(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 12 de junio del 2015.)
Enfocarse en los
procesos fácticos de creación y desentenderse de los resultados: ésa fue la
peor decisión que pudo tomar el ruidismo digital en su objetivo de poner el
listón todavía más alto. En efecto, desde hace años ya, el 90% de lo que se
publica en tales predios no sólo esconde mucho de autocomplacencia, sino
también de onanismo. Excepciones de por medio, el grueso de estos no-músicos se
arroja de cabeza en ese despeñadero, escudándose en coartadas del tipo “la
música no tiene por qué comunicar nada” o “sonido es sonido”. Todo sonido
ejecutado voluntariamente tiene una intención que lo impulsa; y por tanto ese
sonido transmite, comunica, (ejem) “verbaliza”.
(No tiene nada de
censurable, por cierto, atender a los procesos creativos, sean éstos mentales o
fácticos. El problema surge cuando se les desnaturaliza, convirtiéndoles en un
fin antes que asumírseles como un medio -y es mucho peor si el producto final
no les refleja.)
Inclinarse por la
experimentación libre no es una necesidad privativa de las huestes del avant
garde electrónico, felizmente. En el universo de la música rock, concretamente
desde las periféricas parcelas electroacústicas, se persiste en ensayar/testear
sonidos inéditos, susceptibles de dar forma y volumen a nubladas atmósferas
llenas de caos e irrealidad. De hecho, hace 50/60 años, existió en nuestro país
una vigorosa escena electroacústica que ha sido bastante recuperada/documentada
por el sello Buh Records.
Yo, sin embargo, me
siento más cercano a esfuerzos como los del primer Liquidarlo Celuloide,
Distorsión Desequilibrada, Molusco Estroboscópico, _BAS, Retrasados De
Hojalata; e incluso proyectos con un pie en la música industrial -el primer
Pychulator, Error Genético, Maximum Terrorem (de Eric Bullón), Sangama... En
estas coordenadas habría que situar también a Ensamble Santos Matta y su debut:
Simulismo.
El trío formado por
Kamila Lunae, Luis Samanamud y Carlos Acevedo; trabaja su ópera prima
exclusivamente desde la improvisación, moldeando una jornada de apenas 40
minutos -plagada de viñetas que a veces no superan la barrera del minuto y
medio (“Eye Trust”, “Remit”), pero que están atiborradas de feedback cacofónico.
Esta reverberación maligna, excretada más que creada, es la que confiere ese
denso color oscuro a casi la totalidad del Simulismo.
No es un disco de luz negra, pero se le acerca bastante.
Bajo esa capa casi
impenetrable de hipnótico nihilismo/perverso minimalismo, avizoro cierta
crudeza en las composiciones -no en el sentido de fiereza, sino en el sentido
de tosquedad, por lo demás algo perfectamente entendible toda vez que se trata
de una puesta de largo. Ese rasgo también tiene su encanto, por supuesto: tres
muchachos con el pellejo verde aún, listos para incendiar la pradera. “NMO”, la
dilatada “Wols” o “Gradava” son evidentes muestras de lo mucho que pueden abrir
las fauces para tragarse el mundo, aún cuando todavía les cause un severo cuadro
de indigestión.
Hákim de Merv
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