jueves, 27 de junio de 2024

Sacharias: Fin // The Slow Voyage: The Slow Voyage

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 19 de junio de 2024.)

Habitualmente inclinada hacia sintetizadas alofonías de resolución estándar o borrosa, no deja de ser insólito encontrar cada tanto en la nómina de Poxi Records un proyecto como Sacharias. Es cierto, figura también allí Talismán, pero ésa es otra de las contadas excepciones dispuestas a refrendar la regla. De cualquier forma, y pese a divergencias de estilo, este misterioso individualista observa el principal distintivo estético de la independiente santiaguina -el lo fi.

Fin, al que todo sindica como debut del acto, se construye a partir de guitarras y de sencillos patrones rítmicos programados utilizando una drum machine. Las primeras tienden a ser acústicas, lo que facilita dotarlas de texturas inmersas en consabidas transparencias polucionadas, no comportando su electrificación mayor obstáculo para ello; mientras que los segundos, sin ralentizarse hasta alcanzar marbetes tan “escabrosos” como el de la balada, vagan pedestremente lejos del medio tiempo.

Una cosa no quita la otra, por supuesto. Sacharias no prescinde de instrumentación más tradicional, como lo demuestran las baterías de “Espejo”, “Puerta Roja”, “Dame” o el track titular. Eso, para no explayarme en el concurso de bajos, pianos, armónicas o saxofones; también hallables en la travesía. A decir verdad, dichas participaciones contribuyen a realzar el excéntrico perfil insular del unipersonal -bastante inasible por cuanto el lo fi determina el enfoque de su acercamiento, no los géneros revisitados.

Quizá sea eso lo que más llama mi atención en Fin: blues primordial, enteogénesis rítmica, power chords noventeros revestidos de delay... No son éstos los territorios que frecuenta la Baja Fidelidad. De esta guisa, viñetas como “Fin”, “Seremos”, “Ritmo 77” o “El Viaje De Ali” revelan fantasmales guitarras lisérgicas, picapedreras percusiones de tangencial corporeidad rockera, vocalizaciones que franquean el dintel de lo puramente ambiental. Extrañas fisionomías las que confiere el registro a sonoridades usualmente embebidas de precisión y nitidez luminosas.

Una curiosidad de cassette. Dependiendo de los oídos que seduzca, puede mostrarse fascinante y/o intoxicante. Que sienta más lo primero, sin embargo, no significa que a ratos no experimente lo segundo.

Dos años después de su adictivo Soul's Whisper (‘21), The Slow Voyage entrega tercer esfuerzo en largo, bautizado epónimamente. Eyectado en junio del ‘23, este nuevo álbum parece encaminado a asentar definitivamente el polvo que levantara el cuarteto cuando su estreno impactase el pétreo continente de venerables géneros rock soliviantados sobre recias eléctricas y tormentas galvánicas de amperaje devastador.

¿Cómo así? Si en Time Lapse (‘17) había lugar para discursos graníticos como el stoner o el space, entre otros, con Soul’s Whisper la cosa fue decantándose hacia los sonidos más cercanos al psicodelismo sesentero y setentero. Para The Slow Voyage, ese proceso busca cerrarse dando lugar a una rodaja cuyas raíces se hunden en la época dura del rock ácido. A este respecto, la descripción provista por el grupo de Freddy Lepe y Rodrigo Salamanca es más que reveladora: “...un magnífico impulso que se asoma hacia el misterio de la existencia, el azar que palpita en cada ejercicio musical, transita entre golpes y rasgueos que delatan cualquier intento fallido de mantener la calma”.

Esa ascendencia psicodélica dice presente desde “Mi Mente”, apertura del CD, y sobrevuela a éste incluso cuando TSV cambia de registro en la postrer “Eyes Dub”. Como sucedía asimismo en Soul’s..., la agrupación reserva la última tajada del pastel para delicias jamaiquinas, aunque siempre en inquebrantable sintonía dubidélica. Añadiría que, esta vez, también solar. The Slow Voyage es psicodelia de carretera, de fortísimas conexiones con inmensidades desérticas, diurna y sumamente distendida. Sea en la resplandeciente laxitud de “Great Day” o de “Let Me”, sea en el trote milimétricamente cuadrado de “No Control” o de “Don’t Forget”, la naturaleza dispersamente apolínea de la banda baña de luz casi cada rincón de la placa.

Durante muchos minutos, este The Slow Voyage me ha recordado varios pasajes de Vanishing Point (1971), clásico de culto para el subgénero road movie que pone en entredicho muchos de los conceptos sobre los que se suele construir la idea -aceptada, bendecida- de “normalidad”. Por eso me irrita un poco “Moonless Night”, que considero la canción menos lograda del disco. No sólo su nombre desentona con el aura del esférico, sino que suena fundada sobre los exactos opuestos que dan vida a éste. La única que pondría en alerta al héroe Kowalski.

Hákim de Merv

jueves, 13 de junio de 2024

Rafael Sáez: Plenilune

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 5 de junio de 2024.)

Músico electrónico con pinta de coetáneo mío -es decir, joven aún (jejeje)-, desde Madrid han llegado buenas nuevas sobre Rafael Sáez, quien debuta bajo nombre civil a inicios del pasado marzo colgando en su cuenta de SoundCloud las pistas correspondientes a Plenilune. Bonita sorpresa por varias razones -acaso la más importante de ellas: la vieja escuela pre-kraftwerkiana no tiene por qué estar necesariamente reñida con las mocedades synth que izaron antorcha de rebelión a inicios de los 80s, inspirándose en los Robots de Düsseldorf. Ni rechazar ambos subgéneros sonidos más próximos al estipendio del baksheesh.

Efectivamente, Sáez se emociona por igual escuchando a Ultravox y a Jean Michel Jarre, a Depeche Mode y a Vangelis, a Yazoo y a Tangerine Dream. Su estética se alimenta de las sonoridades que emiten un Yamaha DX-7II o una Commodore 64, un GRP A4 Synthesizer o un Oberheim Xpander. Sirviéndose de la interface MIDI para empalmar unas a otras, el output resultante cuaja las más de las veces en un macizo synth pop de sólidas, casi hercúleas secuencias proto-trance. Ésa es una forma de decirlo. Acaso más apropiada para Plenilune, otra sería afirmar que el peninsular cose el sofisticado input glacial de adalides como Gary Numan o John Foxx a la electrónica casi polifónica de rancio cuño, dando lugar así a un continuum que resplandece apolíneo gracias a programaciones refractarias del imaginario de la sci-fi más entusiasta.

El empleo de bpms de alto octanaje envuelve a Plenilune en un halo de futurismo indesmayable, pese a lo cual Sáez se da maña para sortear la uniformidad. Calentar motores y dar la largada con “Stars”, todo es uno. Llena de vitalidad impetuosa, producto del coqueteo con el trance a lo Oakenfold o Tiësto, la pieza corre hacia una segunda parada igual de robusta que la anterior: “Fly To Your Dream”. Sin abandonar el crisol al que ha accedido desde el inicio, la síncopa va amansándose con “Rain”, “You Want Me” y “Fallen Dreams”; estos dos últimos en remezclas acreditadas al gaditano Cyborgdrive. Aquí es manifiesta la reducción de velocidad en los beats, lo que de paso ayuda a que ingresen otros colores -el string artificioso de “You Want Me...”, un rango vocal más agudo que los que desfilaron en números precedentes...

Tras “Fly...”, “Together” es el canal que más se empeña en rozar el trance, aunque la aproximación está bastante lejos de concretarse. De hecho, la imagen proyectada por el tema emite destellos de ese corte, felizmente sin requerir del sonsonete repetitivo consustancial al también llamado “atmospheric house”. O de su agilidad. Despojada de la reverberante fastuosidad de su contraparte remixeada, la toma original de “You Want Me” se acerca al synth pop de pro, lo mismo que “Walk Alone”. Este surco, no obstante, luce lo bastante esquematizado y simplificado como para adherirse al descafeinado pop mainstream del siglo XXI -el único momento del CD que me parece prescindible. Afortunadamente, Plenilune alza vuelo de nuevo con sendos remixes de “Together” y “Stars”, respectivamente a cargo del español McV ADSR (que coproduce el álbum) y de Jonás Larsson. En ambos casos, regresa a primeras planas la jocunda alquimia que brillase nada más iniciarse la jornada, cerrando ésta en plan fin-de-fiesta.

Fruto de un trabajo de seis años, Plenilune no ha satisfecho las ansias editoriales de Rafael Sáez. El madrileño ha anunciado la confección de un artefacto de remixes (titulado provisionalmente Black Sun), del que ya se han dejado escuchar algunos adelantos, y su inmersión en el concebimiento de su segundo opus en estudio. A tal efecto, sugiero que las versiones normales de canciones e instrumentales se posicionen primero en el track list, y se reserven las remezcladas para el final -como se acostumbraba antaño. Confunde un poco escucharles a la inversa.

Hákim de Merv

jueves, 6 de junio de 2024

Jeannie Llamoga: Hey Love! I Love You

 (Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 29 de mayo de 2024.) 

Por mucho tesón que uno/a ponga en alcanzar la objetividad allende las ciencias exactas, a lo más a que se puede aspirar realmente es a una intersubjetividad que viabilice la comunicación y discusión entre los seres humanos. Suele olvidarse con facilidad este, digamos, “axioma”; que cada tanto algún episodio dialéctico refresca. Me sucedió hace poco, en el marco de un debate amical sobre “Vamos A Tocache”, notorio plagio descarado de “Primary” de The Cure -y ello me recordó aquella polémica suscitada por una hoy olvidada reseña mía, sobre cierta grabación peruana de música electrónica experimental a fines de los 00s. 

Se me acusó entonces de manejar una plantilla esquematizada a partir de la que evaluaba los discos, no distinguiendo naturaleza o género. Por supuesto, la acusación carecía del menor asidero, porque se critica el resultado de un álbum específico y no los procesos que le produjesen, sin importar lo innovadores que fueran éstos si el saldo era el mismo de hace años. He rememorado la anécdota a propósito de Hey Love! I Love You, debut en 33 de la trujillana Jeannie Llamoga, porque siento al considerarle que la única canción que salvaría de la quema es “Love Of My Life” (nada que ver con el clásico de Queen). Y aquí cabe preguntarte si de veras es lo único rescatable o si sobrevive debido a un contexto que para mí no significa nada. 

Llamoga publicó Nevermind EP a mediados del ‘21, y ya entonces avisaba que lo suyo eran composiciones de -cortas o extensas- intros siempre afables, tras de lo cual intercalaba calculadamente plastificadas arremetidas electro-pop cosecha establishment siglo XXI y segmentos en los que casi literalmente contiene el aire. Para Hey Love! I Love You, esa dirección se consolida llegando en la práctica a mimetizarse con su inequívoco modelo de referencia, la diva del ¿“género”? en cuestión Lady Gaga. Es decir: dance pop sintetizado, repleto de esteroides, cuyos infundados fastos rozan la vulgaridad a niveles más que ramplones; y que recurre a la utilización de cualquier estilo sonoro, encaje o no, cuando su estética de cartón se queda sin aire y urge de nutrirse antes de fallecer -como lo intentase en Born This Way (‘11).

Si lo de Jeannie Llamoga no desciende a esas simas comerciales, se debe a dos razones. Primera: el fenómeno  Gaga  va  en franco declive desde hace algún tiempo, y sus herederos/as -involuntarios/as o no- se han preocupado por mitigar los defectos en que incurrió la “célebre” cantante. ¿Cuáles? Falta de autenticidad, vacío, letras al borde del panfleto, teatralidad de glamour empalagoso hasta la náusea... Segunda: por suerte, y aunque se afane en imitar los giros vocales de la usamericana, la voz de Llamoga tiene matices distintos. Eso coadyuva a que su música no quede simple y llanamente como derivativa o “genérica”, si es que convenimos en que lo de Stefani Joanne Angelina Germanotta puede calificarse como “género”. La peculiaridad, sin embargo, no alcanza para sacudirse de la estela que emula. 

¿Que si eso es malo o bueno? Pues depende de si en este punto crees o no que manejo una plantilla esquematizada a partir de la cual bla-bla-bla. A diferencia de lo que pasa con los disfuerzos de Lady Gaga, HeyLove! I Love You no me ha empujado en una a detener la reproducción (aunque estuve cerquísima de hacerlo tras el reggaetón muy mal disimulado de “Yo Muero De Amor Por Ti”). Si el larga duración es más llevadero, eso se debe a las razones enumeradas -y no tanto al hecho de servirse la norteña de esquirlas de big beat (“Hey Love!”) o de ambient pop (“Only You”) para desmarcarse y/o pretender no ser aquello que es. Estoy seguro que puede chuntarla entre audiencias de corte millennial. Por desgracia, este pechito es un orgulloso exponente de la Generación X, y por ende bastante más difícil de embaucar. No compro.

Hákim de Merv