(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 27 de abril del 2022.)
Grupos y artistas de primera categoría, que con
caracteres de fuego grabaron en la historia de la música pop la expresión más
acabada de la brillante fórmula estética destilada a través de su música, no
precisamente escasean. Una cuestión más espinosa, empero, es la relacionada a cómo
afrontar la propia carrera tras haber arribado al punto culminante de su
evolución. Algunas bandas no salen airosas de ese predicamento y desaparecen,
mientras que la mayoría prueba suerte tratando de avanzar más allá. De estas
últimas, casi todas toman la inexorable cuesta descendente que las conduce a su
disolución. Pocas alcanzan a refinar exitosamente el sonido de su(s) mejor(es)
jornada(s), y todavía menos son las que consiguen superarse a sí mismas.
De momento, Beach House parece sentirse a
gusto entre aquellos de sus pares capaces de sintetizar las virtudes de sus más
valiosos largos para seguir habitando en las alturas sin girar una y otra vez
la tuerca. Si con Depression Cherry y Thank Your Lucky Stars (ambos
lanzados el ‘15), Alex Scally y Victoria Legrand sacaron chapa de headliners gracias
a una surreal sonorización pop, nacida allí donde el indie post-noventero y el
nügaze del nuevo milenio se daban la mano/se agarraban a trompadas para
fusionarse; con 7 (‘18), ese output adquiría dimensiones majestuosas, augustas,
gracias al protagonismo que el CD confería a la lúdica electrónica seráfica abrazada
por los usamericanos y a la psicodelia reverdecida que impulsó el siglo XX en
sus postrimerías. Así, y hasta ahora, 7 es la valla más alta que los de
Baltimore han impuesto.
¿Dónde queda Once Twice Melody,
entonces? Luego de cuatro años en los cuarteles de invierno, lo nuevo de Beach
House es un imponente álbum doble que en total se aproxima a la hora y media de
duración. Aunque minutajes de idéntica extensión anuncian normalmente volúmenes
de factura irregular, infestados de material de relleno que les hace imposible
soportar intactos la erosión a que el Tiempo somete todo, el binomio ha tenido
el buen tino de dividir el díptico en cuatro capítulos diferenciados unos de otros, como si se tratase de un box set de cuatro EPs -dos para cada rodaja: ‘Pink Funeral’ y ‘New Romance’ en la primera, ‘Masquerade’ y ‘Modern Love Stories’ en
la segunda. Compartimentado OTM de esta guisa, aún el/la más
quisquilloso/a se quedará sin alegatos para criticar dicha amplitud.
De todos los proyectos que alimentó a partir
de los 00s el primigenio shoegazing, contados son los que optaron por enfatizar
el ingrediente pop de esa supersónica aleación. Whirr, el lo fi de Nicholas
Nicholas, los australianos de VHS Dream, los fantásticos Glaare... Ninguno de
ellos se arriesgó antes que Beach House, descontando a modo de antecedentes algunas
canciones de Fleeting Joys o de M83. El grueso de herederos apostó por hermosear
el noise a través de la pedalera -de 93MillionMilesFromTheSun a The Stargazer
Lilies, de Autolux a Tennis System, de Dream Suicides a Catch The Breeze. Con la
discografía de Victoria y Alex, pues, se inaugura en el nügaze una veta donde
la fúlgida melodía de estoque ostenta sobre el ruido una preeminencia que antes
era prorrateada.
De la increíble apertura epónima del disco a
la crepuscular “Modern Love Stories”, cuya segunda mitad se despide en clave
semiacústica, cada maldito minuto invertido en Once Twice Melody ha
reportado generosos réditos. Dado el notorio declive de carga distorsiva (“Through
Me”, “Only You Know”, “Superstar”, “Runaway”), la dupla ha empeñado todo su
talento en una performance instrumental que se agiganta íntegra a lo largo de los
dieciocho temas de la entrega. El placentero, apacible dulzor de las líneas melódicas
guarece en su interior mínimas dosis de pesadumbre y melancolía, suficientes
como para no olvidar ese desconsuelo impersonal que lleva siempre el ser humano
en el alma (incluso en la de quienes se muestran a toda hora joviales). “Many
Nights”, “ESP”, “Finale”, “The Bells”, “Sunset”, “Another Go Round”... La lista
de aciertos codificados en un formato más-pop-que-dream es nutrida. Injertadas en
ese catálogo no sólo aparecen las canciones más identificadas con el baggy líneas
atrás enumeradas, sino también aquellas donde el aditamento electrónico se
exhibe en toda su tórrida intensidad: “Over And Over”, “Once Twice Melody”, “New
Romance”, “Masquerade”.
Circulan verosímiles e insistentes rumores
sobre la pronta disolución de la mancuerna. De confirmarse, este Once Twice
Melody, mezclado por monstruos de la talla de Alan Moulder (Death Cab For
Cutie, The Smashing Pumpkins, Depeche Mode, Nine Inch Nails) y Dave Fridmann
(Mercury Rev, The Flaming Lips, Luna, Elf Power, Mogwai, Low); se convertiría
en el magistral epílogo de una carrera ejemplarmente ajena a las
consideraciones del mercado. El colofón idóneo para el que Beach House ha
preparado escrupulosamente una espectacular contraparte visual -dieciocho videos
en animación por computadora y con las líricas añadidas, disponibles en YouTube
por separado, de un porrazo y/o agrupados de acuerdo a los cuatro capítulos dispuestos
en ambos esféricos. El remate cuyo objetivo nunca fue clavar nuevas banderas en
territorios vírgenes a mayor gloria del dueto, sino sublimar/extractar/condensar
en poco más de ochenta minutos las cualidades y hallazgos que los de Maryland
han acreditado a la vez que ofrecido a la música pop del siglo XXI. Prefiero
centrarme, por ahora, en este bellísimo obsequio para sus fans -dándole vueltas
hasta literalmente levitar. Después habrá tiempo para lamentar su pérdida y
decirles hasta siempre.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 20 de abril del 2022.)
Nueva antología Buh Records, cuyo nombre ya anuncia
intenciones de enderezar la mirada hacia aquellos/as sobre quienes recae el
futuro de las músicas experimentales en nuestra movida independiente. Inicio
con buen pie, que le aparta del sesgo cansino/reiterativo del precedente Territorio
Del Eco: Experimentalismos Y Visiones De Lo Ancestral En El Perú (1975-1989). Valga la
aclaración, algunos comentarios han incidido en cierta unánime condición bisoña
de los/as colaboradores/as. Apreciación algo inexacta: la totalidad de temas no
corresponde a debutantes absolutos/as -pero incluso las trayectorias de quienes
ostentan cierto kilometraje no exceden el lustro de duración.
Mensajes Del Agua: Nuevos Sonidos Desde Perú Vol 1
arranca aludiendo al líquido que nuestra especie ha catalogado como el solvente
universal. Si piensas en la característica más notoria, su dinámica/informe fluidez,
como que el panorámico queda en debe. Es en las propiedades menos evidentes
-veloz propagación del sonido, alta absorción del calor, elevada tensión
superficial- que se revela adecuado el guiño del título. De entrecortada circulación,
el tape resiste con porfía digna de elogio la tentación de asimilar la abrasión
textural del ruidismo, si bien se vale de su yuxtapuesta/acumulativa dialéctica.
La cinta despliega el lado A y despide el
lado B con dos alias reconocibles del underground perucho: Mauricio Moquillaza y
la hiperprolífica artista escudada tras el seudónimo de Grave For Amanda. El
primero trabaja delicadas piezas de melancólico ambient modular, mientras que
la segunda despacha por igual -también usando los noms de guerre de Ojeras De Damita y Everynell- apacibles suites de melodioso post rock y compactas ráfagas
de reluciente ambient glacial. Uno y otra refrendan background en las
respectivas “Carácter Transitorio” y “Grounds Of Negligence”, así como avisan
acerca de la naturaleza unitaria de cada proyecto que estampa su firma en la
presente jornada.
Como advertía en el primer párrafo, aquí
escuchamos por igual a debutantes relativos/as y a pesos wélter camino de
convertirse en medio. Entre los/as primeros/as se encuentran Isabel Otoya (“Ansiedad,
Futurismo & Incertidumbre”, atonal ventisca non-sense de factura
compositiva contemporánea), Michael Magán (“Quick-A” emula las agudas
vibraciones que emitiría una imposible capa de cristal en permanente ondulación),
#DMTh5 (la inclemente desolación post rock de “En Honor A Los Caídos” es sólo
visitada por vientos sobre los que cabalgan fantasmales psicofonías del ayer),
Lucía Beaumont (extirpándole la furia, la breve “Escondite” se inspira en la
primera etapa de Einstürzende Neubauten para retratar el mugido del simún
percutiendo sobre diversas superficies) y Vered Engelhard. Este último merece
un comentario aparte, por ser “Dirty River” el episodio de Mensajes... cuyas
grabaciones de campo utilizadas dejan por fin escuchar la voz del agua -aunque
tampoco logra permearse de su armonioso discurrir. El número acaba siendo
jaloneado por ¿quenas?/¿pincullos?, mientras el trueno brama en el fondo.
Entre quienes acreditan un mayor recorrido se
cuentan el propio Moquillaza, Ayver (“Reconciliación Con La Vida”, muy en el
estilo neoclásico/electroacústico a lo 4AD ‘80-‘87 de José Luis Arango), la
antedicha Grave For Amanda, Vrianch (el de Víctor Chang es el acto más curtido,
como lo prueba la estética polimorfa de su output electrónico, que en “Brief, Cruel
And Anonymous” emite una leve iridiscencia bliss) y S O A R E R. Este último me
ha llamado la atención por introducir en mi vocabulario dos nuevos términos: “phaserwave”
y “slushwave”. Esos microgéneros no son exactas derivaciones del vaporwave, pero
sí provienen del mismo nicho -las comunidades online de músicos de dormitorio, productores
virtuales y melómanos. “Causa Y Efecto” es esencialmente un asalto dreampunk
que, pese a desentenderse de las programaciones percusivas, no prescinde de la
rítmica. Lo suyo es un ambient de veleidosos medios tiempos aupado por multitud
de plugins VST y phasers.
Artefacto concebido como parte de una serie
producida para la nueva plataforma Centro Del Sonido, Mensajes Del Agua:
Nuevos Sonidos Desde Perú Vol 1 también testimonia el quehacer artístico-sonoro
producido fuera de Lima (Huancayo, Cajamarca, Piura, incluso New York).
Igualmente, el cassette visibiliza el papel protagónico de nuestras creadoras,
antes ignorado. Ojalá iniciativas idénticas, promotoras de la participación
igualitaria y de la descentralización geográfica, se sucedan pronto en mayor cantidad.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 13 de abril del 2022.)
Si bien ya avizorada a través de “Girasoles
Tricolor” y de “Spiderdance”, tracks cedidos respectivamente a las
compilaciones de Dorog Records Premoniciones (‘20) y Nuevas Anormalidades (‘21), no deja de sorprender la dramática metamorfosis que
Jucsay ha experimentado durante los años pandémicos. Entre Mutante (marzo
del ‘18), registro colectivo al alimón con los individualistas Pascal y Movan,
y Kuntur Raymi (octubre del ‘21), rebotado hace unas pocas semanas por la independiente de Giancarlo Samamé; ciertamente parecen haber transcurrido
muchos más años de los que ambas acreditaciones alegan.
Acrónimo ideado por el chachapoyano Juan
Carlos Salazar Yalta, autodidacta en las técnicas de inspiración audiovisual y
con una licenciatura en informática, Jucsay dio inicio a sus múltiples
actividades culturales en el ‘04 atravesando trochas muy distintas de las que hoy
recorre. Plasmadas a partir del ’13, las primeras experiencias discográficas que
publicase se encontraban plenamente instaladas en los ámbitos del arte sonoro
puro: composiciones electrónicas cuya retórica del Ruido epata un despiadado
minimalismo -el propio músico describe su estilo como harsh techno. Presiden la
mecánica de esa primera etapa la modelación de frecuencias, el incisivo procesamiento
de sonidos analógicos y digitales. Las grabaciones resultantes retratan hoscas ambientaciones
de distorsión reconvertida, que sutilmente aluden a crispantes sacralidades precristianas
-ahí están como ejemplos “Río Negro” y “Final De Tu Dolor” (mini-álbum Pétalo De Lata, 2014), o la post-humana “NHMDLG” y el inesperado vacío de “Oración”
(mini-álbum Muda, 2013). Esta faceta del artista amazónico continúa
vigente en otras actividades multimedia en las que despliega su talento...
Como músico, empero, Jucsay ha virado hacia
expresiones sónicas muchísimo más cercanas a formatos pop -esto es, imbuidas de
armonía y melodía. A este respecto, los antecedentes de “Girasoles Tricolor”
(ludismo proto IDM) y “Spiderdance” (jubilar electrónica de linaje house) daban
cuenta ya de la nueva topografía en que iba a trabajar nuestro connacional del
oriente. Sobre ella se aposenta resueltamente Kuntur Raymi, producido
gracias al beneficio de las Líneas de Apoyo Económico para el Sector Cultura dispensadas
por el ministerio ad-hoc. El disco, cuya denominación guiña a la Fiesta del Cóndor con que se rememora cómo los pueblos ancestrales del actual departamento
de San Martín recibían el solsticio de invierno (21/06), tiene dos mitades
perfectamente definidas: una empieza en “Río Marañón” y termina en “Aliento De
Tella”, mientras que la otra va de “Puyu” a “Shuka”. Ambos segmentos se
diferencian únicamente en los matices -mientras el primer tramo subraya entusiasta
la síncopa y se descubre favorable para intensas sesiones en las pistas de baile,
el segundo atesora una mayor inclinación no exenta de hedonismo hacia la
escucha no estática/el deleite en horizontal.
Descontando esa distinción, en conjunto lo
nuevo de Jucsay se adjudica suficientes trazas que le categorizan como vigoroso
update de los descubrimientos que los precursores de Detroit y de Chicago hicieran
en el período ’90-’92. Justo antes de la asonada ambient noventera: es
interesante paladear cómo el unipersonal emplea los potentes patrones de
ascendencia electro-funk que sacudieran la Ciudad de los Vientos y los mesmerizantes
graves ofrendados por la Ciudad Motor, para operar en territorios muy cercanos
al intelligent techno con un concepto infinitamente más elástico que el de sus
primeros días.
Golpea trepidante el house en canales como “Huayra”,
la dulzona “Aliento...” o “Allko”, de fuerte flirteo esta última con el canon chill
out. Aflora aplastante el techno otro tanto en “Tingorbamba”, la exquisita “Puyu”
o la enigmática “Duende Azul” (dancefloor neuronal si cabe), confirmando esa
plausible habilidad con que Salazar enhebra contundentes programaciones y melodías
seductoras/adictivas. Alusiones a la tímbrica de la selva peruana y a los imaginarios
de sus etnias mil terminan por darle homogeneidad a este excelente esfuerzo con
que se reinventa el solista. Edita su propia plataforma, Seqes Records.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 6 de abril del 2022.)
Iba a empezar escribiendo que, hasta poder hablar/chatear
con él, no puedo saber qué había querido hacer Christian Sánchez en el nuevo opus
de Asunción. Sin embargo, ello presupone que en esta oportunidad el ex tecladista
de El Diablo Es Un Magnífico se revistió de nuevos ropajes y/o se premunió de
nuevas herramientas, accidental o voluntariamente. No es ésa, en definitiva, la
situación -porque cuando menos desde el estreno en regla El Paisaje Interior
(2019), el santiaguino ya tenía definidos los elementos que identificarían a su
faceta solista, y el fino balance de éstos se ha depurado sorteando cambios traumáticos.
Más adecuado es afirmar, entonces, que no sé
qué expectativas esperaba colmar Sánchez con Materiales Y Símbolos. Lo
que sí tengo por seguro es que las ha dejado muy atrás a absolutamente TODAS.
Las propias y las ajenas. En poco menos de una hora, el chileno dosifica los
efluvios de iteración lisérgica que permeaban en abundancia su maremágnum creativo,
canalizándolos de manera que favorezcan evoluciones exponenciales de la otra
gran constante en su música como Asunción: el kraut rock, principal pero no
excluyentemente en fase Berlin school.
Las sibilantes cintas que Sánchez manipula, sus
sidéreos sintes a medio derretir, el estoico chisporroteo que le arranca a la
drum machine; se condensan en tres gemas cuya extensión ya guiña a las
gigantescas suites que el venerable kraut alemán concretó en irrepetibles
sesiones de kosmische musik y perennizó en un puñado de históricos vinilos.
Sobre la deconstruida síncopa motorik de “Los Vestigios Circulares”, por
ejemplo, Asunción desliza la pegadiza placidez embriagadora de unos armónicos
en permanente reverberación futurista. Esa impronta de ascendencia Düsseldorf es
evocada de nuevo, sin llegar a materializarle, en la segunda mitad de “El
Viento Eleva Una Esmeralda” -su primera parte, en cambio, vuelve la cara hacia
insistentes oleajes de proto ambient que titilan/vibran en la misma frecuencia del
track antes mencionado.
Con “Comunión Y Vigilia”, el capitalino me
transporta allende Próxima Centauri, un lugar al que muy pocas experiencias
sónicas me han catapultado. La primera vez que le escuché, quedé como alguna
vez dijo Cerati, “...Flotando Así/Sin Tocar El Suelo...”. “Comunión...
puede abordarse como una sucesión de informes abstracciones sonoras por casi 29
minutos. También, como una epifánica manifestación multimedia: a veces me
parece que el surco trasciende su mera naturaleza auditiva, transformándose en
un haz de luz con que escudriñar/atravesar las realidades de tiempo y espacio.
Impresiones que encuentran su origen en el hecho de encomendarse inequívocamente
Asunción al amparo de Tangerine Dream. La cósmica austeridad de la ambientación
predominante en “Comunión...” se condimenta con una voz filtrada/procesada,
mientras las notas exploran geografías etéreas que se transfiguran
periódicamente en melódicas, atmosféricas, experimentales, disonantes. Se
desplaza el unipersonal entre las telemétricas secuencias de Atem (1973)
y el space noise de Phaedra (1974), hasta que cerca del minuto 11 entra
a tallar la emotiva pulsión de Stratosfear (1976). El último golpe de
timón se produce hacia el minuto 20, cuando Sánchez atraviesa el Rubycon
(1975), rumbo al centro de la Vía Láctea.
Extraordinario logro del pop mapocho de
vanguardia, eyectado por la avispada Poxi Records. Donde quiera que esté, Edgar
Froese seguro dirigirá la mirada hacia la Tierra cuando las notas de este MYS
alcancen sus oídos.
Supe un poco más de Crisis Records a
propósito de un texto que redacté sobre Miradas Y Doncellas (2013), cuyo debut
(1995) se ha visto por fin recuperado en edición digital autorizada (2021). Iniciado
su andar en 1992, la independiente sureña se convirtió durante un quindenio en la
referencia a consultar si querías enterarte de la movida synth chilena. En
efecto, Crisis editó hasta el ‘06 no sólo el epónimo EP de MYD, sino también DIM
de 2CV6, La Última Tierra EP de Arteknnia, el hoy inhallable Olranigaminis
de Halugar-128 Bajo, A La Chuña de Mankacen y Visiones Nocturnas
de Invierno; entre otros trabajos más. Tras un receso de casi tres lustros (interrumpido
por No Lights de Automatique en el ’13), la label ha salido de animación
suspendida el año pasado mediante una seguidilla de singles y reediciones coronada
con el estreno formal de Ciudadano Kane, programado para el postrer día del ‘21.
Extraña historia la de este trío formado a fines
de los 90s con el concurso de Iván Guajardo, Cristián Riquelme y Tonko
Yutronic; procedente el último de Miradas Y Doncellas, y futuro animador de Lesbos
In Love y Astradyne. Ya para el ’01, Ciudadano Kane tenía listo el plástico. Imagino
que por razones circunstanciales, que luego se prolongaron indefinidamente, el
lanzamiento de Límites Deshabitados se ha efectuado veinte años después.
Con el update de rigor, claro: dos decenios de avance tecnológico en materia de
software y hardware no están para desperdiciarse -y sí para reformular/dinamizar/hacer
madurar algunos aspectos de los temas considerados.
Como (casi) todos sus camaradas de
discográfica, la terna concilia darkwave y synth, siendo mixta la naturaleza de
este último componente. Por un lado, la tradición europea se percibe en guiños
al Depeche Mode inmediatamente posterior a la partida de Vince Clarke, a los brillantes
LPs de Pete Shelley, incluso a los germanos de Camouflage. Por el otro, la escuela
usamericana deja sentada su huella en influencias a lo Seven Red Seven, Anything
Box y Red Flag -no por nada los 90s fueron la edad dorada del synth estadounidense.
El crisol vierte sobre Límites Deshabitados un oscuro synth pop de correcta
factura, que se despacha palpitante cuando más membrudo se exhibe: “Sonambulismo”,
“Mirada Ausente”, “Tulipán Amarillo”, “Espiando A Venus”...
Existen, además, otras composiciones que se
ajustan a un perfil predeterminado por la reluctancia y la niebla cegadora del fúnebre
romanticismo inglés. Muchas de las letras rubricadas por Ciudadano Kane y sus
compañeros de trinchera reflejan ese lóbrego tenor. En Límites..., la
pluma lastimera asoma inmaculada en “Antes O Después”, y matizada en semi-baladas
tipo “Hacia El Final”, “1899” (o Gary Numan bajo en serotonina) y la animosa “En
Tus Alas”. Sin necesidad de palabras, pliéganse asimismo a este molde los
instrumentales “Nowhere To Run” y el urgente/denso/tenso “Metrópolis” (ninguna
relación con el clásico de Kraftwerk).
Lo que son las cosas, pues. Si el CD hubiera
salido en su momento, tal vez se le habría catalogado como algo anacrónico
-demasiado tarde para participar del banquete synth latinoamericano o para considerarle
antecedente a subvertir por el electrocläsh. Hoy, que vivimos una desmodernidad
donde las barreras estilísticas son constantemente destruidas para ser
reedificadas, Límites Deshabitados ostenta el fuelle que ya entonces enarbolaba,
y que le sobra para conseguir el aprobado en esta ocasión. Virtudes no le faltan
-todas reunidas con mucho tino y sensatez en el estupendo cierre, “Viuda Negra”.
(Publicado originalmente el 31/12/09 en El Hexágono Carmesí. Una actualización del texto se colgó por primera vez en mi cuenta
Facebook el 23 de marzo del 2022.)
Aunque ninguno de los protagonistas parece
haber guardado memoria de la fecha exacta, por estos días han de cumplirse -si
es que no se han cumplido ya- 25 años desde que diose a conocer el célebre demo
Compilación I de Crisálida Sónica. Era mayo de 1997 y a través de las
páginas de la legendaria revista Caleta (decimoquinta edición), el crítico
Guido Peláez daba cuenta no sólo de la performance en directo de este frente de
bandas cuyo denominador común era una partisana vocación experimental; sino
también del lanzamiento dos meses antes de la maqueta en cuestión. Treinta días
después (junio), aparecía publicado en las mismas páginas el primer comentario
extenso de un registro que desde entonces permanece como la partida de
nacimiento del pop peruano de vanguardia.
Se dice rápido un cuarto de siglo, y no lo es.
En retrospectiva, sin embargo, da la impresión de haber transcurrido siglos
antes de que acaeciera ese memorable hiato. Antecedentes y precursores/as,
cuyas curiosidad e inquietud les empujaron a trajinar órbitas divergentes a las
del mainstream, no han faltado en el background de la música pop perucha. Eran,
con todo, esfuerzos tan espontáneos como esporádicos y aislados -visiones sonoras
que encendían una chispa tras otra, sin que bastase para incendiar la pradera. T De Cobre, Distorsión Desequilibrada o Ácidos Acme en los primeros 90s. Paisaje Electrónico, Yndeseables o el continuum Salón Dadá/Col Corazón en los 80s. La disgregada generación de compositores electroacústicos en los 60s y 70s (que
tan pop tampoco era, pero que participaba del mismo ímpetu avant garde que izaron
sus pares allende el mundo “académico”). Más atrás, quién sabe -lo mismo que
cuántos proyectos afines a los enumerados y por enumerar habrán germinado y desaparecido
sin legar producción artística alguna.
De ahí la significativa trascendencia de la
que se revisten tanto la -corta- existencia de Crisálida Sónica como el
manifiesto que plasmó, bien en el cassette, bien en las tocadas en que se
prodigó conjuntamente y/o sin aglutinar. Puede discutirse si el colectivo
consiguió articular una escena en torno suyo, si fue lo bastante estable como
para adjudicarle categoría de movimiento, o si de veras fue el primer grito de
renovación sonora al interior de una movida cuyas narices no iban más allá del gothic
o del hardcore ad portas del siglo XXI. Lo que no puede ponerse en tela de
juicio es su condición de catalizador de ese impulso trasgresor que latía en
quienes a la postre serían sus descendientes y le reivindicarían. Aún cuando
convengamos en que existían precedentes o coetáneos, CS fue el primer llamado a
la insurgencia en levantar el estandarte músico-experimental y en ser
reconocido por ello.
I
Como muchas de sus equivalentes
latinoamericanas, hasta promediar la última década de la pasada centuria la
escena independiente nacional siempre había visto mucho hacia afuera y poco
hacia dentro, cosa que en principio no asoma (tan) criticable. Increíblemente,
dicha escena mostró muy pocas veces reflejos de lince para el respectivo
update/calco, teniendo casi siempre la celeridad de una tortuga centenaria, lo
que tampoco es a priori (tan) causa de vilipendio. Esto se hizo más notorio
cuando se trató de decodificar la gigantesca supernova de las vanguardias que
implosionó en los 90s. Nuestros créditos nativos tardaron eras geológicas en
desviar su mirada hacia el shoegazing, el post rock, el trip hop, el slowcore,
el IDM, el drum’n’bass, el noise digital... Lo prueba el hecho de que, recién a
partir del año jubilar, estas expresiones underground se hicieron más habituales.
Por otro lado, y ésta debe ser una verdad en
casi todo campo de la creación y la ciencia humanas, las mutaciones son los
momentos claves de cualquier evolución. Dichos acontecimientos permiten progresar
desde formas primitivas/débiles/sencillas hasta formas complejas/fuertes/sofisticadas.
El proceso de estas transformaciones es normalmente lento -pero, cada cierto
tiempo, la evolución da un brinco impredecible... ¿Fue entonces el combinado
Crisálida Sónica, gestado allá por 1994, el salto cualitativo subsecuente de aquella
devoción que artistas locales profesaban hacia las nuevas músicas llegadas
desde los predios subterráneos de las metrópolis más activas en el panorama mundial?
Lo más seguro es que sí, pues no fue la suya una admiración inane, huérfana de
espíritu. Al contrario, ese fervor empataba con la actitud rupturista tatuada
en la piel de muchos de los involucrados. Al ser personas cuyos oídos y corazones
eran remecidos por grupos como Labradford, Disco Inferno, Pram, Insides, Main,
Bark Psychosis, Spacemen 3, Windy & Carl y Silvania; existía la natural
inquietud de difundir estas nacientes lenguas que se abrían promisorias al
porvenir. Un modo de lograrlo fue a través de las extensas sesiones grupales
que les descubrirían los fuegos de Slowdive, los clásicos del viejo kraut rock,
las glorias de Creation y 4AD, la bullente electrónica de culto que en el otro
hemisferio asaltaba los reproductores de audio...
Otro medio para predicar el novísimo evangelio,
no improbable debido a que este colectivo tenía madera para ello, era recrearlo
con las propias manos. Pero esto no se posibilita sólo con reunirse -acaso- unas
tres o cuatro horas a la semana. Aparte de la crucial centrífuga que fueron los
gustos en común, resulta sorprendente que la génesis de Crisálida Sónica
contara con el plus de individuos que también compartían (mal que bien) un
mismo espacio “físico”. Hace un rato mencionaba a Ácidos Acme. Idos los días de
esa experiencia punk-noise y su veintiúnico demo Estados De Ánimo (1993),
Miguel Ángel “Chino” Burga conoce a Wilder Gonzales Agreda en la sala de
Internet de la Universidad De Lima. En esas épocas, la Red era una veleidad
tecnológica, y quiso la suerte que Burga -a la sazón estudiante de ingeniería-
estuviera buscando sites de The Jesus And Mary Chain mientras Wilder se
encontraba cerca de allí. No es que la agrupación de los hermanos Reid fuera precisamente
una caletura por esas fechas, pero sí un símbolo (o mejor, un santo y seña). Un
breve cortocircuito de opiniones y los nuevos amigos pasaron a hablar de My
Bloody Valentine, Flying Saucer Attack, Füxa, Seefeel y un dilatado etcétera.
¿El año? 1994, como ya se dijo.
Wilder había estado participando de un proyecto
repartido entre los distritos de Independencia y Comas, con tintes neopsicodélicos
y apego por la saga post-Spacemen 3: Hipnoascención. Con el tiempo, Gonzales
Agreda deja a los hipnos para alumbrar al lado de Fernando Ponce Avalonia -que
editó póstumamente un epónimo EP en estudio y el en vivo Frutas Del País De Las Manzanas-, antes de crear Fractal junto al tecladista Wilmer Ruiz
(también estudiante este último, como Wilder, de comunicaciones en la De Lima).
Entonces radicado en Monterrico, Wilmer era vecino tanto de Burga como de los
hermanos Reyes, pero éstos no se conocían con aquél. Es después de las
presentaciones de rigor que Pedro, Raúl y Javier -quienes cocinaban la idea de
un combo (Ente) desde principios de los 90s (hoy ya se puede audicionar online
un tape del ’91 con tomas primigenias de “Raros Presentimientos”, “A Caminar” y
“Piedra Dormida”)- comienzan a manyarse con Burga. Con las relaciones amicales
e “ideológicas” afianzadas, se pasa de las palabras a los hechos en 1996. Pese
a traerse a Catervas entre manos, no son los Reyes quienes dan el play de
honor, sino el “Chino”. Tras descartar el seudónimo de Azul En Silencio en favor
del de Claroscuro, el ex Ácidos Acme cede un tema a Bichos Raros,
compilación con que Caleta celebra su primer aniversario. Noise rock y
etéreo en tajadas proporcionales, “Bajo Tus Sueños” concita cierto interés
entre los que llegaron a escuchar la cinta, mutando rápidamente Claroscuro en
Espira.
II
Luego de un concierto de presentación en
enero del ‘97, último que dio Wilder como Avalonia, el colectivo, bautizado
para entonces como Crisálida Sónica; prende la antorcha con el cassette Compilación
I. Harto generoso en ramificaciones sonoro-artísticas, el registro fue más
bien parco en mostrar nuevas caras debido a la insuficiencia de alineaciones
estables: cuando empieza a distribuirse el demo, a CS ya se habían acercado Antonio
Zelada (como grupo, Resplandor estaba en estado embrionario), Carlos Mariño (en
proceso de consolidar Girálea) y Christian Galarreta (grabando solo bajo el
edificante chaplín de DiosMeHaViolado); pero ninguno de ellos tenía todavía
tropa enlistada. Desde el vamos, Compilación I tiene todas las trazas de
una declaración de principios que convulsiona por igual mar y tierra. En sus sesenta
minutos, violenta el aire con resonancias vanguardistas, desafiando (casi)
cualquier predicción de parte del oyente -todo un uneasy listening trip. Para
obtener un sacudón de tales magnitudes, es indispensable el continuo ensayo, el
ajuste preciso, el entendimiento intuitivo, sacar todo el partido posible a los
equipos y efectos de que se dispone; pero también saber captar/aprovechar lo
que el Azar ofrece a cada instante, perennizándolo en el proceso de grabación. Un
axioma metodológico que esbozase por primera Jimi Hendrix, y que ha sido
aprehendido por gente tan dispar y genial como Miles Davis y Brian Eno.
Las dos caras del demo tienen un mismo orden
específico que va -según se mire- en espiral ascendente/descendente, más el
añadido de una coda que (nos) devuelve al mundo real: arranca el sideralismo
bliss de Catervas, luego el lánguido/etéreo discurrir ambiental de Espira, después
el cacofónico modus operandi de Fractal, y por último el simpaticón/cumplidor
output de Hipnoascención; a tema por testa en cada cara.
La anglófila consonancia shoegazing de Catervas
y Espira induce a un estado de tranquilidad en la primera parte de cada lado.
Si bien “A Caminar” ha sido catalogada alguna vez como el “She’s Lost Control”
de Catervas, la pieza no deja de nutrirse de cierta espacialidad atmosférica.
Ídem con “Espiral Mi Alma” de Espira, que está más cerca de su ágil etapa como
Claroscuro. De cualquier modo, sonando angélicos (“b-2ble-p”) o melancólicos
(“Cielo De Azul Ensueño”), ambos lados/grupos sorprenden al escucha por sus
planteamientos heterodoxos, experimentando con el sonido, envolviéndolo en
diáfanas sedas de ruido etéreo.
Fractal, autodefinido en esos años como “la
dinámica del caos”, marca el punto de inflexión -por contraste, es una experiencia
de visos pesadillescos. Moviéndose entre la psicodelia marca Silver Apples/Red
Krayola, el proto-industrial más denso, la música abstracta/concreta, todo presurizado
bajo enfoque aleatorio; Wilder y Wilmer -ayudados por Hugo Medina, de Hipnoascención-
entregan “Oh, Dios!” y los 11 minutos de “Etersónico” colgándose de las teorías
minimalistas/maximalistas de Sonic Boom (ícono indiscutido de WGA). Rebasada
esa cúspide/sima, Hipnoascención no puede apreciarse sino anecdóticamente. Más
tirado para el lado “melódico” de Spacemen 3 (léase Jason Pierce), lo suyo (“Alma
De Neón”, “Mística Creación”) revitaliza al oyente tras el fierrazo que implica
cada lado, sin llegar mucho más allá. A pesar de mis objeciones personales para
con estos “primerizos” Hipnoascención, he de admitir que los cuatro
destacamentos de Compilación I saltaron a la palestra varios cuerpos por
delante de lo que entonces se hacía aquí -con excepciones como las de El Aire o
Insumisión, aunque ése ya es otro rollo.
(Porque, si bien es más estéticamente interesante,
Crisálida Sónica no fue el único manchón que se aproximó entonces al Ruido.
Hubo otro igualmente importante, aupado por Leonardo Bacteria y los músicos
electrónicos abroquelados en derredor de otra interesante cinta de escaso
tiraje, Estudios Embriológicos De Deformaciones: Compilación
Ambient/Industrial/Noise Peruano. Para su justa reivindicación, se deberá esperar
a que el título aludido esté cuando menos disponible en formato digital.)
Las caras A y B no se agotaban en las
participaciones de cada protagonista, sino que eran rematadas con trozos
inacabados, restos de composiciones no finiquitadas, esquirlas de adelantos. El
primer fragmento del lado A, por ejemplo, exhibe una insólita veta de vaporosa
nostalgia en Fractal (“Mis Lágrimas En Tu Rostro”). El segundo fragmento
presenta el despegue -¿en directo?- de “Clave De Ángeles” de Catervas, que
aparecería más tarde en su maqueta del ‘98. El sexto fragmento, de los
desaparecidos Avalonia, se asemeja bastante a “Cíclica” de Catervas (una
extraordinaria toma live de esta última pista se publicó en Audición Radical -1997-, conmemorando el segundo aniversario de Caleta). Mención
aparte merecen el quinto fragmento del lado A, una escarapelante versión alterna
de “Oh, Dios!” de Fractal, y los dos fragmentos del lado B, cortesía de Espira
-un geiser de éter el primero, un océano de ambient enoidal el segundo.
Contrario a lo que pudiera suponerse, aún hoy
la estela de Crisálida Sónica no es mesurable en términos mediáticos, ya que su
propuesta misma dificultaba un acercamiento más -digamos- mayoritario. El guapeo
de su cachetadón debe medirse según las rutas que abrió y que, eventualmente, atravesaron
muchos de sus hijos -directos o indirectos, legítimos o bastardos. Ambos
componentes de su legado -caminos y proles- están indisolublemente ligados a la
movida independiente peruana, que siempre ha tenido cerrado el acceso a los
medios masivos de comunicación.
Compilación I levantó una oleada
independiente de grupos/proyectos que tuvieron mucha actividad en vivo, algunas
veces compartiendo tabladillo con la mancha crisálida, pero poco legado en
estudio. Acabado el sueño de Espira, Raúl Ochoa fundó M.A.R.U.J.A. al lado de
Manuel Rodríguez (homónimo del infame cura lavacocos que aspavientaba a fines
de los 90s por el canal del Estado). Derruida la utopía de Avalonia, Fernando
Ponce se enfrasca en el unipersonal Labioxina, que alcanzó a colar “Are You Foam?” en el recomendable recopilatorio Solutions & Remedies (1998, orquestado
en el exterior por la discográfica Claire Records). Ponce confirma la grabación
de un extended play del que ni siquiera él guarda copia ni archivos, y que
actualmente se considera perdido. De esa época también datan Bosques De Dios,
Gélida (formación más a lo Main, de la que emergería Transparente), Girálea,
Raúl P.R.I.V.A.T., Laiqa, X-Dios-0 (pronúnciese “pordiosero”), DiosMeHaViolado
(que derivase en Evamuss), Lunik y Polaroyd. Otros actos destacables son Ionaxs,
Triplex-B-Magnafusa (cuyo nombre César Alcázar reduciría a Magnafusa) y los
estupendos Jardín del período ’99-’03. De todos ellos, sólo la mitad entró al
estudio a grabar más de un par de canciones.
III
Paradojas de la vida, las virtudes más señera
de Crisálida Sónica fueron también sus mayores enemigos. La convivencia en
armonía no alcanzó a perdurar para unir a los componentes del colectivo por
encima de posiciones estilísticas encontradas. En el corto documental Espira: Una Conversación (2015), Miguel Ángel Burga y Aldo Castillejos coinciden en
señalar un viaje a la zona de Huaraz (Ancash) como punto culminante de la
experiencia en comunidad. A partir de ese episodio, las grietas comenzaron a aflorar
en la superficie. Por otra parte, el cariz inclusivo de la empresa, que le llevó
a moldear elongados tapices minimalistas de cambiante color, obligó a los
participantes a renovarse casi literalmente a diario -circunstancia que abortó
el proyectado Compilación II y disparó los pedazos en direcciones no
siempre coincidentes.
Hacia el 2009 empezó a difundirse en la
blogósfera Bajo Tus Sueños EP, debut de Espira que circuló entre los allegados
a Burga un año antes de Compilación I. Los primeros pasos que pueden
considerarse “oficiales” de Espira, empero, los dio el demo Electr-Om
(inicios de 1998), en una onda dramáticamente distinta a lo antes expuesto.
Kraut, post rock y hasta coqueteos con el prog; envasados al vacío y a
temperatura cero, en una hora que entierra el ensoñador feedback de las
jornadas en el capullo metamórfico (que sí documenta el EP). En años sucesivos,
la cosa se pondría más radical con La Ira De Dios, entente de psicodelia dura
que, de tan agresiva, suena a ratos a Motörhead; amén de declaraciones
estigmatizando la flama shoegazing de Espira como “mariconada jodida” (sic).
Miguel Ángel se ha mantenido activo desde entonces con infinidad de proyectos:
La Garúa, 3AM, Necromongo, Ande...
Fractal unió fuerzas con Evamuss para el
split Alustru(Bla)³ (1998), inquietante coctel de aridez y de punzante dub.
A poco de finalizar el año, Fractal se estrena con un demo epónimo que se
cuenta entre lo mejorcito que jamás se haya hecho en estos lares. Desafortunadamente,
fuera de “Mis Lágrimas En Tu Rostro”, que ya venía anticipada en Compilación
I y que aparece completa en el compilado Las Estrellas Están Tan Lejos
(SuperSpace Records, 2004), contados son los testimonios que dejó Wilder
enfundándose esa piel. La vida después de Fractal trajo a El Conejo De Gaia (3
producciones, de las que prescribimos Esperando Que La Luz Retorne,
2003), cuchumil proyectos/registros (Ultravelvet, Cono Norte 3, Martelenor, La Confitería Es La Mejor De Las Religiones) y a Wilder recuperando su nombre
civil.
Catervas abandonó el rígido encorsetamiento
avant garde para tentar un cómputo más cercano al rock independiente. La jugada,
precedida de un tape epónimo cuyo primer lado no ignoraba los 80s, le dio
copiosos frutos en una puesta de largo “oficial” asimismo epónima. Sin duda, Catervas
seguirá siendo para mis adentros la mejor placa peruana del ejercicio 2001.
Después del baldazo de agua helada de Semáforos (2004), los mandos volvieron
a responder con Hoy Más Que Ayer (2008). Tras Aquella Luz Que Encendimos:
1990-2009, compendio de rarezas, inéditos y “digitalizaciones” que festejaba
sus dos decenios de existencia -y cuyo mayor atractivo es el de repescar varios
temas del demo del ’98-; y el cumplidor Lo Que Brilla En Tu Paisaje (2014),
la aventura de los hermanos Reyes completó del todo la metamorfosis con un
apoteósico Los Cielos Vuelan Otra Vez (2018).
Últimos en acribillar el sueño comunal, los
díscolos Hipnoascención dieron un primer paso que alargaba lo practicado en el
compilatorio del ‘97. A ese epónimo debut (1999), le sucedió una maqueta de
space rock que, sin llegar a logro concluyente, los mostraba depurando la
tutela de Jason Pierce: Mixtura (2000). La conversión a códigos
neopsicodélicos de marca Manchester se produjo -ya bajo formato CD- en UI-SEC/ÚltimaSecuencia (2005), y quedó refrendada con un nuevo epónimo (2008) que a día
de hoy sigue siendo su canto de cisne.
Como puede deducirse, Hipnoascención y
Catervas son los dos únicos grupos de Crisálida Sónica que aún respiran. Mas, a
diferencia de Catervas, que ha hecho meritoria carrera en los terrenos del
indie rock lejos de las coordenadas visitadas por Electro-Z, Abrelatas o
Kinder; el andar taciturno de los longevos Hipnoascención tiene un valor agregado
del que la banda de los Reyes carece: su persistencia los convirtió en el
avatar del psychedelic space rock patrio, inspirando a varios grupos -Leche
Plus, Pastizal, Transparente, Sounds Of Salomón Jedidías & Space Rock, lo
mejor de Les Replicants. Además, en sus filas batalló Danny Caballero, que luego
insuflase Audiogalaxia y Paruro, nombres básicos del ruidismo digital lorcho
más inclemente.
IV
El nuevo milenio ha resarcido la herencia de
Crisálida Sónica, proveyendo combos que apuestan por la más férrea heterodoxia.
De las cenizas de Girálea, Espira y H.A.L., Aldo Castillejos y Carlos Mariño
cuajaron primero Qondor y luego la excitante aventura ácida de Serpentina
Satélite. Qondor, es más, ha conocido una vigorosa segunda vida reconvenido
como Culto Al Qondor (con Miguel Ángel Burga y José Antonio Flores). César
Alcázar guardó en un cajón el marbete de Magnafusa y se reinventó como Las Vacas De Wisconsin en comandita con el ex Espira Renzo Lari, maravilloso
ensamble que nunca pudo concretar rodaja propia (“la banda que nunca fue”,
todavía la llaman algunos/as). Influenciados por la etapa post-Crisálida Sónica
de Espira, Carlos Torres y Ronald Sánchez propulsaron como Altiplano un excelente
La Corte Cósmica (2005). A la par de Altiplano, Sánchez ha desarrollado
una notable carrera como compositor de música para instalaciones/exposiciones
temporales y permanentes de índole cultural. Y Elegante e Ida abrazaron de lleno
los feudos IDM. Eso, para no explayarme con la camada electrónica de La Oroya (Huancayo),
hijos confesos de los pioneros sónicos: Xtredan, Colores En Espiral, Alcaloidë,
Corazones En El Espacio, Invisible Ambiente... -algunos de estos sucesores se trasladaron a Lima y
fundaron Chip Musik Records, principal proveedor de electrónica post rave para el
circuito independiente peruano. O con unidades como The Shego, Pez Plátano, Quilluya,
Piloto Copiloto, La Vie, The Electric Butterflies (primera referencia perucha
nada menos que en la impecable revista británica The Wire), Fiorella16, Nahunoise,
El Divino Juego Del Caos, Registros Akásicos (Castillejos), NRA Ruido, The Peruvian
Red Rockets, Metástasis, Sajjra (Galarreta), Kusama, Parahelio...
En el ocaso de los 00s, alguien habló de la
necesidad de una Crisálida Sónica 2.0. La idea no era descabellada, pero
tampoco instancia imprescindible. Las circunstancias han cambiado: ahora Internet
facilita un efecto viral a escala planetaria, público no falta, cualquiera
puede apertrecharse de equipos como Dios manda... Y si uno/a echa dos o tres
vistas al patio, siempre encontrará, en más de un lugar, a gente en constante
nado contra la corriente. Más que todas las anteriores, quizá sea ésa la mayor
consecuencia que provocó con su verbo y sus actos una estirpe de solitarios hace
25 años. Razón de sobra por la que siempre hemos de estarles agradecidos/as quienes
consideramos a la Música realidad primera y última de nuestras vidas.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 16 de marzo del 2022.)
Editar durante el ’21 un álbum recopilatorio
y un largo enteramente nuevo parece no haberle bastado a El Otro Infinito. En
una muestra de inusitada prolijidad, el acto de Alfonso Noriega lanzó a través
de los bytes de SuperSpace Records una sesión ejecutada en directo bajo la denominación
de 211221 EP, en vísperas de la última Nochebuena. El extended no pasó
desapercibido, pero era ya muy tarde como para reseñarle antes de que acabara
el año, y demasiado pronto como para incorporarle en las primeras revisiones de
este 2022.
En poco o nada se asemeja lo último de EOI a El Axioma De La Incertidumbre (2021). Mientras que la materia prima de El
Axioma... se había ido acumulando con el correr de los primeros meses posteriores
al arribo de la pandemia en el Perú, aunque la de 211221 EP probablemente
haya sido macerada apenas días antes de su grabación, ésta se llevó a cabo el 21
de diciembre del ’21 (de ahí el bautizo del extended). En efecto, los tres
temas dispuestos aquí fueron cooptados en una sola toma, sin someterse a otro
proceso ulterior más allá de la indispensable masterización.
Figuran como inéditas “O3O1” y “O3O2”,
respectivamente la bienvenida y la despedida del EP. Entre ambas, Noriega cuela
una pista (“LPESYATN”) a medio camino entre mashup y rework de dos números de
su repertorio preexistente -“So You’re The Night” de Fever (2017) y “Los Planetas Errados” de Pequeños Métodos EP (2018). Es verdad que todas participan
de las características normalmente asociadas a experiencias registradas en
condiciones similares, tales como la tosquedad, el minimalismo y la Baja
Fidelidad. Pero también es verdad que las tres remiten a las primeras épocas de
El Otro Infinito -cuando el surcano elaboraba un IDM de melodías estables/consistentes,
de ambientaciones seductoras, de angulares ribetes cósmicos.
Más allá de cierto tremendismo reluctante que
mueve las olas en “O3O2” (harto reverb, que no es lo mismo que dub), del amago
de drum’n’bass deconstruido que asoma en “LPESYATN”, del abstract techno
sugerido-antes-que-patente de “O3O1”; 211221 EP deja la sensación de ser
un correcto ejercicio de estilo un tanto anacrónico. En cualquier caso, puedes acercártele
asumiéndolo como una cápsula de tiempo con que volver a los años en que Warp Records
transformaba la faz de la música pop contemporánea, valiéndose del almibarado
digitalismo de su primer catálogo -el más recio.
Descarga gratuita.
Comenzaba a agonizar enero cuando Catenaria Discos colgó en su BandCamp una edición remasterizada de Viaje Eterno
EP, estreno absoluto de Lynette Ricopa (a) Lynejami. Natural de Iquitos, la cantante
y compositora empezó a usar este nom de guerre en el ’11, apareciendo
una primera versión de su referencia debut en mayo del ’17. Con las nuevas
mezcla y masterización, la discográfica limeña rubrica la incorporación de
Ricopa a su nómina, y nos obsequia de paso la oportunidad de escuchar el
extended desde una inédita perspectiva.
Una que también comporta cambios formales,
puesto que el modelo ’22 del EP acoge cuatro tracks, en lugar de los cinco que
consignaba el modelo ’17. Se prescinde así de “Intro”, cumplidor instrumental de
punche rockero que abría la rodaja por espacio de 128 segundos. El resto de canales
respeta el orden original.
Si he de emitir opinión basándome en lo
expuesto hasta ahora, diría que el principal surtidor del que se nutre la
estética de la ex Indigentes es el del modern rock que vio la luz en los 90s.
El principal, no el único. Otros colores presentes en su paleta son la
neopsicodelia inglesa, el shoegazing y el pop de lustrosa pátina electro cuyos
padres fueran los Garbage de Shirley Manson y Butch Vig. De hecho, ése es el nombre
que espontáneamente me viene a los labios cuando oigo “Misterio”, la canción
epónima, “Es El Final” o la luminosa “Camino” -influencia que otros excelentes exponentes
pop de nuestra escena independiente han reconvenido, como Dead Pop o Marfilia.
Ricopa no se ha atenido, sin embargo, a
calcar sin más el output del cuarteto anglosajón. En Viaje Eterno EP, el
sonido de la loretana puede presumir de ser más orgánico y emotivo, sin resignar
por ello la sobriedad. Su potente bateo y el resplandor que mana cada tanto
desde la eléctrica le asisten para acomodar con mayor propiedad las texturas
melódicas sobre los medios tiempos que el extended favorece, texturas
insufladas de truncas visiones oníricas de autorrealización espiritual y nostálgica
saudade. La travesía que propone Lynejami es, pues, interior; y puede acaso
llegar a no tener más perímetro que el de sus casi diecisiete minutos de longitud.
Bien ensamblado y ahora recalibrado, el wall
of sound generado por la nueva mezcla no impide que disfrutes de los delicados
acordes que la eléctrica acomete con regularidad. Todo lo contrario, ayuda a
construir la imagen de un EP ágil pero igualmente sutil. Un repaso al estadio
primigenio de Lynejami, que actualmente mira hacia adelante en busca de
horizontes más experimentales, dejando atrás la impronta pop.
Sólo una atingencia: falla el nuevo final de “Camino”,
muy de golpe para mi gusto.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 9 de marzo del 2022.)
Casi una singularidad cuántica la
resurrección de Tech Vibes. Más allá de testimoniar su chamba mediante registros
sonoros, el último de los cuales vio la luz en el ’10, parece ser que la
aventura solista de Eduardo Otayza alargó la existencia performando en fiestas
underground, premunida de sintes y tornamesas. Lo de “resurrección” queda,
pues, relativizado -mas no del todo en offside: prácticamente ninguna de estas raides llegó
nunca a mi conocimiento.
En rigor, no sé en qué momento da inicio a
este proyecto Otayza, 50% del recordado dúo El Paso, uno de los nombres que
aparece a prima facie en los anales del ambient pop peruano. Sí tengo claro,
por otro lado, que su referencia fundacional aparece en el ’09: fue ésta el
single virtual “Telepathy”, que además del tema titular contenía un remix de “Sleepers”,
composición de Ghosts And Strings a.k.a. Los Veneremos -olvidada alineación
de indie enteogénico que mereció mayores suerte y repercusión que las cosechadas
(∅) por su unigénito Como
El Agua Que Desaparece De Mis Manos EP (2008). Tanto el 7’’ como el
extended aludidos se editaron a través del BandCamp de Dorog Records, propiedad
de Giancarlo Samamé, el otro fifty de El Paso. Desgraciadamente, ni uno ni
otro se encuentran ya disponibles para su deguste online.
En la dirección adjudicada a Dorog en Internet Archive, en cambio, todavía puede escucharse/descargarse el opus mencionado
en el primer párrafo. Aunque Otayza le considera EP, lo único que le relaciona
a ese formato es la inclusión de “Telepathy” en diversas mezclas (4). Con el
añadido del remix de “Sleepers” y de una reconstrucción de “Llévame” de El
Paso, los más de dos tercios de hora de Telepathy se hallan lejos de
adaptarse a la duración promedio de un extended. Tras de sí, el silencio rodeó esta
faceta del músico. Verdad que siguió creando y tocando, primero como parte de los
neopsicodélicos Transparente y después facturando electrónica mestiza bajo las
enseñas de Sonidos Profundos De La Cumbia -reducido posteriormente a Sonidos Profundos. Pero de Tech Vibes, no se volvió a saber nada. El último 18 de
enero, Chip Musik colgó para libre descarga el debut en largo oficial del alias,
clausurando así una espera de doce calendarios que no sabía era tal -ya que, en
mi opinión, TV era otro acto de tantos que han pululado efímeramente en la escena
independiente perucha. Celebro haberme equivocado.
Es arriesgado afirmar que ha habido una metamorfosis
completa entre el individualista cuyo sonido quedase asentado antes en “Telepathy”
y demás, y el que ahora detona beats a discreción en Escape. Auscultados
ambos de cerca, el mapeo genético arroja el mismo resultado: un ejecutor de
tech house lo bastante curtido como para saber/intuir cuándo y -sobre todo- cuánto
tirar de las riendas/expandirse cual gigante roja rodeada de audiogalaxias. No
obstante, sí puede asegurarse que se ha producido una transformación
significativa en el perfil con que actualmente se identifica dicho ejecutor. La
vibra del primer Tech Vibes conectaba espontáneamente con artífices de ese dance
rock forjado en la resaca posterior a los días de gloria de Madchester: en su
interior, palpitó alguna vez el big beat de Underworld, Propellerheads, The
Crystal Method y Leftfield.
En una esquina distinta, el groove del
segundo Tech Vibes opta por apertrecharse de una robusta stonura dub. El terso
grosor con que el wobble bass hila dédalos de ingrávidas texturas tridimensionales
alrededor de “Revelation” o de “The Light” ejemplifica con fecundas dosis de
reverb la arista acaso más evidente del credo que hoy abraza la técnica del
músico limeño -sobrios contrapuntos de esos números vendrían a ser las melodías
gemelas “Skull And Bones” y “Unknown Love”. Por contraste, en tracks como “Stay”
o “Ghost Love”, y en menor medida “Vibración Solar” (remezcla del corte de
Transparente que figura en su esférico del ’09, Nova); las
programaciones abandonan la acompasada voluptuosidad de sus pares en favor de una
impetuosa y enérgica cinemática espacial que acerca al solista a la línea de
geométrico intelligent techno líquido en torno a la que rota el grueso del
catálogo Chip Musik.
La mayoría de estos rasgos -dub, sabrosas secuencias
de étnica mimesis, velocidad IDM, ragga estilizado, médula tech house- converge
en el remate de Escape. Distinguido con el sampleo de una femenina voz de
prosapia soul, “Lately” es el sueño húmedo que auguraba el cruce ni-tan-imposible
entre un trío de tribal techno como los británicos Bandulu y un iluminado esteta
de la Ciudad Motor como el afroamericano Carl Craig (cf. “Better Nation” del estreno
de los ingleses, Guidance). En el caso de Tech Vibes, la manera más
apropiada de cerrar un disco con que volver al ruedo, de encarar esa afrocentrista
utopía futurista que tantas veces prometieron los 90s -y que jamás llegó.