jueves, 10 de febrero de 2022

Attaraxis: Bedroom Background Music // Evah: Meditaciones // Carlos French: Tecnoética // Maribel Tafur: 2106 EP

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 2 de febrero del 2022.)

LOS DISCOS PERUANOS DEL 2021 QUE NO ALCANCÉ A RESEÑAR (II)

Alguna vez me aventuré a afirmar que, mientras personas de leyes para quienes la Música es una segunda pasión hay muchas, pares suyos que a la vez sean músicos no abundan en idéntica proporción ni remotamente. Abogados/as coleccionistas, melómanos/as e incluso ejecutantes de finde, conozco a varios/as. Bogas que con la misma seriedad se dediquen también a la composición sonora, de otro lado, brillan por su casi total ausencia.

(Debe existir un correlato que soporte esa estadística. Entendido como la garantía del ejercicio de las posibilidades, el Derecho se mueve en un ámbito claramente demarcado -el de las normas que fundamentan el concierto sociopolítico de la civilización contemporánea. La razón de ser del Arte, más aún del que ha fermentado al calor del regazo de la cultura pop, es el constante exorcismo de los conflictos existenciales que genera ese orden imperante.)

Me gustaría mencionar a Attaraxis junto a (Bruno Cuzcano) y a Resplandor (Antonio Zelada) como solventes paradigmas de compatibilidad entre el Derecho y el Arte. Todavía es pronto. Alejandro Pizarro estrena alias en marzo del 2021 subiendo en varias plataformas un trabajo cuya denominación adelanta mucho del espíritu del proyecto. Bedroom Background Music consta de siete números gestados a través de la expresividad de un synth pop correctamente manufacturado, pero desigual en resultados.

Delinean la primera etapa del trayecto viñetas enfocadas en melopeas pedestres, de ésas que puedes silbar si las escuchas hasta que la asiduidad las torna familiares. Acorde con el enfoque, las secuencias son bastante elementales -y las texturas, cuando las hay, son peligrosamente vacuas. Llegado a su centro, BBM me recuerda a los demos que ofrecen ya prefigurados sintetizadores y/o teclados. Nada transforma en especialmente recordables tracks como “Cloudy Rain” o el inicial “Believe”.

Afortunadamente, Alejandro se decide a tomar el toro por las astas en el segundo tramo. Los sugerentes detalles ornamentales que con anterioridad lucían algo huérfanos -el scratch, el palanqueado click de las viejas cassetteras-, vibran ahora significativos. Ello, porque el synth que tras la mitad emana Attaraxis aprehende mejor las lecciones impartidas por capos del ayer y del hoy. Visage y Droid Bishop, Pete Shelley y Castlebeat, John Foxx y Emeralds, O.M.D. y TeeeL: el joven estudiante de abogacía insufla software y hardware de emotividades que randomiza con tino.

Programaciones veloces y efectivas (“Sunshine”), lirismo de prístino romanticismo (“Synths Ballad”, tranquilamente puede inscribirse en el repertorio de Blind Dancers), síntesis etéreamente taciturna (“Left U Out”)... Ésas son las características que sacan a flote el primer esfuerzo de Pizarro, las que más afanosamente debe cultivar con miras a su siguiente paso. Mucho por asimilar y corregir, pero me quedo tranquilo sabiendo que el talento está ahí. Depende exclusivamente del muchacho hacerle germinar para alcanzar las alturas que merece.

Del género pop independiente perucho cercano a los estándares que maneja el mainstream, muy poco cabe esperar. La aplastante mayoría de quienes abrazan su filo más rockero viene cortada por la misma trasnochada tijera. Y quienes se mantienen en sus trece, corren el albur de acabar contaminados/as por la osmótica baquelita que secreta la “industria de la música” (¿?). Lo mismo vale para los/as solistas -son contadísimas las excepciones que escapan a este sino.

No me queda claro si Evah sortea ese ineluctable hado o sucumbe a él. Más frecuentemente, me parece lo segundo. Entiendo que Meditaciones es lo primero que saca en largo la comadre, o como mínimo lo primero que saca distanciada de la argolla de “estrellitas” que se mueren por obtener el indulgente desdén del establishment radiotelevisivo local. Cual fuere el caso, Meditaciones se ha visto ¿favorecido? con una producción de primer nivel -o al menos eso dice el material de prensa que medio mundo ha rebotado. El texto en cuestión cita a David Chang, Santiago Aliaga y Alonso Bermejo como productores; nombres que a mí no me dicen nada, salvo el de Aliaga. Mis alarmas terminan de enloquecer cuando la parrafada habla de “...industrial musical latinoamericana...” y sumar “...sonidos más urbanos a su esencia R&B...”.

¿Es para tanto? Sí y no. Admito que el álbum ha sido más que cumplidoramente producido. La imagen que proyecta es la de una obra cuya totalidad/tonalidad de notas queda justificada con una masterización 10/10, calzando perfecta para estos tiempos en que ídolos de barro han hecho del rhythm & blues cualquier huevada. Presionas play, y le puedes dar dos e incluso tres bises como música de fondo mientras limpias tu habitación y zonas aledañas.

Te sacude un giro de 180 grados, empero, si te sientas a escuchar con todos los sentidos este Meditaciones. Aunque los indicadores de sacarosa se mantengan dentro de las dosis tolerables, no puedes evitar sentir esa incomodidad que suscita un r’n’b plastificado y lustroso, revestido de una pátina de aséptica sofisticación que causaría vergüenza ajena en los rostros de gente como Howlin’ Wolf, Muddy Waters o Aretha Franklin. Inhábil para trascender la imagen vistosa y la superficialidad rochosa, al cantar intenta Evah abrir su registro y evitar quedar encasillada. No sólo no lo logra, sino que además evidencia sus coqueteos con mierda auditiva tipo trap (“Marea”) y reggaetón (“Despertar” bastaría para coger Meditaciones y estrellarle contra la pared, o echarle al bote de basura más a la mano).

Hay un puñado de cortes que redimen a esférico y cantante, sin embargo. Cortes todos emparentados al funk y al soul de vieja escuela. “Pausa”, por ejemplo, apuesta a practicar un update minimalista de ambos códigos sonoros. Similar ruta trashuman “Latitud” y “El Corazón Se Acelera” -un George Clinton atiborrado de sustancias barbitúricas podría haberle firmado-. “Let It Go”, por su parte, es la única recreación r’n’b atildada del CD. Para su desgracia, este puñado no consigue borrar el mal sabor de boca que impone el resto del menú. De regular para espantoso.

A juzgar por lo editado desde “Camino De Los Sacrificios” (noviembre del ‘19), no deja de ser curioso cómo las personalidades escindidas de Carlos French pueden desdibujar los contornos que las definen para absorber elementos identitarios propios de cuanto otro yo habita ese mismo cuerpo, para después reconstruir con severidad los exactos límites que les separaban. Ídem cuando se trata de expulsar lo que no se condice con los perfiles de los que dichas personalidades blasonan.

Ya hace mucho rato que el bajista de El Jefazo parece haber tirado la toalla con el primero de sus proyectos, Coca Negra, cuyo último 7” apareció en noviembre del ‘20 con el indiciario nombre de Totalmente Abatido. Que se trate de un estancamiento temporal es tan probable como que parte del ADN de CN haya sido reconfigurado en los lanzamientos que French publicase usando nombre civil. Con éste, en cambio, su actividad se ha mantenido indesmayable -con un 45 subido en diciembre último y tres placas completas concebidas durante el ‘21. De éstas, escojo la que mejor condensa la estética que Carlos ha desarrollado tras “Camino De Los Sacrificios” -Battledoge (mayo) es un tanto más reposada, y Arkham huele a nuevo giro, guiño a Lovecraft incluido (no el primero de su prontuario).

Tecnoética (agosto) es una magnífica faena de cyberpunk. No en un sentido Tetsuo The Iron Man (1988) o Blade Runner (1982), referentes ambos muy válidos, sino en un sentido Black Mirror (2011), Altered Carbon (2018) o la excelente Sleep Dealer (2008). Es decir, una mirada a la cotidianeidad de ese futuro cristalino que las élites no se cansan de pregonar, una vez que gadgets y adelantos tecnológicos pierdan la novedad y pasen a engrosar el catálogo de herramientas de lo más corrientes. Así, Tecnoética funciona como invisible lado B de los “brochures” que seguirán gritando las bondades de los avances científicos en ese hipotético mañana, cuando éstos ya empiecen a generar hastío y tedio.

Si en Battledoge se insinuaban conexiones con el IDM e incluso con el drum’n’bass, en Tecnoética el ambient que pergeña French no teme protagonizar a cielo abierto esas insólitas aleaciones. El intelligent techno de “Replicante”, verbigracia, homenajea a los ¿antagonistas? de Blade Runner con un nerviosismo que remite a la circularidad del jungle. “Producto Programado” se pega al IDM para capturar el zeitgeist de esos días por llegar en que las tecnocracias no revistan mayor novedad. Y aunque “Esterilización” prefiere revisitar las jornadas aurorales de la EBM, su mecánica interna es empujada por el género que llegase a su mayoría de edad con Brian Eno.

Reconozco que la primera parte del mini-LP tiende a ser algo más conservadora. Yo la aquilato como el prefacio de visiones peligrosas que depara el porvenir a las nuevas generaciones: neuromantes drogándose con el olor a cromo quemado (“Tecnoética”), abrazos de silicona mientras esperas en la densa oscuridad la aparición de ángeles con ojos de televisión (“Pulso”), rosas holográficas sólo perceptibles en las proximidades de murientes estrellas rojas (“Ojos De Dicroico”). Una inquietante ventana al futuro, la que ausculta French.

Sostenido y perseverante, el camino que ha recorrido Maribel Tafur hasta su feliz hora actual. Supe de ella un par de meses antes de anunciarse la fecha de Slowdive en Lima (2017), en la que figuró como telonera sin llegar a presentarse -para mejor: el arranque de la tocada demoró un poco, y el público peruano no destaca precisamente por la paciencia con quien(es) precede(n) al headliner.

Cuenta cuatro debuts la talentosa limeña. El primero data del 2002, capitaneando el mástil del bajo en Valium. El segundo, cuando echa a andar Intune (2011), empresa peruana que escribe/licencia música mayormente ambiental para spots y locaciones de negocios comerciales. Y el cuarto, como parte de Budapest, combo que completan el multi-instrumentista Neto Pérez (guitarra y charango) y la vocalista Giuliana Origgi, y donde Maribel se encarga de beats y sintetizadores. La mixtura de canto coral, indie folk y tradición sonora peruana que proponía el extended con que Budapest se estrenó, Conífera (2017), concitó mucha atención de parte de un sector de la prensa especializada.

En plan solista, el tercer debut se vio diferido a diciembre del 2013. Colgado ad portas de la Nochebuena de ese año, el mini-álbum Mysteries Of Love interioriza esa cálida y confortable estética de electrónica chill out que a partir de entonces se ha visto potenciada/estilizada con cada nuevo fogonazo de la autora -salvo “Luna”, surco cedido a Surrounding: South-American Women In Electronic Music (2017), muestrario de la independiente Surrounding donde Tafur revela una faceta más propia de los tiempos inmediatamente anteriores al estallido IDM de los 90s.

2106 ha sido anunciado como el cuarto extended de la artista. Disiento. De los cuatro uploads que suceden a Mysteries..., el único compatible con esa definición es el que motiva estas líneas. Tal vez forzando el significado, el otro que calificaría es “Grevillea” (2019): sus más de once minutos le ubican a medio andar entre el EP y el single. Porque “Coral”, improvisación elaborada durante la transmisión online del documental La Terre Vue Du Coeur (2018), califica como 45 pese a su carácter conceptual.

Concurramos o no en esos usos, 2106 EP es un registro pletórico en nostalgia, esencialmente de la clase que los lusohablantes han llamado saudade. Desde la portada, una fotografía tomada por la madre de Maribel y que el paso del Tiempo ha desgastado, hasta el genial recurso de utilizar la sonoridad analógica de cintas VHS, digitalizadas muchos años atrás por el padre de Tafur; el artefacto deviene en bitácora de memorias (y emociones asociadas) que la compositora atesora sobre su infancia -y, por ende, remite constantemente al pasado. Un ambient digital de tosca fidelidad que vuelve la mirada hasta perderse en los recuerdos más lejanos: los presets como vidrios golpeados por la lluvia donde se refleja la ocasión en que supo el por qué de su nombre (“Soñó Maribel”), el piano que se adhiere a las voces de sus compañeros/as en el nido (“Portal”), el borroso audio verité de su cuarto cumpleaños (“Mi Papá Me Regaló Esta Flor”), la titilante textura del MIDI que rememora el hogar familiar en el distrito de Jesús María (“La Casa”)... Difícil de creer que semejante rush del hipocampo pueda acontecer en apenas 18 minutos.

Me quedo con la pista epónima de 2106 EP -otra vez el piano, ahora envuelto por la brisa marina, arropado por las olas que terminan de extinguirse a la orilla de la playa, escondiendo en su seno y casi del todo los graznidos de las gaviotas. Un shot de serotonina a la vena -con un cuarto de miligramo de oxitocina- para rubricar la sorpresa del año. Congratulaciones.

Hákim de Merv

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