miércoles, 30 de diciembre de 2020

Ionaxs: Amuki // Ande: Echoes Of The Mountain // Galactic Seed: Rame

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 23 de diciembre del 2020.)

A Rita Allard, en la esperanza de que volveremos a caminar juntos a los pies del Pacífico, más pronto de lo previsible.

No importa cuántas veces nos hayan dicho que la muerte es indisoluble de la vida, ni cuántas veces más lo hayamos corroborado. El deceso de un ser querido siempre abate, contusiona, es razón de desasosiego y aflicción. En torno a la muerte, ésa es la única verdad: todo lo demás es variable -de las reacciones con que la encaramos a la duración del duelo y el orden de sus fases.

Quinta parada de largo aliento en la andadura de Ionaxs, Amuki me ha exigido mucho, antes de poder digerirle. Su nombre, que en aymara y quechua se traduce como “silencio”, bautiza un disco al que se siente conmovido desde cimientos y portada. Cierto que Jorge Rivas lo había proyectado parcialmente pensando en su difunta madre, Alicia O’Connor, pero poco antes de la fecha planeada para colgarlo en el BandCamp de Chip Musik fallece su padre. El luctuoso acontecimiento retrasó el upload, y de todas maneras incidió en el track list previsto, tanto en contenido como en disposición. Esta última es la instancia que quizá más ha precisado reformularse en los reajustes finales.

Y es que, más allá de las circunstancias que rodeasen el alumbramiento, son muchos los Ionaxs que encuentran cabida un tanto desordenada en el nuevo repertorio. Está el clásico, por supuesto, de recónditos tañidos marinos, pathos shoegazing e IDM atiborrado de efectos/texturas mil; como lo certifican la efímera “Llueven” o la intensa “No Mortal” (pre-estrenada en Transmisores). Está además el Ionaxs que, a punta de su sola vitalidad, encama sintes y drum machines (“Allí”, puede servir de grandiosa obertura para ejercicios similares), construye alrededor de un sui generis leitmotiv cíclico (el “acordeón electrónico” de “Ruqyay”), se contrae sobre sí mismo al mudar de piel (“Amadeo”, de quedito ambient nostálgico a glitcheo meditativo). Otro Ionaxs es aquel que, a través de programaciones/secuencias, guiña sutil al trip hop sin abdicar su status post rave, utilizando sonoridades catódicas que le dan un leve airecillo a Boards Of Canada (“Bosques”, “Mi Bonsái Es Un Robot”, “Flux” o “Musgo Del Tiempo” -cedida a priori a Underground Junín Vol. 1-). Y no podía estar ausente el Ionaxs deudo/pesaroso, que parece lacrimógeno en su evocación (“Amuki”), sepulta sus líneas rectas de teclado sobre otras apenas más oblicuas (“En Mis Huesos”) o simplemente se exterioriza fúnebre (“Candor De Neblinas”).

Son varias, pues, las personalidades a las que el músico da carta blanca para manifestarse en Amuki. Y eso comporta un problema. No por la diversidad, de la cual esta trinchera siempre ha sido abanderada -opino que es un acierto total reservar para el colofón “El Regalo De Las Nubes”, compendio perfecto de un esférico de nervioso sístole IDM, saudade, lobreguez; que ya apareciese en Lego 13... Lo digo porque equilibrar rostros harto disímiles unos de otros plantea un laberinto de opciones lleno de ventajas y hándicaps, del que es muy difícil salir airoso/a. “Cabida un tanto desordenada”, escribí en el párrafo anterior: es en este punto que falla el ajedrez del plástico, no su contenido. A favor de Ionaxs, se podría alegar que sobran los dedos que tenemos en las manos para contabilizar a aquellos/as capaces de librar bien el reto (y no hablo sólo de Perú, por siaca).

Reflexión, solemnidad, permutación. Landscaping de rugosidad casi táctil. El réquiem por los padres de Rivas es un cumplidor cenotafio sonoro con que otros/as huérfanos/as -si se es melómano/a, mejor- podemos identificarnos, saber que no estamos solos/as. Esta vez no cuadraron del todo las matemáticas que sustentan la arquitectura del CD, pero la fe en la obra de Ionaxs y la confianza en su talento permanecen inmaculadas.

Miguel Ángel Burga no tiene cuándo parar. Felizmente.

El hombre de las mil caras en la movida nacional (La Garúa, Los Últimos Días del Dr. Zaius, Necromongo, Espira, Black Saqras, Obskuria, Ácidos Acme, Morte Kulto, The Underground Parties, siguen nombres...), algunas de las cuales han sido protagonistas de estos bytes -La Ira De Dios, Culto Al Qondor, 3AM-, finalmente debuta en largo como Ande (septiembre) meses después de hacerlo bajo nombre civil (mayo). Este peculiar alias suyo, que data del 2014, se dio a conocer con el asombroso single “We Rise”. Instantáneamente se empezó a hablar de folk neopagano, de psicodelia lo fi, de drone embrujado... No obstante, más allá del notable video de Giacomo Cochella y de sus cuatro minutos y monedas, el Ande permaneció impertérrito.

Por eso recibí calurosamente las nuevas sobre este Echoes Of The Mountain, editado en tape por la flamante Inti Records, escudería que ha relanzado en cinta los dos acetatos de El Jefazo, el último de Ancestro, los dos capítulos de 3AM (compilados en The UFO Transmissions Tape) y el Espectros E Imaginarios De Posguerra de Odumodneurtse; entre otros. El cassette renueva aires y cualidades que “We Rise” había aportado años atrás a la primeriza imagen de Ande -y qué mejor que recuperar ese adelanto haciéndole encabezar la marcha.

De pe a pa, Echoes... se halla empantanado de una religiosidad solar -y por ende pagana (o neopagana). El tosco diseño de sonido que le envuelve cual casulla ceremonial ha sido elección notoriamente voluntaria, que realza el embriagado(r) sortilegio de sus ritualistas/mí(s)ticas atmósferas. Las constantes más evidentes son las guitarras, pero sobre todo las vocales de Burga: unas y otras embotadas de espumoso reverb, es la de Miguel Ángel la voz de un chamán alcoholizado, que canta/invoca/teme a la Naturaleza en estado salvaje y a sus fuerzas indomeñables. Abrigado por el poncho de la Baja Fidelidad, el aguardentoso registro del guitarrista posiciona su borroso psicodelismo de miniaturas drone y paisajismo rural en plan lado Z de esa pálida etiqueta que el mainstream se sacó de la manga para hablar de gente como Terry Allen, Townes Van Zandt o Merle Haggard -el así llamado outlaw country. Con ese tufo entre descastado, malandro y achorado del lado montaraz del country estadounidense; glorificado a la n, quedan pringadas genialidades como “The Ascension”, “Father Sun”, “The Time Has Come” o “As The Sun Sets”.

Existe otra peculiaridad a destacar, que calificaría asimismo como constante si no fuera porque hay un par de cortes en que es puesta a un lado: del set completo de batería, Echoes Of The Mountain apenas usa algo más que el bombo. Su cavernoso y minimal golpe constituye el principal sustento rítmico de canciones como las aludidas, o también de “Penance” y de la propia “We Rise”. Escapan al influjo de su pertinaz y espartano pulsar “March To The Top Of The Mountain” y “Qolla”, en las que se redobla la percusión y las eléctricas se adueñan de la palestra.

Espléndido debut de Ande. Aunque no me esperaba menos, ni del chaplín ni de su gestor, confieso que definitivamente acabó dejándome en offside el dipsómano animismo al que accede desde su laconismo y complexión. Golazo.

Tres años, tres títulos. Volcado el nombre de su unipersonal al inglés, Óscar Cirineo ha sostenido laudable periodicidad editorial. Dadas las características de un acto independiente como Galactic Seed, consagrado a la electrónica de fines del milenio y que ya se acerca a la década de autárquica existencia, ello no califica como logro menor.

A Sonidos Del Sol (2018) y Nazca (2019), pues, se une ahora Rame (noviembre). Aquello que tímidamente sucedía en Sonidos... y desaparecía en Nazca (en esencia, una compilación de inéditos que auguraba el regreso a las raíces ambient-techno e IDM), cobra nuevo impulso en este puñado de diez temas. Como nunca antes, Cirineo se ha prosternado a los pies del braindance y sus neurales dígitos binarios -o la venganza del geek noventero: beats caóticamente desarticulados, que sin embargo fluyen a la par de una estética de ensueño, en cuyo seno el ambient informe de vivaz pigmentación lleva las enseñas de mando.

Es justamente ese ambient de geometría onírica el que abunda en la primera parte del disco, pese al estructuralmente desaliñado arranque con “Five Station”. Números como “Ajimez”, “Bias 5.1” o “3 A.M.” dan la impresión de ser uno mismo -o mejor, fragmentos (des)montables de una suite tripartita. A través suyo, Rame se convierte en una oda a la laxitud, a la distensión sensorial, a la surreal placidez de inducción química; prescindiendo momentáneamente del arsenal de ritmos en constante colisión.

La batalla que libra el braindance contra el ambient apolíneo ocurre en la segunda mitad de la rodaja, sin aviso. Su objetivo, empero, no es desterrarle; sino hacerse de la supremacía de Rame. Si bien el éxito no es inmediato, sí rotundo: aunque en “Filter Mode” vence una vez más el ambient, queda herido de gravedad por su oponente. Gradualmente, “KR IFX” y “Non” serán asaltos ganados por el subgénero que inventó la discográfica Rephlex, hasta que “Kalon” transforma la victoria en inapelable. Para cuando termina la jornada (“Isagoge”), el ambient se ha sujeccionado al mandato de los “cerebros con patas” (que, es imperioso especificarlo, nunca izan completamente las velas).

A pesar de ser disputada por dos grandes antagonistas, o tal vez por ello mismo, la borrascosa complejidad basilar de Rame no carece de una cierta belleza extraterrestre. Las secuencias que descifras cuando vas por la tercera/cuarta escucha se mezclan naturalmente con la energía sinusoidal que emana de ese ambient de vibraciones cósmicas que tantos réditos generó en la primera mitad. En ese balance que aparenta no ser tal radica, probablemente, su extraño encanto.

Hákim de Merv

martes, 29 de diciembre de 2020

La Vie: Sacred Valley // La Ciudad Negra: SCAR/Abajo EP // Alunaki: Telescopio

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 16 de diciembre del 2020.)

A Abdel Del La Cruz, do quiera se encuentre.

Triplete rojinegro ad portas de culminar el año pandémico.

Algo tremendo remece en estas semanas la existencia misma de La Vie. Una metamorfosis tras la que, al parecer, no hay vuelta atrás. Si Magic Mushroom (2018) impelía al acto arequipeño a clavarse entre las erizadas corrientes submarinas de la música electrónica con mucho de bagaje experimental, preservando ese amor por el formato canción que orlase sus primeros pasos, Sacred Valley saca lustre al ochenio del alias lastrándolo más hacia esas profundidades y borroneando grandemente esa ácida filia pop que todavía persistía -sólo un tercio del contenido le ilustra, y harto matizado.

¿Cuán determinante asoma la evidencia? Circunstancial de momento, pero avalada por el citado antecesor y la presente situación sanitaria. Diego Romero concibe su quinto largo solista lejos de casa, en ese Valle Sagrado de los Incas que no se cansa de recorrer el Urubamba (Cuzco), guardando estricto encierro durante la cuarentena decretada a causa del COVID-19. Desconozco si el confinamiento agarró allí al músico, si el traslado estaba planeado de antemano para efectos de composición y grabación, o si pasó un poco de ambos. Como fuere, contados lugares naturales del país transmiten la energía espiritual requerida para la elaboración de un disco con las trazas de este Sacred Valley -que desde nombre y portada ya te ponen sobre aviso.

No resulta inexacto afirmar que SV posee ribetes drónicos, si bien urge de una explicación adicional. Apelo a la adjetivación derivada del drone porque se trata de un álbum minimal para los estándares de La Vie, que ya habían sido zamarreados por Magic Mushroom y el 7’’ dedicado a La Monte Young. A las grabaciones de campo que hormiguean de la obertura “Undine” al desenlace epilogal “Initiation” -vigorosos cantos de pájaros, tranquilizador tintinear del agua- se superponen clústeres entrecortados pero sostenidos a rajatabla. Espacio para digresiones armónicas, queda muy poco en viñetas como la monocorde “Chant From The Masters” (de aerodinámico noise), la resonante fluidez zen interválica de “The Tibetan”, la ya aludida “Undine” o “Eliphas Lévi” (dedicada al decimonónico mago francés lector de la Kabbala Denudata y de las obras de Antoine Fabre d'Olivet y Emanuel Swedenborg). Menos severo, ese minimalismo de notas casi pedales se enseñorea además en “Mutation” y en la pieza epónima, si bien la primera es más mudadiza. “Sacred Valley”, por su parte, acredita un ni tan lejano tufo a bliss pop; imbuido de irisadas ondulaciones en sus extremidades -quizá el contrapeso imprescindible a la participación de Anamorph Experimental Music, colectivo vienés de avant garde.

El flanco más asequible de la entrega se revela en pasajes en los que aún resiste el viejo perfil de La Vie: el de acústicos arpegios, el del folk que se transfigura en new age y/o viceversa, el del ambient pre-digital. Ese La Vie de emociones conmovedoras sobrevive, ya tamizado, en la pacífica bonanza de texturas que integran la fugaz “Initiation”, en la enternecedoramente despojada “Mysterium Magnum” y en la flemática “Contemplation”. Todas ellas de corta duración, encuentro sintomático que se hallen desperdigadas como cuñas en medio de los oscuros ecos e iterativos sintetizadores acopiados por espacio de poco más de tres cuartos de hora.

¿Volverá a ser La Vie el proyecto de antaño, entonces? Yo pienso que es lo de menos, siempre que Romero no olvide el punto de partida ni pierda de vista el de llegada.

Algo ha pasado con La Ciudad Negra entre el lanzamiento de su primer sencillo y la elaboración de su reciente ¿EP? ¿mini-LP? La banda, fundada a inicios del 2017 en la capital mistiana, ciertamente ha sufrido algunas modificaciones en la alineación; pero no es a ello a lo que me refiero. Colgado en octubre del 2018, “Vomitorium” anunciaba un renovado crossover de noise rock, grunge y stoner; renovado en tanto fatigaba coordenadas estilísticas cercanas a las que recurriese Miguel Málaga capitaneando experiencias anteriores -Los Death Monkeys y Perros De Presa.

Editado en tape por la plataforma mapocha Sacred Necrophiliac, SCAR/Abajo califica más como un EP que como un mini-LP; y le reporta inesperadas variantes, respecto del single debut, al cuarteto que completan Ángelo Salazar (bajo), Blas Cruz (teclados y bajo) y Aníbal Guillén (batería). El giro más notorio está ligado al registro, que parece como cubierto por un velo. Asumo que es elección consciente, acaso para darle al extended un acabado que maride mejor con la recalibración ensayada.

Otro viraje a subrayar es la incorporación de un tenue color psicodélico, extraído de la variable stoner y que consecuentemente le debilita. Aunque el grupo flirtea con el género de Cult Of Luna y Lower Slaughter, lo hace en mucha menor medida de lo que avisaba “Vomitorium”. La avezada y punchera mezcla de grunge y noise rock se ve favorecida por esta declinación, robándose las cámaras durante la primera mitad del EP y dejando para la segunda los apuntes de ascendencia psicotrópica y esos guiños stoner a los que LCN aún condesciende.

Cuatro canales, dos lados. En el primero, las canciones -ruidosas, grunge-, hirviendo de furia, estruendo e ironía. En el segundo, los instrumentales -lisérgicos, stoner-, a los que les falta el mismo pulso firme que gobierna a sus contrapartes. Pese a que cada cara tiene tintes diferentes, hay algo que les iguala: las parejas “En Un Cohete Al Sol”-“Avalon” y “Cazar Moscas”-“Nace El K-Ohs” se entrelazan a través de sendas estructuras-puente, nebulosas secciones de sonidos atmosféricos que respectivamente dan pase al segundo track de cada lado, en plan conceptual.

Próximamente, la independiente canadiense Subvision se encargará de la edición en CD de SCAR/Abajo.

Algo fantástico debería suceder con el excelente estreno de Alunaki. Sin embargo, nunca se sabe con la escena independiente nacional. Así que mejor intentar guardar la compostura. Intentar...

Raúl Begazo, 50% de dúos de notable trayectoria como Paisaje 3 y Orquídea, guitarrista de Aero y de Fobya; se tomó un tiempo para chambear a conciencia las composiciones que vertebrarían el debut de su seudónimo en solitario. El semblante de éste se vislumbraba gracias a las influencias que el arequipeño ha recorrido en aquellos combos en que su presencia fuera más patente -el shoegazing en primer lugar, y en menor medida el sonido Bristol. Además, un porcentaje del repertorio correspondía a outtakes de Fobya, a los que Begazo dio numerosas vueltas antes de encontrarles sitio. Desafortunadamente, el upload del esférico tuvo lugar en la víspera del inesperado, lamentable deceso de Abdel De La Cruz -la otra mitad de Orquídea, líder de los darkies de Fobya y amigo personal de Begazo.

Telescopio -¿puede haber un título más baggy?-, pues, tiene una marcada impronta ethereal noise, pero también otra bien en la onda postpunkgaze de los 10s. De hecho, abre con la pista homónima y “Dushhand”, cargadas ambas de ese estilo que conecta el post punk adlátere al primer dark con el dream pop de octanaje extremo. Otros cortes de dicha aleación son “La Señal En Ti” y “What If” (encantadora performance vocal de Orfa Ponce, que también hace los coros en “Dushhand”), ubicados juntos al inicio de la segunda mitad. La ensombrecida languidez que corría por las venas de esas músicas nacidas al albor de los 80s, y que conoció una segunda juventud a través del revival del nuevo siglo (y los devotos émulos que ha tenido siempre), sale a la superficie en estos rounds de macizos graves y nostalgia filtrada mediante la electrónica (sobre todo en el colofón de “La Señal...”).

La mayor fortaleza de Alunaki es el shoegazing, empero. Éste calienta motores con la accesible “Dreams” y se vuelve im-pa-ra-ble gracias a “Diboom”, primer remezón de volumen tan meticulosamente confeccionado. La estruendosa carga decibélica de pares como el ruidoso “Otoño” o el incendiario crepúsculo pincelado por “Murió En Un Sueño” (magnífica Christy Monzón, que también gorjea en “La Señal...”) se abre paso a través de Telescopio empapando asimismo el aura de las canciones mencionadas en el párrafo anterior, enfatizando el cálido reverb étersónico de colores incandescentes que Begazo dispensa a discreción.

Aún la terna de cierre, en que el guitarrista se decide por un prudente acercamiento al trip hop, queda inoculada por la reciedumbre/el nervio extra que el volumen demoledor de la mezcla le confiere al disco. La ensimismada cadencia de “Vomit” (donde Ponce vuelve a lucir su talento), la inteligibilidad meta-synth de “Icarus” y el asalto más bien Madchester de “Mar Vacío” -su encuadre aquí es discutible, ya que también se premune de un muro de distorsión digno de The Jesus And Mary Chain y My Bloody Valentine- culminan una puesta de largo impecable por donde se le aborde.

Conservo indicios fidedignos sobre tomas que no llegaron a ocupar plaza en Telescopio, por variopintas razones. Ello habla maravillosamente de un proyecto con mucho potencial de cara al futuro en corto y mediano plazo. Por eso, animo a Raúl desde estos bytes a no tirar la toalla como Alunaki. Aunque los acontecimientos que rodeasen la salida de la obra hayan sido dramáticamente luctuosos, la mejor forma de honrar al hermano que se fue es justamente seguir adelante. Abdel sería el primero en estar de acuerdo.

La extraterrestre carátula ha sido tratada por Richard Chuquitaype -Fobya, Lunes, El Estéreo Tipo- quien también se portó con la premasterización de “Icarus” y los arreglos de batería y guitarra en “What If”.

Hákim de Merv

lunes, 28 de diciembre de 2020

Asunción · Divinación: De Volcanes Y Humedales // ҚALA§A§AỴΛ: Camino // Bahía Mansa: Memorias De Los Pájaros Niños

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 9 de diciembre del 2020.)

A Claudia Trejos, con todo mi cariño.

#AguanteChile.

En vísperas de la última Noche de Brujas, obtuvo luz verde lo nuevo de Asunción, proyecto solitario del santiaguino Christian Sánchez (Navidad Y Matanza, La Golden Acapulco, El Diablo Es Un Magnífico). De este modo, Divinación: De Volcanes Y Humedales queda ungido como sucesor de aquel El Paisaje Interior que llamase mi atención el año pasado por su decidido internamiento en los nictálopes piélagos de la psicodelia, de la drone music y aún del vetusto kraut rock -asiéndose siempre del sonido del subgénero kraut designado con el marbete “Berlin school” como punto de referencia, digamos, geográfico.

Este novedoso título de Sánchez convierte a ese punto en norte a conquistar. Empezar a reproducir “Y Debajo De Nosotros, Un Fragmento De Este Cielo” y paladear los efluvios atemporales de titanes como Tangerine Dream y Klaus Schulze, todo es uno. La largada se halla inserta de lleno en la tradición de la antedicha escuela, sugestionada/rodeada por ambientaciones sonoras ensopadas de drónicas líneas de sintes y de apagados/atenuados latidos pre-programados desde la caja de ritmos. El surco más breve del álbum, “Todas Las Luces Del Mundo” es idéntico gramaticalmente hablando, pero su andar no conjura imágenes como la del laxo oleaje marino en un mundo primordial o la de enhiestas y metálicas tallas retrofuturistas. Su pálpito es más vivaz, enérgico, impetuoso. Si no fuera por la férrea devoción del capitalino hacia el credo ambient, me atrevería a asegurar que los teclados en “Todas Las Luces...” refulgen hasta altitudes Hi-NRG.

Con divergentes matices, “El Sendero De Los Bosques Sumergidos” y “Hacia El Último Horizonte” se hacen eco del renovado perfil asumido por Asunción -divergentes porque, si bien se esmeran en equilibrar texturas y atmósferas electrónicas labradas en la primera mitad de Divinación..., acaban inclinándose en sentidos opuestos. Así, “El Sendero...” prefiere las secuenciaciones contemplativas que pululan en “Y Debajo De Nosotros...”, aunque se asiste de la vehemencia que los teclados imprimen a “Todas Las Luces...”. Por su parte, los emotivos beats mullidos que “Hacia El Último Horizonte” entrelaza en un infinito tapiz tonal se revelan eficaz complemento del nervio/vigor irradiado por “Todas Las Luces...”, no obstante hereda intactas las pretensiones siderales de “Y Debajo De Nosotros...”. ¿La justificación más evidente? Ambas parejas de tracks fueron registradas respectivamente en el 2019 y en el 2020.

Divinación: De Volcanes Y Humedales, que exterioriza los augustos arcanos de ascendencia enoidal disimulados en El Paisaje Interior, ha sido bandeado digitalmente por la argentina Priusdiscos. La edición física, en formato cassette y autogestionada por el propio Sánchez, viene siendo distribuida desde octubre último.

Cuatro calendarios han echado sus adioses al viento tras el debut del individual ҚALA§A§AỴΛ (/ES/T/A/CIO/NES/), protagonizado por el ariqueño Víctor Jeremías. Desde entonces, Cu4rto EP (2017) fue la única referencia discográfica dada a conocer por quien firmase uno de los debuts latinoamericanos más excéntricos del ejercicio 2016 -EP que deparaba más dudas que certezas sobre el mapa que seguiría el desenvolvimiento ulterior del acto.

Aparecida sobre el filo de septiembre, Camino es una jornada de muchas composiciones y minutaje cercano a la hora de extensión. A la fecha, es la apuesta más ambiciosa del artista, y representa otro cambio de humor en el espectro ҚALA§A§AỴΛ. Si el estreno emanaba vibras muy cercanas al post rock dominado por impulsos primitivos y al shoegazing zarandeado por fuerzas telúricas, y el extended redirigía esfuerzos hacia una retórica sónica tanto más sofisticada y segura de sí misma, Camino asoma completamente des-encorsetado. Tan pronto puede nutrirse del IDM (“Naraka”) como sucumbir a borrascas de plasma ionizado a fin de transmutarse en una versión archæopteryx de Seefeel (“Ino”), escurrirse entre puquios especulares de precolombina raigambre (“Ghen” pudo pautearse en el primogénito sin problemas) o apechugar formatos más convencionales para tentar un synth -“Último Tren Al Norte”, “Lamento En Código”- que incluso luzca semi-baladesco (“((Óbito Espiral”).

El distintivo que, otra vez, permanece indemne como hilo conductor de la obra de Jeremías es la Baja Fidelidad. Se lleva muy bien con cada transformación que ensaya Camino. Sea en aquellas que le son más ajenas (los expresivos trazos de teclado acercan tanto a “Paisaje Indómito” como a “Unumbral” a la escuela berlinesa), sea en aquellas concebidas para favorecerle (zumbante “Marcas”, rematada por un rayo de electricidad venido de los cielos), el lo fi resiste incólume; cohesionando el conjunto y dándole un acabado de antigüedad propio de ruinas arcaicas, tal cual las del templo tiahuanaco del que Víctor toma su alias.

Hay algo que no cuadra en todo este alegato, sin embargo. La prolijidad en mezcla, masterizado y producción; etapas llevadas a cabo durante al menos nueve meses, contrasta con el poco calado que exhibe el disco, grabado de un tirón la tarde del 19 de noviembre del 2018. No es que Camino sea regularón o mediocre, aclaro -sino que carece de los uppercuts con que /ES/T/A/CIO/NES/ te mandaba a la lona, o del sadcore aclimatado al desierto con que te persuadía Cu4rto EP. Le he escuchado muchas veces y reconozco su valía, pero muy poco de él llega a ser superlativamente memorable como para que alcance a quedárseme en la materia gris. Ahí sí noto un je ne sais quoi que está faltando.

Dudé un instante en si debía o no comentar Memorias De Los Pájaros Niños. No por ausencia de merecimientos: a pesar de tenerlos de sobra, se trata en realidad de una placa publicada por vez primera en julio del año pasado, casi en paralelo a Artefactos Innaturales (colección de bajorrelieves lunares para una instalación de la artista plástica Amanda Ralph). Inclinó la balanza el rediseño craneado por Iván Aguayo, único gestor de Bahía Mansa, que aumenta a 7 los rounds del Memorias... (excluyendo algunos y sumando otros). También, la remasterización a cargo de Alexis Morales. Las tomas de los temas que repiten el plato, eso sí, son las mismas.

Bahía Mansa es, pues, un seudónimo de reciente data -pero muy fecundo. A día de hoy contabiliza tres LPs y dos singles, además de estar a punto de soltar un trabajo adicional bautizado como Botánica Del Olvido (¿le bastará lo que queda del año?). En todos ellos, Aguayo se revela instrumentista de primer nivel, que -obviando la primigenia edición de MDLPJ- ha migrado paulatinamente desde la new age de baja resolución hasta una suerte de beatífico ambient hipnagógico.

De “Caminitos” al bellísimo cierre de “Aves”, BM da curso a siete magníficos instrumentales, permeados de una placidez diáfana, quebradiza, volátil. Más que canales de perímetros definidos, son esculturas de sonido en una acepción contigua a lo que -aquí vamos otra vez- desarrollase Windy & Carl en los 90s. Los melodiosos arpegios de cortes como “Flores De Agua”, “Caminitos” o “Peregrino Blanco” adicionan al output un vaporoso plus de innegables cualidades regenerativas/sanadoras; lo mismo que esas sonoridades cooptadas de la Naturaleza que el unipersonal filtra/reprocesa en “Gran Capistan” o la propia “Peregrino Blanco” -los pájaros niños del nombre son los pingüinos a los que bautizó el polímata luterano Alexander Von Humboldt.

La preciosa narrativa ambient de Memorias De Los Pájaros Niños, que tal vez alcanza su culmen en “Ocaso Mío” (antes “Ocaso Mío, Perenne”), apela justamente a nuestras memorias más dulces. En concreto, a aquellas cuyos imprecisos límites se difuminan idílicamente. La presencia de determinadas texturas no muy dóciles en algunos pasajes del largo, como el efecto atonal de “Gran Capistan” o los drops contenidos de “Arrecife La Garita”, se subsume al delicado runrún con que nos gana el chileno. Una obra de geórgica ensoñación, a la que no se le puede criticar ni media nota en su edición virtual -mas sí en la física. Producida ésta en cinta por la independiente Golden Ratio Frequencies, recupera “Quebrada Las Petras” de la versión 2019, pero comete el horror de posicionarle al final del menú. Y, como dije, no hay mejor cierre para Memorias... que “Aves”.

Hákim de Merv

domingo, 27 de diciembre de 2020

Cuarzo: Vol. 2

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 2 de diciembre del 2020.)

“Refinamiento” y “madurez” fueron las primeras palabras que me acudieron a la mente ni bien comencé a familiarizarme con el segundo esfuerzo de Cuarzo, colgado en Internet desde finales de junio. Lo primero se hace manifiesto al comprobar que el terceto se ha afianzado en absorción y dominio de las estéticas que morphean su encrespado sonido. Lo segundo, cotejando la ingente pericia instrumental que ha cosechado respecto de su homónimo primer strike.

Parte de la brillantez que Cuarzo ha conseguido en Vol. 2 es resultado directo de alisar los segmentos indispensables para la consecución de su crossover. Porque el trío de Ademir Agurto (bajo), Renato Salmón (batería) y Edson Gutiérrez (guitarra reemplazante de Koko Cavani) tiene claro que lo suyo es esencialmente el stoner en modalidad sludge; pero no por ello se priva de integrar géneros de órbitas cercanas en magnitudes apreciables. Heavy (tremendista “Mortífago”) y doom metal (sobre todo en “Stonia”, pese a su anticlimática coda final), blues, drone music -se materializa por momentos el fantasma de Sun O)))-, space rock; se entreveran dando lugar a híbridos excepcionales como stoner doom metal o heavy psych rock. El mayor de estos ingredientes revulsivos, la psicodelia, sigue siendo el componente estimulador que tan buenos réditos reportó al terceto en el debut.

La solvencia en ejecución se justiprecia fidedigna desde que rompe fuegos la obertura “Titanomaquia”, la pista más corta del álbum (5:09), y su palpitar no flaquea sino hasta que éste se despide: temas de aliento alternativamente terrizo y nebuloso, henchidos de furia reconcentrada y extrema distorsión garagera, jalonados por una violencia fragorosa hasta lo artístico -el LSD-25 disparándose amenazante hasta la médula de cada nota, resonando en cada pliegue cortical, dinamitándole con un bilioso estallido psicotrópico tras otro... Muchos de estos vocablos, que también aplicaban para Cuarzo (2017), alcanzan aquí grados exponenciales.

A despecho de la sofocante densidad que trasudan los intratables riffs enteogénicos y la narcótica sección rítmica de este Vol. 2, el trinomio se las arregla para convertir los bruscos descerrajes de tempo y de registro -que muchas veces acomete a medio andar de tal o cual pieza- en el principal leitmotiv del nuevo repertorio. Metamorfosis, aceleración, evolución, transformación, desaceleración, de-evolución: el Cambio es la constante. Quizá los testimonios más ostensibles de ello son los dos cortes que despachan ácido por sus cuatro costados, “Hipnosis” y “Poetas Muertos”. En ambos casos, el minimal despegue lisérgico pasa de grácil y alucinado a trotón y brioso, antes de stonerizarse malhumoradamente para cabalgar hacia la orilla del Vacío Negro que le aguarda en la meta, presto a devorarle. Estremecedor.

En un año en el que Ancestro y El Jefazo reponen fuerzas tras dos magníficos documentos de stoner latinoamericano (Ancestro y Simbiosis, respectivamente), Cuarzo alcanza la apoteosis con esta pequeña obra maestra de polirrítmico doom psicodélico -y, de paso, completa mi terna de los mejores lanzamientos incas de este 2020 que comienza a decir adiós. La edición vinílica de la alemana Nasoni Records (300 ejemplares) ya se ha programado para el año entrante.

Hákim de Merv

Les Replicants: Ser/Ver // Paruro: GeoMúsica // Juan Nolag: Soulmates EP

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 25 de noviembre del 2020.)

Parando mientes sobre las muchas líneas dedicadas en los últimos doce meses a compilaciones de sellos no por distintos menos hermanados, tales como Dorog Records y Chip Musik, más de una vez me he detenido a subrayar las colaboraciones firmadas por Les Replicants. El grupo, que cobró vida en Huamanga (Ayacucho, 2018) y que actualmente animan Luz Cáceres y Walter Arellano, ciertamente se cuenta entre los más interesantes que las nuevas hornadas del pop independiente peruano han dado a conocer.

Junto a esa verdad de a kilo, otra igual de gruesa: Ser/Ver (septiembre) ha sido un mini-LP compuesto esencialmente por Arellano, encargado de las drónicas guitarras, del bajo secuenciado, de la batería y de las aniquiladas voces flamígeras. Esencialmente. No excluyentemente: “Garden Ov Lights” es en apariencia la toma definitiva -recortada en 20 segundos- del corte ofrendado a Panoramas: Una Visión A Los Horizontes De La Nueva Música Limeña (Dorog, 2019) con el nombre de “Huamanga Secret (Garden Ov Lights)”, donde sí participa Cáceres en vocales y sintetizadores.

Como fuere, Ser/Ver no se contenta con extractar las reinterpretaciones que de la psicodelia sus incursiones previas en muestrarios han efectuado -neopsicodélica a la usanza de los primeros Primal Scream en “Ilumíname”, pulsante onda alienígena a lo Loop y Spacemen 3 en “Huamanga...”. Sobre esas vetas, pues, el debut ha añadido fierrazos de ambient drone, inflexiones híbridas de lo que puede descifrarse como “synthgaze”, brochazos de un pop etéreo; todo ello galvanizado gracias al otro amor declarado de la dupla -el lo fi. Éste se impone desde “Into The Hive Mind”, centelleante apertura que apenas lleva velocidad de impulso, hasta “Unknown God”, telón abajo desgarrado por las resonantes suites gravimétricas de Pete Kember y Robert Hampson. En medio, números de un groove alucinado como el sidéreo “Iridiscense” (mi favorito del mini-álbum) y el empilado “Desert Open Sky”.

Cinco canciones influenciadas por Pessoa y Dick, por la tradición haiku y las voces de los daimons que alentasen a los antiguos griegos. Sucede igual con temas no incluidos aquí, como el citado “Ilumíname”, “Spirit Dance” y “Mercurial Waves” -sencillos virtuales los dos últimos, alumbrados respectivamente en abril y en agosto. Recomendaciones finales para Pris y Roy, quienes ya están pensando en editarse nuevo material, amén de dotar a Ser/Ver de formato físico: 1) Si van a ceder a la tentación de rescatar tracks ya difundidos, piénsenselo más veces al momento de elegir la versión final, porque la de “Huamanga...” en Panoramas... es superior, y 2) Cuadren bien los horarios, no sea que vuelvan a gestarse cruces entre la chamba de Luz Cáceres para LR y su faceta solista como Luxsie.

Hace tres meses, Paruro decidió mandar al archivo la pausa de dos bienios que se había tomado tras su resurrección con el fenomenal Remanentes. Lo extraño es que lo hizo por partida doble, liberando además del GeoMúsica (26/8/20) otro disco fechado en el 2017. La norma exige que se contabilice la existencia de un título desde la fecha de su aparición pública, por lo que Tecnología Sexual (15/8/20) debiera ser considerado un trabajo del año pandémico. Y aunque no me llevo bien con las convenciones, la producción nacional 2020 ha sobrepasado tanto las magras expectativas de marzo, que no he tenido respiro para escuchar ese otro volumen -así que me ciño estrictamente a la disección del GeoMúsica, por lo demás la placa que asocia a Danny Caballero y a SuperSpace Records.

Es éste un otro trip hacia los márgenes de los universos sonoros lindantes con el Ruido, considerándoseles ahora como la Última Frontera. No es que en realidad lo sean, sino que el Paruro que solía refocilarse en el noise quedose anclado en la década antepasada. Es entonces la versión correspondiente al regreso del 2016 la que estira su vigencia, una versión del unipersonal con la paciencia imprescindible no sólo para evitar sucumbir al Ruido, sino para convivir con él y tornarlo plenamente funcional.

En tal sentido, me tomo la propuesta del GeoMúsica como la de una galáctica ruta de vuelo zigzagueante entre las luces del firmamento celeste. Cuando éstas son estrellas de la misma naturaleza que la de nuestro Sol, Caballero se postra ante las mansas pero firmes corrientes del bliss: se mueve mejor a través de ellas, su acercamiento es lúdico, compensa los episodios de orgiástico warp valiéndose del post rock como catalizador. Esto sucede de continuo en las no-tan-despejadas vastedades abiertas que surcan “Dual”, la obertura “Interpolar” o “Embrión”.

Cuando, en cambio, los vectores de navegación le acercan a enanas blancas, cuásares, magnetares o púlsares; el músico norconeño se siente más a gusto en modo digital. La electrónica se encarama al puente de mando, toma el gobernalle y le saca lustre al reconcentrado zumo del arsenal Paruro: sintes y lap top, claro, pero también cualquier aparato sonoro de segunda mano para abajo, capaz de crear las oscilaciones indispensables para el enhebrado de vibrantes y cristalinas melodías como “Oleon”, “Rigel” y “Sustancias” -la última de las cuales, con sus 4 minutos y 36 segundos, es la más concisa de la travesía. En ellas y en las del párrafo anterior, Danny desdobla invisibles micronebulosas de Ruido, tan incesantes en su movimiento como sigilosas.

Sólo hacia el final del GeoMúsica, con “Hydras”, Caballero equilibra las dos facetas de su alter ego sónico. Ese arresto final, donde Apolo y Dionisos se funden en un abrazo, pone en perspectiva nuestra ínfima magnitud con relación al cosmos que habitamos -al tiempo que engrandece nuestra visión como especie. De pronto, nos volvemos en dirección a la vieja Tierra, a miles/millones de años-luz; y Jarre, ese Jarre tantas veces escarnecido, voltea a mirarnos, mientras levanta el brazo como saludándonos.

Soulmates EP señalizó, en octubre, la segunda parada en ese camino que el alias solista de Juan Esquivel -Mestizonic, músico invitado en Ultraviolet, tecladista de Catervas- trazase con el objetivo de sonorizar las propias vivencias. Por suerte feliz, el nuevo extended ha tenido el suficiente tino como para mantener la valla que Echoes EP (2018) dejase en alto, sin contentarse con prolongar resultonamente aquello mostrado por su predecesor.

Las diferencias, con todo, son de temperancia, de cromatismo, de redimensionamiento y proyección intersubjetivos. El dinamismo al que Nolag suscribía su synthwave, propio del traveling cámara en mano, elongaba dormitorios, distendía livings y patios traseros, elevaba techos a altitudes cósmicas... convirtiendo en espacios abiertos los escenarios de esos episodios personales que evocaba. Con Soulmates EP pasa otro tanto, sólo que ahora la música pareciera auscultar la vida de alguien más. Esa familiaridad que desprendía antes el repertorio de Esquivel tampoco hoy me es ajena, pero ya no la siento enteramente suya.

Otro rasgo a ensalzar es el relacionado a los colores. Las ambientaciones de la cinta recién estrenada se inclinan hacia la solemnidad, son casi surrealistas en su añoranza, reflejo inequívoco del retrofuturismo que desde un inicio abrazara Juan. Son éstos, síntomas del terreno que ha cedido el ambient frente al polivalente vocabulario synth ochentero, más hecho para las necesidades de Nolag, pero también lo son de los primeros pincelazos vaporwave que el proyecto se ha permitido (“Stand By Me”).

Me escudo en una visión simplista del Futuro, reduciendo a éste a dos posibilidades: o es para mejor o para peor. O es utópico o distópico. O es 2001: A Space Odyssey o es Blade Runner. No puedo afirmar que exista, en conciencia, un punto medio solvente entre ambas. Y aunque amo 2001..., y cultivo una enorme admiración por la obra de Stanley Kubrick, le tengo más cariño a la genial adaptación del libro de Philip Dick. Ésta, invocada desde el diseño utilizado para el nombre del cassette, ha sido declarada principal fuente de inspiración para los canales recogidos en Soulmates EP. ¿Cómo disentir, pues, cuando cada vez que se reproducen “The Moment Before You Go”, “What Kind Of Bird Are You?” o “Destiny Will Find Its Way”; soy presa fácil de esa derrotista nostalgia que embargaba a Rick Deckard, a solas en su piso, echando desde el balcón una turbia mirada al mundo exterior que se extiende más allá?

Hákim de Merv

jueves, 24 de diciembre de 2020

Norvasc: Norvasc // José A. Rodríguez: Manual De Ornitología

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 18 de noviembre del 2020.)

Ingresado a la cancha a principios de siglo, ocupando desde el saque plaza en diversidad de compilaciones, el de Norvasc ha sido un nombre cuya presencia constante a través de los pliegues más enrevesados de la escena independiente nacional no ha precisado respaldo de obras in extenso. Bien gracias a sus primeras escaramuzas en el triple Mixtape (2004) de Internerds Recors o en el legendario Vamos A Ser Felices (mismo año), bien gracias a su largo historial de contribuciones al catálogo de Chip Musik, Gerardo Flores se las ha arreglado para participar de varias jornadas en las que nuestras vanguardias sonoras han asumido roles estelares -sin mayor requisito que un puñado de piezas dispersas, la totalidad de las cuales hasta el 2009 fue recogida en Norvasc, compendio ¿oficial? para libre descarga que actualmente ya no se encuentra disponible (creo).

Descontando esa suerte de epónimo Ten Rapid..., pues, le ha tomado a Norvasc cerca de veinte años vertebrar el estreno formal. En modo mini-álbum y recurriendo de nuevo a la homonimia, el esfuerzo ha sido editado por la norconeña SuperSpace Records. Atendiendo a la máxima acuñada por el viejo Elvis Costelo (“tienes 20 años para hacer tu primer disco, pero sólo uno para hacer el segundo”), no juzgo necesario aquilatar a este nuevo Norvasc considerando los lustros que lleva el gafete en circulación, sino sus propias cualidades intrínsecas -habida cuenta de lo cual, comienzo diciendo que es éste un excelente debut, epítome de los caminos que el limeño ha trajinado a posteriori de “Tractatus”, su primer tema publicado.

Sobreseo la portada, guiño personal a la cultura grind y al finado Leo Bacteria (de quien Gerardo fue amigo cercano). No guarda ésta relación alguna con el contenido de la placa: ni bien se desgaja “Intro”, rango y dominio de Norvasc quedan demarcados por la devoción al Sonido que cultivan aquellas huestes abroqueladas en derredor del rótulo avant garde tras los 90s. El unipersonal expele un shoegazing de duermevela, ensamblado a partir de recias capas donde la textura es la realidad primera y última. Dichas capas se posicionan unas detrás de otras, en número tal que, antes de regresionar hacia la primera, mejor es disfrutar del ensueño que ese feroz arrullo resuella. La sobrecarga voltaica planteada se encarama sobre osamentas de ascendiente digital para accesar al bagaje bliss pop cuando la coloración del surco lo requiere -luego de la apertura, siempre o casi. Ahí están “Marchas Sanmarquinas” (arrancando con un fantástico timing rockero, termina convirtiéndose en un géiser de éter), “Colofón” (finaliza intratable pese a su despegue cuasi-acústico) o “Post 2” (la conexión con Windy & Carl es inmediata) para corroborar ello (y lo mucho que pesa la chamba en mezcla).

Las dos menciones honrosas en una travesía llena de buenas noticias, cuyo único defecto es ser bastante corta (no trasgrede los 28 minutos), se las llevan “Plaza Bolognesi” y “El Dorado”. Finalizado el rendezvous al Shambhala del bliss que es “Post 2”, “Plaza...” nos devuelve a parajes más rock, ahogados siempre bajo una riada de noise guitarrero que roza niveles de caos impenetrable. Ese mismo caos es menos dramático en “El Dorado”, pero acaso más asfixiante, deformando hasta lo ilegible el aporte vocal de Ángela Ruesta (Soma, Gelatina Magma) apercibido en medio de la tormenta -y a la vez matizando el acceso de neopsicodelia que se hace de la batuta al promediar el track. De los trabajos locales más rotundos firmados en los últimos meses.

Flores ha avisado que se viene nuevo disco antes de que termine el calendario, en registro completamente distinto de lo que ha ofrecido este Norvasc versión 2020. A ver si es verdad tanta belleza.

Apartado sólo temporalmente de su quehacer como Aloysius Acker, que ya anunciase la salida de nueva producción para fines de este año/principios del 2021, el polímata José A. Rodríguez debuta usando denominación civil a través de una colaboración para la plataforma chilena Rata Sorda Rec -especializada en ruido y arte digitales. Habiendo fijado domicilio siempre a la vera de las escenas experimentales peruanas, sin adentrarse nunca tan de lleno en las espesuras visitadas por los colectivos más obsesionados con el Ruido, sorprende constatar la faceta que el músico ha inaugurado en Manual De Ornitología.

Inspirándose en la estética glitch -que en los 90s dotase al Ruido de una funcionalidad a prueba de balas (la del Error)-, Rodríguez ha pintado dramáticos cuadros de galopante y tuberoso urbanismo, anegados de envenenada entropía neoplásica desde la carátula misma, magnífica instantánea que resume el cariz de aquello que va a acecharte durante poco más de media hora tras presionar play. El pantone timbral de que se premune el capitalino se halla compuesto de software y sintetizadores, sí, pero también de instrumentos de cuerda como el violín o la guitarra, así como de diversos objetos metálicos susceptibles de generar patrones de percusión. Mediante improvisaciones en las que el Azar desempeña papel central, el Manual De Ornitología es más un tratado de aleatoriedad bersek, una colección de viñetas que grafica cómo el Ruido puede ser simultáneamente desestructurado/descompuesto/triturado/reciclado, cual si se le abandonase a inmisericordes condiciones ambientales de corrosión/desgaste (“Endecasílabos”).

El Ruido en Manual... es, ergo, vejación y vejamen; consecuencia de desbocadas simbiosis (“Sedimento Fluvial”) y/o de impúdicas ósmosis (“Óseo”). Las formas que sobreviven a la traumática experiencia, seleccionadas e impuestas por Rodríguez en el proceso de edición, favorecen que ese Ruido trastoque en puro sonido las paredes descascarándose (“Siluetas De Un Jardín Vacío”), los cables retorciéndose epilépticamente (“Thanato Estàtica”), el reflejo del aire azotando los restos inertes de una post-moderna megalópolis fantasma (“Transcom Detritus”, “Vida Social De Una Estatua Rota”)... Es sólo al final, con “Vistiendo A Un Hombre Muerto”, que el autor se permite el uso de un lenguaje más reconocible -¿free jazz? desacelerado e invadido de glitcheos mil, la esquirla que sobra en este menhir erigido a las posibilidades que todavía hoy le quedan al Ruido sin apelar a la sobresaturación de frecuencias.

Mirando esa joyaza de documental que es Memory: The Origins Of Alien (2019), al que puedes acceder desde el excelente site Área Documental, caes en la cuenta de que el paradigmático film incluye un detalle desapercibido para casi todo el mundo por espacio de cuatro décadas: la ininterrumpida presencia de un zumbido de fondo que acompaña todo el metraje hasta muy poco antes del desenlace, zumbido cuya percepción es equiparable a la del hiss del cassette o -mejor aún- a la del ruido rojo.

Lo que no sé decirte es si ese zumbido que noto después de escuchar tantas veces el MDO es una psicofonía inducida por el esférico, o si de veras existe, o si se trata de un psicoacústico efecto colateral, o si...

Hákim de Merv

Laktik: Isopropyl // Hablemos Del Alma: Programática

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 11 de noviembre del 2020.)

#AguanteChile.

Curiosa conjunción cuádruple -estilo, sello, nacionalidad, formato- la que preside los cielos bajo los cuales nacieran las dos placas a las que paso revista en el presente texto, Programática de Hablemos Del Alma e Isopropyl de Laktik. Empiezo por esta última.

Laktik, alias unipersonal del santiaguino Lucas Soffia, ya cuenta con un homónimo trabajo anterior (2019) y un EP (Tonebank Pop, 2018). Desde que iniciase operaciones, Laktik ha apostado por revivir los días de esplendor del synth pop británico más periférico. A diferencia de quienes protagonizaran dichas jornadas, Soffia es plenamente consciente del artilugio, lo que podría redundar en una vindicación artificiosa del Ruido que atisbaron los futuristas italianos de principios del siglo XX. Si no sucede tal, es porque, para lograr su propósito, el acto se acoge al planteamiento estético que subyace en el fondo del catálogo de la disquera: la Baja Fidelidad.

En efecto, Laktik extrapola el lo fi a los 80s más auroralmente electrónicos. Como consecuencia, no sólo crea una realidad paralela en la que el glitch noventero descendería de esa inserción/disrupción espacio-temporal, sino que además simplifica el synth hasta llevarle a niveles minimales. Concebidas en el seno de la polución sonora suburbana -normalizada décadas después de las revoluciones industriales en la Rubia Albión-, las dislocadas melodías sci-fi de Isopropyl pueden adoptar formas algo trepidantes, relativamente cercanas a lúgubres dance floors (“Contacto Exterior”, “Visitantes”, el 45’’ de adelanto “Cortes Programados”).

Sin embargo, esas mismas melodías dan lo mejor de sí cuando se les reconfigura traspasadas por distópicas atmósferas enfermas de suspense y misterio. Abundan éstas durante la segunda mitad de la travesía, hendidas por hipnóticas líneas de teclados que parecen grabadas en el Ártico: “Descienden”, “Industrias Pesadas”, “En La Selva”, “El Fin De Esto”...

Estupenda joyita la que ha firmado el capitalino, como para pasear a gravedad cero en las entrañas de una inmensa nave interestelar.

Proveniente del también electrónico tándem Nueva Costa (donde compartiese labores con Daniel Bande), Ángelo Santa Cruz lanza su segunda referencia con el seudónimo de Hablemos Del Alma. La primera fue un epónimo EP, producido por la escudería belga Santé Loisirs, que se quedaba a micras de la new age más volátil/mística/devocional. Ese envoltorio ha sido dejado de lado para su siguiente paso. Cabría aguardar hasta un tercer episodio, pues, para determinar si lo del floridense es un enfoque que trasciende el mero diletantismo o si se establece definitivamente en el cuadrante visitado por Programática.

Precedida por el sencillo virtual “Desacelera” (junio), la puesta de largo tiene lugar en agosto pasado. HDA se aproxima con más ahínco que Laktik a los predios del synthwave y del minimal synth. Como ocurre en el caso de Soffia, Santa Cruz abraza el lo fi -pero, marcando distancia de lo que sucede con Lucas, esa dosis de baja fidelidad es accesoria. Esta circunstancia y el armazón de teclados que sostiene el 85% de la música encapsulada en Programática acercan al individualista por igual a la new wave y al darkwave. Un poco más de potencia auditivo-chillona conducida a través de ese andamiaje, y estaríamos hablando no de minimal synth, sino de Hi-NRG.

Con vigor plausible, el tape también se mueve creando constantemente escenarios de ciencia ficción, a veces muy retro (como en “Ataque De Saturno”, donde junto a Agua Viva y a Laktik se zambulle al interior de la Sulaco) y a veces mirando sin miedo hacia el horizonte -tanto las vibrantes “Orión, De Lejos” y “Elevadores Galaxia” como la imponente “Sombra Paralela” (con Helen Gonçalves en las vocales) te transportan al interior de cualquier nave hirogen, huyendo para no ser literalmente deshuesado/a.

Lo único que le puedo reclamar al Santa Cruz solista es que el debut haya sido tan corto. Mencionados en el párrafo anterior, ésos son todos los temas originales que componen este Programática. El menú se completa con las remezclas de David Ghetto (cuyo remix de “Desacelera” hacía las veces de lado B de la versión single), Águilas Paralelas (“Orión, De Lejos”) y Matías Rivera (un segundo remix de “Desacelera”).

Raramente agrego una post data al momento de postear por primera vez un texto. Creo que la última oportunidad fue a propósito del disco-testamento de Salón Dadá/Col Corazón. El hecho es que Poxi Records, independiente mapocha especializada en cassettes que comenzase a funcionar a fines del 2017, se merece unas buenas salvas de aplausos. Teniendo como únicos rasgos aglutinantes a la Baja Fidelidad y a una peculiar apuesta visual que se plasma en portadas de cintas y afiches, la disquera se allana a publicar cualquier género, encargándose de casi todas las fases de producción tras haber quedado el master concluido. Escaso tiraje en cintas y vinilos (no más de 50 copias), así como un frontal desinterés por consideraciones crematísticas, convierten a esta discográfica en un ejemplo conspicuo de activismo sonoro, de resistencia anti-corporativa. Fundada por Soffia y Pedro Rajevic, esta modesta label ha conseguido que tres de sus publicaciones cosecha 2020 rankeasen alto en los circuitos más autárquicos de la escena independiente sureña (corona la terna Esquemáticos de Prácticas Magnéticas).

Una victoria incontrastable de la ética DIY.

Hákim de Merv