viernes, 18 de diciembre de 2020

Server: Server In Érebo & Éter IV // ÁtomoSynth: Supervoid EP // Marx Factor: Costa Verde

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 21 de octubre del 2020.)

Ateniéndose a las circunstancias fuera de lo común que la pandemia nos obligase a asumir en casi cada actividad humana, la asociación artística peruana Casa Bagre organizó en los primeros meses de cuarentena sanitaria un concierto vía streaming, que reunió a más de 30 artistas visuales, músicos y performers provenientes de siete países. Partícipe del evento, el dúo local Server publicó el registro de su presentación a fines de junio y en modalidad mini-LP.

Dos de las cuatro pistas que abriga Server In Érebo & Éter IV vienen pauteadas en su homónimo extended debut (Buh Records, 2019), “Tecnocacerismo” y “Tecnología Y Trabajo”, aunque este último ostenta aquí el agregado ‘Acid Lima Remix’. El par restante se ejecuta en directo bajo la advertencia explícita de estar aún en proceso de formación: “Italia (’84 Disco Demo)” y “Sexdroid Vs COVID-19 (Demo)”.

Si en Server EP Andrés Pérez y Antonio Ballester inferraban sobre la dialéctica del primer synth pop esa variable Moroder/italodisco henchida de soul futurista y rhythm’n’blues modular, decisiva para el rollo del tándem pero diluida un poquito más de la cuenta, en Server In Érebo... esa estilización retrocede unas cuantas zancadas. Consecuentemente, las bases rítmicas sufren una casi traumática estimulación, equilibrando el synthwave de Turquoise Days o Care y la ígnea marea de pasionales graves que surfean Jackie o el maestro Giovanni Giorgio.

Gracias a una suerte de inesperado efecto colateral, los repasos en vivo de “Tecnocacerismo” y del remix de “Tecnología...” son provistos de texturas más compactas y aplanadoras -incluso diría que punk. En sus pasajes más dulces y naif, “Sexdroid Vs COVID-19...” evoca en la memoria al Dante Gonzáles de Universos Paralelos (2015). Por contraste, en “Italia (’84 Disco Demo)” percibo una mengua del ímpetu que habita ...& Éter IV, al punto de transparentarse éste conforme el track va languideciendo -posiblemente, el cable a tierra de sesión tan intensa.

Se me hacen un tanto indigestos esos fades -in y out- aplicados para separar al canal 1 del 2 y al 3 del 4. Sin necesidad de entender su justificación, son tan evidentes que parecen medio caprichosos.

Compañero de Gonzáles en la disuelta terna El Hangar De Los Mecánicos -sobre la que desafortunadamente nunca escribiré, porque el tercer integrante es un fachoderechista ultraconservador y yo no publicito a esos subnormales-, debería ser el de Alfredo Aliaga un nombre bastante familiar para el consumidor promedio de la escena independiente nacional. Si no por el material que, escondido tras el alias de ÁtomoSynth, ha venido cediendo a compilaciones varias o publicando en CDs de escaso tiraje (y todavía menor difusión); al menos por el prestigio que ha ganado su encomiable chamba como constructor de sintetizadores caseros -al estilo de lo que ha venido haciendo en el campo de los moduladores otro ilustre de los circuitos ajenos al mainstream, Carlos García (a) Zetangas.

Radicado en Lima desde hace ya muchos años, Aliaga inaugura BandCamp propio recuperando el mini-LP AtomSmasher (2018) y estrenando en junio el Supervoid EP. El músico le otorga al último categoría de extended, pese a que sus piezas son lo suficientemente masivas -no bajan de los siete minutos- para que el conjunto bordee los dos tercios de hora. En cualquier caso, ambos títulos confirman lo que sus incursiones en discos colectivos pregonaban con más que diáfana claridad.

Y es que ÁtomoSynth cultiva una especial devoción por el Detroit techno, tan seguidor de los descubrimientos de Cybotron -el usamericano, obviamente- como de las épicas que rubricase Richie Hawtin bajo la piel de Plastikman. Su metafísica relectura del arsenal de beats que generaran los estetas de la Ciudad Motor, su enfoque sistemático/científico, su entusiasta minimalismo dance; convergen en extensos desarrollos de un techno que se ha desembarazado del synth y encuentra mirando al horizonte el amanecer deep house.

Por partida doble, he dejado sentado que los de Supervoid EP son surcos luengos. Esa infrecuente duración, en lugar de cansar, consolida el concepto detrás del extended -se llama “supervacíos” a las vastedades cósmicas entre una y otra galaxia, dentro de los cuales sólo existen el Tiempo, el Espacio, las Partículas, las Leyes Físicas y la Radiación. Son aquellas denominaciones, precisamente, las que volcadas al inglés recibe cada composición de un trip de bagaje viajero, visionario, soñador...

Confeccionado utilizando controladores MiDi, un sintetizador semi-modular ÁtomoSynth Perceptron y un iPad; me encanta el sonido crudo que Aliaga le saca al hardware en el EP. Amigos en común, no obstante, me confían que en lo sucesivo ÁtomoSynth le dará más peso al software. Mientras ello no conlleve una involución, por mí que grabe en la Luna, si le place.

Grata revelación la de Marx Factor, manejada desde el anonimato más estalinista. Lo único accesible online es su cuenta BandCamp: ello induce a pensar que se trata de un proyecto unipersonal, acaso la nomenclatura que utiliza alguien ya conocido/a para dar curso libre a sonoridades de una faceta bien distinta de la usual. Puede que sí como que no.

En su mini-álbum debut, Costa Verde, este acto limeño se echa un clavado allí donde el post rock original y el indie instrumentalmente más esmerado se difuminan el uno al otro. Algunos/as se apresurarán a decir que fue ésa la bendita fórmula inmortalizada para el post rock de segunda generación, el de Bardo Pond o Explosions In The Sky. Esa afirmación no es del todo falsa en MF, que adosa serenas guitarras acústicas a percusiones vivaces (“Toda La Tarde En El Parque”) y a secuenciaciones de una acrobática austera (“Nadie”), construcciones ambas acreditables a émulos exóticos de unos Sigur Rós.

Sin embargo, las esporádicas intrusiones de una electrónica de perfil bajo, que gusta de mirarse en el espejo de Lali Puna (“Coralia” y su cíclico ‘arpegio xilofonmático’ de intermitente glitcheo); me permiten afirmar que los tiros del combo/solista no van por ahí. El pathos irradiado en los cinco acápites de este trabajo es el de una emocionalidad balsámica, labrada con buen gusto, apertrechada en las dosis exactas de cadenciosos “brasilerismos”. Una vital sensación de cálida placidez sensorial, tan reconfortante como el delicioso cansancio que sientes tras una caminata no muy extenuante o un breve paseo en bicicleta.

El único desacierto está referido a la posición de su número más redondo, el que da nombre a la jornada. El deleitable trote remolón de “Costa Verde”, en sincronía con los momentos más dispersos/distendidos/relajados del primer The Sea And Cake, rompe los fuegos de una travesía a la que bien podría haberle bajado el telón. Exquisito entremés. A partir de ahora, el sónar también registrará ese andar.

Hákim de Merv

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