(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 18 de diciembre de 2024.)
Primer largo en sentido estricto, Past/Future parece refrendar la alteración volcándose absolutamente hacia el imaginario retrofuturista del que se nutre su estética. Me explico: Juan Nolag ha empleado desde siempre la textura que proveen sintetizadores y teclados de los 80s, herramientas que conllevan inherente un plus sci-fi. El modo en que opera la Ficción Especulativa consiste en normalizar elementos futuristas para contar historias o describir situaciones adscritas a esas realidades eventuales posibles, siendo poquísimas las oportunidades en que estos medios se convierten en fines y continúan teniéndose en pie. Algo similar ha ocurrido en el caso que nos ocupa.
¿Y entonces... funciona? Curiosamente, sí. No siendo más que un simple aficionado al género, me he sentido a gusto entre sus añejas postales de la Guerra Fría, sus inteligencias artificiales autoconscientes, sus postreras noches desperdiciadas junto a quien no volverás a ver, sus ilusorias velocidades. Porque, más allá de los relatos que inmortalizan los grandes hitos de la Ciencia-Ficción, sus escenarios y modos permanecen (o no), se retroalimentan (o no), evolucionan (o no); fascinando siempre a quienes habitamos en su pasado (o el pasado de alguna de sus dimensiones paralelas).
Ideal para fans de Castlebeat, Trans Active Nightzone y sobre todo Droid Bishop; Nolag ha conseguido en Past/Future invertir sutilmente procedimientos y renovar interesantemente las facciones de su sonido. Bonito lío en el que se ha metido, empero. Como sucede con la mecánica transformada en metafísica, el medio transmutado en fin tiene un incierto periodo de existencia funcional. Lo que suceda en adelante, aún dependiendo exclusivamente de su talento, es un misterio.
Solenoide se estrena en 33 rpm con muy poco que objetar y muchísimas virtudes que ponderar. Entre ellas, las relativas a los principales logros concluyentes del shoegazing, que ya se venían poniendo en práctica desde su primerísimo Casa De Islandia EP (‘23) y que aquí ascienden a altitudes extremas. Cierto, el extended ha sido incorporado al 100% en el track list del largo, que ha reemplazado la edición de un segundo EP del que probablemente también se haya repescado todo el contenido (testeado en directo al menos unas cuatro o cinco ocasiones). Sin embargo, no es menos cierto que esa incorporación ha sido hecha con tino cuando menos plausible.
La primera mitad de Casa... EP da la bienvenida en Solenoide, y no queda sino envidiar a aquellos/as que no han escuchado previamente ni “Cartarescu” ni “Casa De Islandia”. El emotivo sosiego que emana de ambas canciones te habla de una fortaleza decibélica que no se apresura en mostrarse, de una otoñal estoicidad pop con que pacientemente capturar en instantáneas/urdir preciosas viñetas de atardeceres infinitos, envueltas en distorsión y melancolía. Algo más de empuje y locura es añadido en las subsiguientes “Diamante Azul” y “Nunca”, moviéndose el centro de gravedad del filón dopamínico del ethereal noise -Slowdive en sitial de honor, Bowery Electric, Swallow, Half String- a la esquina más quemada y avezada -Lush, Pale Saints, visiblemente My Bloody Valentine en “Nunca” y sus dos guitarras que parecen cuatro-. Sin dejar de susurrar a nuestros corazones, claro.
La placa dispone hacia su final la segunda mitad de Casa De Islandia EP: “Tiananman” y “Macabea”. Surcos ambos que reconducen al grupo al redil del shoegazing, del primero siempre es menester elogiar su fantástico “cambio de paso”, cortesía de la admirable técnica de Renzo. Sin negarse a la percusión de golpe inquieto, “Macabea” despide a este Solenoide en olor a almíbar y a tormenta marina. Y a literatura. Culmina así una jornada brillante, con Espinoza y Rosales compartiendo/intercalando minutos frente al micrófono, producida nuevamente por el enorme Mario Silvania, grabada en Estudio Tamboril de Christian Vargas y en Studios Audioqubo de Juan Esquivel, mezclada por este último y masterizada por el batero de Slowdive Simon Scott. En portada, repite el plato Paul Lazarte. Candidatazo a disco del año.
Desrealizaciones es la puesta de largo de Vásquez (27). Colgado en la veintena de agosto, el artefacto compila una mano de composiciones que el capitalino ha ido desarrollando desde hace bastante tiempo, según expone en la sumilla de BandCamp -lo cual debe ser verdad, considerando una aventura anterior etiquetada bajo el mote de Industria Del Terror, de raíces más audiovisuales y emocionales que del abolengo industrial que su nombre involuntariamente sugiere.
De principio a fin, Desrealizaciones es un vendaval de chirridos informáticos. La brevísima apertura de “Inundación”, 42 segundos, tiene la complexión de un ambient concebido en el seno del ruido digital que implosionó durante los 90s. Los dos siguientes capítulos, “Compu2000” y “Compu2001”, integran una larguísima suite de aproximadamente 23 minutos de extensión. La reventazón de contaminantes texturas electrónicas al por mayor no se manifiesta desde el arranque, ni es constante, aunque se siente en estado latente del primer minuto al último. Cuando el crescendo le entrega el estrado, este cúmulo de atmósferas convulsas responde alternativamente al influjo de un IDM flamígero de hechura Autechre circa ‘95 y al rugido de un drum’n’bass en clave de demencial breakcore. Que tal cosa sea posible se debe tanto a una cierta afinidad natural entre ambos estilos como a la flexibilidad que ha alcanzado el input del unipersonal.
Más que llamativa la propuesta de Calefactor. Desrealizaciones le posiciona -en el buen sentido del término- como infrecuente diletante, al modo de otro individualista de polendas en esa franja liberada que es la electrónica nacional del nuevo siglo: Prado. Lo sugerente en Vásquez es que, pese a los grados mayúsculos de abstracción que alcanza, su alias no prescinde de la fibra emocional inherente a los referentes noventeros de pro. Ésa es la ventaja que por ahora le posiciona en lugar expectante.
Hákim de Merv
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