(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 2 de julio de 2025.)
Luego de un tiempo relativamente alejado de
su faceta como músico, estrenó Fernando Pinzás durante el último trimestre del ‘24
Ballet Mecánico, proyecto donde él tiene la última palabra y en el que las colaboraciones
son más que bienvenidas. Se establece así una diferencia clave respecto de
grupos anteriores en los que participó, como Specto Caligo y los recordados
Varsovia. A posteriori de los singles de adelanto “No Cederé” (10/24) y
“Testamento” (1/25), BM libera su debut en marzo del presente a través de la
discográfica Buh Records.
Mencioné hace un momento las colaboraciones.
En esencia, éstas han tenido lugar a la fecha en el rubro de la voz, dándose el
caso de tantas vocalistas invitadas -sí, todas ellas mujeres- como de episodios
provee el largo, exceptuando la epilogal remezcla de “No Cederé”. La suerte es,
en consecuencia, variopinta.
Pinzás ha erigido un opus de synth pop
ochentero clásico con debilidad por la decoración Hi-NGR e italo-disco. No
siempre es así, por cierto. En canciones como “Fábricas Del Miedo” y “La
Memoria Es Un Acto Político”, Ballet Mecánico se enfunda en la piel de la ochentosa
electronic body music. Monocordes, cortantes, airadas; las voces escogidas para
ambos números -Anabhell y Kat Kathia, respectivamente- calzan de plácemes con
la contundencia cuasi industrial y el agresivo synth punk para caderas que ellos
encarnan. No es tan simple abordar el resto de Primera Secuencia, sin
embargo.
Cuando las programaciones se adelantan un
poco a la fecha de origen de su matriz (menos próximas a los 80s que a los 90s),
las melodías se hacen más recordables, el delay se aposenta en los lugares
correctos, las atmósferas se empañan de melancolía y los teclados se vitrifican
hasta traslucirse. Ésa es la mejor performance para las vocales de Luz Cáceres (a) Luxsie (“Mascarilla”), Luminiscencia (“Testamento”) o Noelia Cabrera (“Como
La Última Vez”). Emergen efluvios de O.M.D., de Yazoo, de Soft Cell e incluso del
primer New Order. Cuando no ocurre tal cosa, sino que se prioriza el
esteticismo/efectismo Hi-NRG/italo-disco, aunque los arrestos suenen bien
elaborados, carecen de la chispa emotiva de sus pares -y en ese contexto, hacen
lo mejor que pueden gentes como Susana Fátima (“No Cederé”) o Laura Rosales (“Rosa
Era Inocente”). Por fortuna, esas oportunidades son las menos -para más inri,
ubicadas al inicio de la jornada.
El grueso del álbum está, pues, a la altura
de las circunstancias. Synth pop contenido de ingente carga emocional tratando simultáneamente
de sonar lo más minimal que se pueda, bebiendo a veces del output de El Aviador
Dro Y Sus Obreros Especializados (pero no de su divertida retórica). Cuando no,
new beat de ecos a lo Front 242 o Neon Judgement, y hasta de unos Nitzer Ebb
con las secuencias desmontadas.
El único rato en que se funden todas las
variables puestas en juego a lo largo de poco más de 36 minutos es “La Ciudad
De Los Incendios”. Su conjunción de Hi-NRG, marcialidad proto-EBM, teclados
veleidosos como ellos solos y una voz que se afantasma sin disolverse (Angélica
Carlos a.k.a. Elva Cío, camarada de Pinzás en Specto Caligo); le hace
merecedor de un espacio insular. No digo que sea la mejor canción del vinilo,
sino que es la de sonido como no tiene otra en éste.
Correcto primer paso. Muy artístico y entrañable,
también. Para sortear hándicaps y superarse a sí mismo, Fernando debería: 1) equilibrar
la balanza en cuanto a estilos de los que se nutre, y 2) pensar en una cantante
estable, de registro amplio. Sólo así sacará todo el partido posible de sus
potencialidades y conseguirá puntaje perfecto. El de Primera Secuencia va
bien para un bergantín que recién zarpa.
Aún no tengo el gusto de conocer a Valentín
Causillas. A riesgo de equivocarme, lo alucino alguien todavía con el pellejo
verde, coetáneo de Nicolás Prado, de la tropa Haiti Bon Aire o de la mancha de
Antibióticos. De todos ellos algo tiene su escueta primera entrega Dendritas
Oscilantes, de apenas 26 minutos más sencillo, embebida en desparpajada
conchudez con la cual rondar tendencias aglutinadas alrededor de dos cepas
entrelazadas: el ruido fecundado por la actitud punk y la fascinación por la
distorsión ominosa.
Comienza a sonar “XXX Rated Speed Grindcore”
y piensas automáticamente en Leonardo Bacteria, fallecido frontman de
Insumisión. No porque Ayarwhaska -alias de Causillas- sea un facsímil del u-ni-per-so-nal
de Leo, sino porque la inspiración es clarísima. Mezcla de grindcore y gabber a
velocidad supersónica, “XXX...” navega los mismos mares encrespados que el
digital hardcore de Insumisión a partir de La Frustración Lo Cubre Todo
(2000). Como éste hay varios surcos en la decena que integra el repertorio del
cassette, si bien dotados de intros diversas: “Torturados Serán Los Alzados”
(cuyo pistoletazo de salida parodia los viejos programas de variedades
setenteros), “El Harsh Es Lo Único Que Me Excita” (que de harsh no tiene nada,
con sus bpms fuera de control), “Desasosiego” (su engañoso preludio de rock
grave y solemne experimenta un quiebre para aplastarte despachando avalanchas
de drum’n’bass deforme), “Matas El Pueblo Por El Que Luchas” (sampleos de La
Boca Del Lobo y del cleptócrata oriental Fujimori, colándose por en medio
de frecuencias que colapsan ante la voluminosa carga que soportan).
Por contraste, hay otros tantos cortes que asoman
bastante más convencionales, pese a que Ayarwhaska se las arregla para
preñarles de elementos bizarros con que tender vasos comunicantes hacia sus similares
del párrafo anterior. El primer ejemplo de ello es “En Colono”, que suena a
punk noise de sucio ruido ascendente. Por la misma trocha se desplazan “Memorias
Gwiyomi Nyan Cat”, egg punk de desprolijidad absoluta que muta hacia el final
en webcore (y cuyo bajo modélico es lo único que sostiene su caótica naturaleza),
el inusualmente dilatado “Tres Gallos” (noise rock desestructurado de guitarra
aporreada), el cierre “Psykodemia!! (Asko)” (que más parece una unión a la mala
de distintos retazos).
Punk + noise + distorsión + gabber, entonces.
Tal es la consigna hecha lema por el joven Valentín. Lema que, como suele
suceder, no tiende a la uniformidad -y que tiene en Dendritas Oscilantes
una excepción para confirmar la regla. Ésta es “Puti Jazz”, pista diminuta que
así y todo se da maña para hacer sonar saxos ¿andinos? ¿afroperuanos?, por
entre masas asesinas de abyecto noise. La exceptuación -a duras penas- de una
experiencia frikeante que pone a prueba, una vez más, tu capacidad de aguante en
relación a formas no convencionales de crear música/no-música. Como sucede con
Ballet Mecánico, se porta asimismo Buh con la manufactura de la cinta.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 10 de abril de 2024.)
Constituida durante la segunda mitad del ‘16,
Medio Oriente es una discográfica algo autárquica con la que recién tomo
contacto. La sede social queda en Santiago de Chile, si bien su radio de acción
asoma extendido por todo el país, como lo demuestra la edición en julio pasado de
5avory, debut del viñamarino C3ntell4. Tampoco parece haber fronteras
estilísticas (pese a definirse como “sello independiente de música
experimental”), ya que la escudería acaba de publicar Plan Obsesivo de
Arboretum, en las antípodas de lo que mostrase el individualista afincado en
Gran Valparaíso.
La única referencia disponible sobre el
background de C3ntell4 alude a un tal Team Yingo, colectivo del que no he
podido encontrar la menor seña. Ni falta que hace, ya que 5avory habla
por sí solo. Es éste un opus fundado en bpms de velocidades entre maníacas y
furibundas, con cuyos efectos “nocivos” Medio Oriente ha deslindado cualquier
responsabilidad. La sobreexposición de/a tales zarabandas rítmicas revela casi
de inmediato las tradiciones digitales de las que el porteño se alimenta, todas
ellas noventeras: el drum’n’bass, su variante caricaturesca conocida como happy
hardcore, una relectura demencialmente galopante de lo que se difundió en la
región como techno trax centroeuropeo (“909db”), e incluso el gabber tremendista
de Angerfist o de Rotterdam Terror Cops.
La abrumadora mayoría del repertorio que
dispone aquí C3ntell4 habla de una obsesión enfermiza por la celeridad, no
importando si para ello tiene que echar mano de sampleos cotizados a la baja
-“Mr. Vain” en “I N33d You”, “Gangnam Style” en “Jorge Wants To Be Hardcore But
His Own Mom Won't Let Him!!”- o servirse de
subgéneros de dudosa reputación como el eurobeat. Eso, por un lado. Por el
otro, el unipersonal satura frecuencias y estrangula pistas vocales para
redondear el pathos festivo de su música. Bien en concentraciones de frikis y/o
gamers, bien en discotecas retro de electrónica mainstream, 5avory cae
como pedrada en ojo tuerto -aunque niveles de ruido y distorsión sean demasiado
para oídos sin curtir.
En atención al concepto ofrecido por Nicolás Prado, se me ocurre que lo de C3ntell4 no se planta lejos del webcore. Temas
como “Jumping Between Cl00uds” o “City Of Nothing” podrían reclamar la etiqueta
sin sonrojos. Hay otras composiciones, sin embargo, que no se adhieren al
marbete; indicando tránsitos diametralmente opuestos. Una de ellas es
“Etherd034”, bastante más pausada que sus pares aunque igual de acerada. La
otra es “Night Of Cumbia Dreams”, suerte de cumbia ¿perreada? contundida por
astillas de chirriante noise digital. Digresiones que subrayan una saludable
ausencia de prejuicios cuando de testear caudales sonoros se trata. Otra cosa,
eso sí, es que me cuadre el material escogido -al menos no en el segundo caso
mencionado.
El contrapunto perfecto para “Night Of Cumbia
Dreams”, propuesto por el propio ex TY: “Sometimes You Just Have To Drink
Bolifruta And Keep Going”, que samplea el “drip drip drip drip drip drip” de
The Cure en “10.15 Saturday Night” (¿o metasamplea el muestreo super
deformed que de éstos hace Massive Attack en “Man Next Door”?).
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 14 de febrero de 2024.)
LOS DISCOS PERUANOS DE 2023 QUE NO ALCANCÉ A
RESEÑAR (III)
Un tanto elusivos -cuando no tímidos- los
chicos de Ruri. Formada en el ‘22 la banda, que se define a sí misma como “post
pandémica”, ésta sólo condesciende a una cuenta en Instagram que provee de muy limitada
información. Hay un poco más de chicha en la cuenta BandCamp, básicamente
referida a los géneros que le sustentan, por lo que habrá que seguir acreditando
a los integrantes usando sus nombres de pila: Rodrigo (primera guitarra),
Yamile (Olivas, voz y segunda guitarra), José (baquetas) y David (Acuña, bajo).
Da la impresión de que Ruri -“desde adentro”
o “del interior”, en quechua- últimamente se ha venido fogueando mucho en
directo, habida cuenta de los recientes comentarios entusiastas que ha captado
el radar. No he tenido todavía ese placer, aunque sí les he escuchado su
primera publicación (29/12), que responde al escueto nombre de Ruri Demo
(EP). Son en total cuatro cortes, compuestos y grabados por el grupo, que respiran
entre el noise rock de los segundos 80s y el cajón de sastre alternativo de los
primeros 90s. Obvio, se permiten un par de veces traspasar los propios límites.
La prueba palmaria de esa inquietud por
probar otros sabores es “Héroes Muertos”, apertura del registro. En ésta su
principal carta de presentación, el cuarteto le hinca el diente al primigenio
dark rock con una performance espléndida. Yamile imposta su voz como emulando a
la de Siouxsie Sioux para entonar bonitas figuras literarias del tipo “Santos
Que Emergen En El Aire” y “Templos De Naipes Que Crecen Destrozados”,
mientras el resto del line up luce contundente. Igual de formidable es “La
Bomba”, si bien aquí el lúgubre input se disuelve adicionando guitarras más noventeras
-la curiosa conjunción me hizo pensar durante breves instantes en el Porno For
Pyros del debut (o en el unigénito mini-álbum de Psi Com).
De otro lado, “And I Try” y “Fucking
Teenagers” son demostraciones de lo bien que le sienta a Ruri adherirse al output
del modern rock. De hecho, se le percibe más en su medio ambiente natural que
cuando recula al decenio anterior. No experimentan ni con la singladura ni con
la discografía de la época para practicar ingeniosas vueltas de tuerca, algo
perfectamente válido por dos razones: 1) lo suyo no es la experimentación, y 2)
la “maqueta” vibra con esa energía característica de quien compensa falta de experiencia
con toneladas de lúcidas furia y juventud. Interesante arranque, al que sólo opongo
un reparo -el bajo necesita chambear ingentes horas extra.
Bastante peculiar la puesta de largo de
Troek, identidad que asocia a Alfonso Noriega (El Otro Infinito, Puna) y a Jorge
Rivas (Ionaxs, Philkophillips, Puna), de la que ya habíamos paladeado una muestra
de su accionar en el lado B de Seven 7’’. Allí anida “Primer Mensaje
Desde La Niebla”, masa noisica en combustión espontánea que se angosta crispada
por fantasmales progresiones electrónicas. Existen en el LP muchos indicios de (in)armonías
isomorfas, si bien los hay también muy distintos en el curso de sus 30 minutos.
Y es que parece agitarse en Intitulado
una urgencia por recalcar los contrastes, por atizar los contrapuntos. En una
esquina, son acogidos surcos susceptibles de asimilarse a los rasgos de “Primer
Mensaje...” (también incluido aquí), como el número titular, el cegador
audioextremismo de “Reminiscencias” y sus programaciones en fase larval, el
luminoso éter binario de “Miles De Cuerdas” y sus picapedreras pulsaciones percutantes...
En la otra esquina, tracks mucho más despojados de la obsesión por el Volumen,
como las lluviosas líneas de feedback de “Un Hoyo De Sombra En El Techo” y su
ausencia de secuencias, o la brumosa cajita de música que encarna “Cassette Del
Ático”. Cierto, no hay motivos para afirmar proporción equitativa alguna, o al
menos un timing reconocible, que fomente esos contrapesos. Éstos igual acaecen,
empero.
Encuentro que lo más valioso de disco y
proyecto es el acopio de géneros de que se sirven para bordar una obra repleta
de ambientaciones contingentes y resonantes landscapes surrealistas, llena de lóbrega
arquitectura sónica y de enigmáticos onirismos. Mejor aún, el logro definitivo
de Troek radica en la redefinición de estos mismos géneros para terminar siendo
fagocitados por dos grandes bolsones de estéticas hegemónicas en la placa: la
de un ambient en continua polución/degradación, y la de una suerte de bliss out
que se debate entre la hidrólisis y la condensación. La electrónica
experimental, el minimalismo, el dark ambient, la drone music: tarde o
temprano, estos códigos son forzados a acelerar su cariocinesis para
evolucionar y caer bien en un campo, bien en el otro. A veces, en los dos.
No queda mucho más por decir de este Intitulado.
Sus voces, sus teclados, sus disonancias; tienen un efecto evanescente. Pese a
ello, esta característica se pierde rápido en el horizonte cuando el canal se
agita con la distorsión de sus componentes. El CD se conmociona, entonces, bajo
el trauma de estos cataclismos continentales que se salen de escala. Con cuadros
así de contradictorios, deconstruyendo sin cesar el perfil del binomio, ¿hay
algo que quede indemne, de lo cual partir? Sí: la impresión subjetiva del/de la
escucha. Para free download, como siempre desde los bytes de Chip Musik.
Gracias a Machines EP, me topé con la arrebatadoramente
insolente música del joven maese Nicolás Prado. Algo tarde, eso sí: en el extended,
primera referencia para una escudería de renombre (Buh Records), el avezado
retoño de Andrés Prado y Paloma La Hoz se revelaba como paradigmático nativo binario
que había absorbido -con prestancia y entusiasta voracidad- las soberbias
lecciones impartidas desde las vanguardias electrónicas de fin-de-siècle.
En comparación con
el antedicho título (sale en noviembre del ‘22 y lo reseño ocho meses después),
ahora pesco más pronto Overload EP (diciembre), de nuevo respaldado por
Buh. Con enorme satisfacción, compruebo que lo de Prado se mantiene firme en cruzada
mega-distópica y ominosamente cyberpunk hacia la consolidación de lo que él mismo
ha catalogado como “webcore” -término bajo el cual el individualista tritura
noise digital, ambient emponzoñado, IDM de espectro sórdido y artcore delirantemente
maníaco.
Verifico, asimismo, que el énfasis del EP
extiende la hegemonía del breakcore que Prado mostrase en el episodio anterior.
“Lost Data” es una pista que abreva en el imaginario apocalíptico del
intelligent techno más oscuro, y sin embargo no hace falta escarbar gran cosa para
encontrar un ritmo roto abriéndose paso por entre su médula. En “Malfunction”,
en cambio, no hay rastro de junglismos. Desde “Particle Collision” y hasta que
finalice el extended, el drum’n’bass en modalidad bersek no se ausentará ni medio
minuto.
El breakbeat disparado a mil por hora de la
fugaz “Hysteria” y sobre todo de “Particle Collision” remite ciertamente a los
gloriosos días del techstep, cuando su mecánica era descrita como “mitosis del
sonido” -y de hecho, los bpms en Overload EP sugieren la velocidad
devoradora de una asesina metástasis agresiva. En el epónimo asalto de cierre,
por otra parte, volvemos a hacer frente a una mixtura similar a la de “Lost
Data”; de proporciones equivalentes, siendo la IDM la más pintada, pero donde
el jungle se niega a desaparecer. Epílogo cumplidor para un artefacto bastante
más corto que el anterior -apenas 11 minutos y sencillo, mi único reclamo.
Muchas cosas pueden escribirse sobre Sofia Kourtesis, ahora que la peruana residente en Alemania de padre griego ha cosechado
mayor reconocimiento a propósito de Madres (‘23). Podría alegarse que no
es éste realmente su estreno en 33 rpm, ya que ni Sarita Colonia (‘19) ni
Fresia Magdalena (‘21) ni su epónimo registro (‘19) son de corta
duración, ni mucho menos llevan incorporada -implícita o explícitamente- la
clasificación “EP”.
Podría deliberarse igualmente si lo suyo es el
mero diletantismo house, o si abraza el hechizo marca Chicago y derivaciones premunida
de auténtica convicción. O si en el revuelo que ha causado tras su aparición (This
Is It EP, ‘14), jugó papel no menor su linaje, “exótico” a ojos de la prensa
sonora del Primer Mundo. Cualesquiera sean las polémicas desarrolladas a partir
de tales preguntas, hay una circunstancia imposible de poner en entredicho: a
saber, que Madres se ha editado -lo mismo que el extended homónimo- gracias
a los buenos oficios de Ninja Tune, la legendaria plataforma independiente fundada
por los Coldcut entregada en cuerpo y alma al evangelio del trip hop y del
scratching. Que ello ocurra con una artista como Kourtesis habla a las claras
de lo flexible que ha devenido la filosofía de los Atunes Ninja con el correr
de los años.
A decir verdad, Madres, y por
extensión toda la producción de la DJ disponible en Internet salvo Spotify; me remite
al celebrado Café Inkaterra (‘04) de Miki Gonzáles. “¡¡¡¿¿¿CÓMO???!!!”.
Sí: no porque la música de Sofia se asemeje a la que vertiese Gonzáles en el
volumen con que se ¿“reinventó”? como músico electrónico, sino porque Madres
es un plástico resultón. Tiene accesibilidad y pegada, es efectivo en traducir
los descubrimientos del house y variantes a formatos netamente pop, sus
melodías gestionan con estoicismo los densos estados de ánimo que la autora atravesó
durante el período de composición -dominados por el delicado estado de salud de
su progenitora, diagnosticada con cáncer cerebral.
Madres es, pues, un disco
de puntos medios. Estructura ósea, tendones y cartílagos llevan indeleble el
sello del house; mientras que el ADN de su carne, de su sistema linfático y de sus
órganos es compatible con el four-on-the-floor que saltó a conquistar el mundo
desde la Ciudad de los Vientos. Si “Moving Houses”, por ejemplo, es un lento
infestado de scratch y privado del más elemental armazón de beats; “How Music Makes
You Feel Better”, “Habla Con Ella” y “Funkhaus” tienen enredadas las
genealogías del tech house y del big beat. Si “Madres” y “Si Te Portas Bonito”
coquetean con las cepas chill y acid sin renunciar a la mirada pop, en “El Carmen”
la peruano-griega se deja seducir por la musicalidad afroperuana, asistida por
Miguel Ballumbrosio y “patrocinada” por el sampleo de “Beto Kele (Nosotros Somos)”
de Novalima. Si en “Estación Esperanza” el gravoso bombo se revela más funk que
nunca (incluyendo a Manu Chao, que aquí está SAMPLEADO, no participando de), en
“Cecilia” los golpes uptempo y los claps se sienten más cerca de un cóctel disco-soul.
Rodaja resultona, entonces. Funciona tanto para
perderse dentro suyo como para utilizarla de soundtrack realizando cualquier labor
física. Rescato asimismo las sinceridad y transparencia de Sofia, quien se abre
y expone en cada uno de los diez rounds de Madres. Simpático esférico, con
no pocos pasajes in extremis radiantes.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 28 de junio del 2023.)
Buen rato ha que esperaba ver a Solenoide
pisar el ruedo por cuenta propia. Le había escuchado en el segundo tomo del
díptico articulado por Telúrica y Magnético, de la nómina Trilce Discos
(‘20), pero si hay una label con la que estos muchachos se han hecho más conocidos,
ésa es Chip Musik Records. Para corroborarlo, basta revisar las compilaciones Lego 13: El Final De Una Década (“Centinela”) y Lego 15: Pulsos De Bosques
(“Cartaescu”, sic), editadas respectivamente el ‘19 y el ‘22.
La puesta en corto del quinteto se da finalmente
en mayo del presente, recuperándose para la ocasión algunas de las canciones
que ya habían visto la luz -obligando, de paso, a reconsiderar algunos juicios vertidos
en comentarios previos. Esto
porque, con una producción impecable como la que ha concretado el gran Mario
Silvania (con la asistencia de Juan Esquivel a.k.a.Juan Nolag), firme y
sobre todo límpida; queda en evidencia que los limeños nunca han pretendido ni adentrarse
en las pantanosas aguas de la Baja Fidelidad, ni situarse en un contexto post baggy
a fin de tentar acercamientos al cajón de sastre indie.
No. Lo de Solenoide es, sin reservas ni
ambages, shoegazing de constitución química impoluta. Después de mucho audicionarle,
no consigo distinguir en Casa De Islandia EP tintes de otras gamas. Ese
supuesto matiz lo fi de “Centinela” debe, entonces, atribuirse a desfavorables
condiciones de grabación -sería interesante chequear una versión más pulida del
tema, que no ha sido motivo de repesca aquí. Puede afirmarse, además, que en el
extended se siente la banda a sus anchas con el medio tiempo. No es necesario apresurarse
-y cuando sí, como en “Tiananman” y su “tempo de pie quebrado”, la estructura del
opus no se resiente. Fuelle de sobra el que poseen los capitalinos, consecuencia
-me arriesgo a suponerlo- del aplicado estudio de los principales referentes de
época: Slowdive en primer lugar, Chapterhouse, Swallow, el Bowery Electric
anterior al Beat (‘96)...
La contribución de Mario también pesa a la
hora de hacer las cuentas. Sin distinguir inéditos de difundidos, los números
del EP han adquirido un agradable fulgor apagado, una cálida incandescencia
declinante. Es como estar escuchando a los primeros Fleeting Joys, si el combo
de los hermanos Loring hubieran sido más afecto a los dúos vocales y tenido una
batería más orgánica/incisiva, como la de Renzo López. Es de ponderar, ergo, el
verde cortado al ras y mantenido en excelentes condiciones para que Solenoide
ruede el balón como en una pichanga verdaderamente amistosa: eficaces dosis de melancolía
calibradas con la precisión de un boticario de antaño (“Cartarescu”), el
feedback acidulado que espera con paciente timing el momento justo para descerrajar
la puñalada desarmante (“Casa De Islandia”), la dinámica evocación que
propician hermosos pasajes instrumentales (“Macabea”).
El esférico se apaga con la recitación de Laura
Rosales, bajista y vocalista, de un fragmento de La Hora De La Estrella
(‘77), último libro de la célebre literata pernambucana Clarice Lispector.
Valga esta acotación para subrayar la poderosa impronta literaria que domina actualmente
el proceso creativo del grupo. Cierto, es tentador pensar que la palabra “solenoide”
es una variación del neologismo “solineide”, que inventase Támira Basallo
(Salón Dadá/Col Corazón) y que fuese convertido en melodía por Cocó Revilla para
el primer capítulo vinílico de Silvania (Miel Nube Hiel EP). Sin
embargo, “solenoide” no es sólo una palabra que existe, sino que asimismo titula
la que se considera la obra cumbre del escritor rumano Mircea Cărtărescu. De
ahí la denominación de otro de sus cortes señeros, que ha sido oído por el
propio autor europeo y recibido su aprobación. Auspicioso inicio, editado por Catenaria Discos, el de la mancha que completan Óscar Chávez (guitarra), Héctor Espinoza
(bajo, voz) y Óscar Contreras (guitarra).
Puesto a considerar la larga travesía sostenida
hasta aquí, encuentro curiosa la mezcla de sensaciones que me produce reseñar trabajos
de congéneres que vinieran al mundo cuando ya quemaba mi primera juventud. Generaciones
que sucediesen a la mía han habido muchas, y de ellas han surgido multitud de artistas
que han perfilado propuestas interesantes. Pero la diferencia no era toda una
vida. Por un lado, si ya con creativos/as de la talla de Silvana Tello me siento
bruscamente envejecido, con gente como Attaraxis o Reducidos ese sentimiento se
triplica. Por otro lado, atestiguar esas nuevas experiencias y dar fe de sus aportes
al desarrollo de las escenas independientes peruanas, me permite ver el futuro mediato
con optimismo: quedan leguas por andar sin sentir todavía el cansancio de quien
ya se sabe próximo/a a concluir el viaje.
Casi puedo aseverar que Nicolás Prado aún no
llega al cuarto de siglo. Machines EP, su lanzamiento de noviembre del ‘22,
lo presenta como un neto nativo digital. Techno, ambient, EBM abstracto, ruido,
IDM espástico, drum’n’bass expresionista, et. al; se fusionan con violencia y efectividad
durante los 9 canales que delinean el extended -corpus multiforme que no implosiona
gracias a la piel tatuada de estética gamer que le recubre, y que el músico ha
bautizado con un término terriblemente buenísimo: webcore. Esa elección
simboliza mejor que cualquier otra cosa el saludable arrebato y la genial
conchudez que aún se puede permitir un mocoso de veintipocos abriles.
No obstante, esto no es un catálogo de
taxonomías, sino una reseña de música. Así que bien podemos pasar a examinar esta
entrega de Prado, tercera según fuentes fidedignas, para constatar si el ingenio
lingüístico tiene correlato auditivo. Y sí, el hijo mayor de Paloma La Hoz (12
Garras, Mitad Humana, Thank You Lord For Satan) y del jazzista Andrés Prado ha
debido tener buenos profesores. No lo digo por su formación de guitarrista que
ha experimentado con el jazz y con el rock, ya que ello no se nota en Machines
EP. Lo digo por esos dieciocho minutos y pico donde el mozalbete salta del
avant garde de octanaje promedio (“Unsafe”) al sonido de la ciencia-ficción Z
que se precipita hacia el new beat (“Digital Hell”). O de una tierra de nadie
entre el IDM a lo lado-B de Plaid y trip hop de beat espacioso (“Collapsed
System”), a cepas benignas del virus aislacionista (“Invasión”). O de la
opacidad apocalíptica de un jungle a lo Ed Rush o DJ Gunshot (“Virus”), al
2-step (“Hedeache”, sic). Viñetas pequeñas (“Error”), rotundas (“Fuel”), imparables
(“Chemical Waste”)... Jodidamente convulsas.
Hay un cierto acento en el extended, que orienta
a éste hacia los predios del drum’n’bass -el neurofunk de Grooverider por aquí,
el breakcore de Venetian Snares por allá-. Paja, pero de momento prefiero el
insano balance que Prado ha sabido conjurar en este episodio, envuelto en una malla
que muestrea sampleos al por mayor lo bastante deformados como para hacer tarea
complicada su desciframiento. Quienes quieran seguirle la pista al promisorio joven,
pueden buscar los EPs anteriores, publicados en Spotify utilizando el seudónimo
de Blxzey: Distorted Reality EP (‘21) y Stuck In Space EP (‘21).
Como yo no uso ese (misio) servicio de streaming, no tengo ni puta idea de a
qué demonios sonarán.