miércoles, 20 de septiembre de 2023

A Certain Ratio: 1982 // Slowdive: Everything Is Alive

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 13 de septiembre del 2023.)

Me toca admitir, antes que nada, que lo último que esperaba testimoniar al despuntarse esta década es el retorno en regla de A Certain Ratio. Formado en 1977 por Peter Terrell (segunda voz y guitarra) y Simon Topping (vocalista principal), habían trascurrido 12 años desde el último de sus esfuerzos (Mind Made Up, ‘08), y el doble desde el penúltimo (Change The Station, ‘96). Era el de este combo, pues, un nombre cuyo lugar permanecía anclado en el pasado.

Con justicia, por supuesto. Su primera incursión, The Graveyard And The Ballroom (‘80), dio mucho de qué hablar en esas aurorales eras posteriores al punk: la consistencia tridimensional de su música, la inmisericorde punción de las cortantes guitarras, la gravedad festiva del bajo, la tornasolada opacidad de los teclados... Originarios de Manchester como Joy Division, e inscritos también en el padrón de Factory Records, el documento antedicho y el subsiguiente To Each... (‘81) habrían tenido mayores ascendencia y difusión, si no hubieran mediado dos circunstancias. Una fue el suicidio del frontman de los Division, el frágil Ian Curtis, que confirió a cantante y compañeros instantáneo-y-merecido status de culto. El otro hecho fue la considerable pérdida de orientación que estragó a los dirigidos por Topping y Terrell a partir de Sextet (‘82). En adelante, no andarían sino a los tumbos...

Hasta el ‘20, cuando deciden regresar con todas las de la ley, si bien prescindiendo de sus fundadores. Del sexteto que debutase en el ‘80, sobreviven el bajista/vocalista Jez Kerr, el guitarrista/trompetista Martin Moscrop y el batero Donald Johnson. El hoy septeto, que completan Tony Quigley (saxo), Viv Griffin (bajo), Ellen Beth Abdi (flauta) y Matt Steele (teclados); reaparece hace tres almanaques gracias a ACR Loco, trabajo que le ha provisto de harta tela por tijeretear, remodelada en un compendio de remixes (‘21) y en otro live (‘22).

Con carátula de inequívoca referencia a los videocassettes en blanco para betamax y/o VHS, y título más que revelador, 1982 plantea una recuperación del tiempo perdido apuntando directamente al año en que A Certain Ratio extraviase el sendero. Aunque Sextet forzó la irrupción de latinismos y de pretensiones seudo-arty como fallida coartada para ahondar en la filiación funk que el grupo siempre había profesado, la idea no era del todo mala. La nueva aventura permite esa convivencia entre la tropicalia sabrosona y el jazz mutante a lo Herbie Hancock, y la tensión urbana/incendiaria creatividad que experimentase el after punk del ‘78 al ‘84. El extraño concubinato encarna desde las primeras notas de “Samo”, bañadas por un dub reluctante que pinta extractado de las teorías del Cuarto Mundo enunciadas por Eno -hay que recordar que el propio alias de ACR es repescado de la letra de “The True Wheel”, que el Prócer del Ambient posiciona en Taking Tiger Mountain (By Strategy) (‘74).

Concedo que tal vez “Ballad Of ACR”, con su insospechado intro meloso que prontamente colapsa ante el surgimiento de espirituosas líneas jazzy, no es el mejor cierre para un esférico de veras sorprendente. Es, si se quiere, la única objeción que oponer a un puñado de canciones que refina la mixtura hasta niveles de desprejuiciado eclecticismo (“Constant Curve”), que no afloja si se trata de entrarle al lounge (“Tombo In M3”), que puede estilizarse (“Tier 3”) o prenderse (“Afro Dizzy”) a voluntad. Que, también, sabe retrotraerse a los días en que New York fue una zona liberada, hábitat de locos/as desopilantes (el lado cool de A Certain Ratio le debe mucho a Talking Heads, como atestigua “A Trip In Hulme”) y de marcianos/as sandungueros/as (Liquid Liquid en “1982”), iluminados/as todos/as por una penumbra rebosante de seducción groovy.

Entonces, si el tiempo vuelve a empezar y todo camino está por recorrer, ¿por qué no?

Incluso cuando ha alcanzado el Cielo, se ha desintegrado casi a renglón seguido y vuelto a juntar tras casi dos décadas, el segundo paso en la nueva vida de una banda es materia complicada. Aunque quizá sea más fácil para las consagradas en el plano internacional, tampoco lo es demasiado. Mucho más sencillo es comenzar a publicar tras la reunión, que apuntalar ese segundo debut con un sucesor que aplome y concorde.

Le ha costado media docena de años a Slowdive dar luz verde a un larga duración tras el epónimo reentré del ‘17. La pandemia del COVID-19 trastocó las previsiones iniciales de empezar a grabar en abril del ‘20, retrasándose el proceso cinco meses. No mucho después, Rachel Goswell -voz, teclados, pandereta- perdería a su madre, y luego acontecería otro tanto con el padre de Simon Scott (batería). Estas pérdidas, que en el caso de la vocalista le empujó al alcoholismo, ralentizaron el desarrollo de la nueva placa; al punto de tomarle dos años y muchos meses ganar forma definitiva en grabación y producción.

Mas a diferencia de lo acaecido con el resplandeciente estreno de Arcade Fire (Funeral, ‘04), gestado bajo coyuntura similar, el quinto álbum en la carrera de los de Reading ha sublimado de manera diametralmente opuesta las luctuosas experiencias. Y acaso no sea ése el único tamiz a considerar. Editado por Dead Oceans, no puede afirmarse de Everything Is Alive que equipare en niveles más o menos esperables las cotas shoegazing que aún podían advertirse en su anterior rodaja. Existen elementos que vinculan a la agrupación al noise etéreo que ella misma contribuyese a forjar durante la primavera supersónica de los primeros 90s (el hercúleo farallón distorsivo de “Shanty”), sí, pero actualmente palpitan junto a otros sonidos que los ingleses han decidido asimilar -consciente o instintivamente.

Abre EIA el sintetizador modular de la alegada “Shanty”, melodía originalmente pensada para un LP en solitario de Neal Halstead (el último de los cuales, Palindrome Hunches, data del ‘12). La argucia no dura mucho, y luego nos enfrentamos a un canal ruidoso y oscuro a partes iguales. Tal es el sino que seguirá casi hasta el final Everything Is Alive: a veces atestado de melancolía, a veces multiplicándose en dilatados segmentos instrumentales que invitan a ser escuchados durante interminables ocasos invernales, a veces proponiendo luengas caminatas de agradable agotamiento... La oscuridad aludida, no obstante, no se traduce en monotonía. Aunque las eléctricas de Halstead y Chris Savill prefieran hoy explorar oquedades, detalle que valida parangonar el nuevo episodio a Pygmalion (‘95, comparación no del todo desacertada), estas cavidades son maravillosamente traslúcidas -pobladas de formaciones coralinas que brillan en la negrura circundante, y que semejan constelaciones alcanzables por ahora sólo con la imaginación. O con el arte.

La nebulosa turbiedad de Everything... es consecuencia de la apertura a otros matices, como decía hace un rato. ¿Es la afluencia de éstos la que le da su peculiar coloración al CD? Esa pregunta sólo puede contestarla el quinteto. Pero es claro que tanto Neil como Rachel han bajado al menos un tercio de octava frente a los micrófonos, acompañando así con más propiedad el incesante accionar tanto de los teclados que ellos mismos manipulan como el del sobrio e incansable bateo de Scott, coprotagonista en las ocho renovadoras composiciones del repertorio de los británicos. También es claro que, estilísticamente, Slowdive no sólo se ha separado en gran medida del shoegazing, sino que además se ha acercado al after punk marinado por la electrónica de unos Cure, lo mismo que al slowcore clásico de insignes precursores como Seam, Galaxie 500 o Bedhead. La íntima evocación procurada por joyas como “Skin In The Game”, “Prayer Remembered” -otro outtake del abortado solista de Halstead- o la magistral “Andalucia Play” inclina a pensar que el conjunto asume de este modo, conscientemente y como se debe, el arribo a la madurez definitiva.

Ahora es la de Slowdive, pues, una alineación bastante afecta a los temas de medio tiempo para abajo, copados de estamina al 100%, que cuajan en preciosos paisajes auditivos de melancolía con que fatigar la orilla de la Vida. A despecho de esto último, dicha saudade no obsta para, de vez en cuando, sacudirse un poco la modorra y virar hacia las épocas en que encendieron todas las antorchas con Just For A Day (‘91)- porque las del todopoderoso Souvlaki (‘93) difícilmente han de combustionar otra vez: “Kisses”, “Alife”, la muy ochentera “Chained To A Cloud”, la briosa “The Slab” -de seguro no el número más veloz de Savill/Chaplin/Goswell/Scott/Halstead, pero sí el más corpulento e imponente.

Nuestros héroes están de vuelta.

Hákim de Merv

jueves, 14 de septiembre de 2023

Seven 7'' // DJ Locopro: Human Music

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 6 de septiembre del 2023.)

En el background general de la música pop, la figura del single doble es rarísima, mucho más que la del extended play doble. Si algo tienen uno y otro en común, ello es una justificación conceptual no siempre impertérrita. Quizá el ejemplo más célebre del doble EP es el que diera lugar posteriormente al disco Magical Mystery Tour (‘67) de The Beatles. En cuanto al doble 7’’, la primera vez que supe de su existencia fue gracias al 45 r.p.m. de Japan “Gentlemen Take Polaroids” (‘80), insólitamente presentado como díptico. Aunque de seguro hay antecedentes más antiguos.

Cerca de dos meses atrás, Chip Musik Records lanzó el sencillo de nombre Seven, editando por separado el lado A (13/7) y el lado B (16/7). Salvo el buen tino que ha presidido la elección de participantes en la sucinta jornada doble, lo que de paso también me faculta a hablar de algo así como un 6-way split, no capto ninguna idea subyacente a cada “cara” del single. Eso sí, cumple Seven con ilustrar los principales méritos de la discográfica (si bien de manera demasiado efímera para mi gusto).

El lado A de Seven empieza con Aloysius Acker -y, considerando las coordenadas de los cinco actos que le suceden, puedo decir que no hubo mejor lugar en donde ubicarle. El nom de guerre de José Rodríguez deambula entre el shoegazing próximo al bliss pop y el post rock de facciones etéreas. Henchida de texturas poco menos que seráficas, la pieza “Esta Sombra Que Cae Del Ruido De Tus Pasos” no sólo se condice con el perfil que retrata este filón del músico, sino que corrobora la buena forma en que se mantiene. Le siguen Siam Liam y Ionaxs, sendos cultores IDM clásicos del sello, inusualmente presos de una inflamada heterodoxia durante sus performances. El primero se sirve de una melodía de ambient acuoso rodeada de dosis exactas de intelligent techno/deconstruida con beats que guiñan a la distancia al drum’n’bass (“Mar Cuántico O Fluctuaciones Del Vacío”). En cambio, Ionaxs -Ion Axs, para la ocasión- cose IDM epiléptico y entrecortado a secuencias de raigambre downtempo (“Haz De Iones”, nimbada por enaltecidas frecuencias vibratorias).

Seven da inicio a su lado B con fichaje de estreno en la nómina Chip -Paititi. El novísimo seudónimo de Óscar Cireneo (Semilla Galáctica/Galactic Seed) nos obsequia en “Tagmatron” una polimórfica exhibición de autechrismos circa Tri Repetæ (‘96) y de esa agitación intrínseca al subgénero braindance en sus horas de inspirada ebullición. Tras el surco, se posicionan Mongo No Stars y Troek. El segundo es otro chaplín debutante en los bits de la label, aunque detrás suyo están dos viejos conocidos: Jorge Rivas (Ionaxs, Puna, Philkophillips) y Alfonso Noriega (El Otro Infinito, Prados Perfectos, Puna). “Primer Mensaje Desde La Niebla” es un ventarrón huracanado de ruido digital, que se ve progresivamente invadido por restallantes programaciones de nerviosa electrónica.

Mongo No Stars, por otra parte, es ya una revelación confirmada; fogueada en compilaciones de las series ‘Lego’ y ‘Trasmisores’, y cuyo primigenio Neofhyte Miscellanea se erigió como el mejor álbum perucho del ‘21. El proyecto se esmera en mitigar todas las salientes producidas por la robusta mezcla entre acid techno y ambient house que esgrime, aditando elementos intelligent e incluso EBM, consiguiendo así abastecer a “Tigh Rope” de una gran capacidad de fuego de cara al dancefloor. Admito que a prima facie la noción de un single doble no concitaba mucho mi atención. Los resultados obtenidos por Seven me conminan a reconocer la nulidad de esa temprana sugestión.

Para su nuevo capítulo bajo la identidad que más ha hecho suya frente a las escenas independientes, Miguel Elescano propone una suerte de tratado abstracto sobre algunos de los géneros electrónicos de obvia filiación noventera. A tal efecto, el limeño no discrimina entre vieja y nueva escuela, por lo que Human Music reditúa la incómoda sensación de querer sonar omniabarcante y errar en el intento -aunque no sea ése su objetivo.

En “In The Light”, por ejemplo, DJ Locopro hace rugir los motores con que siempre coge velocidad y vuelo -los del house y del techno. Pero el trote del tema de apertura es suave, cansino, a despecho de la alta tensión que muge a través de las ensordecedoras líneas de acompañamiento. Algo similar sucede al reproducirse el track epónimo del esférico (si bien se prescinde de osamenta rítmica). Esta parsimonia choca con la presteza de composiciones como “New Creature” o “Nuclear Pop” -respectivamente demostraciones del vertiginoso tech house de-ascendencia-Roland TR-808 que fascina al capitalino, y del fracturado jungle con que éste difumina nubarrones y sirenas.

Otro ejemplo de diversidad es “Sweet Poison”, que paulatinamente se va acercando al trip hop, sin llegar nunca a sumergirse del todo en el sonido bristoliano. Ello, pese a la presencia de la japonesa Coppé y de ¿esa colaboración? ¿ese sampleo? a lo Horace Andy que más parecido, imposible. Y no podía faltar el guiño a aquellas dialécticas digitales marca 90s que basculan entre el lo fi y el no fi, que pueden ser angélicas y dulces como asimismo áridas y punzantes -que son todo atmósferas y efectos, sin rastro de programación o secuencia. En este último cajón incluyo a “Coming Home” y a “Dios Es Luz”.

El balance es un poco disparejo, entonces. No porque falte oficio, o porque Human Music tienda a disgregarse en variedad de impresiones que divergen unas de otras. No. En Everything Is Wrong (‘94), Moby probó que se podía ser exageradamente versátil y aún así permanecer a flote con circunspección y solvencia. El problema es que los canales mismos carecen de mayores brillos: no destacan por características propias, una vez descifrada su posología, y en honor a la verdad lucen bastante inanes todos ellos. Ni siquiera esa excepción a la tácita regla de base 9 que es “Aunque Los Perros Ladren”, synth pop fondeado en los 80s, escapa de la imperante aura de inercia. Así, se torna difícil matizar un largo al que le es imposible avanzar más allá de la categoría “regularón, nomás”.

Hákim de Merv

jueves, 7 de septiembre de 2023

Zetangas: Sesiones Intangibles

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 30 de agosto del 2023.)

Afirmaba hace un par de años que los últimos lanzamientos de Carlos García le aterrizaban en el lugar exacto al que éste parecía haber aspirado llegar siempre, si bien hacía la salvedad de realmente no tener el 100% de certeza acerca de ese destino (“...con lo inquieto que es...”). En buena hora incluí la atingencia.

Sin el apañe de sus ¿reales? ¿imaginarios? Monsters De Comida, Zetangas ha publicado pasada la quincena de junio su séptimo álbum de estudio, que constituye una sorpresa por cuanto no guarda relación alguna con aquello mostrado en Vacuum Phases (‘21) o en el mayúsculo 22/09/1953 (‘19). Tamaña circunstancia se anuncia desde la carátula de estas Sesiones Intangibles, elaborada a la antigua montando diversas imágenes -dibujos, motivos geométricos modificados, una añeja foto- a la usanza del formato collage, que invoca estados de ánimo simultáneamente placenteros/recreativos/juguetones (cf. los créditos de apertura de Juno).

¿Cuánto de esto se ve reflejado en el contenido del nuevo artefacto? Bastante. Con quince pistas y apenas 31 minutos, Sesiones Intangibles empieza su andar de la mano de un track marcado por la estética del dub y por el backbeat consustancial al género que hizo famoso (a) papá Marley. Es “Natura Concreto”, entonces, un inicio impensado. Tanto como la dirección del subsiguiente “Pepino De Mar”, de osario pop y de guitarra cuya digitación límpida y fluida remite instantáneamente al maestro/genio Vini Reilly (The Durutti Column). Lo curioso es que, por lo menos hasta casi el final del segundo tercio del CD, el guitarrista hoy radicado en Suecia trenza ambos filones con precisión y regularidad infalibles.

Tenemos de un lado, pues, ecos del 4/4 jamaiquino que se presentan diluidos (“Abisal”), tribalizados (“Fantoche”), marinados en la tradición afroperuana (“Altitud De Crucero”). De otro lado, pop no precisamente inmaculado pero sí circunspecto (“Asta”), fibroso y ligeramente experimental (“Carnaval Rojo”), que guiña a las acuarelas del legendario mancuniano (“Emérita Análoga” tiene toda la pinta de corte firmado por TDC). En medio, un Zetangas devoto del miniaturismo, que a veces confunde las proporciones y se acuerda de sus viejos tiempos (“Estilo Turco”), y que para la ocasión flirtea apasionadamente con el wah-wah.

“Lo Sigo Buscando. Ya Lo Encontré!” funciona como cuña que rompe la incesante oscilación de Sesiones Intangibles. La claridad del registro se ve empañada por la voz filtrada de García, extendiendo ese manto lo fi hacia el resto de la composición, de remolona melodía indie. Esto vuelve a ocurrir en el divertido “Y Es Que Los Dioses!”, número de despedida del disco, quedando los canales entre éste y “Lo Sigo...” exiliados a un limbo donde por fin desaparecen las tranqueras estilísticas de cada ingrediente empleado (excepto el rasta, que ya no vuelve a figurar). Pop sesudo, que se vale del wah-wah (“Rayo Geométrico”) lo mismo que del didgeridoo (“Shuri”), y que nos regala otra vuelta de tuerca con el mestizaje acogedor/demoledor de “Viringo”. Dejo sentada mi protesta: difícil adivinar, de esta guisa, qué hará Zetangas para su próximo larga duración.

Hákim de Merv