miércoles, 30 de noviembre de 2022

µ-Ziq: Magic Pony Ride / Hello

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 23 de noviembre del 2022.)

Entre el ‘96 y el ‘97, como señala el crítico español Javier Blánquez en el capítulo dedicado al jungle escrito para Loops: Una Historia De La Música Electrónica (2002), muy pocos eran los nuevos artistas y grupos de ascendencia electro que no tenían cuando menos un track amparado en estándares rítmicos del drum’n’bass. Asistido por la notoriedad de las evidencias -de Aphex Twin a Underworld, de Orbital a Mouse On Mars, de Locust a Two Lone Swordsmen-, el peninsular afirma que el también llamado artcore era el ritmo que entonces dominaba el mundo. Habida cuenta de los nombres citados (por lo menos tres de ellos provenientes de las esferas IDM), no es precisamente argumentos lo que le falta a aquella declaración.

Naturalmente, la teoría propuesta no disminuye el papel/la relevancia del resto de músicas digitales que implosionaron los dos últimos lustros del siglo XX. No menos trascendentes fueron el trip hop, el ruidismo binario, la rocktronia de The Chemical Brothers y Propellerheads, el illbient... Ni qué decir, tampoco, del IDM; que durante toda esa increíble década vivió luengos años de gloria. Es sólo que resultaba casi imposible sustraerse al influjo de la mecánica del breakbeat, que tan bien podía simultáneamente embelesar al hombre-que-escucha como impeler al hombre-que-baila. Y, de paso, tronarle las neuronas al prójimo que es ambas cosas a la vez. Prueba irrefutable de ello es la imagen del individualista de muchos rostros, que esos mismos noventas entronizaron: si en los 80s James Thirwell (Foetus, The Flesh Volcano, Clint Ruin, Steroid Maximus) y Alain Jourgensen (Ministry, Pailhead, Revolting Cocks, Lard, 1000 Homo DJs) fueron precursores, los siguientes diez calendarios vieron consolidarse a figuras hiperprolíficas, multimórficas y geniales como el propio Aphex Twin (Polygon Window, The Dice Man, Blue Calx) o Luke Vibert (Plug, Visible Crater Funk, Wagon Christ).

Junto a Tom Jenkinson (Squarepusher, Duke Of Harringay, Chaos A.D.), otro de los héroes del período es Mike Paradinas. Proveniente de Wimbledon, este británico se ha prodigado usando la piel de muchos alias -Kid Spatula, A Plaid Tusk, Jake Slazenger, Tusken Raiders, Rude Ass Tinker... El más célebre de todos, empero, es el de µ-Ziq. Bajo ese rótulo, Paradinas consiguió dar una vuelta de tuerca tras otra en jornadas fantásticas como el memorable extended play Salsa With Mesquite (1995), In Pine Effect (mismo año), el debut Tango N' Vectif (1993), Royal Astronomy (1999) o el epiléptico Lunatic Harness (1997). Lo mismo que a sus pares, el limbo que se almorzó las vanguardias electrónicas en los 00s no le fue precisamente favorable (el único que la libró fue Jenkinson, en modo Squarepusher). Mas, a diferencia de los otros, el decenio pasado atestiguó su regreso con renovados bríos (sosteniendo buen promedio editorial a partir del ’13). Mejor aún, ese reentré confirmó intacta la peculiar vieja alianza entre el músico inglés y el ritmo roto.

Y es que, mientras sus colegas de armas replicaban la estética breakbeat para proyectar avances sobre los hombros de ésta, µ-Ziq siempre buscó estrechar la compenetración/mutua absorción entre el intelligent techno y el techstep. Tarea sumamente complicada, por no decir imposible. Paradinas dio con una fórmula para esa fusión en Lunatic Harness y sus complejas percusiones hiperkinéticas atravesadas por cabriolescas metrallas sonoras tupidas de acid jazz y neurótica tropicalia. El detalle es que le ha tomado literalmente años decantar/balancear esta fórmula. Una que recién tras RY30 Trax (‘16) y el denso Scurlage (‘21) se ha despojado al fin de toda abstracción oscura, empezando a brillar casi literalmente.

Aconteció en el ‘13, en el ‘16, en el ‘21. Vuelve a acontecer, en el ‘22, que el unipersonal firma dos trabajos -que lucen como sendas partes de un único díptico. El primero de ellos, Magic Pony Ride, es liberado a principios de junio. El segundo, Hello, sale a las calles cinco meses después. En ambos casos, crece y se robustece el patrón compositivo idóneo al que he aludido aspiró siempre µ-Ziq. En ambos, de igual modo, hay lugar para disentir de aquel modelo; bien parcialmente -los más-, bien por completo -los menos-. Éste (el modelo) se sublima aprovechando el timing y la espacialidad de un drum’n’bass de ligero octanaje, esto es, lo bastante sintetizado para convertir en funcional al breakbeat sin por ello obligarle a resignar su burbujeante frescor. Sobre esa ¿bífida? ¿trífida? espina dorsal, los tintineantes puntillazos melódicos y los maquinales rebotes angulares propios de la IDM son entretejidos con el propósito de dar cálida corporeidad a espesas marañas electrónicas de barroca arquitectura cubista.

La reverberación que litografían en la psique tanto Hello como Magic Pony Ride es insólita. Mientras son reproducidas, una y otra placa suscitan lúdicas visiones sci fi que, extrañamente, desfilan sobre la superficie del cerebro pigmentadas de sepia. ¿Es eso posible? ¿Cómo se entiende que vastas ciudades construidas con plástico y corrospum, inmensas megalópolis-juegos de extensión inabarcable para la vista, yazgan saturadas de saudade? ¿Un efecto dióptrico-mental, quizás? ¿O sólo nosotros, quienes vivimos los 90s prendados de la poesía del digitalismo avant garde, percibimos semiconscientemente la nostalgia por ese futuro prometido que jamás llegó? Son varios los pasajes que estimulan esos reflejos neuronales: “Turquoise Hyperfizz”, las tres partes de “Magic Pony Ride” (las dos primeras en el disco epónimo, la tercera en Hello), “Elka's Song”, “Galope”...

Cuando Paradinas decide hundir hasta el fondo el pie en el acelerador, dándole libertad de acción al jungle, las imágenes en sepia ven disminuir su intensidad. La textura sónica, además, experimenta importantes cambios; pues la velocidad de la “mitosis del sonido” se incrementa exponencialmente, mientras su presencia adquiere aspecto de lustroso sampleo. Se produce, así, una curiosa escisión en el rostro de µ-Ziq, que acaba transformado en bifronte: a la faz que le conocemos, se suma otra, que constantemente se transfigura en Omni Trio, Rainforest, Ram Trilogy, Alex Reece. En este punto, el artcore se convierte en una segunda personalidad del europeo, quien se ve limitado a fungir de impávido refrendatario de la igualdad de esas dos fuerzas en pugna -“Iggy’s Song”, “Goodbye”, “Metabidiminished Icosahedron”, “Hello”, “Green Chaos”, “Ávila”, “Modulating Angels”...

Insular experiencia a que nos somete el individualista de la Rubia Albión, corresponsable de microgéneros como el honk’n’bass, el braindance o el drill’n’bass. Por rara, obvio, y además porque demuestra que el autor conserva creatividad, destreza, reciedumbre y vigencia indemnes. En grados suficientes como para despachar dos álbums prácticamente al hilo, si es que no se trata de un solo LP cuyos outtakes han sido empaquetados y lanzados como otro largo independiente. En niveles lo bastante inventivos como para matizar a MPR y a Hello con temas de un ambient capaz de condensarse en piezas de potente drum’n’bass e idéntica facilidad para volverse a vaporizar -“Don't Tell Me (It's Ending)”, “Pyramidal Mind Dispersion”, “Brown Chaos”, “Uncle Daddy”, la perfecta deconstrucción breakbeat planteada en “Pentagonal Antiprism”...

Nunca se fue Mike Paradinas, es cierto. Pero nunca tampoco lo había sentido tan cercano.

Hákim de Merv

No hay comentarios.:

Publicar un comentario