(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 2 de julio de 2025.)
Luego de un tiempo relativamente alejado de
su faceta como músico, estrenó Fernando Pinzás durante el último trimestre del ‘24
Ballet Mecánico, proyecto donde él tiene la última palabra y en el que las colaboraciones
son más que bienvenidas. Se establece así una diferencia clave respecto de
grupos anteriores en los que participó, como Specto Caligo y los recordados
Varsovia. A posteriori de los singles de adelanto “No Cederé” (10/24) y
“Testamento” (1/25), BM libera su debut en marzo del presente a través de la
discográfica Buh Records.
Mencioné hace un momento las colaboraciones.
En esencia, éstas han tenido lugar a la fecha en el rubro de la voz, dándose el
caso de tantas vocalistas invitadas -sí, todas ellas mujeres- como de episodios
provee el largo, exceptuando la epilogal remezcla de “No Cederé”. La suerte es,
en consecuencia, variopinta.
Pinzás ha erigido un opus de synth pop
ochentero clásico con debilidad por la decoración Hi-NGR e italo-disco. No
siempre es así, por cierto. En canciones como “Fábricas Del Miedo” y “La
Memoria Es Un Acto Político”, Ballet Mecánico se enfunda en la piel de la ochentosa
electronic body music. Monocordes, cortantes, airadas; las voces escogidas para
ambos números -Anabhell y Kat Kathia, respectivamente- calzan de plácemes con
la contundencia cuasi industrial y el agresivo synth punk para caderas que ellos
encarnan. No es tan simple abordar el resto de Primera Secuencia, sin
embargo.
Cuando las programaciones se adelantan un
poco a la fecha de origen de su matriz (menos próximas a los 80s que a los 90s),
las melodías se hacen más recordables, el delay se aposenta en los lugares
correctos, las atmósferas se empañan de melancolía y los teclados se vitrifican
hasta traslucirse. Ésa es la mejor performance para las vocales de Luz Cáceres (a) Luxsie (“Mascarilla”), Luminiscencia (“Testamento”) o Noelia Cabrera (“Como
La Última Vez”). Emergen efluvios de O.M.D., de Yazoo, de Soft Cell e incluso del
primer New Order. Cuando no ocurre tal cosa, sino que se prioriza el
esteticismo/efectismo Hi-NRG/italo-disco, aunque los arrestos suenen bien
elaborados, carecen de la chispa emotiva de sus pares -y en ese contexto, hacen
lo mejor que pueden gentes como Susana Fátima (“No Cederé”) o Laura Rosales (“Rosa
Era Inocente”). Por fortuna, esas oportunidades son las menos -para más inri,
ubicadas al inicio de la jornada.
El grueso del álbum está, pues, a la altura
de las circunstancias. Synth pop contenido de ingente carga emocional tratando simultáneamente
de sonar lo más minimal que se pueda, bebiendo a veces del output de El Aviador
Dro Y Sus Obreros Especializados (pero no de su divertida retórica). Cuando no,
new beat de ecos a lo Front 242 o Neon Judgement, y hasta de unos Nitzer Ebb
con las secuencias desmontadas.
El único rato en que se funden todas las
variables puestas en juego a lo largo de poco más de 36 minutos es “La Ciudad
De Los Incendios”. Su conjunción de Hi-NRG, marcialidad proto-EBM, teclados
veleidosos como ellos solos y una voz que se afantasma sin disolverse (Angélica
Carlos a.k.a. Elva Cío, camarada de Pinzás en Specto Caligo); le hace
merecedor de un espacio insular. No digo que sea la mejor canción del vinilo,
sino que es la de sonido como no tiene otra en éste.
Correcto primer paso. Muy artístico y entrañable,
también. Para sortear hándicaps y superarse a sí mismo, Fernando debería: 1) equilibrar
la balanza en cuanto a estilos de los que se nutre, y 2) pensar en una cantante
estable, de registro amplio. Sólo así sacará todo el partido posible de sus
potencialidades y conseguirá puntaje perfecto. El de Primera Secuencia va
bien para un bergantín que recién zarpa.
Aún no tengo el gusto de conocer a Valentín
Causillas. A riesgo de equivocarme, lo alucino alguien todavía con el pellejo
verde, coetáneo de Nicolás Prado, de la tropa Haiti Bon Aire o de la mancha de
Antibióticos. De todos ellos algo tiene su escueta primera entrega Dendritas
Oscilantes, de apenas 26 minutos más sencillo, embebida en desparpajada
conchudez con la cual rondar tendencias aglutinadas alrededor de dos cepas
entrelazadas: el ruido fecundado por la actitud punk y la fascinación por la
distorsión ominosa.
Comienza a sonar “XXX Rated Speed Grindcore”
y piensas automáticamente en Leonardo Bacteria, fallecido frontman de
Insumisión. No porque Ayarwhaska -alias de Causillas- sea un facsímil del u-ni-per-so-nal
de Leo, sino porque la inspiración es clarísima. Mezcla de grindcore y gabber a
velocidad supersónica, “XXX...” navega los mismos mares encrespados que el
digital hardcore de Insumisión a partir de La Frustración Lo Cubre Todo
(2000). Como éste hay varios surcos en la decena que integra el repertorio del
cassette, si bien dotados de intros diversas: “Torturados Serán Los Alzados”
(cuyo pistoletazo de salida parodia los viejos programas de variedades
setenteros), “El Harsh Es Lo Único Que Me Excita” (que de harsh no tiene nada,
con sus bpms fuera de control), “Desasosiego” (su engañoso preludio de rock
grave y solemne experimenta un quiebre para aplastarte despachando avalanchas
de drum’n’bass deforme), “Matas El Pueblo Por El Que Luchas” (sampleos de La
Boca Del Lobo y del cleptócrata oriental Fujimori, colándose por en medio
de frecuencias que colapsan ante la voluminosa carga que soportan).
Por contraste, hay otros tantos cortes que asoman
bastante más convencionales, pese a que Ayarwhaska se las arregla para
preñarles de elementos bizarros con que tender vasos comunicantes hacia sus similares
del párrafo anterior. El primer ejemplo de ello es “En Colono”, que suena a
punk noise de sucio ruido ascendente. Por la misma trocha se desplazan “Memorias
Gwiyomi Nyan Cat”, egg punk de desprolijidad absoluta que muta hacia el final
en webcore (y cuyo bajo modélico es lo único que sostiene su caótica naturaleza),
el inusualmente dilatado “Tres Gallos” (noise rock desestructurado de guitarra
aporreada), el cierre “Psykodemia!! (Asko)” (que más parece una unión a la mala
de distintos retazos).
Punk + noise + distorsión + gabber, entonces.
Tal es la consigna hecha lema por el joven Valentín. Lema que, como suele
suceder, no tiende a la uniformidad -y que tiene en Dendritas Oscilantes
una excepción para confirmar la regla. Ésta es “Puti Jazz”, pista diminuta que
así y todo se da maña para hacer sonar saxos ¿andinos? ¿afroperuanos?, por
entre masas asesinas de abyecto noise. La exceptuación -a duras penas- de una
experiencia frikeante que pone a prueba, una vez más, tu capacidad de aguante en
relación a formas no convencionales de crear música/no-música. Como sucede con
Ballet Mecánico, se porta asimismo Buh con la manufactura de la cinta.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 19 de febrero de 2025.)
LOS DISCOS PERUANOS DE 2024 QUE NO ALCANCÉ A
RESEÑAR (IV)
Colgado en plataformas un mes antes de que finalice
el ‘24, dudé prácticamente hasta el último segundo en escuchar o no Zambo Urbano, ¿compilación? que reúne nuevamente a Rolo Gallardo y a Tribilín Sound para homenajear al desaparecido Arturo Cavero, santo patrono en la
hagiografía de las músicas afroperuana y criolla. Primero, porque mi afición a
las sonoridades de raíces negras no se lleva con mi desprecio hacia el arte
decadente de los herederos de la casta “blanca” que ha dominado el país desde
su nacimiento y que siempre hipoteca el bienestar general al suyo propio. Y segundo,
porque si bien me parece divertida la subversión mashup de Tribilín Sound (pese
a que rato ha ya no lo sigo), a Rolo Gallardo en su faceta de hip hoper casi no
lo manyo. De sus días en los horripilantes Bareto, mejor no hablar.
A la postre pesaron no sólo el cachondesco
sentido del humor de Tribilín Sound, sino también el pull de colaboradores/as invitados/as
por la mancuerna, así como un precedente que podía echar luces sobre lo que
mostraría Zambo Urbano. Ese precedente es Proyecto Zambo,
publicado en el ‘19 y acompañado del artefacto de remixes de ley recién en la
víspera de las últimas fiestas patrias. En ambas rodajas, acompañan al tándem
nombres como Novalima, Dengue Dengue Dengue, Quechuaboi y Vudufa.
Para mi mala suerte, Zambo Urbano dista
mucho de lo que sus antecedentes me hacían pensar. Aunque existen intervenciones
sustanciales tanto de Gallardo como de TS, éstas son equivalentes a las de los/as
artistas convocados/as para la ocasión. La mayoría de ellos pertenece a predios
hip hop, a excepción de uno o dos que se esconden en la tramposa etiqueta
“urbano”. “Bueno, lo dice el título del largo. ¿Qué esperabas?”. Esperaba que
menudeasen los sampleos de Cavero y que se deconstruyesen con hartos punche e
ingenio sus clásicos. Pasa lo primero, no lo segundo.
Jirones del inconfundible vozarrón del
“Zambo” aparecen por todo el esférico, recontextualizados según lo destine tal
o cual participante. Sin embargo, con la solitaria excepción de “La Abeja” (donde
el sampleado finado es protagonista excluyente de una inteligente reversión en dialecto
jamaiquino), las letras de sus canciones apenas son entonadas por los/as
vocalistas de turno. Éstas, de hecho, son sólo tomadas como breves puntos de
partida para lanzar fraseos de inspiración propia. No se trata de
modificaciones parciales, sino de líricas -limericks, en este caso- nuevas en
un 95% o más.
Definitivamente no es lo que había previsto.
La inclusión de Tribilín Sound, que prometía algo varios cuerpos más loco,
resulta en el balance engañosa. Zambo Urbano es una colección de piezas hip
hop que podría ser piolera/ tomada más en serio si se hubiera explicitado su
verdadera naturaleza al presentársele. “Olga” (con DJ Prax y Pounda &
Nomodico), “Nuestro Secreto” (Chinono), “Callejón De Un Solo Caño” (Ali
Lampoa), “Se Acabó Y Punto” (Psiko-Delia, MC Bomgo & King Buaat)... Ninguna,
ni siquiera “La Abeja”, me parece especialmente extraordinaria. Mucho menos
esos números en que dicen “aquí estoy” esperpentos como el trap (“Y Se Llama
Perú” con Chispa Rap, “Ésta Es Mi Tierra” con Maco) o involuciones peores (el
vomitivo reggaetón de Mostradamuz y “Rebeca”).
Siempre campechano, el “Zambo” se lo habría
tomado olímpicamente. Yo, nones.
Mentiría si dijese que era consciente del
lustro transcurrido entre Simbiosis y Colisión Brutal, nuevo
álbum que El Jefazo editó en junio último. Sabía que el trío andaba buen rato
sin despachar nada sustantivo, pero no cuán extenso era este hiato. Quizá ello respondía
tanto a la salida del directo Tormenta Mental - Live At Woodstaco 2019
en mayo del ‘22 como a los pálidos réditos que éste ofreció. Siendo EJ uno de
los combos más interesantes de la escena independiente, puntal indiscutible de
la asonada stoner junto a Ancestro, Tormenta Mental... no capturaba ni
las dimensiones épicas ni la colosal fortaleza, aún menos el nervio ignífero que
anima la música de la sociedad Sánchez/French/Monzón.
Lo primero que cabe decir respecto de Colisión Brutal es que el regreso le ha costado un poco a El Jefazo. Su baterista de
toda la vida, Renán Monzón, abandonó la alineación y fue sustituido por Adrián
Hinojosa, que también es acreditado como percusionista. Fundamentadas muchas de
las virtudes del grupo en el soporte rítmico, Hinojosa no lo hace mal, a
despecho de lo cual es claro que requiere de mayor rodaje antes de calzarse los
zapatos del ex. Y lo segundo que debe manifestarse es que los sencillos aparecidos
-ninguno de los cuales ha sido recuperado en Colisión...- datan del ‘20,
y el live fecha en el ‘19, por lo que cuando menos un trienio se ha
desvanecido sin que el conjunto produzca ni anuncie nuevo material. Acuartelarse
en invierno siempre pasa factura, incluso a los más pintados.
Colisión Brutal da la largada con
guiñazo al documental holandés sobre taxistas peruchos, Metaal En Melancholie (1993). Utilizando efectos como el delay o el reverb, “Metal Y
Melancolía” rescata las palabras de Jorge Rodríguez Paz, quien cita el poema “A Carmela, La Peruana” de Federico García Lorca para explicar la terrible
realidad que le había obligado a mutar de actor a chofer de taxi. El inicio es asaz
solemne en medio de sus fastos de vieja escuela, como para que la eléctrica de
Bruno Sánchez protagonice una acometida de psychedelic blues ahogada en
wah-wah. Más allá de su primera mitad, “Metal...” empieza a calentar motores,
sin salirse nunca de los cauces ocupados tras el arranque.
De allí en más, asistimos a una jornada cuya
masa muscular han trabajado principalmente el heavy psych y el rock de
connotaciones desérticas, y a la que el stoner rock perla pero apenas permea.
Salvo “Zarpazo” y algunos momentos en “Colisión Brutal” o en “Delta Acuárida”, Colisión...
ostenta un acabado más bien “clásico”: aunque no tienen la tesitura apolínea de
unos Deep Jimi And The Zep Creams, a los surcos les cuesta bastante trascender
el status de “epigonales”, sin menoscabo de su estupenda factura. Echo en falta
el entendimiento espontáneo, el achoramiento rabioso, la combustión liberadora;
que hacían de obras precedentes auténticos tratados de rock pesado/stoneado y
de pegada soberbia -y que les convertían en un fascinante mal viaje a cual más
que el otro.
No es que no haya disfrutado del tercer
esfuerzo de El Jefazo. Indiscernible, el bajo de Carlos French se ha prodigado
en su papel de indispensable contrapunto tanto a las baquetas de Adrián como a
las cuerdas de Sánchez. Brutalidad y dureza no le faltan al volumen, tampoco.
El problema es que, pienso, le hubiera disfrutado mucho más de no haber
coincidido las circunstancias descritas hace tres párrafos -si hubiese sino una
u otra, en lugar de ambas... Asumo es cuestión de que vuelvan a alinearse las
estrellas, como aconteciera en la briosa “Zarpazo” y en la primera mitad de
“Colisión Brutal”. Confiar más en la intuición que en la razón, para no tener
que soplarnos discretos solos a lo Satriani como en “Perro Seco”. Sí, fácil ésa
es una máxima a tener como axioma al encarar el próximo proceso creativo. Disco
modestamente transicional.
Para Fiorella16, José María Málaga cerró el
‘24 eyectando Mas(a)Océano desde los bytes de la novel escudería
cuzqueña Primaveras Digitales, hace poco más de dos meses. Se sostiene así un
período inventivo inusualmente dilatado que el arequipeño todavía se encuentra atravesando, a la par de una redefinición de conceptos al interior de su alias
más reconocible -o, por último, de una traumática sustitución de esas variables
que ha manipulado durante gran parte de su trayectoria.
Si en Suni A Través Del Espejo, al
alimón con Asteroide, ya se notaba cuán creciente era la relevancia que la
influencia de la obra de Sunn O))) ha cobrado durante los últimos tiempos para
Fiorella16; en Mas(a)Océano esa relevancia llega a modificar el perfil
mismo del proyecto, a saber si temporal o permanentemente. Es cierto que el
registro evidencia dos segmentos no opuestos mas sí distintos. Es cierto además
que el primero de ellos se compone de tracks bautizados como “Parte 1”, “Parte
2”, etc; acaso subrayando un concepto sólo válido en esta oportunidad. Pero
también es cierto que el discurso de Málaga bajo esta faceta sufre una
transformación mayúscula, no compartida por las improvisaciones en vivo que
vertebran la segunda sección del LP.
Efectivamente, las formas de Fiorella16 son
ahora pétreas y negruzcas. Sus atmósferas quedan hechas añicos debido a las subsónicas
frecuencias saturadísimas que descerraja, y en su lugar quedan instaurados
opresivos climas de oscuridad perpetua. Las espartanas melodías a las que
ocasionalmente da pie se eclipsan pronto (“Parte 1”, “Nulle Part”,
“Mas(a)Océano”), mientras esotéricos filtros surcan el encrespado mar de
texturas distorsivas. El escaso resplandor visible corresponde a violentados
destellos de luz que a lo que más se asemejan es a fuegos fatuos (“Parte 2”). Y
la voz del mistiano tiende a replicar los gruñidos e inflexiones guturales de
los de Seattle. Ése es el estado de cosas ¿actual?/¿de fines del ‘24? que se
agita en el universo de F16.
Poco o nada de ese ritualismo drónico florece
en la segunda parte de Mas(a)Océano. En ella se asientan tres ejecuciones
en directo, a cuyas coordenadas geográficas hacen alusión sus correspondientes nombres.
Psicofónicas intervenciones sonoras todas, tienden a parecerse bastante entre
sí, descontando el pulso secuencial de cada una. “Montevideo 2 Tatami Registros
- Uruguay” es comparativamente más relajada, por ejemplo. “Zárate CasaMou -
Argentina”, más extrema. Todas ellas, finalmente, pertenecen al pasado
inmediato del unipersonal. En beneficio de una experiencia más llevadera y
menos incómoda, habría sido atinado prescindir de al menos una -que de tal modo
se recortaba el minutaje a menos de una hora. Aunque, claro, Fiorella16 no
necesita hacérselo más sencillo a sus habituales escuchas.
Actualmente desbandados y sin posibilidades
de reunión a la vista, no sé cuánto tiempo duró la travesía de Haiti Bon Aire.
Agradezco, eso sí, que no hayan dado de baja su cuenta en SoundCloud -hasta
donde entiendo y junto a una exigua cuenta BandCamp, único lugar en el que puedes escuchar el que es su debut y
despedida, aparte de en Spotify: 9 Amenidades (अनमास्टर्ड). Trátase de un
puñado de mocosos airados que ni siquiera corre urgido de autoproclamarse
heredero del legado del fallecido Leonardo Bacteria, a quien dedican “Leonardo
Del Castillo AKA Leo Bacteria Miserito Jungle Conscious Break 11 Caleta”. Basta
y sobra con presionar play para corroborar a prima facie ese ascendente.
La de Haiti Bon Aire es una genealogía
gabber, como la que consolidase Insumisión entre los años 2000 y 2003. La
apertura “Eaf 27sept1969” se dispara a una velocidad inhumana de bpms, tan
imposible de descifrar al primer golpe de oído como efímero es su recorrido. De
unos cuantos segundos más de extensión es la subsiguiente “‘77 Up”, que añade
dosis de drum’n’bass desenfrenado cosecha Atari Teenage Riot (“Deutschland (Has
Gotta Die)”) al insoportable digital hardcore que el grupo unge como la médula
de su input. Ese huayco de bulla atronadora y demencial no hace sino
potenciarse en “La Rubia Tarada . Noche De Karaoke” y en “Pare Y Dolia”.
Recién con “Koupe Tèt Funk”, la casi
terrorífica celeridad de HBA consiente en ceder un poco. Es el canal más largo
en lo que va de reproducido 9 Amenidades (अनमास्टर्ड). No obstante, su
funk ensopado de ruido maniático y de onomatopeyas metálicas a granel nunca
termina de metamorfosear la piel. Tampoco lo hace ese banco de pruebas para
progresiones rítmicas varias y sampleos a destajo que es “Yo Vago”. Pese a su
brevedad (no llega ni al minuto y medio), el auténtico cambio se produce con la
enigmáticamente titulada “,”, cuyo reposo a golpe de falsa bossa nova es el
primer asalto del repertorio en ponerle el cascabel al gato.
Penúltimo round de la placa, “Leonardo Del
Castillo...” sube nuevamente el hebefrénico nivel de contaminación sonora, en
tributo que debe haberle arrancado una sonrisa a Leo Bacteria donde se
encuentre. Pienso que el plástico debió terminar aquí, redondeado en poco más
de 18 minutos. Por desgracia, Haiti Bon Aire añade una última creación, “Bater
Perna”, que eleva la duración global hasta superar los 25 minutos. Esto habla
de un corte que por sí solo roza los 7 minutos de propagación. Dado que es un ejercicio
infestado de grind noise en onda electrónica, como que acaba restándole algunos
puntos a 9 Amenidades (अनमास्टर्ड) más que sumárselos.
De todas formas, HBA ha sido una de las
sorpresas del año que pasó. A pesar de sostener desde sus respectivas
trincheras tanto el hardcore punk como el metal sendas cruzadas de músicas
agresivas y airadas, se extrañan propuestas así de tóxicas desde terreno
electrónico. Me hubiera gustado verles en vivo, aunque quién sabe, por ahí
regresan. De cualquier modo, aprecio la oportunidad de haberme vuelto a sacudir
con ese bullicio abarrotado de drum’n’bass, grindcore, techno industrial,
hardcore digital y gabber. Si su esencia aún persiste, un Bacteria harto
satisfecho tendría que haber experimentado lo mismo.
Acabando noviembre del ‘24, el ex Rayobac Miguel Uza lanzó su segundo disco a título personal. Coyunturas curiosas
rodearon la aparición de 20|22: entras en el BandCamp del músico y te das
de narices con abundante material colgado sobre todo en las postrimerías del ‘21
-dos compilaciones de demos y un álbum entero denominado iPadMorita, que
muy probablemente sea el legado inédito del acto del mismo nombre con que Uza editó
un sencillo allá por el ‘14 (“Pomabamba 393”). Empero, estos testimonios han
sido pauteados tanto antes de su homónimo debut (‘18) como de los singles que a
éste preceden, enfatizando un carácter “accesorio” respecto de ellos.
Con 20|22, queda claro que la
intención en la anterior jornada no era la de insuflar nueva vida al sonido de
los extintos Rayobac. Si bien algunos instrumentales están dotados de bajo y
batería (“Sin Título #14”, “Booster Rocker”), la mayoría de ellos no tiene sino
tempos sugeridos. El ejemplo de la obertura “Lo Que Hacía Mientras El Mundo Se
Estaba Muriendo” es sintomático: las guitarras de Uza no se perciben limitadas
por ataduras formales, ni se apegan a género alguno. Carecen de voces que (les)
dictaminen los tiempos, a excepción quizá de unas plumillas casi inaudibles.
Salvo los casos ya especificados, el resto de viñetas sigue el mismo sino.
Es entonces un disco de estética ambient, el
del limeño radicado en la Ciudad Condal. En 20|22, las eléctricas
permanecen todo el rato enchufadas, prestas a florecer improvisando secciones profusas en decoración minimal (“Sachi & Masao”, “Valentín San” -¿dedicada a su ex
partner en Rayobac, de apellido Yoshimoto?-). No siempre consiguen navegar en
medio de espesos cúmulos de albo vapor, ya que por muy ambientales que suenen,
las de seis cuerdas van premunidas de timbres grosos/pesados -como ocurre en “20|22”,
que parece las tuviera grabadas al revés, o en “Luz De La Mañana”. Así y todo,
el estilo que mejor le define es el que se acuñase a partir de los álbums en
que abandonó el pop Brian Eno.
Quedaba dicho que las excepciones de 20|22
son “Booster Rocker” y “Sin Título #14”. No son las únicas. A ellas hay que
sumar “Terrores Nocturnos”, para completar la terna de composiciones con que
Uza impone una interesante digresión hacia el pasado de su ex banda. A su modo,
cada una asume la tarea de reinterpretarle. Las adustas y rígidas eléctricas de
“Sin Título #14” enfilan hacia estratos más experimentales, sin llegar a los niveles
crípticos de otras experiencias. “Booster...” merodea entre el indie, el punk,
el slowcore. La más cacofónica de las tres, “Terrores Nocturnos” y sus cíclicos
intervalos de ruido y onirismo se aproximan mejor a las performances a veces
insoportables que en directo disparaba Rayobac.
Uza no es Archer Prewitt ni Vini Reilly.
Mucho menos David Grubbs o Jim O’ Rourke. Con todo, extrañamente suena a
inquietante híbrido de esos cuatro tótems. No es lo bastante árido como para
entrar en la categoría post rock, si bien sí le evoca. No levita suficientes
metros por encima del suelo como para mirarse en el espejo de The Durutti Column, aunque sí le insinúa. Y sus ocasionales ramalazos pop y/o rock no alcanzan para conjurar la maestría de un Prewitt o de unos The Sea And Cake. Pero
-jódete, otra vez- sí puede pasar por muy aficionado suyo.