(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 16 de febrero del 2022.)
Pegan primero en lo que va del 2022 la napolitana
Unexplained Sounds y su subsidiaria Eighth Tower Records -con dos compilaciones
de músicas acrisoladas entre las atmósferas de inextricables gofrados y la
invencible pertinacia de los drones, entre la pétrea pesadez del industrial y la
galvánica incandescencia del Ruido, entre el ambient dark diseminado a través
de los circuitos independientes del planeta y el avant garde electrónico que
todavía sobrevive/resiste gentrificado en las periferias del pop contemporáneo.
Interesantes ambos, si bien por motivos distintos.
Empiezo por Hauntology In UK, que brota
el 7 de enero desde las fauces de la intoxicante Eighth Tower Records. Dada la considerable
largueza del prontuario que maneja la label, colmado además de tétricas exploraciones
fundamentadas en la música concreta de mediados de la pasada centuria, el título
del CD induce a pensar en una casuística de sortilegios/encantamientos relativa
a las costas británicas. “Hauntology” es, sin embargo, una estética de los 00s que
recupera el ruralismo medieval anglosajón; orlándole de ribetes mistéricos. Partiendo
del vocablo que acuñó el filósofo francés Jacques Derrida en Los Espectros De Marx: El Estado De La Deuda, El Trabajo Del Duelo Y La Nueva Internacional (1993), y que sintetiza lo que el post marxismo entiende como la
tendencia de las ideas de Karl Marx a acechar/perseguir a la sociedad
occidental desde más allá de la tumba, la música “hauntológica” fue desarrollada
por individualistas ingleses de la talla de Philip Jeck, The Caretaker, Advisory
Circle, Burial o William Basinski (usamericano este último).
No es Hauntology In UK un documento que
participe de las extensiones pantagruélicas que suele ofrecer ETR. Mas, aunque apenas
si rebasa la cincuentena de minutos, ninguno de éstos tiene desperdicio.
Menudean las modulaciones de aura espectral o fantasmagórica, asociadas a
enigmáticos arcanos de bosques incógnitos/de sagrarios abandonados. Igualmente
la improvisación drónica, los siseantes tapices tonales que envolvían los
rituales de magia pagana, los enrarecidos timbres idolátricos que preceden a
entidades siniestras y aviesas -las malignas campanillas plateadas de la dilatada
“Mavisbank” (Michael Bonaventure) recuerdan de hecho los planos finales de la
extraordinaria The Witch (2015).
Oscuro sin ser escabroso (“Illusions Of A
Recent Past” de Rapoon y Sonologyst, este último el chaplín de Raffaele
Pezzella, responsable tanto de US como de ETR), oscuro y escabroso (“After Dark”,
a cargo de Pascal Savy), una estigmatización preternatural recorre gran parte
del esférico, como en “A Slow Cancellation” y “A Failure Of Absence” (canales ambos
de Howlround). No es esa impronta, empero, una constante; sino una variable. La
apertura “Ghosts Of My Life” (guiño al homónimo libro de Mark Fisher), también
de Rapoon & Sonologyst, supone un inicio muy acogedor, mullido y delicado -casi
bliss pop, excepto por sus tres últimos minutos. “Utopia Mist” de Grey
Frequency es una suerte de punto zen para el disco, en donde todos los matices
se equilibran gracias a su iterativa estructuración y a sus teclados kitsch. Y el
inequívoco latido tribal de “The Grail Carol”, de Dead Space Chamber Music, remite
instantáneamente a lo que hasta nosotros ha llegado de antigua música celta -el
único episodio de HIUK que no carece de voz.
Usar la palabra “gentrificación” al inicio de
esta doble reseña no fue gratuito en absoluto. Incluso podría afirmarse que el
concepto mismo puede haber nacido a raíz del ocaso de las vanguardias
finiseculares en el Arte. Al interior del pop contemporáneo, un movimiento
vanguardista cuyo leitmotiv es el Ruido, que ya lleva tres décadas a cuestas
sin evolucionar; es el ejemplo perfecto de una mecánica gentrificada. Tendría que
desterrarse de inmediato el uso del término “vanguardia” para sustituirle por
otro menos pretencioso o abarcante.
Cuando menos desde mediados de los 80s, Japón
acredita la existencia de una prominente escena ruidista que ha conocido
múltiples encarnaciones -del punk marciano de los Boredoms y el grind kamikaze
de Senseless Apocalypse y Unholy Grave, al ruido blanco de Merzbow y (KK) Null,
pasando por la no wave de gente como Zeitlich Vergelter, High Rise y Ruins, y el
legado de francotiradores inclasificables como Incapacitans, Hijokaidan, Yamazaki
Maso, Yamantaka Eye o Keiji Haino. Existe, ergo, un espejo en el que pueden ser
confrontados los músicos involucrados en Anthology Of Experimental Music From Japan (4 de febrero); nuevo título de la serie que Unexplained Sounds consagra
a los proyectos de experimentación sonora de literalmente todo el orbe.
En ausencia de la tradición invocada, el
artefacto merecería cuatro pulgares arriba. Considerándola, AOEMFJ tampoco
puntúa mal, pero me esperaba brutales y apabullantes performances de noise en
mayor cantidad de las que finalmente han sido antologadas. Éstas llegan a tres,
de un total de catorce: “Tomy-Robo” de Kasuya Ishigami, “Drops In Tokyo” de
Fuguli y la onomatopéyica “8” de Farabi Toshiyuki Suzuki (vidrios, globos,
flautas atonales, gorjeos).
Del resto, podría afirmar que guarda un
cierto parecido con lo que el feroz accionar de los ruidistas ponjas más bravos
ha plasmado en varias jornadas inmortalizadas. Ese parecido, no obstante,
tiende a hacerse remoto. La potencia decibélica registrada por viñetas como “Carmin-Aiso”
de la violinista Hoshiko Yamane (a) Tukico (integrante de la última etapa de
Tangerine Dream, posterior al deceso de Edgar Froese), “AMB-0.1 Saturn” de Mosquito
(que jazzea en su epílogo), “Metsu 滅“ de Lynne o “Glitchy
Geza” de Yuko Araki (tambores ceremoniales incluidos); es sensiblemente menor a
la que en su día conjurasen Juntaro Yamanouchi (The Gerogerigegege) o Masahiko
Ohno (Solmania). Los furibundos latigazos de éstos y otros predecesores se
echan de menos asimismo en composiciones como “Climate” de Masayuki Imanishi o “Anma
按摩” de Minamiryohei (ininterrumpida salva de
sampleos imbricada por un sobrio eje de dulce ruido celeste).
Pese a que la rodaja tiene otros surcos cuya
afinidad con el Ruido deviene en más evidente, no por ello se hallan éstos más
cerca de sus ‘ancestros’. El Ruido los acuna y mece, sin poseerlos. Se trata de
temas que resguardan un sonido descontracturante, apacible. No es improbable
trazar un paralelo entre “Sink” de Ryo Murakami, “Going Round And Round” de
Contagious Orgasm o el austero “Access” de Kenji Ikegami; y el bliss pop
occidental. Por desgracia, ello acaso implica más sal en la herida de un volumen
que por definición debería forzar los límites de la experimentación audioextremista,
y sólo alcanza a recrear códigos sonoros que de experimentales no tienen sino
el pasado. Así estamos.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 9 de febrero del 2022.)
LOS DISCOS PERUANOS DEL 2021 QUE NO ALCANCÉ A
RESEÑAR (III)
Hasta hace medio año, no había vuelto a golpearme
un jab de Tetsuo tan duro como el que aperturase su agitado accionar, allá por
el ’16. Entonces el acto trujillano respondía al a.k.a. de Tetsuo Terror Punk, y Odio Generalizado EP lo presentaba como perpetrador de un
artcore embravecido y despiadado, que asimilaba propiedades tanto del gabber
como del grindcore. Apartándose gradualmente del post-apocalíptico discurso de Ed
Rush, Spider Net y la ominosa independiente No U-Turn, los subsecuentes asaltos
de TTP profundizaban en las estéticas del grind y del también llamado Rotterdam
techno -lo que ya no me inclinaba mucho a pelarle oreja.
Con el nombre recortado desde hace algunos
almanaques, un lustro después Tetsuo reposiciona en primeros planos el
amenazante breakcore que había ido relegando en favor de la virulencia gabber y
del demencial vértigo grind -sin omitirles. Al contrario, y como sucediese en
los primeros días del unipersonal, estos tres géneros se despedazan entre sí
para trenzar la maníaca velocidad de las programaciones, la sobrehumana saturación
de las frecuencias, la acerada intuición para seleccionar idóneos sampleos.
Vacío Existencial rompe fuegos con el jungle
henchido de distorsión asesina que vomita “Revuelta Con Cadenas Sexuales”. Si
no caes fulminado/a por ese garrotazo, el despegue del siguiente es comparativamente
más tranquilo, aunque al rato los iracundos golpeteos neurofunk de “Vacío
Existencial” terminan de convertirte en un despojo zombificado por los bpms. “Runner”,
lección acelerada acerca de cómo subdividir breakbeats hasta la aniquilación,
mientras un metálico riff subcutáneo abre caminos para colar el icónico monólogo
del replicante Roy Batty (Blade Runner), cierra la primera cara del
tape.
La iconoclasta “Suicidio De Dios” no sólo reduce
las pulsaciones rítmicas a estándares tolerables, sino que catapulta a Tetsuo al
período industrial de entredécada 80s-90s, cuando bandas como KMFDM, Ministry, The
Young Gods, Front Line Assembly o Noise Unit imponían su imaginario de ciencia-ficción
distópica al mainstream de la escena electrónica internacional (si existió
alguna vez algo como eso). En clave de gabber mutante injertado de grindcore y de
dubstep, la subversiva “Obligado A Creer Ciegamente” pone las cosas como al
principio, en intachable preludio para el desenlace del cassette. Además de fungir
de colofón, “Bulldozer” retoma en parte el planteamiento de “Runner”,
maquillando/conteniendo sus oligofrénicos accesos drum’n’bass con otro riff de
ascendencia metal. ¿Ejecutado o sampleado? Es lo de menos.
Lo que de veras cuenta es que Tetsuo ha revalorado
el peso de la variable breakcore en su sonido, uno del cual el mismísimo
Leonardo Bacteria estaría orgulloso, al menos por unas semanas. Edita este uppercut
Rip Off Records (¿quién más?).
Fruto de, como siempre, un sigiloso y
paciente trabajo de hormiga; aparece por fin -mira tú qué coincidencia, el 6 de
agosto- el esférico de Vida En Marte que de todas maneras debes añadir
físicamente a tu meloteca personal. No es que Musical Meloncolía 2003
sea pionero en trascender el formato virtual, donde se encuentra la mayor
porción del prontuario de Herber Paredes, pero sí es el primero concebido en
plan tour de force. En efecto, el plus que inclina la balanza en detrimento de Los Sonidos De La Adolescencia (2019), que tengo entendido fue la primera de
sus referencias producida en físico; es el poseer todas las pistas
entrelazadas.
Acotado ese detalle, justo es confesar que el
contenido de la rodaja no difiere gran cosa de lo que el músico arequipeño de
dormitorio ha mostrado con antelación. El idioma sigue siendo el mismo (bedroom
pop), los rasgos de desprolijo lo fi no desorientan, la estupenda mano para los
ganchos indie pop sigue portándose como buena. Cualidades que he disfrutado
muchas veces al aproximarme a la obra de este individualista. La valía de MM2003,
en tal sentido, radica en testimoniar la intacta capacidad del ¿ex? Hombre Del
Espacio para esculpir y colorear melodías con las que sintonizar de inmediato.
Después de todo, esto es bedroom pop, no música de vanguardia. Exigirle algo
más equivale a pedirle manzanas al naranjo.
Entonces, hay de todo un poco en Musical
Meloncolía 2003, cuyo marbete guiña ni tan sutilmente al doble Mellon
Collie And The Infinite Sadness (1995) de los Smashing Pumpkins. Está la
Baja Fidelidad al mango de “Arequipa Vida Lo Fi”, conviviendo con manifestaciones
menos opacas pero igual de nebulosas, como la nostálgica “2003 Es El Año” o la vital
“Hércules Pop”. Está además la urgencia trascendental que se adueña del formato
pop en cortes tipo “La Revolución En Tus Pulmones” y “Portales”. Palpita en las
letras de “Hey Meloncolía” o “Florence” (el complemento ideal para “2003...”), asimismo,
la derrotista desazón heredera de East River Pipe o Casiotone For The Painfully
Alone. Encendidas miniaturas pop engalanadas con esa inconfundible sencillez
indie de estarle cantando al paquete de galletas sobre la mesa de la cocina, o
a la caja de cigarros que algún visitante olvidó en la sala.
Se ha dispuesto a Musical Meloncolía 2003
para libre descarga desde el BandCamp de VEM. Antes de proceder con esa opción,
te recomiendo hacerte de una copia del CD.
Estrenado en el ’19, el revuelo que provocó el
documental La Revolución Y La Tierra se explica al abordar la principal
de sus propuestas: una mirada -no hollada por los rumores míticos que
convierten al militar Velasco Alvarado casi en un ente angélico, ni por los
sesgos que pretende imponer la narrativa que esgrimen las clases dirigentes del
país- a uno de los capítulos más álgidos y controversiales de nuestra historia
republicana reciente, el de la trunca Reforma Agraria. Como efecto colateral,
se revisitan las visiones que la exánime cinematografía peruana erigió en torno
a esa coyuntura, antes y después: En La Selva No Hay Estrellas (1964), Tupac
Amaru (1984), Espejismo (1972), Luis Pardo (1927), Muerte
De Un Magnate (1981)...
Santiago Pillado-Matheu es de los contados
músicos nacionales a quienes incluso las facciones más intransigentes de
nuestra escena independiente les reconocen méritos y respetan. Tanto en sus
andanzas al frente de El Hombre Misterioso como en el disco junto a José
Antonio Mesones (Caudillismo & Pedigrí, 2004), el limeño ha enyuntado
y -sobre todo- equilibrado una peculiar vocación experimental a/con formatos
pop/rock alternativos. Habiendo aparentemente finalizado la historia de El
Hombre Misterioso con su epónimo opus del ’16, Pillado-Matheu encaró en el ’19 un
segundo debut gracias a Sanken Rei, asociado a su esposa Mariana Tschudi y a Richard
Gutiérrez (ex EHM). Por desgracia, el puñado de singles que han visto la luz
(8) no alcanza las cotas que otrora resultaban tan familiares al capitalino.
A pedido del director de La Revolución...,
Gonzalo Benavente, Pillado-Matheu se encargó de elaborar el soundtrack para el
polémico documental. La música del film se da maña para lucir asaz atemporal,
pese a tomar prestadas sonoridades andinas y sampleos de procedencia diversa -más
o menos a la manera del largometraje. Allí se cuentan números como “Runancaycu”,
“Cumbia” o “Tierra 2” para corroborarlo. Este último, además, apunta hacia
sustratos sonoros iterativos, cual macro-loops ralentizados; que ocasionan a mediano
plazo veladas/ambiguas sensaciones de parsimonia y redundancia (“Funeral”, “Chambi”,
“Tierra 4”).
No toda la banda sonora es así, por supuesto.
Tracks de (in)cierta cacofonía como “1968” o “Tierra 2” tienen más de ambiental
instalación sonora, un nicho en el que ha destacado el propio Santiago (la
música de la instalación La Realidad Ausente, la de la exposición
artística homónima de la placa Caudillismo...). Y evidentemente, no podían
faltar los temas más accesibles, que así y todo invocan un paisajismo entre
melódico y drone: el psicodélico “Asesinato En El Colegio”, el arrebato rockero
de “Popachorao”, el enteógeno ritmo trippy/jazzy de “Alianza Para El Progreso”,
o los bellamente bucólicos “Revolución” y “Tierra 3”.
El mérito de este soundtrack se cifra en una
invitación doble -a acercarse a la obra de Pillado-Matheu y al documental en
cuestión. Puedes ver la versión completa de la película haciendo click aquí.
Ha sido el 2021 un calendario bastante movido
para Fiorella16. Tras la curaduría del excelente panorámico colectivo Roiduoma Vol. I: AQP Electrodoméstica Ruido S.A. y de su Tales In Deep Noise Saturation, ambos eyectados en el 20’, la identidad avant garde de José María
Málaga colgó Stereoma (Singles) en el BandCamp del proyecto (marzo). Un
par de meses después, aparece Narraciones Retorcidas en la nómina de Rip
Off Records. Si bien el primero es una selección de canales incluidos en el
dantesco Tales..., el segundo da fe de un puñado de tomas inéditas efectuadas
durante el ’18 en Arequipa y en el D.F. mexicano.
El año pasado se cierra con dos lanzamientos simultáneos (7/12). Ocupa plaza en
su BandCamp el single “Nulle Part” (“Mena” como b-side), mientras que el
extended Ida Y Vuelta A La Tierra De Los Insectos hace otro tanto en el
de la discográfica azteca Silencio EPI. Escojo este último no sólo por ser un
EP, sino también por ser el artefacto del que el crédito peruano extracta la
materia para el sencillo virtual, y además por haber sido cedido a la misma escudería que se la jugó con un muestrario tan complejo y de elevada calificación
como Roiduoma... (¿el volumen II para cuándo?).
Interesante el sonido de F16 en IYVALTDLI
EP. Fabricado en cinta, cada lado lo protagoniza una suite de 8 minutos en
promedio. Ambas remiten al Ruido, pero no precisamente al que Málaga ha venido
cincelando desde el inicio de su carrera, harto más cercano a la electrónica.
El de este extended se halla codificado a través del post rock y de la drone
music. Atmósferas tenues, artesanales loopeos ambientales, distorsión irradiada
de lo fi, desencajadas figurillas drónicas; son el casquijo y la argamasa con
que se levantan “De Un Mal Sueño Con Polillas Blancas / Hacia Ninguna Parte” y “Entre
Idas Y Vueltas Por Cortes y Campos De Batalla / ...Y Todo Para No Encontrarte”.
Otros elementos destacables son los psicotrópicos
trallazos de guitarra (como los de “De Un Mal Sueño...”), el pincel del
¿casiotón? (que dirige la insectil melodía de “Entre Idas Y Vueltas...” a partir
del minuto 6), las grabaciones de campo (coronando ambas caras del EP), y la
minimal/liminal línea de bajo; audible claramente hacia el final de “Entre
Idas...”. Un aperitivo de cara a las nuevas empresas que se trae entre manos
José María para este 2022 -el anunciado debut en largo de El Divino Juego Del
Caos, entre ellas.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 2 de febrero del 2022.)
LOS DISCOS PERUANOS DEL 2021 QUE NO ALCANCÉ A
RESEÑAR (II)
Alguna vez me aventuré a afirmar que,
mientras personas de leyes para quienes la Música es una segunda pasión hay
muchas, pares suyos que a la vez sean músicos no abundan en idéntica proporción
ni remotamente. Abogados/as coleccionistas, melómanos/as e incluso ejecutantes
de finde, conozco a varios/as. Bogas que con la misma seriedad se dediquen también
a la composición sonora, de otro lado, brillan por su casi total ausencia.
(Debe existir un correlato que soporte esa
estadística. Entendido como la garantía del ejercicio de las posibilidades, el Derecho
se mueve en un ámbito claramente demarcado -el de las normas que fundamentan el
concierto sociopolítico de la civilización contemporánea. La razón de ser del
Arte, más aún del que ha fermentado al calor del regazo de la cultura pop, es
el constante exorcismo de los conflictos existenciales que genera ese orden imperante.)
Me gustaría mencionar a Attaraxis junto a Rü
(Bruno Cuzcano) y a Resplandor (Antonio Zelada) como solventes paradigmas de compatibilidad
entre el Derecho y el Arte. Todavía es pronto. Alejandro Pizarro estrena alias
en marzo del 2021 subiendo en varias plataformas un trabajo cuya denominación adelanta
mucho del espíritu del proyecto. Bedroom Background Music consta de siete
números gestados a través de la expresividad de un synth pop correctamente manufacturado,
pero desigual en resultados.
Delinean la primera etapa del trayecto viñetas
enfocadas en melopeas pedestres, de ésas que puedes silbar si las escuchas
hasta que la asiduidad las torna familiares. Acorde con el enfoque, las secuencias
son bastante elementales -y las texturas, cuando las hay, son peligrosamente vacuas.
Llegado a su centro, BBM me recuerda a los demos que ofrecen ya prefigurados
sintetizadores y/o teclados. Nada transforma en especialmente recordables tracks
como “Cloudy Rain” o el inicial “Believe”.
Afortunadamente, Alejandro se decide a tomar el
toro por las astas en el segundo tramo. Los sugerentes detalles ornamentales que
con anterioridad lucían algo huérfanos -el scratch, el palanqueado click de las
viejas cassetteras-, vibran ahora significativos. Ello, porque el synth que tras
la mitad emana Attaraxis aprehende mejor las lecciones impartidas por capos del
ayer y del hoy. Visage y Droid Bishop, Pete Shelley y Castlebeat, John Foxx y
Emeralds, O.M.D. y TeeeL: el joven estudiante de abogacía insufla software y
hardware de emotividades que randomiza con tino.
Programaciones veloces y efectivas (“Sunshine”),
lirismo de prístino romanticismo (“Synths Ballad”, tranquilamente puede inscribirse
en el repertorio de Blind Dancers), síntesis etéreamente taciturna (“Left U Out”)...
Ésas son las características que sacan a flote el primer esfuerzo de Pizarro,
las que más afanosamente debe cultivar con miras a su siguiente paso. Mucho por
asimilar y corregir, pero me quedo tranquilo sabiendo que el talento está ahí. Depende
exclusivamente del muchacho hacerle germinar para alcanzar las alturas que
merece.
Del género pop independiente perucho cercano
a los estándares que maneja el mainstream, muy poco cabe esperar. La aplastante
mayoría de quienes abrazan su filo más rockero viene cortada por la misma trasnochada
tijera. Y quienes se mantienen en sus trece, corren el albur de acabar
contaminados/as por la osmótica baquelita que secreta la “industria de la
música” (¿?). Lo mismo vale para los/as solistas -son contadísimas las
excepciones que escapan a este sino.
No me queda claro si Evah sortea ese
ineluctable hado o sucumbe a él. Más frecuentemente, me parece lo segundo. Entiendo
que Meditaciones es lo primero que saca en largo la comadre, o como
mínimo lo primero que saca distanciada de la argolla de “estrellitas” que se
mueren por obtener el indulgente desdén del establishment radiotelevisivo local.
Cual fuere el caso, Meditaciones se ha visto ¿favorecido? con una
producción de primer nivel -o al menos eso dice el material de prensa que medio
mundo ha rebotado. El texto en cuestión cita a David Chang, Santiago Aliaga y
Alonso Bermejo como productores; nombres que a mí no me dicen nada, salvo el de
Aliaga. Mis alarmas terminan de enloquecer cuando la parrafada habla de “...industrial
musical latinoamericana...” y sumar “...sonidos más urbanos a su esencia
R&B...”.
¿Es para tanto? Sí y no. Admito que el álbum ha
sido más que cumplidoramente producido. La imagen que proyecta es la de una obra
cuya totalidad/tonalidad de notas queda justificada con una masterización 10/10,
calzando perfecta para estos tiempos en que ídolos de barro han hecho del rhythm
& blues cualquier huevada. Presionas play, y le puedes dar dos e incluso
tres bises como música de fondo mientras limpias tu habitación y zonas aledañas.
Te sacude un giro de 180 grados, empero, si
te sientas a escuchar con todos los sentidos este Meditaciones. Aunque
los indicadores de sacarosa se mantengan dentro de las dosis tolerables, no
puedes evitar sentir esa incomodidad que suscita un r’n’b plastificado y
lustroso, revestido de una pátina de aséptica sofisticación que causaría vergüenza
ajena en los rostros de gente como Howlin’ Wolf, Muddy Waters o Aretha Franklin.
Inhábil para trascender la imagen vistosa y la superficialidad rochosa, al
cantar intenta Evah abrir su registro y evitar quedar encasillada. No sólo no
lo logra, sino que además evidencia sus coqueteos con mierda auditiva tipo trap
(“Marea”) y reggaetón (“Despertar” bastaría para coger Meditaciones y
estrellarle contra la pared, o echarle al bote de basura más a la mano).
Hay un puñado de cortes que redimen a esférico
y cantante, sin embargo. Cortes todos emparentados al funk y al soul de vieja
escuela. “Pausa”, por ejemplo, apuesta a practicar un update minimalista de ambos
códigos sonoros. Similar ruta trashuman “Latitud” y “El Corazón Se Acelera” -un
George Clinton atiborrado de sustancias barbitúricas podría haberle firmado-. “Let
It Go”, por su parte, es la única recreación r’n’b atildada del CD. Para su
desgracia, este puñado no consigue borrar el mal sabor de boca que impone el
resto del menú. De regular para espantoso.
A juzgar por lo editado desde “Camino De Los Sacrificios” (noviembre del ‘19), no deja de ser curioso cómo las
personalidades escindidas de Carlos French pueden desdibujar los contornos que
las definen para absorber elementos identitarios propios de cuanto otro yo
habita ese mismo cuerpo, para después reconstruir con severidad los exactos límites
que les separaban. Ídem cuando se trata de expulsar lo que no se condice con
los perfiles de los que dichas personalidades blasonan.
Ya hace mucho rato que el bajista de El
Jefazo parece haber tirado la toalla con el primero de sus proyectos, Coca Negra, cuyo último 7” apareció en noviembre del ‘20 con el indiciario nombre de
Totalmente Abatido. Que se trate de un estancamiento temporal es tan
probable como que parte del ADN de CN haya sido reconfigurado en los
lanzamientos que French publicase usando nombre civil. Con éste, en cambio, su
actividad se ha mantenido indesmayable -con un 45 subido en diciembre último y tres
placas completas concebidas durante el ‘21. De éstas, escojo la que mejor
condensa la estética que Carlos ha desarrollado tras “Camino De Los Sacrificios”
-Battledoge (mayo) es un tanto más reposada, y Arkham huele a
nuevo giro, guiño a Lovecraft incluido (no el primero de su prontuario).
Tecnoética (agosto) es una
magnífica faena de cyberpunk. No en un sentido Tetsuo The Iron Man (1988)
o Blade Runner (1982), referentes ambos muy válidos, sino en un sentido Black
Mirror (2011), Altered Carbon (2018) o la excelente Sleep Dealer
(2008). Es decir, una mirada a la cotidianeidad de ese futuro cristalino que
las élites no se cansan de pregonar, una vez que gadgets y adelantos
tecnológicos pierdan la novedad y pasen a engrosar el catálogo de herramientas de
lo más corrientes. Así, Tecnoética funciona como invisible lado B de los
“brochures” que seguirán gritando las bondades de los avances
científicos en ese hipotético mañana, cuando éstos ya empiecen a generar hastío
y tedio.
Si en Battledoge se insinuaban conexiones
con el IDM e incluso con el drum’n’bass, en Tecnoética el ambient que pergeña
French no teme protagonizar a cielo abierto esas insólitas aleaciones. El
intelligent techno de “Replicante”, verbigracia, homenajea a los ¿antagonistas?
de Blade Runner con un nerviosismo que remite a la circularidad del
jungle. “Producto Programado” se pega al IDM para capturar el zeitgeist de esos
días por llegar en que las tecnocracias no revistan mayor novedad. Y aunque “Esterilización”
prefiere revisitar las jornadas aurorales de la EBM, su mecánica interna es
empujada por el género que llegase a su mayoría de edad con Brian Eno.
Reconozco que la primera parte del mini-LP
tiende a ser algo más conservadora. Yo la aquilato como el prefacio de visiones
peligrosas que depara el porvenir a las nuevas generaciones: neuromantes
drogándose con el olor a cromo quemado (“Tecnoética”), abrazos de silicona
mientras esperas en la densa oscuridad la aparición de ángeles con ojos de
televisión (“Pulso”), rosas holográficas sólo perceptibles en las proximidades
de murientes estrellas rojas (“Ojos De Dicroico”). Una inquietante ventana al futuro,
la que ausculta French.
Sostenido y perseverante, el camino que ha recorrido
Maribel Tafur hasta su feliz hora actual. Supe de ella un par de meses antes de
anunciarse la fecha de Slowdive en Lima (2017), en la que figuró como telonera
sin llegar a presentarse -para mejor: el arranque de la tocada demoró un poco,
y el público peruano no destaca precisamente por la paciencia con quien(es)
precede(n) al headliner.
Cuenta cuatro debuts la talentosa limeña. El
primero data del 2002, capitaneando el mástil del bajo en Valium. El segundo,
cuando echa a andar Intune (2011), empresa peruana que escribe/licencia música mayormente
ambiental para spots y locaciones de negocios comerciales. Y el cuarto, como
parte de Budapest, combo que completan el multi-instrumentista Neto Pérez (guitarra
y charango) y la vocalista Giuliana Origgi, y donde Maribel se encarga de beats
y sintetizadores. La mixtura de canto coral, indie folk y tradición sonora peruana
que proponía el extended con que Budapest se estrenó, Conífera (2017), concitó
mucha atención de parte de un sector de la prensa especializada.
En plan solista, el tercer debut se vio
diferido a diciembre del 2013. Colgado ad portas de la Nochebuena de ese año, el
mini-álbum Mysteries Of Love interioriza esa cálida y confortable
estética de electrónica chill out que a partir de entonces se ha visto
potenciada/estilizada con cada nuevo fogonazo de la autora -salvo “Luna”, surco
cedido a Surrounding: South-American Women In Electronic Music (2017), muestrario
de la independiente Surrounding donde Tafur revela una faceta más propia de los
tiempos inmediatamente anteriores al estallido IDM de los 90s.
2106 ha sido anunciado como el cuarto extended
de la artista. Disiento. De los cuatro uploads que suceden a Mysteries...,
el único compatible con esa definición es el que motiva estas líneas. Tal vez forzando
el significado, el otro que calificaría es “Grevillea” (2019): sus más de once
minutos le ubican a medio andar entre el EP y el single. Porque “Coral”, improvisación
elaborada durante la transmisión online del documental La Terre Vue Du Coeur
(2018), califica como 45 pese a su carácter conceptual.
Concurramos o no en esos usos, 2106 EP
es un registro pletórico en nostalgia, esencialmente de la clase que los
lusohablantes han llamado saudade. Desde la portada, una fotografía tomada por
la madre de Maribel y que el paso del Tiempo ha desgastado, hasta el genial
recurso de utilizar la sonoridad analógica de cintas VHS, digitalizadas muchos
años atrás por el padre de Tafur; el artefacto deviene en bitácora de memorias (y
emociones asociadas) que la compositora atesora sobre su infancia -y, por ende,
remite constantemente al pasado. Un ambient digital de tosca fidelidad que vuelve
la mirada hasta perderse en los recuerdos más lejanos: los presets como vidrios
golpeados por la lluvia donde se refleja la ocasión en que supo el por qué de
su nombre (“Soñó Maribel”), el piano que se adhiere a las voces de sus
compañeros/as en el nido (“Portal”), el borroso audio verité de su cuarto
cumpleaños (“Mi Papá Me Regaló Esta Flor”), la titilante textura del MIDI que rememora
el hogar familiar en el distrito de Jesús María (“La Casa”)... Difícil de creer
que semejante rush del hipocampo pueda acontecer en apenas 18 minutos.
Me quedo con la pista epónima de 2106
EP -otra vez el piano, ahora envuelto por la brisa marina, arropado por las
olas que terminan de extinguirse a la orilla de la playa, escondiendo en su seno
y casi del todo los graznidos de las gaviotas. Un shot de serotonina a la vena
-con un cuarto de miligramo de oxitocina- para rubricar la sorpresa del año.
Congratulaciones.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 26 de enero del 2022.)
LOS DISCOS PERUANOS DEL 2021 QUE NO ALCANCÉ A
RESEÑAR (I)
Desde que comentase su epónima puesta de
largo hace casi un lustro, he sabido de nuevas tan esporádicas como contradictorias
concernientes a los arequipeños de La Terminal. Nada más publicar la reseña, de
hecho, José María Málaga -segunda guitarra y voz- anunciaba la disolución del
cuarteto. Si ésta se llegó a concretar, no duraría mucho, porque -bien como
banda, bien como asunto del mayor de los Málaga- La Terminal continuó apareciendo
en el scroll de las news feeds. A la muerte de un obispo, eso sí, presentando algún
desamparado sencillo virtual o anunciando su colaboración en uno que otro compi
(o eso creo recordar).
Hacia la veintena de octubre último, ese
bastión trujillano del ruido corajudo, barriobajero y guapo que es Rip Off Records rescató una de las primeras maquetas del grupo. Nunca editada a escala
masiva (lo mismo que Mala Práctica, demo del 2008 que completa el legado
“prehistórico” del combo), Acuérdate Que Morirás ha sido recuperada por
la escudería norteña en el hoy revalorado soporte del cassette. Perdió en el
camino fragmentos de su nombre -Acuérdate De Que Morirás (2007-2014), se
le denominó inicialmente-, pero ganó a cambio casi una cara completa de
material inédito (o, en todo caso, rascuachamente difundido).
La versión 2021 de Acuérdate...
respeta escrupulosamente el track list original, destinando cuatro de sus cinco
números al lado A. El quinto y último de la primera edición, “Besando El Suelo”,
encabeza el lado B seguido de una pista en la que se han encajado tomas en vivo
de “17 Golpes”, de “Estar Peor” y de la que sospecho es la forma primordial de “Mientes”.
Remata el side “La Fresa”, registro del 2007 en el que meten mano Málaga, Luis
Cueto y Raúl Guzmán. De ellos, es Cueto quien no participaría en el debut oficial.
El valor de Acuérdate Que Morirás, que
ya se percibía en su primer alumbramiento, es el de mostrarnos cómo lucía el
repertorio de La Terminal en crudo -y, por supuesto, cómo sonaban los mistianos
en estado “puro”. Esto es, sin Camilo Uriarte ni José Javier Castro tras la
consola del estudio. Que La Terminal (2017) fue un opus de rock concebido
en el corazón del Ruido no es un secreto para nadie que lo haya audicionado. Es
con Acuérdate... que llegabas a ser consciente de cuánto de ese ruido
delirante y audiotóxico tuvo que ser encausado y mitigado/cercenado para que
pudiera brillar su pathos a través de encarnaciones algo menos informes -noise
rock usamericano de los 80s (“Los Surfistas Nazis Católicos Deben Morir”),
grunge (“NonXime”), rock alternativo (“17 Golpes”), tal vez punkgaze...
Consciente de ello, y de que no todo el
impulso creativo primario de los rojinegros se codificaba siempre en raspantes
(des)acoples y distorsiones mil. Ahí están “Besando El Suelo” o “La Fresa” para
atestiguarlo.
Encantadora sorpresa la de José Luis Arango a.k.a.Ayver. Al caballero no lo conozco de ningún lado, así que empiezo lo que se
dice tarde con quien ha venido labrándose una cumplidora reputación como músico
desde agosto del ’19, cuando se estrenó gracias a su mini-LP Firmament. Última
de sus entregas a la fecha, en Ayver (2021) muestra el proyecto un
elevadísimo nivel de composición y ejecución. Pese a no haber tenido la oportunidad
de escucharle anteriormente, pues, se me hace razonable suponer que dicho nivel
es fruto de una evolución acaecida a través de dos mini-álbums y dos largos.
Moneda de cambio harto difundida en las
músicas nacidas con posterioridad a 1977, Arango parece regirse por ese principio
estético (y vital) que consiste en dosificar lo que se tiene para usarlo con
sabiduría. Ello le mueve, ignoro si por vez primera, a hacer de su homónimo
paso menos un disco que una gigantesca suite de doce movimientos que frisa los 2/3
de hora. Los temas en Ayver figuran todos entrelazados, y esa
continuidad no sólo les hermana, sino que además tiende a asemejarles. Segmentos
como “Towards The Uncanny Shores”, “Imaginary Friends (Reunion)” o “Spherical
Abstraction In Progress” fluyen siempre orlados por vívidos y emotivamente solemnes
arreglos de preciosismo y paisajismo sonoros, como pocas veces se han oído en
la escena local -un plus que el limeño no resigna ni siquiera en sus momentos
de mayor contundencia percusiva, como el colofón “Yenifrontiers” (que flirtea a
la distancia con la indietrónica) o la sutil programación que asoma en la
segunda mitad de “Newpocity”.
Me desconcierta algo el empleo que el propio
músico hace de ciertas etiquetas en su BandCamp. Quizá el dark ambient o la
experimentación tengan cabida en otros episodios de su discografía (episodios
que acometeré con prontitud). No aquí. Tampoco la propuesta artística de Ayver
empata con el post rock, como sí con un ambient de ascendencia neoclásica. La
artesanía de sus cuerdas es abundante en toda la placa: desde el piano, con el
que Arango se ha compenetrado mucho (“Glow Metamorphosis”, “Mellifluousleep”),
hasta el violín (“Heaven Abscene”, “Essence Of Ayver”). Esa generosidad, sumada
a los ocasionales efectos acuosos de sonido -el arroyo que discurre entre “Restored
Consciousness” y “Glow...”, el mar en la crepuscular “The Souvenirs Of Enma”-,
se traduce en cinemáticos soundscapes de nostálgico/melancólico talante.
Emocionante hallazgo, que mana evocación y
resiliencia por todos sus flancos. Inevitable compararle con lo que hiciera en
su última etapa el colectivo This Mortal Coil (cf. Blood, 1991), pero
también con el recordado dueto noruego Secret Garden.
Destacar un surco por encima de los otros no
me parece justo, así que recomiendo la escucha del álbum completo vía BandCamp
-o mejor aún, su adquisición física.
Emergiendo del fondo de ese bullente agujero
negro que es en todas partes la escena metalera independiente, propina su
primer zarpazo una agrupación capitalina relativamente nueva. Fundada hace unos
cuatro años, Earthwomb, terna compuesta por los guitarristas Eduardo Yalán y Pedro
Zamalloa (encargado este último de mezcla y masterización), así como por el
vocalista Giancarlo Melgar; dispara en octubre pasado el pistoletazo de salida Becoming
Immanence EP. 31 minutos y monedas enmarcados con el inconfundible mazazo
opresivo y oscuro del black metal atmosférico que restallase a inicios de los 90s
-y que, a diferencia de su precursor ochentero, integra el manejo de teclados,
sintetizadores y secuenciadores según corresponda.
Apertura el extended “Cosmic Revelation”, planteando
sin atosigar lo que se escuchará de allí en más. Pétreo, titánico, ominoso; el
instrumental anuncia tempos y contornos épicos, tras los que se parapetan ambientaciones
glaciares constantemente quebradas por los agudos/rasgados chillidos de Melgar.
Y si bien las guitarras pueden hacer gala de agilidad o desplazarse cachazudas,
dependiendo del timing, nunca abandonan la crispante densidad del género metálico.
En efecto, de “Fractal Phenomenon” -cuya versión demo se diera a conocer en
abril del ’19- a la postrer “Vital Flux”, el pugnaz murallón de azorante ruido
no concede tregua, salvo quizá en el breve interludio de tenso reposo que
ofrece en su ecuador “Trespassing The Paragons Of Consciousness” (otro
instrumental), o en las notas finales al piano de “...Flux”.
¿El resto? Queda ya dicho: una sucesión de sacrílegas
sonatas fúnebres que van del desaliento y la desolación más negros a la
exaltación y a la efervescencia más vehementes; con apenas lo justo para el
brochazo melódico que confiere a tracks como “Walkscapes” o “The Gathering” ribetes
de gestas legendarias.
Palmas para el díptico que arman “Ulterior Revelation” y “Vital Flux”. El
primero funciona como reptante crescendo para que el segundo explote en toda su
extrema oscuridad y cósmica locura. El cierre perfecto de un volumen trabajado
a consciencia, cuyas letras -créditos para Yalán y Melgar- se inscriben en la mejor
tradición pagana/anticristiana de sus pa(d)res escandinavos. El tenebrismo de
Wolves In The Throne Room, Burzum, Evilfeast y Summoning puede darse por
satisfecho con la fresca cosecha que su maligna semilla ha propiciado en
meridión: aquí están los jóvenes (turcos).
Douglas Tarnawiecki,
Luis David Aguilar, Arturo Ruiz Del Pozo, Manongo Mujica, Julio “Chocolate” Algendones, Miguel Flores... ¿Qué tienen todos ellos en común? Lo más evidente
es su proveniencia de inciertos circuitos sónicos concebidos tanto a la periferia
del jazz y de músicas similares, como erigidos alrededor de determinadas teorizaciones
propugnadas por el accionismo avant garde de mediados del siglo XX. Algunos de
estos músicos se han conocido en décadas pasadas, y se ha dado el caso de haber
colaborado entre ellos. No tomaron nunca, sin embargo, parte en ninguna escena articulada
en torno a figuras señeras o a manifiestos culturales. La mendicidad que antaño
padecía una escena pop tercermundista como la peruana hacía imposible siquiera contemplar
la posibilidad.
Todos ellos, junto a Corina Bartra y a Omar
Aramayo, han sido considerados en Territorio Del Eco: Experimentalismos Y Visiones
De Lo Ancestral En El Perú (1975-1989). La rodaja pasa a engrosar en agosto del ’21
el catálogo de la línea de lanzamientos ‘Essential Sounds Collection’ que
desde hace ya varios años cura Buh Records tenazmente. Diría que incluso de manera
pertinaz -con la excepción de Aramayo y Bartra, el resto ya ha visto material
propio editado por la misma disquera, lo que empieza a hacer un poquito quáker la
insistente reiteración.
Tal cual apunta el subtítulo, este artefacto
documenta la creatividad de los/as mencionados/as durante el período ‘75-‘89,
un lapso de tiempo especialmente complicado en nuestra reciente historia nacional.
El punto focal de convergencia para estas piezas repescadas es su diversa/múltiple
aproximación hacia las distintas vetas del acervo autóctono peruano. Así, se
postulan revitalizaciones de las tradiciones amazónicas, altoandinas y
afroperuana; incorporando instrumentos vernaculares característicos de cada
una. En el caso de las primeras, no pueden estar mejor representadas que por la
tríada de inicio: “Nocturno” de Aramayo, “Invocación” de Mujica y “Jungle” de Bartra.
En lo tocante a la fusión afroperuana, sólo
podemos contar el sabroso “Eleegua” de Algendones. Y refiriéndonos a los
registros de filiación altoandina, figuran “La Tarkeada” de Aguilar (bautizada
así debido al rol estelar de la tarka, flauta de seis orificios frontales y uno
adicional en la zona inferior) y un resultón/fintero “Bosques Girando Al Ritmo
Del Sol” (Espíritus, seudónimo de Tarnawiecki). Un poco más de méritos hacen el
urbanita surrealismo jazzy de “Indio En La Ciudad” y el peculiar visionado caótico
que el espacio citadino filtra a los vientos de “Llegué A Lima Al Atardecer”,
visionado impuesto al migrante recién llegado. El detalle es que ambos cortes
son protagonizados por Miguel Flores -a título personal el primero, como
miembro de Ave Acústica el segundo. Ello me remite de nuevo al rollo de estar insistiendo
constantemente con los mismos apellidos.
Y no sólo eso. Más allá de su valor
arqueológico y testimonial, el menú de Territorio Del Eco... tiene muy
poco que resaltar per se. Novedades respecto a lo que anteriormente la
disquera ha rescatado, apenas. Quizá lo de Bartra (devenida con los años en
cantante de jazz afroperuano que para las últimas elecciones presidenciales
decidió apoyar la candidatura de la mendaz primogénita de los Fujimori), de
todas maneras lo de Algendones, y de cabeza lo de Mujica -al lado de Paracas Ritual (2020), en comandita con el noruego Terje Evensen, lo más rescatable
de un músico excesivamente inflado para mi gusto.