Gallardo como de TS, éstas son equivalentes a las de los/as
artistas convocados/as para la ocasión. La mayoría de ellos pertenece a predios
hip hop, a excepción de uno o dos que se esconden en la tramposa etiqueta
“urbano”. “Bueno, lo dice el título del largo. ¿Qué esperabas?”. Esperaba que
menudeasen los sampleos de Cavero y que se deconstruyesen con hartos punche e
ingenio sus clásicos. Pasa lo primero, no lo segundo.
Jirones del inconfundible vozarrón del
“Zambo” aparecen por todo el esférico, recontextualizados según lo destine tal
o cual participante. Sin embargo, con la solitaria excepción de “La Abeja” (donde
el sampleado finado es protagonista excluyente de una inteligente reversión en dialecto
jamaiquino), las letras de sus canciones apenas son entonadas por los/as
vocalistas de turno. Éstas, de hecho, son sólo tomadas como breves puntos de
partida para lanzar fraseos de inspiración propia. No se trata de
modificaciones parciales, sino de líricas -limericks, en este caso- nuevas en
un 95% o más.
Definitivamente no es lo que había previsto.
La inclusión de Tribilín Sound, que prometía algo varios cuerpos más loco,
resulta en el balance engañosa. Zambo Urbano es una colección de piezas hip
hop que podría ser piolera/ tomada más en serio si se hubiera explicitado su
verdadera naturaleza al presentársele. “Olga” (con DJ Prax y Pounda &
Nomodico), “Nuestro Secreto” (Chinono), “Callejón De Un Solo Caño” (Ali
Lampoa), “Se Acabó Y Punto” (Psiko-Delia, MC Bomgo & King Buaat)... Ninguna,
ni siquiera “La Abeja”, me parece especialmente extraordinaria. Mucho menos
esos números en que dicen “aquí estoy” esperpentos como el trap (“Y Se Llama
Perú” con Chispa Rap, “Ésta Es Mi Tierra” con Maco) o involuciones peores (el
vomitivo reggaetón de Mostradamuz y “Rebeca”).
Siempre campechano, el “Zambo” se lo habría
tomado olímpicamente. Yo, nones.
Mentiría si dijese que era consciente del
lustro transcurrido entre Simbiosis y Colisión Brutal, nuevo
álbum que El Jefazo editó en junio último. Sabía que el trío andaba buen rato
sin despachar nada sustantivo, pero no cuán extenso era este hiato. Quizá ello respondía
tanto a la salida del directo Tormenta Mental - Live At Woodstaco 2019
en mayo del ‘22 como a los pálidos réditos que éste ofreció. Siendo EJ uno de
los combos más interesantes de la escena independiente, puntal indiscutible de
la asonada stoner junto a Ancestro, Tormenta Mental... no capturaba ni
las dimensiones épicas ni la colosal fortaleza, aún menos el nervio ignífero que
anima la música de la sociedad Sánchez/French/Monzón.
Lo primero que cabe decir respecto de Colisión Brutal es que el regreso le ha costado un poco a El Jefazo. Su baterista de
toda la vida, Renán Monzón, abandonó la alineación y fue sustituido por Adrián
Hinojosa, que también es acreditado como percusionista. Fundamentadas muchas de
las virtudes del grupo en el soporte rítmico, Hinojosa no lo hace mal, a
despecho de lo cual es claro que requiere de mayor rodaje antes de calzarse los
zapatos del ex. Y lo segundo que debe manifestarse es que los sencillos aparecidos
-ninguno de los cuales ha sido recuperado en Colisión...- datan del ‘20,
y el live fecha en el ‘19, por lo que cuando menos un trienio se ha
desvanecido sin que el conjunto produzca ni anuncie nuevo material. Acuartelarse
en invierno siempre pasa factura, incluso a los más pintados.
Colisión Brutal da la largada con
guiñazo al documental holandés sobre taxistas peruchos, Metaal En Melancholie (1993). Utilizando efectos como el delay o el reverb, “Metal Y
Melancolía” rescata las palabras de Jorge Rodríguez Paz, quien cita el poema “A Carmela, La Peruana” de Federico García Lorca para explicar la terrible
realidad que le había obligado a mutar de actor a chofer de taxi. El inicio es asaz
solemne en medio de sus fastos de vieja escuela, como para que la eléctrica de
Bruno Sánchez protagonice una acometida de psychedelic blues ahogada en
wah-wah. Más allá de su primera mitad, “Metal...” empieza a calentar motores,
sin salirse nunca de los cauces ocupados tras el arranque.
De allí en más, asistimos a una jornada cuya
masa muscular han trabajado principalmente el heavy psych y el rock de
connotaciones desérticas, y a la que el stoner rock perla pero apenas permea.
Salvo “Zarpazo” y algunos momentos en “Colisión Brutal” o en “Delta Acuárida”, Colisión...
ostenta un acabado más bien “clásico”: aunque no tienen la tesitura apolínea de
unos Deep Jimi And The Zep Creams, a los surcos les cuesta bastante trascender
el status de “epigonales”, sin menoscabo de su estupenda factura. Echo en falta
el entendimiento espontáneo, el achoramiento rabioso, la combustión liberadora;
que hacían de obras precedentes auténticos tratados de rock pesado/stoneado y
de pegada soberbia -y que les convertían en un fascinante mal viaje a cual más
que el otro.
No es que no haya disfrutado del tercer
esfuerzo de El Jefazo. Indiscernible, el bajo de Carlos French se ha prodigado
en su papel de indispensable contrapunto tanto a las baquetas de Adrián como a
las cuerdas de Sánchez. Brutalidad y dureza no le faltan al volumen, tampoco.
El problema es que, pienso, le hubiera disfrutado mucho más de no haber
coincidido las circunstancias descritas hace tres párrafos -si hubiese sino una
u otra, en lugar de ambas... Asumo es cuestión de que vuelvan a alinearse las
estrellas, como aconteciera en la briosa “Zarpazo” y en la primera mitad de
“Colisión Brutal”. Confiar más en la intuición que en la razón, para no tener
que soplarnos discretos solos a lo Satriani como en “Perro Seco”. Sí, fácil ésa
es una máxima a tener como axioma al encarar el próximo proceso creativo. Disco
modestamente transicional.
Para Fiorella16, José María Málaga cerró el
‘24 eyectando Mas(a)Océano desde los bytes de la novel escudería
cuzqueña Primaveras Digitales, hace poco más de dos meses. Se sostiene así un
período inventivo inusualmente dilatado que el arequipeño todavía se encuentra atravesando, a la par de una redefinición de conceptos al interior de su alias
más reconocible -o, por último, de una traumática sustitución de esas variables
que ha manipulado durante gran parte de su trayectoria.
Si en Suni A Través Del Espejo, al
alimón con Asteroide, ya se notaba cuán creciente era la relevancia que la
influencia de la obra de Sunn O))) ha cobrado durante los últimos tiempos para
Fiorella16; en Mas(a)Océano esa relevancia llega a modificar el perfil
mismo del proyecto, a saber si temporal o permanentemente. Es cierto que el
registro evidencia dos segmentos no opuestos mas sí distintos. Es cierto además
que el primero de ellos se compone de tracks bautizados como “Parte 1”, “Parte
2”, etc; acaso subrayando un concepto sólo válido en esta oportunidad. Pero
también es cierto que el discurso de Málaga bajo esta faceta sufre una
transformación mayúscula, no compartida por las improvisaciones en vivo que
vertebran la segunda sección del LP.
Efectivamente, las formas de Fiorella16 son
ahora pétreas y negruzcas. Sus atmósferas quedan hechas añicos debido a las subsónicas
frecuencias saturadísimas que descerraja, y en su lugar quedan instaurados
opresivos climas de oscuridad perpetua. Las espartanas melodías a las que
ocasionalmente da pie se eclipsan pronto (“Parte 1”, “Nulle Part”,
“Mas(a)Océano”), mientras esotéricos filtros surcan el encrespado mar de
texturas distorsivas. El escaso resplandor visible corresponde a violentados
destellos de luz que a lo que más se asemejan es a fuegos fatuos (“Parte 2”). Y
la voz del mistiano tiende a replicar los gruñidos e inflexiones guturales de
los de Seattle. Ése es el estado de cosas ¿actual?/¿de fines del ‘24? que se
agita en el universo de F16.
Poco o nada de ese ritualismo drónico florece
en la segunda parte de Mas(a)Océano. En ella se asientan tres ejecuciones
en directo, a cuyas coordenadas geográficas hacen alusión sus correspondientes nombres.
Psicofónicas intervenciones sonoras todas, tienden a parecerse bastante entre
sí, descontando el pulso secuencial de cada una. “Montevideo 2 Tatami Registros
- Uruguay” es comparativamente más relajada, por ejemplo. “Zárate CasaMou -
Argentina”, más extrema. Todas ellas, finalmente, pertenecen al pasado
inmediato del unipersonal. En beneficio de una experiencia más llevadera y
menos incómoda, habría sido atinado prescindir de al menos una -que de tal modo
se recortaba el minutaje a menos de una hora. Aunque, claro, Fiorella16 no
necesita hacérselo más sencillo a sus habituales escuchas.
Actualmente desbandados y sin posibilidades
de reunión a la vista, no sé cuánto tiempo duró la travesía de Haiti Bon Aire.
Agradezco, eso sí, que no hayan dado de baja su cuenta en SoundCloud -hasta
donde entiendo y junto a una exigua cuenta BandCamp, único lugar en el que puedes escuchar el que es su debut y
despedida, aparte de en Spotify: 9 Amenidades (अनमास्टर्ड). Trátase de un
puñado de mocosos airados que ni siquiera corre urgido de autoproclamarse
heredero del legado del fallecido Leonardo Bacteria, a quien dedican “Leonardo
Del Castillo AKA Leo Bacteria Miserito Jungle Conscious Break 11 Caleta”. Basta
y sobra con presionar play para corroborar a prima facie ese ascendente.
La de Haiti Bon Aire es una genealogía
gabber, como la que consolidase Insumisión entre los años 2000 y 2003. La
apertura “Eaf 27sept1969” se dispara a una velocidad inhumana de bpms, tan
imposible de descifrar al primer golpe de oído como efímero es su recorrido. De
unos cuantos segundos más de extensión es la subsiguiente “‘77 Up”, que añade
dosis de drum’n’bass desenfrenado cosecha Atari Teenage Riot (“Deutschland (Has
Gotta Die)”) al insoportable digital hardcore que el grupo unge como la médula
de su input. Ese huayco de bulla atronadora y demencial no hace sino
potenciarse en “La Rubia Tarada . Noche De Karaoke” y en “Pare Y Dolia”.
Recién con “Koupe Tèt Funk”, la casi
terrorífica celeridad de HBA consiente en ceder un poco. Es el canal más largo
en lo que va de reproducido 9 Amenidades (अनमास्टर्ड). No obstante, su
funk ensopado de ruido maniático y de onomatopeyas metálicas a granel nunca
termina de metamorfosear la piel. Tampoco lo hace ese banco de pruebas para
progresiones rítmicas varias y sampleos a destajo que es “Yo Vago”. Pese a su
brevedad (no llega ni al minuto y medio), el auténtico cambio se produce con la
enigmáticamente titulada “,”, cuyo reposo a golpe de falsa bossa nova es el
primer asalto del repertorio en ponerle el cascabel al gato.
Penúltimo round de la placa, “Leonardo Del
Castillo...” sube nuevamente el hebefrénico nivel de contaminación sonora, en
tributo que debe haberle arrancado una sonrisa a Leo Bacteria donde se
encuentre. Pienso que el plástico debió terminar aquí, redondeado en poco más
de 18 minutos. Por desgracia, Haiti Bon Aire añade una última creación, “Bater
Perna”, que eleva la duración global hasta superar los 25 minutos. Esto habla
de un corte que por sí solo roza los 7 minutos de propagación. Dado que es un ejercicio
infestado de grind noise en onda electrónica, como que acaba restándole algunos
puntos a 9 Amenidades (अनमास्टर्ड) más que sumárselos.
De todas formas, HBA ha sido una de las
sorpresas del año que pasó. A pesar de sostener desde sus respectivas
trincheras tanto el hardcore punk como el metal sendas cruzadas de músicas
agresivas y airadas, se extrañan propuestas así de tóxicas desde terreno
electrónico. Me hubiera gustado verles en vivo, aunque quién sabe, por ahí
regresan. De cualquier modo, aprecio la oportunidad de haberme vuelto a sacudir
con ese bullicio abarrotado de drum’n’bass, grindcore, techno industrial,
hardcore digital y gabber. Si su esencia aún persiste, un Bacteria harto
satisfecho tendría que haber experimentado lo mismo.
Acabando noviembre del ‘24, el ex Rayobac Miguel Uza lanzó su segundo disco a título personal. Coyunturas curiosas
rodearon la aparición de 20|22: entras en el BandCamp del músico y te das
de narices con abundante material colgado sobre todo en las postrimerías del ‘21
-dos compilaciones de demos y un álbum entero denominado iPadMorita, que
muy probablemente sea el legado inédito del acto del mismo nombre con que Uza editó
un sencillo allá por el ‘14 (“Pomabamba 393”). Empero, estos testimonios han
sido pauteados tanto antes de su homónimo debut (‘18) como de los singles que a
éste preceden, enfatizando un carácter “accesorio” respecto de ellos.
Con 20|22, queda claro que la
intención en la anterior jornada no era la de insuflar nueva vida al sonido de
los extintos Rayobac. Si bien algunos instrumentales están dotados de bajo y
batería (“Sin Título #14”, “Booster Rocker”), la mayoría de ellos no tiene sino
tempos sugeridos. El ejemplo de la obertura “Lo Que Hacía Mientras El Mundo Se
Estaba Muriendo” es sintomático: las guitarras de Uza no se perciben limitadas
por ataduras formales, ni se apegan a género alguno. Carecen de voces que (les)
dictaminen los tiempos, a excepción quizá de unas plumillas casi inaudibles.
Salvo los casos ya especificados, el resto de viñetas sigue el mismo sino.
Es entonces un disco de estética ambient, el
del limeño radicado en la Ciudad Condal. En 20|22, las eléctricas
permanecen todo el rato enchufadas, prestas a florecer improvisando secciones profusas en decoración minimal (“Sachi & Masao”, “Valentín San” -¿dedicada a su ex
partner en Rayobac, de apellido Yoshimoto?-). No siempre consiguen navegar en
medio de espesos cúmulos de albo vapor, ya que por muy ambientales que suenen,
las de seis cuerdas van premunidas de timbres grosos/pesados -como ocurre en “20|22”,
que parece las tuviera grabadas al revés, o en “Luz De La Mañana”. Así y todo,
el estilo que mejor le define es el que se acuñase a partir de los álbums en
que abandonó el pop Brian Eno.
Quedaba dicho que las excepciones de 20|22
son “Booster Rocker” y “Sin Título #14”. No son las únicas. A ellas hay que
sumar “Terrores Nocturnos”, para completar la terna de composiciones con que
Uza impone una interesante digresión hacia el pasado de su ex banda. A su modo,
cada una asume la tarea de reinterpretarle. Las adustas y rígidas eléctricas de
“Sin Título #14” enfilan hacia estratos más experimentales, sin llegar a los niveles
crípticos de otras experiencias. “Booster...” merodea entre el indie, el punk,
el slowcore. La más cacofónica de las tres, “Terrores Nocturnos” y sus cíclicos
intervalos de ruido y onirismo se aproximan mejor a las performances a veces
insoportables que en directo disparaba Rayobac.
Uza no es Archer Prewitt ni Vini Reilly.
Mucho menos David Grubbs o Jim O’ Rourke. Con todo, extrañamente suena a
inquietante híbrido de esos cuatro tótems. No es lo bastante árido como para
entrar en la categoría post rock, si bien sí le evoca. No levita suficientes
metros por encima del suelo como para mirarse en el espejo de The Durutti Column, aunque sí le insinúa. Y sus ocasionales ramalazos pop y/o rock no alcanzan para conjurar la maestría de un Prewitt o de unos The Sea And Cake. Pero
-jódete, otra vez- sí puede pasar por muy aficionado suyo.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 10 de abril de 2024.)
Constituida durante la segunda mitad del ‘16,
Medio Oriente es una discográfica algo autárquica con la que recién tomo
contacto. La sede social queda en Santiago de Chile, si bien su radio de acción
asoma extendido por todo el país, como lo demuestra la edición en julio pasado de
5avory, debut del viñamarino C3ntell4. Tampoco parece haber fronteras
estilísticas (pese a definirse como “sello independiente de música
experimental”), ya que la escudería acaba de publicar Plan Obsesivo de
Arboretum, en las antípodas de lo que mostrase el individualista afincado en
Gran Valparaíso.
La única referencia disponible sobre el
background de C3ntell4 alude a un tal Team Yingo, colectivo del que no he
podido encontrar la menor seña. Ni falta que hace, ya que 5avory habla
por sí solo. Es éste un opus fundado en bpms de velocidades entre maníacas y
furibundas, con cuyos efectos “nocivos” Medio Oriente ha deslindado cualquier
responsabilidad. La sobreexposición de/a tales zarabandas rítmicas revela casi
de inmediato las tradiciones digitales de las que el porteño se alimenta, todas
ellas noventeras: el drum’n’bass, su variante caricaturesca conocida como happy
hardcore, una relectura demencialmente galopante de lo que se difundió en la
región como techno trax centroeuropeo (“909db”), e incluso el gabber tremendista
de Angerfist o de Rotterdam Terror Cops.
La abrumadora mayoría del repertorio que
dispone aquí C3ntell4 habla de una obsesión enfermiza por la celeridad, no
importando si para ello tiene que echar mano de sampleos cotizados a la baja
-“Mr. Vain” en “I N33d You”, “Gangnam Style” en “Jorge Wants To Be Hardcore But
His Own Mom Won't Let Him!!”- o servirse de
subgéneros de dudosa reputación como el eurobeat. Eso, por un lado. Por el
otro, el unipersonal satura frecuencias y estrangula pistas vocales para
redondear el pathos festivo de su música. Bien en concentraciones de frikis y/o
gamers, bien en discotecas retro de electrónica mainstream, 5avory cae
como pedrada en ojo tuerto -aunque niveles de ruido y distorsión sean demasiado
para oídos sin curtir.
En atención al concepto ofrecido por Nicolás Prado, se me ocurre que lo de C3ntell4 no se planta lejos del webcore. Temas
como “Jumping Between Cl00uds” o “City Of Nothing” podrían reclamar la etiqueta
sin sonrojos. Hay otras composiciones, sin embargo, que no se adhieren al
marbete; indicando tránsitos diametralmente opuestos. Una de ellas es
“Etherd034”, bastante más pausada que sus pares aunque igual de acerada. La
otra es “Night Of Cumbia Dreams”, suerte de cumbia ¿perreada? contundida por
astillas de chirriante noise digital. Digresiones que subrayan una saludable
ausencia de prejuicios cuando de testear caudales sonoros se trata. Otra cosa,
eso sí, es que me cuadre el material escogido -al menos no en el segundo caso
mencionado.
El contrapunto perfecto para “Night Of Cumbia
Dreams”, propuesto por el propio ex TY: “Sometimes You Just Have To Drink
Bolifruta And Keep Going”, que samplea el “drip drip drip drip drip drip” de
The Cure en “10.15 Saturday Night” (¿o metasamplea el muestreo super
deformed que de éstos hace Massive Attack en “Man Next Door”?).
(Elaborado a partir de un posteo publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 24 de abril del 2023.)
Desenredar los innumerables hilos con que se
entreteje una crónica, cualquiera sea su naturaleza, siempre va a ser empresa
ardua -por no decir intrincada. Si lo es teniendo todo a favor, imagínate lo
que es con varios hándicaps encima: relato coral, desinterés de uno/a o más de
los/as protagonistas, legado a auscultar escaso o nulo, acceso parcial/restringido
a documentos de época... Multiplica el factor de dificultad por la cifra
correspondiente a quince biografías, aunque no todas completen la cartilla, y
vas a tener que hacer frente a un proyecto in-men-so. Sin otro apoyo que el de
los/as compas que se compran el pleito. Sin más fondos que los tuyos propios.
Tras dos bienios de exhaustiva investigación
y demandante trabajo de campo, Juan Pablo Villanueva ha editado Saldando
Cuentas Pendientes: Las Bandas Olvidadas Del Underground Peruano 1990 - 2010.
De arranque, el subtítulo establece determinados parámetros, el más notorio de
los cuales es el del período de tiempo. Desde que empezase el boom de la
literatura referida a las músicas peruanas de diversa índole, probablemente sea
éste el primer esfuerzo de largo aliento posicionado de los 90s en adelante. El
detalle es importante, porque las revisiones bibliográficas hasta ahora bocetadas
se han orientado a la fundacional escena peruana instro-garage-surf-beat, que
floreció entre el ‘63 y el ‘75; o en su defecto enfocado en el rock subterráneo
mal llamado “clásico” (80s y principios de los 90s).
La segunda particularidad a resaltar se
vincula al campo específico de acción -los circuitos independientes nacionales.
Hace casi cuarenta años se pretendió consolidar una movida mainstream que,
instantáneamente, quedó fosilizada. Con el tiempo, se incorporó uno que otro
nombre, pero aún hoy esa entelequia sigue siendo propiedad de los mismos
sospechosos de siempre. Para verificar esta afirmación, basta con escuchar por
espacio de media hora la “radio-rock” de tu preferencia, o chequear ese bodrio
fílmico que responde al nombre de Avenida Larco: al risible Pedro Suárez-Vértiz,
los cochambrosos Río, el veintiúnico hit de Jas o los vendidos NoseQuién Y NoseCuántos;
sólo se les deja de lado para poner canciones de conjuntos pusilánimes como Libido
o Mar De Copas.
Con pros y contras, el underground peruano sobrevive
como la suma de territorios todavía vírgenes para audiencias masivas, donde las
ideas se vuelven más avezadas; sin importar la densidad o liviandad de las variopintas
propuestas que dentro de sus linderos grupos y solistas concretan. De todas
ellas, Villanueva ha escogido reivindicar el espectro hardcore punk, salvo
algunas excepciones evidentes ni bien se interroga el índice -Insumisión
(industrial y gabber), Perú No Existe (post punk), Atrofia Cerebral (grindcore)
y Dios Hastío (crustcore). Por sus páginas, en efecto, desfilan gentes como
Paroximia, Autonomía, D(estruye)H(uye y)K(rea), Irreverentes, Morbo, Generación
Perdida, Deskontento y P(ateando)T(u)K(ara). Combos todos ellos comprometidos
con el punk y el hardcore en sus diferentes encarnaciones -destroy, fastcore, d-beat,
punk español, power violence, etc. Por qué asumir la rehabilitación de estas
asociaciones y no la de otras, es algo tan subjetivo como válido -total, bandas
extraviadas en los anales de la historia de la música pop perucha hay para
regalar a manos llenas.
En Saldando Cuentas Pendientes..., el
frontman de Fukuyama ha apelado a una estructura mixta. Por un lado, el texto
toma apunte de lo mostrado en Por Favor, Mátame (‘96), esa historia oral
elaborada a partir de declaraciones de los/as principales animadores/as del
estallido punk, hilvanadas por Gillian McCain y Legs McNeil. Por otro lado, y a
diferencia de Por Favor..., el autor ha articulado no sólo las palabras
concedidas ex profeso para su libro por individuos pertenecientes a los varios
estamentos que conforman una escena/subescena; sino también ha rescatado
reseñas y notas periodísticas publicadas durante y después de esos convulsos almanaques.
La argamasa que ha unificado todos esos sintagmas de información ha sido la voz
de Villanueva, no sólo a través de largas introducciones y concatenando
párrafos para darle una dirección a la narrativa de cada capítulo, sino también
con sendos acápites que proveen de contexto al lector/a la lectora según la
década que corresponda y un interesante epílogo de visos historiográficos separado
en dos segmentos -el cuestionamiento de la etiqueta “rock subterráneo” y el
futuro de los remozados circuitos hardcore punk. Afortunadamente, pues, el volumen
no se contenta con ser un mero registro compilador de los anecdóticos decires
de otros/as; como sucede con el dizque “clásico” de McNeil y McCain.
Entonces, ...Las Bandas Olvidadas Del
Underground Peruano 1990 - 2010 merecería una salva unánime de aplausos por
el esfuerzo, profundo y serísimo, puesto en reconstruir lo más objetivamente
posible los caminos -todos ellos accidentados- de quince formaciones que
desempeñaran roles importantes, según criterio del escritor, desde las
trincheras de resistencia que cada una ocupó de cara al mainstream. Lo merecería
aún más, si la intención original de Villanueva se hubiese realizado, ya que el
primigenio esquema contemplaba además a Nada Tuyo, Contracorriente, Muerta
Humanidad, Carnaval Patético y Kaos Endémico. Esto es, ya sentado el músico a
planificar en serio el libro -porque cuando éste era apenas una idea sin contornos
precisos, se pensó asimismo en SFC y en Manganzoides (estos últimos descartados
de plano porque, si bien geniales, fueron todo en su tiempo menos olvidados).
La loable iniciativa de Juan Pablo parece no contar
en absoluto, sin embargo, para un sector de la movida independiente nativa; que
más de un mes antes de colocar la editorial Entes Anómicos en venta el texto vilipendió
a éste y a su padre, enumerando otros tantos alias perdidos con el propósito de
minimizarles. Más grave -de cara a los incitadores, claro- ha sido esgrimir alegatos
relativos a la cuestión de la equidad de género. Sobre lo primero, habría que recordar
que cualquier libro puede escribirse a partir de la idea más pequeña, sin otra justificación
previa que la del gusto. Como es evidente, puedes estar de acuerdo o no con el
criterio de selección del autor -por qué resarcir géneros que en el fondo no
ofrecen ya nada nuevo, o por qué revalorar bandas deplorables como Irreverentes
o Anfo. Lo que no puede hacerse es condenar casi 250 páginas en ese momento inéditas,
de impecable investigación testimonial, sólo por el hecho de colgarles el “sambenito”
del hardcore punk -o porque no ha sido considerado tal o cual grupo.
Y sobre lo segundo, igualmente habría que
recordar que, cuando eliges un tema de tesis; el punto focal sobre el que deben
converger los esfuerzos de documentación y argumentación es precisamente ese tema
-o el jurado que evalúa la tesis comenzará a hacerla añicos. Personaje
histórico de la movida (Atrofia Cerebral, Descarga Nociva, Espirales, Matus,
TRIBU), Richard Nossar ha señalado que la proporción entre hombres y mujeres al
interior de los line-ups surgidos durante los 80s y los 90s era cualquier cosa
menos proporcionada. Es cierto. No menos relevante que esa aseveración es
preguntarse por qué, pero ésa es una interrogante que absolutamente nada tiene
que ver con el corazón de Saldando Cuentas Pendientes... Villanueva seleccionó
una veintena de grupos que considera fueron excelentes y a la vez ninguneados,
de veinte pasaron a ser quince porque cinco lo huevearon hasta que se cansó de
esperarles/de arranque no quisieron saber nada del asunto/estaban completamente
desaparecidos, y de los quince restantes él le dio tribuna a todos/as quienes
quisieron relatar su versión de la historia grupal que estelarizaron. En esa
selección, nada tuvo que ver el género. Allí están, para ejemplo, los
testimonios de las mujeres que participaron en Generación Perdida (Aracelli),
en Ratas Rabiosas (Sandra) y en Perú No Existe (Katty). Incluso es menester considerar
la decisión de no declarar de Rochi (Irreverentes), a pesar de las muchas veces
que Villanueva insistió en ello. Por qué el resto de alineaciones no incluyó
féminas, es una cuestión que los demás integrantes y las propias mujeres que pululaban
en las escenas independientes deben responder, poniéndose así la cuestión sobre
la mesa en otra oportunidad -y que el texto de Villanueva, que lo que está
haciendo es historiar el devenir de esos combos, no tiene por qué absolver.
Pese a que algunas plumas han calificado el
libro de altamente recomendable (me incluyo), hay un par de instancias que impiden
que ...Las Bandas Olvidadas Del Underground Peruano 1990 - 2010 obtenga
puntaje perfecto. Una de ellas está referida al aspecto formal, mientras que la
otra se relaciona más al enfoque de su contenido. Con relación a la primera,
existen discrepancias entre el índice y el texto a partir del capítulo de
Atrofia Cerebral: éste debería empezar en la página 117 y lo hace en la 119. En
similar situación se hallan todos los capítulos posteriores (Anfo, Irreverentes,
DHK, Paroximia, Morbo, Ratas Rabiosas, Deskontento...).
Con relación a la segunda, durante una de las
presentaciones de Saldando Cuentas Pendientes... la ponente Teresa
Cabrera advirtió que en algunos pasajes de la obra, la única voz agresiva es la
del autor. Observación pertinente. A despecho de sus años en Kill The ‘Zine,
a la pluma de Juan Pablo todavía le falta curtirse y crecer -entender que, así
como todo no es puro academicismo, tampoco todo es pura calle. En la aún corta
tradición de crítica de música pop elaborada en el Perú -escrita, narrada,
audiovisual-, los exponentes más visiblemente reconocidos han demostrado que la
ruta a seguir es la del aristotélico justo medio. Un repaso a los artículos de
Pedro Cornejo correspondientes a la primera mitad de los 90s, al legado de Caleta,
a la primera etapa del hoy inexistente Sigfrido Letal, o a la incansable chamba
del mejor crítico de pop/rock que ha tenido el país, Fidel Gutiérrez (quien
prologa SCP...); es suficiente para caer en la cuenta de ello.
Ambos reparos pueden corregirse en una
segunda edición. Ello, por supuesto, depende de factores ajenos a la (buena) voluntad
de los involucrados en la confección y producción del libro -del que, de otro
modo, bien ya podría hablarse como de paradigma para futuras investigaciones. Cabe
preguntarse cuánto tiempo habrá que esperar para que esfuerzos similares hagan
lo propio con agrupaciones de sesgo dark-gothic (Azules Moros, Danza Rota, La
Devoción, Espergesia, Flagelo Clériga, Terminar, Feudales, Aura, Pompeya,
Ilusión Marchita), indie (La Molicie, Persépolis, Rojos Calientes, Callahan,
Rayobac, Golden Chameleons, Cabezas Descalzas, Mi Jardín Secreto, Cocaína, Moon
Over Soho), avant-garde (Lunik, Yume Station, Tica, Jardín, M.A.R.U.J.A.,
Colores En Espiral, Ozono, Rapapay, L- Ror, StereoKultivoX). Eso, por mencionar
sólo tres estilos en los que nuestros circuitos independientes han sido
generosos en cuanto a producción -y cuya repercusión ha sido magra en lo
concerniente a prensa (incluyendo la independiente, de hecho) y a público.
Tras varias búsquedas infructuosas en
Internet, queda claro que Electroshock: Compilatorio Oficial (1999)
merece -al igual que tantos otros trabajos diseminados hasta mediados de los 00s-
una reedición digital que le ponga a consideración de nuevas audiencias/le
preserve como legado de la escena independiente peruana. Pero al menos la
existencia de esa cinta compilatoria es de dominio razonablemente público en el
ambiente. Ello no sucede con su predecesora, que asimismo se llama Electroshock
y que constituye el principal motivo por el que ...Compilatorio Oficial
recibiera tal “subtítulo”. El primer Electroshock obra en poder de sólo
unas pocas personas, coyuntura más que suficiente para dejarle en modo free
download a quien lo quiera escuchar y replicar -y, de paso, contar parte de su
historia.
ENTONCES, LA
FRUSTRACIÓN NO LO CUBRÍA TODO (PERO CASI)
Con Maquinaciones (1997), el split al lado
de los magallánicos Lluvia Ácida, el finado Leonardo Bacteria logró
desembarazar a Insumisión del sambenito eurobeat que le había colgado su
epónima grabación del ‘96. En efecto, Insumisión se renovaba en ese 50/50
encausándose hacia el industrial más artero, por momentos cercano al gabber
(cf. “Raza Humana” o “Suicidio En Masa”). Leo andaba con todas las pilas
puestas tras un año en el que también había lanzado la seminal producción
peruano-chilena Infamia(Una Recopilación de Música Electrónica E
Industrial),
así que no pensaba en otra cosa que no fuera crear/editar/tocar. No
necesariamente en ese orden. Decidió, pues, ensamblar una nueva muestra
colectiva en tape; a la que bautizó Electroshock. Ésta vio la luz la
noche del sábado 1ero de marzo de 1998.
Tengo muy presente la fecha por varias
razones, todas ellas personales. Aquel día a las 7 pm, jugaban Sporting Cristal
y Universitario De Deportes por la cuarta fecha del Apertura. Tras unos años
magros en coronas, la U -equipo por el que he hinchado toda mi vida- había
comenzado la campaña arrollando a Melgar FC 3-0. Desafortunadamente, los dos
siguientes lances habían terminado en empates muy sufridos, contra el Sport Boys
(que igualó 3-3 sobre la hora) y el Deportivo Municipal (al que Universitario emparejó
laboriosamente). Se esperaba un triunfo contra Cristal, que al final no se dio
-el match acabó empatado a 1. Yo estaba medio fastidiado con el desenlace, así
que se me notaba en la cara una cierta molestia, más allá de mi habitual
seriedad.
Arranqué para el depa de mi hermano Sebastián
Pimentel, que entonces vivía en la cuadra 5 de Benavides. Lo había convencido
para ir a un concierto planificado por Bacteria en El Más Allá del boulevard de
Barranco -hoy un inmueble cayéndose a pedazos, que están rematando y/o
alquilando-. Encontré a Sebastián con un primo suyo, que conocía de vista, y
que esa noche me presentaron formalmente: Walter Rojas. Una persona con quien
también hemos llegado a ser buenísimos amigos. Días más tarde, me diría Sebas
que Walter -quien no se nos unió en la excursión barranquina- le comentaría que
se me notaba medio asado (razón no le faltaba).
La performance comenzó a eso de las 11 pm.
Eran los días en que, en lugar de darte un ticket, te sellaban el dorso de la
mano. Más práctico, en cierto modo: podías entrar, salir y regresar; con sólo
enseñar la marca impresa, prescindiendo del papelito de marras (que podías
extraviar por accidente). Pese a los 24 años transcurridos desde aquella noche,
ya casi 25, mis memorias serían más precisas si no fuera por algunas
circunstancias. El Más Allá se parecía a la casa desvencijada en medio del
bosque de The Blair Witch Project, pues se trataba de un local más bien diminuto, y encima compartimentado. Para peor, la iluminación -adrede o
involuntariamente- era precaria, programada la cortadora de luz para disparar
senescentes azules cerúleos. Lo avanzado de la hora, por último, nos impidió
quedarnos hasta el final -creo que Insumisión y Kyleran fueron a quienes
llegamos a ver.
El único testimonio objetivo de aquella
ocasión, por ende, es el cassette; que escuché al día siguiente y que ha permanecido
conmigo todos estos lustros. Un registro que, afirma Kyleran, se confeccionó
apresuradamente: diseño y gigantografías corrieron por cuenta suya, y la
maqueta se duplicó en masa contratando los servicios de una comadre
especializada en hacer esa misma chamba para grupetes de idiotizante tecnocumbia
favorecidos por el gobierno de turno. Para más señas, Electroshock sólo
se pudo adquirir esa noche, al pagar el derecho de ingreso. No se puso posteriormente
a la venta el saldo que no llegó a moverse durante la tocada: si luego ha
aparecido alguna vez ofertado en tiendas, han debido ser ejemplares
distribuidos el 1/3/98.
TROGLODITA DANCE
El valor de este Electroshock debe
aquilatarse mensurándole a través de dos perspectivas diferentes. Empiezo por
la menos obvia, al tratarse de una rara avis -la intrínseca.
Al establecernos en 1998 y mirar hacia atrás,
la música electrónica perucha de vieja escuela todavía usaba pañales. Los
combos y artistas adscritos a ella cultivaban el synth pop y el industrial/post
industrial, y no muchas más gradaciones entre uno y otro extremo. Los subgéneros
de sesgo rave y post rave apenas estaban dando sus primeros pasos. De modo que,
con distinta suerte, los cuatro nombres involucrados en Electroshock
propusieron rutas divergentes para oxigenar el incipiente panorama de nuestras músicas
electrónicas, en una época en que éstas todavía libraban muchas y muy duras
batallas para romper los prejuicios que dominaban al público consumidor promedio
de la movida capitalina. Techno minimal, amagos de trip hop, esbozos de jungle,
posología Detroit, gabber... Esos nombres fueron los de DJ Kyleran (cuyo chaplín
quedaría reducido luego a Kyleran), Mupne, Vacuna Tu Hijo e Insumisión. Tres de
ellos -los tres últimos- repetirían experiencia en Electroshock:
Compilatorio Oficial, k-set de rango más abierto que incluyó proyectos
experimentales cercanos al post rock y a la electrónica de nueva escuela como
Evamuss, Triplex-b-Macnafusa y DiosMeHaViolado -es decir, el otro frente
gracias al cual la electrónica nacional evolucionó y hoy goza de estupenda
salud.
Con media hora de extensión y monedas, Electroshock
abre fuego vía Javier Fernández (a) DJ Kyleran. Su póquer de cuatro surcos
tienta practicar un dramático update respecto de lo que venían haciendo nuestros
créditos hasta entonces. El individualista suena moderadamente cool y
comparativamente trippy en “Meridianoø” y en “Casco Viejo”, muestreando este
último una secuencia completa de drum’n’bass que taciturna se enyunta con la
ominosidad dantesca del EBM (según qué oídos, la pista puede causar una paraplejia
auditiva). Ambos números reflejan esa tensión urbana que no captan ni el
esmerado ejercicio rítmico de “Conspiración” ni el trippeo devenido en proto jungle
vuelta-de-tuerca-mediante de “V/F (Mezcla Errada)”. Sin embargo, la espina
dorsal de las programaciones y secuencias de las cuatro piezas -armadas con el
Sound Club, una reliquia tracker- es traspasada por el polirrítmico acid funk sci-fi
y el tribalismo intergaláctico de los estetas de la Ciudad Motor.
A la de Kyleran sigue la intervención de
Vacuna Tu Hijo, dúo formado por Renzo Ortega y Sun Cok que después editaría en
CD su debut y despedida La Popular Electrónica (1999), referencia que nadie
se ha tomado la molestia de rescatar aún. Las letras del dueto son inflamadas,
denunciatorias, de airada filiación punk; lo que es un puntazo a favor teniendo
en cuenta que en aquellos tiempos la dictablanda fujimontesinista había copado
los medios masivos de comunicación y silenciaba toda exposición de los crímenes
del/tentativa de crítica hacia el régimen. La conjunción de letras y estilo
escogido, no obstante, no favorecía al binomio. Acaso lo más convencional de la
cinta, VTH era synth pop del más elemental, que hace pensar en unos Depeche
Mode o unos O.M.D., los dos en estado pre-larval. El vector resultante
terminaba sonando demasiado naif, y eso les posicionaba cerca de lo que poco
después hizo una parodia de banda como Hijo De Marx (Ayacucho).
Mupne despacha el filo más intratable de Electroshock.
Bajista en la formación punk Azmereír (donde su desempeño fue
prometedor), Mark Reátegui colabora con el corte más largo, “Música Para Niños
Especiales”. Es éste un conglomerado algo frankensteiniano de diversidad de
estilos. Por espacio de más de 7 minutos y medio, Mupne testea diferentes
códigos de un solo round. “Música...” empieza en fase proto synth, para luego utilizar
beats de hip hop sobre los cuales juguetea la circularidad del artcore. El
género de Goldie y Roni Size desaparece prontamente, pero no el pastoso pulso hiphopero.
Traspasados los cuatro minutos, Reátegui samplea una risa histérica, a la que intercala la cadencia característica del reggae -golpe de batería en el tercer tempo de
cada compás. No puedo decir que me agradara del todo Mupne como acto (menos me convenció
el canal que coló en Electroshock: Compilatorio Oficial, “Cornolio For
Bonholio”), pero no le puedo mezquinar su ingenio y su natural inclinación a pulverizar
prejuicios.
Finalmente, Insumisión repite aquí dos de los
tracks más logrados de Maquinaciones, “Legalicen” y “Retrógrado”. Una vez
alabada la sampladelia del primero -ABBA/Erasure, la insípida Alanis Morissette,
un cajón afroperuano- y la metamorfosis industrial que ambos comportan, de contundencia
sin límite de caducidad, no queda mucho más para decir que lo que ya se ha
dicho antes en muchas tribunas.
ESTUDIOS SIN TRABAJOS
Bytes atrás, decía que la valía de este Electroshock
tiene que juzgarse desde dos puntos de vista. El segundo, el más evidente, es
el arqueológico.
Junto con “Cornolio...”, “Música Para Niños
Especiales” es todo lo que llegó a grabar el seudónimo de Mupne. Mark Reátegui
parece haber guardado definitivamente esa piel en el baúl de los recuerdos. Mucho
después, el hoy nuevamente Azmereír vivió una segunda vida -igual de corta- a
través de su unipersonal Rat Brain Dub Sound System (Cerebro De Rata EP,
del ‘11, todavía es su única entrega). En idéntico sentido, sólo una de las composiciones
que Vacuna Tu Hijo cede aquí fue re-empacada en La Popular Electrónica (“Plástico
Amarillo”). El tándem se desarmó en el año del Jubileo, fundando Ortega en el ‘04
la entidad R-Tronika, permaneciendo tanto él como Cok ligados al mundo de las
artes digitales.
En cuanto a DJ Kyleran, al año siguiente eyectó
su estreno Hábitat EP con tomas distintas -mayor duración, sampleos
añadidos- de casi todos los temas de Electroshock. Casi. El único que no
logró esa merced fue “Casco Viejo”. Luego apareció un disco que no he
escuchado, Geometric, tras del cual Kyleran guardó un dilatado silencio antes
de volver a sacar algo -Amarillo EP, 2016, por SuperSpace Records.
Actualmente, Fernández es padre de familia y vive en Canadá. Parece retirado de
la actividad artística; mas, como suele decirse, a todo viejo campeón siempre
le queda una pelea más dentro.
Leonardo Bacteria fue el que más lejos llegó
tras Electroshock. Siguió editando maquetas y discos, gestionando conciertos
y participando en ellos, hasta dar por concluido su insumiso viaje en el ‘05 sacando
Viva La Party, a medias con el ecuatoriano DJ Cholo. Leo se había
cansado de Insumisión y se hallaba listo para adentrarse en los predios de la “electroestupidez”
con Pestaña. Pero eso ya es parte de otra historia.
JUNTADO Y DOCUMENTADO
Digitalizado por el gran Dante Gonzáles -Sombras
Del Teatro, Casus Belli, Inversor Demente, Estación Perdida, Pestaña, Varsovia-,
Electroshock pasa a complementar el catálogo discográfico/maquetológico
de nuestras escenas independientes, siempre necesitado de rescates al por mayor.
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