(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 21 de junio del 2017.)
Fue durante los 90s
que el rock mestizo vivió sus días de esplendor. En los circuitos ajenos al
mainstream, ya respiraba cuando se morían los 80s: conviene recordar que el primer disco de Maldita Vecindad Y Los Hijos Del Quinto Patio data de 1989, y
Mano Negra, el grupo vasco-francés (para el) que (se) inventó la etiqueta;
también dio sus primeros pasos en aquella lejana década (Patchanka en 1988 y Puta’s Fever en 1989). Lástima que el rock mestizo, al que equivocadamente se le
llamó asimismo “rock fusión”, no sobreviviese al cambio de década/siglo/milenio
-diez años de vitalidad plena y exultante, con todo.
Como pasa con
(casi) cualquier género sonoro, el cadáver del rock mestizo alimentó la
corriente principal/pasteurizada de la música pop hasta que de él no quedó ni
la osamenta. Por ello, no deja de sorprender la manera en que su leit motiv
central ha reencarnado a través de lo que vengo definiendo desde hace algunos
años como “electrónica mestiza”, y que no es otra cosa que aquello que la mass
media tilda de “cumbia digital” -en circuitos internacionales del hemisferio
norte, han sido más inteligentes para bautizarle: “global bass”.
El Cuarto De Juegos
no se acomoda ni a lo que fuera antaño el rock mestizo ni a lo que es hoy la
electrónica mestiza. De hecho, es bastante equivocado suponer que parte de uno
u de otra para crear su propia música, o excavar su propio nicho. Cuando
escuché por primera vez a la ligera el debut, Procesión (2017), daba la engañosa impresión de ser efectivamente
rock mestizo. Cachosamente, a la tercera escucha se parecía más a la “nueva canción latinoamericana” que los
folkloristas aupaban en el amanecer de los 70s. Quince vueltas después, he
concluido que se trata de una mixtura entre éste y el sonido de la vieja cumbia
psicodélica peruana.
Mezcla no siempre
equilibrada, y no siempre mezcla, por otro lado. La apertura de “Hasta Cuándo”
podrían haberla firmado, con un poco más de incidencia en la pentafonía
altoandina y pese a sus vientos de ascendencia mexicana, Inti Illimani, Illapu
o los mismísimos Jaivas de sus años formativos. No es la única vez que sucede
-ahí están también “Llama Ancestral” o “A Los Bosques Me Interno Yo”. Curioso
que suceda con este último tema: aunque Los Kjarkas se han arrogado siempre la
autoría, ECDJ lo presenta como “tradicional”. Como fuere, la versión que nos resulta
más conocida es la de Los Destellos, el mítico combo de cumbia de Enrique
Delgado.
De otro lado, hay
temas de Procesión que sí gozan de
ese balance entre cumbia de vieja escuela y sonido vernáculo del ande
sudamericano. Se cuentan entre éstos el track homónimo de la presente entrega,
“El Presagio” o “Querencia”. Intuyo que es allí donde más debería incidir a
futuro la banda: sobre una estructura básica de folklore nutrido en janca y
jalca, ensayar variaciones que abunden en matices tropicales, como
reivindicando la música amazónica y la cultura del Oriente perucho. El álbum
genera cierto grado de adicción debido justamente a estas características, cuya
combinación produce ese efecto de agradable/apacible embriaguez.
El Cuarto De Juegos
son los hermanos Tomás, Martín y Manuel Del Prado (cuya media de edad no excede
el cuarto de siglo); y (¿ocasionalmente?) Martín Prada. Formado en Barranco, el
grupo nace producto de la concepción del disco La Amistad Del Aire (2012), rodaja adicional que acompaña el libro
homónimo del escritor (y tío) Santiago Del Prado -y que es algo así como un
“disco número 0” para el conjunto-. Insólitamente, los músicos citan como
referentes a Daniel Johnston, al Nobel Dylan y a Bob Marley; entre otros. La
influencia debe darse a otro nivel -letras, quizá, muchas de ellas entre
místicas y totalmente crípticas.
En lugar de una
melodía preciosa como “Llama Ancestral”, se me ha pegado al tímpano “El Baile
De La Policía Intergaláctica”, acaso por su efectismo brutal y seductor.
Pregunta: ¿a alguien más que haya escuchado el disco, la guitarra de este tema en
particular le recordó a la peculiar, inigualable técnica de digitación del
inmortal Vini Reilly?
Únete al Oriente.
PD: Puntos extras
por la portada. El nombre del cuarteto proviene del ambiente en la casa
familiar donde jugasen los hermanos Del Prado cuando niños. Gran acierto de los
padres al haber conservado algunos juguetes de su propia infancia para que la
prole los conozca/los use: se trata de los muñequitos de plástico que
reproducían a Ultraman y Ultrasiete, así como a la galería de monstruos con que
se ayudaban/se enfrentaban -todos ellos en rojo, para la carátula de Procesión. La misma iniciativa que tuve
yo para con Marcelo, quien ahora juega con ellos en el castillo armado con
PlayGo del antiguo (entre robots convertibles, Transformes y un Varitech posado
en el torreón posterior izquierdo).
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 17 de junio del 2015.)
El amigo Renzo Sánchez,
cantante de Los Silver Mornings, hablaría con acierto de un rescate emotivo al
leer este posteo. Yo agregaría que se trata de una recuperación arqueológica en
toda regla, aunque su restauración haya dejado mucho que desear.
Que Walter Carlos
-hoy Wendy Carlos- popularizó a escala industrial el sonido del sintetizador
gracias al soundtrack que compuso para A
Clockwork Orange (1971), del genio Stanley Kubrick, es algo que nadie
ignora (o nadie debería ignorar). Que todo empezó cuando el músico publicase
dos años antes el fundacional Switched-On Bach, que produjo el mismo efecto entre los principales actores
proto-electrónicos de la música pop, también es una verdad de a kilo. De modo
que azora bastante comprobar que A Moog
Mass (Kama Sutra, 1970), única referencia discográfica de Caldara, nunca
haya sido reeditada en CD, ni siquiera de manera “extraoficial”.
Abreviando, Caldara
es la prehistoria de Tonto’s Expanding Head Band, un dúo algo más conocido por
el breve pero intenso legado que dejó: Zero
Time (1971), It's About Time
(1974) y Tonto's Expanding Head Band
(1975). Desde su unigénito esférico, Caldara mapea los territorios que
recorrerá la experiencia posterior, pero más toscamente -y quizá por ello,
Malcolm Cecil y Robert Margouleff nunca mostraron el menor interés en rescatarle.
A Moog Mass, que apunta el dedo directamente al
sintetizador más popular de la historia, repasa las últimas horas del Cristo en
la Tierra. Cada tema ha sido bautizado en inglés, añadiéndosele en la carpeta
del vinilo su respectiva traducción en latín. Un par de ejemplos: “The Mother
Stood/Stabat Mater” (¿alguien se acordó de Luis Hernández?), “Share With Me The
Pain/Tui Nati Vulnerati”. Aún cuando me confieso agnóstico, me parece
interesante esta revisión de los -ejem- “acontecimientos” que conforman la
pasión y muerte del superstar del Nuevo Testamento. Más aún si la idea del
tándem, como también pasaba con Walter/Wendy Carlos, era sustituir una orquesta
de cámara utilizando sólo sintetizadores Moog hasta para los coros vocales.
Vistos los
resultados, las versiones disponibles en Internet parecen corresponder a la misma
fuente, una digitalización costeada por particulares -que ha debido partir de
un viejo vinilo matadazo, lleno de rayones. Como siempre, tu seguro servidor ha
limpiado los drops más prominentes (los minúsculos, por otra parte, le dan ese
aire de vetustez tan caro a una grabación de características/ambientes
medievales), y le ha subido un poco el volumen. Bájatelo aquí antes de que
algún programa espía pro-copyright lo borre.
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 14 de junio del 2017.)
Miguel Conejeros es
un personaje histórico de la escena pop independiente chilena. Como ya dije una
vez aquí sobre él, formó en los 80s a los extrañísimos Pinochet Boys, suerte de
equivalente a lo que en nuestro país fue la marcianaza entidad after punk/no
wave Yndeseables. Tras un segundo aire como parte de Parkinson, agrupación
indie avanzada a época al sur de Tacna -dos maquetas increíbles, Anaranjado (1991) y De Rey A Mendigo (1992)-, desde mediados de los 90s Conejeros anima
el proyecto electrónico Fiat600 (también reseñado aquí).
Hace un par de
meses, don Miguel compartió en el grupo Facebook 20,000 Leguas De Viaje
Submarino (Un Mundo De Aventuras Musicales) el EP estreno de Pol Del Sur. Puesta
individual santiaguina de Pablo Infante, este extended jala el tímpano sin
mayor dilación al escoger el músico revivir uno de los principales legados de la
variedad kraut rock cultivada en Düsseldorf: el motorik. Apuesta arriesgada en
tiempos en que la tecnología parece querer robarse la esencia misma de la
Música, pero válida -y sobre todo, exitosa. Ese sonido pulsante, iterativo,
incesante, preciso, fluido, hipnótico; cuyo latido moderado puede acelerar o
desacelerar según se requiera, nos manda de regreso en Investigaciones Sobre Ciclos Y Secuencias EP a los primeros 70s, a
esos días en que las mentes más avezadas del polvorín de ideas que era Alemania
alucinaban con las formas ¿utópicas?/¿distópicas? que el Futuro tomaría.
Utilizando exclusivamente sintetizadores y secuenciadores analógicos, añádase
su buena porción de synth naif a este ostinato postmoderno, y ya tienes un
sorprendente y bonito revival de sonido e imaginario sci-fi hi-tech setenteros.
Interesante obra de Infante, aplicado alumno de seminales referencias para el
pop de vanguardia como Kraftwerk, Neu!, La Düsseldorf y Harmonia. Estaré atento
a su siguiente movida -sea o no a través de Pirotecnia, pulcrísima netlabel que
descubrí de la mano de PDS.
Un par de años
atrás, conocí a Germán Domaica Barrales por esta red social. No transcurriría
mucho hasta que el man se animó a compartir conmigo algunos de los delirios
sonoros que le iban saliendo como jugando. En paralelo, Mimo Violento, alias de
Germán para estos menesteres; se iba haciendo público en los circuitos
electrónicos de Santiago. Vaporwave en el más amplio sentido del término, MV
tiene composiciones que no recurren a medio sampleo (o al menos no reconocibles
de primera impresión), y también “composiciones” que en la práctica son
versiones travestidas del repertorio de dominio público -el “Querida” de Juan
Gabriel (puajjjjjjj) y el “Sweet Harmony” de The Beloved, por ejemplo, o el “Nothing
Compares 2 U” de Sinnead O’Connor. Domaica impregna lo suficiente a su música
de la distorsión inherente al vaporwave; aunque, como suele pasar, no te queda
claro si es herramienta estética de alucinación inducida o puritito sarcasmo.
Entre la mística y la ironía, entre lo etéreo y lo prefabricado, difícil que
temas así pasen desapercibidos -esto, a pesar de que, en más de una
oportunidad; se ha sindicado al vaporwave como el “muzak” del siglo XXI: por
lejos, lo preferiría en malls y supermercados a la habitual andanada de covers
en clave de aséptica bossa nova/migrañoso lounge de utilería (pero como hasta
para eso somos lerdos los peruanos...).
Y ya que he
mencionado a German, durante la segunda mitad del 2016 me comentó que se había
unido a Nadie Importante. Este grupo, también santiaguino, ya contaba en su
haber con un par de lanzamientos virtuales -A Veces Es Difícil EP (2013) y Vino Y Clonazepam 7” (2015). En estos títulos, el entonces cuarteto empuñaba una
mezcla de pop/rock alternativo, psicodelia, shoegazing, punk, space rock... La
centrífuga que mantenía en su sitio cada cosa era en teoría el indie rock.
Pero, bien escuchada, más apropiada para describir la chanfainita era la figura
de meter todos estos elementos en un mismo saco; y a ese saco, escribirle con
grueso plumón negro de fieltro el rótulo de “post indie”.
Así ha sido desde
los días en que NI eran Héctor Vinés (batería), Rodrigo Aliaga (guitarra), Simón
Arias (bajo) y Felipe Toro (guitarra, voces). Reemplazados Vinés por Raúl
Guzmán, Arias por Domaica (que también pone su voz), y retirado Aliaga de la
banda; en marzo de este año el terceto ha estrenado nuevo single, Un Poquito De Space Country, que con ese
título pareciera decirlo todo. Hay algo de folk en esta versión triate de Nadie
Importante, sí, aunque la música sigue siendo una galvanizada aleación slacker
de varias influencias. Las que priman aquí son el indie y el shoegazing, bañadas
en esa estética lo-fi a que la banda es afecta desde los primeros días de su
existencia (2012).
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 10 de septiembre del 2013.)
Hace ya algún
tiempo, pude ver esa serie de cortos documentales que el gran Armando Robles
Godoy dirigió bajo el epígrafe de “El Lenguaje Misterioso” -suerte de “clínica”
por entregas, imprescindible para comenzar a familiarizarse con el vocabulario
del idioma propio del celuloide. Lo paja es que coincidíamos bastante: recuerdo
el final del corto “Los Ruidos”, donde el director demuestra fehacientemente
cómo es que una misma toma ya grabada puede sugerir infinidad de sensaciones
-nostalgia, horror, suspenso, tragedia, jarana, melancolía- dependiendo de los
sonidos con que se le adorne. Por cierto, existe otro corto donde se ocupa
solamente de la Música.
Pertenezco a una de
las últimas generaciones que crecieron sin cable, y que por tanto tuvieron que
conformarse con la mendicidad de la televisión de señal abierta. Recuerdo, como
seguramente muchos también lo hacen, esos interminables ciclos de cine mexicano
en blanco y negro que programaba el 4, y más ocasionalmente el 7. Las más de
las veces era ese cine llorón y tradicionalista, con charros de pistolón y
citadinos galanes de impoluta camisa blanca -como dice la canción de La Buena
Vida, “Un Actor Mejicano” (Álbum,
2003). Pero a veces te ganabas con un Luis Buñuel, porque para los alelados
programadores no importaba quién dirigía si aparecía Jorge Mistral o Pedro
Armendáriz. O te ganabas con alguna del gran Arturo De Córdova. Y por ahí se
colaban escenas imbuidas de sordidez y maligno surrealismo que te frikean hasta
ahora, para qué negarlo.
En septiembre del
2013, estuve en una reuna amical con Jorge Rivas O'Connor (a) Ionaxs y con
Dante Izaguirre (a) Xtredan. Después
de años buscándolo por mi
cuenta, Jorge al fin me alcanzó el disco debut de
Luján, Sonorama
(2005). Yo a Luján lo había escuchado a través de los lanzamientos de Dorog Records, y me parece un músico
interesantísimo, capazo en las artes del mash up y en entrarle a
los rebotes percusivos del drum'n'bass -de ahí mi interés
en su ópera prima, de paso que completaba la colección.
Debo admitir que
todavía no me siento a escucharlo como se debe, contentándome a ponerlo en la
bandeja para testearlo por encima. Aún así, ese examen superficial ha bastado
para quedarme colgadazazazazazazo de un tema que me ha cogido literalmente de
los huevos: “Lovers In The Darkness”. Puta madre, aquí viene el drama del
crítico. ¿Cómo definir con propiedad lo que es en sí misma esa composición de
Luján? Danzón sónico... el gerundense Xavier Cugat en huiros... el maestro Juan
García Esquivel en plan de genio loco trip hop... un Tin Tan lumpenesco... un
Infante y/o un Negrete delirantes hasta la médula... la escena del sueño en Los Olvidados (1950) del gigantesco
director aragonés vuelta de revés y loopeada sin fin... Carajo, qué magnífica
pieza de deconstructiva electrónica surrealista -a dos pasos de reavivar viejos
pánicos pre-technicolor, como aquella vez en que, solo en mi jato a los 11
años, un sábado por la noche sintonicé el 7 y se me escarapeló hasta el último
de los pelos viendo L'Immortelle (1963)
de Alan Robbe-Grillet (lyncheana antes de Lynch). Díganme si es que las
facciones y el gesto de la hermosa Françoise Brion no los sacude hasta el
espanto -tanto como esa persistentemente lastimera trompeta asordinada acompañada
de campanazos atonales cargados de revberb del tema de Luján, mientras el
totoloche repta opresivo sobre climas oníricos a lo Arto Lindsay circa Noon Chill (1998)... Descarga en el siguiente link el tema “Lovers In The Darkness”, de Luján. http://www.mediafire.com/file/u33wo71cki8aprd/Luj%C3%A1n-Lovers+In+The+Darkness.mp3
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 24 de noviembre del 2014.)
Mis coetáneos,
inmediatos antecesores e inmediatos sucesores; recordarán que, antes de la
llegada de la señal de televisión pagada y de Internet, pocas opciones había en
esta parte del mundo de ver más allá de lo que ofrecían los medios masivos.
Recordarán también, seguramente, esos ciclos de cine mexicano clásico que de
cuando en cuando programaban Pantel y América Televisión para llenar sus
horarios -ciclos en los que se pauteaban sin cesar las más conocidas pelas de
Pedro Infante y Jorge Negrete (y, en menor medida, María Félix). Rarísima era
la ocasión en que ambas estaciones televisoras se arriesgaban con material
azteca de otro tipo: alguna vez el 4 encajó dos joyas de Luis Buñuel, El Bruto y Abismos De Pasión, para deleite de mis ojos. El canal que
arriesgaba un poco más, y quizá por eso no podía competir con los otros dos,
era el 7. No sólo con las mexicanas: hasta ahora me acuerdo de haber visto L'Immortelle un sábado por la noche, con
el consecuente trauma.
(A mis camaradas
mexicanos, aquí va un misterio que lleva décadas sin resolver nadie. Recuerdo
haber visto años ha, cuando todavía era un niño de 6 o 7 eneros, un film
mexicano en blanco y negro perteneciente al género fantástico. Un hombre trata
de burlar a la Muerte recurriendo a la ayuda de una hechicera. Ésta le dice que
existe una forma: convertirlo en perro, para que la Muerte no pueda
reconocerlo. Lo malo es que así se quedará el protagonista, quien decide aceptar.
Pues bien, llegada la hora señalada, en medio de un baile tapatío, todos los
asistentes se quedan quietos, inmóviles, mientras la Muerte pasa entre ellos
buscando a su víctima. Incluso pasa al lado del perrillo en que se ha
convertido el hombre buscado. Cansada de buscar, la Muerte se va. Hasta ahora,
nadie ha sabido decirme de qué película se trata, misma que vi justamente
gracias al 7.)
De lo que no me
acuerdo es de cómo he llegado a dar con El Escapulario (1968). Fácil fue un cortocircuito. El hecho es que, después de
buscar sin descanso alguna versión en DVD, opté por bajarla de YouTube. La
verdad es que es medio tela, creo que su principal defecto es detenerse
demasiado en la historia del segundo hijo de la moribunda que vemos al inicio
del largometraje, hijo que encarna un jovencísimo Enrique Lizalde. Pero a la
par de esta pela, descubrí que la producción mexicana de la época clásica va
mucho más allá de los íconos que se hicieron famosos en toda Latinoamérica.
Tras descargar un must como El Jorobado (Enrique De Lagardere) (1943), comencé a bajar parte de la amplísima
producción de films de terror mexicanos. Por ahí se coló una gema fantástica
como El Esqueleto De La Señora Morales
(1959), protagonizada por el actorazo Arturo De Córdova, pero que es más una
obra de humor macabro. Hasta el momento, el mayor descubrimiento -por tratarse
de un documento visual histórico- es El
Fantasma Del Convento (1934), considerado el primer film mexicano de
terror. Tiene varios momentos creepies, sí, y una fuerte deuda con la estética
del expresionismo alemán del que era más o menos contemporáneo -basta con
verles las fachas a los personajes. Para la época, su vuelta de tuerca final
debe haber causado espanto entre las audiencias. Bájate el film antes de que lo baneen. Lo he colgado ex profeso para ti. ;)
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 17 de mayo del 2017. Pauteado en el blog
tal cual fue escrito.)
SLOWDIVE: EL SUEÑO
INALCANZABLE HECHO REALIDAD
Si hemos de
apegarnos a la verdad, el concierto de mañana acaba con una espera cuantitativamente
corta. Mal haríamos en hablar de los proclamados 22 años de los que medio mundo
ha venido haciéndose eco. No. Hasta el 2014, ver en vivo a Slowdive en el Perú
era una fantasía por la que se suspiraba sabiéndosela imposible. La banda se
había disuelto entre 1995 y 1996, tras la salida del Pygmalion, e inmediatamente después Neil Halstead y Rachel Goswell
formaron Mojave 3. A su tiempo -2007, probablemente-, M3 también había dicho
adiós. Los miembros de la agrupación bandera del shoegazing andaban desperdigados
y no había reconciliación a la vista.
Cuando Slowdive concreta
su reunión en el 2014, la fantasía se condensa en una posibilidad remota. Quienes
fuimos sus fans en los 90s hemos padecido taquicardia crónica desde entonces,
ante la eventualidad no sólo de nuevo material, sino también la de una
presentación aquí. No exagero: tres años atrás, se corrió el rumor de que
empresarios locales planeaban juntar en un mismo concierto a Slowdive y a
Pixies -estos últimos sí llegarían a tocar en el Perú, aunque sin Tanya
Donelli. Por supuesto, hubieron voces que protestaron contra el cotilleo (“no
se jueguen así con el corazón de la gente”).
Durante este
trienio, nos han estado llegando noticias a granel sobre el resucitado
quinteto: declaraciones, fotos y videos de sus lives, teasers, la
aparición estelar en el documentalazo Beautiful Noise (2015)... Por lejos, la primera gran noticia llegó hace más o menos
un año, cuando los ingleses revelaron que entrarían al estudio a grabar nuevo álbum,
el primero en 22 años. La segunda: Rachel Goswell, diosa entre diosas,
protagonizó el que para mí es el mejor disco del ejercicio 2016, el epónimo
debut del “supergrupo” Minor Victories -al lado de músicos experimentados como James
Lockey (Hand Held Cine Club), Stuart Braithwaite (Mogwai) y Justin Lockey (The
Editors).
En marzo de este 2017,
nuestros ojos y oídos se enteraron de que Slowdive tocaría en Santiago, sueño
que se hizo realidad para los hermanos sureños el pasado sábado 13. Se supo
entonces que Slowdive giraría por la región. A la par, el grupo programó la
salida del nuevo trabajo discográfico para el 5 de mayo. Muchos pedimos que se
aprovechara la coyuntura a fin de negociar su llegada a Lima. Pedimos,
insistimos y, finalmente, exhortamos. No era para menos: fresca está aún en el
recuerdo la desastrosa falta de reflejos de los organizadores nacionales para
traer a Dead Can Dance, un dúo literalmente de otro planeta, que se presentó
DOS VECES en Chile.
Esta vez, hubo humo
blanco. La espera, por consiguiente, no ha sido muy larga que digamos. Si acaso
tres años. Pero la emoción de poder tenerlos aquí, ésa sí que hizo sufrir
horrores a la feligresía local, dolorosa duda que se desvaneció al confirmarse
la buena nueva en la veintena de abril último. Hoy, ya sólo falta un día.
AMOR DE SEGUNDA
JUVENTUD
En Kaze Tachinu (Se Levanta El Viento, 2013), de Hayao Miyazaki, Jiro conversa a través
de sus sueños muchas veces con el diseñador italiano Giovanni Battista Caproni.
En la penúltima de esas veces, Caproni le dice a Jiro: “Los artistas sólo son
creativos por diez años. Los ingenieros no somos diferentes. Vive tus diez años
al máximo”.
Desde que Slowdive
se juntase otra vez, mucho se ha especulado sobre si sus capacidades, que los
convirtieran en el máximo exponente del dream pop; se mantenían intactas. No
han faltado quienes vean en este regreso sólo una oportunidad para exprimir su
celebridad y hacer dinero. En tal sentido, el segundo testimonio homónimo de la
banda -el primero fue el EP de debut absoluto, allá por 1990- parecía llamado a
disipar esas dudas.
Pero no olvides la
sentencia de Caproni. ¿Realmente era correcto esperar una obra maestra de
músicos que han estado separados tanto tiempo? ¿Era imperioso que volviesen con
una obra maestra completa quienes han empezado a dejar atrás la mitad de sus
cuarentas? Extendiendo aún más el radio de la interrogante, ¿es conditio sine
qua non que cualquier grupo o artista invente la sopa de ajo con cada nuevo
disco que publica? Ciertamente, creo que eso deseábamos todos los fans.
No es una
obligación, sin embargo. Alguna vez, el gran Eduardo Lenti escribió sobre
“Let’s Go To Bed” de The Cure unas líneas que también son válidas para todo el
período del Japanese Whispers (1983):
“una canción tan conmovedora como los primeros pasos de un enfermo tras una
larga convalecencia”. Slowdive es eso,
el regreso de una agrupación como no ha existido otra al interior del
shoegazing, el primer paso en la segunda vida de quienes serían el
combo-escuela del género si éste no hubiera sido perfilado antes por el Loveless (1991) de My Bloody Valentine -Eduardo
Lecca, de hecho, les considera el segundo nombre más grande de la nómina Creation
Records, sólo por detrás de MBV (lástima que se equivoque en escoger al Pygmalion como su legado definitivo).
Sin olvidar los
resultados artísticos, cualesquiera creas que éstos son, lo que puede decirse a
priori del nuevo álbum es que poco le falta para ahogarse/ahogarte en emotividad.
Los cinco de Reading, Berkshire, han tenido las emociones a flor de piel durante
todo el proceso de creación y registro; como corresponde al hecho de
experimentar una segunda (¿y también bisoña?) juventud. Bien es cierto que este
factor no basta por sí solo para levantar un disco, pero tengámoslo siempre
presente al momento de evaluar la recién estrenada placa -que se filtrase casi dos
semanas antes de la fecha oficial de lanzamiento (en su cuenta Facebook,
Rachell Goswell deploró amargamente el hecho).
En parte, pienso
que esa desbordada emotividad le ha jugado un par de veces en contra a
Slowdive. Cuando comienza a cantar en “Slomo”, la voz de Halstead le pone cabe
a lo que debería haber sido un reentré glorioso. Y la Goswell lo hace apenas
mejor al tomarle el relevo en este número de apertura. Por otro lado, y al
final del plástico, “Falling Ashes” se queda a escasos milímetros de erigirse
como gran cierre de jornada a-lo-Pygmalion,
debido a que las vocales no consiguen elevar el tema a las alturas que la
contraparte sonora reclamaba -se puede alegar, cómo no, el inevitable paso de
los años.
Acabo de aludir a
la música, ésa que era intensa experimentación y melodía pop irresistible a
partes iguales, en la primera vida de Slowdive. Aquí, otra pregunta, no tan
ligada al disco; encuentra espacio. Dentro de los hoy sincréticos lindes de la
música pop/rock, ¿no es un poco ingenuo esperar algo nuevo, tras el cambio de
milenio? Ojo, no inquiero por algo bien hecho, fresco, con gancho melódico que
mate -sino por algo completamente nuevo, inédito. Se acusa a Slowdive de
haberse convertido en otro grupo indie más del montón, sin tomarse en cuenta no
sólo la cuestión que acaba de ser planteada, sino también el hecho de que casi
la totalidad de actos shoegazing que se adueñó del relevo generacional entre
1996 y el año del Jubileo optó por derivar casi naturalmente hacia el indie.
Los mismos sobrevivientes de Slowdive esculpieron desarmantes viñetas
corta-venas bajo el alias de Mojave 3, y el propio Chris Saville siguió ese
camino con Monster Movie. Por lo demás, a las mismas voces que sindican este golpe
de timón como un desatino total, y que son abiertamente críticas con el indie
de nuestros días; podría replicárseles si los argumentos les alcanzan para
hacer lo mismo con el indie de los 90s (Flaming Lips, Pavement, Mercury Rev,
Red House Painters y un inacabable etcétera).
Por donde los mire,
estos juicios me parecen exagerados. “Star Roving”, primer single del nuevo Slowdive,
se afana en recuperar su sonido característico, que diera todo de sí en obras
tan paporreteadas por mis neuronas como el Souvlaki
(1993) y los EPs ad látere. Muy al margen de la polémica que pueda armarse en
torno a la performance vocal de “Slomo” y “Falling Skies”, Slowdive es un disco dinámicamente balanceado. Se tiende a
intercalar un tema de medio tempo con otro algo más acelerado y ruidoso, pero
esa pauta no es inmutable. Así, mientras “Star Roving” debe tener el tempo más
veloz en toda la discografía de los ingleses, y “Don’t Know Why” baja a niveles
“normales” ese pulso; “Sugar For The Pill”, segundo single del disco, es en la
práctica una semibalada.
No es muy evidente,
pero hasta aquí se llega a percibir visos de una disputa entre lo que el grupo
fue y lo que quiere ser ahora, una suerte de dialéctica entre la hora actual de
Slowdive y su prontuario histórico. Convertido gracias a tres LPs maravillosos
en una estupenda banda de culto -Just For A Day (1991), Souvlaki y Pygmalion-, el quinteto quiere romper un
poco su propio molde. Lo consigue a medias. Porque a partir de “Everyone
Knows”, Slowdive regresa a ese pasado con que más se le identifica. Lo que sí
cambia es la participación de cada integrante en la ejecución colectiva. En
todo el esférico, por ejemplo, juega importantísimo papel la sección rítmica:
Nick Chaplin en el bajo y Simon Scott en la batería soportan el peso principal
de las canciones. Es menester subrayar sobre todo al primero, que descolla por
lo sorprendente de su técnica (mucho oído a lo suyo).
Otro tanto puede
decirse de la voz cantante. Rachel se retira a un segundo plano para dejar a
Neil cumplir el rol de vocalista principal, revelándose sólo en los momentos
clave, cuando Halstead necesita una mano para hacer que el combo despegue.
Ello, a pesar de las dos reservas puntuales que ya acoté en párrafos
anteriores. Para más inri, la impresión global, grosso modo; es la de un disco
in crescendo aupado por las voces.
De las ocho
canciones incluidas en el álbum (nueve en la edición japonesa: el hermoso bonus
track “30th June”), la única que no he mencionado en estas líneas es “No Longer
Making Time”. En cierta forma, esta composición resume no sólo las virtudes del
disco, sino todo aquello que ha estado detrás del regreso de Slowdive.
Shoegazing en estado puro (“dulce como un caramelo aural, amargo como el
recuerdo de la felicidad perdida”, escribí en el 2001): sin elevar demasiado el
volumen, “No Longer...” revive los días del Souvlaki,
cuando las voces hechas susurros nos acariciaban mientras la tormenta de sonido
nos jaloneaba con violencia para llevarnos hacia atardeceres inalcanzables,
interminables. Recuerda también lo mucho que se les ama (Slowdive es, de todas
maneras, la banda más querida del baggy), lo mucho que se les extrañaba, lo
emocionados que nos sentimos todos cuando supimos que volvían, y lo felices que
nos pusimos cuando confirmaron su presencia en el Perú -ante la sola
posibilidad, cuando todo eran rumores y ninguna certeza se tenía, me eché a
llorar a lágrima viva de sólo pensar que podría escuchar en vivo genialidades
como “Catch The Breeze”, “Alison”, “Crazy For Yoy”, “Dagger”, “Machine Gun” y
“When The Sun Hits”.
El domingo pasado,
en horas de la noche, Slowdive tocó en Brasil. Ayer ocurrió otro tanto en
Argentina. Los muchos set lists que han estado circulando, pertenecientes a las
tocadas realizadas durante las últimas semanas, esbozan un menú de más o menos diez
a doce canciones fijas. Un tercio de ellas está centrado en el nuevo disco,
mientras que el porcentaje restante pasa revista a toda su producción, con
especial énfasis en el Souvlaki -pero
también con sorpresas repescadas de los EPs, como “Avalyn” y “Golden Hair”, el
cover de Syd Barrett que usan para cerrar (al menos de primera intención) las
presentaciones. El encore es otra cosa.
Sound And Vision,
el magnífico site mexicano especializado en músicas independientes, y que fuera
de los primeros medios latinoamericanos en anunciar este retorno (hace dos días
notició sobre Every Country’s Sun, nueva
rodaja en ciernes de Mogwai, por siaca); ha advertido sobre lo difícil que es
para cualquier fan de Slowdive no irse a ningún extremo. Slowdive no es una maravilla, ni tiene la obligación de serlo: es
sólo el regreso de músicos legendarios tras una pausa de 22 años; que, sin
querer ser exactamente los de antes, sí anhelan rejuvenecer para esta segunda
vida que han decidido compartir con nosotros. Vamos, no peques de exigente, su
obra anterior les otorga suficiente margen para que les perdonemos cualquier
desfase en su vuelta al ruedo.
Como con Yo La Tengo, como con Los Planetas, como con !!! (Chk Chk Chk); mañana mato para
estar en primera fila, a escasos metros de ellos, dispuesto a saltar como
cualquier chibolo pulpín y a soltar moco contenido como cualquier viejo
dencorub. Dispuesto a renovar el ritual.
Mañana, el Destino
es nuestro aliado.
;)
PD: A la
organización del evento, por favor, tengan al menos un par de ambulancias
listas para cualquier emergencia, incluyendo sendos desfibriladores cardíacos. Vale
más prevenir.
Hákim de Merv
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 19 de mayo del 2017. Pauteado en el blog
tal cual fue escrito.)
Dicen que una
imagen vale más que mil palabras. Pero si aquella va acompañada de unas cuantas
líneas, queda todavía mejor.
Cuando te
atragantas de emotividad hasta sentir que vas a reventar a partes iguales de
tristeza y felicidad, todo lo que te rodea tiende a tornarse difuso. Las
emociones empañan el juicio, y éste cede a los impulsos primarios que aún
gobiernan la especie.
Slowdive, el grupo
shoegazing que más amo y amaré toda mi vida, me llevó a una epifanía la noche
del pasado jueves. Salté, lloré y grité las letras hasta quedarme afónico; como
nunca antes lo he hecho. En circunstancias así, no tienes de otra sino de
gritarlas, salvo que a medio camino te agarre “Dagger” y sólo te quede la
opción de apenas balbucear, mientras un nudo se te forma en la garganta y otro
se te deshace en el corazón -lo que hubiera dado por la mirada cómplice que en
esta canción le echó la Goswell a Halstead.
A la porra la
espera de horas, a la porra el cansancio y los gallos que en otras
circunstancias causarían más de un rubor. Slowdive estaba ahí, tocando frente a
mí, Rachel, Nick, Neil, Christian, Simon; mientras la envolvente correntada de
noise y pop que salía desde los gigantescos parlantes hacía que se me
remecieran hasta los calzoncillos -lo que va contra todas las leyes conocidas
de la física, a menos que los causantes sean los cinco de Reading.
Fernando Rivera,
Diego Ballón, Jaime Alfaro (mil disculpas, maestro, me ganó la emoción de
abrazarme con mi causa Walter Rojas), Pedro Reyes, Marcelo Villanueva, Abdel De
La Cruz, Raúl Begazo, Wilbert Estrada, Antonio Zelada, Jorge Rivas O’Connor y
tantos otros que no alcancé a ver... Todos nos fundimos en la bruma de un
concierto que en realidad no fue tal cosa -sino una excepcional experiencia
ritual, de ésas que sanan las heridas del alma y que te reconcilian con la
vida.
Adivina quién sale
haciendo headbanging en 3.50, cuando la cámara gira a la derecha, en primera
fila.
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 17 de junio del 2013.)
Como regalo por el
Día Del Padre en el año 2013 (padre “canino”, pero padre al fin y al cabo), me
obsequiaron el DVD original de Fantasia
2000. El mismo 16 de junio de aquel año vimos esta, em, ¿“secuela”? de la
inmortal Fantasia (1940).
Cuantitativamente
hablando, se trata de un mediometraje, pues a duras penas consigue llegar a los
70 minutos de duración. Algunos de los segmentos animados no rebasan los 10
minutos (“El Carnaval De Los Animales”, por ejemplo). Otros, por historia y
desarrollo, parecen estar nada más que de relleno. Incluso se repesca “El
Aprendiz De Brujo” del estreno de 1940 (tal cual, menos mal). Y, salvo el
productor Quincy Jones -no sé qué hace allí el responsable del éxito del Thriller (1982) de Jacko- y el querido
James Earl Jones, los presentadores invitados son de clase B para abajo (el
insoportable Steve Martin, la aguachenta Bette Midler).
Cualitativamente
hablando, todo lo que la Disney ahorró en extensión lo gastó en animación de
primerísimo nivel. Comprensiblemente, esta película conmemorativa de los 60
años de la Fantasia original es muy
superior a su predecesora desde el punto de vista técnico -lógico, ¿no?, es lo
mínimo que se le puede exigir a un film de este tipo. Ayuda, cómo no, el hecho
de que la tecnología también haya dado saltos gigantescos para ofrecer soportes
acordes a espectáculos como éste, de casi lujuriosa exhuberancia visual.
En el balance
general, Fantasia 2000 no desentona,
porque va más en la línea de los productos que la Disney desarrolla para
degustación familiar -mientras que la primigenia Fantasia era un vuelazo, que exigía una cultivada concentración al
espectador durante casi toda su proyección. Me quedo con “Pinos De Roma”, que nos
muestra un mundo similar a los que nos dejaban entrever las magníficas portadas
de Roger Dean para Yes, y con “El Pájaro De Fuego”, donde es más que evidente
la asimilación que la Disney ha tenido que hacer -caballero, nomás- de la
tradición cinética del anime.
PD: Ah, también es
remarcable el feature “Musicana”, donde se nos cuentan los entretelones de los
días post-Fantasia, la decepción que
supuso para Walt Disney la escasa acogida que tuvo el film (lo que detuvo la
interesantísima propuesta de hacer de Fantasia
una película en perpetuo cambio, añadiendo nuevos segmentos con el transcurrir
de los años) y el abortado proyecto Musicana
-impulsado por dos ducces, dos capazos de la animación de ese entonces: Mel
Shaw y Ken Anderson. :(
UPDATE
COMPLEMENTARIO
En Fantasia 2000, Midler menciona de pasada
una colaboración entre Walt Disney y el inconmensurable Salvador Dalí. Ni en el
metraje ni en los features se alcanza a ver siquiera bocetos de esta
en-teoría-sorprendente colaboración. Afortunadamente, el segmento vio la luz en
formato de corto con el nombre de “Destino”, cinco años después del lanzamiento
de Fantasia 2000. Juzgue el lector la
calidad de la animación que concibieran hace más de siete décadas el director
usamericano y el genio español.
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 10 de mayo del 2017.)
En
noviembre/diciembre pasado, di -en Facebook, por recomendaciones del amigo José María Málaga- con el episodio debut de ҚALA§A§AỴΛ, unipersonal ariqueño cuyo
primigenio registro mostraba mucho en común con los sonidos cruciales que
presidieron el nacimiento y primera edad de la tradición vanguardista pop
peruana (iniciada con Crisálida Sónica). Meses después, el individualista
publica su segundo esfuerzo, Cu4rto
EP.
De /ES/TA/CIO/NES/ (2016) al presente
extended, algo ha cambiado. Aunque ҚALA§A§AỴΛ todavía pertenece al bolsón de “músicas
minoritarias” (¿...?), ahora se le siente más cercano al oyente, menos arisco;
adentrándose con timidez en el post rock americano de cromosomas indies. El
músico sureño ha decidido abrazar una estética lo-fi más marcada, en
composiciones de alma acústica -que, sin embargo, no renuncian al empleo de
recursos tecnológicos. Por un lado, se evoca la primera época de Gastr Del Sol
-The Serpentine Similar (1993) y Crookt, Crackt, Or Fly (1994)-. Por el
otro, se rememora la emotiva desolación de outsiders como Smog y Shellac.
Cu4rto EP se erige en torno a una proposición
interesante. El mapocho le moldea a partir de 4 canciones que encarnan “un
viaje hacia cuatro de las siete direcciones”. Enseña el maestro Borges que el
espacio indostánico reconoce seis, a las que también se les llama “dimensiones”:
arriba, abajo, adelante, atrás, derecha e izquierda. La séptima
dirección/dimensión, apunta el autor del extended, se encamina hacia el
interior de cada quien. En cierto modo es así: la experiencia sonora comporta
una cierta iluminación zen, abriendo una rajadura en lo que llamamos Realidad,
obliterándola; pero sin cortar todo cable a tierra. Ahora que lo pienso, no
creo que se trate de un cambio tan drástico, sino de un proceso paulatino de
refinamiento -como tampoco creo que sea adecuado pensar en términos de cambio “para
mejor” o “para peor”.
Sorpresa mayúscula
desde la enmarañada selva peruana. Lo que son las cosas, me vengo a enterar de
The Shego no por medios nacionales, sino gracias a Cieliro Diystro, combativo
sello chileno especializado en música electrónica de avanzada. Enigma absoluto:
todo lo que sé es que están involucradas más de dos personas, que sí hay un
miembro estable y oficial (que tal vez responde al apelativo de “Saiga”), pero
que los demás son variables. Eso y que esta gente es natural de/reside en
Tarapoto, en el caluroso oriente peruano.
Ello no ha impedido
que The Shego sea un kamikaze del Ruido. Más que harsh noise, Uchpakuna EP (2017) es un vendaval de
noisecore: duro e irrompible como un barreno de diamante, abarrotado de ondas
sonoras audioirritantes, potencial y efectivamente nocivo para el tímpano. Una
ominosa muralla de caos digital levantada desde patches abusados, software
(mal)intervenido, con el pitch candidateando para un exorcismo de urgencia. Al
lado de esto, el glitch o los clicks'n'cuts son el soundtrack de un
kindergarten. Es otro el espejo en que TS se refleja: el de Mässimo, el de
Kevin Drumm, el de Merzbow. Por todo momento de reposo, sólo queda el cierre
desenchufado de “Untitled 2”.
Pero The Shego,
equiparable a referencias regionales como Paisanos (Ecuador) y nuestros
compatriotas de StereoKultivoX (véase la netlabel cuzqueña Achokcha Records),
postula una exégesis distinta. Dice el único miembro estable que “el sonido se
basa en experiencias e interpretaciones de la vida, la principal inspiración
son los poemas y las costumbres de mi tierra, la melancolía de un pueblo cuyas
paredes sangran de historia”. Sintonizar con semejante interpretación
requeriría más escuchas del extended, salvo que estén expresamente
contraindicadas al ser perjudiciales para la salud. De modo que ándate con pies
de plomo cuando le des play al Uchpakuna
EP. Mejor escúchalo primero sin audífonos, luego ya decides por ti mismo/a.
Todavía no se tienen noticias confirmadas sobre la cura contra la tinitis.
Por lo demás, no es
ésta la única prole del proyecto tarapotino. Amén de Uchpakuna EP, lanzado para descarga gratuita por Diystro, el
¿grupo? tiene dos singles previos colgados en su BandCamp, "I Want To Die" y "Espergesia" (primer guiño vallejiano). Ambos, igual de
atronadores/estresantes que los temas incluidos en la rodaja debut. Y pensar
que nada más correr “Idilio Muerto” (segundo guiño vallejiano), el
cavernicolizado sampleo de “El Tren Que Nos Separa” (de la pacharaquienta
agrupación Los Continuados) parecía indicar rutas ajenas al Noise...
Quien prescinde de
los sampleos en su nuevo título editado es Miyagi Pitcher. Como adelanto de su
próximo larga duración, el celebrado acto vaporwave de Chip Musik suelta Nymph, EP de cuatro temas que
ofrece/sugiere una fisión entre el bliss pop y el género que lo identifica. No
queda mucho más que decir, ya que apenas se sobrepasa la marca de 13 minutos y
medio, salvo que se difumina la capacidad evocadora inherente al vaporwave. El
material gana, no obstante, las reverberantes atmósferas laxas y ensoñadoras de
unos Windy & Carl o de unos Füxa -sólo que en clave digital. Pregunta:
¿está debidamente acreditado este Nymph
EP? ¿No debería habérsele adjudicado, más bien, a Ozono? Guarda ahí con la
esquizofrenia sónica.
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 9 de diciembre del 2016.)
De todo el rush
imparable que ha protagonizado la Parca durante el malhadado 2016, uno de los “strikes”
que me dolió muchísimo en lo personal fue el de Umberto Eco (19/02).
Se ha llamado al
eminente filósofo italiano “el último humanista”, un título al que le asiste
toda la razón que uno/a pueda acopiar. A través de sus ensayos, Eco se aproximó
-siempre con una lucidez que echamos de menos cada día más- a los diversos
campos del saber típicamente humano. Los ensayos del docto reflejan, en efecto,
a un humanista con todas las trazas de la usanza antigua, digno heredero de la
estirpe de Erasmo De Rotterdam. Durante la universidad, pude leer unas cuantas
de entre estas obras -algunas por cuenta propia (vg. Apocalípticos E Integrados) y otras por currícula académica (vg. Cómo Se Hace Una Tesis).
Pero mi romance con
Eco comenzó a los quince años, cuando cursaba el cuarto de secundaria en La
Salle. En 1990, el
entonces hermano Lucas Taipe
me prestó la novela El Péndulo De Foucault. Ya te imaginarás lo que es
exponerse a semejante libro a una edad en la que todavía eres esponja y
absorbes como tal.
Más aún en mi caso.
Cuando en segundo de secundaria estudiamos la cultura árabe (Historia
Universal, curso que muchos jamás han conocido pero ni de nombre), yo empecé a
dudar de que fuese verdad oleada todo lo que nos enseñaban en la escuela (una
paradoja, ciertamente, pero de ello hablaré en otra oportunidad). Dos años
después, llegaría El Péndulo..., y
todas las reticencias que pude haber conservado, consciente o
inconscientemente, se desintegraron de golpe.
(Anécdota personal.
En diciembre de 1991, haciendo tiempo a la mitad de un concurso de pintura,
Giovani Izquieta y yo le leímos
a Pedro Namuche un extracto de El Péndulo... Pedro, que
siempre ha sido una persona profundamente católica, montó en cólera cuando me
escuchó decir: “-Ahora que lo dices... Veamos, Mateo, Lucas, Marcos y Juan son
una banda de juerguistas que se reúnen en alguna parte y deciden hacer una
apuesta, se inventan un personaje, se ponen de acuerdo acerca de unos pocos
hechos esenciales y el resto que se lo monte cada uno, después se verá quién lo
ha hecho mejor, más tarde los cuatro relatos caen en manos de los amigos, que
comienzan a pontificar, Mateo es bastante realista, pero insiste demasiado en
esa historia del Mesías, Marcos no está mal, pero es un poco caótico, Lucas es
elegante, eso no puede negarse, Juan se pasa con la filosofía... pero, bueno,
los libros gustan, pasan de mano en mano, y cuando los cuatro se dan cuenta de
lo que está sucediendo, ya es demasiado tarde, Pablo ya ha encontrado a Jesús
en el camino de Damasco, Plinio inicia su investigación por orden del preocupado
emperador, una legión de apócrifos fingen que también ellos están en el ajo...
toi, apocryphe lecteur, mon semblable, mon frere... A Pedro se le sube el
triunfo a la cabeza, se toma en serio, Juan amenaza con decir la verdad, Pedro
y Pablo le hacen apresar, le encadenan en la isla de Patmos, y el pobrecillo
empieza a desbarrar, ve a las langostas en la cabecera de la cama, que se
callen esas trompetas, de dónde sale toda esta sangre... Y los otros van
diciendo que bebe, la arterioesclerosis ya sabe... ¿Y si realmente hubiera sido
así?”. Giovanni y yo tuvimos que repetirle no sé cuántas veces que se trataba
de una novela, que era una ficción, para que el pobre Pedro se tranquilizase.)
Antaño se solía
decir que los grandes Maestros de la Sospecha del siglo XX eran Freud, Marx y
Nietzsche. No discuto ese juicio, que considero vigente por donde se le mire.
Pero yo tuve distintos tutores en ese sentido. MIS Maestros de la Sospecha
fueron, en orden de llegada, Umberto Eco, Jorge Luis Borges (a quien descubrí
en quinto de secundaria a través de “El Inmortal” y “Las Ruinas Circulares”) y
H.P. Lovecraft (de quien mi abuela había guardado, sin leer, un libro traído de
Argentina por un tío paterno muy culto). A grosso modo, estos tres colosos me
convirtieron en el ¿intelectual curioso? que soy ahora. Con ellos aprendí a
cuestionar incluso aquello que por convención llamamos “Realidad”. Con ellos
aprendí a escribir. Después llegaría Philip K. Dick y completaría la obra sobre
los cimientos previamente puestos.
Seguramente, el que
menos ha leído el best seller de Eco, El
Nombre De La Rosa. Fue lo segundo que leí, apenas ingresado a la
universidad y obtenido el carnet de biblioteca. Todavía conservo, en algún
lado, las copias que le saqué no sólo a este título, sino además a su
complemento, Apostillas Al Nombre De La
Rosa. Otro hit, y ya iban dos al hilo.
Con los años, me
fui abriendo hacia otros autores, y a Eco pasé de leerlo en el plano literario
a hacer lo propio en el plano ensayístico/filosófico. Luego le perdí la pista
muchos años. Pero siempre lo tuve presente, como uno de mis referentes
indispensables de primera juventud. En diciembre pasado, terminé de asimilar su
pérdida, en un mundo cada vez más miserable y bozzo, honrando por fin su
imborrable recuerdo -aunque diminuto, al menos puedo decir que hubo un tiempo
en que caminé entre gigantes y conocí las alturas.