jueves, 22 de diciembre de 2022

Nuevas Formas De Hacer Política // Rifle: Repossessed // Miyagi Pitcher: Ikigai (生​き​が​い)

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 14 de diciembre del 2022.)

Desde hace varios meses, la periodicidad editorial de Dorog Records ha experimentado altibajos, debido a circunstancias ajenas a la voluntad de su gestor; Giancarlo Samamé. Por suerte, la situación está revirtiéndose. La demostración más reciente de ello recibió el V.º B.º al promediar octubre, cuando se puso a consideración para descarga gratuita una nueva compilación que ilustra las delicias de la nómina de la disquera y de combos/artistas cercanos a su órbita.

(El título es muy sugerente, no así el rollo detrás. Somos innatos animales políticos, y por ende tenemos libertad para elaborar y expresar un juicio ad hoc sobre tal o cual incidencia. Pese a ello, mi opinión es que no debieran mezclarse de facto el arte y la política, a menos que se trate de cuestionar estructuras antes que a protagonistas coyunturales. Pero, bueno, por suerte vivimos en un país libre y democrático... aún.)

Nuevas Formas De Hacer Política retoma esa saludable costumbre de Samamé de armar panorámicos gigantescos, equivalentes a dos CDs físicos, que había sido algo arrumada tras una seguidilla de compis que no rebasaban el límite de los 80 minutos. De este modo, Nuevas Formas... se pone a la altura de Música Para La Ruta, Música Para Gimnasios, Dos Más y otras referencias del sello que sobresalían por su pantagruélica extensión. Como tal, me tomo la libertad de escindirle para postular un análisis tanto más ordenado.

El primer tramo del título va desde “Toda Tu Fuerza”, a cargo de Lábil, hasta el pop frugal que Pía Legonz despacha gracias a su “Infravuelo”. Tal vez no sea una división arbitraria la que he propuesto, después de todo, ya que las once canciones de esta mitad revolotean entre el pop/rock próximo a oídos pedestres -“Espacio Tiempo (Nada Nos Sorprende)” de Trazar Diamantes, “Refugio” de Teleférico- y el indie más accesible -“El Amante Del Disparo” de Fútbol En La Escuela, “Impertinencias” de La Muda-. Que esta sección irradie pop a toda hora, no la hace menos, ya que esa etiqueta no es intrínsecamente peyorativa: canciones bonitas, bien hechas, con potencial capacidad para entrar en la FM, tarareables. No todas, eso sí, están cortadas por la misma tijera. Las hay que suenan a rock/pop en vez de pop/rock, como “Lárgate” de Señorita Auri y “Sábana Gris” de Marmotasdebemorir. Las hay también de tonalidades contrastantes, como el lo fi de Ino Moxo y su versión en vivo de “Dunas”, o el dark pop a lo Danza Rota de Rawa y “Nubes Atravesadas”. Y no podía faltar la que, sin abandonar el formato preponderante, se da maña para colar estupendos efectos marcianos de teclado -“Arcoiris” de Lagartijacarlo.

El segundo tramo de NFDHP arranca con “Háblame” de Claudia Maúrtua y fenece a la par del ‘díptico’ con “Evv”, musculoso ejercicio IDM casi subsónico de El Otro Infinito. No está desterrado en este segmento el pop terso de fácil asimilación, pero es la heterogeneidad la que manda. Dicha versatilidad se manifiesta de distintas formas tras la participación de Maúrtua, muy lejos del nü metal que esgrimía su ex banda Ni Voz Ni Voto: destellante electropop de la mano de Ausangate Child (“On The Edge”) y Blupluk (“You Make Me Feel”), dark replicante inspirado en Xymox por cuenta de Synethz (exquisita “Night Body”) y de Neutro 1 (“Pulse 250 Hz” expele un tufillo al “Tonight” de los neerlandeses), excelente tech-house acerado a cargo de DJ Locopro (“Mil Años (Sin Ti)”), curioso trip pop bajo en serotonina firmado por Walter Cobos (“Triste Robot”), y hasta tontipop en “Por Petit Thouars”, original de Pestaña y remezclado para la ocasión -‘Antes Había Pelícanos Remix’- por Vrianch.

Dorog Records se acerca a su vigésimo aniversario en óptimas condiciones, recuperando el paso y refrendando su consabido hábito de presentar nuevas camadas de proyectos en clave pop -tomando de refilón la posta del ¿desaparecido? colectivo UnderPop. Bien por ello.

De acuerdo a lo que he leído a vuelo de pájaro, Rifle presume de ser un power trio bastante más antiguo que Kurandera, banda con la que comparte integrantes -César Araujo y Alejandro Suni-Álvarez. A diferencia del cuarteto, que debutó en largo hace dos años con escasa fortuna, Rifle ha hecho lo propio recién en septiembre pasado. El nombre escogido para el estreno es Repossessed, y en poco tiempo ya ha cosechado más repercusión que el primer paso del otro conjunto.

Tomando posiciones en plazas fuertes del stoner, de las que absorbe su naturaleza bestial, la sociedad que completa Magno Mendoza hila siete temas sumergidos en una densidad descarnada, heredera del heavy psych de Black Sabbath y del hard blues de Robert Plant y collera. Los siete minutos finales del rebautizado por aclamación popular Led Zeppelin IV (“When The Leeve Breaks”) son, de hecho, materia prima para más de un género -como lo fuera “Amen Brother” de los Winstons para el drum’n’bass o “Funky Drummer” para el primer hip hop-. De ello ha tomado nota Rifle, que cuando escoge menguar revoluciones controla su energía amansándola a través de las baquetas, canalizándola gracias a dosificados pulsos emitidos sin tregua por el bajo, exorcizándola a cuentagotas por medio de la eléctrica. “Spirit Rise”, “Seven Thousand Demons” y la esforzada “Madness” observan esa profilaxis.

En contraposición, cuando coge la lanza y empuja a galope tendido hacia adelante, el terceto se hace eco del dinamismo y de la contundencia metálicos que QOTSA o Monster Magnet establecieron como rasgos identitarios del stoner en los albores del Tiempo. El groove circular del soporte rítmico es lo que más luce, dejando a la reverberante lead guitar la misión de encender la pradera en esos momentos en que más se necesita de una poca de luz. Esta prominencia de la rítmica libera espacios que a veces copan, mediante influencia subliminal, el doom (“Fiend”) o un sludge fuzzeado (“Sonic Rage”).

¿Cosas por mejorar? Cómo no. A las vocales les falta al menos media tonelada de fuerza y/o vehemencia, lo que esté más a tiro. Sería bueno, además, que la terna comience a soltar los frenos: las pistas de Repossessed no están mal, pero prácticamente nunca van más allá de los convencionalismos stoner -apenas si hay uno que otro chispazo de materia roja. Les toca izar velas y hacerse al riesgo en futuros movimientos, como lo han hecho en sus respectivas carreras Ancestro o El Jefazo. Finalmente, un punto en común con Kurandera: muchachos, prodúzcanse mejor. A pesar de la a veces agobiante turbiedad/viscosidad que epata, el stoner brilla no sólo por su pericia técnica, sino además por la impecabilidad de su registro.

Se tomó lo suyo Miyagi Pitcher para publicar nuevo LP. En efecto, tres años han pasado desde Abraxas, álbum que ponía orden en casa y paridad en cuanto a la multiplicidad de sonoridades a las que Alexander Fabián había dado luz verde usando esta chapa; en principio reservada para delirios vaporwave. Tras haberle escuchado muchas veces, puedo decir que en Ikigai () el individualista ha intentado o bien retornar a la esencia de su origen, o bien detenerse en un estadio en que pueda incorporar la brumosa tesitura al ralentí que desciende del witch house/del seapunk a un ambient pop electrónico que evoca por igual a Chicago y a Detroit. Si es lo primero, falla en esa tentativa. Si lo segundo, consigue pegarle de lleno al gordo.

En muchos de los episodios del disco, la síntesis opiácea que conocemos como vaporwave va aparejada a una estética electrónica melodiosa y nostálgica. El enyunte complementa, no subsume uno al otro. Ese estado de cosas se evidencia desde que “Supairaru (スパイラル)” inicia el viaje: el track se mueve envuelto en el radiante lo fi que es marca registrada del vaporwave, sin ser devorado por éste. En igualdad de condiciones se hallan otros ejemplos de semejante simbiosis, como “Shin No Tomodachi (しんのともだち)” y su quimérico sampleo SD de una voz femenina, “Gala (ねこ)”, “Minarai (見習い)”, “Sanmyaku (山脈)” o el crepuscular surco homónimo.

Otras pistas, como “Sen'nin (仙人)” o la mastodóntica “Sango (サンゴ)”, podrían haberse adscrito a la tipología desmenuzada en el párrafo anterior; de no ser por el cargamento de parsimonia con que pesadamente se desplazan. Lo curioso es que ese extra no alcanza a convertirlas completamente al credo vaporwave. Hay algo incómodo en la cinemática de sus ambientaciones que se niega a ser codificado. Sumadas a las consignadas líneas arriba, estas piezas dejan al subgénero nacido en Internet a inicios de los 10s en libertad de acción para respirar a través de canales que no comparten mucho entre sí, salvo los inidentificables sampleos ochentosos de rigor. Claramente inspirados por la estética de los últimos Cocteau Twins, rounds como “Daiyamondoai (ダイヤモンドアイ)” o “Hasai Sa Remashita (破砕 れました)” tienen ciertamente poco que ver con la hiper-laxa “Akiraka Ni Suru (を明らかにする)”, las ágiles “2 Tsuki 12-Nichi (2 12)” y “Koi No Koyan ( コヤン)”, o la insular “OM (おm)”. El uso extensivo del sampling en todos ellos es lo único que permite al hálito vaporwave hermanarles.

Quizá sea justamente “OM (おm)” el tema clave para entender a cabalidad una jornada tan inasible como ésta. Más allá de cualquier duda posible, la cepa es vaporwave. Por oposición, su nostalgia no es dulzona, sino acongojante. Con cada segundo que avanza, sientes ese espíritu de tristeza impersonal que vaga en los films del Wong Kar-Wai pre-Hollywood, y emergen variables pertenecientes a microgéneros como el dreampunk y el chillgaze. La conjunción termina erosionando la osamenta vaporwave, poniéndola a merced de otras más robustas cuando echas una mirada en derredor del largo.

Que Ikigai (生きがい) sea tan difícil de taxonomizar, por supuesto, no impide su disfrute. Poco más de una hora para sumergirte despierto/a en sueños surrealistas de ciencia-ficción, amor y soledad; escuchando el insistente rumor de fondo de una lluvia que en realidad nunca estuvo allí.

Hákim de Merv

jueves, 15 de diciembre de 2022

Trampaluz: Fragmentos EP / Modulaciones / Donde Nacimos EP // Bahía Mansa: La Deriva 7'' / Tortuga (EP) / Costa Documental // Columpios Al Suelo: Colores

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 7 de diciembre del 2022.)

Hace poco más de seis meses, celebraba la entonces última entrega del acto mapocho Trampaluz, subrayando de paso esa prodigalidad de la que diera abundantes pruebas tras su nacimiento. Como para rubricarla, el unipersonal de Fernando Arce ha protagonizado un enérgico rush con que finiquita este agónico almanaque. Se suman a (Im)pulsos, así, un nuevo largo (Modulaciones) y dos EPs (Fragmentos y el recientísimo Donde Nacimos); todos ellos colgados en opción free download por la independiente perucha Chip Musik.

El lance no es gratuito, por cierto. Tampoco sale de la nada. La tríada de títulos que ahora engrosa la discografía del santiaguino se ha moldeado en base a una ingente cantidad de grabaciones inéditas, banco amasado en todo este tiempo en que hemos convivido con el azote del COVID-19 -y que sirvió idénticamente de peana para sus demás trabajos lanzados durante el ‘20 y el ‘21. De ese background, pues, ha brotado la semilla que Arce modificó/cribó/molió/reprocesó a día de hoy en tres puntuales ocasiones.

La primera de ellas se da a fines de junio último. Fragmentos EP abroquela registros que el músico ha forjado/laminado prestando atención a la electrónica ambiental y al baggy -pese a que es un post rock hosco, esquivo y nudoso el principio medular que le rige. En números como “Parte Inconclusa”, “Parte Contigua”, “Donde El Final Nos Ocupa” o “De Una Historia Conocida”; esas etiquetas se alternan mientras la versión más correosa del “género” concebido por June Of 44 y Moonshake se niega a permanecer estática/a renunciar a la valiosa imperfección de su sístole y diástole. Oscilando estos últimos entre la imperturbable frialdad cósmica y el sofocante ardor sahariano, a su amparo toca Trampaluz el cielo en “Contenida En Fragmentos” (adelantada en Lego 15: Pulsos De Bosques) y sobre todo en “El Resto Faltante” (un yermo níveo que repentinamente ve potenciado su factor de luminiscencia a la n).

La segunda de las ocasiones se libera el pasado 30 de octubre, convirtiendo así a Modulaciones en el cuarto LP cedido por Trampaluz a la nómina Chip. La naturaleza de esta jornada difiere en mucho de la que ostenta el precedente EP. Cinco pistas, la menor de las cuales alcanza los 7 minutos 45 segundos, que perseveran en constante mutación -no siempre de forma explícita. Astillas de musique concrète, esquirlas de susurrante psicodelia, síncopas necrosadas por el minimalismo y el simple azar, chisporroteantes atmósferas de aspiraciones acústicas...

Dos son las instancias, aún así, que más fuerte marcan el sino de este Modulaciones y su estética de “lo sugerido”. Por una parte, el lo fi: las vocales procesadas hasta lo ininteligible, los filtros con que cada nota es (mal)tratada/deformada, las emociones congeladas y/o a cámara lenta; dan fe de ello. Por otra parte, el esplín: el tedio y la irascibilidad pululan en el plástico, no se concede reposo definitivo al repertorio, se impele brusca y ariscamente a los temas a atravesar diversos estadios sonoros, sólo para hacerles retornar al rato. Como evidencia palmaria, y a la vez expresión más acabada de lo conseguido por el álbum, queda “Quinto Círculo Ascendente”: del acusticismo a la distorsión, de ahí al ruido blanco, luego en reversa, y postreramente hacia adelante otra vez.

Online desde hace dos semanas, Donde Nacimos EP completa la producción de Trampaluz cosecha ‘22. Seis cortes, más el agregado de dos remixes practicados por nuestro paisano Alcaloidë -“Modulación Estable” y “Alteraciones De Diferencia”, provenientes ambos originales del Modulaciones-, que ponen en clarísimo offside la categoría de extended play.

Es éste un opus más abierto a la improvisación, si bien carece de la vocación poliédrica de sus predecesores inmediatos. Me explico: el post rock del sureño camina aquí libre de las injerencias de otros estilos, sencillamente porque éstos han desaparecido. Aunque los surcos están lejos de ser breves (la media es de aproximadamente cinco minutos), no dejan de lucir concisos. “El Mundo Dividido En Partes”, “Dos Tipos De Personas”, “Cuerdas Alrededor Del Cuello”, “Los Que Cortan Las Cuerdas”, “Mi Enemigo Vela Por Mí”, “Mitad Y Mitad, Como En Los Viejos Tiempos”: introvertidas viñetas ambientales de acordes fragmentarios, obnubiladas empleando el Silencio, que por alguna razón que persiste subconsciente en mi psique me recuerdan los espectrales 23 minutos que bajo el nombre de “Scum” grabaron los Bark Psychosis en una vieja iglesia de Stratford (Inglaterra).

Queda sentado, entonces, que con distintos estados de ánimo seleccionó Fernando la materia prima para cada una de estas rodajas, proveniente toda ella de una sola fuente: lúdico en Fragmentos EP, cranky en Modulaciones, arriesgado en Donde Nacimos EP. Aparente contradicción resuelta.

Semejante en intensidad a la acometida de Trampaluz, ha sido la de Bahía Mansa. El alias de Iván Aguayo se estrenó en enero con el imprescindible Boyas + Monolitos, añadiendo a renglón seguido Ausencia O La Virtud De Los Árboles. No pasaría mucho para que regresase a primeras planas con Grietas (mayo). A despecho de tamaño esfuerzo, el individualista le baja la persiana al calendario con una nueva terna de referencias que han visto la luz desde septiembre, mediando un mes entre ellas (días de más/de menos).

Tengo por política no escribir sobre singles, salvo que sea en el contexto de un artículo más grande y abarcante. No es sólo ésa la razón por la que me decido a reseñar “La Deriva”, eyectado nada más empezar septiembre. Cuentan también su extensión (más de diecisiete minutos), que le ubica más cerca del marbete extended play, y su talante figurativo -por no decir “retratista”. A la vieja usanza de maestros como Hans-Joachim Roedelius o el amado Eno, “La Deriva” se asume una escultura sónica, de motivos que aparecen y desaparecen conforme es reproducida. Aquellos de ésos que comparten una naturaleza acuátil son los que abren el 45 virtual, en medio de pulsaciones abstractas. Este leit-motiv decrece ante la irrupción de las dóciles, benignas, soleadas melodías que Bahía Mansa ha convertido en “copyright”: sintetizadores que reverberan, texturas deliciosas, sosegadas emociones de gozo/distensión/quietud.

De pronto, el líquido elemento vuelve a manar. Casi imperceptible al principio, su ruta es tranquila, reposada. Ingresará por tercera vez en forma de tumbos siseantes hacia el final, luego de esa zona de figuras pianísticas/voces que musitan indescifrables en que desemboca “La Deriva”. Sucesivas escuchas sugieren el símil de una agradable caminata a campo traviesa en medio de territorios boscosos, siguiendo el curso de riachuelos que aparecen y desaparecen, cantando y saltando en el descenso hacia el fondo de vírgenes quebradas/valles.

A este apetecible 7’’ le sigue Tortuga (EP) -tal es su denominación oficial-, colgado en streaming el siete de octubre. La cortedad de la que hace gala le dota de un aire a relicario donde atesorar diminutos souvenirs de plácidas remembranzas. Su concepto, por otro lado, se halla visiblemente ligado a las especies amenazadas de quelonios -al menos tres de los cuatro cortes reciben nombres de tortugas en peligro de extinción: “Laúd”, “Golfina” y “Verde”. El cuarto se llama “Carey”.

Las grabaciones de campo empleadas por Aguayo se acomodan entre los sintetizadores modulares de BM, de forma que irradian levedad. Esto es más perceptible al inicio del EP (en “Golfina” y sobre todo en “Verde”, donde el H₂O parece gotear desde estalactitas milenarias), pero ese concierto puede igualmente apreciarse en la segunda mitad de la placa, cuya dialéctica sonoridad ubica a Bahía Mansa en coordenadas IDM más cerca de lo que nunca ha estado. La programación patente en “Laúd”, por ejemplo, suena a ligero intelligent techno de ascendencia tribal. “Carey”, en tanto, se asienta sobre el “agrarismo tecnológico” de Boards Of Canada para ensayar una poética del echo-reverb.

Desconozco si Tortuga (EP) tiene correlato físico. En caso no, debiera Aguayo plantearse la alternativa de optar por el mini-disc insertado en una pequeña cajita plástica, formato que aquí en Perú han explorado antes creadores insulares como Quilluya, Polaroyd, Wilder Gonzales Agreda o Bajocero. El parco arte de portada, tomado de un catálogo de reptiles del siglo XIX, se presta para ello -la presentación soñada para estos pequeños ejercicios de confortante regeneración biomecánica...

Para empaques, empero, ninguno como el de Costa Documental. Si cabe el término, este cassette nació de las varias interacciones entre Iván y el mar que baña el litoral chileno. Aunque dichas interacciones han quedado documentadas en fotos, el principal surtidor de sublimación lo provee la mente del solista, quien evoca recuerdos de viajes hacia las costas del Pacífico, así como sensaciones y rostros que esos periplos cosecharon.

En la cinta encuentran lugar porciones deconstruidas de esas memorias. Notas, acordes y estructuras troquelan cada una de las ocho viñetas sirviéndose de la misma tónica -nublados diálogos ambient que brotan, echan retoños, se desvanecen uno tras otro, reproduciendo el efecto del canto en canon. La dulce melancolía que exudan episodios como “Luciérnagas”, “Si Envejece Un Río”, “Cirros” o “...Y Nos Encontramos En Una Fuga De Luz”; no pide permiso para irrumpir en nuestro interior de la mano de un sedante rumor marino que evoca conmovidas imágenes idílicas, con el consecuente bajón desarmándonos/inundando cada célula de nuestras crudas carnes.

Armadas con una guitarra y el consabido arsenal de sintetizadores, las atmósferas de duermevela que cobija(n) el tape han sido correspondidas con el envoltorio diseñado por Justin Pape, músico y escultor canadiense para cuyo sello Costa Documental se ha licenciado (Colony Collapse). Sobre una pequeña base de madera de pino, que viene premunida de dos rieles enmarcando un sitial algo más grueso, se posiciona en vertical el cassette, envuelto en una capa flexible hecha de pino y algas marinas. El albo color de la cinta, agrega la sumilla de BandCamp, se inspira en la niebla marítima. No se me ocurre mejor regalo para un melómano a carta cabal en estas fiestas -como objeto, como fetiche, como contenido.

A nivel de su escena independiente, una de las cosas por las que este 2022 debería ser especialmente recordado en Chile es la aparición largamente aguardada del debut completo de Columpios Al Suelo. Fundada a principios de la década pasada por Juan Pablo Órdenes a.k.a. Juan Desordenado (quien la rompió en solitario el ‘21 con el muy recomendable Visiones), esta banda ya venía dando señales de vida desde el ‘16. En aquella oportunidad, CAS editó el split Gritos & Susurros junto a Dolorio Y Los Tunantes, grupo con que articula una movida interesante que completan Asia Menor, Las Mairinas, Niños Del Cerro y Maifersoni (el combo más manifiestamente reconocido de todos ellos, donde Juan Pablo ejerce de guitarrista). Por fortuna, la escudería Fisura ha cobijado a esta mancha de proyectos bajo el regazo, posibilitando la difusión de su múltiple quehacer sónico.

Colores, el estreno de Órdenes y compañía, es producido en comandita por Fisura y Sultán Discos. Es una puesta muy de largo (rebasa los 72 minutos), que repesca algunas de las canciones más antiguas de la agrupación -en versiones remozadas- lo mismo que los singles de adelanto, pero que también ofrece muchas composiciones nuevas. Entre las primeras, está casi el íntegro de su participación en el 50/50 con DYLT (sólo se obvió “Muerte En Mi Colchón”) y los sencillos digitales “La Risa Drilarisa” y “Celebración En Movimiento”. Entre las segundas, una colección de siete rounds de cero kilometraje, pulida y desbastada con mucha paciencia, en el curso de meses y aún años.

Precisamente “Fin De Primavera”, una de las nuevas piezas, levanta el telón de Colores. La pista anuncia las direcciones que seguirá el esférico de cabo a rabo: fricciones entre el indie de robusto abolengo noventero y el shoegazing más desenfadado, raspante psicodelia luctuosa, eventuales accesos de grunge y de noise rock... La síntesis de estos ingredientes es la que define, por ahora, el sonido del hoy cuarteto -sin limitarlo. Indicios de esta benéfica apertura son el pop electroacústico de dilatada intro oceánica de “Bienvenida Al Rey Sombra!”, o su gemelo slacker “Olvido”. También podría contarse entre las excepciones el laidback medio folkie de “Colores (Columpios Al Cielo)”, encargado de culminar el trip.

La norma es el audioextremismo, con todo. Caóticos crescendos indie con la pedalera al tope (los dieciséis minutos de “Columpios Al Suelo Contra El Gran Hermano”), estoico shoegazing marcial (“Todos Los Payasos Van Al Cielo”) y gravoso (“El Baile De Las Máscaras”), baggy con excedente de decibeles que se vuelca hacia el distintivo sonido Seattle (“Hiroshima & Nagasaki”)... Si sumas algunas de las gradaciones que se erigen a medio camino entre esos hitos -el indiegaze devenido en noise rock de “La Risa Drilarisa”, el áspero dream pop de “Cepillo Sucio” (que guiña a Chapterhouse), los estallidos de desganada distorsión que pueblan “Celebración En Movimiento” (entre Pavement y Dinosaur Jr., Built To Spill y Superchunk)-, el resultado es un disco que cubiletea las medidas justas de acaramelados dulces y de nitroglicerina.

Remarcable comienzo, sí, acechado de continuo por el fantasma de la Baja Fidelidad. Quizá algo excesivo en cuanto a duración, pero ello es finalmente prerrogativa de Columpios Al Suelo -integrado actualmente por Órdenes en voz, guitarras varias, piano, sintes y mellotrón; Diego Bravo en la eléctrica, Felipe Villarubia en el bajo y Raúl Guzmán en baquetas, guitarras y pandereta. Las vocales femeninas de Colores pertenecen a Laurela, a Yanara Zarhi y a María José Ayarza (quien devuelve el favor de la colaboración de Desordenado para su faceta como Chini.png).

Hákim de Merv

miércoles, 30 de noviembre de 2022

µ-Ziq: Magic Pony Ride / Hello

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 23 de noviembre del 2022.)

Entre el ‘96 y el ‘97, como señala el crítico español Javier Blánquez en el capítulo dedicado al jungle escrito para Loops: Una Historia De La Música Electrónica (2002), muy pocos eran los nuevos artistas y grupos de ascendencia electro que no tenían cuando menos un track amparado en estándares rítmicos del drum’n’bass. Asistido por la notoriedad de las evidencias -de Aphex Twin a Underworld, de Orbital a Mouse On Mars, de Locust a Two Lone Swordsmen-, el peninsular afirma que el también llamado artcore era el ritmo que entonces dominaba el mundo. Habida cuenta de los nombres citados (por lo menos tres de ellos provenientes de las esferas IDM), no es precisamente argumentos lo que le falta a aquella declaración.

Naturalmente, la teoría propuesta no disminuye el papel/la relevancia del resto de músicas digitales que implosionaron los dos últimos lustros del siglo XX. No menos trascendentes fueron el trip hop, el ruidismo binario, la rocktronia de The Chemical Brothers y Propellerheads, el illbient... Ni qué decir, tampoco, del IDM; que durante toda esa increíble década vivió luengos años de gloria. Es sólo que resultaba casi imposible sustraerse al influjo de la mecánica del breakbeat, que tan bien podía simultáneamente embelesar al hombre-que-escucha como impeler al hombre-que-baila. Y, de paso, tronarle las neuronas al prójimo que es ambas cosas a la vez. Prueba irrefutable de ello es la imagen del individualista de muchos rostros, que esos mismos noventas entronizaron: si en los 80s James Thirwell (Foetus, The Flesh Volcano, Clint Ruin, Steroid Maximus) y Alain Jourgensen (Ministry, Pailhead, Revolting Cocks, Lard, 1000 Homo DJs) fueron precursores, los siguientes diez calendarios vieron consolidarse a figuras hiperprolíficas, multimórficas y geniales como el propio Aphex Twin (Polygon Window, The Dice Man, Blue Calx) o Luke Vibert (Plug, Visible Crater Funk, Wagon Christ).

Junto a Tom Jenkinson (Squarepusher, Duke Of Harringay, Chaos A.D.), otro de los héroes del período es Mike Paradinas. Proveniente de Wimbledon, este británico se ha prodigado usando la piel de muchos alias -Kid Spatula, A Plaid Tusk, Jake Slazenger, Tusken Raiders, Rude Ass Tinker... El más célebre de todos, empero, es el de µ-Ziq. Bajo ese rótulo, Paradinas consiguió dar una vuelta de tuerca tras otra en jornadas fantásticas como el memorable extended play Salsa With Mesquite (1995), In Pine Effect (mismo año), el debut Tango N' Vectif (1993), Royal Astronomy (1999) o el epiléptico Lunatic Harness (1997). Lo mismo que a sus pares, el limbo que se almorzó las vanguardias electrónicas en los 00s no le fue precisamente favorable (el único que la libró fue Jenkinson, en modo Squarepusher). Mas, a diferencia de los otros, el decenio pasado atestiguó su regreso con renovados bríos (sosteniendo buen promedio editorial a partir del ’13). Mejor aún, ese reentré confirmó intacta la peculiar vieja alianza entre el músico inglés y el ritmo roto.

Y es que, mientras sus colegas de armas replicaban la estética breakbeat para proyectar avances sobre los hombros de ésta, µ-Ziq siempre buscó estrechar la compenetración/mutua absorción entre el intelligent techno y el techstep. Tarea sumamente complicada, por no decir imposible. Paradinas dio con una fórmula para esa fusión en Lunatic Harness y sus complejas percusiones hiperkinéticas atravesadas por cabriolescas metrallas sonoras tupidas de acid jazz y neurótica tropicalia. El detalle es que le ha tomado literalmente años decantar/balancear esta fórmula. Una que recién tras RY30 Trax (‘16) y el denso Scurlage (‘21) se ha despojado al fin de toda abstracción oscura, empezando a brillar casi literalmente.

Aconteció en el ‘13, en el ‘16, en el ‘21. Vuelve a acontecer, en el ‘22, que el unipersonal firma dos trabajos -que lucen como sendas partes de un único díptico. El primero de ellos, Magic Pony Ride, es liberado a principios de junio. El segundo, Hello, sale a las calles cinco meses después. En ambos casos, crece y se robustece el patrón compositivo idóneo al que he aludido aspiró siempre µ-Ziq. En ambos, de igual modo, hay lugar para disentir de aquel modelo; bien parcialmente -los más-, bien por completo -los menos-. Éste (el modelo) se sublima aprovechando el timing y la espacialidad de un drum’n’bass de ligero octanaje, esto es, lo bastante sintetizado para convertir en funcional al breakbeat sin por ello obligarle a resignar su burbujeante frescor. Sobre esa ¿bífida? ¿trífida? espina dorsal, los tintineantes puntillazos melódicos y los maquinales rebotes angulares propios de la IDM son entretejidos con el propósito de dar cálida corporeidad a espesas marañas electrónicas de barroca arquitectura cubista.

La reverberación que litografían en la psique tanto Hello como Magic Pony Ride es insólita. Mientras son reproducidas, una y otra placa suscitan lúdicas visiones sci fi que, extrañamente, desfilan sobre la superficie del cerebro pigmentadas de sepia. ¿Es eso posible? ¿Cómo se entiende que vastas ciudades construidas con plástico y corrospum, inmensas megalópolis-juegos de extensión inabarcable para la vista, yazgan saturadas de saudade? ¿Un efecto dióptrico-mental, quizás? ¿O sólo nosotros, quienes vivimos los 90s prendados de la poesía del digitalismo avant garde, percibimos semiconscientemente la nostalgia por ese futuro prometido que jamás llegó? Son varios los pasajes que estimulan esos reflejos neuronales: “Turquoise Hyperfizz”, las tres partes de “Magic Pony Ride” (las dos primeras en el disco epónimo, la tercera en Hello), “Elka's Song”, “Galope”...

Cuando Paradinas decide hundir hasta el fondo el pie en el acelerador, dándole libertad de acción al jungle, las imágenes en sepia ven disminuir su intensidad. La textura sónica, además, experimenta importantes cambios; pues la velocidad de la “mitosis del sonido” se incrementa exponencialmente, mientras su presencia adquiere aspecto de lustroso sampleo. Se produce, así, una curiosa escisión en el rostro de µ-Ziq, que acaba transformado en bifronte: a la faz que le conocemos, se suma otra, que constantemente se transfigura en Omni Trio, Rainforest, Ram Trilogy, Alex Reece. En este punto, el artcore se convierte en una segunda personalidad del europeo, quien se ve limitado a fungir de impávido refrendatario de la igualdad de esas dos fuerzas en pugna -“Iggy’s Song”, “Goodbye”, “Metabidiminished Icosahedron”, “Hello”, “Green Chaos”, “Ávila”, “Modulating Angels”...

Insular experiencia a que nos somete el individualista de la Rubia Albión, corresponsable de microgéneros como el honk’n’bass, el braindance o el drill’n’bass. Por rara, obvio, y además porque demuestra que el autor conserva creatividad, destreza, reciedumbre y vigencia indemnes. En grados suficientes como para despachar dos álbums prácticamente al hilo, si es que no se trata de un solo LP cuyos outtakes han sido empaquetados y lanzados como otro largo independiente. En niveles lo bastante inventivos como para matizar a MPR y a Hello con temas de un ambient capaz de condensarse en piezas de potente drum’n’bass e idéntica facilidad para volverse a vaporizar -“Don't Tell Me (It's Ending)”, “Pyramidal Mind Dispersion”, “Brown Chaos”, “Uncle Daddy”, la perfecta deconstrucción breakbeat planteada en “Pentagonal Antiprism”...

Nunca se fue Mike Paradinas, es cierto. Pero nunca tampoco lo había sentido tan cercano.

Hákim de Merv

jueves, 24 de noviembre de 2022

Matus: Espejismos II // Polvos Azules: Ciudadana Inseguridad

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 16 de noviembre del 2022.)

En múltiples ocasiones, he dejado sentada mi escasa afinidad con los estilos de genética metalera. Hay bandas, por supuesto, de las que soy devoto; como Pantera, Megadeth, Anthrax o Slayer. No muchas más, sin embargo -pueden contabilizarse con los dedos de que dispone un ser humano común y corriente. Aquello que de valioso ha aportado el metal al vocabulario pop contemporáneo, lo encuentro más que nada en los crossovers que ha coprotagonizado. Tres ejemplos, de entre muchos otros: el post metal (llamado también meta-metal, asociado a la decoración drone), el metal industrial (preñado de EBM y/o techno) y el black metal de escuela nórdica (injertado con ambient).

Si la agrupación peruana Matus se halla cerca de la estética del crossover, no lo está por aproximarse vía alguna de las mixturas citadas. Echa mano del principal antecesor del metal, el hard rock, y de la primigenia encarnación metalera, el heavy; así como del space rock y hasta de la añeja psicodelia de entredécada (60s-70s). Curiosamente, de esos mismos componentes se nutre el stoner rock, pero el sonido Matus no lo abraza -a lo más, califica como proto stoner.

Matus, por cierto, no es un nombre nuevo. Aunque lo parezca a ojos y oídos de audiencias masivas obturadas por la hedionda papilla a-cultural que les embute por todos lados/a todas horas la mass media, y que les convierte en impermeables a cualquier manifestación artística que pretende ir más allá de sus culiestrechos esquematismos. El grupo se condensa a fines del ‘05, por iniciativa del baterista Joaquín Cuadra y del guitarrista Richard Nossar. Es éste último un histórico de la movida nacional, cabeza visible del holocausto grindcore que asoló estas tierras entre fines de los 80s y principios de los 90s, a través de las recordadas entidades Descarga Nociva y Atrofia Cerebral. Tras una temporada en los Espirales de Fernando “Cachorro” Vial, Nossar se dedica a la producción, a la fotografía y a la escritura; antes de la nucleación del trío original, que completa el también guitarrista Manuel Garfias (ocupándose Nossar del bajo).

Cuatro LPs, un extended play -Intronauta, ‘17- susceptible de ser sindicado como la cruza entre Quicksilver Messenger Service y Led Zeppelin, dos sencillos virtuales, dos splits de 7’’ (con los alemanes Angel Of Damnation y con los resurrectos coterráneos de Óxido). Suficiente de dónde escoger -en material y en años, estos últimos ya próximos a sumar 20- para urdir más de una muestra recopilatoria que haga las veces de introducción a la obra del combo. Tal cual su contraparte del ‘14 (Espejismos), el nuevo panorámico cumple una triple función: antologar parte del repertorio difundido en los álbums, ofrecer versiones alternativas de esa selección, y añadir algún/algunos inédito(s). Preparado y lanzado en julio del ‘21 en el ciberespacio, realizada su versión física en este 2022 que ya se va (coproducida por los sellos independientes patrios Espíritus Inmundos y Catrina Records), en todas esas instancias obtiene Espejismos II nota azul.

Rejuvenecido/revigorizado blues rock de semblante severo/adusto/grave. Stoneados riffs báquicos de extáticas guitarras atmosféricas. Un bajo de marcha impertérrita que, persiguiendo la marca metronómica perfecta, luce convulso rostro de head-hunter. El pesado bateo ritualista de un ponedor en trance psicodélico. Las oscuras letanías que recitan la voces, impregnadas de auténtico paganismo que mucho después caricaturizaron encarnaciones metal tipo Mago De Oz y calaña similar. Son éstas las principales virtudes de Matus, desplegadas en canciones como “Polaris”, “Los Ojos De Vermargar” (del epónimo debut, cuando todavía esta gente firmaba como Don Juan Matus), “Umbral/Niebla De Neón”, “Hada Morgana” (de Claroscuro, ‘15), “Misquamacus”, “Canción Para Nuada”, “Desierto Rojo/A 10 Grados Del Cenit”, “Adiós Afallenau” (todas ellas del maravilloso Visiones Paganas, ‘08) o “Summerland” (única pieza recuperada de Más Allá Del Sol Poniente, ‘10). Los místicos ecos surrealterroríficos de Black Sabbath, de Pink Floyd, de Hawkwind; crecen como enredaderas alrededor de sintagmas auditivos e influencias que denotan un gusto educado en el cine y la televisión de épico horror B: Jacob’s Ladder (inspira la letra que resuena en la primera parte de “Umbrales...”), The Wicker Man (“Adiós Afallenau”, visiblemente “Canción Para Nuada”), el episodio “Bloodbath” de la segunda temporada de la serie Starsky And Hutch (“Polaris” y la inédita “Rocky Black”, a contar entre lo más grumoso/inhóspito que haya elaborado el conjunto)...

De las 10 tomas publicadas en Espejismos II, la mitad ofrece una nueva mezcla con la pista de la batería sustituida. Si a ello le agregamos la incorporación del theremin en dos cortes, puedes darte una idea de lo sinuoso que ha sido el camino para Matus: de terna a cuarteto, y luego a quinteto, recién estable tras la salida de Alfonso Vargas (Liquidarlo Celuloide) y su reemplazo por el hijo homónimo de otro histórico de la escena perucha, el maestro Walo Carrillo (Los Holy’s, Telegraph Avenue, Tarkus, Tlön). Actualmente, Matus son Nossar (bajo, chequea su desempeño en TRIBU), Véronique Miró Quesada a.k.a. Veronik (voz, flauta, theremin), Garfias (guitarra), Alex Rojas (voz) y Carrillo (batería). Con dos generosos compendios a cuestas, ya es cosa tuya si sigues chantándoles la cuestionable distinción de no ser profetas en la propia tierra.

En el ‘17, me abstuve deliberadamente de comentar el tercer round en que se trabase Polvos Azules. Había quedado gratísimamente impresionado por el sobresaliente ambient pop de sus dos primeros esfuerzos, Instrumentales (2010) y Acuática (2012), así que el cambio implementado en Movimientos no me convenció. Eventualmente aparecerían tanto el 7’’ “Ultrapop”/“Busca Abajo” (2018) como “Épica” (colaboración para el 4 EP, ‘20), que parecían presagiar un regreso a la dialéctica enarbolada por el unipersonal de Giancarlo Samamé durante su primera etapa, pero no llegó a saberse más del alias sino hasta septiembre de este año.

Audicionado Ciudadana Inseguridad, queda claro que esos canales de adelanto sólo fueron ilusorios cantos de sirena. No porque el nuevo largo sea calco o prolongación de su predecesor, sino porque entresaca un derrotero equidistante de éste y de las dos primeras rodajas. De Movimientos, escoge la vocación por experimentar con los textos: armados con la técnica burroughsiana del cut-and-paste a partir de decenas de fuentes, éstos son expelidos de la mano de una cuando menos incómoda verborrea. Dependiendo del lugar que ocupen en el track list, la voz de Samamé es sometida a diferente tratamiento -procesada/desfigurada en el primer sector (“Grabaciones A Ciegas”, “Ensayo De Dictadura”, “Con Mi Cerebro De Cera Derretido Por Tus Años”), infestada de lo fi en el segundo (“Lunático”, “Melibea Al Azar”, “Mierda!”), inmaculada en “Río Rímac” (sorprendente composición inficionada de cadencia 50/50 rasta y hip hop).

De Acuática e Instrumentales, el acto reutiliza el ambient pop la mayor parte del tiempo sólo como carcasa, como un armazón exterior. Un exoesqueleto que casi siempre cobra vida sujecionado a la voluntad del ocupante interno. Contadas son las oportunidades en que Polvos Azules vuelve por completo al sonido que le distinguiese antaño, como en el tercer sector de Ciudadana Inseguridad: “Naturaleza Humana”, el breve instrumental minimalista “Inundación”, el excelente número “Interludio” (incordiado por el insistente sampleo de una risa sardónica y un coro responsorial), incluso el electro-pop jazzeado de “Yo Visité Ganímedes” (que recicla parte de la entrevista en un medio español a Sixto Paz Wells -cómo ha dejado huella este tipo en algunos estratos de la escena independiente, cf. “Ganímedes” de Manganzoides y “En Chilca Quieren A Sixto Paz” de Eléctrica De Lima”).

El cuarto sector del esférico se superpone al tercero. Lo engloba, de hecho. Tras “Río Rímac”, el músico victoriano guarda estricto silencio. Cualquier rastro de voz que se deja oír es producto del sampleo o del muestreo. Samamé elige enfocarse de lleno en el aspecto instrumental de Polvos Azules -algo sobre todo notorio de “Fulanos” en adelante, que de paso pone en primer plano el carácter fragmentario del opus. Para las catorce paradas que tiene, Ciudadana Inseguridad apenas pasa de la media hora: ocho de ellas no llegan a los dos minutos de duración, y de éstas, tres ni siquiera superan la barrera de los 60 segundos. Ello se condice con lo que el propio autor menciona en BandCamp a propósito del lanzamiento.

Pensé con Movimientos que no era éste el mejor camino para el proyecto. A lo largo de los años, y a través de diversas instancias -Polvos Azules, El Paso, Gelatina Magma, las sustanciosas compilaciones orquestadas en Dorog Records-, Samamé se ha adentrado en el formato pop con exquisito criterio. Con esto, no quiero decir que el devenir que confirma CI le sea adverso a PA. Mucho menos, que sea éste un paso en falso/hacia atrás. Sólo que, después de escudriñarlo varias veces, sigo pensando que no es ésta la mejor forma de explotar las habilidades con las que Giancarlo ha sido favorecido por Natura.

Hákim de Merv

jueves, 17 de noviembre de 2022

Catervas: Laberinto

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 9 de noviembre del 2022.)

Qué peculiar es, en ocasiones, el cúmulo de circunstancias que apuntalan la concepción de un documento sonoro y que a su vez se derivan de él. Puede éste rubricar más de un lapso significativo de tiempo, y también cerrar en estado de gracia un trayecto irreprochable en cuanto a actitud y evolución artísticas. En retrospectiva, su aparición puede vislumbrarse esperada/contenida hasta que las estrellas -o los cielos- ocupasen el justo lugar presidiendo la madurez compositiva del autor/de los autores, e igualmente mirar hacia el ayer para despedirse definitivamente de él. O abrazarlo para retornar a la semilla. Éstas y otras ideas, concurrentes o digresoras, pueden brotar sin tregua de una placa cuyas propiedades tan especiales le hagan merecedora de interpretaciones sin fin; no importando el o los géneros en los cuales quede inscrita.

Más que obtener una victoria unánime en la categoría “mejor lanzamiento nacional del año”, Los Cielos Vuelan Otra Vez consiguió hace cuatro años que Catervas pusiera a todos sus fans de acuerdo, amén de extender esa concordancia a buena parte de la feligresía rockera independiente. Con el novísimo Laberinto, es posible que dicho consenso se haya fracturado, pero de ningún modo para peor. Elaborado durante la encerrona pandémica, el álbum supera con creces a su predecesor en aquello que concierne a la pura ejecución instrumental -salto sobre todo perceptible a partir de “Desvío Nocturno”, tras el que menudean las composiciones que prescinden de voz: “Pléyades”, “Cañihuarac”, “Ecos Del Atlántico”... Es en ellas donde mejor se luce la artesanía del encargado de los teclados desde LCVOV, Juan Esquivel, quien imprime en (todo) el nuevo repertorio catervesco la polícroma estética de synthwave retrofuturista que suele emulsionar bajo el a.k.a. de Juan Nolag.

Acabo de invocar una etiqueta, la del synthwave. ¿Estilísticamente hablando, transita Laberinto esa avenida? No en rigor, pero sí gasta el pavimento de otras que corren cerca y en paralelo. Detalle nada menor, harto indiciario: cumplidas ya las bodas de plata desde que nuestra escena independiente les conociese a través de Crisálida Sónica: Compilación I (1997), y las de ébano desde que quedasen constituidos como grupo (1991), los Catervas deciden desentenderse del indie y del shoegazing para obrar un giro de 135º en dirección hacia firmamentos post punk y dark. No es que el cuarteto reniegue de las constantes que signasen su crecimiento entre Semáforos (2004) y Los Cielos... -algunos pasajes puntuales aquí y allá conservan esos sabores-. Ocurre que son ahora el post punk ‘77-‘84 y el rock oscuro ochentero los que dominan platea y mezanine. Y así como antes el indie y el baggy eran matizados por la neopsicodelia y el pop, hoy los ingredientes de mayor presencia son matizados por la new wave y el synth. O el enlace de ambos.

A veces, escribía hace un rato, se regresa al pasado para saldar cuentas pendientes. O para completar el círculo. Eso es lo que, a mi entender, comporta la existencia de este Laberinto: un retorno solemne-en-las-formas y emocionalmente sublime a la última gran edad dorada de la música pop en que galán todavía mataba billetera, en que la Música avanzaba alimentada por el fervor y el idealismo de sus estetas, antes que por los fajos de las majors y del mainstream. Porque los 90s tuvieron asimismo una magia única e incomparable, claro que sí, pero la gestualidad cínica y desengañada les copaba casi siempre. La majestuosidad de canciones como “Aura”, “A Través Del Silencio” (de indescifrable anclaje rítmico) o “El Sonido” remite a lo más selecto que ofrendasen las vanguardias de negra cosecha 80s. Cocteau Twins, The Durutti Column, Dif Juz, The Cure... Por lo menos hasta “Cañihuarac”, el plástico despide ese cálido brillo mate que comparten la cerámica en frío y el mobiliario de madera añeja cuando han sido objeto de una cuidadosa restauración, incluso en un número tan new wave como “Espejismos”. Añadiría al rosario de nombres, además, el de Pieter Nooten. Algo del ambient rock de avanzada que el neerlandés despachase junto a Michael Brook en Sleeps With The Fishes (1988) palpita en “Aura” (coproducida con Jason Fashe), de idéntica manera que la impronta del europeo estampada en los LPs definitivos de Clan Of Xymox. Y aquí es imperioso conceder puntaje adicional a Esquivel -aunque no descuelle tanto como en la segunda parte, es evidente que la chamba de mi tocayo deviene en esencial para la solidez del dédalo en conjunto, tanto como la del bajo indesmayable de Raúl Reyes.

No se trata de que, durante la segunda mitad de Laberinto, la banda de los hermanos Reyes se sienta menos a gusto emplazada en los 80s. Pasa que, sin dejarles atrás, de “Cañihuarac” en adelante se ensaya una somera remembranza del camino fatigado en el período ‘97-‘01. Recalco: somera. En el esférico, no existe el menor rastro de shoegazing como tal -sino en fase dream pop, y sugerido más que explícito (a través, sobre todo pero no excluyentemente, de la performance vocal de Pedro Reyes). “Cañihuarac”, por ejemplo, es lo más post rock que sonará Catervas en esta entrega; con su ejemplar bateo a lo Tortoise y su epílogo ambient. “Melomaniac”, claramente 90s, evoca la flama de esa neopsicodelia de la que Happy Mondays y The Stone Roses fueron adalides indiscutibles. Y “Mírame” les va a las dos un poco a la saga, dejándose ganar lenta y firmemente por el espíritu de la década anterior. El opus, de hecho, baja el telón con “Ecos Del Atlántico”; volviendo a sintonizar las senescentes sonoridades lúgubres del penúltimo decenio del siglo pasado, y exhalando sus últimos alientos con una seguidilla de lo que parece ser feedback transmutado en estado gaseoso.

La restitución modal hacia los 80s que supone “Ecos...” no sólo le otorga un plus de cohesión a la jornada. También acaba por darle una aureola muy particular, semejante a la de uno de los hitos mayores en la historia de la música pop, de referencia obligada para el ethos melómano de estos limeños: el Disintegration (1989) de The Cure. Ojo, no estoy aseverando que Laberinto suene a Disintegration. Lo que digo es que Laberinto puede leerse/escucharse como el Disintegration de Catervas, con todo lo que esa afirmación implica. Ello plantea dos preguntas: 1) ¿Significa que el combo optará en lo sucesivo por recrear los viejos 80s?, y 2) Tal cual se especulase a fines de 1989 con el grupo de Robert Smith, ¿será ésta la última función para Catervas? No lo sé. Yo espero que las respuestas sean: 1) No, y 2) No. Por ahora, sigo deleitándome con la monumental consistencia y el magnífico nivel que acredita el sexto capítulo que han lanzado estos Reyes (sin contar maquetas, compilaciones ni rarezas). Y secretamente, disfruto de la coartada de la que este Laberinto, que el enorme Mario Silvania produce y Automatic edita digitalmente, me provee: clarísimo candidato a disco nacional del año.

Hákim de Merv

jueves, 10 de noviembre de 2022

ASMRBRUJO: MAXIMALISMO // Irreales Del Monte: Historia Natural // Orquesta Pandroginia: Xpiritual

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 2 de noviembre del 2022.)

Es incluso emocionante ponerse a observar con detenimiento los mutualismos y las nuevas direcciones que han acaecido, pero sobre todo que han de acaecer en el futuro, como consecuencia de la diáspora venezolana y su absorción en las escenas independientes sudamericanas. Que yo sepa, en Perú todavía no se han revelado mayores señas, pero en Chile se aviva la cueca dando frutos de cierto renombre. Así, al antecedente de Templos Lejanos, formación integrada a medias por mapochos y llaneros que se alimenta de shoegazing y post rock; ahora se suma el caso de ASMRBRUJO, fichaje de la discográfica Fisura.

ASMRBRUJO es el seudónimo artístico de Adán Fresard, productor chileno-venezolano que ocupa el puesto de primera eléctrica en la también binacional entidad Coloresantos. Ésta se estrenó en largo con Tercer Paisaje (2017), cumplidora rodaja lumínica que conjuga baggy, post rock, noise de efluvios psicodélicos y hasta kraut teutón. Con Coloresantos en momentáneo stand-by, Fresard salta en plan solista regalándonos un artefacto harto auspicioso. MAXILAMISMO -así, con mayúsculas- es una ensalada de ornamentación y estructuras electrónicas en alianza con códigos rock las más de las veces fundamentados en el ruidismo guitarrero. Nada más despegar (“Anticlímax”), el maridaje se manifiesta luminoso como el sol.

Luego de tamaña transfiguración, cuya vehemencia se reeditará en más de una oportunidad antes del último acorde, el delicado balance de la placa dosifica su vivacidad en grado más accesible -aunque el embravecido pathos que le atraviesa se sostiene intacto. “Manicure”, verbigracia, ilustra la muñeca con que Fresard puede oscilar entre el shoegazing y el indie de 18 kilates. En el track destaca además Martín Lecaros, baquetas en Coloresantos y apoyo aquí, que demuestra que es el tempo el que tiñe cada parada del CD. Para corroborarlo, basta darle unas cuantas vueltas a “Danza Contemporánea” (scallydelic al ralentí), a “Humaling” (dream pop de tesitura bliss que entona la filipina Megumie Alcalá, vocalista de Polar Lows) o a la soberbia “Lapislázuli” (baggy cuya melodía guarda poderosas resonancias al New Order circa Low-Life, lo que le nimba de un matiz post punk).

Había comentado que el enérgico ensamblaje de azorado rock decibélico y detallismo digital volvía a refulgir en todo su esplendor. Si no se contabiliza a “GZPXLLZLTT” por su brevedad (un intermezzo, más que nada, conducente a la segunda parte del viaje), esta afirmación queda refrendada con “About/Blank” y “Karaoketamine”. El primero es un imponente canal de épicos burilado y motivos, desgranándose éstos conforme avanza la reproducción, prestos a desembocar en una coda de cuerdas de la que pudo prescindirse. El segundo es la evidencia palmaria de lo mucho que le place al músico modelar la saturación en clave de adictiva ensoñación -colabora aquí Fanny León a.k.a. Fan Lee, otrora voz en Playa Gótica.

Mazazo rotundo este MAXIMALISMO de ASMRBRUJO, en el que también han participado Rodrigo Montes (voz y segunda guitarra de Coloresantos) y Alejandro Alquinta (cellos). Casi perfecto. Ni puta idea de cómo se superará Fresard a sí mismo de cara al siguiente.

Haciendo un alto en sus labores como Asunción tras el vibrante Materiales Y Símbolos (Poxi Records, 2021), Cristian Sánchez une fuerzas en nuevo proyecto con Antonio Aldunate, guitarrista en El Diablo Es Un Magnífico (banda matriz de Sánchez). Se da a conocer así Irreales Del Monte en septiembre último con Historia Natural, esférico de poética languidez que reincide en las vetas kraut, drone y post rock que cultivase esmeradamente EDEUM -evidenciadas en el hecho de invocar el mismo concepto de “psicodelia rural” del que blasonaba Flying Saucer Attack en su legendaria puesta de largo homónima.

El material genético que el dúo vierte en Historia Natural cuaja en helicoidales armazones que es sencillo mapear. Como paño o lienzo de fondo, Cristian dispone prolongados trazos de sintetizador, con sampleos insertados de grabaciones de campo tomadas en el balneario Rocas De Santo Domingo (Valparaíso) y en el santuario natural Humedal Batuco (región metropolitana de Santiago De Chile). Estos brochazos tienden a ser minimales, independientemente de las elongadas dimensiones que puedan alcanzar. Sería apresurado afirmar, no obstante, que éstos -los brochazos- son también inmutables. Repetidas escuchas permiten descubrir no pocas variaciones infinitesimales.

Por encima de este palio, Aldunate rasga la acústica, y su pulso determina en gran medida la coloración que cada tema abraza -abrumadoramente tórrida, siempre. Ya sea de un acabado rústico (el prístino naturalismo de “Jinete Del Alba”) o arcano (el noctívago alt-folk de “Espejismos Nocturnos”), rara vez invoca Historia Natural el amparo de Dionisos. Como regla, las tonalidades de la guitarra suelen ser apolíneas, bien sean éstas eclipsadas por la tapicería que tejen los sintetizadores, bien permanezcan en primeros planos -es la intensidad de las líneas electrónicas la que decide un panorama o el otro.

Todo ello resalta obvio en las suites más vastas del 33 rpm, “Sol Y Baguales” y “Sierra Los Olmos”. En la primera, la más extensa, la de palo tiene un generoso despliegue folkie que remite a desérticos espacios abiertos; sitos en diversos puntos de la galaxia y surcados por las secas cuencas de desvanecidos ríos. En la segunda, de casi 19 minutos, gana la contienda el sintetizador; desencorsetado, menos solemne y acompañado por el bucólico gorjeo de aves silvestres. Una obra paisajista de humores marcados y de evanescentes esteticismos ambient, enrielada en esa interminable búsqueda de la abstracción que persigue a Sánchez desde los tiempos de El Diablo..., tamizada -la obra- por un curtido instinto melódico que se desvive en hermanar acusticismo y electricidad. Mezcla y masterización fueron cosa de Pedro Antivil en Concepción.

Nuevo episodio de Orquesta Pandroginia, el segundo para la siempre interesante Poxi Records, Xpiritual ratifica la extraordinaria ductibilidad del santiaguino Charlie Vásquez cuando se trata de afrontar el subsecuente proceso creativo -en el contexto de un historial de proporciones considerables para los apenas siete años que lleva de kilometraje. Liberado a inicios de julio, el mini-álbum en cuestión es un otro salto a través de las músicas electrónicas que crecieron y maduraron en los 90s, aterrizando ahora en la tendencia acaso más proteica de aquel incombustible decenio: el drum’n’bass.

Siempre me ha parecido inexplicable la sarmentosa repercusión que el sonido con que se identifica a Grooverider o a Photek ha cosechado en esta parte del mundo. O al menos en las regiones hispanohablantes -en Brasil, la figura asoma diametralmente opuesta. De ahí que encuentre doblemente valiosos los esfuerzos de discos latinos gestados a partir del breakbeat, más aún si éste es abarcado desde las diversas aristas que permite la amplitud de su rango. Con la reciente entrega de Vásquez, la cartilla viene completa, salvo por la (corta) duración.

Algo de eso te adelantan los 35 segundos de la apertura “Call Center”, que parece una grabación ambiental tanto por el volumen del track como por el murmullo de voces de que se compone. Calificable como resabio de la estética que enarbolase OP en La Mujer Insecto (2016), no es el único que emergerá durante la reproducción del mini-LP, pues la identificación junglista de Xpiritual no es excluyente. En “Nestea”, por ejemplo, postula el individualista una suerte de simbiosis entre el illbient neoyorkino -del que diese suprema exhibición Oh! No! Dub! (2021)- y el futurismo cosecha Detroit. Mejor aún, el surco es un híbrido illbient tonificado por el techno, divergente de la vía por la que prefiere discurrir “Corsa Plus 2009”, bastante más mimetizado con la herrumbrosa distopía dubsónica de We™ o Byzar.

El d’n’b, sin embargo y como ya quedó dicho, es el calicanto de la jornada. A poco de empezado, “Quebrantahuesos” y una sidérea técnica sci-fi para duplicar los beats descerrajan un ciclón artcore a velocidades que se desesperan por equiparar a la del sonido. “UNIQLO” sigue la misma senda, con una primera sección atildada donde hay más tiempo para los detalles, como en los primeros días del género tras abandonar el underground y salir a la superficie; y luego ya en plan neurofunk, mitigando la angustiosa oscuridad que a éste rodeaba.

Cierro mi comentario de los 23 minutos de este Xpiritual hablando del postrer “HRT” y del single “Neuro_Sys” (6/22), ambos muy influenciados en la columna vertebral rítmica por la renovación two-step que acometió al género. El cierre, guiño a Roni Size & Reprazent incluido, es visiblemente más asimilable a la etiqueta porque es unitario. “Neuro_Sys”, en cambio, se arma de tres movimientos: mientras en el primero la impronta two-step es clara, en el segundo la canción de-evoluciona hacia las fases drum’n’bass precedentes con todo y toaster, y en el tercero el solista se sale por completo del rubro para encarar un trip hop hiperdeforme. Múltiples rostros, que apuntan todos a esa filia no declarada de Vásquez por el big bang que estelarizaran las vanguardias binarias en la última década del siglo XX. ¿Qué vendrá después?

Hákim de Merv