jueves, 17 de noviembre de 2022

Catervas: Laberinto

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 9 de noviembre del 2022.)

Qué peculiar es, en ocasiones, el cúmulo de circunstancias que apuntalan la concepción de un documento sonoro y que a su vez se derivan de él. Puede éste rubricar más de un lapso significativo de tiempo, y también cerrar en estado de gracia un trayecto irreprochable en cuanto a actitud y evolución artísticas. En retrospectiva, su aparición puede vislumbrarse esperada/contenida hasta que las estrellas -o los cielos- ocupasen el justo lugar presidiendo la madurez compositiva del autor/de los autores, e igualmente mirar hacia el ayer para despedirse definitivamente de él. O abrazarlo para retornar a la semilla. Éstas y otras ideas, concurrentes o digresoras, pueden brotar sin tregua de una placa cuyas propiedades tan especiales le hagan merecedora de interpretaciones sin fin; no importando el o los géneros en los cuales quede inscrita.

Más que obtener una victoria unánime en la categoría “mejor lanzamiento nacional del año”, Los Cielos Vuelan Otra Vez consiguió hace cuatro años que Catervas pusiera a todos sus fans de acuerdo, amén de extender esa concordancia a buena parte de la feligresía rockera independiente. Con el novísimo Laberinto, es posible que dicho consenso se haya fracturado, pero de ningún modo para peor. Elaborado durante la encerrona pandémica, el álbum supera con creces a su predecesor en aquello que concierne a la pura ejecución instrumental -salto sobre todo perceptible a partir de “Desvío Nocturno”, tras el que menudean las composiciones que prescinden de voz: “Pléyades”, “Cañihuarac”, “Ecos Del Atlántico”... Es en ellas donde mejor se luce la artesanía del encargado de los teclados desde LCVOV, Juan Esquivel, quien imprime en (todo) el nuevo repertorio catervesco la polícroma estética de synthwave retrofuturista que suele emulsionar bajo el a.k.a. de Juan Nolag.

Acabo de invocar una etiqueta, la del synthwave. ¿Estilísticamente hablando, transita Laberinto esa avenida? No en rigor, pero sí gasta el pavimento de otras que corren cerca y en paralelo. Detalle nada menor, harto indiciario: cumplidas ya las bodas de plata desde que nuestra escena independiente les conociese a través de Crisálida Sónica: Compilación I (1997), y las de ébano desde que quedasen constituidos como grupo (1991), los Catervas deciden desentenderse del indie y del shoegazing para obrar un giro de 135º en dirección hacia firmamentos post punk y dark. No es que el cuarteto reniegue de las constantes que signasen su crecimiento entre Semáforos (2004) y Los Cielos... -algunos pasajes puntuales aquí y allá conservan esos sabores-. Ocurre que son ahora el post punk ‘77-‘84 y el rock oscuro ochentero los que dominan platea y mezanine. Y así como antes el indie y el baggy eran matizados por la neopsicodelia y el pop, hoy los ingredientes de mayor presencia son matizados por la new wave y el synth. O el enlace de ambos.

A veces, escribía hace un rato, se regresa al pasado para saldar cuentas pendientes. O para completar el círculo. Eso es lo que, a mi entender, comporta la existencia de este Laberinto: un retorno solemne-en-las-formas y emocionalmente sublime a la última gran edad dorada de la música pop en que galán todavía mataba billetera, en que la Música avanzaba alimentada por el fervor y el idealismo de sus estetas, antes que por los fajos de las majors y del mainstream. Porque los 90s tuvieron asimismo una magia única e incomparable, claro que sí, pero la gestualidad cínica y desengañada les copaba casi siempre. La majestuosidad de canciones como “Aura”, “A Través Del Silencio” (de indescifrable anclaje rítmico) o “El Sonido” remite a lo más selecto que ofrendasen las vanguardias de negra cosecha 80s. Cocteau Twins, The Durutti Column, Dif Juz, The Cure... Por lo menos hasta “Cañihuarac”, el plástico despide ese cálido brillo mate que comparten la cerámica en frío y el mobiliario de madera añeja cuando han sido objeto de una cuidadosa restauración, incluso en un número tan new wave como “Espejismos”. Añadiría al rosario de nombres, además, el de Pieter Nooten. Algo del ambient rock de avanzada que el neerlandés despachase junto a Michael Brook en Sleeps With The Fishes (1988) palpita en “Aura” (coproducida con Jason Fashe), de idéntica manera que la impronta del europeo estampada en los LPs definitivos de Clan Of Xymox. Y aquí es imperioso conceder puntaje adicional a Esquivel -aunque no descuelle tanto como en la segunda parte, es evidente que la chamba de mi tocayo deviene en esencial para la solidez del dédalo en conjunto, tanto como la del bajo indesmayable de Raúl Reyes.

No se trata de que, durante la segunda mitad de Laberinto, la banda de los hermanos Reyes se sienta menos a gusto emplazada en los 80s. Pasa que, sin dejarles atrás, de “Cañihuarac” en adelante se ensaya una somera remembranza del camino fatigado en el período ‘97-‘01. Recalco: somera. En el esférico, no existe el menor rastro de shoegazing como tal -sino en fase dream pop, y sugerido más que explícito (a través, sobre todo pero no excluyentemente, de la performance vocal de Pedro Reyes). “Cañihuarac”, por ejemplo, es lo más post rock que sonará Catervas en esta entrega; con su ejemplar bateo a lo Tortoise y su epílogo ambient. “Melomaniac”, claramente 90s, evoca la flama de esa neopsicodelia de la que Happy Mondays y The Stone Roses fueron adalides indiscutibles. Y “Mírame” les va a las dos un poco a la saga, dejándose ganar lenta y firmemente por el espíritu de la década anterior. El opus, de hecho, baja el telón con “Ecos Del Atlántico”; volviendo a sintonizar las senescentes sonoridades lúgubres del penúltimo decenio del siglo pasado, y exhalando sus últimos alientos con una seguidilla de lo que parece ser feedback transmutado en estado gaseoso.

La restitución modal hacia los 80s que supone “Ecos...” no sólo le otorga un plus de cohesión a la jornada. También acaba por darle una aureola muy particular, semejante a la de uno de los hitos mayores en la historia de la música pop, de referencia obligada para el ethos melómano de estos limeños: el Disintegration (1989) de The Cure. Ojo, no estoy aseverando que Laberinto suene a Disintegration. Lo que digo es que Laberinto puede leerse/escucharse como el Disintegration de Catervas, con todo lo que esa afirmación implica. Ello plantea dos preguntas: 1) ¿Significa que el combo optará en lo sucesivo por recrear los viejos 80s?, y 2) Tal cual se especulase a fines de 1989 con el grupo de Robert Smith, ¿será ésta la última función para Catervas? No lo sé. Yo espero que las respuestas sean: 1) No, y 2) No. Por ahora, sigo deleitándome con la monumental consistencia y el magnífico nivel que acredita el sexto capítulo que han lanzado estos Reyes (sin contar maquetas, compilaciones ni rarezas). Y secretamente, disfruto de la coartada de la que este Laberinto, que el enorme Mario Silvania produce y Automatic edita digitalmente, me provee: clarísimo candidato a disco nacional del año.

Hákim de Merv

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