jueves, 18 de junio de 2020

Liquidarlo Celuloide: Anamnesis

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 27 de mayo del 2020.)

Que son días poco favorables para la Creación Heroica, es una afirmación que va convirtiéndose en axioma con cada nuevo almanaque desde el cenit de los 00s. Igualmente vero es que estas fechas se prestan más para deconstruir/revolver/desafiar las etiquetas que el pop contemporáneo forjase en periodos más felices de su generoso devenir. En lo que no hay acuerdo ni concierto es en si esa competencia para disolverlas y jugar con ellas tiene mérito intrínseco o no. Naturalmente, estoy convencido de que sí -o hace rato habría colgado la pluma. Encuentro esperanzador que a la taxonomía sonora le cueste horrores acuñar los sintagmas lingüísticos necesarios para describir aquellas inopinadas aleaciones hoy abundantes en las escenas independientes, y recurra a la yuxtaposición/mutilación de preexistentes categorías para salvar la situación.

Buena parte de los diecisiete, acaso dieciocho calendarios que lleva recorridos, Liquidarlo Celuloide los ha dedicado a refinar una zumbante sonoridad que cabe aquilatar vagamente como noise rock frankensteiniano. Ambient degradado, no wave, ruido blanco patas arriba, automatismos surrealistas varios, insania pig fuck, non-sense experimental, feedback atonal... Éstas y otras etiquetas pariguales han sido depositadas incontables veces en crisoles embadurnados de petróleo crudo, dando lugar a un output bramante que recuperase terreno gracias a Superfricción, rodaja del 2017. Ahora que los capitalinos se hallan próximos a las dos décadas de existencia, optan por estrenar su decimoprimera referencia en largo con nada menos que Jaz Coleman en las perillas.

La presencia del frontman de Killing Joke en labores de producción no es a priori influencial. Para Superfricción, LC mostró por primera vez elementos que lo conectaban directamente con el post punk original, matriz de géneros en que se forjase la Broma Asesina. Sin embargo, los créditos que le arroga Anamnesis (2020) al británico sí son indiciarios. Habiendo decidido la banda reorientar el maelström de disonante entropía espiral y pantanosas frecuencias arácnidas que galopa de continuo, hacia esas comarcas de convulsa/oscura angularidad eléctrico-epiléptica surgidas tras el estallido punk de 1977, quiso el Destino que el concierto de KJ en Lima (2018) lo abriesen los dirigidos por Juan Diego Capurro. “El flechazo fue instantáneo”, como dice una canción de Mecano -acaso porque, de la impresionante galería de Héroes que ofrendó el post punk a la mitología pop/rock, Coleman es el que mejor descifra el apocalíptico descerraje voltaico de los limeños.

Son apenas seis temas. No se necesitan más. La agrupación, mismo line up del capítulo previo -Giancarlo Rebagliatti (bajo), Capurro (voz y teclados), Efrén Castillo (guitarra), Alfonso Vargas (batería)-, a la que siempre me resistí a tildar de “psicodélica”; incorpora finalmente ADN lisérgico en modo “psych”. En efecto, el avatar celuloide que abraza y se funde con el post punk ha sido abducido por esa perturbadora demencia furibunda que arropó al grupo desde las fechas en que era el proyecto solista de Capurro, y que en Superfricción amenazaba con reconquistar lo que al principio fue suyo. Esa desequilibrante chifladura que gusta de sodomizar cualquier embrión de pensamiento lógico, que es más agresión que vuelazo, le salta a la carótida al viejo Coleman -y éste le recibe con los brazos abiertos, sabiendo lo que va a provocar ese encontrón.

El resultado es estremecedor. A los aceitados engranajes de Liquidarlo Celuloide les aditan ampollas concentradas de violencia neurótica, les disparan numerosas salvas de esquirlas de un industrial más mecánico que metálico, les invaden microorganismos fungiformes de torva densidad fangosa. Aquello que se levanta de esa fosa de tormento y agobio infinitos es una entidad emponzoñada, venenosa. El cuarteto es ahora una cofradía de cenobitas prófugos del Hades, devota del Lado Oscuro. Una célula subversiva de mantras infernales (debe ser el primer disco de la saga en que todas las pistas encajan voz), capaz de hacerse delgada como papel para atravesar defensas y bruscamente adquirir atroz consistencia/volumen (“Saliva”).


En Anamnesis -término que alude al estado mental susceptible de recuperar recuerdos inconscientes-, el combo puede soliviantar ominosas borrascas en torno a un riff GIGANTESCO que asume el rol de nota pedal (“Asfixia”). Puede epatar bilis y vileza en proporciones exactas (el single de adelanto “Lluvia Negra”). Puede arrastrar al productor a una colaboración estelar (“Perversión”, con vocales y sintetizadores de Coleman), por en medio de una trocha infestada de fétido/félido limo verde. Aquí se impone remarcar la laboriosa jornada acometida por el baterista. Mazazo tras mazazo, Alfonso Vargas gana todos los rounds de esta disputa. El punche con que va al choque y su precisión, digna de un pulsar, dan contigo invariablemente en el suelo y sangrando -incluso en “Bajo El Río De Neón”, track insuflado de dub, amansado por el expansivo groove que impone Vargas desde las baquetas. Los diez minutazos de “Bajo El Río...” dan reposo y sosiego al/a la escucha luego de haber sido vejado/a casi media hora, y cumplen además con el canon que observa buena parte de la tropa post punk clásica -el viaje de John Lydon a Jamaica no sólo fue determinante para Public Image Ltd.

La prueba palmaria de lo propicia que ha sido para Liquidarlo Celuloide la posición de las estrellas en Anamnesis es la brutal “Erupción”. La milimétrica interacción entre guitarra, bajo y batería, aupados sus ejecutantes a un frenético ritmo de hambrienta malignidad, de enajenante protervia; alcanza ese paroxismo pánico que estigmatiza el espíritu con arañazos de claustrofobia -algo así como el acojonante miedo ciego que te nubla cuando ves The Blair Witch Project (1999). Una alusión/ilusión inducida por la espantosa melopea “Alguien Dijo Que Ese Niño Nunca Estuvo Entre Los Cinco/Luego De Ellos Fueron Otros Los Que Desaparecieron”. Me he provocado una frikeada brava escuchando una y otra vez “Erupción” en plena madrugada, y me la seguiré procurando una temporada más, pues uso exponerme a aquello que me espeluzna hasta que ya no lo haga. Lo más cercano a un ave satani pop que se haya hecho aquí.


Hákim de Merv