jueves, 27 de marzo de 2025

Desawe: Grindattack EP // Chino Burga: Tecnología En La Religión Futura

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 19 de marzo de 2025.)

Conforme lo pregona el nombre del extended que funge como puesta de corto, de un tiempo a esta parte la gente de Desawe ha empezado a pisar el acelerador hasta el fondo. Formado en el ‘16, el cuarteto recién registra en mayo último la maqueta Sociedad Coprofágica, cassette que le sirviera de bosquejo para la publicación hecha el pasado 10 de enero y que motiva las presentes líneas: Grindattack EP. A su vez, ésta se ha difundido como adelanto de lo que supongo vendría a ser su primer disco en regla, de fecha de salida ignota y título desconocido.

¿Cuánto ha avanzado Desawe, entonces, entre el demo y Grindattack EP? Aunque ha habido algunos cambios, yo dudaría en tipificarles como avances antes que como retrocesos -y eso no sería necesariamente un jalón de orejas. Porque el chiste del grindcore es el del bajo malsanamente retorcido, el de la(s) guitarra(s) intencionalmente desafinada(s) varios tonos cuesta abajo, el del doble pedal tejiendo velocidades demoníacamente sobrehumanas. Y obvio, el de voces guturales cuando no agudas -en el combo parece haber dos, una que gruñe y otra que grazna.

De Sociedad..., el grupo ha rescatado “Destruir” y “Chapa Tu Choro Y Mátalo”. Las nuevas versiones suenan aún más chancrosas que las tomas de la cinta, precisamente en el marco de un género para el que “peor es mejor”. Esa peculiaridad en la grabación se propaga a casi todos los tracks del EP -media docena, que en conjunto se quedan a las puertas de los seis minutos. Arranca éste con “Intro”, que no es otra cosa que parte del speech de Hades, muestreado del capítulo que a Orfeo dedica la recordada serie The Storyteller (segunda temporada, denominada “Mitos Griegos”).

Mugre opacidad, uniforme continuidad, ininteligibilidad, fugaz concisión. Algunos seguidores de la banda se han quejado de lo poco o nada que se puede entender de sus letras, cuando en el grind y afines la ira es el mensaje a transmitir/recabar. Esto se evidencia al escuchar “Pueblo Elegido”, “Motor De Sangre” o “Caca Blanda” -las dos últimas en una clave hardcore más reconocible-, siempre en la línea grind/crust/fast de la que hay antecedentes por montones en estas comarcas. Vale el esfuerzo, si es que estás habituado/a a este tipo de vejámenes sónicos. Si no, como dijese François Quesnay tres siglos atrás, “dejar hacer, dejar pasar”.

A poco de acabar el primer mes del año, el inagotable Miguel Ángel Burga liberó para descarga gratuita nuevo álbum acreditado con nombre civil, que se ha convertido en una tremenda sorpresa dada la fractura que implica respecto del devenir kosmische normalmente atribuible a su discografía. Pese a ser cierto que en algunos EPs Burga explora direcciones más periféricas, ninguna de esas producciones se adentra en ellas de la manera en que lo ha hecho su más reciente trabajo.

Según el músico, la génesis de Tecnología En La Religión Futura comienza un año atrás, cuando se propuso distenderse ejercitando su talento con programaciones y sampleos que guardaba en la PC o en la laptop. En cuanto a los sampleos, éstos habían sido creados a partir de voces cantando o rezando plegarias, con lo que su cualidad litúrgica queda fuera de discusión. Miguel Ángel no especifica si las piezas estuvieron perfilándose conforme trascurrían los meses o si se retomaron hace poco para pulirles y finalmente empacarles tras un mismo rótulo. Sea una cosa o la otra, el resultado suscita la sensación de estar audicionando expresiones sonoras de un credo teñido de orientalismo, en tiempos aún por venir.

Las programaciones recicladas postulan beats corpulentos de tempo rebajado -son todo lo iterativas que cabe esperar de composiciones pensadas para solemnes ceremonias en torno a un altar o tótem, sin mutar en/acometer empellones. Las atmósferas están llenas de ruidosa estética drone, pero su enérgica ominosidad no desciende hasta transfigurarse en lóbrega. Y las voces que percibimos como tales se asemejan mucho a las de aquellos/as hijos/as de los desiertos medio-orientales que llamaban/llaman a la oración, cualesquiera sea o haya sido su religión abrahámica de procedencia: almuecines, anacoretas, patriarcas. De ahí el aroma vagamente oriental y la invocación subconsciente a esa extraña fascinación por los mares de arena.

Sin embargo, en algo difieren estas visiones de Burga de las impuestas por las culturas judeocristiana y arábiga, y ello es el rol que la Mujer desempeña en estos cánticos futuristas. La divergencia propugnada calza a la perfección con el illbient escarpado que cincela áspero cada corte, con el minimalista IDM oscuro que facilita la metamorfosis de cada surco en un mantra, con el ambient dub ritual que adelanta su mirada cientos de años hacia el remoto mañana. De esta guisa, Tecnología En La Religión Futura bien puede plantearse como banda sonora alternativa de la fantástica Dune de Denis Villeneuve. Ignoro si el ex Espira la habrá visto o tenido en cuenta. De no ser así, estaríamos hablando de un excepcional caso de poligénesis sónica -que incluiría, cómo no, la ligeramente brutalista portada, soportal hiperbólico de un templo enclavado en mitad de grisáceos yermos.

Es una opinión subjetiva, por supuesto. Pistas como “Noth”, “iisaM”, “Shinto” o “Das” a mí se me hacen idóneas para vivir junto a los fremen, cabalgar los gigantescos Shai-Hulud, meditar las palabras de las Bene Gesserit. Números manantes de reverberaciones ritualistas con que suspirar por el advenimiento del Kwisatz Haderach -que no llegaremos a ver.

Hákim de Merv

jueves, 20 de marzo de 2025

Elisa Tokeshi: Mi Peor Accidente EP // José A. Rodríguez: Micromapas Del Subsuelo

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 12 de marzo de 2025.)

No había querido escribir sobre Elisa Tokeshi hasta ahora. Principalmente, porque me era imposible sintonizar con su desmadejado pop de hábitos coprolálicos, menos aún con esas vocales equilibristas entre volcánicas y desapasionadas. Quiero decir, la comprendía y sabía que era talentosa. Pero no conseguía sentirla, establecer una conexión fuerte y segura con la música que liberaba al éter. Cuando aparece Hipersensible (hubiera quedado mejor con los signos de admiración consignados en portada), pensé que acaso podía ser una cuestión generacional, ya que la peruana es bastante joven. Hoy sé que los tiros no van por ahí, sino por otro lado -el de las horas más oscuras, sentenciaría Dave Mustaine.

De padre aficionado al piano y a la guitarra, la cantautora empieza siendo una niña. No tengo claro si su proyecto solista Julieta Azul data de aquella época y se reactivó tras extinguirse el grupo de covers que integró en quinto de secundaria, o si Julieta Azul -que acredita un EP subido a SoundCloud en el ‘16, Artificial- arranca al decidirse a hacer camino sola. Como fuere, es recién en el ‘23 que aparece la primera referencia a título personal -el mencionado Hipersensible. Allí se hacen presentes in extenso las características del pop facturado por la muchacha: sencillo, honesto hasta decir basta, próximo al folk y al indie, contraproducentemente severo, muy pocas veces rockero, tan tributario de su frugal par anglosajón como de su mexicana contraparte mainstream.

Abre Tokeshi este 2025 por medio de Mi Peor Accidente EP. En la práctica, el extended es una prolongación de Hipersensible, salvo por la ruta escogida -excluyentemente acústica, o a lo sumo electroacústica. Pop desnudo cuyas raíces pueden rastrearse hasta los glasgüenses Camera Obscura por un lado, mientras que por el otro ganan la orilla de los bristolianos The Sundays, pasando a mitad de camino por Julieta Venegas o los finteros de Belanova. Lo mismo que las del debut, “intensidad” es un vocablo que define muy apropiadamente las cuatro pistas de la rodaja: “Hay Un Hombre En Mi Cabeza” (estrenada el año anterior), “Toxic”, “EX” y “Mi Peor Accidente”. Ninguna siquiera se aproxima al “rhythm’n’blues nigeriano” o al “afropop” cacareados en algunos comentarios online con pana y concha.

La voz de Tokeshi es aterciopelada. Claramente, Elisa es bien consciente de sus límites, y debido a ello se mantiene en los cauces de uso frecuente. Por eso es que no defrauda nunca. Esto último enmarca esa irresistible empatía con que la autora, de pronunciada tendencia a la coprolalia, nimba el abanico de emociones -mayormente negativas- que atraviesan sus canciones. Sólo en el surco epónimo, que arranca con efecto “vinílico” y ella al piano, las vocales llegan a desbordarse, consecuencia de la furia que les domina. No es para menos: Mi Peor Accidente EP parece consagrarse por entero a ajustar cuentas con un ex de la limeña -gruesa o leve, cada palabra tiene implícito destinatario de señas particulares, en medio de alusiones a likes y a bloqueos de WhatsApp. Lástima que hubo de mediar el final de la relación con mi enamorada para internarme en su agridulce aura. A nosotros también nos dejan, y no duele menos.


Novísimo mazazo que sucede al escuezante Manual De Ornitología (‘20), en Micromapas Del Subsuelo da pie José A. Rodríguez a una perfecta performance imbuida de esa profusa estética del Ruido a que se consagrase usando nombre propio. De esta forma, consolida el capitalino su faceta como cultor del noise, una bien distinta de las que acreditase a otras identidades (Aloysius Acker, los primeros años de Puna). En comparación con su antecesor, el mini-álbum consigue apenas ser catalogado como tal, si bien se da maña para transformar los conceptos subyacentes a su resonante título en significativas y estrepitosas sonoridades -que recorren la gradación ruidista sorteando hitos de algunos alias célebres como, digamos, los finlandeses PanSonic o el japonés Merzbow. El mérito es, ergo, doble.

Por espacio de escasos 16 minutos y monedas, Micromapas... incursiona en hostiles dimensiones en las que el Ruido es cal y canto, no importa sea éste digital o analógico. Rodríguez se rinde en cuerpo y espíritu ante la posesión casi sobrenatural de un estado bersek informático, de ésos que abundaban en los viejos 90s y que ya le habían sobrepasado en Manual De Ornitología. Como en aquella ocasión, el músico se apertrecha de variables aleatorias para consolidar la hegemonía de atmósferas fragmentarias -que, por sus broncos/dramáticos golpes de timón, recuerdan a la distancia las cuarteadas postales post apocalípticas de la seminal pandilla de Blixa Bargeld en sus mejores tiempos. El tratamiento es, pues, consonante con el del poluto ersatz erosivo/corrupto que reinase soberano en MDO.

¿Alguna diferencia sustantiva, entonces? Sí. Ésta se halla en relación directa con la austeridad draconianamente minimal que encorseta prácticamente la totalidad del mini-LP. “Prácticamente” porque, siendo verdad que determinados segmentos de MDS coquetean con las obras de los fineses o del nipón mentados, no es menos cierto que no todo en el disco es ruido desestructurado de instinto asesino. Es como si la indómita naturaleza airada y la necesidad de constante fractura hubieran sido subsumidas por el libreño a un ruidismo azaroso de moderadas frecuencias y copiosos ambientes vacíos. Ahí están las fugaces “Yacimiento Mineral” y “Osario De Hexágonos”, o “Hidrografía Subterránea”, para demostrarlo. Refuerza asimismo dicha impresión la impronta consignada en los bautizos de los tracks, más afines a carreras ligadas a la ingeniería de minas o a la topografía.

En algunos números, el Ruido cede lugar a insólitos colchones de palios armónicos, de ondas hertzianas de pulsión sobria. En “Sub Estación 79”, por ejemplo, la herrumbre descargada sobre lo más parecido que puede tener este Micromapas... a una secuencia se difumina al paso de pulsos ordenados que no tienen inconveniente en convivir a la par de cacofonías mil. Aunque de forma menos evidente, en “Análisis De Sedimento” sucede algo similar. Sin embargo, Micromapas Del Subsuelo cierra con “Hélices En Reversa”, cuyo óxido me trajo a la memoria esa obra de expresionismo cyberpunk que es Tetsuo The Ironman (1989). La ilusión dura lo justo, pues tras la avalancha de saturación analógica va ni-tan-de-fondo ese ruidismo empleado por el polímata, hasta colgarse y dispararle el tiro de gracia a la jornada. Auspiciosa manera de empezar el año. Publica la chilena Rata Sorda Rec.

Hákim de Merv

jueves, 13 de marzo de 2025

Christianes: Morriñoso Amor Ultravioleta

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 5 de marzo de 2025.)

Hace unos días cumplió tres décadas Ultrasol, unigénito documento discográfico legado por Christianes, entidad chilena que junto a otras coterráneas contribuyó a revolucionar durante los 90s el patio del pop chileno independiente. Tan notorio fue su impacto, como asimismo el de condiscípulos suyos (vg. Malcorazón o Congelador), que números de la talla de “Abril”, “Amapolas”, “Nunca Fui Más Que Dios”, “Tardío” y sobre todo el hitazo “Mírame Sólo Una Vez” aún hoy son tenidos por clásicos. Terceto del que emergería el enorme Cristián Heyne, considerado el Daniel Melero de Chile, bueno será a propósito de la efeméride repasar al vuelo las historias en torno a disco y a grupo.

NOCHE EN ESPIRAL

De facto, Christianes nació en 1989. Entonces lo integraban Heyne (bajo) y su amigo de barrio Christian Arenas (guitarra y voz). Una breve prehistoria tiene lugar a partir de 1986, cuando la dupla fundadora se ve fuertemente influenciada por estetas como The Jesus And Mary Chain, Cocteau Twins y The Cure. Acoplado en 1990, el tercio restante fue Juan Carlos Oyarzún, quien también cantaba y empuñaba la guitarra. Para el ‘92, el trío ya enarbolaba un sonido oscuro de etérea sofisticación, pero su actitud en escena tendía a ser un tanto hosca (si bien no a la manera de los hermanos Reid). Ante la imperiosa necesidad de ensayar más horas y el deseo de la mancuerna Arenas-Heyne de sonar más pop; fue estancados en esa suerte de callejón sin salida que Oyarzún, quien había asumido el rol de vocalista, deja tirando cintura a sus compinches.

Christianes capea el revés/coge un segundo aire y encara el reto de seguir adelante con la incorporación de Evelyn Fuentes, la enamorada de Christian Arenas y a la sazón estudiante de danza. Sería la última persona en ingresar al combo hasta su disolución, haciéndose cargo de la voz -decisión excluyente aprovechada para poner un poco de orden en la interna, clarificando responsabilidades. Desde ese momento, Arenas se ocupa del enfoque sonoro, mientras que Cristián Heyne hace lo propio con las letras. A juzgar por lo plasmado en Ultrasol, el curso de acción que posibilitó las renovaciones arrogadas en estos tres aspectos identificativos fue el correcto: menos de tres años después (verano del ‘95), la terna es fichada por la división mapocha de EMI, como sucediera también con los increíbles Pánico, Los Tetas y Lucybell (estos últimos siempre vilipendiados por Fuentes y compañía).

Ultrasol aparece un 2 de marzo, hace treinta años. Si sobreviven maquetas o demos anteriores al debut y despedida de Christianes, esas grabaciones se hallan en poder de sus autores -el otro testimonio de época es un CD single promocional con tres tomas de “Mírame Sólo Una Vez”, de las que sólo la acústica puede escucharse en YouTube. Por ende, no es posible establecer comparaciones verificables entre la fase precedente de los australes y la que ilustra el estreno. Éste despega en modo tour de force con “Planeta Luna”, “Remolinos De Fuego” y “Mírame Sólo Una Vez” sucediéndose sin pausa. Si las crónicas que describen las performances entre 1989 y 1992 son ciertas, es claro que el acto viró ¿(cuán) espontáneamente? tanto hacia el shoegazing como hacia la psicodelia más paradigmática.

VIAJE AL CENTRO DE LA MENTE

Signo inequívoco de la influencia que ejerciera el sonido patentado por My Bloody Valentine y similares, el uso de los pedales se torna extensivo en la placa -y con él, la distorsión y el murallón de ruido erigido a partir suyo. Cuando este último se desengruesa al punto de ganar cierta angélica transparencia, decreciendo así la presencia de teclados/mellotrones/campanas tubulares (cosa del músico invitado José Miguel Miranda), perfílase nítidamente la ascendencia de una ácida guitarra en generosas cantidades. Son adheridos a ésta textos entre oníricos y surrealistas, de los que abundan en “Sol” (primer éxito del trinomio), “Nunca Fui Más Que Dios”, “Amapolas” o “No Moriré Jamás (Como La Luz Del Sol)”. Es curioso el efecto que produce la conjunción de dos o más de los factores descritos -tórridas atmósferas de melódico noise, neblina lisérgica de síncopa impecable (cortesía de la batería electrónica de Arenas y de Juan Patricio Fuenzalida en percusiones varias), esbeltez distorsiva, nostalgia químicamente inducida. “Amor Ultravioleta”, “Por Qué”, “Remolinos De Fuego” o “Solté Mi Cuerpo Al Viento (Al “Viento Solar”)” se cuentan entre esas ocasiones irrepetibles.

Con todo, Ultrasol no habría llegado a dejar huella en las arenas del Tiempo de la manera en que lo logró si no fuese por su inconfundible cariz pop. Aunque los réditos de su fragua son compartido por Heyne y Arenas, cobran éstos especial relevancia gracias a la quebradiza, melancólica, emotiva interpretación de Evelyn Fuentes. No precisamente una cantante dotada, el susurrante registro ensoñador de la santiaguina -a quien se ha llegado a comparar más de una vez con Jeanette- abrillanta mucha de la chamba de sus compañeros. Esto se hace prominentemente visible en el tramo final del esférico, en canciones como “Abril”, la preciosa “Marfil”, “No Moriré Jamás...” y “Cuando Vuelvas De La Guerra (En El Viento)”. Al elevarse según los requerimientos de cada surco, su impronta “estrangulada” le permite ganar protagonismo casi exclusivo, tal cual ocurre en “Tardío”, en “Solté Mi Cuerpo Al Viento...” y en la arquetípica “Mírame Sólo Una Vez” -a cuyo conjuro se evoca incesante el recuerdo de Christianes.

Distribuido por EMI, el impacto de Ultrasol fue prácticamente instantáneo, tanto por méritos propios como por su atipicidad en el contexto del pop mapocho al promediar la última década del siglo XX. La baza, sin embargo, no fue capitalizada al máximo por la agrupación. Ésta tuvo siempre una relación distante con la prensa, por no decir tirante o abiertamente hostil, y no llegó a concretar sino escasos directos. Además, en el corto plazo comenzaron a divergir los intereses artísticos de cada miembro con respecto a los del resto, siendo el caso más evidente el de Heyne -quien dejó a medio mundo patitieso con Disconegro (1996), largada de su proyecto personal Shogún, que merece un artículo completo por separado debido a su insularidad. Así fue que Christianes se desintegra en 1997.

MIL CAMINOS

Pese a la sorpresa de una versión remasterizada de Ultrasol colgada hace un bienio en Spotify, las chances de una reunión de Christianes son computables en cero. De Christian Arenas, no se tienen noticias ni siquiera antiguas. En cuanto a Evelyn Fuentes, retomó sus estudios de danza, y desde el ‘08 cada tanto toca en vivo algunas de las canciones de su ex banda (la última oportunidad fue hace casi un año). Lanzó Sin Culpa en el ‘09 y Extravagante Azar en el ‘17. En España, Juan Carlos Oyarzún se sacó el clavo con Souvlaki, dueto junto a su compatriota pianista Carolina Mora que reportase un EP (This Sound A Bit Like Goodbye, ‘07), dos largos y una relectura de “Girl In Amber” de Nick Cave And The Bad Seeds lanzada como single virtual (‘20). A la par de consolidar una tremenda reputación como productor, Cristián Heyne eyectó a Shogún a la categoría de leyenda, y probó suerte en un formato más accesible gracias a Tormenta (sociedad al lado de Begoña Ortúzar).

Como puede inferirse, cada integrante de Christianes ha hecho camino propio dentro o fuera de la música pop contemporánea, y en esa senda han profundizado todos/as en el curso de lustros. Es altamente improbable, pues, que volvamos a verles codo a codo sobre la palestra. Nos queda el mitigado consuelo -que así y todo es mejor a no tener ninguno- de poder acceder ahora al íntegro de su debut desde cualquier parte del planeta. Y de, al amparo de sus sonidos, revivir esos tiempos mozos de entusiasta renovación en que los circuitos independientes latinoamericanos se vieron inmersos, previos al cambio de milenio.

Hákim de Merv