
Prestando atención
a otras perspectivas, sin embargo, no han dejado de ser doce meses duros. Si
bien la movida no ha sufrido tragedias, algunos de sus personajes han padecido luctuosos
dramas personales. Es el caso de Josué Vásquez, animador principal del
movimiento UnderPop y uno de los músicos más carismáticos del circuito, quien
ha perdido a su padre semanas atrás. Situación similar atravesó Óscar Cirineo,
músico conocido como Galactic Seed, cuyo progenitor falleció en junio. El
oroíno no dejó pasar mucho tiempo, empero, para publicar nuevo álbum.

Poco puede afirmarse
sobre el proceso afrontado por el buen Óscar para terminar, empaquetar y
publicar estas pistas bajo el presente título. Vertebrado por bleeps
acrimoniosos y beats de techno diluido, Nazca
resuelve gran parte de las dudas estilísticas que había regado su predecesor, Sonidos Del Sol (como dije en su momento, mal paso tampoco era). El juninense ha tenido a bien repescar carcasas
geométricas construidas sobre aquellos continentes emergidos gracias a la
electrónica posterior al auge rave, sobre todo el IDM y el ambient-techno.
Consciente o no, esta decisión implica un regreso al modus operandi que
cultivase entre Tecnología Desconocida
(2012) y el Trascendental EP (2015,
última de sus producciones para Chip Musik y con el nombre de Semilla Galáctica).
Con todo, el giro
de 180° no ha significado sólo volver. “Poco puede afirmarse sobre el proceso
afrontado por el buen Óscar...”, escribí en el párrafo anterior. Al escuchar Nazca, no puedo evitar pensar en la
portada del -esperamos los fans que ahora sí- último disco de Pink Floyd (The Endless River, 2014). Galactic Seed
conjura efluvios estelares en este trip más allá de las estrellas y del Tiempo,
a la par de recuerdos ancestrales. Similares a las del filón apolíneo de
cualquier cosmovisión andina, las imágenes evocadas también indican la búsqueda
de un fin en el origen y viceversa. Es allí donde puede entreverse la doble funcionalidad
de Nazca: actividad o ejercicio con
que disipar el dolor por la pérdida de un ser querido, y catarsis estética con
que hacer frente al duelo. Cuando te ha tocado pasar por una experiencia
semejante, lo menos que te interesa es calificar...

Sin modificaciones
en el line up (Renán Monzón en batería, Carlos French en bajo, Bruno Sánchez en
guitarra), el power trio limeño se ha transformado en un Pulso Gravitacional
devastador, capaz de dar cuenta de todo lo que le salga al paso/se le ponga
enfrente. La veteranía ganada ha afilado las salientes doom y stoner de su
sonido sludge, descargando en poco más de media hora siete cachiporrazos atestados
de riffs de atronadora contundencia, de ejemplares blast beats que deben ser la
envidia para cualquier banda menor del ¿género?, de la gravidez sangrante de un
bajo que parece haber estado acondicionado en Júpiter...
Todo arropado tras
un volumen que, en vivo, debe ser potencialmente dañino. Por eso prefiero no
asistir a un directo del terceto, aunque me lo piense para constatar qué tanta
producción puede rastrearse en sus trabajos. Este Simbiosis tiene todos los visos de haber prescindido de ella, lo
cual habla de una terna que se acomoda muchísimo mejor sobre la tarima de un
evento que entre las cuatro paredes de un estudio. En todo caso, la falta de
mayor producción no hace mella en el impacto de la mortífera compactadora en
que se ha convertido El Jefazo.

Asfixiantes ráfagas
de materia oscura, pasajes subterráneos de maligna texturización nebulosa,
ambientes abisales que te aovillan hasta combustionar o lograr que cruja
todo tu armazón óseo -lo primero que suceda... Lo de Simbiosis es una (otra) rotunda piedra de toque con que adornar el
mosaico del stoner de sabor nacional y encarar la agobiante oligofrenia diaria causada
por la neurótica vida urbanita en el Perú. A Candlemass y a Josh Homme les han
de brillar los ojos cuando le escuchen.
Heredero de ese
thrash que viniese al mundo durante los agonizantes 70s, el fastcore o speed
punk ya ha cosechado sus primeros adeptos entre los millennials incas. A pesar
de no conocerles y de la exánime información disponible en Internet, se me
ocurre que la gente de Dom Dimadoom pertenece a esa categoría generacional
debido a su alias, creativa deformación del nombre que en Latinoamérica -Don Dimadon- recibe el insoportable multimillonario ¿texano? de Los Padrinos Mágicos (The Fairly OddParents, dibujo animado emitido
en el 2001 y que alcanzó diez temporadas).
El epónimo estreno -vía
Entes Anómikos- ha sido grabado entre octubre del 2018 y enero del 2019, y
publicado a fines del pasado marzo. Créditos de BandCamp hablan de mezcla y
masterización, pero la estruendosa bulla que ahoga los canales de audio, la
velocidad casi inhumana que asesina al conjunto y la brevedad del vinilo -ocho
temas en menos de diez minutos, un metrónomo debe estar marcándoles como mínimo
250 bpms- dan pie para cuestionar tamañas afirmaciones.

Hákim de Merv
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