(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 24 de febrero del 2014.)
Es la primera vez
que hablo de mis sueños en un blog -así que trataré de no hacer el ridículo
(sólo trataré, por siaca).
A lo largo de mi
vida, he tenido conversaciones al respecto, claro, y es justamente ello lo que
me lleva a afirmar que deben haber poquísimas personas en el mundo que tienen
sueños parecidos a los míos. Digo, no soy muy creativo durante la vigilia:
tengo muy poca empatía con la poesía, apenas el don literario que me ha sido
dado alcanza para el ensayo, y si paso piola es por mi educación y por mi
buenísima memoria.
Pero debo tener un
subconsciente que sería la envidia de DJ Shadow. Allí, he estado en
manifestaciones en el interior del país al lado de Bob
Esponja (...). Me he hundido en arenas movedizas e insólitamente
lo he disfrutado (¿¿¿???). He sentido, más que visto, una
presencia amenazante en casa, mientras las bombillas parpadeaban (¡¡¡!!!). He
mirado, desde la antigua azotea de mi casa, hacia las islas San Jorge y San
Lorenzo, y en lugar de aquellas ínsulas he visto una pétrea meseta
inconmensurablemente descomunal (y me ha tocado el temor a lo crasamente
infinito). Mis sueños son tan pero tan quemados, que escasas son las veces que
no he sido consciente de que estoy soñando... Huelga decir que Akira Kurosawa's Dreams (1990) la manyé
a la primera.
Cada cierto tiempo,
sin embargo, tengo sueños razonablemente coherentes. El último que he tenido me
vino hace cinco calendarios, más o menos -y es probable que haya sido el más
estructurado de los que alguna vez he tenido o vaya a tener. Curiosamente lo
recuerdo como si hubiese sido ayer, hasta en sus más mínimos detalles. En este sueño, yo era joven otra vez -bueno, apenas post adolescente: 18 años o algo
así-. Estaba en la universidad, que tenía todas las trazas de ser la Caótica,
pero que yo sabía en el sueño que en realidad no lo era -porque siempre que
sueño que vuelvo a la PUCP, ese sueño es invariablemente una pesadilla (ja). En
fin, que estaba en un edificio que era a un tiempo una biblioteca, una
hemeroteca, una sala audiovisual y un comedor. Recuerdo algunas conversaciones
con gente de la que no guardo recuerdo consciente: hablábamos de literatura,
del Aviador Dro, del cine de Buñuel...
Lo alucinante era que el sueño tenía
la textura de un film de John Hughes, tal vez situado en unos 80s atemporales.
Quizá me dirán que es bien difícil que una experiencia onírica tenga ese grado
de meticulosidad ambiental, pero hubo una circunstancia -o más bien un punto de
inflexión- que confirma este barniz ilusorio.
Revisando anaqueles
en el edificio, mientras sonaba Modern English a través de unos parlantes
invisibles, me topé con una chica que sí he visto antes: Ally Sheedy. Era la
weirda que aparece en The Breakfast Club
(1985), sólo
que su look era el de St. Elmo's Fire
(mismo año, dirigida por el harto irregular Joel Schumacher).
Fue mirarla y caer flechado: quiero decir, realmente flechado, como hace
lustros no me había sentido enamorado, ni en la vigilia ni en el sueño. El romance
fue elusivo al principio: miradas cómplices, susurros... Mezclándose con esta
etapa de flirteo, he recorrido el campus y he visto a gente que conozco: Julio
Marchena, Sebastián
Pimentel... Incluso mi
amigo Jorge Buckingham, que ha estudiado
en la Richie, pero que no sé qué
hacía allí. Todos nos hemos
saludado afectuosamente, como los buenos amigos que somos.
Llego al desenlace
inevitable. Por fin Ally -que, circunstancia inquietante, a veces se
transfiguraba en otra actriz, Jennifer Jason Leigh- y yo nos declaramos nuestro
amor. Decidimos irnos juntos de este lugar, pero antes debo despedirme de mi
viejo, que estaba celebrando su cumpleaños en la zona del edificio que parecía
una cafetería -ya lo ven, ni en el más coherente de mis alucines puedo evitar
estos violentos exabruptos surrealistas. Termino de hacerlo y de repente suena
una alarma de simulacro de quién diablos sabe qué. Todo el mundo se levanta,
todo el mundo comienza a abandonar el recinto. Salgo lo más rápido que puedo,
pero no encuentro a Ally. De pronto, el edificio del que he salido toma la
forma real de la Facultad de Estudios Generales Letras de la PUFF, sólo que
ahora sita en el espolón de La Punta. Comienzo a desesperarme buscando
infructuosamente a Ally. Y entonces despierto.
Quizá la necesidad
de ir al baño simplemente coincidió con el final del sueño. El hecho es que
cuando he estado allí, he experimentado vivos deseos de echarme a llorar. La
razón es sencilla, y ya la he enunciado antes: muy al margen de haber tenido un
sueño de puta madre, con conversaciones cargadas de significancia, con amigos
que quiero y con música que amo; en él he vuelto a estar enamorado como la
primera vez. Sentir eso en un sueño, y luego despertar a la dura realidad, es
una situación difícil de sobrellevar.
No hube de meditar
mucho sobre este sueño para entender su significado. Estoy seguro de que, las
más de las veces, mis sueños son DJ sets que se despacha mi subconsciente sin
preocuparse mucho por ser consecuente. Pero en esta ocasión, el mensaje sonó
fuerte y claro: “desahuévate ya, cojudo”. Y yo sé por qué me lo dijo...
Hákim de Merv
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