jueves, 21 de febrero de 2019

Novalima: Ch'usay // Tribu: Círculo // El Otro Infinito: El Abismo En Cada Objeto EP // Rhor: MCMXCIX

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 13 de febrero del 2019.)

LOS DISCOS PERUANOS DEL 2018 QUE NO ALCANCÉ A RESEÑAR (III)

En su tremebundo More Brilliant Than The Sun: Adventures In Sonic Fiction (1998), el teórico afroinglés de ascendencia ghanesa Kodwo Eshun sostiene una buena cantidad de tesis harto audaces. Sin duda, la más atrevida de ellas se refiere a la filiación cultural alienígena y/o superhumana gestada durante siglos por los hijos de los africanos cuyos padres y madres fuesen violentamente arrancados de sus pueblos originarios. Obligadas a adoptar la civilización de sus “amos”, que les era por completo ajena, millones de personas fermentaron una identidad sincrética dentro de la que han nacido y se han formado nietos, bisnietos y demás. El autor valida su proposición pasando revista a los grandes cambios aportados por afrodescendientes en las esferas de la música popular: Sun Ra, Grandmaster Flash, Miles Davis, Public Enemy, Herbie Hancock, Ultramagnetic MC’s, James Brown, Goldie, Funkadelic... Listarles se hace inacabable.

En el Perú, el citadino promedio es una mezcolanza de muchas razas y muchas culturas. De modo que en Novalima, la inclinación por reacomodar las raíces de la música tradicional afroperuana entre beats, reverbs y dub, tiene tanto de intencional como de natural. Máxime si se recuerda que en sus años aurorales el grupo sólo existía de modo virtual -se trataba de peruanos desperdigados por el planeta, que armaron sus dos primeros episodios discográficos interactuando cada uno desde su propia esquina del mundo utilizando el correo e Internet. En efecto, la primera formación acredita a Carlos Li Carrillo (en Hong Kong), Ramón Pérez Prieto (en Lima), Rafael Morales (en Londres) y Pier Paolo De Bernardi (en Lima). Todos ellos coincidieron a lo largo de los 90s en la entente psicodélico-progresiva Avispón Verde.

Se suele sindicar al Afro (2005) como la mejor jornada de Novalima. Es la más visiblemente reconocida, no la mejor. Ese sitial lo disputan Coba Coba (2008) y Karimba (2011). El mérito del Afro es haber sido muy efectivo al mixturar la electrónica con las sonoridades típicamente negras de nuestra nación, al punto de abrir cancha para un viaje comunitario que ya lleva seis discos a cuestas. Novalima es, ciertamente, la única agrupación local de aquello que hoy abarca la genérica denominación “global bass” -electrónica mestiza, en buen cristiano-; y que ha logrado trascender en el Tiempo enhebrando una carrera consistente. Ha hecho mucho más que el indigenismo resultón del Café Inkaterra (2004) de Miki Gonzáles, la mendicidad efectista del Peruvian Electronic Chicha (2009) de Lima Tropical Beats, el descalabrado chill criollo del Cholo Soy (2006) de Jaime Cuadra, y los interesantes pero sumariales alias de cumbia digital Ucayali Maestro y Sonidos Profundos.

Mas, como reza el dicho, nadie es profeta en su propia tierra. Aunque Novalima ha sido invitado de lujo en numerosos festivales internacionales y en célebres programas radiales (la sesión para KEXP - FM de Washington fue apoteósica), en su hogar apenas si cosecha laudos. Ello no amilana al combo en el que actualmente militan Pérez Prieto, Morales, Grimaldo Del Solar, Milagros Guerrero, Alfonso Montesinos y Constantino Álvarez; que en septiembre pasado editó Ch’usay.

Algunos momentos del Planetario (2015) como que dejaban entrever un viraje in extremis tímido hacia la cepa altoandina de nuestro folklore -“Tinkalamina” era muy revelador en ese sentido. En este Ch’usay, se siente exactamente lo mismo. La epónima apertura se atreve acaso un poco más con respecto de “Tinkalamina”. Eso es todo, empero. A partir de “Herencia”, el resto del repertorio corre embebido del sello afroperuano característico en Novalima tras Afro. La percusión de estirpe ‘mulata’ es dueña y señora, y sobre ella se erige una electrónica que devora lo que necesite de las demás tradiciones nacidas merced a la Diáspora Negra: hip hop, salsa, afrobeat, reggae -el ahora sexteto ya ha dado muestras de fantástico acoplamiento con el sonido bandera de Jamaica, como el dancehall de “Ruperta/Puede Ser” (al lado de los cubanos Obsesión) y el demoledor roots dub de “Malivio Son”.

Si bien el disco tiene sandunga, nunca se desboca, siempre se le percibe contenido. Me aventuro a explicarlo en estos términos: con Planetario, la reinvención electrónico-afroperuana que ensaya Novalima ha minimizado el empleo de samples. Aunque “Herencia” muestrea un fragmento del clásico festejo “A Mí No Me Cumbén”, su uso ha bajado drástica y valientemente después de Karimba. Tal vez el grupo se halle en una encrucijada: enrielarse definitivamente hacia el afro, acometiendo para ello un importante salto evolutivo que le(s) transforme, o hacerlo mutar a través del componente electrónico. Mientras no abandonen este último, escojan lo que escojan, seguirán contando para mí.


Al primer golpe de vista, poco o nada guardan en común los nombres de Matus y Pastizal. El primero, emparentado desde el principio con una psicodelia densa y dura, de eventuales accesos space, stoner y heavy; apela mucho a la oscuridad alucinógena. El segundo está inserto en el pelotón de identidades neopsicodélicas limeñas que ya acreditan un kilometraje prolongado (Hipnoascención, Leche Plus, Transparente, Sounds Of Salomón Jedidías And Space Rock), sin haberse renovado más allá de avatares y advocaciones.

La vida siempre se las arregla para dejarte patitieso/a. Una de esas oportunidades es la alianza establecida entre Richard Nossar de Matus y Yazmín Cuadros (a) Yazmín Danza Fuego de Pastizal. Además de en Matus, Nossar ha dejado huella en otros dos proyectos menos conocidos: Quemos y Aura Tornasol. Cuadros, por otro lado, estuvo en las filas de Pastizal cuando éste daba sus primeros pasos en un primigenio registro kraut rock, allá por el 2000. Su unigénito Indiferente (2007), pues, no la incluye. Tras participar en actos como Aborigen y Mitos Raíces, ella armó en el 2012 el individual Diáfana Bermellón, del que puedes escuchar un puñado de piezas de gran manufactura colgado en su cuenta SoundCloud -pero que, insólitamente, la propia autora considera más bocetos que temas. Alguien debería animarla a empaquetar estos archivos en un disco-carpeta con nombre propio y portada: no se merece menos una inquietante experiencia solista que hibrida el espectral ruido fulgente de la 4AD más interesante de los 90s y la minimal artesanía post rock que produjese la escudería Too Pure en ese mismo período.

En el 2016, ambos músicos se conocen gracias a amigos compartidos. Y en diciembre de ese mismo año, viajan a Chavín de Huántar para recibir el Solsticio de Verano, periplo que los aupó a crear un disco juntos.

Así nacen Tribu y las bases para su primera rodaja, Círculo. Se agita en ella una sensación de permanente mesmerismo regresivo. Quizás “regresivo” no sea el vocablo que estoy precisando, porque ello implica que motivos epifánicos como la embriagadora instrumentación étnica -crotales del Tibet, silbatos cerámicos, shakapas y sikus, un tambor de agua, un didgeridoo-, animistas votos a los númenes de la tierra y de la selva, o imágenes del bosque bajo el ensangrentado crepúsculo; han quedado circunscritos al Pasado. No es así, es sólo que en la ciudad hemos preferido olvidarnos de todo ello.

En fin, puedes tachar “regresivo” y colocar “báquico”. Hasta “selenita”. Tribu trashuma una sacralidad pop que pica en corto entre el space más volado (“Llegando Al Sol”), el tribalismo a lo Dead Can Dance (“Todos Los Jaguares (Canto Para Yana)”, de los primeros surcos compuestos y uno de los más trippies) y el gancho de unos Cranes en sus instantes más accesibles. De hecho, números como “After Dark” (el único donde se escucha la voz de Richard) y “Nube Roja” parecen haberse escapado de un Wings Of Joy de acabado pop, venido de otra dimensión.

A destacar el nutrido concurso de músicos invitados, entre quienes figura Camilo Uriarte, que impulsan el misticismo post chamánico para tribus urbanitas nativas del nuevo milenio que envuelve a Círculo. Disco generoso en texturas dramáticas y ominosas, espero revele definitivamente a uno de los secretos mejor guardados en lo que a privilegiadas voces femeninas de la escena independiente se refiere -oculto bajo el manto de la modestia por muchos años. La edición en físico estará a cargo de las independientes Luna Pagana y Catrina Records.


2018 inusualmente activo, el de Alfonso Noriega. Como El Otro Infinito, ha publicado El Abismo En Cada Objeto EP (junio) vía Chip Musik, Un Antiguo Enemigo EP (octubre) vía Bifronte Records, y Pequeños Métodos EP (noviembre) vía SuperSpace Records. Escojo El Abismo... EP porque tengo entendido que UAE es el primer tomo de un díptico llamado ‘Irrupciones’, cuyo segundo tomo también saldrá a través del sello mexicano, y Pequeños... EP es un “ejercicio suelto”.

El nombre de El Abismo... EP remite al debut infinito del 2014, Buscando Un Abismo En Cada Objeto Y Puertas​.​.​., pero no hay nada que les relacione más allá de esa directa alusión. En cuanto a la música aquí dispuesta, encuentro útil recordar que el mini-album 21 fue pasto de algunos desbalances del febril intelligent techno que Noriega abrazase desde que echara a andar en estas lides: había allí mucho más de intelligent que de techno, lo que se notaba por contraste sobre todo en “Los Dioses De Arena”, suerte de válvula de escape para los bpms relegados a un costado en el resto del round.

El Abismo En Cada Objeto EP enmienda el desajuste en parte. Aunque los ritmos programados y las secuencias recuperan su lugar, el introspectivo y casi inmaculado ambient post-rave permanece subrepticio, manante en su tranquilidad, encapotado en su aislada vigilia nocturnal. El resultado de esta tirantez es un IDM nerviosón que no llega a estallar, acaso arrullado por un notorio incremento cuantitativo de las guitarras procesadas, como en “Saigón”, "White City, Black City” y “DJMP” (que contiene un sample de “Itazurana Neko”, track de Miyagi Pitcher que aparece en Okuraseru, su esfuerzo del 2017). “Las Mareas Traen Tu Nombre” purga los beats de sus cuatro minutos y pico, para endosárselos a “Los Fantasmas Del Rocío”, con lo que éste se convierte en el corte más animado y menos acuoso del extended.

Pese a la tensión descrita, este EP aparenta haber sido engendrado como el cierre de una etapa y el inicio de otra a tanto más personal; donde se prefiere el perfil bajo y el andar constante, la noche sin reflectores ni estrellas, la sobriedad incesante y la contemplación impertérrita. Publica, como ya se dijo, Chip Musik -(no sólo) bóveda de la reserva nacional del mejor IDM/post IDM.


Tranquilamente, I – IV (Demo) fue la revelación más impresionante del 2015 en predios nacionales. El mini-album, tour de force de gran nivel instrumental, deconstruía el clásico sonido Seattle para transmutarlo en un post grunge que hizo parar las orejas aún a quienes nunca han sido muy hinchas de Nirvana y compañía. De este modo se daba a conocer Rhor -no confundir con el fugaz experimento L-Ror, antologado en el heterodoxo triple colectivo Mixtape (2004)-, cuya primera etapa pondera como principal la influencia de los Alice In Chains que cultivasen gloriosa pericia para la ejecución de una veta acústica en Sap EP (1992) y en Jar Of Flies EP (1994), que luego trasladarían electrificada al epónimo largo de 1995.

Tres años después, Rhor entrega su debut, MCMXCIX (2018). Los integrantes son los mismos -Adrian Pastorelli en voz y guitarra, su hermano Diego en la otra guitarra, José Jordán a las baquetas y Daniel Delgado en el bajo. No obstante, el abanico sonoro del grupo se ha ampliado: en éste, ahora cruzan sables el post grunge y el indie más estoico y contenido, terciando ocasionalmente el post rock de nostálgicas guitarras quebradizas a lo Mogwai. De grunge químicamente puro, muy poco.

Casi cuarenta minutos de un sonido magnífico, producto de trenzar las características genéticas más compatibles de cada género -haciéndoles complementarse en un único output donde la melancolía y la dicha convergen sobre atmósferas de desértica aridez, de soledad urbana, de melodiosa otredad... Huelga decir que la performance del cuarteto para este registro se ha volado la barda: su elaboración compositiva es mucho más compleja, como cabe esperar de la unión en-primera-instancia imposible de tres discursos sónicos diferentes unos de otros, y la creatividad de concepto y arreglos salta al tímpano. Una obra maestra organizada en espiral ascendente, que solita se tumba mil veces por minuto cualquier aspaviento proveniente del migrañoso y exánime pop/rock mainstream -que todavía se resiste a morir y ceder su lugar en medios masivos de este país de pacotilla.

Ah, me olvidaba. Rhor ahora tiene voz.



Hákim de Merv

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