(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 21 de junio del 2023.)
No he obtenido mayores señas de Arian,
solista que ha saltado a la cancha hace poco más de dos meses. Ignoro si es ése
su alias artístico o si su nombre civil. La cuenta de Instagram que se consigna como referencia ha caducado, y desconozco si el músico posee cuentas en
Facebook o en Twitter. Así que, descontando su nacionalidad peruano-usamericana,
no manejo otras pistas personales. Me centro, por ende, en el reciente estreno.
Ateniéndome a un punto de vista formal, Stranger Than Fiction es un fruto abundante en estos tiempos -el registro se queda a
medio camino entre el EP y el mini-álbum, aunque hay más argumentos para
posicionarlo dentro de esta última categoría. Presumiblemente realizada en Estados
Unidos, la producción de la placa es notable, pues confiere al debut una enorme
potencia adicional, además de magnificar esa espacialidad que mana de sus ocho
composiciones.
Respecto del esférico, es viable trazarle cierto
paralelismo con lo que hizo tres años atrás la norconeña Dafne Castañeda en su
alucinado y primerísimo Posguerra. Avalan esta comparación no sólo la
brevedad de ambos trabajos, sino la coartada de trasladar la técnica del glitch
-recurso fundamentado en el Error, nacido en los vericuetos del avant garde más
escarpado durante los 90s- a coordenadas estilísticas millas distantes de la
experimentación. La única diferencia en relación a Castañeda es que ella
escogió moverse dentro de los límites del trip hop, mientras que Arian ha
elegido los del rhythm’n’blues y del soul. Éste es, desde mi perspectiva, el
principal hándicap que lastra el mini-LP.
Aunque pueda sonar levemente racista, en mi
opinión, salvo muy contadas excepciones (la más notoria de ellas es la de la difunta
Amy Winehouse), el r’n’b y el soul no-negros suenan a impostación, a copia
lamentable, a plástico, a facsímil insustancial. Empezando por el desabrido de
Michael Bolton y el insulso de Kenny G, y terminando por esos ídolos de barro
que vende el mainstream -Christina Aguilera, J-Lo, Meghan Trainor, Dua Lipa,
siguen nombres... La voz de Arian carece de autodominio, no tiene sobriedad, y
eso hace que caiga constantemente en disfuerzos similares a los espetados por
los antes aludidos. Cuando no es el caso, la performance que despliega es
decente y punto.
Stranger Than Fiction está íntegramente elaborado
bajo estándares electrónicos en el formato del medio tiempo. Por suerte, lo
último no se traduce en un producto completamente pasteurizado. A veces, es el
hip hop el que toma el control de las bases, como en “Sour”. A veces, Arian
prefiere el ludismo al lucimiento, caso “Luckycharms” y “Odetous”. A veces, el individualista
se permite explorar -tímidamente, eso sí- el arte del sampleo, como el murmullo
del agua entre “Odetous” y “Theendfornow”. Sin ser perfectos, el antedicho
track y “Trip” enfatizan las direcciones en las que creo debe profundizarse de
cara al futuro. El chico tiene groove, vamos. Lo animo a que persista: este STF
puede haber fallado a mis oídos, pero es pronto para tirar la toalla.
Estupenda portada.
Haciendo un paréntesis en el normal discurrir de su discografía, Miguel Ángel Burga subió a fines de septiembre del ‘22 en su cuenta BandCamp un single virtual homenajeando a una artista que hoy es
recordada más por su participación en el histórico debut absoluto de The Velvet Underground que por su obra firmada a título personal -Nico. Desde la carátula
(fotograma del film experimental galo La Cicatrice Intérieure, para el que
la nacida Christa Päffgen actúa y compone el soundtrack) y el bautizo que
recibe (parte de la lírica de “König”), Lass Dich Leiten 7’’ declara sus
intenciones de rendir tributo a la seminal cantante germana. Lo curioso, y de
ahí la necesidad de hablar de un paréntesis, es que Burga parece haberse
contraído sobre sí mismo para modelar sendas relecturas (“The Falconer” y la ya
mencionada “König”) atravesándolas con todos los géneros que el peruano ha
practicado alguna vez -exceptuando el stoner y el noise rock/shoegazing. Revestidas
de una solemnidad reluctante, cavernosa, casi espectral; en las minimalistas reinterpretaciones
se dejan escuchar ecos de la psicodelia primordial, de la kosmische musik, del
space rock, del ambient, del post rock de tintes sublunares, de la drone music
de nuestros días.
Sintomáticamente, el procedimiento es el
mismo para Geografías Geométricas Vol. 1, eyectado usufructuando los
bytes de la alemana Midira Records a comienzos de abril último. Se puede
hablar, en efecto, de una metafísica idéntica; con la discrepancia de tener
este volumen, primero de tres anunciados, un norte estético específico y
preponderante -el de la iteración drónica. Dos largas suites divididas en dos
partes (“El Ascenso I”, “El Ascenso II”, “La Ascensión I”, “La Ascensión II”), que
en esencia bien pueden ensamblarse en un único tema de proporciones titanescas.
De ahí la impresión de fades in y out algo arbitrarios, porque la música dispuesta
aquí no parece haber tenido nacimiento ni llegar en el futuro a cesar.
Pese a que la repetitividad es la norma en GGV.
1, la percepción que genera se condice con muchas de las teorías
maximalistas puestas en ejecución por Peter Kember. Cada vez que he decidido
recorrer el disco, he experimentado sensaciones similares a la que describiera
Eno cuando afrontó el episodio post-accidente vehicular que le inspiró para inventar
el ambient. Sin ruidos externos que me interrumpiesen, era como si la rodaja
abriera sus fauces para engullirme, mientras que el desaforado torrente circular
de resonancias sísmicas iba creando el uniforme paisaje tectónico sobre el que
avanzaba. Uniforme, y sin embargo de vez en cuando alguna vibración volcánica
hacía vacilar las magnitudes ilimitadas/dimensiones colosales de ese paisajismo
en serie del que se nutre el drone. Tal y como los icebergs que visionaba el genial
ex Roxy Music, surgiendo en medio de un continuum de ruido ambiental -cláxones
y sonidos de otros ingenios humanos, voces, trinos, el rugido ocasional del
aire, el canto acuoso...
Hace ya un tiempo que Burga se ha retirado a
vivir en el corazón del Valle Sagrado, en Cuzco. Es posible que su larga
estadía en medio de la naturaleza, rodeado de cumbres y de gargantas, del verdor
por el que suspiramos en las ciudades y del constante rumor cristalino del
agua, de espíritus de raigambre contrastante y de multitud de otras formas de
vida; depurase las ideas que hicieron al fin combustión en este viaje. Lo que
me queda claro es que eso es sólo la mitad del ticket. El otro 50% es cosecha
del alma de Miguel Ángel -de las convulsas connotaciones telúricas de su
proceso creativo, de la disciplinada contención introspectiva que ahora observa,
de los febriles espirales horizontales con que acompaña la mecánica celeste que
gobierna la Tierra en su incesante viaje siguiendo al Sol.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 2 de febrero del 2022.)
LOS DISCOS PERUANOS DEL 2021 QUE NO ALCANCÉ A
RESEÑAR (II)
Alguna vez me aventuré a afirmar que,
mientras personas de leyes para quienes la Música es una segunda pasión hay
muchas, pares suyos que a la vez sean músicos no abundan en idéntica proporción
ni remotamente. Abogados/as coleccionistas, melómanos/as e incluso ejecutantes
de finde, conozco a varios/as. Bogas que con la misma seriedad se dediquen también
a la composición sonora, de otro lado, brillan por su casi total ausencia.
(Debe existir un correlato que soporte esa
estadística. Entendido como la garantía del ejercicio de las posibilidades, el Derecho
se mueve en un ámbito claramente demarcado -el de las normas que fundamentan el
concierto sociopolítico de la civilización contemporánea. La razón de ser del
Arte, más aún del que ha fermentado al calor del regazo de la cultura pop, es
el constante exorcismo de los conflictos existenciales que genera ese orden imperante.)
Me gustaría mencionar a Attaraxis junto a Rü
(Bruno Cuzcano) y a Resplandor (Antonio Zelada) como solventes paradigmas de compatibilidad
entre el Derecho y el Arte. Todavía es pronto. Alejandro Pizarro estrena alias
en marzo del 2021 subiendo en varias plataformas un trabajo cuya denominación adelanta
mucho del espíritu del proyecto. Bedroom Background Music consta de siete
números gestados a través de la expresividad de un synth pop correctamente manufacturado,
pero desigual en resultados.
Delinean la primera etapa del trayecto viñetas
enfocadas en melopeas pedestres, de ésas que puedes silbar si las escuchas
hasta que la asiduidad las torna familiares. Acorde con el enfoque, las secuencias
son bastante elementales -y las texturas, cuando las hay, son peligrosamente vacuas.
Llegado a su centro, BBM me recuerda a los demos que ofrecen ya prefigurados
sintetizadores y/o teclados. Nada transforma en especialmente recordables tracks
como “Cloudy Rain” o el inicial “Believe”.
Afortunadamente, Alejandro se decide a tomar el
toro por las astas en el segundo tramo. Los sugerentes detalles ornamentales que
con anterioridad lucían algo huérfanos -el scratch, el palanqueado click de las
viejas cassetteras-, vibran ahora significativos. Ello, porque el synth que tras
la mitad emana Attaraxis aprehende mejor las lecciones impartidas por capos del
ayer y del hoy. Visage y Droid Bishop, Pete Shelley y Castlebeat, John Foxx y
Emeralds, O.M.D. y TeeeL: el joven estudiante de abogacía insufla software y
hardware de emotividades que randomiza con tino.
Programaciones veloces y efectivas (“Sunshine”),
lirismo de prístino romanticismo (“Synths Ballad”, tranquilamente puede inscribirse
en el repertorio de Blind Dancers), síntesis etéreamente taciturna (“Left U Out”)...
Ésas son las características que sacan a flote el primer esfuerzo de Pizarro,
las que más afanosamente debe cultivar con miras a su siguiente paso. Mucho por
asimilar y corregir, pero me quedo tranquilo sabiendo que el talento está ahí. Depende
exclusivamente del muchacho hacerle germinar para alcanzar las alturas que
merece.
Del género pop independiente perucho cercano
a los estándares que maneja el mainstream, muy poco cabe esperar. La aplastante
mayoría de quienes abrazan su filo más rockero viene cortada por la misma trasnochada
tijera. Y quienes se mantienen en sus trece, corren el albur de acabar
contaminados/as por la osmótica baquelita que secreta la “industria de la
música” (¿?). Lo mismo vale para los/as solistas -son contadísimas las
excepciones que escapan a este sino.
No me queda claro si Evah sortea ese
ineluctable hado o sucumbe a él. Más frecuentemente, me parece lo segundo. Entiendo
que Meditaciones es lo primero que saca en largo la comadre, o como
mínimo lo primero que saca distanciada de la argolla de “estrellitas” que se
mueren por obtener el indulgente desdén del establishment radiotelevisivo local.
Cual fuere el caso, Meditaciones se ha visto ¿favorecido? con una
producción de primer nivel -o al menos eso dice el material de prensa que medio
mundo ha rebotado. El texto en cuestión cita a David Chang, Santiago Aliaga y
Alonso Bermejo como productores; nombres que a mí no me dicen nada, salvo el de
Aliaga. Mis alarmas terminan de enloquecer cuando la parrafada habla de “...industrial
musical latinoamericana...” y sumar “...sonidos más urbanos a su esencia
R&B...”.
¿Es para tanto? Sí y no. Admito que el álbum ha
sido más que cumplidoramente producido. La imagen que proyecta es la de una obra
cuya totalidad/tonalidad de notas queda justificada con una masterización 10/10,
calzando perfecta para estos tiempos en que ídolos de barro han hecho del rhythm
& blues cualquier huevada. Presionas play, y le puedes dar dos e incluso
tres bises como música de fondo mientras limpias tu habitación y zonas aledañas.
Te sacude un giro de 180 grados, empero, si
te sientas a escuchar con todos los sentidos este Meditaciones. Aunque
los indicadores de sacarosa se mantengan dentro de las dosis tolerables, no
puedes evitar sentir esa incomodidad que suscita un r’n’b plastificado y
lustroso, revestido de una pátina de aséptica sofisticación que causaría vergüenza
ajena en los rostros de gente como Howlin’ Wolf, Muddy Waters o Aretha Franklin.
Inhábil para trascender la imagen vistosa y la superficialidad rochosa, al
cantar intenta Evah abrir su registro y evitar quedar encasillada. No sólo no
lo logra, sino que además evidencia sus coqueteos con mierda auditiva tipo trap
(“Marea”) y reggaetón (“Despertar” bastaría para coger Meditaciones y
estrellarle contra la pared, o echarle al bote de basura más a la mano).
Hay un puñado de cortes que redimen a esférico
y cantante, sin embargo. Cortes todos emparentados al funk y al soul de vieja
escuela. “Pausa”, por ejemplo, apuesta a practicar un update minimalista de ambos
códigos sonoros. Similar ruta trashuman “Latitud” y “El Corazón Se Acelera” -un
George Clinton atiborrado de sustancias barbitúricas podría haberle firmado-. “Let
It Go”, por su parte, es la única recreación r’n’b atildada del CD. Para su
desgracia, este puñado no consigue borrar el mal sabor de boca que impone el
resto del menú. De regular para espantoso.
A juzgar por lo editado desde “Camino De Los Sacrificios” (noviembre del ‘19), no deja de ser curioso cómo las
personalidades escindidas de Carlos French pueden desdibujar los contornos que
las definen para absorber elementos identitarios propios de cuanto otro yo
habita ese mismo cuerpo, para después reconstruir con severidad los exactos límites
que les separaban. Ídem cuando se trata de expulsar lo que no se condice con
los perfiles de los que dichas personalidades blasonan.
Ya hace mucho rato que el bajista de El
Jefazo parece haber tirado la toalla con el primero de sus proyectos, Coca Negra, cuyo último 7” apareció en noviembre del ‘20 con el indiciario nombre de
Totalmente Abatido. Que se trate de un estancamiento temporal es tan
probable como que parte del ADN de CN haya sido reconfigurado en los
lanzamientos que French publicase usando nombre civil. Con éste, en cambio, su
actividad se ha mantenido indesmayable -con un 45 subido en diciembre último y tres
placas completas concebidas durante el ‘21. De éstas, escojo la que mejor
condensa la estética que Carlos ha desarrollado tras “Camino De Los Sacrificios”
-Battledoge (mayo) es un tanto más reposada, y Arkham huele a
nuevo giro, guiño a Lovecraft incluido (no el primero de su prontuario).
Tecnoética (agosto) es una
magnífica faena de cyberpunk. No en un sentido Tetsuo The Iron Man (1988)
o Blade Runner (1982), referentes ambos muy válidos, sino en un sentido Black
Mirror (2011), Altered Carbon (2018) o la excelente Sleep Dealer
(2008). Es decir, una mirada a la cotidianeidad de ese futuro cristalino que
las élites no se cansan de pregonar, una vez que gadgets y adelantos
tecnológicos pierdan la novedad y pasen a engrosar el catálogo de herramientas de
lo más corrientes. Así, Tecnoética funciona como invisible lado B de los
“brochures” que seguirán gritando las bondades de los avances
científicos en ese hipotético mañana, cuando éstos ya empiecen a generar hastío
y tedio.
Si en Battledoge se insinuaban conexiones
con el IDM e incluso con el drum’n’bass, en Tecnoética el ambient que pergeña
French no teme protagonizar a cielo abierto esas insólitas aleaciones. El
intelligent techno de “Replicante”, verbigracia, homenajea a los ¿antagonistas?
de Blade Runner con un nerviosismo que remite a la circularidad del
jungle. “Producto Programado” se pega al IDM para capturar el zeitgeist de esos
días por llegar en que las tecnocracias no revistan mayor novedad. Y aunque “Esterilización”
prefiere revisitar las jornadas aurorales de la EBM, su mecánica interna es
empujada por el género que llegase a su mayoría de edad con Brian Eno.
Reconozco que la primera parte del mini-LP
tiende a ser algo más conservadora. Yo la aquilato como el prefacio de visiones
peligrosas que depara el porvenir a las nuevas generaciones: neuromantes
drogándose con el olor a cromo quemado (“Tecnoética”), abrazos de silicona
mientras esperas en la densa oscuridad la aparición de ángeles con ojos de
televisión (“Pulso”), rosas holográficas sólo perceptibles en las proximidades
de murientes estrellas rojas (“Ojos De Dicroico”). Una inquietante ventana al futuro,
la que ausculta French.
Sostenido y perseverante, el camino que ha recorrido
Maribel Tafur hasta su feliz hora actual. Supe de ella un par de meses antes de
anunciarse la fecha de Slowdive en Lima (2017), en la que figuró como telonera
sin llegar a presentarse -para mejor: el arranque de la tocada demoró un poco,
y el público peruano no destaca precisamente por la paciencia con quien(es)
precede(n) al headliner.
Cuenta cuatro debuts la talentosa limeña. El
primero data del 2002, capitaneando el mástil del bajo en Valium. El segundo,
cuando echa a andar Intune (2011), empresa peruana que escribe/licencia música mayormente
ambiental para spots y locaciones de negocios comerciales. Y el cuarto, como
parte de Budapest, combo que completan el multi-instrumentista Neto Pérez (guitarra
y charango) y la vocalista Giuliana Origgi, y donde Maribel se encarga de beats
y sintetizadores. La mixtura de canto coral, indie folk y tradición sonora peruana
que proponía el extended con que Budapest se estrenó, Conífera (2017), concitó
mucha atención de parte de un sector de la prensa especializada.
En plan solista, el tercer debut se vio
diferido a diciembre del 2013. Colgado ad portas de la Nochebuena de ese año, el
mini-álbum Mysteries Of Love interioriza esa cálida y confortable
estética de electrónica chill out que a partir de entonces se ha visto
potenciada/estilizada con cada nuevo fogonazo de la autora -salvo “Luna”, surco
cedido a Surrounding: South-American Women In Electronic Music (2017), muestrario
de la independiente Surrounding donde Tafur revela una faceta más propia de los
tiempos inmediatamente anteriores al estallido IDM de los 90s.
2106 ha sido anunciado como el cuarto extended
de la artista. Disiento. De los cuatro uploads que suceden a Mysteries...,
el único compatible con esa definición es el que motiva estas líneas. Tal vez forzando
el significado, el otro que calificaría es “Grevillea” (2019): sus más de once
minutos le ubican a medio andar entre el EP y el single. Porque “Coral”, improvisación
elaborada durante la transmisión online del documental La Terre Vue Du Coeur
(2018), califica como 45 pese a su carácter conceptual.
Concurramos o no en esos usos, 2106 EP
es un registro pletórico en nostalgia, esencialmente de la clase que los
lusohablantes han llamado saudade. Desde la portada, una fotografía tomada por
la madre de Maribel y que el paso del Tiempo ha desgastado, hasta el genial
recurso de utilizar la sonoridad analógica de cintas VHS, digitalizadas muchos
años atrás por el padre de Tafur; el artefacto deviene en bitácora de memorias (y
emociones asociadas) que la compositora atesora sobre su infancia -y, por ende,
remite constantemente al pasado. Un ambient digital de tosca fidelidad que vuelve
la mirada hasta perderse en los recuerdos más lejanos: los presets como vidrios
golpeados por la lluvia donde se refleja la ocasión en que supo el por qué de
su nombre (“Soñó Maribel”), el piano que se adhiere a las voces de sus
compañeros/as en el nido (“Portal”), el borroso audio verité de su cuarto
cumpleaños (“Mi Papá Me Regaló Esta Flor”), la titilante textura del MIDI que rememora
el hogar familiar en el distrito de Jesús María (“La Casa”)... Difícil de creer
que semejante rush del hipocampo pueda acontecer en apenas 18 minutos.
Me quedo con la pista epónima de 2106
EP -otra vez el piano, ahora envuelto por la brisa marina, arropado por las
olas que terminan de extinguirse a la orilla de la playa, escondiendo en su seno
y casi del todo los graznidos de las gaviotas. Un shot de serotonina a la vena
-con un cuarto de miligramo de oxitocina- para rubricar la sorpresa del año.
Congratulaciones.