jueves, 25 de julio de 2024

Bosón De Higgs: Los Cuentos Espaciales

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 17 de julio de 2024.)

Por esos cortocircuitos sumamente insólitos que rara vez se producen entre interacciones varias online, supe de una banda de cuencanos que decidió debutar el año pasado con artefacto doble: Bosón De Higgs. Ni bien te empapas de info al respecto, las peculiaridades comienzan a saltar -el grupo proviene de Ecuador (país del que no me suelen llegar noticias relacionadas a la música pop contemporánea), su imaginario está profundamente marcado por la ciencia y esa ficción especulativa que ponderaba Harlan Ellison, el estreno tiene todas las trazas de ser un díptico conceptual a la usanza de los 60s y 70s...

Es un poco difícil acceder a Los Cuentos Espaciales. Aparece en Spotify, plataforma que no uso ni usaré nunca, y en YouTube sólo figura bajo la modalidad “playlist”, no “full album”. También se hace complicada su escucha para quienes no tienen los tímpanos encallecidos, ya que los norteños se encomiendan a un manojo de géneros de los cuales el más “joven” es el alternative rock de los 90s. Hard rock, space rock, progre y psicodelia son las otras constantes de que se sirve el output de Bosón De Higgs. Por suerte es el rock alternativo el llamado a revestir todas esas influencias con una pátina de relativa modernidad, como para que el viaje no rezume olor a naftalina, aunque de todos modos es ineludible hablar aquí de revivalismo.

El primer volumen de Los Cuentos Espaciales abre guiñando al clásico de Stanley Kubrick 2001: A Space Odyssey (1968). No puede entenderse de otra manera “Overtura (Así Habló Zaratustra)”, que ni bien finiquita da paso a aplicadas embestidas rock, consecuencia de muchas horas de ensayo; lo que les hace lucir además correctamente cuadradas. Sucede con “Rocket Scientist” (prog que se esfuerza por no parecer prog), con “Las Jaulas De La Ciudad” (denso hard rock bien concluido), con “Bosón De Higgs” (de agilidad elogiable), con “Vía Láctea” y “Agujero Negro” (ambos de ciertos matices oscuros que me hacen dirigir la mirada hacia los 80s). Flexibilidad, soltura y presteza, que no vetan episodios más lentos y/o de medio tiempo -“Supercúmulo De Virgo” y “Aurora Parte 1”, instrumentales los dos.

Para el segundo volumen, el panorama sufre algunas modificaciones. La más notoria es el amago de tour de force que Bosón De Higgs practica a través de sus siete pistas: si bien entretejidas, el entrelazamiento no es tan evidente como pudiera esperarse. Asimismo, los venerables/vetustos géneros a los que se ha aludido antes asoman más perfilados, sin el sesgo “modernista” ya de que el alternativo les nimbaba. El instrumental “Danza De Polvo Estelar”, por ejemplo, se presenta impúdicamente en todo su progresivo vigor. Otro tanto sucede con el heavy blues de “Vistazo A Tierra”. Pero si hay un estilo que destaca por la cantidad de veces que es invocado, ése es el hard rock, sobre todo el del primer Deep Purple -el que no le hacía ascos al space ni a la psicodelia. Su estela asoma bastante obvia en “Cometa Rex” o en “Macrobélico”. También aquí hay lugar para digresiones balsámicas, como “Sálvame” y la insular “Pálido Punto Azul” -no entiendo muy bien qué quisieron hacer los ecuatorianos en esta última, más allá de reciclar el homónimo discurso del recordado divulgador científico Carl Sagan.

La doble jornada de Los Cuentos Espaciales cierra persianas con el hard prog de “Aurora Parte 2 (Final)”, en registro raudo y contundente. Bautizo ambicioso. Muy lejos de naufragar, tampoco es del todo logrado. Tratándose de una puesta de largo, tiene un nivel aceptable. Y, cómo no, cosas por enmendar. En contadas ocasiones, el hándicap de la laaaaaaarga duración de un CD puede contrarrestarse/revertirse a favor del combo. Éste podría ser el caso, ya que si decidimos meter todos los tracks en una sola rodaja, espacio  no  va  a  faltar. Su separación  en  dos  partes,  por  contraste,  parece  confirmar  la teoría de díptico conceptual -el vasto universo que nos circunda, sus visiones ensoñadoras, sus escenarios dantescos. Ningún esférico recibe nombre específico, sin embargo, como se estilaba antaño. En fin, estreno a tomar en cuenta para futuras referencias, lleno de elementos armónicos y melódicos; el del quinteto integrado por los hermanos Danny (bajo, voces) y Paul Galán (guitarra, voces), Fernando Marín (batería, percusiones varias), Esteban Cañizares (guitarra, voz principal) y Jorge Pezantes (su intensa performance en teclados lo hace el más interesante a seguir).

Hákim de Merv

jueves, 18 de julio de 2024

Maribel Tafur: Ultranatura

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 3 de julio de 2024.)

Sin mucho aspaviento ni revuelo, Maribel Tafur ha colgado el 18 de abril lo que debe considerarse su primer largo solista en sentido estricto, una treintena de meses después del magnífico 2106 EP -hasta hace poco, última referencia publicada por la hija de los recordados Maryna Pastor y Jorge Tafur.

Con una ejemplar carrera a cuestas, que incluye experiencias como las de Valium, el emprendimiento propio Intune, Budapest y la reconversión ambient de algunas canciones del recordado programa infantil Nubeluz; la joven multi-instrumentista se adentra en las comarcas del sound art y del landscaping electrónicos durante los más de 48 minutos que se prolonga el recién estrenado Ultranatura. No por vez primera: si bien el extended enrutaba parcialmente las composiciones de Tafur hacia esos exactos vericuetos, el nuevo título se derrama por completo en esas direcciones.

Diez tracks de tenor ambiental, muy ocasionalmente lo fi, materializados en lo que parecen ser paisajes naturales costeros o al menos próximos a manantiales y espejos acuíferos, fecundos en sonoridades pedales y decorados con motivos como extraídos de grabaciones de campo -he ahí las diferencias respecto de 2106 EP. Diez surcos de hídricas texturas minimales, partícipes de una contemplativa naturaleza fluida/circular, abordadas sin descanso por el pálpito sedante y armonioso de un ambient ¿líquido? ¿irreal? ¿límpido? ¿utópico?, que invitan al dulce sosiego y a la meditación más primordial -he ahí las similitudes.

Aludía unas pocas líneas atrás al recurso de ornamentaciones fundamentadas en lo que bien cabría catalogarse como grabaciones de campo. Trinos y gorjeos de aves canoras varias se dejan escuchar en cortes como “Alacant” y “La Albufera Y La Isla De Taquile”. El golpeteo de la lluvia precipitándose sobre lo que acaso es un bosque tropical (“Mineral Manifest”) o los tumbos de plácidos caudales que corren sin prisa hacia insospechados destinos (“Outscape”), son también de la partida. Aunque complementarios, ni siquiera éstos son tan protagónicos como la incesante voz del “conductor universal”, que copa explícita o sutilmente una grandísima parte de la extensión del álbum.

Pulso firme y decidido el que pone en juego Maribel para este Ultranatura, que a algunos/as les puede sonar un tanto excesivo. Quizás sí: dos pistas menos hubieran reportado un mayor coeficiente de cohesión, dada la dispersa y elongada personalidad del volumen cualitativamente hablando, a diferencia de la concisión y de la emotividad despachadas a través de 2106 EP. Detalle menor: con temas de menos o con todos ellos, la estupenda manufactura de este acetato enfatiza a toda hora el flexible/terso carácter emocional de obra y autora.

Hákim de Merv

jueves, 4 de julio de 2024

Emputados: Vol. 1

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 26 de junio de 2024.)

No por previsibles/esperables, dejan de ser menos insólitos algunos de los frutos que sigue rindiendo el circuito nacional de escenas independientes. No sé, tal vez no sea cosa de haber avanzado unos cuantos escalones evolutivos desde los 80s y 90s. Quizás sea un tema de conexión/vínculo primordial. Y qué más primordial que hurgar y empatizar, a tal fin, entre y con los géneros menos complejos.

Ése es el caso de Emputados, combo integrado por Daniel Ybarra (guitarra), Joao Lumbre (batería), Rolando Acosta (voz) y Willy Montalvo (bajo). Todos ellos residentes en la capital, estos manes se juntan durante el invierno del ‘23, y publican su primer registro a comienzos de abril del presente bajo el escueto nombre de Vol. 1. Como corresponde a su naturaleza punk y hardcore, este primer paso apenas rebasa los 11 minutos de extensión, encajando más como un extended play que como un mini-álbum propiamente dicho. Los músicos, no obstante, prescinden de la nomenclatura “EP” en el título.

Estilísticamente, es harto improbable que las hordas que aún reivindican los postulados del apocalipsis ‘77 puedan ofrecer algo novedoso, sean éstas de ascendencia hardcore o punk. La opinión, empero, no equivale por fuerza a aseverar que todo esfuerzo proveniente de aquellas coordenadas nazca condenado a la ruina y a la extinción tempranas. Porque es cuando pones en juego todo lo que tienes en el centro de la caja toráxica, que las viejas enseñanzas del “do it yourself” reverdecen laureles. Y, como sucedía con el pelotón de bandas participantes en la respondona compilación The Infernal Sounds From Peru: Compilado Thrash/Black/Grind/Noise/Crossover Volumen 1, es evidente que Emputados rebosa por los cuatro costados esa sangre roja, furiosa y adolescente que sacude al tejido muscular miocárdico como sólo ella puede.

Once minutos y monedas de los más airados y rabiosos que he escuchado en los últimos meses, junto al aludido panorámico curado por Entes Anómicos. Áspero hardcore de contundencia vertiginosa, con espacio para malabares de las baquetas (“Ira”), y una eléctrica que cumple su rol a la perfección, incluso cuando el cuarteto despeja los cielos y le deja resplandecer en toda su magnificencia wah-wah (“Mientes”). La furibunda verborrea que morphea líneas de lo más incendiarias, por lo demás, está a la altura de la denominación que el grupo ha escogido para sí. Cualquiera de sus acometidas puede ejemplificar esa cualidad: “Sin Oportunidad”, “Bastardos”, “Un Día De Furia”...

Puntual brevedad, biliosa iracundia, vehemencia gritante y emputada; características todas que han  presidido  el  alumbramiento  de  Vol.1. Se merecen  algunos  pulgares  arriba  estos jovenazos -donde más se evidencia que todavía lo son es en sus muestreos: el personaje de Vaas Montenegro del videojuego Fan Cry (“Pastillas”), Bruce Wayne en The Dark Knight Rises (2011) (“Hacia El Ascenso (Lázaro)”), un “audio subliminal” deslizado en el programa Radio Conexión LATAM (“Sin Oportunidad”).

Hákim de Merv

jueves, 27 de junio de 2024

Sacharias: Fin // The Slow Voyage: The Slow Voyage

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 19 de junio de 2024.)

Habitualmente inclinada hacia sintetizadas alofonías de resolución estándar o borrosa, no deja de ser insólito encontrar cada tanto en la nómina de Poxi Records un proyecto como Sacharias. Es cierto, figura también allí Talismán, pero ésa es otra de las contadas excepciones dispuestas a refrendar la regla. De cualquier forma, y pese a divergencias de estilo, este misterioso individualista observa el principal distintivo estético de la independiente santiaguina -el lo fi.

Fin, al que todo sindica como debut del acto, se construye a partir de guitarras y de sencillos patrones rítmicos programados utilizando una drum machine. Las primeras tienden a ser acústicas, lo que facilita dotarlas de texturas inmersas en consabidas transparencias polucionadas, no comportando su electrificación mayor obstáculo para ello; mientras que los segundos, sin ralentizarse hasta alcanzar marbetes tan “escabrosos” como el de la balada, vagan pedestremente lejos del medio tiempo.

Una cosa no quita la otra, por supuesto. Sacharias no prescinde de instrumentación más tradicional, como lo demuestran las baterías de “Espejo”, “Puerta Roja”, “Dame” o el track titular. Eso, para no explayarme en el concurso de bajos, pianos, armónicas o saxofones; también hallables en la travesía. A decir verdad, dichas participaciones contribuyen a realzar el excéntrico perfil insular del unipersonal -bastante inasible por cuanto el lo fi determina el enfoque de su acercamiento, no los géneros revisitados.

Quizá sea eso lo que más llama mi atención en Fin: blues primordial, enteogénesis rítmica, power chords noventeros revestidos de delay... No son éstos los territorios que frecuenta la Baja Fidelidad. De esta guisa, viñetas como “Fin”, “Seremos”, “Ritmo 77” o “El Viaje De Ali” revelan fantasmales guitarras lisérgicas, picapedreras percusiones de tangencial corporeidad rockera, vocalizaciones que franquean el dintel de lo puramente ambiental. Extrañas fisionomías las que confiere el registro a sonoridades usualmente embebidas de precisión y nitidez luminosas.

Una curiosidad de cassette. Dependiendo de los oídos que seduzca, puede mostrarse fascinante y/o intoxicante. Que sienta más lo primero, sin embargo, no significa que a ratos no experimente lo segundo.

Dos años después de su adictivo Soul's Whisper (‘21), The Slow Voyage entrega tercer esfuerzo en largo, bautizado epónimamente. Eyectado en junio del ‘23, este nuevo álbum parece encaminado a asentar definitivamente el polvo que levantara el cuarteto cuando su estreno impactase el pétreo continente de venerables géneros rock soliviantados sobre recias eléctricas y tormentas galvánicas de amperaje devastador.

¿Cómo así? Si en Time Lapse (‘17) había lugar para discursos graníticos como el stoner o el space, entre otros, con Soul’s Whisper la cosa fue decantándose hacia los sonidos más cercanos al psicodelismo sesentero y setentero. Para The Slow Voyage, ese proceso busca cerrarse dando lugar a una rodaja cuyas raíces se hunden en la época dura del rock ácido. A este respecto, la descripción provista por el grupo de Freddy Lepe y Rodrigo Salamanca es más que reveladora: “...un magnífico impulso que se asoma hacia el misterio de la existencia, el azar que palpita en cada ejercicio musical, transita entre golpes y rasgueos que delatan cualquier intento fallido de mantener la calma”.

Esa ascendencia psicodélica dice presente desde “Mi Mente”, apertura del CD, y sobrevuela a éste incluso cuando TSV cambia de registro en la postrer “Eyes Dub”. Como sucedía asimismo en Soul’s..., la agrupación reserva la última tajada del pastel para delicias jamaiquinas, aunque siempre en inquebrantable sintonía dubidélica. Añadiría que, esta vez, también solar. The Slow Voyage es psicodelia de carretera, de fortísimas conexiones con inmensidades desérticas, diurna y sumamente distendida. Sea en la resplandeciente laxitud de “Great Day” o de “Let Me”, sea en el trote milimétricamente cuadrado de “No Control” o de “Don’t Forget”, la naturaleza dispersamente apolínea de la banda baña de luz casi cada rincón de la placa.

Durante muchos minutos, este The Slow Voyage me ha recordado varios pasajes de Vanishing Point (1971), clásico de culto para el subgénero road movie que pone en entredicho muchos de los conceptos sobre los que se suele construir la idea -aceptada, bendecida- de “normalidad”. Por eso me irrita un poco “Moonless Night”, que considero la canción menos lograda del disco. No sólo su nombre desentona con el aura del esférico, sino que suena fundada sobre los exactos opuestos que dan vida a éste. La única que pondría en alerta al héroe Kowalski.

Hákim de Merv

jueves, 13 de junio de 2024

Rafael Sáez: Plenilune

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 5 de junio de 2024.)

Músico electrónico con pinta de coetáneo mío -es decir, joven aún (jejeje)-, desde Madrid han llegado buenas nuevas sobre Rafael Sáez, quien debuta bajo nombre civil a inicios del pasado marzo colgando en su cuenta de SoundCloud las pistas correspondientes a Plenilune. Bonita sorpresa por varias razones -acaso la más importante de ellas: la vieja escuela pre-kraftwerkiana no tiene por qué estar necesariamente reñida con las mocedades synth que izaron antorcha de rebelión a inicios de los 80s, inspirándose en los Robots de Düsseldorf. Ni rechazar ambos subgéneros sonidos más próximos al estipendio del baksheesh.

Efectivamente, Sáez se emociona por igual escuchando a Ultravox y a Jean Michel Jarre, a Depeche Mode y a Vangelis, a Yazoo y a Tangerine Dream. Su estética se alimenta de las sonoridades que emiten un Yamaha DX-7II o una Commodore 64, un GRP A4 Synthesizer o un Oberheim Xpander. Sirviéndose de la interface MIDI para empalmar unas a otras, el output resultante cuaja las más de las veces en un macizo synth pop de sólidas, casi hercúleas secuencias proto-trance. Ésa es una forma de decirlo. Acaso más apropiada para Plenilune, otra sería afirmar que el peninsular cose el sofisticado input glacial de adalides como Gary Numan o John Foxx a la electrónica casi polifónica de rancio cuño, dando lugar así a un continuum que resplandece apolíneo gracias a programaciones refractarias del imaginario de la sci-fi más entusiasta.

El empleo de bpms de alto octanaje envuelve a Plenilune en un halo de futurismo indesmayable, pese a lo cual Sáez se da maña para sortear la uniformidad. Calentar motores y dar la largada con “Stars”, todo es uno. Llena de vitalidad impetuosa, producto del coqueteo con el trance a lo Oakenfold o Tiësto, la pieza corre hacia una segunda parada igual de robusta que la anterior: “Fly To Your Dream”. Sin abandonar el crisol al que ha accedido desde el inicio, la síncopa va amansándose con “Rain”, “You Want Me” y “Fallen Dreams”; estos dos últimos en remezclas acreditadas al gaditano Cyborgdrive. Aquí es manifiesta la reducción de velocidad en los beats, lo que de paso ayuda a que ingresen otros colores -el string artificioso de “You Want Me...”, un rango vocal más agudo que los que desfilaron en números precedentes...

Tras “Fly...”, “Together” es el canal que más se empeña en rozar el trance, aunque la aproximación está bastante lejos de concretarse. De hecho, la imagen proyectada por el tema emite destellos de ese corte, felizmente sin requerir del sonsonete repetitivo consustancial al también llamado “atmospheric house”. O de su agilidad. Despojada de la reverberante fastuosidad de su contraparte remixeada, la toma original de “You Want Me” se acerca al synth pop de pro, lo mismo que “Walk Alone”. Este surco, no obstante, luce lo bastante esquematizado y simplificado como para adherirse al descafeinado pop mainstream del siglo XXI -el único momento del CD que me parece prescindible. Afortunadamente, Plenilune alza vuelo de nuevo con sendos remixes de “Together” y “Stars”, respectivamente a cargo del español McV ADSR (que coproduce el álbum) y de Jonás Larsson. En ambos casos, regresa a primeras planas la jocunda alquimia que brillase nada más iniciarse la jornada, cerrando ésta en plan fin-de-fiesta.

Fruto de un trabajo de seis años, Plenilune no ha satisfecho las ansias editoriales de Rafael Sáez. El madrileño ha anunciado la confección de un artefacto de remixes (titulado provisionalmente Black Sun), del que ya se han dejado escuchar algunos adelantos, y su inmersión en el concebimiento de su segundo opus en estudio. A tal efecto, sugiero que las versiones normales de canciones e instrumentales se posicionen primero en el track list, y se reserven las remezcladas para el final -como se acostumbraba antaño. Confunde un poco escucharles a la inversa.

Hákim de Merv

jueves, 6 de junio de 2024

Jeannie Llamoga: Hey Love! I Love You

 (Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 29 de mayo de 2024.) 

Por mucho tesón que uno/a ponga en alcanzar la objetividad allende las ciencias exactas, a lo más a que se puede aspirar realmente es a una intersubjetividad que viabilice la comunicación y discusión entre los seres humanos. Suele olvidarse con facilidad este, digamos, “axioma”; que cada tanto algún episodio dialéctico refresca. Me sucedió hace poco, en el marco de un debate amical sobre “Vamos A Tocache”, notorio plagio descarado de “Primary” de The Cure -y ello me recordó aquella polémica suscitada por una hoy olvidada reseña mía, sobre cierta grabación peruana de música electrónica experimental a fines de los 00s. 

Se me acusó entonces de manejar una plantilla esquematizada a partir de la que evaluaba los discos, no distinguiendo naturaleza o género. Por supuesto, la acusación carecía del menor asidero, porque se critica el resultado de un álbum específico y no los procesos que le produjesen, sin importar lo innovadores que fueran éstos si el saldo era el mismo de hace años. He rememorado la anécdota a propósito de Hey Love! I Love You, debut en 33 de la trujillana Jeannie Llamoga, porque siento al considerarle que la única canción que salvaría de la quema es “Love Of My Life” (nada que ver con el clásico de Queen). Y aquí cabe preguntarte si de veras es lo único rescatable o si sobrevive debido a un contexto que para mí no significa nada. 

Llamoga publicó Nevermind EP a mediados del ‘21, y ya entonces avisaba que lo suyo eran composiciones de -cortas o extensas- intros siempre afables, tras de lo cual intercalaba calculadamente plastificadas arremetidas electro-pop cosecha establishment siglo XXI y segmentos en los que casi literalmente contiene el aire. Para Hey Love! I Love You, esa dirección se consolida llegando en la práctica a mimetizarse con su inequívoco modelo de referencia, la diva del ¿“género”? en cuestión Lady Gaga. Es decir: dance pop sintetizado, repleto de esteroides, cuyos infundados fastos rozan la vulgaridad a niveles más que ramplones; y que recurre a la utilización de cualquier estilo sonoro, encaje o no, cuando su estética de cartón se queda sin aire y urge de nutrirse antes de fallecer -como lo intentase en Born This Way (‘11).

Si lo de Jeannie Llamoga no desciende a esas simas comerciales, se debe a dos razones. Primera: el fenómeno  Gaga  va  en franco declive desde hace algún tiempo, y sus herederos/as -involuntarios/as o no- se han preocupado por mitigar los defectos en que incurrió la “célebre” cantante. ¿Cuáles? Falta de autenticidad, vacío, letras al borde del panfleto, teatralidad de glamour empalagoso hasta la náusea... Segunda: por suerte, y aunque se afane en imitar los giros vocales de la usamericana, la voz de Llamoga tiene matices distintos. Eso coadyuva a que su música no quede simple y llanamente como derivativa o “genérica”, si es que convenimos en que lo de Stefani Joanne Angelina Germanotta puede calificarse como “género”. La peculiaridad, sin embargo, no alcanza para sacudirse de la estela que emula. 

¿Que si eso es malo o bueno? Pues depende de si en este punto crees o no que manejo una plantilla esquematizada a partir de la cual bla-bla-bla. A diferencia de lo que pasa con los disfuerzos de Lady Gaga, HeyLove! I Love You no me ha empujado en una a detener la reproducción (aunque estuve cerquísima de hacerlo tras el reggaetón muy mal disimulado de “Yo Muero De Amor Por Ti”). Si el larga duración es más llevadero, eso se debe a las razones enumeradas -y no tanto al hecho de servirse la norteña de esquirlas de big beat (“Hey Love!”) o de ambient pop (“Only You”) para desmarcarse y/o pretender no ser aquello que es. Estoy seguro que puede chuntarla entre audiencias de corte millennial. Por desgracia, este pechito es un orgulloso exponente de la Generación X, y por ende bastante más difícil de embaucar. No compro.

Hákim de Merv

jueves, 30 de mayo de 2024

Ela Zul: Spine

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 22 de mayo de 2024.)

Chiclayana hoy afincada en la costa oeste de la Unión Americana, Micaela Martínez a.k.a. Ela Zul lanza oficialmente a fines de enero su segunda entrega de largo aliento, Spine. La primera, World As A Magnet, data de noviembre del ‘22 -y aunque no paseo todavía lo suficiente por entre sus surcos, los rastros apuntan a que orbita alrededor del indie pop. De confirmarlo próximas escuchas, el golpe de timón que ha sido impuesto por la joven norteña en su nuevo disco es más que palpable.

Para empezar, si bien el piano ya estaba presente en World..., en Spine su protagonismo se acrecienta al punto de tornarse identitario de la obra. Amén de dotar al nuevo repertorio de intimistas aires tradicionales, las teclas acercan a Ela Zul a esas viejas vetas de new age que entre fines de los 80s y principios de los 90s refulgían revestidas de sesgos juglares (cf. Enya, Loreena McKennitt o Malinda Kathleen Reese). Esa estela, por lo demás ya asimilada al pop pedestre durante el nuevo siglo, se entroniza al menos en 7 de las 9 canciones compendiadas aquí.

Es, pues, parejo el cromatismo de Spine. Bien matizada por quenas y contrapuntos vocales (“El Niño Espacial”), bien apuntalada por insinuadas/sutiles líneas de teclados (“Noche De Algunas Lágrimas”), la paleta de Martínez colorea de continuo las nuevas viñetas recurriendo a la misma franja espectral. Etéreo en “Estampa”, bucólico en “Soñé”, balsámico -“con v de vals”- en “Mariola”; el emotivo pop de la cantautora discurre sin otros sobresaltos que aquellos que proporcionan las letras. Y es que, a diferencia de la música recién facturada, los textos se mueven en planos algo más mundanos -cuando no carnales, como es el caso de la aludida “Estampa”. Otro ejemplo es la excelente “Nada”, donde Ela se nos descubre presa de anhelos frustrados.

Más cerca de World As A Magnet, “Sueño De Un Genio” y “Virgen De Guadalupe” constituyen los momentos discordantes de la placa. No por entero, desde luego, pero de todas maneras percibo en ellos un uso más extensivo de instrumentación basada en circuitería. Sobre todo en “Virgen De...”: con un tropical/tapatío acompañamiento coludido a la guitarra de palo, queda claro tras los primeros acordes que se trata de un homenaje a la que es tal vez la advocación más célebre de María al sur de Estados Unidos.

Ecos residuales de Julieta Venegas y aún de Maldita Vecindad Y Los Hijos Del Quinto Patio impregnan, así, los instantes finales de un opus embebido de espiritualidad. No de una cualquiera: la de Ela Zul lleva marcado el sino de la soledad, de la duermevela, de la melancolía. Variedad no precisamente abundante en nuestro medio, rubricada por una voz que si bien no es sobresaliente, sí se revela bastante cumplidora.

Hákim de Merv

jueves, 23 de mayo de 2024

Juegos Con Fronteras: ¿Se Está Convirtiendo Sudamérica En El Último Bastión De Una Huérfana Crítica In Spanish Especializada En Música Pop?

(Publicado originalmente a través de tres posteos en Facebook, el 9 de abril de 2024.)

A priori, me imagino que la interrogante con que encabezo esta nota sacará ronchas al por mayor, habida cuenta de la ambición e incluso soberbia que se le podría achacar. ¿Por qué Sudamérica en vez de Latinoamérica? ¿En qué situación está España, como para no considerársele? ¿Tiene la región una escena pop, independiente y/o mainstream, lo bastante representativa y sobre todo visible como para jactarse de una cosa así? Más importante aún, ¿el nivel de la pluma en esta parte del continente soporta la implícita aseveración?

La respuesta a la última pregunta esbozada es afirmativa, si bien debe tomársele de manera menos literal que figurativa. Al menos en este país (Perú), la prensa escrita especializada hace rato que agoniza. Los últimos medios serios resignaron posiciones a fines de los 00s. De allí en más, salvo experiencias aisladas -vg. el esfuerzo loable de la arequipeña Tesoros Mundanos, el fanzine Frecuencias (que de paso resucita el formato)-, los colectivos cedieron lugares a proyectos cuasi unipersonales cada vez más insulares. Ello, sin embargo, no supone la extinción de la crítica especializada; que ha encontrado otras maneras de seguir en la brega. Ahí están, para muestra, los programas radiales online, los videoblogs, los podcasts y los canales de YouTube.

El tema pasa entonces no sólo por la manera de encarar la labor, sino por lo rigurosamente documentados/as que deben mantenerse los/as responsables de éstas y otras tantas plataformas. Últimamente, he estado revisando muchos canales de YouTube enfocados en los diversos géneros del pop contemporáneo. La absoluta mayoría de ellos lo hace bastante bien cuando se trata de grupos y esféricos nuevos. Es en las revisiones del pasado, empero, donde localizo groseras fallas.

Verbigracia, el breve especial de tres partes que dedica Music Radar Clan a la añosa no wave neoyorquina. Me cae el conductor, basta escucharle algunos minutos y contemplar la variedad de estilos que audiciona -traducida en un menú harto variado de videos- para saber que el man la vive. No obstante, en el primer video que dedica al ¿estilo? antedicho patina rochosamente. Sitúa la génesis de la no wave a inicios de los 70s, cuando los estetas de New York iniciaron su cruzada impelidos por la revolución punk a partir del ‘77 -la idea era hacerle quedar como un manojo de riffs de Chuck Berry recalentados (en palabras de la histórica Lydia Lunch). Se alude a los primeros álbums de Sonic Youth y de Swans como las referencias no wavers más tempraneras (1983), cuando a principios de los 80s ese apocalipsis ya había pasado a mejor vida. En esa misma línea, se contradice mencionando el No New York (1978), carta de presentación curada/producida por Brian Eno. Y obvia detallar la discografía, en 33 y en 45, que sí pudo editarse en la época e inmediatamente después.

Antaño, uno/a podía esgrimir la disculpa de la falta de fuentes de información. Hoy, eso ya no es excusa. Pero aún en el hipotético caso de que no contásemos con Internet, en 1996 la revista Factory publicó un dossier sobre la no wave con info mucho más pormenorizada que la que puede extractarse del video señalado. Y la Factory fue una publicación española. Si yo, que estoy al otro lado del charco, he podido acceder a estas páginas a fines del siglo pasado; ¿cómo es posible que el conductor de MRC no?

Otro ejemplo del declive pronunciado que vive la prensa especializada ibérica lo ofrece el mismo canal de YouTube. Recuerdo que en su momento muchos medios latinoamericanos se rindieron ante las bondades de un disco como el Bocanada (1999), segundo en la trayectoria solista de Gustavo Cerati. No es mal trabajo en absoluto. De hecho, al menos en dos ocasiones he declarado que la carrera de Cerati me resulta bastante más atractiva que la de su grupo madre, Soda Stereo. La vaina es que, con los años y la creación de la biblioteca/meloteca/videoteca/pinacoteca global que es la Red, se ha ido descubriendo que -como dije hace poco- Cerati era en realidad un artista del muestreo.

Aprecio la sincera opinión del responsable de Music Radar Clan, quien sentencia que el Bocanada le parece uno de los mejores largos concebidos en lengua castellana. Que lo diga un español cuenta mucho, sin duda. El bemol es que ya existe buena cantidad de videos que se han tomado pacientemente la molestia de desbrozar las DECENAS de sampleos de que se valió el fallecido músico argentino para componer sus dos primeros trabajos -sobre todo el Bocanada. Que se haya servido de ellos, por supuesto, nada tiene de censurable. Lo malo, lo que es recontra cuestionable, es que no los acredita: salvo el sampleo de Focus (“Eruption”) en “Bocanada” y el de Los Jaivas (“Del Aire Al Aire”) en “Raíz”, que eran vox populi, Cerati ningunea a todos los demás. Y son legión: el brasileño Deodato, The Spencer Davis Group, el maestro John Barry, XTC, Porter Ricks... ¡Incluso la Steve Miller Band, The Electric Light Orchestra, Thomas Dolby!

Y, como ya te imaginarás, el choche de MRC ni enterado. En la casilla de acuciosidad, este brother no va a sacar nota aprobatoria. Cierto, es un caso puntual, pero lo suficientemente representativo como para poner en entredicho la meticulosidad de los medios españoles mejor documentados. Concordados ya en que la cosa anda de capa caída en la Madre Patria -después de todo, que Rock De Lux haya rendido la bandera fue un golpe doloroso cuyas consecuencias han trascendido allende la península ibérica-, ¿por qué decir “Sudamérica” y no “Latinoamérica”?

Podría aquí apelar a testimonios personales -como que, en un viaje a Argentina, el músico/no-músico Wilder Gonzales Agreda comprobó que Loop, el viejo grupo de Robert Hampson; era más conocido en Perusalem que a orillas del Río De La Plata. O que, después de reseñar al acto mapocho Descargo Y Maleficio, desde el hermano país al sur de Tacna me escribieron “Haces más investigación sobre las bandas de acá que los propios periodistas musicales chilenos. Aguante”. O que pocos pares en la zona tienen la erudición de Fidel Gutiérrez, el mayor crítico de música pop que ha nacido bajo estos cielos.

Usemos argumentos más objetivos. Semanas atrás, encontré el canal de YouTube llamado Lado B. Lo dirige un mexicano. Al primer golpe de vista, asoma tan enciclopédico como Music Radar Clan. Y el conductor es igual de carismático. Le doy click a un video que lleva por título el curioso subject de “5 Bandas Con Discografías Perfectas”... y empiezan los problemas.

El carnal escoge para la ocasión a The Chameleons, Portishead, Slowdive, The Smiths y Talk Talk. Nada que objetar. Quiero decir, ya sabes de sobra que no me llevo bien con los/as fans del combo de Morrissey y Marr, pero no alegaré para no empezar discusiones a estas alturas estériles. Las discografías de Talk Talk, Slowdive y Portishead me parecen brillantísimas. En cuanto a The Chameleons, no he escuchado el disco del ‘01, Why Call Anything; por lo que no puedo decir si se trata de una trayectoria impoluta. Lo que sí puedo decir, en cambio, es que el cuate se ha salteado LPs de los de Middleton. Debo asumir, pues, que no conoce de su existencia -o los habría considerado, dado el tema del video. Se menciona el Script Of The Bridge (1983), el What Does Anything Mean? Basically (1985) y el Strange Times (1986). Hasta ahí todo conforme. El paso en falso se produce cuando se dispara hasta el Why..., obviando tanto el Dali's Picture (1993) como el Strip (2000).

Que The Chameleons tenga o no una discografía inmaculada, no es lo que se discute. No es una apreciación subjetiva lo que se pone en entredicho, sino un dato fáctico. Si en los casos de Portishead, The Smiths, Talk Talk y Slowdive has revisado y defendido tu opinión enumerando todos sus discos en estudio; ¿por qué no ocurre lo mismo con The Chameleons? La única explicación lógica es que no los conoces. Por lo demás, es un acierto mayúsculo la opinión vertida y reivindicativa en torno a Talk Talk, banda injustamente infravalorada que en los 80s dio pie a un pop redondo e imprescindible. Si por mí fuera, le daría un Nobel póstumo de literatura a Mark Hollis -de los pocos cantautores que amo de manera incondicional.

Una última muestra de la ausencia de perspectiva. Lado B decide elaborar un top 50 con los mejores discos de los 80s. Ok. Hay cosas que no me cierran, pero bueno, es finalmente su criterio. Con lo que estoy en abierto desacuerdo es con el número 1 de su lista: el homónimo debut de The Stone Roses. ¿Por qué? No porque el plástico sea malo. Es todo lo contrario. Con todo, su sonido es mucho más 90s que 80s, como sucede asimismo con otros precursores como Pixies, Jane's Addiction, Sonic Youth, Big Black o Butthole Surfers. ¿Qué tan atinado es escoger para el primer lugar un álbum que no es tan representativo de la década en cuestión como sí heraldo del sonido de la que viene?

El largo de los Roses sale a la venta en 1989. Remarco la fecha para traer a colación algo que aprendí en una clase de Historia Del Arte durante los días universitarios, y que se puede sintetizar más o menos así: “los últimos años de una década ya no son esa década, sino la siguiente”. Después de 1987, acaso 1988, los 80s son una transición hacia los 90s.

No son pocas las personas (de éste y del otro lado del mundo), ni han sido pocas las ocasiones, en que se ha reconocido la calidad de la prensa especializada sudamericana; ésa que integra la perucha. Triste destino el de esta última, que vanamente redobla esfuerzos en pro de una excelente escena independiente marginada casi por entero de los medios masivos -y cuyo radio de acción/difusión se halla por ende imposibilitado de acceder a grandes audiencias. Sin pretenderlo, la escena independiente nacional vive aprisionada en una burbuja que la obturada mass media mantiene herméticamente sellada. Y ya sabemos lo que, tarde o temprano, sucede con las burbujas.

Hákim de Merv

jueves, 9 de mayo de 2024

Kim Gordon: The Collective

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 1ero de mayo de 2024.)

Tras la desintegración de Sonic Youth -vamos, eso del “hiato indefinido” es un subterfugio-, los ex integrantes no han dejado marchitar sus respectivos trajines solistas, salvo Steve Shelley; único de los cuatro que carece de andadura individual propiamente dicha. Por desgracia, aunque han entregado algunos cumplidores discos sin mayores pretensiones, ni Lee Ranaldo ni Thurston Moore logran enhebrar propuestas con la misma capacidad de impacto que la acreditada por la Juventud Sónica en pleno: tanto Screen Time (‘22) del larguirucho Thurston como Electric Tim (‘17) del guitarrorist Lee fueron ignorados en los respectivos recuentos anuales por la prensa especializada.

Quien sigue dando la hora con sus lanzamientos es Kim Gordon, bajista del cuarteto y ex esposa de Moore -fue la disolución del matrimonio lo que precipitó el final del legendario combo usamericano, luego de cuatro décadas de existencia. Amén de la vitoreada autobiografía Girl In A Band: A Memoir (‘15), la crítica internacional celebró su No Home Record (‘19) con las mismas energía y pasión puestas en saludar la aparición de un álbum tan esperado como The Collective, publicado en la significativa fecha pasada del 8 de marzo. Se ha dicho, en efecto, que es “un maelström de pensamientos mundanos”, en cuyo interior “las turbulentas guitarras de Gordon son despedazadas por sintetizadores aserrados y crujientes beats masivos”.

Tal cual. Producido por Justin Raisen y Anthony Paul López, que hicieron lo propio con No Home... y que también coescriben junto a Kim buena parte del nuevo repertorio, The Collective es un profundo foso de oscuridad casi material cuyas paredes han sido levantadas fundándose en un invencible/irritante murallón de sonido. Sea que experimente con medios tiempos o con síncopas algo más aceleradas (“The Believers”, “Dream Dollar”), sea que prescinda de puentes o del más elemental apoyo coral, la neoyorkina ha sumergido sus eléctricas en procesos desarrollados a partir de beats digitales. La transustanciación ha guiado al plástico hacia periferias de géneros normalmente ajenos a la polímata y a su instrumento estelar, como el industrial o el illbient, cuando no el trap (puajjjjjj). En el caso de este último, cuyo espectro sobrevuela amenazante los cuarenta y tantos minutos de TC, menos mal su impronta sólo se hace evidente en “The Candy House”.

No puedo decir que hay protagonismos en The Collective. Con excepción del bajo, y ello sólo en contadas ocasiones (el tirón gravitacional de “Shelf Warmer” equivale a por lo menos 50 veces la fuerza G del gigante de nuestro Sistema Solar, Júpiter), ninguno de los instrumentos que seas capaz de reconocer y aislar escapa a la zumbante turbiedad/a la densa ominosidad que recorre de punta a punta la placa. Mejor aún, el único protagonismo que permite la vigorosa septuagenaria es el del sonido mismo: el volumen de éste te clava en el asiento, literalmente te aplasta a través de siniestros y aciagos latidos sin fin, te tumba antes de conducirte/arrastrarte por pasillos anegados de electricidad de ineluctable carga negativa. En esa dirección, hasta podría afirmarse que la división del CD en canciones es ficticia, apenas nominal, pues su inherente opacidad no permite distinguir claramente cuándo termina una y comienza la otra -ese entrelazamiento termina por desdibujar cualquier intento de identificar con certeza cada tema, descontando el rush final, cuando el tempo se agiliza.

Podría afirmarse ello, pero no lo haré. Hacerlo implica ignorar una parte importante del alma misma de las composiciones, las letras. Gordon las utiliza para verbalizar su cotidianeidad -una en que reflexiona sobre el aislamiento y la soledad imperantes en un mundo paradójicamente interconectado hasta la náusea (“I Won't Join The Collective/But I Want To See You” en “The Candy House”), sobre el eterno dilema de elegir entre el mainstream y los circuitos (cada vez más miniaturizados) de música independiente, sobre el sexo en segmentos poblacionales pertenecientes a la tercera edad (“Stick Your Fingers In The Holes, Mmm/Gotta Have 'em On My Set/My Set/These Are My Trophies/My Bowling Trophies” en “Trophies”), sobre el revisionismo contemporáneo ante la orfandad de una dialéctica que dinamice la cultura pop nacida-desarrollada-y-estancada-hace lustros. Discazo de la Kim, la ex Sonic Youth que más ventajas ha capitalizado de la desaparición de su mítica banda matriz.

Hákim de Merv

viernes, 3 de mayo de 2024

Café De Las Almas: Café De Las Almas

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 24 de abril de 2024.)

Fundada durante la segunda mitad -o en todo caso, hacia finales- de los 80s, si la subescena synth pop forjada en el Perú gozó de momentos estelares, éstos se dieron en el curso de la siguiente década. Ello no obsta para afirmar que, si bien escasos, nuevos e interesantes nombres se han sumado al rubro tras el cambio de siglo. De entre los que nacieron en los 90s y se desarrollaron sobre todo al trasponer la barrera del milenio, destaca Xplora, cuarteto que inició actividades hacia 1997 y que entró en receso permanente en 2011 -luego de entregar tres documentos de largo aliento, cuyas versiones extendidas puedes audicionar en YouTube.

Tras paréntesis bastante prolongado, de las cenizas de Xplora nace Café De Las Almas, proyecto con que Javier Vera (a) Jacko recupera un puñado de composiciones que estuvieron gestándose desde el final mismo de su anterior banda. De ésta también sobrevive Iván Peralta (tecladista entre el ‘06 y el ‘11), completando el terceto Melannie Bartolo en coros y guitarras. Paciente y dilatado período de producción de por medio, el epónimo estreno de CDLA aparece el 21 de este mes, previo lanzamiento de los sencillos virtuales “Perseguirte” y “Ángeles Malos”. Precisamente es con el primero de ellos que se abre esta rodaja.

Y vaya que fue un susto. Aunque en términos generales Café De Las Almas no se aparta gran cosa de la ruta que recorriese Xplora, “Perseguirte” me sonó demasiado a aburrido pop empalagoso, amable en exceso y terriblemente cansino. En algunos pasajes, incluso, me recordó a los siempre aguachentos Mar De Copas y demás prole que le sucedió/imitó -sólo que con extra de sintes. Afortunadamente, el resto del disco diluye la sobreabundancia de sacarosa y reconduce la jornada por senderos de un synth cada vez más contenido, sin alejarse de los armoniosos paradigmas de un género de por sí inclinado a la melodía.

Entre “Día De Sueño” y “Morfeo”, pues, la firma synth de actos como Camouflage, Red Flag, Cause & Effect, Anything Box y Cetu Javu palpita bajo eurítmicas líneas de glacial confección; distanciadas del rarefacto idealismo de unos O(rchestral) M(anoeuvres in the) D(ark). El recurso dosificado de la guitarra en pistas como “Despertar” o “Strawberry” introduce elementos del electropop más interesante compostado al calor del mainstream noventero. De hecho, “Strawberry” es lo más cercano al pop pasteurizado de los 00s, si bien no llega a equiparar el mal paso que supuso la apertura: por el contrario, añade versatilidad a un registro que es necesario evaluar con ciertas atención y severidad, al considerársele la segunda vida de Peralta y Vera.

Ajustados cambios de ritmo (“Ángeles Malos” tienta al trip hop y se queda a media caña), minimales baladas (“Malabares”), álgida vitalidad en secuencias y teclados -el grueso del repertorio sin enumerar hasta ahora: “Apareceré”, “Tu Canción”, “Fe”, la epilogal “Morfeo” (recuperada de la primera placa de Xplora, Intro)... Tratándose de un estilo ya con lustros a cuestas, no habría estado mal que pusieran un poco más de empeño en las letras. El nivel de éstas es fluctuante: a veces lucen ok, a veces por debajo de eso. Es loable, en todo caso, el tesón en persistir en feudos synth pop con esmero y convicción -el mismo que podíamos encontrar en Cuerpos Del Deseo, Noche Futura o La Esencia, por encima de intentos fallidos como los de Avatar o Andrógenes. Ello, sin obviar las consabidas pinceladas de variedad -como la de “Niña Vampiro (R&R Version)”, el canal más rockero de la puesta de largo.

Hákim de Merv

jueves, 25 de abril de 2024

Zorzal: Iris

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 17 de abril de 2024.)

Gracias al compa Elvis López Aroni, natural de Huancayo que formara en Ayacucho el trío Post Galazer y que a principios de mes regresó a la añorada querencia, me entero de la salida en marzo de Iris. Se trata del disco debut de Zorzal, cuarteto juninense del que apenas sé ya cuenta seis años de existencia. Dada la identificación de las escenas independientes centroandinas con determinados géneros como el dark-gothic o la EBM, el heterodoxo output de la banda me habría agarrado desprevenido, si no fuera por las compilaciones Underground Junín que produjese el colectivo Arte Sonoro -y que han revelado más de una veta a cultivarse en los circuitos pop de esa determinada región.

No es Iris un álbum inaprensible. La escucha se hace fluida y afectuosa toda vez que casi el íntegro de su menú se halla tenuemente entrelazado, pero sobre todo debido a que éste irradia a través de su musicalidad unas ciertas energía y espiritualidad, albas ambas. Es en el terreno de las improntas que la cosa se vuelve imprecisa. Porque, pese a lo escrito hace unos momentos, no he encontrado rastro de las connotaciones psicotrópicas que reivindica el grupo -algún fan ha aludido incluso al alcaloide triptamínico de la psilocibina, en sesgado e in extremis críptico comentario. Aunque algunas letras parecen hacerse eco de los issues lisérgicos que eran moneda corriente durante los días de esplendor de la psicodelia, la música de Zorzal fatiga coordenadas muy distintas.

La primera parte del largo, que va de “Somnolencia” a “Octubre Eterno”, está dominada por el lado más ortodoxamente rock de los huancaínos. Tan es así, que transcurrido el primer minuto ya se evidencia el magma que pinta hegemónico en esta jornada -el de la añosa big music ochentera. Temas como “Aún No Dejes De Respirar”, “Octubre...”, el instrumental semiacústico “Alba” o “Mariposas Blancas” lucen genéricos en grados próximos al superlativo, si bien ello no oblitera su enraizada fibra emocional ni impide disfrutarles. Sucede así porque las capacidades expresivas de Zorzal son lo bastante recias como para sobreponerse a los clichés con que a veces esta gente trastabilla -sampleos canoros pseudo new age en “Alba”, por ejemplo-, al punto de relativizar el matiz rockero mismo (convirtiéndole en prácticamente incidental).

Destaca un lunar en este primer segmento, y ése es “Éter”. Llamó mucho mi atención la coda de inicio, cuando repiqueteó lo que pregona ser un cajón afroperuano durante dos cincuentenas de segundos, antes de mutar alternando el pop/rock de rounds precedentes con el diapasón identitario del reggae y muy ocasionales reentrés del antedicho instrumento de percusión. El mismo ejercicio de rítmica se manifiesta, sin plasmarse del todo, en “Octubre Eterno”; lo que ya indica el cambio de dirección en el segundo tramo de Iris. Allí encuentra mucho más espacio el mestizaje que también proclama Zorzal, en melodías de aires tanto menos solemnes. De entrada nomás, los climas festivos del track epónimo dan la bienvenida al charango, que imprime rasgos altoandinos multiplicados hacia el ocaso de sus siete minutos mientras la voz femenina le entra brevemente al spoken word. Una colorida y más reposada prolongación del fervor de “Iris” toma forma en “Cedrón” y más especialmente en “Mantita Multicolor”, rematada con una briosa y alegrona fuga de huaylarsh. El pop/rock se inmiscuye en “Petricor”, prefiriendo llevar la fiesta en paz, eclipsando progresiva y sólo parcialmente las tonalidades vernaculares que prioriza durante estos episodios el combo.

Remata Zorzal su primer esfuerzo con “Tranquila Mente”, que es cuando regresa a la palestra la big music del arranque, sólo que ahora sin huella alguna de baquetas (o de síncopa, más allá de la que proporciona el bajo). Dos guitarras, si no me equivoco, entretejen el arrullo de cuna en que deviene el cierre de Iris. Como dije hace un rato, CD algo complicado de resumir en pocas palabras, ya que su cromática pop es harto indefinida -como lo es asimismo la de una etiqueta de cualidades tan indeterminadas como la de “big music”. La emotividad puesta en juego mitiga en buena cuenta algunos defectos -un trascendentalismo medio trucho, entre ellos-, y probablemente contribuye a hacer más fácil de asimilar el repertorio con que se estrenan Paola, Anderson, Antony y el esotérico Espectro Fractal. Para la próxima, el grado de exigencia será mayor.

Hákim de Merv

jueves, 18 de abril de 2024

C3ntell4: 5avory

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 10 de abril de 2024.)

Constituida durante la segunda mitad del ‘16, Medio Oriente es una discográfica algo autárquica con la que recién tomo contacto. La sede social queda en Santiago de Chile, si bien su radio de acción asoma extendido por todo el país, como lo demuestra la edición en julio pasado de 5avory, debut del viñamarino C3ntell4. Tampoco parece haber fronteras estilísticas (pese a definirse como “sello independiente de música experimental”), ya que la escudería acaba de publicar Plan Obsesivo de Arboretum, en las antípodas de lo que mostrase el individualista afincado en Gran Valparaíso.

La única referencia disponible sobre el background de C3ntell4 alude a un tal Team Yingo, colectivo del que no he podido encontrar la menor seña. Ni falta que hace, ya que 5avory habla por sí solo. Es éste un opus fundado en bpms de velocidades entre maníacas y furibundas, con cuyos efectos “nocivos” Medio Oriente ha deslindado cualquier responsabilidad. La sobreexposición de/a tales zarabandas rítmicas revela casi de inmediato las tradiciones digitales de las que el porteño se alimenta, todas ellas noventeras: el drum’n’bass, su variante caricaturesca conocida como happy hardcore, una relectura demencialmente galopante de lo que se difundió en la región como techno trax centroeuropeo (“909db”), e incluso el gabber tremendista de Angerfist o de Rotterdam Terror Cops.

La abrumadora mayoría del repertorio que dispone aquí C3ntell4 habla de una obsesión enfermiza por la celeridad, no importando si para ello tiene que echar mano de sampleos cotizados a la baja -“Mr. Vain” en “I N33d You”, “Gangnam Style” en “Jorge Wants To Be Hardcore But His Own Mom Won't Let Him​!​!”- o servirse de subgéneros de dudosa reputación como el eurobeat. Eso, por un lado. Por el otro, el unipersonal satura frecuencias y estrangula pistas vocales para redondear el pathos festivo de su música. Bien en concentraciones de frikis y/o gamers, bien en discotecas retro de electrónica mainstream, 5avory cae como pedrada en ojo tuerto -aunque niveles de ruido y distorsión sean demasiado para oídos sin curtir.

En atención al concepto ofrecido por Nicolás Prado, se me ocurre que lo de C3ntell4 no se planta lejos del webcore. Temas como “Jumping Between Cl00uds” o “City Of Nothing” podrían reclamar la etiqueta sin sonrojos. Hay otras composiciones, sin embargo, que no se adhieren al marbete; indicando tránsitos diametralmente opuestos. Una de ellas es “Etherd034”, bastante más pausada que sus pares aunque igual de acerada. La otra es “Night Of Cumbia Dreams”, suerte de cumbia ¿perreada? contundida por astillas de chirriante noise digital. Digresiones que subrayan una saludable ausencia de prejuicios cuando de testear caudales sonoros se trata. Otra cosa, eso sí, es que me cuadre el material escogido -al menos no en el segundo caso mencionado.

El contrapunto perfecto para “Night Of Cumbia Dreams”, propuesto por el propio ex TY: “Sometimes You Just Have To Drink Bolifruta And Keep Going”, que samplea el “drip drip drip drip drip drip” de The Cure en “10.15 Saturday Night” (¿o metasamplea el muestreo super deformed que de éstos hace Massive Attack en “Man Next Door”?).

Hákim de Merv

miércoles, 3 de abril de 2024

Anja Huwe: Codes

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 27 de marzo de 2024.)

Por inusual, es bastante sorprendente que haya decidido Anja Huwe debutar en solitario más de tres décadas después de Devils (‘89), cierre discreto in extremis de la carrera que tan prometedoramente comenzase nueve años atrás X-Mal Deutschland. Una de las bandas dark-gothic más personales de la Historia, el quinteto se completaba con Fiona Sangster (teclados), Wolfgang Ellerbrock (bajo), Manuela Zwingmann (batería) y Manuela Rickers (guitarra); y en sus buenos tiempos firmó álbums memorables, provistos de enérgico soporte rítmico y llenos de potencia y fibra imbricadas en guitarras poco menos que lancinantes.

Finiquitada la existencia de los de Hamburgo, la vocalista ni siquiera se planteó prolongar la aventura de haber participado por cuenta propia en el larga duración colectivo The Idea Compendium 1988, donde colase “The Girl In The Iron Mask”. Al parecer no estaba en sus planes hacerlo a pie juntillas del desbande, o tras tomarse un sabático razonablemente holgado. Se concentró entonces Huwe en su trabajo como editora y productora del canal alemán Viva TV. Más recientemente, en exhibiciones de artes visuales que la llevaron a Londres y a la Gran Manzana, lugar donde probablemente le picó el bichito que resucitó su faceta sónica.

Significativamente lanzado el 8 de marzo a través de la neoyorkina Sacred Bones Records, no estaba por ende Codes en los cálculos de nadie, excepto en los de la ex Deutschland y su círculo más cercano. Porque este nuevo estreno habla a las claras de un retorno que venía gestándose desde hace tiempo atrás, como retomando el hilo interrumpido de una vida y queriendo cobrarse la revancha del descalabro post Viva (‘87) -luego de editado, Sangster, Rickers y Peter Bellendir (reemplazo de Zwingmann en las baquetas) dijeron adiós para siempre; obligando a Anja y a Ellerbrock a convocar alineación de emergencia para el descaminado Devils.

La apertura “Skuggornas” es una suerte de guiño a los mejores días de X-Mal Deutschland -los siniestros, obvio-. Solemne, sorteando difícilmente el despeñadero de la melancolía, de luctuosa tesitura que jamás desciende a las absolutas penumbras de los primeros 80s; el track es un anuncio de las bondades por venir. Porque la idea no es repescar el sonido clásico del mítico acto, que fuera durante los inicios una all-girl band en regla, sino continuar la ruta grupal allí donde ésta quedara trunca. Con el update de rigor, por supuesto.

Uno es el molde bajo el que se forja el vinilo. Tres, sus resultados. La música que compone Anja Huwe corresponde a los cánones del rock anglosajón, surtido de compartimentos diseñados ex profeso para almacenar materia negra de alta concentración. Ésta unas pocas veces se diluye (“Living In The Forest”, “Pariah”), las más asoma reconcentrada (“Zwischenwelt”, el single “Rabenschwarz”), moviéndose siempre protegida por la liviana pero resistente coraza de una electrónica que le tonifica/plastifica sobriamente. Allí están la ominosidad de “Exit”, el pálpito urgente de “Sleep With One Eye Open” o la densidad synth de “O Wand”; corroborando esto último.

Ya que la continuidad estilística de Codes carece de fisuras del primer número al penúltimo -lo que convierte al postrer “Hideaway” (“...Y Millas Que Recorrer/Antes De Dormir...”) en la moderadamente luminosa excepción-, el factor que determina la diferenciación entre los tres resultados a que aludía es el tempo. Cuando Anja contempla, se arropa de melodías senescentes tipo “Skuggornas” o “Hideaway”. Cuando pasea, se acompaña de solventes medios tiempos como “Exit” o “Zwischenwelt”. Cuando se apura, lo hace al compás de “Rabenschwarz” o “Living In The Forest”. El tino de la germana, que se vale por igual del inglés y de su lengua madre, radica en saber cuándo hacer una cosa o la otra -a resguardo de sus compinches Sabine Bredy (a) Mona Mur (alguna vez integrante de Einstürzende Neubauten) y Manuela Rickers (cuya guitarra inconfundible irisa el prieto mate de la placa, como ocurrió en sus días en X-Mal Deutschland). Veterano en lides similares para los Neubauten, el androide Gary Numan y los legendarios Joy Division; la ampara asimismo Jon Caffery en mezcla y masterización.

Bienvenida de vuelta, Anja. No éramos conscientes de lo tanto que te extrañábamos.

Hákim de Merv